Canción 2.
Palabras: 2071.
Género: Amor dulce.
Canción: De aquí hasta el otro lado.
Ángel.
Blanco.
Un hermoso y largo vestido blanco envolvía aquella hermosa figura femenina, su largo cabello color plata se encontraba recogido elegantemente del lado derecho de su cabeza y algunos mechones enmarcaban su rostro.
El verde de aquellos hermosos ojos suyos se encontraba resaltado por el delicado maquillaje que sus amigas le habían hecho y le daba un aspecto de fragilidad que no iba con su verdadero ser, pero era un día importante y él, como su padre, le dejaría ser quien quisiera.
Suspiró enamorado, su hija era la mujer más hermosa que había visto jamás. Se parecía tanto a Lavina y... En realidad era en honor a ella que llevaba ese nombre.
Frunció el ceño y le chasqueó los dedos frente a los ojos, su linda Lavi le miraba con molestia y las manos en las caderas.
—Llevo media hora hablando contigo, papá —se quejó exasperada—. ¡Deja de mirarme como si fueras a llorar en cualquier momento y dime dónde está el idiota de mi padre!
Físicamente era Lavina, temperamentalmente era Hayato, definitivamente.
Gokudera padre rió llevándose una mano a los ojos y secándose las lágrimas que escapaban de ellos, Lavina tembló ante la visión que su orgulloso papá le regalaba y un nudo se formó en su garganta.
Desvió la mirada.
—T-Tu padre estaba de camino aquí —la voz le temblaba tan patéticamente...— Cariño, te ves hermosa el día de hoy, no sabes lo feliz y orgullosos que nos sentiremos él y yo.
Sí lo sabía, se lo repitieron diez millones de veces (sin exagerar, las había contado con aquel cerebro matemático heredado del genio que tenía de papá) durante las últimas dos semanas. Rodó los ojos.
—Créeme que lo sé —sonrió nerviosa—. Papá, ¿en serio me veo bien? Es decir... Sabes que no uso vestidos ni nada de este pegoste en mi cara, ¿no me veo rara?
Y allí estaba su Lavi, Hayato sonrió mientras acariciaba el rostro de su hija.
—Cariño, eres la mujer más hermosa del mundo el día de hoy —declaró para bochorno de la chica, quien se sonrojó—. Shiro debería sentirse afortunado, hoy él y tú... Ugh, en serio. ¡¿Por qué él?!
La chica rió alejando las manos de su padre de sí misma y picó su estómago con una mirada pícara.
—No puedes odiar a Shiro, papá —y esa era la molestia de Hayato—. Es el hijo del décimo, odiarlo sería traición a la onceava generación.
—¡Lavi es que no es sólo el hijo del décimo! —protestó indignado— ¡Es el hijo del décimo y Rokudo Mukuro! ¡Un maldito crío que quiere quitarme a mi nena!
Se sonrojaron ambos.
—¡Ugh, papá! —exclamó abochornada y le golpeó la frente— ¡No digas cosas vergonzosas el día de mi boda con Shiro! ¡Que asco!
—¡Ugh, Lavi! —le imitó resentido— ¡No digas que te casarás con Shiro el día en que impediré tu boda!
La chica estrechó los ojos, repentinamente cautelosa y retadora.
—No te atreverías.
Hayato le imitó.
—No me tientes.
Lavina rodó los ojos y le dio la espalda para volver a mirarse al espejo, revisaba por doceava vez su maquillaje mientras esperaban la llegada de aquel que la entregaría en el altar.
El único de los padres que no intentaría matar al hijo de Tsuna, Yamamoto... Por lo menos no intentaría matar a Shiro Rokudo mientras los padres del mismo miraban.
A saber lo que pasaba por esa mente maligna de asesino aprendiz de Reborn, Tsunayoshi tendría que reclamar su puesto como favorito pronto.
Gokudera suspiró embobado mientras dejaba de pensar en su marido y se centraba en su hija, el recuerdo de su nacimiento seguía latente en su mente.
Veintidós años atrás, una tarde lluviosa en la mansión Vongola, el lugar donde se celebraba la boda, Shamal había dado a Verde el sí para su experimento.
Había funcionado con Gokudera y Takeshi lloró como nena por, sin exagerar, dos horas seguidas de la emoción mientras cargaba a su hija.
Una bebé sana y regordeta con pelusa gris en la cabeza, sus ojitos brillaban de un color verde similar a los de aquel que le trajo al mundo y la lluvia no pudo estar más que encantado.
Shamal no estaba tan feliz, sin embargo y le había dejado en claro a Yamamoto que antes de tener hijos y casarse debieron haber hablado con él.
Se creía su padre y acabó como el padrino de Lavina Yamamoto.
Hayato recordaba, mientras observaba a su hija dar una y mil vueltas revisando el vestido que su tía Bianchi le había regalado, la niñez de su pequeña.
Vestidos color rosa regalados por tía Kyoko y tía Haru fueron destruidos vilmente por la Lavi de seis años, en cambio aceptó gustosa las armas que el abuelo Verde, el abuelo Reborn (y la lista sigue incluyendo a tíos y tías bastante malos de la cabeza) le regalaba cada dos fines de semana.
Cuando su hija cumplió doce fue que el décimo presentó oficialmente a Shiro, quien era un año menor que su ángel así que no le preocupó... Hasta que les vio jugar alegremente en el parque de diversiones cuando su Lavi cumplió los catorce.
Cuando tuvieron dieciséis y quince lo hicieron oficial, Hayato no recordaba quién estaba peor, si él o Tsuna.
Mukuro no podía estar más que encantado de que su hijo jodiera una familia tan bonita como la de los Yamamoto y escapase del peligro que suponían los Hibari.
El terror de Rokudo era que su descendencia y la de aquella alondra se juntase, más aún cuando Hiromi nació cercana a la fecha de su Shi-kun.
Sobre Tsuna, sabía de lo explosivos que eran sus consuegros y temía por su hijo, el pobre nació con la vena sádica bastante desarrollada y que el abuelo Reborn le entrenase no era nada bueno.
No, no. Su hijo estaba muerto ya, rezaría por él.
Pero Gokudera tuvo piedad con el chico los primeros años, para sorpresa de muchos el pequeño y adorable (en su mente) Shiro era educado... Tenía la maldita personalidad de Mukuro y Reborn, pero se salvaba por algunos ademanes similares a los de Tsunayoshi.
Que sino...
Una vibración le hizo salir de su ensoñación y miró su celular, frunció el ceño y Lavi, quien le había estado mirando todo el rato con curiosidad, lo notó.
—¿Sucede algo?
—Bueno... Esto no va a gustarte, Lavi —y ella empezó a temblar por pura anticipación—. Tu padre ha tenido un contratiempo y no cree poder llegar a entregarte, ¿qué quieres que hagamos?
Se puso nerviosa y se llevó una mano a la cabeza, la retiró rápidamente al notar su peinado y se giró hacia el espejo esperando no haberle destrozado.
Suspiró aliviada.
—Sabía que padre no llegaría —sus ojos se oscurecieron un poco y volvió a mirar al peliplata—. Papá, tú... ¿Querrías entregarme a Sh...?
—Nop.
Chasqueó la lengua.
Lavina se cruzó de brazos enojada ante la sencilla respuesta de su padre y gruñó furiosa, necesitaba un vaso de jugo de arándanos con urgencia.
—¡Papá, no es tiempo de...!
—Lavi, ningún padre quiere entregar a su hija —obvió con una sonrisa mientras colocaba sus manos en los hombros de la chica—. Piensa bien en tu pregunta, tienes cinco minutos para salir.
Ella tembló y miró hacia la ventana, los nervios la golpearon con la fuerza del tren bala de Tokio.
—Papá, en serio amo a Shiro —murmuró nerviosa—, lo amo más que al béisbol o a los UMA. Sé que no tendremos una relación perfecta, pero quiero que me entregues a él. Quiero que tú y padre me vean crecer a su lado, que mimen a los hijos que tendremos y...
—Lavi, me pierdes —aunque un nuevo niño de cabello plateado sería lindo—. Hija, sé que amas a... Ese niño, sólo tienes que decir dos palabras.
—Dinamita y jugo de arándanos —no eran esas—. Por favor, ¿podrías acompañarme al altar?
Gokudera simuló pensarlo y a su hija casi le dio un ataque de histeria, pero Haru no dejó que se tomarán más tiempo para estresarse los unos a los otros.
Un remolino de cosas sucedió y, para cuando Hayato y Lavi se dieron cuenta, ambos se encontraban de camino al altar donde un castaño de ojos azules esperaba por ellos.
Shiro parecía estar nervioso y Hayato le frunció el ceño con desaprobación, sólo por joderle.
Detrás del novio se encontraba Naoki, quien añadía tensión a la situación y es que su mirada verdosa dejaba en claro una amenaza de muerte en caso de que su mejor amigo lastimase a su hermana.
Por el segundo hijo, Takeshi había llorado una hora y media.
Hayato estaba tentado en ese momento de llorar también, su niño azabache era su segundo ángel.
Ya el tercero era Abel.
Pero aquello seguía siendo un secreto así que...
Llegaron al altar en poco tiempo y al momento de colocar la mano de su hija sobre la de Shiro, dudó.
Miró a su Lavi, la manera en que sus ojos brillaban mientras le sonreía a su prometido y una pequeña amargura le invadió.
Lavina se había vuelto hermosa. Gokudera jamás habría creído lo que decían las chicas de no haberlo visto en su hija.
Las mujeres se vuelven las más hermosas del mundo cuando se enamoran.
Y su niña estaba preciosa desde hacia años, todo por Shiro.
Suspiró y miró al chico, él también se había puesto guapo por su niña.
Sonrió.
—Cuídala.
Y antes de que alguno de los enamorados reaccionara se alejó siguiendo el programa de Chrome y la boda dio inicio.
Gokudera sólo miró una última vez la sonrisa de su hija antes de volver al interior de la mansión Vongola, tenía un idiota con el cual hablar.
Cuando llegó a la cocina no se extrañó de ver a un tranquilo Takeshi jugando al LOL en su portátil.
Le pateó con una mueca de odio absoluto.
—¡¿Qué coj...?! —palideció— ¡Ay, mi amor, pero si eres t...!
—¿Qué mi amor ni qué leches? —bufó tentado en derramar el jugo sobre el ordenador— ¿Se puede saber qué demonios haces aquí? ¡Lavina contaba con que la entregases en el altar!
Yamamoto se frotó la zona lastimada con una mueca de disgusto, gruñó.
—No quiero entregarle a mi hija a nadie —farfulló molesto y suspiró relajándose—. Además, sería más emotivo que la entregases tú, Nao quería verte hacerlo antes de degollar a su mejor amigo.
Hayato sonrió con los brazos cruzados, aquella postura arrogante suya le recordó a Takeshi su juventud.
Había días en que se cuestionaba el cómo habían acabado juntos, pero agradecía su suerte.
—Ese es mi hijo —espetó con orgullo—. Nada que ver con cierto padre vago suyo.
Yamamoto rodó los ojos girando el cuerpo hacia el menor y atrapándole en uno de esos abrazos que, sabía, su marido tanto odiaba.
Un pellizco se llevó, pero el italiano no hizo ademán de alejarse y le rodeó el cuello con los brazos.
—Vago, pero así me amas —alardeó con coquetería—. Además, gracias a mí es tu hijo.
—No recuerdo el día en que he dicho tal cursilería —rodó los ojos— y eres tú quien debería estar agradecido, Nao y Lavi vinieron al mundo gracias a mí.
—Yo también ayude en su creación —acarició sugerente la cadera del hombre bomba—. Y no me molestaría contribuir con unos diez más, nuestros niños son muy lindos, Hayato.
Sonrió.
Yamamoto había visto esa sonrisa amorosa y esa mirada suave contadas veces, Gokudera unió sus labios en un beso lento y sin razón.
Pocas eran las veces en que le besaba, así que la lluvia disfrutó el sabor a mentas por el tiempo en que duró sin replicar u oponerse.
Después de unos segundos se separaron y los ojos verdes de Hayato parecieron cristalizarse al tiempo en que su rostro se sonrojaba.
—Me pregunto qué será el tercero —murmuró para sorpresa del mayor—. Niños y niñas nos salen muy bien, pero quisiera saber qué será antes de decidir quiénes son sus padrinos.
Y lo entendió.
Esa noche, durante la celebración de su primera hija, Yamamoto lloró cuatro horas seguidas mientras Naoki y Lavina miraban aturdidos a sus padres.
Tsuna no pudo estar más feliz... A excepción de que su alegría murió cuando el tonto de su hijo fue y, mientras aplaudía, anunció que el primer nieto también llegaría pronto.
En serio, Shiro estaba en todo su derecho de ser un Rokudo y Lavi se cuestionó cuánto tiempo sus padres le dejarían vivir.
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