Capítulo 3. Una extraña compañía
Él me miró extrañado, pero esperé una respuesta de parte del chico con la osadía suficiente para caerse en mi jardín.
Lo observé mejor mientras lo hacía. Una capa oscura —que parecía de una tela costosa— cubría todo su cuerpo y lograba que sobresaliera entre las hojas verdes.
—Te hice una pregunta. —Congelé mi expresión.
—¡¿Todo bien?!
Logré escuchar a Kira —mi dama de compañía— a lo lejos y me volteé para contestarle.
—¡¿Alteza?! —insistió.
—¡Sí, todo está bien! ¡Gracias!
Me volví, pero... el chico había desaparecido.
«¡Entró al castillo!», fue lo primero que pensé.
Rápidamente, informé a los guardias sobre el joven que había entrado al palacio. Sin embargo, no encontraron nada durante el resto del día.
La noche cayó y el cielo quedó decorado con la hermosa luz de la luna llena. Las estrellas resplandecían sobre el manto oscuro, pero el astro opacaba con su bello fulgor.
La celebración de mi cumpleaños se haría en la tarde del siguiente día, y más que emocionada, me sentía muy nerviosa. Para un primogénito, el decimoséptimo cumpleaños significa el inicio de la etapa final de la Preparación, y con esta, la búsqueda de un esposo. Por lo que mis padres habían invitado a los pretendientes —chicos de familias nobles, acaudaladas y confiables de Piscis— para que conviviera con ellos y encontrara a un joven que llamara mi atención.
La tradición pide que el heredero de cada reino tenga arreglado un compromiso a los dieciocho. Así que tiempo era lo que menos tenía. No me interesaba comprometerme hasta mucho después de mi decimoctavo cumpleaños. Quería concentrarme en mis estudios para no defraudar a la corona.
Pero así es como lo quisieron los dioses y no los cuestionaría. Si así lo querían, así lo haría.
Mis ojos se enfocaron en la luna, que me decía con su fase que mis padres ya estaban en la velada: la reunión que tienen los gobernantes de los doce reinos.
Me gusta que, a pesar de estar separados por continentes y reinos, al final todos estamos unidos gracias a Olim.
Mis pies desnudos acariciaron el recién regado césped mientras continuaba el paseo que había sido interrumpido por ese chico. Ese joven que abarcó mi mente después de lo que pasó.
«¿Quién era él?».
Sacudí la cabeza ante mis pensamientos y luego desvié mi vista hacia el suelo. Mi vestido blanco se había manchado debido a la humedad del pasto.
Cerré los ojos, inspiré la refrescante brisa nocturna y mi cuerpo se estremeció de solo pensar en lo que me deparaba al día siguiente.
Estaba tan inmersa en mi nerviosismo, que no me percaté de la silueta que había aparecido junto al estanque que rodea al jardín, donde se encuentran las flores de loto.
«¿Quién será? —me dije— ¿Quizás... un guardia?».
No. Los guardias no cuidaban esa parte del jardín.
Me ganó la curiosidad, por lo que terminé acercándome sigilosamente a aquella figura y me detuve a tan solo unos pasos para interrogarla.
—Los lotos son hermosos, ¿verdad? —dije de repente.
La persona bajo la capa dio un respingo ante mis palabras, pero no se giró.
—Sí —respondió, su voz profunda—. Hipnotizantes.
Me coloqué a su lado y mi corazón se aceleró. No estaba acostumbrada a hablar con extraños, y sin embargo, ahí estaba yo, junto a un completo desconocido.
Sentí cuando su mirada cayó sobre mí y no dudé en corresponderle.
Era él. El chico del muro. Rápidamente rompí el contacto visual.
Lo correcto era informar a los guardias que había encontrado al intruso, pero por alguna razón no lo hice. La necesidad de hablar con él me lo impidió.
«¿Qué es lo que quieres?».
—Son las flores nacionales de Piscis —mencioné, señalando con la cabeza un loto rosa.
—Eso no lo sabía —murmuró.
—¿Cómo lograste entrar al castillo? —le pregunté, aún con la mirada perdida en el agua cristalina—. No tenemos intrusos muy a menudo.
—Pues... resulta que soy muy bueno trepando muros.
Me reí.
—¿Pero no muy bueno siendo honesto? —dije antes de agacharme para acariciar una flor. Él me imitó.
—¿Por qué lo dices? —respondió, un poco decepcionado.
Giré mi cabeza y me encontré con su rostro. Cabello rubio caía desordenado alrededor de sus facciones y, por primera vez, aprecié el color verde en sus ojos.
Una sonrisa se formó en mis labios.
—No creo que seas muy bueno. Yo escuché que alguien se cayó en el jardín, ¿no es así?
Él soltó una risa nerviosa.
—Bueno, eso... fue un gaje del oficio. No esperaba que las enredaderas me perjudicaran.
Lo dudé un momento.
—Solamente aceptaré tu respuesta si contestas lo siguiente.
—De acuerdo.
Me levanté y él hizo lo mismo. Suspiré, dejando de lado nuestra cálida conversación, y lo encaré.
—¿Quién eres y qué es lo que buscas aquí?
El chico lanzó un bufido descarado.
—¿Te intrigo tanto?
Puse los ojos en blanco mentalmente.
«Grande eres, Poseidón —tuve que recordarme—, no me hagas perder la compostura».
—Y es lo que quiero que me respondas.
—Bien... —inspiró, como si estuviera harto de dar explicaciones—. Cuando recién llegué a Piscis vi el palacio al recorrer las calles del reino. Yo solo iba a echar un vistazo y... lo demás ya lo sabes.
—Pudiste haber accedido por la entrada principal —le dije, pensando en una alternativa.
—No me iban a dejar entrar.
—¿Cómo lo sabes? —Encogí mis hombros—. Quizá sí que te dejaban, pero bueno... ¿Entonces a qué se debe tu visita, eh...?
—Cohen —completó mi pregunta—. Un placer. —Hizo una reverencia con la cabeza.
—El placer es mío, Cohen. —Le regresé el gesto.
El chico me miró antes de esbozar una sonrisa más amable.
—Vengo por turismo —respondió, seguido por otro silencio—. Y... ¿tú eres?
Me quedé sin palabras por un momento.
—Athena —dije, con un tono apenas audible.
No pensaba decirle que era la princesa.
—¿Vives aquí? —preguntó, y su curiosidad volvió a despertar mi nerviosismo.
Tragué fuerte.
—Sí.
—De casualidad, ¿no serás...?
—Soy dama de compañía de la princesa —lo interrumpí rápidamente con una risita nerviosa. No iba a dejar que terminara su pregunta —cualquiera que hubiera sido esta—.
Cohen volteó a ver la luna.
—Oh... y ¿qué haces aquí afuera? ¿No deberías estar con ella? Ya casi es medianoche.
—Solo estoy dando un paseo. —Empecé a caminar y él me siguió—. La princesa ya está dormida y a mí me gusta dar paseos a esta hora.
Él asintió.
—Creo que lo más conveniente será que me retire.
Me sorprendí un poco. No esperaba que se fuera tan pronto.
—¿Quieres que te acompañe a la...?
—¡¿Alteza?!
El grito me sobresaltó.
Me adelanté para buscar de dónde provenía aquel aullido y me escondí detrás de un arbusto cuando reconocí a Elena —mi otra dama—.
—¿A quién buscarán? —El chico estaba bastante interesado.
—No lo sé. —Tomé del brazo al intruso para que se escondiera conmigo.
—¡Hey! —protestó—. ¿Por qué te escondes?
—¡Princesa!
«No digas mi nombre, Elena —rogué en mis pensamientos—. Por favor».
Cohen me miró confundido.
—¿La princesa no estaba dormida?
No supe qué responderle.
—¡Princesa Athena!
Mi respiración se detuvo y solo pude bajar la cabeza. Nadie dijo nada, pero cuando me encontré con la mirada del chico, la expresión en su rostro había cambiado por completo.
—Así que eres la princesa, ¿eh? —dijo en una mueca orgullosa que gritaba «te atrapé»—. Y parece que no tienes nada de experiencia escondiendo tu identidad.
Resoplé, totalmente indignada, y le regalé la mejor sonrisa falsa que pude hacer. ¿Se creía muy listo?
—Sí, soy la princesa —respondí firme—, y también la futura reina de Piscis. Así que ten mucho cuidado si piensas hablarme tan arrogantemente. —Imité su gesto victorioso—. Fue un placer, Cohen. —Le di la espalda—. ¡Guardias, el intruso está en el jardín!
Realmente no había sido tan mala compañía. Esperaba que hubiera podido escapar.
«Genial, Athena. Gracias por delatarme. Fue un placer para mí también».
La chica sin nombre era la futura reina de Piscis, y a pesar de eso no me había tocado verla durante mis viajes al reino. Tal vez porque no habían sido para conocerla.
Corrí lo más rápido que pude lejos de la chica y, gracias a mi habilidad, logré trepar el muro con éxito antes de que los guardias llegaran al jardín.
La capa me permitió pasar desapercibido por las calles del reino, además de la poca iluminación de las avenidas.
Al dar vuelta en una calle me encontré con una encrucijada. No tenía muy claro hacia dónde dirigirme, por lo que tomé el camino más cercano.
Y de inmediato me arrepentí. Unos pares de pasos se escucharon a mis espaldas. Estos se hicieron cada vez más ruidosos y enviaron un escalofrío que erizó mi cuello.
Antes de que las pisadas pudieran alcanzarme, me detuve en un callejón para observar a las personas que se acercaban. Puede ser que fuera paranoico, pero algo dentro me decía que me estaban persiguiendo.
Vi que tres hombres pasaron. Con ayuda de la luz de la luna distinguí un resplandor azul en el uniforme que llevaban puesto. Era el emblema de mi reino. El broche de mi familia.
«¡Mierda! Tengo que salir de aquí».
Atravesé el callejón y me escabullí como pude. Con mi buena suerte encontré una posada, pagué con cinco monedas de plata la noche en una habitación y agradecí a los dioses porque no había sido atrapado.
Para mí estaba más que claro: mis padres se percataron de la ausencia de su hijo y mandaron un escuadrón en su búsqueda. Si no hacía algo rápido, tendría que decirle adiós a mi libertad.
Abrí la puerta de mi habitación, pero me detuve cuando escuché una conversación entre un hombre y una mujer que me pareció bastante interesante.
Me acerqué a ellos antes de preguntar:
—¿La fiesta de la princesa es mañana?
—Sí, caballero —respondió la mujer—. Será una fiesta grande y...
Ella siguió hablando sobre la fiesta, mientras que mi sonrisa interna se ensanchaba conforme avanzaba con los detalles.
—Entonces... —dije cuando finalizó la mujer—. ¿Sabe dónde puedo conseguir un traje?
¿Qué tal?
¿Qué opinan del intruso trepa muros?
Espero que les haya gustado el capítulo y que lo hayan disfrutado, si fue así, no olviden dejar su voto y comentario.
¡Muchísimas gracias por leer!
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