Capítulo 23. Revelación
Los tres toques en la puerta me despertaron. Salí de la cama y me dispuse a abrir para ver quién era, aunque en el fondo ya lo sabía.
Giré la perilla y el rostro que me recibió definitivamente no fue el que esperaba.
—Buenos días, Alteza —saludó Kostas—. Usted tiene algo que me pertenece.
Me quedé inmersa en su cicatriz un momento.
—¿Qué? —actué confundida—. Perdón, no sé de qué me está hablando.
—Claro que lo sabe, princesa. Es un libro. —Me asusté por un momento—. «Conexión entre sueños».
Sentí cómo el corazón me subió a la garganta. ¿Cómo sabía, entre los tantos libros que tenía, que ese era el que le faltaba?
—De verdad, capitán —suspiré—, no lo sé. ¿Lo está buscando?
Esperaba que mi pregunta desviara el tema, o que alguien llegara a interrumpir aquel encuentro. Gracias a los cuatro mares, escuché que alguien se aproximaba.
—Sé que lo...
—¿Todo bien por aquí? —Ulises interrumpió a Kostas y sentí que una tormenta se calmó en mi interior.
El capitán se giró con el guardia, así que no desperdicié la oportunidad y cerré la puerta.
Respiré aliviada. Por poco me descubría, y solo los dioses saben el regaño que me hubiera dado Kostas por haberle robado un libro. Se lo iba a devolver, pero todavía quería leer un poco más de su contenido.
Me preparé antes de salir de la habitación. Busqué entre mi equipaje, elegí un vestido sencillo que tenía bordados en hilo de perlas y lo acompañé con dos brazaletes que le hacían juego. Después me miré en el espejo, pero me veía distinta, y mi atuendo solamente me hizo extrañar la arena de Piscis; así que guardé el libro que buscaba el capitán debajo de la cama, tomé el Arco y abandoné mi camarote.
Antes de llegar al comedor me encontré con Ulises.
—Hola, soldado —sonreí, pero él no me devolvió el gesto.
—¿Qué pasó hace rato?
—Nada —mentí—, ¿por qué la pregunta?
—Athena —se acercó a mí, serio—, le cerraste la puerta en las narices a Kostas, y a mí. —Sus ojos destellaron. Estrellas azules bailando en su mirada.
Pero él tenía razón. Había sido grosera con el capitán.
—No es para tanto —dije, buscando una excusa—. Me sorprendiste... eso fue todo.
—No lo sé —vaciló—, ¿debería creerte?
Abrí la boca, indignada.
—¿Considerabas no hacerlo?
Ulises soltó una carcajada que me alivió. La noche anterior había sido dura para todos, pero más para él.
—Claro que no, Athena —contestó con voz calmada—. No creo que haya una razón para que estés mintiendo.
Sentí un vacío en el estómago tras sus palabras, pero tuve que ignorarlo y poner una sonrisa en mi rostro.
Al llegar al comedor, no fue difícil encontrar a Cohen. Estaba sentado solo entre las tantas mesas llenas de tripulantes y guardias.
—Hoy sí se lucieron —mencioné cuando llegué a la mesa del príncipe y miré su plato repleto de fruta. Llevábamos todo el viaje comiendo pan y pescado, así que algo diferente era un milagro divino.
Pero él no respondió nada, solo asintió mientras masticaba y no pude ignorar el hambre que me dio al verlo. Ulises y yo fuimos a servirnos nuestro plato y regresamos a sentarnos frente al chico rubio.
—Bueno —dijo Ulises mientras tomaba asiento—, ya casi llegan a su destino, Altezas.
Miré los higos en mi plato antes de voltear con el guardia.
—Casi llegamos —lo corregí—. Tú también vienes con nosotros.
—Oh, eh... ¿Qué?
—Ajá, soldado —sonreí y miré al príncipe—. ¿Verdad, Cohen?
Me perdí un momento cuando él me miró. Era como si mis ojos suplicaran ver los suyos.
—Uy, sí —soltó, mostrando una sonrisa que pareció más una mueca de disgusto—. Claro que sí.
Sus palabras esfumaron mis pensamientos anteriores.
—Qué simpático —Ulises le regresó el juego—. A mí también me agradas, principito.
Cohen escupió su comida.
—¿Cómo me dijiste?
Yo solo puse los ojos en blanco, aguantándome la risa.
—¡Ulises!
Desde mi silla logré ver a Varik en la entrada del comedor.
—Ahora vuelvo —dijo el guardia antes de ir con el coronel.
Me volví con Cohen, que seguía desayunando, aunque noté algo particular en su comida.
—¿Por qué tanto tomate? —le pregunté. La mitad de su plato eran tomates.
—Me encantan los tomates —dijo, todavía masticando—. Es lo mejor que pudieron haber creado los dioses.
Me reí.
—¿De verdad? —respondí—. Yo creo que las aceitunas son mejores. —Le mostré una de las muchas que me había servido.
—No... los tomates ganan —aclaró—, por mucho.
Me quedé observándolo, esperando que sus ojos coincidieran con los míos, y cuando por fin lo hicieron, puso esa sonrisa descarada en sus labios.
—Me gusta que me mires.
Casi me ahogo con mi aceituna, y todos alrededor voltearon hacia nosotros.
—¿Estás bien? —La preocupación en el rostro del príncipe era evidente.
—Sí —tosí.
—¿Ves?
—¿Qué?
Cohen se acercó.
—Con los tomates no te ahogas —sonrió.
No pude evitar soltar una carcajada y él no tardó en unirse a mí.
Ya en la tarde, después de haberle pedido disculpas a Kostas por lo grosera que había sido en la mañana y de una larga charla acerca de qué hacer, terminé uniéndome a la sesión de entrenamiento de los escuadrones.
Agradecí a Poseidón por darle a Piscis un arco, porque mi lado torpe salía cada vez que sostenía una espada de entrenamiento. No lo hacía tan mal, pero sabía que no era lo mío.
Tomé un arco y un carcaj de flechas y comencé a practicar frente a las dianas. Sin embargo, el sonido de las espadas rasgando el aire llamó mi atención. El chico rubio también estaba ahí, entrenando con un guardia de su escuadrón.
—Concéntrate.
La voz de Ulises resonó detrás de mí.
—Estoy concentrada. —Me giré hacia él.
—Mirando al rubio, tal vez —se rio.
Sentí el calor en mi rostro.
—Tu enemigo está frente a ti —siguió el chico—. Si te distraes un momento, no dudará en atacarte.
Él tenía razón. Regresé mi mirada hacia la diana y clavé una flecha en el objetivo.
—No creo que me ataque ahora —le dije orgullosa.
El chico no escondió la sorpresa en su rostro.
—Mejoraste bastante —añadió—, y en muy poco tiempo.
No pude evitar sonreír después de sus palabras. Siempre llevé escoltas conmigo, y tampoco era ignorante sobre lo básico en combate, pero tener un poco de experiencia manejando un arma para protegerme a mí misma hizo sentirme más segura.
—Gracias. Creo que alguien me enseñó bien.
—¿Alguien? —Ulises se tocó el pecho—. ¿Cómo te...?
Los aplausos y silbidos de los guardias interrumpieron al chico e hicieron que ambos buscáramos por qué estaban celebrando. Habían empezado a pelear cuerpo a cuerpo.
—¿No son...? —Ulises no terminó la pregunta.
—Sí —respondí.
El combate de Cohen había escalado a golpes. El guardia lanzó un puñetazo que el príncipe esquivó con agilidad antes de agazaparse y meterle el pie a su contrincante. El soldado cayó al suelo y Cohen amenazó su cuello con el pie, cuidando de no lastimarlo. El coronel de su escuadrón asintió y nombró ganador al chico rubio.
Ni Ulises ni yo despegamos la mirada de Cohen. Él llegó con nosotros y mostró una sonrisa victoriosa.
—Bastante impresionante —aceptó el guardia a mi lado.
—¿Ah, sí? —El príncipe volteó conmigo—. ¿Tú qué dices? —preguntó con un gesto descarado.
—Nada mal —dije, siguiendo su juego—, pero se puede notar que los métodos de entrenamiento de Escorpio son muy diferentes a los de Piscis.
—Somos protegidos de Ares —contestó—. A veces nos gusta una buena pelea.
—Claro que les gusta —masculló Ulises, apretando la mandíbula.
—Bueno —aclaré mi garganta para evitar que alguno le sacara el ojo al otro—, sigamos practicando...
—¡Estén listos! —El grito de Kostas hizo eco en toda la cubierta.
Ya había anochecido, y las luces del barco apenas iluminaban el camino. Las nubes escondían los astros y evitaban que se pudiera ver algo en la oscuridad.
—Nos estamos aproximando al fiordo —vociferó el capitán—. ¡Todos alerta! Estamos cerca del pantano.
—¿Nerviosa? —dijo una voz cuando llegó a mi lado.
Mi pecho subió y bajó.
—Un poco. ¿Y tú?
Escuché el suspiro de Cohen.
—También. —Lo noté un poco apagado, igual que la primera noche que hablé con él—. La única vez que visité Cáncer fue cuando tenía diez años.
Alcé mis cejas.
—Ya tiene tiempo.
—Sí —noté que volteó hacia el mar—, pero no reconozco nada por lo oscuro que está. Ni siquiera te puedo ver bien.
Esperaba que no estuviera mintiendo, porque no sé qué expresión puse en el rostro cuando lo dijo.
Un cristal sonó, y al parecer provino de Cohen, ya que un segundo después se giró con una lámpara en su mano.
—¿Qué? —solté al ver que no dejaba de observarme.
—Nada —respondió—. Solo quería verte.
Mi corazón dio un vuelco al escucharlo. Su voz había sido profunda y desesperada.
—Cuando dije que me gusta que me mires, hablaba en serio —añadió después de mi silencio—. Y no solo eso, Athena... A mí también me gusta mirarte.
Mi respiración se detuvo y no supe qué decir. Nunca había sentido lo que Cohen provocó en mí en ese momento, y a pesar de que era lo que anhelaba, no significaba nada bueno. No de esa manera. Sus ojos gritaron sinceridad con cada palabra dicha y, sin embargo, en lo único que pensé fue en una cosa.
—No lo hagas. —Mi voz sonó igual de desesperada que la suya.
—¿A qué te refieres? —preguntó confundido.
—A esto —nos señalé a ambos—. No lo hagas... por favor.
Antes de que pudiera responder, lo interrumpió un fuerte ruido. Parecía que el barco intentaba entrar en un lugar en el que no cabía.
—¡Bienvenidos a Cáncer! —gritó Kostas cuando el sonido cesó—. O bueno, al...
Golpes hicieron que el capitán se detuviera.
«Pantano», dije para mí.
Algo aporreó el casco del barco y bolas de fuego cayeron en cubierta, haciendo que toda la tripulación tomara posiciones de defensa.
—Malditas cosas —dijo Cohen entre dientes.
Cuatro pares de ojos resplandecieron en la oscuridad, y no pasó mucho para que el suelo comenzara a arder en hermosas llamas cerúleas.
Gritos. Humo. Era un desastre.
Los escuadrones comenzaron a defender el ataque que los controladores mandaban en todas direcciones.
Una llamarada voló en mi dirección, y si Cohen no me hubiera empujado, hubiera terminado incinerada.
—¡Apunten al corazón! —grité con todas mis fuerzas, tomando el Arco dorado de mi espalda para atacar, pero mi concentración en el enemigo se desplomó cuando una gran ola sacudió la cubierta, extinguiendo el incendio.
El barco se agitó, como si la marea hubiera decidido avivarse para ayudarnos.
Busqué de dónde había surgido la ola y me quedé helada al percatarme de la silueta en la proa. El mar atendía su llamado. Extendió los brazos y dos remolinos de agua llegaron a sus manos. La silueta volteó y todo cobró sentido después de que una bola de fuego iluminara su rostro justo antes de apagarla con el agua.
De vuelta en la oscuridad, sus ojos centellearon.
—¿Ulises?
Su mirada radiante se encontró con la mía al decir su nombre y... no me quedaron dudas. Era él.
Pude notar la diferencia del brillo en sus ojos y el de los sangre azul. Al mirar el resplandor de Ulises, me invadió la misma sensación que al escuchar la marea, mientras que el de los controladores me hizo pensar que me quemarían viva.
Los sangre azul seguían mandando fuego hacia cubierta, pero el dominio que tenía Ulises sobre el agua evitaba que los ataques tocaran el barco.
A pesar de la falta de luz en el pantano, las flamas de los controladores me ayudaron a divisar a uno no muy lejos de mí, y como si ya lo hubiera hecho miles de veces, tensé una flecha y le di en el corazón.
«Uno menos, faltan tres», pensé mientras Cohen se colocaba a mi lado con su espada en mano.
—¿Lista para otro baile?
¡Sorpresa! Actualicé dos capítulos!!!
¿Qué les pareció?
Parece que alguien tiene un don, ¿no creen?
Como siempre, espero que les haya gustado este capítulo, y si fue así, dejen su voto y un comentario.
Muchísimas gracias por leer!!!
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