Capítulo 4
Desde el balcón de su departamento contemplaba la hermosa vista nocturna del mar mientras meditaba acerca de su idea de inaugurar el bar del hotel con una noche de karaoke. Este se encontraba frente al restaurante, justo al otro lado de la piscina, aunque no había sido habilitado aún, ya que todavía faltaban algunos permisos. No obstante, Ricardo Milano, el intendente y amigo del suegro de Bruno, el mayor de sus primos, había intervenido a su favor para que ese mismo fin de semana pudiesen inaugurarlo.
En realidad, lo había sugerido a modo de broma. Todavía recordaba cuando, en algunos eventos familiares, terminaba con un micrófono en la mano, interpretando alguna canción a pedido de la madre de sus primos quien, según sus propias palabras, adoraba la dulzura de su voz. Por supuesto, luego debía soportar las bromas de ellos, pero mientras eso pusiese una sonrisa en el rostro de su tía, Cristina, no le importaba.
Lo que menos se imaginaba era que ellos tomarían en serio su sugerencia. De hecho, les había encantado la idea. Por fortuna, no le insistieron para que estuviese a cargo de la organización. Su primo menor, Agustín, tenía un amigo en la universidad que era Disk Jockey y, al parecer, estaba más que dispuesto a brindar sus servicios por un precio conveniente para ambas partes. Lo único que esperaba era que no le pidiesen participar. Ya no era una niña y por nada en el mundo aceptaría cantar delante de un montón de extraños.
Se estremeció al sentir de pronto la fría brisa proveniente del océano sobre su cálida piel. Desde hacía varias horas que estaba lloviendo y ya podía notarse el abrupto descenso de la temperatura. Si bien las noches solían ser bastante frescas en la costa, se volvían heladas cada vez que había tormenta, o al menos así lo sentía ella. Por un momento, pensó en prepararse una taza de café, abrigarse y quedarse un rato más allí afuera; no obstante, estaba demasiado cansada como para mantenerse despierta hasta tarde, por lo que desistió de inmediato.
Sentándose en su cama, conectó el celular al cargador y lo depositó en la mesita de luz. La pantalla se iluminó de repente permitiéndole volver a ver la notificación del último mensaje que le había enviado su mejor amiga horas atrás. Suspiró con agobio. Se sentía mal por ignorarla de forma deliberada, pero la realidad era que no se sentía lista aún para enfrentarla. Sabía que, si lo hacía, terminaría contándole acerca de lo que hizo con Lucas y no estaba segura de cuál podría llegar a ser su reacción.
Durante meses había estado ilusionada con Gabriel, el custodio que el padre de Daniela había designado para protegerla, y no recordaba oportunidad en la que no hubiese bromeado con ella al respecto. Hasta llegó a ponerle el estúpido apodo de bomboncito solo para molestarla. ¡Dios, qué ilusa había sido al creer que podría corresponderle alguna vez! Desde un principio fue más que obvio que aquellos increíbles ojos azules solo se encendían en presencia de su amiga.
Sin embargo, el secuestro de Daniela lo había cambiado todo. El guardaespaldas resultó herido en el enfrentamiento y ella se sintió incapaz de alejarse y dejarlo solo en un momento tan vulnerable. Por consiguiente, permaneció a su lado, aun cuando no se sentía bienvenida, y le brindó todo su apoyo y sus cuidados. Podía notar la culpa que lo corroía por dentro y, como la tonta que era, siguió visitándolo en un intento por confortarlo.
Poco después, su vida comenzó a desmoronarse y, para su sorpresa, eso le dio la fortaleza necesaria para por fin dar un paso al costado. Ya tenía suficientes problemas como para súmale tener que lidiar con un infantil enamoramiento que jamás sería correspondido. No obstante, cuánto más distancia puso entre ellos, más se interesó él. Y así fue como, por esas ironías de la vida, encontró en sus brazos el consuelo que tanto necesitaba. Gabriel la ayudó cuando más sola y perdida se sentía y estuvo para ella cuando nadie más lo hizo.
Pero entonces, la noticia de que Daniela volvía a estar en peligro los alcanzó y una vez más, su amiga volvió a formar parte de su confusa relación. Con el propósito de animarla, él la sorprendió llevándola a Misiones, lugar en el que ella se estaba refugiando. Una vez allí no tardó en darse cuenta de que había sido un artilugio y comprobó por sí misma que sus sentimientos no habían desaparecido. Incluso Lucas, el dueño de casa y compañero de Pablo, advirtió lo que sucedía con la pareja —si acaso podía decir que eso habían sido— lo cual hizo que se sintiese aún más avergonzada.
Lucas... ¿Por qué siempre, de un modo u otro, sus pensamientos regresaban a él? Era consciente de que habían compartido algo inolvidable; sin embargo, no era la primera vez que tenía una aventura de esa índole con un hombre y no entendía por qué la dejó tan marcada. Tal vez tenía que ver con que fue el único que se interesó en ella como persona antes que como mujer. El único que de verdad la notó, que la escuchó y la aconsejó sin querer nada a cambio. El único que le señaló su propio valor.
Lo más llamativo era que, aunque no estaba segura de la razón, había confiado en él desde el instante en el que lo vio por primera vez. Gabriel y ella habían entrado sin permiso en la casa de Pablo en búsqueda de Daniela y terminaron topándose con Lucas, quien en ese momento se encontraba reforzando el sistema de seguridad. A pesar de su actitud amenazadora y el arma con la que los apuntaba, algo en sus ojos le dijo que jamás haría nada para lastimarla.
Aun sin conocerla, sin saber nada de ella o de su vida, había sido capaz de advertir su angustia y le brindó su oído cuando más lo necesitaba. Había sabido qué decirle, las palabras justas para llegar a ella cuando nada parecía hacerla entrar en razón. Y volvió a hacerlo meses después en la boda de su mejor amiga cuando el pánico había comenzado a invadirla una vez más. No obstante, en esa oportunidad, ya no fueron solo palabras. La besó de forma apasionada y, con su beso, consiguió borrar cualquier vestigio de preocupación, dejando en su lugar un ardiente y abrasador deseo que solo él podría aplacar.
Inspiró profundo cuando el recuerdo de lo que vivieron juntos invadió cada rincón de su mente. Sabía que había obrado mal al dejarse llevar por el impulso, pero fue incapaz de detenerse. Se apareció en la habitación de su hotel y lo sedujo aun sabiendo que era un hombre comprometido. ¿Qué decía eso de ella? No, definitivamente no podía contárselo a Daniela. No quería oír la decepción en su voz.
Sintiéndose sola otra vez, se recostó sobre su espalda y se metió en la cama. Nada más cerrar los ojos, volvió a verlo. Una hermosa sonrisa embellecía su rostro y sus ojos verdes brillaban de excitación. Por más que lo intentase, no podía luchar contra el bombardeo de imágenes y sensaciones que la invadía cada vez que pensaba en él: la deliciosa sensación de sus labios moviéndose con ansia contra los suyos, el cálido y gentil roce de su lengua, el suave contacto de sus dedos sobre su piel...
Jadeó ante el inesperado cosquilleo que experimentó entre sus piernas y, ya sin fuerzas para seguir resistiéndose, deslizó una mano por su vientre hasta meterla debajo de la fina tela de su ropa interior. Un gemido escapó de sus labios cuando acarició su zona más sensible y, sin detenerse, comenzó a dibujar pequeños círculos sobre su inflamado nudo. Un líquido caliente cubrió al instante sus dedos, instándola a seguir con los movimientos.
Volvió a sentir sus labios sobre su cuello y, poco después, sobre sus pechos. El delicioso olor de su piel, una mezcla de jabón y sudor, la envolvió por completo hasta nublar sus sentidos y todo su cuerpo se arqueó en respuesta.
—Lucas... —susurró totalmente abstraída por las intensas sensaciones que estaba experimentando.
Ya no era su mano, sino la de él, la que la atormentaba de ese modo tan íntimo, sensual, ardiente. Imitando cada uno de sus movimientos, se acarició de la misma manera en la que él lo había hecho cuando estuvieron juntos. Entonces, fue más allá y dejó que sus dedos se deslizaran en su interior enterrándose en lo más profundo de ella. Dejó caer su cabeza hacia atrás al sentir la deliciosa invasión, y continuó con los embates una y otra vez mientras su pulgar atormentaba su centro.
Nunca había alcanzado ese nivel de excitación al tocarse a sí misma, pero con él todo era diferente. Solo pensarlo hacía que su respiración se entrecortase y su corazón latiera enloquecido contra su pecho. Notó la humedad que se escurría entre sus dedos y mojaba las sábanas debajo de ella y eso no hizo más que aumentar su placer. ¿Cómo era posible que aun en su imaginación fuese capaz de generarle tanto?
Su interior se contrajo de repente ante la magnitud de lo que estaba sintiendo y supo que se encontraba cerca, muy cerca. Entonces, escuchó su grave y sensual voz susurrando su nombre entre roncos gemidos y todo a su alrededor estalló en mil pedazos.
—Dios mío —jadeó, todavía agitada.
No podía creer lo que acababa de pasar. No el que se hubiese dado placer a sí misma —no era la primera vez y sin duda, tampoco sería la última—, sino el que hubiera sido tan intenso, real.
No pudo evitar volver a gemir cuando apartó la mano de su sexo. Podía sentirlo todavía palpitando como si no hubiese sido suficiente, como si deseara más. Y lo hacía. Solo contemplar la posibilidad de seguir tocándose mientras imaginaba que era él la hizo estremecer.
Inquieta por la extraña reacción de su cuerpo, apartó el cobertor de un tirón y se levantó de la cama para ir al cuarto de baño. No supo en qué momento se había quitado la ropa, pero se encontraba completamente desnuda. Se apresuró a abrir la ducha y, sin esperar a que el agua se calentase, se metió debajo de la lluvia. Tenía que detener cuanto antes la locura que acababa de apoderarse de ella.
Unos golpes en la puerta la despertaron con brusquedad. Emitiendo un gemido, se cubrió la cabeza con la almohada. Contrario a lo que había pensado que sucedería luego de saciar su apetito sexual la noche anterior, tuvo dificultad para conciliar el sueño. Su cabeza no la dejó en paz y lo que debía haber sido algo placentero, terminó volviéndose una tortura. Su cuerpo no parecía en absoluto conforme y su piel clamaba a gritos la de alguien que no le pertenecía.
—¡Luci! Arriba, dormilona.
La voz de José la alcanzó de lleno justo antes de que volviera a golpear con los nudillos la puerta.
Frotándose la cara, se sentó en la cama y miró el reloj. No llegaban a ser las seis de la mañana siquiera. Confundida, miró hacia la ventana para confirmar lo que temía: todavía no había salido el sol. Se puso de pie y tras desperezarse, caminó hacia la puerta. Estaba en medio de un gran bostezo cuando la abrió para atender a su primo.
—José, ¿qué...?
La pregunta quedó inconclusa al verlo vestido con ropa deportiva y dos vasos descartables con lo que, a juzgar por el delicioso aroma que desprendían, no podía ser otra cosa más que café recién hecho.
—Pensé que te gustaría desayunar conmigo mientras vemos el amanecer —le indicó con una sonrisa que hacía tiempo no veía—. Luego podemos correr por la playa como en los viejos tiempos.
No tuvo que pensarlo siquiera. Sonriendo como si fuese una niña pequeña a quien le habían traído un regalo, le pidió que aguardase mientras se lavaba la cara y se vestía. Por primera vez desde que había llegado, volvió a sentir que estaba con su primo más cercano, amigo y confidente. No sabía qué había provocado ese cambio en él, pero no iba a cuestionarlo y, aunque dudaba de que pudiese seguirle el ritmo, le agradaba la idea de retomar algunas de sus viejas tradiciones familiares.
Bajaron por las escaleras en silencio y caminaron hacia la playa. Tal y como sucedía siempre en la costa, a pesar de la lluvia del día anterior, por la mañana no había una sola nube en el cielo. No obstante, aún estaba fresco. Se detuvieron tras pasar el médano que separaba el hotel de la playa y se sentaron sobre la arena. Podía sentir la humedad de esta en sus pantalones, pero no le importó. El sol había comenzado a asomarse capturando al instante su atención.
Un espectáculo de colores los cubrió poco a poco mientras la naturaleza seguía su curso frente a ellos. Azul, celeste, naranja y amarillo se entremezclaban para dar comienzo al nuevo día. El mar estaba más calmado una vez que pasó la tormenta y el viento, más suave que la noche anterior, rozaba su rostro provocando que su cabello flotase hacia un costado. Suspiró. Esas primeras horas le resultaban tan pacíficas y hermosas como las últimas.
—Extrañaba esto —confesó José con la mirada perdida en el horizonte.
Giró la cabeza para mirarlo, complacida de encontrar sosiego en sus ojos castaños.
—Yo también. Deberíamos hacerlo más seguido.
Él asintió con una sonrisa.
—Si logro despertarte a tiempo, claro. Me quedó doliendo la mano de tanto llamar a tu puerta —bromeó.
—¡Mentiroso! —replicó a la vez que lo golpeó en el hombro a modo de juego—. Te escuché a la primera, pero mi cuerpo se negaba a moverse.
Frunció el ceño al oírla y clavó sus ojos en los de ella.
—¿Mala noche?
"Todo lo contrario, pensó mientras luchaba contra la corriente eléctrica que recorrió su columna al recordar la razón de su insomnio.
—No, solo me desvelé un poco pensando en el karaoke —mintió al tiempo que apretaba sus piernas de forma inconsciente. Por fortuna, él no pareció notarlo.
—No vamos a pedirte que cantes delante de todos, tranquila —aseguró en un tono que indicaba que eso era justo lo que harían.
—Más les vale que no o te juro que suben conmigo.
Se carcajeó ante su amenaza.
—¿Qué tal si corremos un rato? —propuso a la vez que dejó ambos vasos en un rincón para recogerlos luego y se puso de pie—. Tu culo está un poco más gordo desde que llegaste.
—¡Voy a matarte!
José se apresuró a correr lejos antes de que pudiese golpearlo de nuevo. Sin embargo, Lucila no estaba dispuesta a rendirse, por lo que en el acto se puso de pie y fue tras él.
Contenta de volver a sentir esa cercanía que siempre había caracterizado la hermosa relación que tenía con su primo, salió de su departamento después de una muy necesaria ducha y se dirigió al restaurante para compartir un almuerzo en familia. Procuraban comer todos juntos siempre que podían. Por otro lado, todavía tenían que ultimar algunos detalles respecto de la apertura del bar, así que aprovecharía también para hablarles de eso. Comenzaba a arrepentirse. Estaba segura de que los tres se complotarían en su contra.
Se encontraba a mitad de camino cuando unas manos la sujetaron por la cintura.
—¡Bu! —exclamó el menor de sus primos, carcajeándose.
—¡Agustín, tenés que dejar de hacer eso! —lo retó a la vez que se llevó una mano al pecho.
—¿Y perderme la diversión? No lo creo.
—Te juro que un día de estos voy a golpearte.
Las carcajadas se hicieron aún más audibles.
—No te enojes, primita linda. Es solo mi venganza por las veces que José y vos me lo hacían cuando era chiquito.
Los recuerdos afloraron en cuanto hizo mención del pasado, haciendo que una serie de imágenes de ellos dos fastidiándolo pasaran por su mente.
—Tenés razón, me lo merezco —respondió con expresión culposa.
Por supuesto, Agustín no se lo tragó ni por un segundo.
—Veo que voy a tener que ser más creativo si en verdad quiero que lo sientas.
Ahora fue Lucila quien rio.
—Mientras pensás en eso vayamos a comer que estoy muerta de hambre.
Sujetándolo del brazo, lo instó a entrar en el comedor y avanzaron en dirección a la mesa reservada para ellos.
Bruno, Patricia y José los estaban esperando. El primero tenía un brazo extendido en el respaldo de la silla de su esposa mientras que con la otra mano acariciaba su abultado vientre. Lucila sonrió al ver la escena y se apresuró a sentarse junto a su otro primo.
—¿Ya eligieron el nombre?
—Todavía no. Hay tantas opciones... Creo que vamos a esperar a conocerla para ver cuál le queda mejor.
—¿Conocerla? ¿Es una nena? —preguntó Agustín, sorprendido.
La pareja intercambió una mirada. Hasta ese momento ni siquiera ellos habían sabido el sexo del bebé.
—Sí, hoy nos dieron la confirmación cuando le hicieron la ecografía —agregó Bruno, orgulloso.
—¡Felicitaciones! —dijeron todos a la vez, alegres por la noticia.
El almuerzo transcurrió de forma amena entre bromas y risas. Los hermanos más jóvenes se aliaron para molestar al mayor hablando sobre el futuro amoroso de su sobrina si tenía la suerte de parecerse a su bella madre en lugar de a su padre, y este los mandó al carajo sin ningún tipo de reparo. Luego, siguieron conversando acerca de cómo llevarían a cabo la noche de apertura del bar.
Además del Disk Jockey, Agustín había contratado a un animador conocido de la zona para que llevase la batuta durante el karaoke. Si bien la idea era que fuera algo de una única vez, todos coincidieron en que podrían repetirlo cada mes o incluso una vez por semana si veían que tenía buena acogida por parte del público.
Estaban terminando de comer el postre cuando la recepcionista del hotel se acercó a la mesa para indicarle a Bruno que habían llamado de la oficina del intendente. Este se disculpó y, tras besar a su esposa en la mejilla, se apresuró a seguir a la chica.
Lucila notó de inmediato el cambio que dicha interrupción generó en José quien, sentado a su lado, se tensó nada más oír el destinatario de la llamada. No obstante, antes de que pudiese preguntarle al respecto, este se excusó y se alejó hacia la salida mientras sacaba su celular del bolsillo.
—Cada vez —murmuró Patricia con un dejo de cansancio en la voz.
—¿Cómo?
—No, nada. No te preocupes.
Agustín intervino ante la mirada confundida de Lucila.
—A Patri le preocupa un poco el modo en el que Bruno deja todo cada vez que se trata del intendente. No termina de gustarle que mi hermano tenga negocios con él.
—Creí que Ricardo Milano era amigo de tu papá.
Ella suspiró.
—Lo es y no me molesta que tenga negocios con él —remarcó dedicándole una mirada exasperada a su cuñado—. Es solo que desde que se hicieron las ampliaciones hace sus reuniones acá y Bruno se pone insoportable porque quiere que todo esté impecable. Todos sabemos cómo es de meticuloso. Eso se potencia cada vez que viene el intendente.
—Sí, entiendo —se limitó a decir.
Lo había notado también y tampoco le gustaba. No obstante, lo que más le preocupaba era la reacción que había tenido su otro primo. No podía afirmarlo, aunque tenía la sensación de que José ocultaba algo y, sin duda, tenía que ver con el señor Milano.
—Si me disculpan, me voy a retirar también. Estoy un poco cansada.
—Pero te sentís bien, ¿no?
—Sí, Agus —dijo a la vez que ponía los ojos en blanco—. Ya bastante tengo con tu hermano como para que vos también me estés cargoseando —prosiguió con tono divertido.
Este alzó las manos de inmediato en un claro ademán de rendición.
—Mujeres —murmuró en cuanto estuvieron solos.
Lucila no pudo evitar largar una carcajada al oírlo.
—¿Perdón?
—Tenés que reconocer que son un poquito complicadas de entender.
Ella lo pensó por unos segundos y llegó a la conclusión de que el muchacho tenía razón.
—Tal vez —dijo, en cambio.
Tampoco era cuestión de dar el brazo a torcer tan fácil. Sin embargo, Agustín no la escuchó siquiera, ya que justo en ese momento, un mensaje llegó a su teléfono acaparando por completo su atención. Advirtió cómo sus mejillas se encendían a la vez que una sonrisa torcida se formaba en su rostro conforme leía lo que fuese que le hubieran escrito.
—Mmm, me pregunto quién será para que te pongas así de colorado.
El joven alzó la mirada hacia ella, avergonzado, como quien es atrapado en medio de una fechoría. Rio con torpeza y negó con la cabeza, desestimando el asunto. A continuación, volvió a guardar el celular en su bolsillo y, sin responder su pregunta, la invitó a pasar la tarde con él en la playa.
Lucila no pasó por alto el cambio de tema, como así tampoco los nervios que lo invadieron cuando se sintió observado. No obstante, decidió no presionarlo. Al igual que con José, esperaría a que se lo contase cuando así lo deseara.
—No te enojes, pero no tengo muchas ganas. Dormí poco anoche y esta mañana tu hermano me despertó temprano para que fuésemos a correr. Tenía pensado acostarme y dormir una siesta.
—Todo bien, Luci. No te preocupes. Voy a aprovechar que no hay nadie en el salón de juegos para jugar un rato a la Play.
—Está bien. Nos vemos después entonces.
—Dale. Que descanses.
Sin molestarse en cambiarse, se quitó las sandalias y se recostó sobre la cama. Aunque se sentía agotada, era consciente de que su cabeza era un caos y no lograría dormirse tan rápido como deseaba. Por un momento, pensó en llamar a Daniela. No habían vuelto a hablar desde la boda y en verdad la extrañaba. Sin embargo, una vez más, el miedo se apoderó de ella, impidiéndoselo.
Se daba cuenta de que estaba siendo irracional. Sin importar lo que hubiese hecho, su mejor amiga la apoyaría sin juzgarla. No obstante, se sentía un poco avergonzada de sí misma. Había jurado no volver a involucrarse con hombres comprometidos y a la primera de cambios, saltó a la cama del compañero de su esposo. Al menos, tenía la tranquilidad de saber que no volvería a verlo. Estando ella en la costa y él en Misiones las posibilidades de encontrarse eran ínfimas.
De pronto, una sensación de vacío la invadió al pensar eso. No volvería a verlo... ¡Carajo, se moría por volver a verlo! ¿Qué estaba mal en ella? Era evidente que necesitaba ayuda profesional, ya que por más que lo intentara, no lograba olvidarlo. Por una cosa o por otra, terminaba siempre pensando en él y en lo mucho que deseaba volver a sentir sus manos recorriendo con hambre su cuerpo, su boca saciando la sed de la suya.
Gruñó al darse cuenta de que no había forma de que pudiera dormir esa tarde. Exasperada, se levantó y le envió un mensaje a su primo. Luego, hurgó en el cajón hasta encontrar su bikini. Visto que no podía descansar y tampoco dejar de pensar en Lucas, al menos se aseguraría de conseguir un lindo bronceado.
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¡Espero que les haya gustado!
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