Capítulo 6. Entre sueños
Mi cuerpo se estremeció. Mis oídos recibieron un sonido muy agudo y mi cabeza palpitó los latidos de mi acelerado corazón.
—Athena... —El suave rumor irrumpió en mi sangre, congelándome por dentro.
—Athena. —murmuró otra voz, asustándome.
—¡ATHENA!
El atormentado grito le devolvió la vida a mis ojos.
Negro. Solitario. Silencio.
No podía ver nada. No había nadie. Estaba sola y... en un lugar desconocido.
—¿Dónde estoy? —solté, sorprendiéndome por el tembloroso hilo de mi voz.
—¿Dónde estás? —El susurro indignado me erizó la piel.
—Sí —repitió otra voz con tono burlón—. ¿Dónde estás?
—Hmmm... —dudó una tercera voz—. ¿Dónde estarás?
—Podrías estar en cualquier sitio —dijo la primera voz—, ¿no crees?
—No lo... —vacilé— lo sé.
Unas estruendosas y ásperas carcajadas resonaron en el vacío.
Intenté mantener la calma, pero el cambio de escenario me lo impidió. De repente sentí como si me hubieran transportado con una velocidad impresionante hacia mi jardín. Estaba oscuro y la brisa seguía igual de fresca a como la recordaba. Sonreí, pero la sonrisa desapareció cuando extrañamente me encontré en una playa.
Mis pies desnudos se estremecieron porque la arena estaba helada. Una ráfaga de viento sacudió la delgada tela de mi camisón, como si esta quisiera guiarme hacia algún lado. Así que obedecí a la corriente y volteé hacia atrás, quedando fascinada con la vista de las luces amarillas de un pueblo.
Antes de poder dar un paso, el escenario cambió de nuevo con la misma velocidad que la primera vez. El salón real, vacío e iluminado del palacio, se mostró ante mí. Era como si hubiera vuelto a mi fiesta, pero... sola. Una ligera pizca de culpa me recorrió al recordar que ni siquiera había regresado a ella. Sin embargo, no duró mucho, porque rápidamente volví a la oscuridad pura.
—¿Lo ves? —preguntó la primera voz. Su áspero sonido me erizó la piel—. Podrías estar en cualquier lugar.
Tragué y sentí otro hilo gélido colarse en lo profundo de mis nervios.
No tenía idea de lo que estaba pasando y no iba a dejar que la duda permaneciera. Por lo que intenté esconder el miedo que empezaba a consumirme y tomé una gran bocanada de aire antes de abrir los labios.
—¿Quiénes son ustedes? —solté finalmente.
Una estruendosa y horrible risa ronca rugió en la profunda soledad.
—Oh, ¿quiénes somos? —preguntó con lástima la segunda voz; dominante y grave.
—¡Quiere saber quiénes somos! —se burló la voz áspera.
—Oh, pequeña Athena —empezó diciendo la tercera voz; esa voz suave y aguda, pero aterradora—, te conocemos desde que llegaste al mundo, querida.
—Sí... —susurró la voz grave en mi oído, provocándome un escalofrío— la princesa de Piscis. Siempre actuando muy responsable y orgullosa. No es extraño verlo en una primogénita. —Se calló un momento—. Sin embargo... sabemos que en el fondo eres débil.
—Débil... —repitió la voz aguda, ligeramente apenada—. Sí, eso eres.
Después de haberlas escuchado por un rato, distinguí a las tres voces; la primera: ácida y amarga, la segunda: grave, imponente y profunda, y la tercera: la voz suave y dulcemente escalofriante.
A pesar de que eran solamente voces, admito que me sentí intimidada por ellas.
Me quedé callada por un momento para tranquilizarme y acostumbrarme un poco más a la situación. Pero si pensaban que me iba a quedar sin decir nada, entonces el trío de voces estaba muy equivocado.
—Claro que soy responsable, ¿qué hay de malo con eso? Y... también soy orgullosa, porque..., bueno, porque el orgullo ya es parte de mí. —Hice una pausa para pensar bien mi siguiente comentario—. Pero débil... eso sí que no lo soy.
Las voces volvieron a soltar una carcajada que hizo sentirme diminuta.
—Qué tontas, qué ingenuas, qué... —la voz ácida se detuvo y sentí su aliento invisible en mi oído—: inútiles tus palabras.
Tensé mi rostro al oír su respuesta.
—Ooooh —corearon fingiendo pena.
—¿Qué pasó? ¿Herimos tu orgullo? —terminó diciendo la voz dominante.
Me quedé callada.
—¿Ves? —la voz aguda tomó su tono aterrador—. Eres débil cuando no sabes cómo actuar, cómo responder..., cuando no tienes las cosas bajo tu control.
—Todos son débiles —agregó la voz áspera—. Tú también —susurró.
—Y sabemos que tienes una debilidad específica —murmuraron al unísono—. ¿Sabes cuál es?
Cerré los ojos por un momento y la recordé.
—Claro que sí... estoy consciente de ella —respondí, y recuperando un poco mi seguridad, crucé los brazos sobre mi pecho.
—Actuando orgullosa de nuevo. —Se rieron—. Eres patética. Deja de fingir que nada te afecta. Deja de esconder que eres débil.
Sus palabras no me hirieron, y en su lugar, una duda apareció en mi mente:
«¿Qué quieren?».
—¿Y tu mayor miedo? —Se oyó un silencio ensordecedor—. Tienes varios... pero aquí sabemos que tu mayor miedo es el fracaso.
—Fracaso —dijeron las voces en un hilo de susurros glaciales—. Tienes miedo de fracasar como futura reina, como hija, como hermana... pero sobre todo, tienes miedo de fracasar como...
—¡No sigan! —grité tan fuerte como pude.
—¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo? —Las voces se acercaron de nuevo y otra ráfaga gélida se metió en mi cuerpo—. ¿Tienes miedo de que te digamos todas tus verdades?
Sus palabras me helaron la sangre.
—¡No! —exclamé—. Solo... ¡No sigan!
—Eres débil, y tus miedos te controlan —balbuceó el trío de voces.
—Eso no es cierto. —Meneé mi cabeza de manera inquieta.
—¿Ah, no? —se indignaron—. Pues estamos a punto de demostrarlo...
La brisa marina inundó mi olfato y me hizo sonreír... pero el inesperado sonido del agua aproximándose consiguió que toda la seguridad que tenía se desmoronara por completo.
El agua helada tocó mis pies y luego mis tobillos... y mis rodillas. Sabía que las olas llegaban por detrás, y aun así, no pude hacer nada para salir de ahí. Mi cuerpo no me respondió. Estaba atrapada.
Grité, desesperada, y mi respiración se cortó. Mi cintura se mojó y el agua subió por mi cuerpo como un depredador apoderándose de su presa.
La oscuridad me cegaba. El agua me tragaba y el miedo me tenía congelada.
Mis hombros.
Empezaba a sentirme en una prisión hecha de agua.
Mi cuello.
Jadeé. El líquido tocó mi barbilla y mi corazón perdió el control. Unas cuantas lágrimas de impotencia y coraje se mezclaron con el agua que llegó a mis labios, y me aseguré de levantar mi rostro para tomar una gran bocanada de aire.
Apreté mis ojos con fuerza y el agua me tapó.
Yo estaba inmóvil y el agua no me... no... yo... yo no podía respirar. La reserva de aire que tenía se estaba agotando con cada segundo que pasaba y mis pensamientos perdían la cordura.
Lo único que quería en aquel momento era que la tortura acabara y dejara de atormentarme.
El aire en mis pulmones desapareció y entré en pánico. Respiré como reflejo, pero... el agua salada se coló en mi sistema. Tosí dentro del mar. Tragué más agua y mis ojos comenzaron a cerrarse... mis oídos palpitaron y...,
«Solo —rogué en mis pensamientos— desaparece».
... el agua desapareció.
Inspiré. Mis rodillas temblaron y el equilibrio abandonó mi cuerpo. Caí rendida al suelo, estremeciéndome y sacando el agua que había tragado.
—Lo logró —dijo el trío de voces—. Si controló las tinieblas, entonces... está lista.
Me tambaleé mientras me levantaba, pero conseguí ponerme de pie. Mi piel y mi cabello goteaban.
Estaba empapada.
—¿Qué... de qué...?
—¡Silencio! —me cortaron las tres voces.
Tosí de nuevo y miré las palmas de mis manos.
—Ya están aquí —anunció la voz áspera.
—Tres... —oraron al unísono— los tres elegidos. ¡La conexión!
Y entonces una cegadora luz escoció mis ojos.
Después de acostumbrarme al ardor en mis párpados, logré identificar el gran halo luminoso frente a mí. Su brillo blanco era inexplicablemente extraño, y, sin embargo, tan... familiar.
De repente apareció un polvo resplandeciente y flotó dentro del anillo de luz, este se removió inquieto y rápidamente formó una figura: un cangrejo, pero cambió a un escorpión en un abrir y cerrar de ojos, y terminó teniendo el aspecto de dos peces antes de que la arena fulgurosa cayera al vacío.
No entendí nada. No sabía qué era lo que sucedía. ¿Era real?
Mi cabeza daba mil vueltas y hervía desesperada en busca de respuestas.
Pero... mi mente se detuvo cuando lo divisé a él...
Cohen.
El intruso me miró y sus ojos se abrieron como si se hubiera sorprendido al igual que yo.
Fruncí mis cejas un momento y Cohen desapareció.
¿Lo había visto, o había sido producto de mi imaginación? Para mí, ya nada tenía sentido.
—¿Qué acaba de pasar? —balbuceé.
—Querida, el mundo está en peligro —empezaron—. La singularidad trajo a la profecía de nuevo, y esta se acerca con rapidez.
—¿Profecía? —murmuré, demasiado confundida—. ¿De nuevo?
—Así es, Athena —respondió la voz grave—. Escucha con atención.
—Pero...
Sangre azul derramará sangre roja.
El hijo perdido regresará.
Tres unirán fuerzas,
y el poder uno desatará.
Me quedé un rato analizando sus palabras, pero seguí sin entender nada.
—¿Qué significa? —pregunté desorientada.
—Los dioses pierden fuerzas y están enojados, Athena —siguieron—. Los continentes están en peligro. Entes desconocidos han surgido del inframundo y Foi lo sabe, pero no lo mencionó en la velada.
—¿Cómo saben todo eso? —cuestioné.
—Somos el oráculo, querida. Sabemos el futuro.
—¿Saben lo que pasará? —indagué, seguramente con los ojos brillando llenos de curiosidad.
—Las posibilidades son infinitas, todo depende de las decisiones que sean tomadas.
—Pero... —balbuceé asustada—. ¿Qué tengo que hacer?
—No podemos decirlo. No afectamos las decisiones de nadie —mencionaron con pena en sus voces—. Aunque sí podemos advertirte sobre algo.
—¿Sobre qué?
—Las profecías pueden refractarse, complicarse o extenderse..., pero siempre se cumplen —comentó tenebrosamente la voz dulce.
—¿Qué? —No me había ayudado mucho su advertencia.
—El tiempo se aca... ba, que-e... rida —anunció la voz amarga con dificultad.
—Recuerda que los dioses siempre te ven —dijeron al unísono.
—Los dioses siempre ven —susurré, repitiendo sus palabras.
—En las estrellas e-está... la respuesta —terminaron diciendo antes de que sus voces se desvanecieran lentamente en la oscuridad.
Y... todo desapareció.
Abrí mis ojos repentinamente y me senté en la cama, asustada. Cuando volteé inquieta a mi alrededor, me di cuenta de que todo había sido un sueño. Suspiré aliviada y me dirigí al balcón para tomar un poco de aire fresco.
Abrí las puertas, y al salir me percaté de que la temprana luz del alba se veía desde la distancia. Con el inminente amanecer, los barcos estaban llegando al puerto primario de Piscis.
Los marinos viven casi toda su vida en el mar, y el tiempo que pasan con su familia es limitado; la constante pesca para abastecer bien al reino los mantiene ocupados. Realmente admiro su coraje.
Al ver aquella escena, las palabras se repitieron en mi cabeza mientras apreciaba cómo los primeros rayos del sol se asomaban en el horizonte.
«Sangre azul derramará sangre roja. El hijo perdido regresará. Tres unirán fuerzas, y el poder uno desatará».
—Fue solamente un sueño —musité—. Uno muy... raro.
Y aquí es donde empieza todo...
¿Qué les pareció?
¿Qué creen que signifique la profecía?
Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo, sí fue así dejen su voto y comentario para ver cómo les está pareciendo la historia.
¡Muchísimas gracias por leer!
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