Capítulo 1: Regresar a su lado
"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida"
Pablo Neruda.
No había un segundo del día en el que Aidán no pensara en ella. La recordaba en las mañanas cuando despertaba, cepillando sus dientes, desayunando. Caminando hacia la universidad, almorzando, conversando con sus amigos, mientras se duchaba, en las cenas, antes de dormir. Pero estaba más presente en sus pensamientos cuando, en el balcón de su habitación con la guitarra entre sus brazos, componía canciones inspiradas en ella.
Había llegado el momento de regresar a su lado.
Con ese pensamiento dando vueltas en su mente, dejó la guitarra a un lado y salió al largo pasillo que dirigía a la sala de estar de su casa. Al llegar a su destino encontró a sus padres sumergidos completamente en la televisión.
La intención del chico no era interrumpir la actividad de sus padres, pero le urgía comentarle sobre sus planes.
—Padres.
Obtuvo la atención de ambos y soltó un suspiro tratando de calmar los nervios que florecían en su interior. Cuando aligeró un poco los desenfrenados latidos de su corazón, se animó a hablar.
—Quisiera comentarles sobre un deseo muy personal, que creo que es hora de cumplir—expresó.
Se detuvo a observar las espléndidas sonrisas que aparecieron en sus rostros.
—¿Quieres que te busque un contrato con un productor musical?—preguntó su madre y Aidán sintió la emoción que contenía su voz.
En su interior creció la desilusión por decepcionarlos una vez más. Desde que tenía uso de razón componía canciones, pero nunca sintió la necesidad de mostrarlas al mundo y ese era el mayor deseo de sus padres. Querían que su hijo expusiera su mayor talento.
—No, no es eso—respondió.
La alegría en el rostro de ambos decayó drásticamente.
—Entonces, ¿de qué deseo hablas?—se impacientó su padre.
Aidán notó el momento en el que su corazón dentro del pecho le empezó a palpitar más rápido y fuerte. Solo de pensar en cumplir el mayor de sus sueños crecía en su interior el sentimiento más lindo que alguna vez había tenido a flor de piel.
—Quiero volver al pueblo en el que nací y buscar a la chica con la que no he dejado de soñar en los últimos diez años.
—¿Es la que estoy pensando?—preguntó su madre.
Aidán asintió repetidas veces con la cabeza a modo de respuesta. Sabía que estaba pensando en la correcta porque en su vida no había existido otra chica.
—Por ese motivo no has tenido relaciones desde que nos mudamos—pensó en voz alta su padre.
Sus progenitores intercambiaron miradas, que Aidán no supo descifrar si eran de alegría o tristeza y se quedó en silencio esperando una respuesta de su parte.
Rogaba en su interior porque aceptaran sus planes porque, aunque ya era mayor de edad, no le gustaba actuar sin su consentimiento.
—Aidán, no quiero juzgar tus planes, ni el hecho de que te niegues a amar a otra persona que no sea ella—empezó a hablar su padre—Pero nosotros llevamos una buena vida aquí. Tu madre y yo tenemos un contrato en una constructora muy importante. Estudias en una universidad de prestigio y nos mudamos a la capital para tener más oportunidades. No puedes pretender que regresemos—agregó.
—Entiendo. No planeo arrastrarlos a ustedes con mi decisión y obligarlos a abandonar lo que han logrado aquí en estos diez años. Tampoco sé si voy a quedarme definitivamente allí, solo quiero buscar a Alice y si nuestro amor tiene oportunidad de recuperarse entonces me quedaré. Pero si no es así, regresaré—les explicó.
—Hijo, ya eres mayor de edad. Tú tomas las decisiones de tu futuro y si lo que quieres es ir a buscar a la chica de tus sueños, nosotros no te vamos a detener—confesó su madre.
Una sonrisa adornó sus labios evidenciando la felicidad que invadió su organismo. Aidán se despidió de ellos y subió a su habitación para empezar a empacar las cosas para el viaje.
***
Su vista estaba fija en lo que se extendía más allá de la ventanilla del avión, pero sus pensamientos estaban en aquella última primavera que disfrutó a su lado.
La recordaba sentada a su lado observando con fascinación los tulipanes de diversos colores del jardín que se extendía frente a ellos, eran sus flores favoritas.
Aidán con frecuencia se preguntaba si le seguirían gustando, si el sabor del chocolate seguiría siendo su favorito. ¿Acaso llevaría aún la pulsera de plata con pequeñas piedras amarillas en la muñeca de su brazo derecho? ¿Seguiría teniendo en sus ojos la profundidad e intensidad en la que él adoraba perderse? ¿Sonreiría de esa forma auténtica que causaba que se olvidara de la noción del tiempo?
Cuando por los altavoces anunciaron que el avión iba a aterrizar una sonrisa abierta adornó los labios del chico por la emoción y los nervios que nacían en su interior al ser consciente de que sería posible que dentro de poco tiempo respondiera todas las interrogantes que se formaban en su cabeza respecto a la chica de sus sueños.
Iba saliendo del aeropuerto arrastrando la maleta y sobre sus hombros cargaba el estuche en el que guardaba su guitarra, cuando en su campo de visión apareció la figura de un chico musculoso y alto, al que recordaba cómo un niño tímido y reservado.
Sin esperar a que llegara al lugar donde se encontraba, su primo empezó a caminar en su dirección y cuando lo envolvió entre sus brazos no pudo evitar sorprenderse por el gran cambio que había dado con el transcurso de los años.
—Ya veo que has estado pasando tu tiempo libre desarrollando un hobbie—expresó y en su rostro apareció una sonrisa de satisfacción.
—Tú por lo que veo sigues pegado a tu guitarra—notó sonriendo.
Aidán soltó una carcajada al recordar que cuando eran pequeños a su primo Percival no le gustaba que tocara guitarra, porque al hacerlo renunciaba a jugar fútbol con él en el jardín.
—¡Cómo te extrañé!—admitió Percival volviendo a abrazar a su primo.
—Yo a ti también grandulón.
—Las cosas cambian con los años. Ahora el grandulón de los dos soy yo.
—En edad sigo siendo yo—admitió Aidán.
Al salir del aeropuerto ambos chicos se subieron a un taxi. Aidán no dejaba de sonreír al observar las calles de ese pueblito que tanto extrañó. Se dió cuenta de que había olvidado algunos sitios cuando pasaba frente a ellos y su primo le recordaba alguna aventura que tuvieron ahí. Percival se dedicó a contarle a su primo los cambios del pueblo en el transcurso del camino a casa.
—Han cambiado muchas cosas—expresó Aidán.
Deseaba en su interior que Alice no hubiera cambiado tanto, al punto de no poder reconocerla cuando la volviera a ver.
—No tienes idea de cuanto—confesó su primo dejando que su vista viajara a la nada.
Aidán se quedó observándolo y justo en el momento que iba a preguntarle por Alice, el chofer intervino anunciando que habían llegado a la dirección dada.
En el momento en el que Aidán puso un pie en el asfalto de la calle y su mirada fue invadida por el vecindario donde vivió tantos años de su vida, los recuerdos le asaltaron la mente, principalmente aquel de una noche de Navidad cuando conoció a la chica de sus sueños.
~
Lo que más adoraba Aidán de la navidad era la decoración de la casa de los colores rojo y verde y el árbol lleno de adornos con los regalos al pie. Apenas habían terminado la deliciosa cena que preparó su tía para celebrar Noche Buena y Percival quería jugar fútbol y Aidán como siempre lo acompañaría si sus madres lo autorizaban.
—Madre, Aidán y yo queremos jugar un poco en el jardín—le informó el pequeño Percival a su madre.
La tía de Aidán intercambió una mirada con su madre y luego asintió con la cabeza sonriendo con ternura.
—Está bien, pueden jugar en el jardín. Pero en cuanto diga que deben entrar a la casa, tienen que obedecer.
Percival y Aidán asintieron con la cabeza haciéndole saber que aceptaron sus condiciones. Los niños de once y nueve años salieron corriendo hacia el exterior de la casa con una pelota de fútbol y a pesar del frío que hacía afuera no desistieron de su plan.
Llevaban unos minutos jugando cuando Aidán se dió cuenta de que su primo ya no era capaz de quitarle la pelota y tropezaba con el mínimo obstáculo.
Sí, Percival era un torpe la mayoría del tiempo.
—Percival, ¿qué te sucede?
Sin obtener respuesta por parte de su primo, a los oídos de Aidán llegaron unas risas provenientes del jardín de al lado. Con curiosidad giró su cabeza y su mirada enfocó a tres niñas, dos de ellas idénticas de pelo castaño, cómo si fueran gemelas y la tercera tenía el pelo rubio.
Sus miradas hacia los niños eran de pura diversión.
¿Acaso se estaban burlando de ellos?
—Percival—lo llamó Aidán en un susurro—. ¿Quiénes son ellas?
—La rubia vive aquí al lado y las otras dos son sus primas. Todas están en mi salón de clases—le informó sin despegar la vista del suelo.
—¿Por qué actúas tan torpe en su presencia?
—Estoy enamorado de una de ellas, una de las gemelas.
Aidán devolvió su vista al jardín de al lado y repasó con su mirada a las tres niñas, todas debían tener nueve años ya que estudiaban junto a su primo.
De un instante al otro, Aidán no supo cómo actuar al perderse en la mirada de una de las de pelo castaño, su profunda mirada era un imán para la suya. El niño tragó grueso pensando en una forma para apartar su vista de ella y poder preguntarle a su primo cuál de las dos gemelas era la que le gustaba, ya que creía que él también se había enamorado de una de ellas.
Finalmente ella fue la que apartó primero la vista y Aidán soltó un suspiro aliviado porque le facilitó el trabajo.
—¿Cuál de las dos es la que te gusta?
—La que lleva una pulsera con perlas azules en su muñeca.
Aidán devolvió su vista a las gemelas y se dió cuenta de que una llevaba una pulsera plateada con perlas azules y la otra con perlas amarillas.
Soltó un suspiro aliviado al ver que de la que se había enamorado era la que llevaba la pulsera de perlas amarillas.
—Yo estoy enamorado de la otra—le informó a su primo en un susurro para que las chicas no lo escucharan.
Percival, por primera vez desde que notó que los estaban observando levantó la vista del suelo para mirar a Aidán con asombro.
—Acerquémonos, vamos a hablarles—le propuso el mayor emocionado por haber encontrado el amor de su vida.
Tímidamente Percival asintió con la cabeza y empezaron a caminar hacia la cerca que separaba un jardín del otro.
—Hola—las saludó.
—Hola—le respondió la rubia.
—Yo soy Aidán y a mi primo ya lo conocen. ¿Cómo se llaman ustedes?
—Yo me llamo Emma—respondió la rubia.
—Yo Ellie—expresó la gemela que llevaba la pulsera de perlas azules.
—Y yo soy Alice—respondió el amor de su vida.
Desde ese día su nombre quedó impregnado en la mente de Aidán para siempre.
~
Aidán caminó hasta acercarse a la reja metálica que bordeaba la casa de su primo y no pudo evitar que su vista se dirigiera a la de al lado.
Frunció levemente el ceño al verla cerrada y con las luces apagadas. Emma y sus padres eran muy visitados, luego reparó en que era de noche y de seguro estarían durmiendo.
El ladrido de un perro causó que desviara su mirada a la acera por dónde caminaba avanzando en su dirección una chica alta, delgada y de un brillante cabello rubio dejándose guiar por un precioso Tamaskan.
—¿Ella es Emma?
—La misma—confirmó Percival a sus espaldas.
Aidán le dedicó una sonrisa y empezó a caminar en su dirección alegre por volverla a ver. El rostro de la chica al reconocer a Aidán reflejó puro shock y tristeza.
—¡Oh no!
—¿Qué sucede?—le preguntó él preocupado.
***
El corazón del pobre chico latía desenfrenado dentro de su pecho, no podía creer lo que Emma le había contado sobre su prima.
A pesar de que era tarde en la noche y que estaba cansado por el viaje, insistió en acompañarla al hospital donde tenían ingresada a Alice, la cual sufría de un accidente cerebrovascular.
—¡¿Aidán?!
El chico sonrió triste cuando vió a la gemela de la chica de sus sueños, ella no tardó en acercarse y envolverlo entre sus brazos. Fue justo en ese momento cuando la mirada de Aidán se dirigió al ventanal de cristal que tenía en frente y a través de él vió al amor de su infancia conectada a unas cuantas máquinas que controlaban que su estado fuera saludable.
De pronto el mundo se volvió negro ante sus ojos y sólo podía jadear por el dolor que su corazón esparcía por todo su cuerpo.
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