Capítulo 17. Escorpio
Salimos de la habitación junto con Athena y seguimos a mi padre por el pasillo.
Después de asegurarse de que el ejército había apagado el incendio, nos llevó a la sala de juntas.
Oh, y yo adoraba la sala de juntas. En las reuniones con los consejeros y los gobernantes de Estado tenía que fingir ser el heredero perfecto, y eso... me enfermaba.
El pasillo se me estaba haciendo eterno hasta que divisé una figura a lo lejos. No tardé ni un segundo en reconocer de quién se trataba.
—¡¿Son ciertos los rumores?!
Y ese grito solo me confirmó que definitivamente era ella.
Athena me miró extrañada, pero yo ni siquiera pude responderle.
—¡Si de verdad son ciertos, les juro que...!
—Arlin, por favor, baja la voz —reclamó mi padre cuando nos paramos frente a la chica.
Mi hermana.
Ella se giró hacia mí y juro que su mirada me habría matado si hubiera podido.
—¡No tienes cabeza, o qué! —exclamó—. ¡Por el amor a la guerra, Cohen! ¿Sabías que se me rompió un par de zapatos por buscarte durante un día entero?
Me reí por lo bajo.
—No —dije.
—¿Te estás riendo?
—Descaradamente —masculló Athena.
—Oh —murmuró Arlin—, no te había notado. Disculpa.
Athena solo sonrió.
—No te preocupes.
—Hija —irrumpió el rey de Escorpio—, ya tenemos que irnos.
—¿Qué? —se quejó mi hermana—. Pero si acaban de llegar.
—Te contaré todo cuando regresemos —le dije.
—¿Y cuándo será eso? —preguntó.
—No lo sé.
—Padre...
—Basta, Arlin —él la calló—. Nos estás retrasando.
La actitud de mi padre hacia mi hermana me molestó. Ella no tenía idea de lo que estaba pasando y estaba en todo el derecho de hacer preguntas.
—Escoltaré a Cohen y a la princesa a la entrada —siguió el rey—. Necesitan llegar al observatorio cuanto antes. —Se volvió y continuó su camino por el pasillo.
Mi hermana se quedó con una mezcla de reacciones luego de lo que dijo nuestro padre, y me arrepentí de haberla dejado ahí: abandonada por mí... por segunda vez.
Alcancé a Athena y a mi padre justo cuando bajaban los escalones que daban al patio principal del palacio. Atravesamos todas las plantas, los muros verdes y las hierbas de lirios antes de llegar a la reja del castillo.
—Elic, lleva a mi hijo y a su invitada al observatorio —ordenó mi padre a uno de los conductores.
—Majestad, pero...
—Sin preguntas —mi padre interrumpió al hombre calvo—. Y... —se volteó y buscó algo con la mirada— que los escolte ese guardia de allá.
No pude ver de cuál guardia se trataba, pero cuando este se acercó y saludó a Athena con una actitud despreocupada, intenté no enojarme. Claro que no fui capaz, ¿verdad? Pero al menos hice el intento.
—Vaya, vaya —Ulises sonrió—, qué coincidencia volver a acompañarte —le dijo a la chica.
El guardia me miró con frialdad y le ofreció la mano a Athena para que subiera al carruaje, ella aceptó y a continuación apoyé mi pie en el escalón, pero antes de poder subir, Ulises me esquivó y se trepó a la carroza.
Yo no dije nada. Lo que sea que estaba intentando el chico no le iba a funcionar.
Athena me miró, confusa, y yo solo sonreí, le indiqué a Elic que ya estábamos listos y cerré la puerta después de subir.
Me mantuve sereno durante el trayecto. Estaba claro que Ulises quería la atención de la princesa, y ella le respondía con tranquilidad cada conversación que él iniciaba y que no duraba más del minuto.
No quise entrometerme en sus pláticas exclusivas de Piscis, por lo que me quedé callado.
Miré la luna, y al desviar la vista a Árpagas, me imaginé siendo el rey de Escorpio, pero... al que veía no era a mí, sino a un concepto falso. No era el hijo perfecto que mi padre quería que fuera, y no me importaba.
«Chico imprudente y egoísta. Te has desviado de tu camino y...», recordé las palabras del oráculo. Las voces tenían razón, pero, ¿de verdad iba a darle importancia?
Athena y Ulises seguían charlando.
Me acomodé en el asiento y de reojo noté que la chica tenía la mirada sobre mí, volteé hacia ella, le di una sonrisa de boca cerrada y mantuvimos el contacto visual por un momento.
Observé su rostro, pero al final aterricé de vuelta en sus ojos. No sabía qué tenía la chica, pero cuando ella sonrió y bajó la cabeza, pensé seriamente en empujar a Ulises del carruaje para estar a solas con Athena.
—¿Si me escuchaste? —preguntó el guardia.
La princesa reaccionó y miró al chico.
—Oh, lo siento. Me distraje. ¿Qué dijiste?
Ulises me lanzó una mirada no tan agradable.
—Luego lo repito.
Yo sonreí.
—Bueno —intervine—, cambiando de tema, díganme; ¿qué opinan de Escorpio?
—Es parte de Aquea, pero es tan diferente a Piscis...
—¿No habías visitado Escorpio? —pregunté ante el comentario de la princesa.
—Después de un accidente, mi padre ha sido muy estricto respecto a la visita de los otros reinos del continente.
Athena sostuvo la mirada en el suelo de la carroza y supe que no iba a decir más sobre el accidente. Tampoco le iba a preguntar sobre el tema.
—No hablemos del pasado —mencionó Ulises—, vivamos el momento.
La princesa seguía ensimismada con el piso, así que aproveché para sacarle plática al chico.
—¿Siempre quisiste servir en La Guardia?
Ulises levantó las cejas, como si le hubiera sorprendido que yo hiciera esa pregunta.
—Honestamente, la decisión no fue mía.
Me llamó la atención su respuesta. Athena levantó la cabeza y se volvió con el chico.
—¿Ah, no?
Ulises sonrió y durante un instante me identifiqué un poco con él. Tal vez tampoco había podido elegir lo que sería de su vida.
—Es una larga historia.
Los ojos del chico brillaron de un extraño color azul después de su respuesta y volteó con Athena; ella abrió los ojos al verlo, sorprendida.
—¡Eso! —susurró la chica, girándose hacia mí—. ¿Lo viste?
Ulises frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó, confundido.
—Tus ojos acaban de...
Me callé un momento, tratando de entender lo que acababa de pasar.
—¿De...? —insistió el guardia.
—Tus ojos brillaron como... ayer en la noche. Ese destello azul nunca lo había visto en ningún otro lado. Es similar al de...
—Ha de haber sido la luz —interrumpió Ulises con rapidez.
Su comentario me hizo sospechar. Definitivamente, lo que había hecho su ojo no era normal. Además, estaba oscuro; y ni siquiera la luz de las estrellas era suficiente para reflejar algo parecido en los ojos de Ulises.
—Tal vez —Athena no sonaba muy convencida— pero...
El carruaje se detuvo y la princesa dejó de hablar.
—¡Hemos llegado, Su Alteza!
Bajamos de la carroza, agradecí a Elic por su servicio y le comenté que no tardaríamos mucho.
El observatorio estaba igual a como lo recordaba, y tal vez el poder visitarlo era la única parte de ser el primogénito que no me molestaba tanto. No me fascinaban las estrellas igual que a Athena, pero sí reconocía lo sorprendentes que son.
Delante teníamos una escalinata, no tan larga como la de Piscis, que daba a un pasillo techado y columnado, y que terminaba en la entrada del observatorio. La construcción era cilíndrica y tenía cuatro enormes columnas que sostenían la gran cúpula de cristal y la lucerna en lo más alto. Sus paredes estaban talladas y un ventanal en el centro le daba armonía a toda la estructura.
La chica dio un paso al frente y sonrió.
—Debo reconocer que es hermoso. Lástima que no podemos ver su haz porque está oscuro. —Se giró y sus ojos me buscaron—. Por cierto, ¿de qué color es?
—La gema nacional es el lapislázuli, así que el rayo es azul.
—Eh... bueno, ¿qué estamos esperando?
Al parecer el chico de los ojos brillantes estaba desesperado. Perdoné su impaciencia al ver el cielo y los dirigí al pie de la escalinata, donde nos esperaban unos guardias. Una casi se ahoga al verme.
—¡Por Ares! —tosió y miró al otro—. ¡Es el príncipe!
—¿Qué hace aquí, Su Alteza? —preguntó el segundo guardia, que no le hizo caso a la chica. Le di un vistazo a su uniforme para ver su rango: medalla blanca.
—No sea irrespetuoso, general —lo corregí—, traje compañía. —Señalé a mis invitados con la mano.
El guardia no se tragó mi comentario.
—Es un asunto privado —añadí—. Con su permiso...
El hombre se interpuso, y por su mirada entendí que no nos dejaría entrar tan fácilmente.
—Tiene que ver con el ataque de hace unas horas —dijo Athena.
—No puedo dejar que...
—Son órdenes de mi padre, así que, o nos deja pasar o... se atiene a las consecuencias.
La compañera le lanzó una mirada suplicante al guardia y este se aclaró la garganta.
—Adelante...
—No le agradas mucho a los guardias, ¿verdad? —comentó Athena después de subir la escalinata.
Exhalé, recordando la escena.
—Creo que debería agradecerle a mi padre por eso.
—¿Qué pasó?
Tensé la mandíbula. Realmente no quería hablar de aquello. El rey de Escorpio no dejaba que tomara mis propias decisiones, y cuando finalmente tuve el coraje para hacerlo, bueno...
—¿Vamos a entrar o...?
Reaccioné. Ulises había matado mi gran momento de introspección, pero la entrada ya estaba frente a nosotros; dos guardias cuidándola.
Levanté una ceja y me giré hacia Athena. Las personas que entraban al observatorio podía contarlas con mis dedos.
—Ulises, tú no...
—Lo siento, chico —interrumpí a la princesa—. Tú aquí te vas a quedar, eh —le palmeé el hombro—, como buen soldado.
—Claro —masculló y sonrió—, no hay problema.
Volteé con la chica y agradecí que no fuera mi enemiga, porque le faltaba poco para que sus ojos me lanzaran rayos.
—Después de usted, Su Alteza —sonreí, haciendo un gesto para que pasara.
—Ay, siempre tan amable, príncipe, gracias.
—Hasta acá me da olor a sarcasmo —bromeé y ella reprimió una risa.
Finalmente, nos pusimos serios y entramos.
Por dentro la construcción era parecida a la de Piscis. La fuente que reflejaba a Escorpio estaba en el centro y la poca luz de la noche se colaba desde la lucerna hacia el interior del observatorio.
Athena se quedó mirando a la constelación. Era extraño, pero tierno, que se quedara tan inmersa en las estrellas.
—¿Qué? —preguntó cuando me encontró observándola.
—Nada.
—Ahora tú le tienes que hablar al agua.
Sus palabras me hicieron caer en cuenta de que era mi turno. Aunque me costara aceptarlo, yo era el primogénito del reino. Yo tenía que hacer el llamado.
No pensé que la situación me fuera a afectar como a la princesa, pero de repente me sudaron las manos. Cerré los puños y sentí que Athena agarró mi mano. La miré, agradecido, y cuando me soltó me acerqué a la Fuente.
—Ares, dios de la guerra y miembro de los doce —dije, recordando las palabras de Athena—. Te pedimos ayuda en nombre de Cohen, príncipe y heredero de Escorpio, octavo reino zodiacal. Por favor, haz que tu constelación nos muestre respuestas a nuestras preguntas. —Me pegó un aire de confianza al decir eso—. Soy parte de la profecía.
Un olor inundó mi nariz. Era el aroma a una buena pelea. Extraño, lo sé, pero ese olor se podía percibir cuando...
Una lanza cayó del cielo directamente hacia el agua y nos salpicó. Sonreí, viendo a la lanza desprender un rayo de luz que le dio la forma de un escorpión a las estrellas.
—Es hermoso —susurró la princesa.
—Definitiva...
El repentino jaloneo hizo que me callara. La atracción era demasiada, y podría decir que hasta más fuerte que en Piscis.
—¿Lista? —le pregunté a la chica.
—Nunca me voy a... acostumbrar a... esto.
Esta vez no nos resistimos y nos hundimos de golpe en la Fuente. Al momento nos empujaron hacia arriba y, de repente, estábamos de nuevo ahí.
Ninguna luz nos deslumbró, y fue inesperado darnos cuenta de que también era de noche en el Olimpo. Eché un vistazo alrededor; las columnas eran de lapislázuli y había braseros dorados iluminando el espacio.
—¿Esta será la habitación de Ares? —dijo Athena.
—Es, señorita.
Los dos nos sobresaltamos ante la voz.
—¿Qué? —dije, girándome para buscar a quien había hablado, pero... no había nadie.
—No pueden vernos —habló otra voz— Somos invisibles, Deimos. ¿Ves? Yo te dije.
—Cállate, Fobos —contestó Deimos.
—¿Ustedes son...? —me atreví a preguntar.
—Pues Deimos y Fobos, chico —dijo Deimos—. ¿No escuchaste?
—Sí, pero... son hijos de Ares, ¿verdad?
—Oh, el chico sabe cosas —respondió Fobos.
Segundos después Deimos y Fobos se hicieron visibles. Dos chicos, un poco menores que nosotros, vestidos con túnicas.
—Vamos —dijo Deimos—, nuestro padre los espera. Todos en el Olimpo están hablando de ustedes, y de si nosotros deberíamos de ser...
—¡Cállate, Deimos! —interrumpió su hermano—. Por favor, ignorenlo y síganos.
—Como ya sabrán, Ares se encuentra detrás de la puerta —mencionó Fobos cuando por fin llegamos al final del corredor.
La puerta del dios protector de Escorpio era de bronce, tenía grabado un rostro dentro del cuerpo de un escorpión y dos lanzas detrás de estos.
—Nuestro trabajo aquí está hecho —añadió Deimos—. ¡Suerte!
E igual a como aparecieron, desaparecieron.
—Gracias —murmuró Athena.
La puerta se abrió sola y los dos entramos.
—¡Cohen! —exclamó Ares cuando me vio—. ¡Qué bueno verte!
El dios era un hombre joven, que a simple vista resaltaba su cuerpo corpulento y fuerte, y su cabello corto color negro.
—Gran Ares...
—Gran Ares —repitió el dios dramáticamente—, me gusta que me digas así, chico.
—Es un honor, Ares —dijo la princesa.
—¡Athena! —El dios se acercó a la chica—. Pero mira nada más, ¡qué hermosura!
Athena se volvió para verme, un poco incómoda, y le dio las gracias a Ares. Antes de que el dios intentara algo me aclaré la garganta.
—Y bueno, Ares...
—Gran —me interrumpió este, recalcando la palabra—. Recuerda el «gran», Cohen.
—Gran Ares —corregí.
—No voy a dejar pasar tan fácilmente que te hayas ido de tu reino, eh —Ares siguió, antes de que yo dijera otra palabra—. Me decepcionaste, chico... de verdad lo hiciste. Aunque, también, lo más probable es que no haya sido tu decisión.
—¿Qué? —balbuceé, demasiado pasmado como para seguir escuchándolo.
Y de nuevo, esas preguntas que me hice en Piscis regresaron. Todo lo que hacía; lo que era, ¿de verdad tenía voluntad propia o... alguien más movía los hilos de mi vida? Todo era muy confuso.
—... y por eso guardo esa armadura ahí. Cohen, ¿todo bien, chico? —preguntó Ares.
—Sí, perfecto —dije, observando lo que señalaba el dios. Una armadura de oro.
El espacio era un arsenal repleto de todo tipo de armas. Había espadas, arcos, ballestas, lanzas, dagas y unas que no reconocí.
—Y, ¿qué hace esa de ahí? —preguntó Athena, refiriéndose a un arma que se amoldaba a una mano.
—¿Esta? —Ares tomó el arma y Athena asintió—. Esta... es un arma de fuego.
Me acerqué al dios y miré bien el objeto.
—¿Y qué hace? ¿Escupe fuego? —me atreví a mencionar.
Ares soltó una carcajada.
—Claro que no —dijo, divertido, pero de inmediato puso cara seria—. Y es mejor que no les diga lo que hace.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Soy el dios de la guerra, y me encantaría que ocurriera una en este mismo instante, pero... nos estamos debilitando aquí arriba y... —el dios no sonaba muy convencido— estoy guardando mis energías para otro acontecimiento.
Me giré y miré a Athena. Ninguno de los dos entendimos.
—Vinimos aquí por respuestas —la princesa cambió de tema—. Creo que es momento de que nos proporcione algunas. ¿Qué es lo que en verdad está pasando? ¿Cómo es que no sabían sobre los entes del inframundo?
—No puedo responder tu pregunta —respondió Ares sin ninguna emoción en su voz—. Sin embargo, sí puedo decirles que el fuego que controlan las criaturas es, sin lugar a dudas, el fuego de los dioses.
—¿El que nos dieron a nosotros? —cuestioné.
—Fue Prometeo —aclaró—, pero... sí, el mismo.
—Entonces, aunque usen su fuego —Athena habló—, ¿los dioses no tienen nada que ver con las criaturas?
El dios dudó.
—No —contestó finalmente—. Vengan, les mostraré un poco. Estuve viendo que tuvieron dificultades combatiendo con los «controladores», como les dicen ustedes.
Ares nos condujo a un brasero. El fuego ardía del mismo color que habíamos visto tantas veces antes. Azul.
—¿Este es? —preguntó Athena.
—Sí... es parte de los dioses. —Ares tomó un poco del fuego en su mano—. Es bellísimo, ¿no?
Quedé impresionado con la llama frente a nosotros. Era hermosa. Pude haberme quedado por siempre ahí, pero la bola de fuego desapareció de la mano de Ares.
Tanto Athena como yo reaccionamos, apenas conscientes de lo que nos había pasado.
—No la miren por mucho tiempo —advirtió el dios—. Como ya vieron, podrían ser hipnotizados por su enemigo.
Le agradecimos a Ares por la información.
—Bueno —irrumpió Athena, desviando la conversación—, ya hemos activado la Fuente de Escorpio, y todavía tenemos que activar la de Cáncer.
—Correcto —dijo a secas el dios.
—¿Ahora qué hacemos? —añadí.
—Eso —parecía que Ares estaba entrando en un trance porque sus ojos se perdieron de nosotros—, activen la Fuente de Cáncer, ahí mi hermana los recibirá.
—¿Gran Ares? —quise que reaccionara, pero continuó mirando a la nada.
—La profecía dura una luna completa, pero esperamos que esta vez dure menos, porque si no... —los ojos cobrizos de Ares brillaron— la siguiente luna llena traerá consigo mucha desgracia.
—¿Pero qué...?
El destello que habíamos esperado antes nos deslumbró y aparecimos de nuevo en el observatorio, aturdidos y completamente perdidos.
¿De verdad estábamos avanzando, o había algo más detrás de todo?
¿Qué les pareció?
A medida que se aclaran las aguas, las olas comienzan a crecer.
Este fue un capítulo muy difícil de reescribir porque tuve que cambiar muchísimas cosas, así que para mí también es nuevo todo esto.
Como siempre, espero que les haya gustado, y no se olviden de votar y comentar.
Graciaaaas
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