Capítulo 19: Parentesco
"Y así cada mañana de mi vida, traigo del sueño otro sueño."
Pablo Neruda
Como cada mañana, Aidán salió a correr con su primo Percival y Carlos, el cual estaba resultando ser muy buen amigo.
Esa mañana se habían propuesto darle la vuelta completa al parque cuatro veces, lo cual era un nuevo reto para los tres ya que el parque abarcaba unos cuantos kilómetros a la redonda.
Carlos estaba demostrando tener una gran capacidad física cuando a mitad de la cuarta y última vuelta pudo acelerar sus pasos y llegar al final de la carrera antes que los otros dos chicos.
—¡Lo logramos!—exclamó Percival jadeando por la agitación.
—Pues sí. Y tú pareces como nuevo—Aidán señaló a Carlos que sonreía ampliamente mientras respiraba pausadamente.
—Es que esta había sido mi meta desde hace mucho tiempo. Hace unos meses no era capaz de dar dos vueltas completas y observa ahora, he hecho cuatro.
Enseguida el rubio contagió con su energía a los demás chicos. Juntos empezaron a caminar despacio para regresar a la zona donde se encontraban los bancos para sentarse a descansar.
—¿Cómo van las cosas con Ellie?—le preguntó Carlos a Percival notablemente interesado.
—Somos amigos. Ya lo estoy aceptando. Creo que estaremos bien así. Pero esa no es la nueva buena noticia—canturreó y por el tono de voz ya Aidán imaginó a dónde se dirigiría la conversación.
—¿Qué ha sucedido?—preguntó Carlos ajeno al motivo de la sonrisa que apareció de pronto en el rostro del mayor del grupo.
—Ayer Alice y yo tuvimos nuestro primer beso—respondió recordando el momento tan especial.
El rubio alzó las cejas y con una sonrisa demostró su alegría. Finalmente su mejor amiga empezaría a ser completamente feliz.
—¡Ey!—la voz de Aidán lo sacó de sus pensamientos, pero luego se dió cuenta de que no se dirigía a él. Estaba saludando a una chica que pasaba por el frente.
Parecía conocerla.
—¿Qué tal va todo?—le preguntó ella con una sonrisa amable dibujada en su rostro acercándose.
—Si supieras todo lo que ha ocurrido, te daría un desmayo—respondió alegre Aidán, habiéndose olvidado de que no la conocía de nada, sólo la había visto esa vez que lo consoló, pero sentía una inmensa confianza sin motivo hacia ella.
Percival y Carlos no pudieron evitar intercambiar una mirada de incredulidad cuando Aidán la invitó a tomar asiento a su lado y empezaron a charlar animadamente. Ni su primo más cercano, sabía de la existencia de esa chica, pero sí se dió cuenta del gran parecido que existía entre los dos. No obstante, optó por no decir nada, debía ser mera casualidad.
—Carlos y yo iremos caminando hacia la casa—le informó Percival a su primo interrumpiendo la conversación—¿Te vienes con nosotros?
—No, iré más tarde.
—Está bien.
Ambos chicos se marcharon muertos de curiosidad, dejando solo a Aidán con Maureen, según ella le había dicho que así se llamaba.
—Me alegro mucho de que las cosas se hayan solucionado con esa chica. Pareces quererla mucho.
—¡Ah! No sólo la quiero, la amo. Siento que ha sido así desde que nací, es como si aunque no la conociera siempre hubiera estado ideada en mi mente.
Esas palabras causaron una risa en la chica.
—Que afortunado eres entonces de haber conocido el verdadero amor tan temprano.
—¿Y tú? ¿Que tal es tu vida?
—Nada interesante. Mi familia sólo está formada por mi madre y yo. Mi padre nos abandonó antes de que yo conociera el mundo. Así que es eso.
—Tu madre debió ser muy valiente para criarte sola—reconoció Aidán cuidando su tono de voz.
—Sí, me dió cuánto tenía. Por ese motivo apenas cumplí los 16 empecé a trabajar para que ella no llevara toda la carga sobre sus hombros.
—Eres una chica excelente—la elogió Aidán sonriendo con orgullo.
—Gracias. Últimamente tengo ganas de buscar a mi padre, aunque mi madre me repite constantemente que si no lo hemos necesitado en todos estos años, ahora menos. Pero yo quisiera conocerlo, es que no consigo guardarle rencor aún sabiendo que no dudó en dejar sola a mi madre, aunque no lo conociera siento que el vínculo sí existe. Es como lo tuyo con Alice antes de conocerla, pero en afecto paternal.
—Sí, me di cuenta—aceptó Aidán riendo—. Me gustaría ayudarte a buscarlo. ¿Tienes una dirección o algo que te ayude?
—Sólo cuento con una foto suya, pero es de hace muchos años. Es lógico que deba haber cambiado mucho.
—Eso no importa, haremos un esfuerzo. He escuchado que pierden más las personas que se rinden antes de siquiera intentarlo.
—Es cierto. En cuanto llegue a casa buscaré la fotografía.
—Está bien.
***
Aidán al llegar a su casa, se había duchado y estaba sentado en la cama viendo el álbum de fotos de su padre, habían fotografías de su boda, de su rutina habitual y de los primeros años de la de Aidán.
Unos toques a la puerta, causaron que dejara por un segundo lo que estaba haciendo para atender a Alice que aguardaba bajo el umbral con una sonrisa.
—Hola—saludó con su voz delicada y suave.
Aidán se puso de pie al instante, dejando el álbum sobre la cama, para recibirla como se merecía. En cuanto estuvo a escasos centímetros de ella, la besó suavemente en los labios mientras rodeaba su cuerpo con sus brazos.
—Estás muy bonita hoy—susurró antes de apartarse.
—Siempre que me ves, dices eso.
—Porque es verdad, todos los días eres hermosa—expresó antes de volver a besarla.
—¿Qué hacías?—preguntó Alice observando el álbum cerrado sobre la cama.
Ambos se dirigieron allí y Aidán volvió a abrirlo.
—Veía fotos de mi padre. Hoy me he dado cuenta de lo afortunado que soy por haber tenido un padre presente, una familia completa.
Juntos empezaron a pasar las páginas, entre risas y unas que otras lágrimas de Aidán por recordar a ese gran hombre que ya no tenía la dicha de estar a su lado.
Las muestras de apoyo por parte de Alice no faltaron y Aidán se sintió mejor al saber que la tenía presente.
—También estoy muy agradecido por haberte encontrado temprano. Alice, tú haces mi vida más sencilla.
Esas palabras llenaron el cuerpo de la chica de una bonita sensación. Ella sentía lo mismo.
—¡Hola!—la voz de la madre de Aidán interrumpió a los chicos.
Alice no dudó en ponerse de pie para saludarla, aún no la había visto después de que se fueran del pueblo para la capital, ya que cuando llegó a la casa, la madre de Percival fue quien la recibió.
—¡Cómo has crecido! ¡Estás preciosa!
—Muchísimas gracias. Ha pasado mucho tiempo.
—Así es. No sabes cuánto me alegro de estar aquí nuevamente, rodeada de todos ustedes que son tan especiales para nosotros. ¿Y los padres de Emma? No los he visto aún y eso que viven aquí al lado.
—¡Ah! No los verás. Hace un año se mudaron para el extranjero.
—¿Sí? —preguntó asombrada la mujer.
—Sí, asentaron su vida allá y están creando las condiciones para llevarse a Emma. Todo lo han hecho para que ella pueda cumplir su sueño de ser una de las diseñadoras de moda más reconocidas de París.
—En ese caso me parece una causa excelente. Los padres siempre daremos todo por nuestros hijos.
—Y nosotros estaremos agradecidos eternamente con ustedes—intervino Aidán dándole un beso en la frente a su madre.
Estaba muy feliz interiormente por volverla a ver integrándose y con una amplia sonrisa en el rostro.
—¡Se me ha ocurrido una idea estupenda!—exclamó Alice de pronto—. Déjenme hacer una llamada, les cuento en un segundo—informó la chica sonriente antes de salir de la estancia para marcar el número de su padre.
Unos pocos minutos después regresó, casi dando saltos de emoción.
—¿Tienen algún plan para esta noche?—les preguntó a madre e hijo.
—No, hasta el momento—respondió Aidán intercambiando miradas de intriga con su madre.
—¡Perfecto! Cenaremos juntos en el restaurante de mi padre. Haremos una cena especial para celebrar el regreso de ustedes, será la antesala a Navidad, que ya se acerca.
—Me encanta la idea—respondió la madre de Aidán y el chico asintió con la cabeza sonriendo ampliamente por la idea que acababa de formular en su mente.
—Extiendan la invitación a Percival y sus padres. Ya me marcharé para ayudar con los preparativos.
—Si necesitan nuestra ayuda no tenemos problema—dijo la madre de Aidán a la chica.
—Para nada. Ustedes son los invitados especiales. Nos vemos esta noche.
Dicho eso le dió un beso de despedida a ambos y se marchó feliz por revivir uno de los momentos que amaba en su infancia. Las reuniones familiares.
***
Alice había llamado a Emma y Carlos para comentarles sobre la cena, ya todos los invitados estaban enterados, por lo que sólo le quedaba llamar a su padre para preguntarle si necesitaba ayuda en el restaurante.
—No te preocupes, pequeña. Con la ayuda de la persona que tengo aquí es suficiente. Tú encárgate de ponerte bonita para esta noche—le dijo provocando que su hija sonriera.
Alice pensó que esa ayuda que su padre estaba recibiendo, era la de Ellie ya que no se encontraba en casa, así que pensó que en las horas que le quedaban libres en el día, organizaría a fondo su habitación, ya que luego del accidente no lo había hecho.
Decidió empezar por los cajones de su mesita de noche, dónde encontró sus prendas y accesorios del pelo. Los recogió y acomodó en una pequeña caja de cristal. Luego se dirigió a su armario y en las gavetas de abajo encontró los cuadernos que hicieron función de diarios desde que cumplió los quince años. Sin pensarlo dos veces, abrió el que afuera tenía escrito el número 1 y empezó a leer. Las horas pasaron entre lindos recuerdos y al terminar, se dirigió a su librero dónde había visto días antes, un cuaderno en blanco. Lo agarró e hizo una pausa en la organización para empezar a escribir en la primera página cómo estaba yendo su vida en el presente.
Al finalizar la entrada, leyó lo escrito y sonrió al pensar que tenía todo lo que en los diarios anteriores deseaba en cada entrada. Era la chica más feliz del mundo. Y en su interior presentía que esa noche sería la mejor de su vida.
Y no se equivocaba.
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