Capítulo 18. Engaño
¿Sangre azul? ¿Criaturas sangre azul?
No sabía bien si creer en las palabras de Kian. Lo que había escuchado era demasiado extraño. Al parecer, los reyes de Aries informaron durante la reunión de la Alianza Escarlata que unas criaturas despertarían durante la luna llena. Pero, ¿de verdad la sangre azul que mencionaba la profecía pertenecía a aquello?
Mi cabeza se había convertido en un desastre desde ese sueño que aún perturbaba mis pensamientos. ¿Qué significaba? Estaba muy claro, y mi hermano y yo ya habíamos llegado a la conclusión de que era importante, porque casi una semana había pasado y ninguno de los dos lo pudo olvidar. Y es que, ¿cómo íbamos a hacerlo? Había sido un...
—¿Kana?
Dejé de respirar.
—¿Me estás escuchando? —Isas pasó su mano por mi rostro para que reaccionara—. ¿Ves? Es imposible hablar contigo. No puedes ponerme atención.
Tragué, más nerviosa que nunca, viendo cómo cerraba su mano en un puño, y rogué que sus problemas de ira no me afectaran.
—Lo siento —respondí—, he estado muy distraída estos días.
Mis padres me engañaron y terminé teniendo un almuerzo con la última persona en el reino con la que quería convivir.
—Sí, eso lo puedo notar —respondió él, con ese tono agresivo que siempre usaba.
No era como que conociera a Isas de toda mi vida, pero sí lo había visto demasiadas veces en la Guardia Real y... era muy estricto, cuadrado y para nada sensible.
—Solo estuve de acuerdo con este compromiso porque tiene muy buenos privilegios —continuó—. Porque si solo fuera por ti, créeme... no hubiera dudado en rechazar la propuesta. Después de tus...
Aunque sus palabras ya no significaban nada para mí, sentí cómo mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿En serio vas a llorar? —se quejó—. Si así vas a manejar cada problema que se presente en el reino, no creo que... ¡Hey! ¿Qué haces?
Me levanté de la mesa y alisé mi vestido.
—No voy a tolerar que me hables de esa manera —murmuré, sin siquiera mirarlo y notando la lágrima que mojaba mi mejilla—. Eres un idiota.
—Escuché que abandonaste a Isas como si nada —susurró Kian cuando me senté a su lado en el comedor—. ¿Todo bien?
Me acerqué a su silla.
—Sí. Es cierto que yo no le puse atención durante un rato, pero...
—¿Qué es lo que tanto balbucean ustedes dos? —preguntó nuestra madre.
—Nada —dije de inmediato, enderezándome.
Los reyes no eran los padres más cariñosos del reino, pero sí sabía que lo intentaban.
Xere Lan, nuestra madre, era la reina de la nación. Julius, nuestro padre, aceptó casarse con mamá y se convirtió en rey consorte. Por obvias razones, nuestra madre era más estricta con nosotros.
—¿Creen que dos personas puedan compartir un sueño?
Casi me ahogo con la pregunta que hizo Kian.
—¿Estás bien, Kana? —preguntó nuestro padre, a lo que yo asentí.
—¿A qué viene la pregunta, hijo? —dijo la reina de Cáncer, ignorando por completo mi incidente—. Eso es...
—¿Lo crees, madre? —insistió mi hermano, acomodándose los anteojos; no se rendiría tan fácil.
—¡Claro que lo cree! —confesó papá—. Si su abuelo tuvo uno hace mucho.
—¡¿Qué?!
Kian y yo nos miramos al decir lo mismo. Tal vez él y yo decidiríamos hacer más preguntas durante nuestras comidas próximamente.
Mamá clavó sus ojos grises en mi hermano. Estaba sospechando algo.
—Kian —lo llamó con severidad—. Te pregunté algo.
—No tengo una razón específica, madre —respondió él—. Y, además, yo pregunté primero.
La reina sonrió, complacida por la agudeza de Kian y dio un largo suspiro.
—Los sueños compartidos existen y ocurren, sin embargo; su causa es desconocida..., tal vez sea parte de un don, pero los libros que tenemos sobre el tema no dicen mucho.
Kian asintió.
—Kana y yo tuvimos uno.
Mamá tosió el vino que estaba tomando.
— ¡¿Cómo?!
—¿Cuándo fue eso? —quiso saber nuestro padre.
—Hace unos días, pero... —Terminé contándoles todo. El sueño, la profecía que nos dijo el oráculo y la frase que aún resonaba en mi cabeza—: Esperen a los dos... ellos llegarán a ustedes.
No sé cuánto duró el silencio que hubo después de mis palabras. Mucho o poco, me pregunté si de verdad debí haberles dicho todo eso.
Finalmente, papá le echó un vistazo a la reina.
—Sangre azul, eh.
—¿Saben ustedes algo sobre la sangre azul? —irrumpí su contacto visual—. ¿Criaturas, tal vez? —Esperaba que mi comentario lograra que reconocieran lo que me había dicho Kian.
—Hija —mi madre buscó mi mirada y cedí ante la suya—, me sorprende que aun con tu característica timidez, puedas ser muy entrometida. Yo no te enseñé así.
—Creemos que se trata de algo grande —ignoré sus palabras—. ¿Por qué razón Kian y yo tendríamos una experiencia así?
—No lo sé. —El párpado de mamá tembló—. Kian está devastado por la muerte de Naia. Su mente puede jugar con él, y claro que tú le sigues la jugada.
—¿Crees que inventamos lo que acabo de decir? —reclamé—. Madre, tú sabes bien que...
—¿Sangre azul? —me interrumpió—. Creo que algo escuchamos en Olim, ¿verdad, Julius?
—Sí, pero de... criaturas —bufó papá—. Claro que no.
Le eché un vistazo a mi hermano y sus ojos me correspondieron. A ninguno de los dos nos convenció lo que escuchamos.
—No quieren decirnos —dijo Kian cuando finalizó la comida—. Está más que claro.
Asentí, apoyando mis codos en el malecón del jardín.
—A mamá le tembló el párpado, y ya sabes que le pasa eso cuando está nerviosa o insegura de algo.
Mi hermano frunció el entrecejo y asintió.
El aroma a jazmines inundó mi nariz. Ese delicioso olor me recordó a las cartas; las cartas que nunca fueron contestadas. Tal vez porque no volví a enviarle ninguna después de que él mismo quemara la primera frente a mí. Idiota.
Sacudí la cabeza ante aquel pensamiento y me paseé para despejarme, aunque mi mente se desvió rápidamente.
—¿Qué serán las criaturas sangre azul? —lancé la pregunta al aire mientras le daba la espalda a mi hermano.
—Puede que... —Kian se rio—. No creo... Después de todo yo soy el que inventa cosas.
—¿De qué hablas?
—Nada, pero creo...
—¿Ahora qué tramas? —Ese era nuestro chiste interno.
Me volteé después de preguntarle, esperando una sonrisa de su parte, sin embargo; su espalda me dio la cara.
Kian estaba paralizado, y gracias él me percaté de...
—¿Qué es eso? —balbuceé, poniéndome a su lado.
—No lo sé, pero... —entornó los ojos— viene hacia aquí.
Lo imité y pude observar los tres puntos en el cielo. Lentamente, se hicieron más visibles. Kian tenía razón; se estaban acercando.
—Pero, ¿cómo es que...? —Me callé cuando pude darle más forma a los puntos—. Oh, Divina Luna, ¿estás viendo lo mismo que yo?
—Claro que no, Kana —se burló—. Espera... esas cosas son... ¿Personas?
Se me escapó una risa nerviosa.
—Quizá estamos compartiendo otro sueño —traté de aligerar el ambiente.
—No.
—No, ¿verdad?
—Definitivamente no.
Un par de ojos resplandecientes aparecieron en las tres figuras negras y sentí cómo mi respiración se aceleró. El inminente e indeseado miedo se apoderó de mí.
«Ahora no —rogué—, por favor».
La figura del centro creó un punto azul que pareció cobrar vida; una bola de fuego.
—Kana, vámonos —ordenó mi hermano, pero... mi pecho se apretó y quedé paralizada—. ¡Kana! —Escuché su voz a lo lejos mientras admiraba el azur del fuego— ¡Vámonos!
Algo me jaló y, al parpadear, me encontré corriendo junto a Kian. Observé demasiado tarde a la llama devorando al arbusto. Esas cosas estaban atacándonos.
—¿Fuego azul? —grité entre el alboroto.
El corazón me retumbaba en la garganta, pero eso no me impidió ver a los escuadrones que llegaron al jardín para atender el ataque; Isas liderando uno de estos.
—¿Dotados? —dijo Kian cuando los guardias cerraron las puertas detrás de nosotros.
—Puede ser —respondí—, pero...
Los gritos de los pobres soldados interrumpieron mis palabras. Kian y yo buscamos la causa, pero esta estaba más que clara: los atacantes lanzaban hilos de fuego a nuestros guardias. No era buena peleando, y nunca fui del tipo de persona que se lanza a ayudar, pero en ese momento, y con toda esa impotencia que derramó mi copa, deseé detener aquel sufrimiento que podía tocar con solo escuchar sus voces.
—Tenemos que seguir avanzando —me recordó mi hermano—. No veas... él estará bien.
Despegué mi vista del ventanal y seguí a mi hermano. Estábamos siguiendo el Protocolo, y en caso de un ataque, había un único lugar al que debíamos dirigirnos.
El refugio estaba bajando las escaleras del fondo del pasillo norte de la primera planta. Guardias pasaban a nuestro costado para contraatacar al enemigo y otros mantenían sus posiciones en el interior del palacio.
—Esto no había pasado desde que atacaron los ladrones hace cinco lunas, ¿verdad? —jadeó mi hermana mientras recorríamos el ala este.
Asentí.
—Y esperaba que no tuviera que repetirse tan pronto.
Doblamos hacia el corredor norte y tuve que entornar los ojos para observar una puerta en la distancia.
—¿Qué hace la Sala Real abierta?
Un mar de posibilidades paseó por mi mente en ese instante. No podía perder a nadie más después de Naia.
—El refugio tendrá que esperar —contesté a las palabras de Kana.
Corrimos y, sin pensarlo dos veces, entramos de golpe en la Sala.
—¿No les enseñé a tocar antes de entrar?
Fue un alivio encontrarla ahí, y que nos hablara con esa inexpresividad propia de ella.
—¿Ya te diste cuenta de lo que está pasando, madre? —le preguntó Kana.
—Un simple ataque, hija. —Se acercó a mi hermana y le palmeó la mejilla—. ¿Estás bien?
El rostro de Kana había palidecido. Su ansiedad no le ayudaba mucho en situaciones de riesgo.
—No es un simple ataque, madre —le aclaré.
—Lo sé —asintió ella—. Justo me dirigía hacia el refugio... Kian, ¿por qué esa cara?
Tragué grueso, sintiendo la sangre bombeando en mi cabeza.
—¡Detrás de ti!
Una figura oscura con ojos resplandecientes apareció fuera del gran ventanal de la Sala. Era una de esas cosas que estaban atacando el castillo. Dotado.
La reina volteó y contempló al ser volador.
—¡Dioses!
Nuestra madre corrió hacia su escritorio, abrió uno de los cajones y sacó un objeto. No pude ver bien aquel artilugio porque mis sentidos reaccionaron cuando el ventanal explotó y los vidrios rotos se esparcieron por toda la sala.
La reina apenas esquivó la llamarada que rompió el ventanal, y en su lugar dio en una estantería, haciendo que esta se incendiara en un espectáculo azulado.
—¡Váyanse! —gritó la reina entre los alaridos del fuego—. ¡Yo me encargo de él!
Desvié mi mirada hacia Kana. Ella estaba temblando e intentaba controlar su respiración. La tomé de los hombros y pretendía sacarnos de ahí, pero... muy tarde...
Dos amigos del dotado se unieron a la fiesta.
La reina sacó el artilugio misterioso y lo desenvainó. Era una daga. Nuestra madre murmuró algo que no escuchamos y separó la cuchilla en dos, apuntó con cada una a una criatura y las lanzó al mismo tiempo. Las dagas se enterraron en el pecho de los dotados y estos cayeron al mármol, derramando sangre azul.
—¿Esas son... las criaturas sangre azul? —susurró Kana.
—Parece que sí.
Mamá se volteó.
—¡Vayan al refugio!
—¿Y dejarte aquí? —grité—. ¡Dinos cómo ayudarte!
—Almas testarudas —se quejó—. ¡Corran!
Mi madre estaba indefensa y la criatura se aprovechó lanzándole una bola de fuego que ella esquivó justo a tiempo.
Por instinto solté a Kana y caminé hacia la reina para ayudarla.
—¡No te acerques, hijo! —exclamó—. Y... ¡No miren el fuego! ¡Es peligroso!
Tensé mi mandíbula. Engaño tras engaño. Era evidente que ella sabía sobre las criaturas. ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no advertirnos de un ataque?
La reina extendió las manos e hizo que las dos armas regresaran a ella como si hubiera tenido imanes incrustados en la piel. Fusionó las cuchillas y con una sola daga apuntó al dotado y la lanzó mientras este le enviaba una flama. La daga aterrizó en el torso del enemigo, derribándolo, pero la llamarada golpeó a mi madre en el costado.
—¡Maldita sea! —musité, corriendo hacia ella para amortiguar su caída.
Entre mi hermana y yo logramos cargar a mamá, que ya estaba inconsciente, y salimos de la sala entre llamas azules y cristales quebrados.
—¡Ayuda! —gritó Kana—. ¡La reina está herida!
Entramos a la enfermería y encontramos a nuestra madre recostada en una cama.
—¿Tanto extrañaron a su reina? —murmuró cuando llegamos a su lado.
Ella era fuerte, pero con una quemadura como esa, tenía que descansar y reponer fuerzas. Aunque, a pesar de su condición, quedaba un tema pendiente de aclarar.
—¿Cómo supiste todo aquello? —le pregunté, sentándome en el asiento del costado.
La reina arrojó indiferencia con los ojos, pero soltó un suspiro a continuación.
—Su padre y yo sabíamos todo.
—No es de extrañar —dije.
—¿Y por qué decidieron ocultarlo? —inquirió Kana al colocarse junto a mí.
Nuestra madre se rio irónicamente.
—Incredulidad.
—¿Si se enteraron por Aries? —me atreví a decir.
Los ojos de nuestra madre sobresalieron entre su moreno rostro.
—Ni siquiera les preguntaré cómo saben sobre eso, pero... sí, gracias a ellos supimos todo.
—¿Todo? —dije.
—No hay tiempo para eso. —Meneó la cabeza—. Esto apenas está empezando...
Bueno... ¿Qué les pareció?
Los controladores se esparcen rápido.
Espero que les haya gustado el capítulo y que lo hayan disfrutado, si fue así, no olviden dejar su voto y comentario. ¡Muchísimas gracias por leer!
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