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Capítulo 12. Un día



Estaba en serios problemas.

Sabían en dónde me encontraba y solo nos daban un maldito día para probar si la profecía era cierta. ¿Cómo demonios se suponía que íbamos a hacer eso?

Evitaba a toda costa el pensamiento de regresar a Escorpio. No era una opción para mí.

Me enojé un momento con Athena; pero sabía que quien había tenido la culpa era yo. Estaba enojado conmigo mismo. Me había dejado llevar por mis impulsos, mis deseos y la estúpida fantasía de escaparme de la vida que en el fondo sabía que iba a vivir.

Odiaba imaginarme a mí como un prisionero de la realeza, pero... si al final terminaba encarcelado, tal vez podría sobrellevarlo.

Qué palabras, ¿no?

Sentía que había cambiado un poco mi manera de pensar, y reconozco que fue gracias a la princesa de Piscis.

En el comedor ya estaban los reyes de Piscis, Joseph y Nerín, y un chico, que según me había informado Athena, era su hermano menor: Lucas.

—Así que tú eres el príncipe desaparecido de Escorpio —la voz del rey invadió el comedor.

—Sí, soy yo. —Hice una reverencia—. Un placer, majestad.

—Espera... —El rey me examinó—. ¿Por qué tienes puesto un uniforme de guardia?

Él esperó una respuesta, aunque yo no dije nada.

—¡Pero claro! Tú fuiste quién acompañó a Athena al observatorio ayer, ¿verdad?

Miré de reojo a la princesa.

—Sí, fui yo.

—Bueno, gracias por eso. —Se aclaró la garganta—. Toma asiento.

Me senté en la mesa de mármol turquesa y la chica hizo lo mismo.

Al avanzar el desayuno, Athena y yo les explicamos a sus padres la misión que nos había dado Poseidón. Al parecer los dos ya estaban al tanto de la supuesta profecía de la que tanto hablaba su hija.

El padre de Athena soltó una carcajada incrédula.

—¿Me están diciendo que Poseidón los llevó al Olimpo y les dijo que debían salvar el mundo? —bufó—. ¿Ustedes? ¿Los primogénitos de Aquea?

Sus padres no lo creían, pero el menor de la mesa estaba muy entusiasmado.

—¿Una aventura? —sonrió Lucas—. ¡Genial!

—Nada de eso es cierto, hijo —le advirtió su padre—. Nadie corre peligro. Todo está bien. Eso fue lo que se informó en Olim.

—Sí, padre, pero... ¿Y los seres del inframundo? —habló Athena, tratando de convencer por décima vez a sus padres—. Al parecer Foi tiene conocimiento de estos y no reveló nada en Olim... eso fue lo que me dijo el oráculo.

El rey soltó un suspiro cansado y miró a su hija.

—No creeré nada de lo que me dicen hasta que lo vea con mis propios ojos —aseguró—. Los continentes están en perfecto estado. No tengo duda de eso. Y por lo mismo es que el acuerdo sigue. —Se volteó hacia mí—. Mañana regresarás a Escorpio, ¿está claro?

Asentí, escondiendo la decepción en mi mirada.

El desayuno terminó y el rey ordenó a un sirviente asignarme una habitación para alojarme el resto del día.

Entré al cuarto, pero sorprendí a la doncella que limpiaba.

—¡Oh, Alteza! —soltó e inclinó la cabeza—. Ya terminé de limpiar. —Se dirigió a la puerta, y antes de salir se detuvo para decir—: En la cama encontrará prendas limpias para que se cambie... Disfrute su estancia.

Era cierto. Aún tenía puesto el uniforme de guardia.

—Gracias —dije y la doncella salió.





Estaba poniéndome la camisa cuando escuché que tocaron la puerta. De inmediato me apresuré a ver quién era. No podía arriesgarme a jugar otra vez al rebelde.

Sonreí al abrir la puerta.

—Athena... ¿Qué haces aquí?

Su respiración estaba agitada. ¿Había corrido hasta la habitación?

—Solamente nos queda un día, ¿recuerdas? —jadeó—. El mundo está en peligro y mi padre no cree en la profecía. Además, mañana te irás, y no hay nada que podamos hacer... A menos que...

—A ver —la interrumpí—, cálmate un poco, ¿sí? Respira.

Ella me hizo caso.

—Gracias.

—Tu padre es muy testarudo —dije.

Athena rodó sus ojos.

—No me digas.

Solté una risa burlona y me apoyé en el marco de la puerta.

—Me recuerda a alguien.

—¿Ah, sí? —Ella alzó las cejas—. ¿A quién?

La chica me desafió con la mirada. Hubo algo en sus ojos que me hizo querer apreciarlos por más tiempo.

—¿Cohen?

—¿Eh?

—¿Me vas a dejar pasar?

—Oh —reaccioné—, sí, claro.

Athena entró, y cuando me vi en el espejo me acomodé la camisa y el cabello. Estaba fatal.

—Bueno —seguí—, y ¿qué es lo que se le ofrece, Alteza?

—Vine a proponerle algo, príncipe —respondió.

—Interesante... —Levanté una ceja, curioso—. ¿Qué es?

—De una u otra manera tenemos que activar las Fuentes, y como mis padres no ponen de su parte, creo que tendremos que hacerlo por nuestra cuenta.

—¿Qué?

—¿Tienes un barco? —dijo de golpe—. Sé que suena loco, pero...

—Sí —admití—, tengo un barco. De hecho, es... un velero.

—Eso no importa... ¿Puede sacarnos de aquí?

Bufé, indignado.

—Claro que puede.

—Perfecto. —Su rostro gritaba de emoción—. Con eso podremos...

—¡¿Qué van a hacer qué?!

La puerta se abrió y apareció, nada más y nada menos..., que la madre de Athena.

—¿Cómo nos escuchó? —dije entre dientes.

—Nada, madre. —La chica se volteó para encararla—. No vamos a hacer nada, no te preocupes.

—¡Ah, no! No lo harán. —Meneó la cabeza; estaba furiosa—. He escuchado todo su plan y no irán a ningún lado... de eso me aseguraré yo.

La reina Nerín jaló a su hija del brazo y la sacó de la habitación.

—Cohen... —murmuró antes de desaparecer de mi vista.

No hablé con ella después de eso. Su madre de verdad se aseguró de que no nos viéramos el resto del día.





Sentía cómo se tensaba mi cuerpo conforme pasaba el tiempo. Esa mañana regresaría a mi reino.

Los segundos parecían horas.

Estaba en el comedor real, esperando a que sirvieran el desayuno.

No había visto a Athena desde la mañana anterior, y quiero dejar muy en claro que, en ese momento, los padres de la chica me despreciaban con la mirada. Su hija había empezado el plan de escaparnos en mi velero, yo no.

Unos fuertes pasos resonaron en el pasillo y fue entonces que la princesa apareció. Su vestido  resaltó en todo el comedor, pero su expresión fue lo que más llamó mi atención; se veía devastada.

Sus ojos cayeron en los míos y no dudó en sentarse a mi lado.

—Hola —susurré.

—Hola —correspondió—. ¿Cómo dormiste?

—Pésimo...

—Bueno —el rey de Piscis irrumpió en la mesa—, en vista de que casi se escapan el día de ayer, y que ya no pudimos llegar a otro acuerdo... —él amenazó a su hija con la mirada— mi palabra es definitiva. El príncipe se va hoy.

—Padre, por favor —suplicó Athena—. Todo esto es importante, y no queremos que nuestras familias peligren. Tenemos que cumplir la misión. La profecía...

—No sigas con eso, Athena —replicó el rey y dio un golpe en la mesa con su puño—. Se irá hoy y punto.

Nadie mencionó nada después de sus duras palabras.

El desayuno terminó, y se me revolvió el estómago de solo pensar que volvería a Escorpio.

Athena y la familia real me acompañaría al puerto, sin embargo; cuando salimos del comedor, la princesa se acercó a mí con los ojos cristalizados.

—Cohen, yo —suspiró—, lo siento mucho. No pensé que te descubrirían tan...

Tomé sus manos y me tragué todo el orgullo que tenía. Aunque no quería aceptarlo, ya consideraba a Athena como una amiga.

—Te preocupas demasiado —le hice saber—. No hay nada de que disculparse.

—Pero...

—En primer lugar, fui yo el que se escapó —me reí—. Y... no me arrepiento, porque de no haberlo hecho, no te hubiera conocido.

A Athena se le salieron unas cuantas lágrimas.

—¡Dioses, Cohen! —sollozó—. No puedo creer que vaya a decir esto, pero... te voy a extrañar. —Estiró sus brazos para que la abrazara, y no tuve que pensarlo dos veces.

En cuanto mis dedos tocaron la piel de su espalda se soltó a llorar.

—Todo va a estar bien —la consolé y sentí cómo apretó mi torso—. Haré todo lo que esté en mi poder por regresar y verte de nuevo —le dije al oído—. Lo prometo.

Ella se despegó de mí. Sus ojos estaban aún en lágrimas.

—Graci...

—¡Majestad!

El fuerte grito la interrumpió, y un guardia pasó corriendo a nuestro costado.

—¿Qué está pasando? —La chica se limpió el rostro.

—No lo sé —dije confundido—, pero parece serio.

—¡MAJESTAD! —insistió con más fuerza, buscando al rey con la mirada.

—¡¿Qué pasa?!—exclamó el padre de Athena con molestia—. Oh, teniente Zander —lo llamó cuando lo vio—. Dé su informe.

—Su Majestad —hizo un gesto con la mano para saludarlo—, nos ha atacado un enemigo desconocido.

—Especifique, Zander —contestó con impaciencia el rey.

—El enemigo ha sido eliminado, sin embargo; tuvimos tres pérdidas al intentar matarlo.

—Perfecto... es exactamente lo que faltaba —resopló enojado—. Observaciones del enemigo, teniente.

—Sí, majestad. —El teniente se veía muy nervioso—. Medía aproximadamente una braza, tenía ojos luminosos y... dejó un rastro de líquido azul cuando lo matamos. Creemos que es sangre.

El rostro del rey se congeló.

—¿Sangre azul?

Athena me buscó con la mirada, y ahí supe que estábamos pensando lo mismo.

—Sangre azul derramará sangre roja —susurró.





¿Qué les pareció?

Ya aparecieron los entes desconocidos, qué nerviooooos

Como siempre, espero que les haya gustado y que hayan disfrutado este capítulo, si fue así, no olviden dejar su voto y comentario.

¡Muchísimas gracias por leer!

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