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Capítulo 5. "Sangre dorada"




—Pensé que íbamos al pueblo —preguntó Cohen al entrar en mi aposento.

—Vamos hacia allá, pero voy a asegurarme de no llamar la atención. —Señalé mi vestido antes de dejar las joyas y mi tiara en el tocador.

—Oh, es verdad. —Se tocó la nuca con su mano.

Desordené un poco mi peinado y tomé dos capas.

—Toma. —Le lancé una de ellas—. Si te están siguiendo no deberías exponerte así en las calles.

—Gracias.

—No es nada. —Encogí los hombros—. Vamos —añadí, poniéndome mi capa para salir de la habitación.

La mayoría de los guardias estaban cuidando el salón real, y los cocineros y doncellas se encontraban ocupados, así que no nos fue difícil salir del palacio.





—¿Entonces el intruso es un «sangre dorada»? —le pregunté a Cohen mientras recorríamos Piscis.

—Lamentablemente, sí —respondió y, después de quedarse callado un momento, agregó—: Y ayer casi me descubren los guardias por tu culpa.

Me reí.

—Perdóneme. —Lo miré con el rabillo del ojo—. No sabía que usted era el «príncipe, primogénito y próximo rey de Escorpio».

—Qué graciosa eres —masculló—. Aunque no fui yo quien lo dijo primero.

—¿Disculpa?

Él me miró.

—Sí, ya sabes... antes de delatarme dijiste que yo hablaba con la «futura reina de Piscis». ¿Te suena familiar?

Él tenía razón, pero no iba a dejar que hiriera mi orgullo.

—Claro que no.





Recorríamos las calles pedregosas del reino. Algunos carruajes iban y venían, pero mis ojos se perdieron en las casas más acaudaladas. Las familias nobles tienen cúpulas de cristal en sus techos y, cuando el sol está en lo más alto, los vidrios plasman pequeños arcoíris en las paredes.

Pero estaba anocheciendo, así que no pude apreciar la hermosa combinación de colores.

—¿Estás segura de que no nos van a reconocer? —preguntó el príncipe al cruzar una avenida.

—No te preocupes —aseguré—. Las capas son la mejor prenda para pasar desapercibido.

—En eso estamos de acuerdo.

Sonreí al escucharlo.

—Además, no estamos cerca del observatorio. Nadie nos reconocerá aquí.

Él asintió y continuamos la caminata.

Solo las noches de luna nueva la familia real sale oficialmente a ver a los ciudadanos. Visitamos el observatorio para ver a nuestra constelación en su máximo esplendor, asegurarnos de que no corre peligro y reforzar nuestra conexión con ella. Es realmente bello y vitalizador.

La noche anterior la luna llena había iluminado el cielo, así que no había razón para preocuparse.

Los observatorios son la fuente de protección para la constelación de nuestro dios protector. Poseidón protege a Piscis y nosotros lo protegemos a él.

La construcción en cada reino es única, pero en todos se puede apreciar cómo se alza un rayo de luz hacia el cielo, el cual es coloreado gracias a la reflexión de su gema característica.

La gema de Piscis es la aguamarina, y la tonalidad de esta le atribuye el color oficial a la nación.

Mi vista regresó al chico que tenía a mi lado y no pude evitar sacar el tema que me había dejado un poco intrigada.

—Ser un «sangre dorada» no es tan malo —comencé—. ¿Por qué siento que no te gusta serlo?

—Muy observador de tu parte —respondió sin expresión en su voz—. Pero... es un tema del que no me gusta hablar.

Fruncí el ceño.

—¿No quieres reinar?

Vi que tensó la mandíbula, pero no respondió. Hubo un silencio incómodo antes de que cambiara el tema.

—Por cierto, ¿a dónde me llevas?

Divisé las calles frente a mí y sonreí.

—A nuestra casa del pueblo. No hay nadie en este momento... bueno, solamente los guardias. Pero no te preocupes, sé cómo manejarlos.

Cohen buscó mis ojos y una fugaz y pícara sonrisa apareció en su rostro.

—¿Nuestra casa? —se rio—. No recordaba que también fuera mía, alteza —Dio media vuelta y se colocó frente a mí—. ¿Pasará la noche conmigo? —Me dio la espalda y siguió caminando.

A ese punto ya me dolían los ojos de tanto ponerlos en blanco por su actitud sinvergüenza.

Benditas olas —susurré mientras me apresuraba para seguirle el paso— Hablaba en nombre de mi familia. Y, no... no pienso quedarme contigo. —Lo alcancé—. ¿Sabes? No pensé que el primogénito de Escorpio fuera tan...

El príncipe me miró con un aire divertido.

—¿Atractivo? —resopló—. Eso todos lo saben.

Sentí cómo la impaciencia surgió en mi interior. Respiré hondo, intentando mantener la calma.

—No... —dije, deteniendo mi paso y asegurándome de verlo a los ojos—. Intruso.

Él soltó un bufido.

—¿Ah, sí? Pues yo tampoco esperaba que la primogénita de Piscis fuera tan —se acercó a mi rostro— atrevida. ¿Siempre vas por ahí poniendo apodos?

Sonreí falsamente y separé mi mirada de la suya.

—No hagas que me arrepienta, Cohen. Si te estoy ayudando es porque...

Sabía exactamente por qué lo estaba ayudando. Mi intuición me lo estaba gritando. Sin embargo, antes de poder decir algo una ráfaga fría me rozó la piel y mandó un agudo escalofrío a todo mi cuerpo.

—¿Athena?

Su voz me hizo reaccionar.

—¿Sí?

—Estabas diciendo que...

—Olvídalo —dije sin más después de haber olvidado el tema de conversación.





Continuamos caminando hasta que decidí tomar un pequeño descanso en un puente. No había nadie. Subí mis ojos al cielo y puse mis manos en la baranda para admirar la vista.

—¿Qué pasa? —preguntó Cohen.

Suspiré.

—Nada... es solo que las estrellas brillan con intensidad y aún no hay luna nueva. ¿No crees que es increíble? Son preciosas.

—Sí. —Miré de reojo que puso sus manos en el barandal—. Lo son.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Me giré para verlo.

—Depende de cuál sea.

—Bueno... —volví a fijar mis ojos en las estrellas— quería saber cómo es que llegaste aquí. ¿Por qué te escapaste de Escorpio?

Silencio.

—No te sientas presionado —interrumpí—. Si no quieres con...

—¿Nunca has deseado tener una vida tranquila? —dijo finalmente— No lo sé, ¿sin tantas responsabilidades o preocupaciones?

Encogí mis hombros y apoyé mis codos en la baranda.

—Creo que alguna vez lo pensé —respondí—. Pero esta es la vida que me tocó, y la verdad me siento bastante afortunada de tener una familia como la que tengo. Estoy en buenas manos. Mis padres me han ayudado y me han estado preparado para asegurar el futuro del reino.

—Ya... —continuó—, pues yo no pienso igual que tú respecto a mi vida. Y como podrás ver —se volteó y me miró— hice lo posible por salir de ahí. Aunque realmente lo único que me detiene y me recuerda quién soy es la maldita sangre dorada.

Claro. Sangre dorada: el atributo para la familia real de cada reino. No me había puesto a pensar que es lo único que nos identifica como realeza, y que además, nos da fuerza para gobernar con mayor seguridad.



Después de caminar por más calles de la zona principal del Estado, miré la construcción a lo lejos. Podía hacerse pasar por una casa de la nobleza, con su cúpula de cristal en el techo, columnas y ventanales, además de estar rodeada por una muralla cubierta de enredaderas. Lo único que la diferenciaba de alguna otra era el portón dorado en la entrada, decorado con dos peces encontrados: el emblema de Piscis.

—Ya llegamos —susurré—. Es aquí.

—Recuerda que puedo trepar muros —comentó el intruso.

Le regalé una mueca de disgusto.

—No treparemos el muro.

—¿Y entonces? ¿Qué se te ocurre?

—No tengo idea, pero... no te muevas hasta que te dé una señal. Creo que sé cómo entrar —fue lo último que dije antes de alejarme de él y caminar directamente hacia la puerta dorada.

—¡Athena! —susurró— ¿Qué señal?






Opté por llamar la atención antes de llegar a la entrada.

—¡Guardias! —dije, actuando con un tono sorpresivo en mi voz—. No pensé que estarían aquí.

«Dioses, espero que esto funcione», rogué, moviendo mis manos detrás de mí.

—Princesa Athena, ¿qué está haciendo aquí? —preguntó un guardia—. Usted debería de estar en su celebración.

—Oh, creo que no les avisaron, ¿verdad?

No sabía qué estaba haciendo, pero empecé a ver que se acercaron los otros cinco guardias que cuidaban la casa; lo que sea que fuera, estaba funcionando.

—¡Ay, mi tobillo! —grité, sosteniéndome el pie para darle una mayor credibilidad a mi actuación.

—¿Está bien, su alteza? —El guardia se acercó a mí.

Cuando observé al chico rubio dirigiéndose hacia la casa, continué con mi acto.

—Creo que... me lastimé treee-paaan-dooo —enfaticé lentamente y en voz alta para que Cohen escuchara.

Sabía que había dicho que no, pero fue lo único que se me ocurrió.

—¿Trepando? —repitió el guardia, pero no le hice caso—. Permítame ayudarle.

Cuando observé a Cohen escalando el muro, solté mi pie.

—Muchas gracias —dije, acomodando mi atuendo—, pero ya se me quitó el dolor.

El guardia pareció extrañarse, aunque no dijo nada más.

—Eso es un alivio, alteza —mencionó otro guardia. Me giré para verlo y sus ojos resaltaron a pesar del casco plateado que portaba.

—Gracias por preocuparte —sonreí—. ¿Cuál es tu nombre?

—Ulises, princesa.

—Muchas gracias, Ulises. Voy a entrar. No hagas preguntas. En un momento salgo.

Él asintió y me abrió el portón.

Después de atravesar el jardín delantero y la puerta principal de la casa, me dirigí al patio trasero y encontré a Cohen tendido bocarriba.

—¡Por los dioses! —susurré asustada— ¿Estás bien?

—Sí —se quejó, aún en el césped—, aunque dijiste que no íbamos a trepar. —Se levantó—. Ya van dos veces que termino en el suelo.

Solté una risilla nerviosa.

—Lo siento, fue un pequeño cambio de planes —sonreí, esperando que aceptara mis disculpas.

Trepando —masculló por lo bajo, logrando que me arrepintiera de haber intentado conseguir su perdón.

—No puedo quedarme más tiempo, Cohen, me tengo que ir. Mis padres deben de estar preocupados. Tú quédate aquí hasta que regrese por ti... Intentaré venir mañana. —El chico asintió—. Dentro hay de todo para tu estadía. Los guardias no entran sin órdenes reales, así que no te preocupes por ellos. Aquí nadie te encontrará.

—Gracias —dijo, apenas audible.

—Es lo menos que puedo hacer por el próximo rey de Escorpio —me burlé antes de darle un último gesto de despedida.

Me volteé para irme, pero Cohen me detuvo del brazo y me giró de nuevo hacia él.

—De verdad, Athena... gracias —sonrió: una sonrisa honesta.

Su agradecimiento genuino me hizo corresponderle.

—Descansa, Cohen.

Le dije adiós al príncipe fugitivo y salí de la casa. Y aunque los guardias me interrogaron y los manejé bien, al final acepté que me escoltaran a mi hogar para que no insistieran más.

Cuando llegué al castillo, la luna ya estaba en lo más alto. Todos debían de estar dormidos.

Agradecí a los guardias y de alguna forma logré meterme a mi habitación. Como ninguna de mis damas estaba, me arreglé para acostarme y cedí ante mis sueños.





Una ráfaga helada me acarició la piel.

Traté de abrir mis párpados, moverme o hablar, pero... no lo logré.

Mi desesperación comenzó a hacerse tangible. No sabía lo que estaba pasando, y mucho menos tenía idea de que, a partir de esa noche, todo cambiaría en mi vida para siempre.





¿Qué les pareció?

Me encantó escribir este capítulo.

¿Qué piensan? ¿Qué creen que le haya pasado a Athena?

Espero que hayan disfrutado el capítulo, si fue así, no olviden votar y comentar, y si no, también...

¡Muchísimas gracias por leer!

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