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Capítulo 16. Fuego azul


La mandíbula me dolió de tanto apretar los dientes. Quería saltar del barco; apresurarme.

Cerré mis puños al contemplar de nuevo la escena. Un gran destello azul atacaba una pequeña parte del reino; entre ella, el palacio.

No podría describir lo que sentí en aquel momento. Estaba furioso, frustrado y... por primera vez en mucho tiempo, deseé poder ayudar a Escorpio: a mi pueblo.

La verdad es que no estaba seguro de si los pensamientos que estaba teniendo eran genuinos, o de si estaba siendo manipulado para que mis sentimientos sobre mi nación cambiaran tan rápido con solo ver aquello, sin embargo; no iba a intentar descifrarlo. Mi reino estaba siendo atacado y eso... me importaba. Mi familia me importaba. Escorpio estaba lleno de vegetación y, por lo tanto, me asustaba la idea de que el incendio se propagara más rápido gracias a eso.

—Todo va a estar bien —murmuró la chica a mi lado.

Dioses, ¿qué hubiera hecho sin ella?

Pasé una mano por mi cabello y todo mi cuerpo ardió en desesperación.

—Eso espero —farfullé.

—¡Todo a estribor! —gritó Kostas a lo lejos—. ¡Más carbón en el motor! ¡Vamos, muchachos, no tenemos todo el día! ¿Dónde están esos brazos? ¡No los quiero ver llorando cuando...!

—Parece que al capitán le gusta mucho dar apoyo moral —le dije a Athena.

—Y sí que da frutos. Mira...

La princesa me señaló de nuevo el reino. Ya estábamos más cerca del puerto y, aquel fuego azul continuaba agitándose con fuerza por Árpagas: el Estado principal.

—¡Preparen el ancla! —exclamó el capitán—. ¡Suéltenla!

El barco ancló en el puerto primario y algunos oficiales marinos corrieron por el muelle para ver qué nave había llegado.

Se desplegó el puente de desembarque y se pegó en la madera del muelle.

—¡Este barco no es nuestro! —anunció una voz desde el embarcadero.

No lo pensé dos veces y bajé del Ankyra, encontrándome con la patrulla de marinos. En ese momento uno de ellos me miró como si hubiera visto a un fantasma.

—¿Alteza?

Dejé cualquier pensamiento de lado, caminé en su dirección y alcé mi rostro para dirigirme a él.

—Informe al palacio que he regresado —ordené—. Que sea rápido.

El hombre aceptó y salió corriendo rumbo al castillo.

—¿Dónde estaba, príncipe? —preguntó otro oficial de la patrulla.

—Eso no es lo importante —mencioné—. El reino está en llamas y... —volteé hacia el barco— traje compañía... bastante.

—Las calles son un desastre, Alteza —dijo otro.

Resoplé.

—Entonces... ¿Qué estamos esperando?

Sentí la presencia de Athena a mi lado. Giré y me encontré con sus ojos resplandecientes, parecían deseosos de un poco de acción.

—¿Y cómo llegaremos hasta el palacio? —quiso saber la chica—. Estamos como a...

—Parece que por allá nos necesitan, ¿no? —el guardia habló. Ulises era un chico raro. ¿Cómo había llegado tan rápido a nuestro lado?—. ¿Ese es el castillo del príncipe fugitivo? —Señaló la construcción, como si no fuera evidente que ese era el castillo. Se estaba desquitando conmigo.

—Príncipe —interrumpió un oficial—, tenemos diez corceles en el establo del puerto.

—Que los traigan de inmediato —decidí.

De repente llegó una manada de caballos con crines espectaculares. Todos bien alimentados y con buenos músculos. Cada animal tenía una cabezada de cuero azul y una montura del mismo color.

Por un momento recordé a Dynami, mi yegua, la cual hubiera llevado conmigo si mi velero no hubiera sido tan chico.

—¡Vamos! —sonreí—. Ya casi anochece.

Cabalgamos camino al palacio bajo mis órdenes, porque... yo era el que conocía el reino mejor que nadie. Gracias a los dioses el incendio estaba principalmente concentrado en el castillo, sin embargo, la gente estaba asustada.

Continuamos recorriendo las calles, con los cascos de los caballos resonando en el caos de las avenidas.

En un momento giramos hacia la derecha y Athena apretó mi cintura, nerviosa. Ella aceptó compartir el corcel, ya que no había tantos para nosotros y el escuadrón de guardias de Piscis.

Después de doblar a la izquierda, comenzamos a recorrer calles que conocía bastante bien. Estábamos cerca y lo sabía. Las plantas trepadoras en llamas de los edificios y el fuego incrustado en las piedras de las calles nos advertían que habíamos llegado al incendio.

—¡Con cuidado! —informé al grupo—. Ya casi estamos a...

Me interrumpí al observar el espectáculo de fuego azul en el palacio. Nubes de humo acumuladas sobre las construcciones del castillo, una gran fogata gigante y varias docenas de hombres opacaron mi visión. No me fue muy difícil reconocer que Escorpio estaba sumido en llamas... azules.

Cabalgamos con cuidado, esquivando los escombros y los pequeños montones de ceniza, hasta que divisé a una cara familiar a lo lejos.

Él me miró y yo hice una seña con la mano para detener al escuadrón del Ankyra.

—¿Quién es? —murmuró Athena detrás de mí.

Tensé la mandíbula, sin despegar mis ojos del susodicho.

—Mi padre.

Calmé mi rabia y conduje al escuadrón hacia él. Hombres, miembros del Ejército Real, luchaban por apagar el fuego de los alrededores.

Mi padre quedó frente a mí.

—Hijo —balbuceó, sin creer lo que veía—. Regresaste.

—Sí —respondí—. Regresé, pero... parece que el reino está...

—¡Llamen a la Tercera Sección! —gritó entre el alboroto y luego se volvió conmigo—. El reino está siendo atacado —explicó—. Una especie de controladores de ese fuego azul —apuntó el incendio— nos invadió hace unas horas.

—¿Controladores? —indagué.

—Creemos que son hechiceros —dijo antes de volverse con los hombres—. ¿Esas son todas las mangueras del arsenal?

—¿Y en dónde están? —la princesa me susurró en el oído.

—¿Qué? —pregunté—. Oh...



¿Hechiceros? ¿Fuego azul?

Estaba relacionando el ataque de Piscis y el ataque de Escorpio antes de que uno de los «controladores» apareciera de la nada justo detrás del rey... flotando.

Y ahí fue cuando encajé las piezas. Por eso habían llegado tan rápido a Piscis: las criaturas sangre azul podían volar.

El ser extraño me miró. Sus ojos eran luz pura: luz azul, y era lo único que se distinguía de su inexistente rostro, rodeado por la capucha de una capa larga. Sin embargo; nuestro contacto visual duró poco, pues este nos lanzó fugaces llamaradas cerúleas.

Los caballos se alteraron. El nuestro relinchó y se paró sobre sus patas traseras.

—¡No te sueltes, Athena! —gritó Cohen.

Me aferré a la cintura del príncipe y escuché que el rey le dio órdenes a sus hombres. El caballo regresó sus patas delanteras al suelo, pero el hechicero volvió a atacar con fuego.

Cohen nos alejó un poco del ataque, y en un movimiento rápido se volteó, quedando frente a mí.

Miré detrás del chico y la criatura me encontró con sus ojos brillantes.

—¡Detrás de ti! —le advertí.

El hechicero lanzó una bola azulada y Cohen tomó mi cintura.

—¡Sujétate bien!

Él esquivó la llama, balanceándonos hacia un lado, para luego tomar impulso, rodear el lomo del animal y quedar de cabeza en el caballo.

El animal corrió, asustado, y no tuvimos otra opción más que dejarnos caer.

Aterricé con el arco sobre mi espalda y solté un chillido de dolor.

—¿Estás bien? —gruñó Cohen.

—Sí —logré decir en una mueca.

Sin embargo, los dos nos levantamos de un salto al ver a otro hechicero salir desde un árbol.

El príncipe desenvainó su espada y me colocó detrás de él.

La criatura se abalanzó sobre el chico, pero él lo esquivó ágilmente. Los ojos luminosos del hechicero se posaron sobre mí y comenzó a lanzar llamaradas hacia los dos.

—Mantente ahí —dijo Cohen, refiriéndose a quedarme detrás de él.

No protesté y obedecí. Me había petrificado y no sabía qué hacer, aunque tampoco quería dejar que Cohen se ocupara del controlador solo.

El chico continuó esquivando y contraatacando en tierra. Al parecer, ese hechicero no volaba, y había comenzado a lanzarle puñetazos fogosos a Cohen, incendiando las plantas cercanas. El príncipe mantenía una buena defensa y ataque, pero su energía no duraría para siempre.

Fue ahí, que me di cuenta de algo. Su fuego... Sacudí la cabeza.

—Golpe, golpe —musité—, bola, llamarada... bola.

Sonreí. Había encontrado un patrón en los ataques de la criatura.

Corrí hacia el chico, lo suficientemente cerca como para que escuchara mi repentina estrategia.

—¡Cohen!

—¿Athena, qué...?

El chico esquivó una bola de fuego y yo lo hice después de él.

—Tú sigue así —murmuré—, defendiendo. Y cuando te diga que te agaches, te agachas.

—Pero...

Una llamarada nos amenazó y los dos nos agazapamos para evitarla.

—Confía en mí —susurré, esperando que funcionara mi plan.

Cohen asintió y siguió peleando.

El príncipe pateó el puño del hechicero en el primer golpe y yo tomé el arco de mi espalda, poniéndome en posición de tiro y mirando la cuerda adherirse en los extremos. La criatura le lanzó una bola a Cohen y él se deslizó por debajo de esta para acercarse al hechicero. Preparé una flecha, la tensé y esperé el momento adecuado.

La criatura le lanzó una llamarada al chico y exhalé, me coloqué detrás del príncipe y apunté al enemigo.

—¡Agáchate! —exclamé cuando el hechicero le lanzó la última bola de su patrón de ataque.

Cohen obedeció.

La bola de fuego se dirigió a mí y yo solté la flecha, logrando que atravesara la llama azulada y la devolviera a su creador junto con mi punta resplandeciente.

La flecha se clavó en su corazón y el hechicero cayó al suelo, goteando el líquido que tanto habíamos escuchado. Sangre azul.

Encontramos su punto débil. Al igual que nosotros, los «sangre azul» también eran vulnerables en el órgano vital.

—Lo logramos —dije, aún sorprendida por lo que había hecho.

Cohen se irguió y caminó hacia mí.

—Lo logramos —repitió, antes de abrazarme.

Correspondí a su abrazo y sentí que apoyó su barbilla en mi cabeza. El chico se alejó y nos miramos un momento, sonriendo.

—¡Ahí está!

Quebramos el contacto visual y nos giramos hacia nuestro distractor. Era el rey de Escorpio: Ekron. Se acercó a nosotros junto a Ulises y el escuadrón de Piscis. Algunos habían salido lastimados y tenían quemaduras leves.

—Acabaron con uno —observó, sorprendido, y luego pasó su mirada por los soldados de mi reino—. Nosotros terminamos con el «volador», pero no nos confiemos. Si hay dos, hay más, y estoy seguro de que volverán.

El rey parecía un miembro militar; hasta cierto punto intimidante, y por sus palabras supe que estaba perfectamente entrenado y preparado para defender a su reino.

—Padre —carraspeó Cohen—, nosotros vinimos aquí...

—Sí, es cierto, hijo —lo interrumpió—. ¿Vienes de Piscis? El coronel Varik —volteó con él y asintió antes de volverse con Cohen— mencionó que vienen de ahí. Y... ¿Quién es la chica? No comentó nada sobre...

—Soy Athena Bekensi, su majestad. —Hice una reverencia y luego puse la frente en alto, notando el rostro del rey. Sabía mi apellido—. Soy la primogénita de Piscis, y vine aquí junto con el escuadrón y su hijo.

—El viaje aquí no fue por voluntad propia, ¿verdad? —intuyó el rey.

—Me temo que no —respondí.

—Bueno, entremos al palacio antes de que nos ataquen más hechiceros —continuó el padre de Cohen antes de dirigirse a nosotros dos—. Y ustedes me contarán el porqué de su visita.

Dicho esto, todos obedecimos y fuimos acompañados al castillo.



Nunca había sentido tanta tensión en el aire.

La sala de juntas del palacio era bastante acogedora y llamativa. Sus sillones en la entrada y los trece asientos alrededor de una mesa ovalada me recibieron al entrar en la gran habitación.

El rey Ekron estaba sentado en una de las cabeceras de la mesa y su hijo en el asiento contrario. Verlos así me hizo pensar que padre e hijo eran iguales, y la mirada que mantenían ambos solamente me lo confirmó.

La reina Tymé estaba a un lado del rey, mientras que yo estaba junto al príncipe.

—Padre —Cohen irrumpió—, nosotros sabíamos que tarde o temprano atacarían aquí.

—¿Qué? —La voz del rey resonó desde la otra esquina de la mesa.

—La profecía —comencé diciendo—. Los dioses nos mandaron aquí...

Le conté todo lo relacionado con la dichosa profecía.

Y... El rey no supo qué decir, aunque después del ataque ya no era tan difícil de creer.

—Háganme saber si entendí bien —pidió el rey—. ¿Una profecía une a los primogénitos de Aquea..., los dioses perdieron fuerzas y..., Poseidón les pidió a ustedes que activen los observatorios?

—Si lo resumimos... sí —asentí.

—Y ahora debemos activar la fuente de Escorpio —mencionó el príncipe.

Cohen estaba tenso e incómodo. Su entrecejo no se relajó ni un segundo desde que entró en la sala y... al verlo así, como su verdadera identidad; como el primogénito del octavo reino, me pareció que el Cohen que conocía y el Cohen que estaba ahí eran dos personas completamente diferentes.

—¿Solo por eso regresaste? —el rey lo interrogó.

El príncipe endureció más su rostro.

—¿De verdad quieres que te dé la respuesta, padre?

—¡Hijo! —su madre intervino.

La pequeña discusión hizo que me acordara de las palabras del oráculo. El silencio inundó la habitación después de que la reina habló, así que di un suspiro y me dirigí a los padres de Cohen.

—¿Entonces ustedes no sabían nada respecto a esto?

—¡Por el poder de Ares! —dijo la reina—. ¡Claro que no!

«Solo para estar segura», asentí en mis pensamientos.

—¿Foi no les comunicó nada en Olim? ¿Sobre los entes del inframundo?

El rey pareció inquietarse en su asiento.

—A los doce reinos se nos informó que todo estaba en orden, en especial Foi; sus yacimientos de roca volcánica están en su máximo esplendor, eso lo dejaron muy en claro. Sin embargo, no comentaron nada sobre amenazas o criaturas. Ni siquiera Leo habló sobre algo así en la junta de la Alianza Zafir.

—Gracias por su sinceridad, majestad —respondí.

No iba a cuestionar sus palabras ahí mismo, aunque, después de estas, la teoría de que el ataque de los sangre azul favorecía a Foi no abandonó mi cabeza.

—El cielo está oscuro. Creo que ya debemos dirigirnos al observatorio —dijo Cohen y volteó con sus padres—. ¿Nos podrían proporcionar el transporte?

—Estás en tu reino, hijo —contestó su madre—. Claro que tienes el transporte.

El príncipe rio por lo bajo, balbuceó algo que no entendí y se volvió.

—Y tú, padre —lo llamó—. ¿Qué dices?

Ekron suspiró.

—No voy a impedir que vayan —dijo—. Los hechiceros nos tomaron por sorpresa. Y que ustedes llegaran y nos informaran sobre una profecía que predice exactamente lo que pasó en el ataque, solo deja en claro que dicen la verdad. Gracias a Ares ya sabemos el punto débil de las criaturas, por lo que haremos lo posible para que se eliminen cuanto antes... Escorpio tiene su apoyo.

—Gracias —sonreí.

—Les conseguiré un carruaje de inmediato —anunció el rey y se levantó de la silla—. Acompáñenme...




Qué intenso. Controladores y... mucha tensión familiar.

Esa escena de acción, ¿qué les pareció?

Como siempre, espero que les haya gustado, no se olviden de votar y comentar.

Muchísimas gracias por leer.









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