Capítulo 4. Dieciocho bailes
Te recomiendo leer este capítulo escuchando la música que puse. Vale muchísimo la pena.
La luz del sol se colaba por el ventanal, mientras sentía el latido de mi corazón acelerarse cada vez más.
—¡Listo, alteza! —mencionó Cissé emocionada después de arreglar los últimos detalles de mi vestido.
Vi mi reflejo en el espejo frente a mí y di una vuelta, admirando el bello trabajo que habían hecho todas las modistas.
—¡Es... —sonreí— hermoso! —Di otra vuelta—. ¡Muchas gracias!
Las modistas sonrieron y me agradecieron antes de irse.
Regresé mi mirada al espejo y aprecié con más atención el vestido hecho de prorismos azul celeste con detalles dorados y perlas. Era perfecto: elegante, delicado y romántico. Tenía un escote modesto que dejaba ver con lujo de detalle mi clavícula y mis hombros. Además, le habían elaborado mangas largas y holgadas que terminaban ajustándose en mis muñecas. Me apretaba hasta la mitad de mis costillas y luego la tela caía libremente en capas y con volumen hacia el suelo.
Una gargantilla dorada acompañaba el atuendo, manteniendo la armonía con los adornos del vestido.
En cuanto a mi cabello, mis damas lo arreglaron en un simple recogido que hacía resaltar mi tiara de oro con un loto de diecisiete pétalos, representando mis diecisiete años recién cumplidos.
—¡Hija! —dijo mi madre al entrar en la habitación. Se detuvo un momento y ahogó un grito—. ¡Te ves... preciosa! —Su voz se cortó cuando se asomaron lágrimas en sus ojos olivos.
—Gracias, mamá —respondí, bajando de la plataforma en la que estaba—. ¿Cómo les fue en Olim?
—Muy bien, hija. —Mi madre me dio un abrazo, se separó y me tomó de las manos—. Todo está de maravilla.
—Oh, sí, claro —la voz de Lucas se escuchó desde el marco de la puerta—. Puedo decir que te ves presentable, pero aún así, te ves fe...
—¡Lucas Bekensi! —lo interrumpió mi madre— ¡Se ve bien! Deja a tu hermana.
No pude evitar reírme de la situación, aunque los nervios también eran culpables.
—Majestad —la voz de un guardia irrumpió en el cuarto—. Todo está listo. El rey ya los espera en el salón real.
—¡Gracias! —respondió mi madre antes de dirigirse hacia nosotros—. Vamos. No queremos llegar tarde.
Respiré profundamente y traté de relajarme antes de atravesar la puerta.
Salimos los tres juntos rumbo al salón real y, conforme nos acercábamos a la gran puerta decorada, divisé a mi padre —el rey Joseph y actual rey de Piscis— esperándonos fuera.
Papá se acercó a nosotros y me observó, orgulloso.
—Hija, te ves deslumbrante. —Sus oscuros ojos brillaron.
—Muchas gracias, papá.
Él me abrazó, se alejó cuidadosamente y me tomó de los hombros.
—Feliz decimoséptimo cumpleaños, Athena —sonrió—. Los invitados están por llegar, vayamos a darles la bienvenida.
Nervios iban recorriendo mi cuerpo mientras veía a los pretendientes llegar uno por uno. Todos eran chicos apuestos, y al observarlos interactuar con la gente me percaté de que también parecían amables.
Me sentía un poco culpable por pensar en el hecho de que ninguno de ellos estaba a mi nivel. Eran de familias ricas, sin embargo; eso no los hacía de la realeza. Tenían una buena educación, pero no tenían idea del conocimiento especializado con el que yo contaba.
No me quería sentir superior a nadie por ser la primogénita del reino, y menos si tenía que escoger a uno de esos chicos para que fuera mi esposo, pero... no podía evitarlo. Jamás entenderían la carga que tenía la corona sobre mí, y creía imposible que un amor genuino —que esperaba algún día sentir— pudiera surgir por un compromiso así.
A veces me preguntaba si los herederos de otros reinos pensaban igual que yo respecto a eso.
No conocía a ningún otro primogénito. No permitían que nos viéramos, pero tenía la esperanza de que algún día conocería a los otros herederos de Aquea.
La fiesta dio inicio antes del atardecer y, como la tradición dice que se baila con el mismo número de personas que el de los años cumplidos, tenía que bailar con los diecisiete pretendientes que habían asistido.
Comencé a bailar con Christian: el hijo mayor de la familia Sanon y un chico bastante apuesto. Mientras bailamos me dijo que tenía dieciocho años y que había rechazado a muuuchas chicas para poder asistir a mi celebración. Intenté no mostrar una mueca de disgusto al descubrir su personalidad vacía y superficial. Ni siquiera le importó conocerme un poco. Se podía notar a leguas que solamente le interesaba el puesto de rey.
Luego siguió Frederic: hijo menor de la familia Gravin. Era un chico alto y moreno, pero demasiado frío y misterioso. Después de decirme que tenía diecinueve años, no habló el resto del baile. Además, ni siquiera sabía bailar bien; pisó varias veces mis pies y tuve que fingir que no me había dolido para evitar sacarlo de la pista.
Después de bailar con otros ocho chicos que me fueron indiferentes, divisé a lo lejos una cara familiar.
Verlo entre la multitud de jóvenes desconocidos me dio una extraña sensación de tranquilidad. Pero segundos después me planteé lo obvio. ¿Qué hacía él ahí? ¿Cómo había llegado al salón?
Su mirada atravesó la mía y, sin pensarlo dos veces, caminó en mi dirección.
Era la primera vez que lo veía bien —sin ninguna capa que cubriera su cuerpo—. Vestía un traje azul oscuro con bordados dorados que hacían juego con su cabello.
Cohen se detuvo frente a mí e hizo una reverencia con la cabeza.
—Hola —sonrió gentilmente.
Repasé a los invitados con la mirada, esperando que no se percataran del intruso que había entre ellos.
—¿No me vas a saludar? —añadió al no recibir una respuesta de mi parte.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Él soltó un bufido divertido.
—No me iba a perder tu fiesta, Athena. —Guiñó un ojo.
«Sinvergüenza».
—Pero...
—Shhh —me interrumpió—. No digas nada y solo... —se acercó a mi oído— baila conmigo.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras permitía que Cohen tomara mi muñeca y me jalara hacia la pista.
Se escucharon murmullos y no los culpé. Él no era ningún pretendiente.
Antes de poder rechazar su petición, la pieza comenzó. Otras parejas se reunieron alrededor y no tuve otra opción. Me dejé llevar por la música.
—No deberías estar aquí —dije al tomar su mano, dejando que él rodeara mi cintura para acercarme a su cuerpo—, y tampoco debería estar bailando contigo. —Lo miré con frialdad.
—Pero ya hemos empezado —dijo con descaro—. Y usted sabe que tenemos que terminar esta pieza, su alteza.
«Ay, por todos los dioses —pensé—. ¿Cómo se atreve?».
Y aunque pude haberlo dejado de lado, no lo hice. Cohen tenía razón. Interrumpir el baile a mitad de una pieza es grosero y mal visto; independientemente de con quién lo hagas.
—Parece que se te está agotando el tiempo.
Su voz me sacó de mis pensamientos.
—¿A qué te refieres? —pregunté, cuidando de no estropear el baile, a pesar de que el chico guiaba bastante bien como pareja.
—Cumples diecisiete, ¿verdad? —Señaló a los pretendientes con la mirada y yo asentí—. Entonces tendrás que escoger a uno de esos chicos para sellar un compromiso.
Puse los ojos en blanco.
—Ni me lo recuerdes.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué reaccionas así? ¿No quieres comprometerte?
—En algún momento sí —suspiré.
—¿Peeero...?
Me pregunté por qué quería profundizar el tema. Realmente no tenía nada que perder, así que respondí:
—Siento que es... —me distraje buscando las palabras adecuadas— demasiado...
—¿Demasiado qué?
Arrugué mi frente y levanté mi cabeza para confrontarlo.
—¿Por qué estás tan interesado en mi respuesta?
—Mera... —cortó el contacto visual y repasó con ojos inquietos todo el lugar— curiosidad.
—¿En serio? —Traté de buscar hacia dónde se dirigía su mirada, pero no encontré nada.
Regresé mis ojos a los suyos y estos brillaron preocupados.
—¿Estás bien? —me atreví a cuestionar.
—Necesito decirte algo —murmuró ansioso—. ¿Tendrías tiempo para...?
La pieza terminó y un incómodo silencio se creó al sentir las miradas de todos sobre nosotros. No quedaba nadie en la pista.
Cohen se separó de mí y mostró de nuevo una sonrisa.
—Fue un placer, alteza. —Besó mi mano y desapareció entre los invitados, dejándome con el rostro ruborizado por su contacto.
Sin embargo, reaccioné al pensar que todavía me faltaba bailar con otros siete chicos.
Al acabar los bailes me escapé de la pista para buscar a Cohen. Sus últimas palabras me dejaron con muchas preguntas.
Salí del salón y caminé por el pasillo columnado mientras lo buscaba con la mirada. Doblé hacia la derecha y me detuve cuando lo vi; tenía los ojos puestos en el paisaje y sus codos recargados sobre el barandal. Mis pasos no tardaron en hacer que se percatara de mi llegada.
—Tengo que hablar contigo —dijo, caminando en mi dirección—. Eres la única persona que conozco aquí.
—Te escucho —lo alenté. Tenía que saber de qué trataba todo ese misterio.
Noté su nerviosismo. Tuvo que respirar un par de veces antes de abrir los labios.
—Es verdad lo que dijiste. Yo no debería estar aquí —farfulló tan rápido que apenas pude entenderle.
-—Y entonces... —Levanté mis cejas— ¿En dónde deberías estar?
Cohen tragó grueso.
—Escorpio.
Sus palabras me desconcertaron.
—¿Eres de Escorpio? —pregunté, pero en cuanto lo hice recordé lo que me había dicho la noche anterior. Él acababa de llegar a Piscis—. Oh, cierto, estás de visita.
—No. —Noté que su frente comenzó a sudar—. De hecho, yo... eh...
Se quedó callado.
—¿Tú...? —insistí.
Él tomó una gran bocanada de aire.
—Yo... soy el príncipe Cohen, primogénito y próximo rey de Escorpio.
Sus palabras me tomaron por sorpresa, pero no pude contener la carcajada que me provocaron las mismas.
—Claro —reí de nuevo—. Y yo nací ayer.
Estaba segura de que mi rostro mostraba las palabras «tienes que estar bromeando» en ese momento. Era imposible creerme semejante mentira, pero fruncí el entrecejo en cuanto vi que él no se inmutó.
—Sé que no es cierto, Cohen. —No hubo respuesta—. Va a ser imposible que te crea —añadí, esperando que confesara que era una broma de mal gusto.
Cohen meneó su cabeza gélidamente.
—Si yo no fuera el príncipe, entonces... —Se volteó y tocó la enredadera que rodeaba el barandal.
—¿Qué estás haciendo?
Cohen se giró hacia mí y me mostró su dedo.
—... ¿Cómo explicarías esto?
Me congelé cuando observé el color de su sangre.
Y todo tuvo sentido: su despreocupación en el palacio, su actitud tan desvergonzada, la calidad de la tela de su capa, el traje que portaba...
Abrí los ojos más de lo normal, sintiendo que se saldrían de sus órbitas.
—¡¿De verdad eres...?!
Cohen puso su mano en mi boca y me calló.
—Necesito tu ayuda —masculló—. Me escapé de Escorpio y... es una larga historia, pero sé que me están buscando. Me han estado siguiendo.
Quitó su mano de mis labios, y sin embargo; yo no supe qué decir. Estaba perpleja y muy sorprendida.
—¿Me ayudarías a mantenerme oculto? —agregó.
Lo pensé, aunque podría jurar que no necesitaba hacerlo, porque sabía que terminaría ayudándolo. Y de inmediato supe cómo lo haría.
Suspiré y lo miré nuevamente.
—Está bien. Te ayudaré. —Me mordí el labio, imaginándome las consecuencias—. Solo prométeme que no harás un desastre en el pueblo.
—Tú no te preocupes. Nadie sabrá que estoy aquí.
Ante sus últimas palabras, tomé su brazo y lo llevé conmigo a mi habitación.
*Suspiro*
¿Qué puedo decir?
La verdad me encantó escribir este capítulo. La situación, el ambiente y todo me dejó inmersa en el mundo.
¿Qué les pareció?
Ahora sí, les presento a Cohen: el primogénito de Escorpio; el chico rebelde.
Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo y que lo hayan disfrutado, si fue así, no olviden dejar su voto y comentario.
¡Muchísimas gracias por leer!
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