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Capítulo 13. Una nueva amenaza



El teniente se acercó al rey y le mostró algo en su cuello.

Ni Athena ni yo pudimos ver debido a la distancia, pero ambos estábamos saboreando el suspenso de la situación.

Cuando el rey despidió al teniente, miró en nuestra dirección con frialdad.

—Ustedes dos —nos llamó—, vengan a La Cámara. Tenemos que hablar.

Su hija y yo asentimos.

Fuimos conducidos a la dichosa Cámara que, por lo que vi, no era nada más que la oficina privada del rey. Athena me comentó que todos tenían el paso restringido, a excepción de que él se los concediera, y... era la primera vez que se lo concedía a ella.

El rey abrió la puerta para que entráramos y luego la cerró detrás de nosotros.

No me extrañó que Athena se sorprendiera una vez dentro. La habitación era extremadamente imponente. Tenía forma de media luna, y al subir la mirada observé una cúpula de cristal que dejaba entrar la luz natural. Para aumentar el lujo de la Cámara, una cascada cristalina caía en un río y recorría toda la orilla del suelo pedregoso. Además, también poseía varias estanterías repletas de libros, un escritorio extenso y... el sonido de un halcón me sorprendió. Miré hacia arriba y lo vi; un halcón blanco sobrevolando la sala.

«Ave mensajera», pensé.

El padre de la princesa caminó inquieto por la habitación y se pasó las manos por el rostro.

—Tal parece que...

Se detuvo.

—¿Qué? —lo cuestionó su hija—. ¿Qué, padre?

—Que tenemos una nueva amenaza. —Soltó una carcajada irónica—. Impresionante.

—¿Lo dices en serio? —La princesa me miró de reojo.

—No tendría por qué mentirte, hija. Lo vi yo mismo. —El rey buscó los ojos de Athena—. Zander me enseñó su cuello allá afuera y... la criatura le salpicó su sangre durante la pelea. Sangre azul.

La chica se quedó en silencio unos segundos.

—Si ese enemigo tenía sangre azul, entonces, la profecía... —Arrugó su frente—. Se supone que las criaturas surgieron en Foi; lo que significa que vinieron de ahí y cruzaron el mar de Voreio. Pero... ¿Cómo?

—Aquí de lo único que hay pruebas es de que sangre azul derramó sangre roja —dije, interrumpiendo la charla padre-hija.

—De eso no hay duda, príncipe —asintió el rey.

—Padre —este volteó a ver a su hija—, hubiera preferido que te tomaras en serio la profecía de otra forma y no perdiendo a tres soldados en combate, pero... ¿Ahora nos crees?

El rey suspiró y hasta noté cómo se le escurría el orgullo del cuerpo.

—Sí. Les creo —confesó—. Pero, ¿cómo pudo haber sido posible? ¿Qué son esas criaturas? Si lo que me dicen es cierto y Foi sabe sobre esto, ¿por qué no informaron nada en Olim? —se preguntó más a él mismo que a nosotros—. Es una amenaza para todos.

—A menos que... no lo sea —sugirió Athena.

Fue mi turno de cuestionar:

—¿Qué quieres decir?

—Tal vez Foi es el creador de la amenaza, tal vez...

—Hija, no creo que sea así —intervino el rey—. Saben que las Alianzas no deben de guardarse secretos, pero, aun así, si ocultaron esa información debe ser por otra razón.

—¿Su beneficio?

—Athena, deja los prejuicios.

—Y tú deja de ser tan confiado, padre...

Pude haberme quedado escuchando la discusión padre-hija, pero mi mente se fue de aquel lugar. Los pensamientos invadieron mi cabeza y solo me pregunté si mi reino estaba a salvo, si tendría que volver. Me di un puñetazo mental. Era obvio que tendría que volver. Tenía que activar la Fuente de Escorpio... y solo yo podía hacerlo. Genio.

Finalmente, caí en cuenta de que el destino no quería darme mi libertad. De una u otra forma volvería al Reino del Escorpión.

—... no sabemos nada...

—Disculpen que los interrumpa —dije, claramente interrumpiendo—, pero la ironía no podría estar más de mi lado al decirles que deberíamos ir a mi reino. —Miré al rey—. Si nos deja viajar hasta Escorpio a Athena y a mí...

—¡¿Qué?! —resopló él con molestia— ¡Claro que no dejaré que eso pase!

—Papá —Athena se acercó al hombre—, Cohen tiene razón. Debemos de cumplir la misión que nos dieron a los primogénitos. Solo así los dioses recuperarán sus fuerzas y terminarán con esto.

El rey tuvo que pensar muy bien su respuesta. Dio vueltas por la Cámara un par de veces, hasta que por fin decidió hablar.

—Hija, prométeme que... volverás sana y salva.

Athena lo abrazó.

—Lo prometo, padre.

—Y tú, chico —sus ojos cayeron en mí—, prométeme que te asegurarás de que ella cumpla su palabra. Cuídala... por favor.

Me ofreció su mano.

—Eso haré, Majestad. —Estreché mi mano con la suya—. Lo prometo.

—Muy bien —suspiró el rey—. Prepararé un barco para ustedes, y haré lo posible porque parta antes de que caiga la noche.

Los dos asentimos.

—Puede retirarse, príncipe —dijo el rey—. Quiero hablar en privado con mi hija.



Cohen se despidió antes de cerrar la puerta y yo me volteé de inmediato.

—¿Qué pasó, padre? —pregunté con un tono dulce. Sabía que no era fácil para él dejarme ir.

—Athena... —me dio un abrazo y se separó cuidadosamente— hija. Ahora que lo pienso, todo esto es demasiado peligroso, y no sabemos de lo que sean capaces esas criaturas.

Mi padre caminó hacia su escritorio y yo asentí sin decir nada.

—Tendrás que tener cuidado, y también —tomó un objeto de la mesa que llamó bastante mi atención— llevar contigo algo que te proteja.

Cuando mi padre regresó conmigo, observé atenta la pieza en sus manos. Era una vara de oro con dos curvas elegantes e idénticas en cada extremo.

—Por lo que no puedo hacer más que darte esto. —Me ofreció la pieza.

Tomé la vara dorada y junté mis cejas.

—¿Qué es?

—Un arco.

Mi cerebro funcionó y mis ojos se agrandaron al darme cuenta de que de verdad parecía un arco, pero... le hacía falta algo.

—¿Y la cuerda? —le pregunté curiosa.

Mi padre se rio como si hubiera dicho algo gracioso.

—No es cualquier arco. Este —lo señaló— es el Arco dorado, y... es el arma protectora de Piscis. —Sonrió un poco apenado—. Nunca te dije sobre ella porque aún no era el momento correcto, pero debido a las circunstancias... ahora es ese momento.

—¿Cada reino tiene un arma?

—Sí. Los dioses acordaron darle a cada uno un arma para su protección. Ellos le cedieron un instrumento único en su clase a su nación, y Poseidón nos dio ese arco.

A pesar de lo que me acababa de explicar, aún prevalecía la duda en mí.

—Pero... la cuerda —dije—. ¿Y las flechas?

—Ese es el secreto del arma. —Las comisuras de sus labios se ampliaron—. No las tiene.

—¿Qué? —solté sorprendida—. Entonces ¿Cómo...?

—Observa, hija.

Mi padre me pidió el supuesto arco y se lo di.

No estaba preparada para eso.

Mi mandíbula casi cae al suelo al ver que, cuando mi padre se puso en posición de tiro, una cuerda resplandeciente se acomodó en los extremos del arco. Apareció de la nada... con su postura. Y fue simplemente mágico.

Él simuló poner una flecha y esta se hizo visible al igual que la cuerda.

Era increíble cómo los movimientos materializaban la acción.

Estaba tan inmersa en mi asombro, que el golpe seco puso en tensión a todo mi cuerpo. Mi padre había tirado la flecha a la pared de piedra y creado un hoyo en la misma. Una flecha común hubiera rebotado.

Papá se giró hacia mí, con una expresión orgullosa.

—Puede atravesar lo que sea.

Volví a admirar el agujero en la pared, aún sin creerlo.

—Ah, y... otra cosa —añadió, logrando que le prestara atención—. Solamente puede usarlo la familia real de Piscis. El Arco dorado identifica nuestra sangre dorada, así que... si te lo quitan, no podrán utilizarlo.

Le di un abrazo.

—Gracias, padre. Lo cuidaré muy bien, de eso no te preocupes.

Se alejó de mí y me tomó de los hombros.

—Lo sé, hija. Ahora ve, porque necesitas prepararte para partir.

Escuchar eso de su parte hizo que finalmente cayera en cuenta de que me iría de mi reino. Me iría de Piscis.

Despedí a mi padre y salí de la Cámara, buscando a Cohen con la mirada, pero no lo vi por ningún lado. Supuse que se había ido a su habitación.

Y, en cuanto a mí... Yo me quedé ahí: inmóvil en el pasillo.

Aún estaba un poco sorprendida; abrumada, y no podía callar los pensamientos fugaces que tenía porque... todo había sido demasiado repentino.

Alguien chocó conmigo. Ahí fue cuando reaccioné.

—Athena —me llamó una voz que ya conocía—, ¿estás bien?

Sacudí mi cabeza y levanté mi rostro para mirar a Ulises.

—Sí, sí —acomodé mi vestido, recordando el objeto que traía conmigo—, estoy bien. Gracias por preocuparte.

Traté de esconder el arco, pero no pude, y él entrecerró sus ojos para ver mejor.

—Oh, ¿qué es eso?

Si yo no parecía sospechosa, él no sospecharía nada.

—Nada —fingí una sonrisa y estoy segura de que él pensó que era de verdad. Yo era una actriz impresionante—, solo es el cuerpo de un arco.

—Interesante —sonrió—. ¿Sabes tirar?

—No. —Torcí los labios, preocupada—. Pero tendré que aprender.

Ulises pareció alegrarse con mi respuesta.

—¿Quieres que te enseñe? —Se escuchaba muy diferente hablándome de manera informal.

Me hubiera gustado seguir platicando con él, pero tenía prisa.

—Me encantaría, Ulises. Sin embargo; ahora no tengo tiempo. ¿Tal vez... luego? —intenté no sonar grosera.

—Claro —asintió—, debes de estar ocupada.

—Gracias por tu comprensión. —Palmé su hombro—. ¡Nos vemos! —me despedí con una sonrisa en mis labios.





El sol se había ocultado y la luna empezaba a elevarse en el cielo.

Mi familia, Cohen y yo llegamos al puerto secundario de Piscis. Había sido un camino silencioso. Mi padre le informó a mi madre y a mi hermano sobre nuestra partida. Al principio mamá se molestó, pero la tristeza fue más grande que su enojo. Lucas no se quedó atrás.

Bajamos del carruaje y nos encontramos con un atmos; una fusión entre un barco de vela y uno de vapor.

Lo reconocí de inmediato porque era uno de los barcos reales. El «Ankyra».

Sus ventanas circulares adornaban el casco hecho con la madera celeste del adzia. Los detalles dorados estaban por todos lados, y las velas blancas bailaban al ritmo del viento.

—Hija —dijo mi madre antes de darme un abrazo—, prométeme que regresarás a salvo.

—Lo haré, mamá —murmuré en su oído—. Además, papá me dio el Arco dorado. Estaré bien.

Mi madre sonrió. Ella confiaba en que iba a estar segura con el arma protectora del reino.

Luego se despidió de Cohen y este lució un poco tenso por sus palabras, aunque al final se relajó y asintió a lo que le dijo.

—No quería ser como los demás, pero... —la voz de Lucas me hizo desviar mis ojos hacia él—, te voy a extrañar. ¿Ahora a quién voy a molestar?

—Yo también te voy a extrañar, dormilón.

Sabía perfectamente que odiaba los abrazos, así que le di uno, y sorprendentemente él cedió.

—Solo porque te vas a ir —masculló.

Me reí por sus palabras y me encogí de hombros, haciendo un gesto ingenioso.

—Puedes molestar a mis padres.

—Oh... sí, claro.

Me despedí de él, intentando que no se me saliera una lágrima. Nunca había dejado a mi familia así.

Mi padre se acercó a mí.

—Que Piscis te acompañe, hija. Si los seres sangre azul llegaron aquí, tal vez no estén muy lejos de Escorpio. Yo estaré junto con La Guardia para proteger el reino, pero si me pasa algo y —tomó mis manos— no sobrevivo, ascenderás al trono de inmediato.

La tranquilidad con lo que dijo aquello hizo que se me humedecieran los ojos.

—No, papá, tú vivirás y... cuando yo regrese, quiero verte en este mismo puerto, recibiéndome, ¿sí?

Él sonrió, logrando que una lágrima acariciara mi rostro. Me limpié la mejilla y retomé la compostura.

Cohen llegó a mi lado y mi padre lo cazó con la mirada.

—Recuerda tu promesa, muchacho.

—Tiene mi palabra, Majestad —respondió él.

Abrazos, besos y sollozos inundaron la despedida antes de que finalmente abordáramos el barco.

Cuando subimos, mi vista viajó por la cubierta y se detuvo en un rostro conocido.

—¿Ulises?

El chico se acercó a nosotros cuando me vio, y al percatarme de sus ojos acuáticos y su cabello negro, la duda desapareció.

—¿Qué haces aquí? —pregunté—. ¿Irás con nosotros?

Miré de reojo a Cohen, quien tensó la mandíbula.

—Sí, Athena —sonrió—, tu padre solicitó el escuadrón del coronel Varik. Es por eso que estoy aquí. Somos... diez soldados conmigo.

—Qué coincidencia, ¿no? —observé.

—Definitivamente —asintió él.

—No era necesario hacer...

—¡Bienvenidos al «Ancla Blanca», realeza! —El grito de un hombre interrumpió a Cohen—. Soy Kostas Neln; el capitán del, nada más y nada menos, majestuoso Ankyra. Y, bueno, seguirán mis órdenes a partir de este momento, bla, bla, bla... ya se saben el discursito —puso su mano en el timón—: ¡El barco se respeta! ¿Está claro?

—¡Sí! —exclamamos todos al unísono.

—¡Prepárense! —continuó el capitán—. ¡Eleven anclas e icen las velas! El Ankyra está a punto de zarpar...





¿Qué les pareció?

Ahora sí, el viaje comienza...

¡¡Qué emocióoooon!!

Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo y que lo hayan disfrutado, si fue así, no olviden dejar su voto y comentario.

¡Muchísimas gracias por leer!

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