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Capítulo 11. ¿Cómo empezar?




—¿Mellizos? —cuestioné.

—Así es —asintió el dios.

—Hay algo que no entiendo —habló el chico rubio.

—Dilo —lo alentó Eidon.

—Son tres elegidos, pero somos cuatro con los hermanos.

—Ah —el dios sonrió—, son tres reinos, no personas.

Cohen y yo agradecimos la aclaración.

—Pero volviendo a la profecía —me atreví a comentar—. ¿Nos dirá lo que significa?

—Ya les he dicho —respondió—. Habla sobre los herederos de Aquea.

—Pero... ¿Qué hay sobre la sangre azul, el hijo perdido y... el poder? —insistí.

—El oráculo les dijo que aquí encontrarían las respuestas —mencionó—, y la única respuesta que les puedo dar es la misión que deben de cumplir.

—¿Misión? —Cohen preguntó al dios.

—Ustedes deben activar las tres Fuentes de los observatorios de Aquea. Con su venida aquí ya han activado la de Piscis, pero tendrán que ir también a Escorpio y Cáncer. Ahí los recibirá el dios protector de cada reino y les dará más información.

—¿Información de qué?

—Tienen que apresurarse. —Eidon me ignoró—. Así, cuando activen las fuentes, nosotros recuperaremos las fuerzas suficientes para encargarnos de las criaturas del inframundo.

—Pero...

—Es todo lo que tenía que decirles —me interrumpió de nuevo el gran Poseidón.

Sin embargo, por qué sentía que...

—Mucha suerte —añadió—. El futuro de los continentes está en sus manos ahora.

Y, después de sus palabras, aparecimos de nuevo en el observatorio.





—¿De verdad acabamos de regresar del Olimpo?

La voz de Cohen me devolvió a la realidad.

—Ni siquiera sé si fue real —balbuceé.

Por alguna extraña razón me sentía muy cansada.

—Estoy agotado —murmuró el chico—. ¿Es normal?

—Debe de ser, porque estoy igual que tú —suspiré—. Ya deberíamos regresar.

—¿Y yo? —bostezó—. ¿Dónde me quedaré yo?

—Ya eres un guardia, Cohen. Puedes dormir con ellos. Y si te investigan y preguntan por qué no estás dentro de los papeleos, diles que tus documentos se quedaron con el Almirante Ceter, así no te cuestionarán. —Hice un movimiento con la mano para que se acercara—. No te preocupes, vamos.

Sabía que no le preguntarían si se trataba de la cabeza de la Guardia Real.

Salimos del observatorio y nos subimos al carruaje para regresar al castillo. El conductor nos miró un poco extrañado, pero eso no me importó. Cambié mi vista hacia el cielo y este ya no estaba pintado de negro, se estaba iluminando, y eso significaba que estaba a punto de amanecer.

La carroza nos dejó en la entrada del palacio y caminé junto a Cohen para acompañarlo al Cuartel.

—Bueno, creo que aquí me despido, Athena —dijo él cuando llegamos al edificio.

—Nos veremos en cualquier momento; de eso no te preocupes —respondí—.  Le diré a mi padre que elegí a un guardia personal, y así tendremos más tiempo para hablar.

Él se despidió con una sonrisa y entró al Cuartel.

No sabía cómo empezar la misión que nos había dado Poseidón. ¿En verdad el futuro de los continentes estaba en nuestras manos? 

No quería pensar en eso, así que me fui rápido a mi habitación para dormir; pero ni siquiera eso pude hacer. Estaba abrumada.

Pensaba, solo pensaba.

Sentí el primer rayo de luz pegar en mi piel y observé al sol salir por completo. La brisa del mar llegaba hasta mi habitación mientras repasaba todo lo que había sucedido en los últimos días. Primero Cohen entró en mi vida, luego mi cumpleaños, la profecía y, finalmente... una tarea que cumplir.

—Hija...

—¡Madre!

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no la escuché cuando entró en la habitación.

—Athena, tu padre y yo estamos muy preocupados por ti. —Se acercó al sillón frente al ventanal en el que yo estaba sentada—. Estás muy distraída, y ya van dos veces que sales y llegas a una hora cuestionable. ¿Qué pasa contigo, hija? ¿Quieres hablar?

Me sentía terrible por no querer decirle, por tener secretos con mi familia, pero era tan complicado y sé que sonaba tonto.

¿Una profecía, entregada en un sueño, y protagonizada por los primogénitos de Aquea? Muy creíble, sí.

De no haber sido por nuestra presunta visita al Olimpo, probablemente Cohen y yo hubiéramos dejado eso en paz. Así que, al final, decidí decírselo indirectamente.

—Ay, madre —bajé del sillón y me acerqué a ella—, tienes toda la razón. La verdad es que he estado muy distraída porque tuve un sueño la noche de mi cumpleaños y no he dejado de pensar en él.

—¿De qué trataba, hija? —Acarició mis brazos—. Tu abuela es mejor con eso de los sueños, pero tal vez pueda ayudarte a encontrarle un significado.

—El significado no es el problema —dije—. Creo que estaba muy claro.

—Bueno —continuó—, entonces dilo.

«Vamos, tú puedes, Athena», me animé.

Llené mis pulmones de aire antes de empezar.

—Soñé con el oráculo. —Comencé a caminar por mi habitación; con el piso enfriando mis pies.

—¿El oráculo? —repitió mi madre, confundida.

—Sí —tragué grueso—, en el sueño el oráculo me entregó una profecía; una profecía que al parecer ya se había cumplido antes.

Volteé con mi madre.

—¿Y cuál es esa profecía?

Ella estaba ansiosa.

La dije y... se quedó callada por un momento.

—Deberías hablar con tu abuela, porque no pienso que haya sido un sueño. —Frunció las cejas—. ¿Y si la profecía es cierta?

Solté un grito ahogado.

—¡Dioses, madre! —Tomé sus manos—. ¿De verdad lo crees? Oh, mamá, no sabes lo preocupada que estaba. La incertidumbre me está matando por dentro. De verdad que no quería ocultarles nada.

Y así fue como terminé contándole todo lo que pasó: Lo de Cohen y el observatorio.

—¿Primogénitos de Aquea? ¿Poseidón? ¿El príncipe de Escorpio? —bufó enfadada—. ¡Oh, muchachita, estás en graves problemas! Los reyes de Escorpio nos comentaron en Olim que su hijo había desaparecido hace unos días —suspiró—. ¡¿Y todo este tiempo ha estado en Piscis?!

—Perdón, madre —solté—. No pensé que pasaría esto... De repente ocurrieron muchas cosas. —Me pasé las manos por mi pelo, despeinándolo desesperadamente—. Pero, sí; es cierto. El príncipe está aquí.

—¡¿En qué parte?! —exclamó tan enojada que me asusté por un segundo.

No pensaba confesar. No podía hacerle eso a Cohen, no después de todo lo que había sucedido.

—¡No te lo diré! —exclamé, inquieta—. ¡Él no irá a ningún lado! ¡Tenemos que permanecer juntos!

—Bueno... —hizo un gesto con las cejas: señal de que lo que estaba a punto de decir no me iba a gustar— Solamente te daremos un día para ver si esa profecía es cierta... Si resulta que todo es falso, informaremos a sus padres y el príncipe se irá a su reino. Mientras tanto, él se quedará aquí como invitado, así que hazle saber mis órdenes de inmediato. —Caminó a la puerta y se detuvo—. Y hazlo rápido, Athena... porque quiero que desayune con nosotros.

—Sí, madre.

Dicho esto, ella azotó la puerta y salió de mi habitación.





—¿Qué era todo ese griterío, hermanita? —La voz de Lucas se escuchó desde el pasillo.

—Nada —contesté, observando cómo mi hermano entraba a mi alcoba.

Hubo un silencio que me hizo darme cuenta de algo.

—¿Y ese milagro que estás despierto tan temprano? —pregunté y extendí mis manos hacia él—. Parece que Zeus tirará un rayo hoy.

—Muy graciosa, hermanita..., aunque yo no soy quien está en problemas. —Se acercó a mí con una sonrisa falsa gigantesca—. Nos vemos en el desayuno. —Se despidió y se fue.

Él tenía toda razón: estaba en problemas, pero... ya se estaba haciendo tarde y tenía que arreglarme para enfrentarme a estos.





Mis damas me estaban ayudando, y claro que también querían saber lo que había pasado con mi madre. Los chismes se esparcen rápido por el palacio.

—Princesa —empezó Kira mientras tomaba un mechón de mi cabello— ¿Qué pasó con su madre?

Solté un suspiro molesto.

—Nada... solo le conté algo que no esperaba. Nada más.

—¿No quiere dar detalles, alteza? —insistió Elena, al mismo tiempo que acomodaba mi cabeza para que volteara al espejo.

—No creo. —Les lancé una mirada inexpresiva—. No quiero hablar de eso.

—Bueno —volvió a hablar Kira—, ¿entonces nos podría responder una duda?

—Depende de cuál sea —contesté, curiosa por su pregunta.

—Hmmm —soltó y miró a Elena como si estuvieran tramando algo—. Ayer la vimos con un guardia, y se veían muy cercanos. De casualidad... ¿Hay algo entre ustedes?

—¿Qué? —respondí, sorprendida, porque no sabía si me habían visto con Cohen o con Ulises—. ¿Qué guardia?

—Ay, Su Alteza —se rio Elena, como si la respuesta hubiera sido obvia—. El guardia rubio —sonrió—. Él es muy apuesto.

Ahora sí sabía de quién hablaban.

—Hmmm, no... —me enderecé en la silla— no hay nada entre nosotros. ¿Por qué preguntan?

Pero pareciera que le hablé a la pared, porque después no recibí ninguna respuesta.

Eso no importaba ya, tenía que encontrar a Cohen. Aunque decidí hacer una parada antes.

La biblioteca; ahí se encontraba la mayoría del tiempo. Si no estaba aprendiendo algo, estaba leyendo nuevas historias y mitos sobre el reino.

Inhalé profundo y atravesé la puerta.

—¿Abuela? —pregunté.

—¿Athena?

Su voz me tranquilizó.

—Sí, soy yo, abuela —dije—. Tengo algo que contarte.

—Entonces ven, mi niña.

Hice caso, y al encontrarla, no dudé en compartirle el famoso sueño de la profecía.

Cuando acabé, ella solo mantuvo una expresión sorprendida. Sin embargo; no pude evitar notar una ligera sonrisa en sus labios.

—¿Sabes? Hace muuucho yo también tuve un sueño así —susurró—. No te lo contaré a detalle, pero fue muy fuerte, casi como el que me cuentas tú.

—¿En serio?

—Oh, sí, Athena —asintió—. Siempre han dicho que los sueños tienen significado... Así que, hazle caso a ese. No cualquiera sueña con profecías, querida. —Sus dedos rozaron mi mejilla—. Yo sí te creo.

Inspiré entrecortadamente.

—Gracias, pero... ahora debo encargarme de un asunto delicado.

Le di un beso de despedida y me dirigí a la salida.

—¿Qué hiciste, mi niña? —curioseó.

Me detuve.

—Yo... solo, eh...

—Recuerda que no hay nada de malo en equivocarse —dijo—. Si el destino así lo quiere, así lo hará, y el camino solo se despejará.

Me giré para verla y sonreí de oreja a oreja.

—Ay, abuela —suspiré—. ¿Cómo puedo agradecerte por tanta sabiduría?

—Arregla ese asuntito tuyo y con eso tengo suficiente.

Y así, con la sonrisa en mi rostro, abandoné la biblioteca.





Divisé mi objetivo a lo lejos y caminé, pensando muy bien en mis palabras.

Mis pasos resonaban en el pasillo y mi vestido se paseaba de un lado a otro mientras me aproximaba hacia el chico rubio.

—Cohen —lo llamé cuando estuve a unos pocos pasos de él—, tengo que decirte algo. —Se notó en mi voz que se desvaneció la seguridad que habían tomado mis pasos anteriormente.

El chico se volteó y sonrió.

—¿Qué pasó? —Su rostro cambió cuando notó la tensión en mi cuerpo—. Athena, dime.

—Eh... yo...

—¿Todo bien? —El príncipe se estaba preocupando.

«Ay, Cohen —dije en mis pensamientos—. Perdóname, por favor».

—Nunca me ha gustado tener secretos con mis padres, y la profecía me estaba carcomiendo por dentro, Cohen. De verdad, yo...

—Athena —Cohen apretó los dientes—. ¿Qué es lo que me quieres decir?

Respiré profundo antes de soltar:

—Mis padres saben que estás aquí.

—¡¿Qué?!

—Sí. —Bajé la mirada—. Saben que Cohen, el príncipe fugitivo de Escorpio, está aquí. Y mi madre me ha pedido que...

—¿Me delataste? —exclamó.

Estaba molesto... muy molesto.

—No quise hacerlo, yo...

Su expresión pasó a una de decepción.

—Athena, ¿por qué?

—Mi madre entró a mi habitación esta mañana, y yo estaba muy abrumada, ¿sí? Pensé que sí creería en la profecía y... terminé contándole todo, incluyéndote a ti y tu identidad.

Él exhaló.

—Sabía que esto pasaría —masculló—. Mi libertad era demasiado buena para ser verdad.

—Cohen, de verdad lo siento...

—No es tu culpa.

—Pero ni siquiera has escuchado lo peor —murmuré.

Desconocí su mirada. Era de pura rabia.

—¿Y qué es lo peor? —alzó la voz.

A lo lejos logré ver a algunos guardias extrañados.

Conforme le contaba que ya era un invitado en el palacio y que teníamos un día como límite para probar la veracidad de la profecía, logré apreciar el odio acumulándose en sus ojos.

—... te mandarán a Escorpio si no lo es —terminé diciendo.

Él se volteó, llevó sus manos a su nuca, miró al cielo y soltó un gruñido de frustración.

—No todo es malo, Cohen —intenté mejorar la situación—. Ya no tendrás que esconderte.

Su rostro se calmó un poco.

—Eso es un alivio.

Se me olvidaba algo.

—Y... como ahora eres nuestro invitado, tienes que comer con nosotros, así que... vayamos a desayunar.

Cohen soltó una carcajada.

—Ese fue un cambio de tema muy drástico.

—Lo sé.

—Pero —siguió—, por lo menos tendré comida decente.

Sus palabras me hicieron reír y él también lo hizo.

—Vamos. —Tomé su brazo para dirigirnos al comedor—. Todo va a salir bien —suspiré—. Espero...





¿Qué les pareció?

Ya se sabe donde se encuentra Cohen, y parece que no se quedará por mucho más tiempo.

Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo, recuerden votar y comentar.

¡Muchísimas gracias por leer!

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