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Capítulo 14

Una vez más, la incertidumbre se apoderó de Lucila. Luego de aquella hermosa excursión al faro en la que pasaron un día increíble juntos, no había vuelto a ver a Lucas y comenzaba a preocuparse. No porque pensara que se hubiese ido. Sabía que jamás haría algo así. Pero algo en su actitud había cambiado nada más volver y temía que se hubiese arrepentido de las palabras pronunciadas. A ella, en cambio, se le habían quedado grabadas en su mente y en su corazón.

Para cuando su turno en el restaurante terminó, Bruno se le acercó para comentarle que Lucas estaba ocupado revisando unas cosas en su computadora y que, en su lugar, él podría acompañarla a caminar si era eso lo que deseaba. ¡Qué extraño! Si había algo que su primo detestaba más que no tener el control, era perder el tiempo. Caminar por la playa de noche sin ninguna otra razón más que recreación, encabezaba la lista de lo que él consideraba tiempo desaprovechado.

—¿Qué está pasando, Bruno? —le preguntó, segura de que no le estaba contando el verdadero motivo de su ofrecimiento.

—¿Acaso tiene que pasar algo para que quiera pasar un rato con mi prima? —replicó con una sonrisa que supuso tenía la intención de ser juguetona. No obstante, la misma no alcanzó sus ojos.

Entonces, lo supo. Estaba al tanto de lo sucedido con el guardaespaldas. Sintió cómo sus mejillas se encendían en una mezcla de vergüenza y enojo. No estaba segura de qué era lo que le molestaba más, si el hecho de que Lucas se lo hubiese contado, aún a pesar de que le había prometido no hacerlo, o que su primo fingiese no estar enterado.

—Gracias, pero estoy un poco cansada esta noche así que lo mejor es que me vaya a dormir temprano. Además, mañana a la mañana tengo que ocuparme de los pedidos a los proveedores y me vendría bien estar descansada.

—De acuerdo, te acompaño a tu departamento entonces —se apresuró a decir a la vez que hizo un gesto con la mano para instarla a ponerse en movimiento.

La mirada que le dedicó no fue la más amigable precisamente, sin embargo, no dijo nada. Después de todo, se daba cuenta de que su primo solo estaba preocupado por ella. Una vez más, se sintió molesta de que Lucas le contase lo que había pasado. No solo no le correspondía a él hacerlo, sino que podría ocasionarle problemas con el intendente y lo que menos deseaba era ser la razón. Por otro lado, tampoco veía necesario la sobreprotección. Estaba segura de que era más que capaz de cuidar de sí misma en el trayecto de allí hasta su habitación.

Si Bruno advirtió su malestar, no lo demostró y en silencio, caminó a su lado hasta que llegaron a destino. Tras asegurarse de que estuviese en el interior de su departamento, le deseó buenas noches y se marchó.

Eran más de las doce de la noche cuando finalmente recibió un mensaje de Lucas. Lo supo porque se había quedado despierta con la esperanza de que él decidiera aparecerse en su puerta para pasar la noche juntos. Era evidente que eso no iba a suceder. Para peor, sus líneas fueron tan crípticas como lo había sido el comportamiento de su primo.

"Perdón por no haber ido a verte esta noche. Tuve que ocuparme de algo y me está llevando más tiempo del que pensaba." Frunció el ceño. ¿Qué podía haber pasado que requiriese tanta dedicación? Además, por lo que decía el mensaje, ni siquiera había terminado. Tal vez se trataba de algo de trabajo, pero ¿no estaba de vacaciones? Por un momento, pensó en llamar a Daniela y preguntarle si Pablo y él estaban en algo, pero lo descartó al instante. No tenía derecho a invadir su privacidad de ese modo.

Inquieta por toda clase de pensamientos negativos que no hacían más que llenarla de dudas y miedos, dejó el celular en su mesita y cerró los ojos. Luego de lo compartido en la playa, de lo que se habían dicho el uno al otro, la había decepcionado no volver a verlo y aunque entendía que pudiese estar ocupado, no veía razón lógica alguna para que no le dijese de qué se trataba, mucho menos, desaparecer por completo.

De pronto, otra notificación llegó y fue incapaz de no leer su segundo mensaje: "Sé que estarás dormida ya, pero no quería dejar de decirte que te extrañé en todo momento. Espero que sueñes conmigo. Sé que yo soñaré con vos. Mucho más interesante que los angelitos, ¿no?". Y con eso, apartó de un plumazo el miedo que se había cernido sobre ella desde hacía horas.

A pesar de que se moría por responderle, no lo hizo. Eso solo dejaría en evidencia lo pendiente que estaba por saber de él y aún no estaba segura de que exponerse así fuese una buena idea.

Lucas maldijo al ver la hora. No había planeado ocuparse de las cámaras ese mismo día, pero cuando, tras dejar a Lucila en su departamento para que se preparase para su jornada laboral, se había cruzado con Bruno, supo que tenía que advertirle sobre lo que estaba pasando. Era consciente de que le había prometido respetar su voluntad y no contarles a sus primos sobre lo sucedido con el guardaespaldas, pero eso iba en contra de todos sus instintos y jamás los ignoraba.

Cuando el joven le preguntó si tenía novedades en cuanto a la intrusión al sistema de seguridad del otro día, no fue capaz de mentirle. Podía notar lo mucho que le preocupaba que alguien estuviese acosando a su prima y la verdad que no era para menos. Si algo así pasara con su hermana, mataría a quien le ocultase información. Bruno tenía que saberlo, todos tenían que hacerlo, pero de momento, se conformaría con él.

Si bien no había descubierto nada significativo aún, luego de ver cómo el custodio había acorralado a Lucila y había intentado besarla en contra de su voluntad, no iba a descartarlo como sospechoso. Por eso era imperioso que comenzara cuanto antes a revisar las filmaciones. Si algo turbio estaba sucediendo en el hotel, confiaba en que estas lo revelarían. Tal y como esperaba, Bruno se ofreció a ayudarlo de inmediato. Así fue como le pidió que no le quitase el ojo de encima a su prima mientras él estuviese ocupado allí.

Había esperado liberarse antes, pero eran muchas las horas de filmación que debía revisar. A pesar de que había hecho una preselección de los días y horarios en los que el intendente había ido, seguían siendo muchas cintas. Además, eran varias cámaras en simultáneo las que tenía que revisar, ya que lo que fuese que estuviese ocurriendo, sin duda, no sucedería a la vista de todos. No, tenía que revisar cada ángulo en búsqueda de algún comportamiento extraño.

Le envió un mensaje sabiendo que no obtendría respuesta por parte de ella. Lo más probable era que ya estuviese dormida. Después de haber compartido tan maravillosa tarde en la playa, de todo el ejercicio llevado a cabo, tanto fuera como dentro de la camioneta, sin duda, se sentiría agotada. ¡Carajo, él estaba agotado! Aun con su excelente condición física, podía notar lo mucho que su cuerpo necesitaba el descanso. Aun así, quería que supiese que seguía allí y que pensaba en ella.

No supo qué hora era cuando finalmente se fue a su habitación, pero el cielo ya no estaba tan oscuro, por lo que no debía faltar demasiado para el amanecer. Todavía no había encontrado nada, pero no se rendiría. Continuaría en un par de horas, luego de que descansara un poco. El dolor de cabeza ya era alarmante y no quería que se le pasara algo relevante solo porque no estaba con la atención al cien por ciento. Cerró los ojos en cuanto su cabeza tocó la almohada y se quedó dormido al instante.

Sentía que comenzaba a querer caminar por las paredes. Todo el día había estado inquieta luchando contra las dudas y el miedo que la rondaban, a la espera de un momento de debilidad por parte de ella para invadirla por dentro. Nada más despertarse le había respondido el mensaje a Lucas asegurándole que no se preocupara, que entendía. Sin embargo, él no lo había leído y por la hora de su última conexión, supo que se había quedado despierto hasta bien entrada la noche.

Bruno, por su parte, la buscaba, de tanto en tanto, con alguna tonta excusa y volvía a irse. Por supuesto que le había preguntado, una vez más, qué estaba pasando, pero su primo se había apresurado a desestimar su preocupación asegurándole que todo estaba bien. Empezaba a cansarse de tanto secretismo y se prometió que, si en unas horas no tenía novedades de Lucas, iría a su habitación a buscarlo. Lo que fuese que lo tuviese tan ocupado, tendría que esperar, al menos, durante algunos minutos.

Pero las horas pasaron y no hizo nada. En cierto modo, no le parecía correcto. Era más que evidente que no estaba en sus planes informarle lo que estaba pasando y aunque tampoco estaba obligado, le hubiese gustado que confiara en ella, que le permitiese confortarlo si algo andaba mal o ayudarlo en lo que pudiese. No pudo evitar pensar en que tal vez sus sentimientos hacia él eran más profundos que los suyos y de repente, la idea de volver a pasar por lo mismo, la abatió con amargura.

De hecho, ahora que lo pensaba, esas dos palabras tan significativas habían salido en medio de un momento de intensa pasión, cuando las emociones de ambos estaban desbordadas por el éxtasis alcanzado. ¿Y si solo se trataba de eso? ¿De algo dicho por el calor del momento? ¡Dios, estaba peor de lo que pensaba si no podía distinguir la diferencia! Pero, por mal que le pesara, no lo hacía. La habían lastimado tanto antes... Tantas veces había creído que la amaban cuando la realidad distaba mucho de eso que ya no estaba segura de nada.

Apartó la taza vacía de café y miró a su alrededor. El comedor estaba vacío a esa hora de la tarde. El día había estado soleado y la mayoría de los huéspedes no volvían aún de la playa. Exasperada, se puso de pie. Necesitaba salir de allí o se volvería loca. Aprovechando un momento de distracción de la misteriosa y constante vigilancia del mayor de sus primos, caminó hacia la puerta lateral.

Nada más dar un paso fuera, se chocó contra un cuerpo duro y macizo.

—Luci, ¿estás bien? —preguntó José a la vez que la sujetó de los hombros para estabilizarla.

Negó con la cabeza, incapaz de responder sin quebrarse.

Detrás de este, uno de sus ayudantes los miraba con curiosidad. Ambos traían bolsas en las manos, por lo que supuso que lo estaba ayudando con la mercadería.

—Llevá esto a la cocina por favor —oyó que su primo le indicaba al muchacho mientras le entregaba su parte.

A continuación, pasó un brazo por encima de sus hombros y la instó a salir. La hizo caminar hacia el extremo de la piscina que estaba vacío y le pidió que se sentara en una de las reposeras. Luego, se sentó a su lado.

—¿Qué pasó? —le preguntó con preocupación mientras la tomaba de las manos.

—Nada en verdad —mintió.

No iba a decirle justamente a él que estaba así porque no sabía nada de Lucas desde el día anterior. No solo pensaría que se había vuelto loca, sino que lo utilizaría de excusa para odiarlo aún más.

—Luci, ambos sabemos que no me estás diciendo la verdad —insistió con los ojos clavados en los de ella.

—¿Cómo cuando vos me decís lo mismo? —largó, sin más.

Se arrepintió en cuanto lo dijo. Notó al instante la tensión en su primo, la rigidez en su postura y la forma en la que cerró los puños tras sus palabras.

—Eso es diferente. Yo... —murmuró a la vez que apartó la mirada.

—¿Vos qué, José? Es evidente que algo te pasa, lo que no entiendo es por qué no confiás en mí. ¡Siempre nos contamos todo!

No sabía por qué lo presionaba. Lo que menos había pensado ese día era en acorralar a su primo para que hablase con ella. Sin embargo, allí estaban y de pronto, toda la impotencia y el enojo que la ahogaban salieron, cual disparo, con la mira puesta en el muchacho frente a ella.

—Confío en vos —afirmó entre dientes—. Por favor, Luci, no insistas. Es mejor así.

No sabía qué clase de demonio se había apoderado de ella haciéndola comportarse de forma tan agresiva, pero ahora que había empezado, no podía parar. Estaba harta de que todos pensaran que sabían lo que era mejor para ella, que le ocultasen información o le dijesen lo que tenía que hacer.

—¿Mejor para quién? ¿Para mí o para vos?

Lo vio presionar los labios en una delgada línea, claramente molesto. Pero antes de que él pudiese siquiera abrir la boca para hablar, oyeron la voz de Agustín.

—¡Luci! —exclamó este al verla—. Te estaba buscando. ¿A qué no sabés quien regresó a la feria?

La pregunta la descolocó por completo, lo cual, paradójicamente la ayudó a salir del bucle de furia en el que se encontraba. Alzó la vista hacia el menor de sus primos y forzó una sonrisa en su rostro.

—No tengo idea —dijo con tono despreocupado que no logró engañar a nadie.

Agustín frunció el ceño nada más oírla y deslizó los ojos a los de su hermano, luego de nuevo a ella y una vez más a los de José.

—¿Todo bien?

—Sí, más que perfecto —se apresuró a responder este—. Ahora, si me disculpan, tengo que regresar al trabajo.

Lucila sintió el impulso de detenerlo. Se sentía culpable por cómo lo había tratado siendo que en realidad ni siquiera estaba enojada con él. Pero se contuvo.

—¿Interrumpí algo? —preguntó Agustín con curiosidad sacándola de sus cavilaciones.

—Nada importante, no te preocupes —mintió asombrándose de con cuanta facilidad le salían las mentiras últimamente—. Me estabas diciendo algo de la feria.

Entonces, una enorme sonrisa apareció en su rostro.

—Madame Lunette.

Dos palabras, pero que tenían todo un significado entre ellos. Nada más llegar a Villa Gesell, su primo la había llevado a la feria para animarla y se habían topado con la tarotista. Por supuesto que ella no creía en esas tonterías, pero Agustín estaba tan entusiasmado que no quiso decepcionarlo. Lo dejó arrastrarla hasta allí y escuchó toda la sarta de idioteces que la mujer le dijo.

Todavía recordaba cómo casi se le escapó una carcajada cuando esta le anunció que tenía el corazón roto. ¿No era eso obvio? Solo bastaba mirarla para saber que estaba triste. Pero luego, le dijo la cosa más loca que jamás había escuchado. Le aclaró que ese amor que ella creía imposible, no lo era tanto y que pronto iría a buscarla, sorprendiéndola. Por supuesto que, en ese entonces, ella pensó que hablaba de Gabriel y no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que eso no iba a suceder.

Todo el camino de regreso, se la pasó quejándose de que había malgastado su dinero en una completa farsante. No obstante, ahora que lo pensaba, todo cobraba un nuevo significado. ¿Y si no estaba hablando de Gabriel, sino de Lucas? Claramente era un amor que había creído imposible y sin duda, la había sorprendido al ir a buscarla. De pronto, animada por esta revelación, saltó sobre sus pies y lo sujetó con fuerza del brazo.

—Tenemos que ir a verla.

Agustín arqueó las cejas.

—Lucila Narváez, ¿estás hablando en serio?

Ella asintió con una sonrisa que esta vez sí era sincera.

—Muy en serio.

—¿Ahora? —preguntó, aún incrédulo.

—Ahora —remarcó, incapaz de disimular su entusiasmo.

Ignoraron el resto de los puestos hasta llegar al que buscaban y Lucila casi gritó de frustración al ver que tendrían que esperar. No obstante, ahora que ya estaba allí, nada la detendría. Esta vez estaba interesada y le haría preguntas. Agustín, a su lado, parecía divertido con su actitud. A él siempre le habían fascinado las cosas esotéricas y aunque no regía su vida en ello, le gustaba de vez en cuando pedir una lectura. Pero esta vez estaba allí por ella, tal y como le había dicho antes de salir, quería saber si acertaba en algo más.

—Pueden pasar ahora —les dijo el hombre apostado a un lado de la cortina que hacía de puerta.

Lucila apretó el brazo de su primo cuando, al entrar, se encontraron con la enigmática mujer de apariencia gitana. Tenía su largo y tupido cabello oscuro cubierto por un pañuelo de color violeta y recogido en una larga trenza que caía sobre su hombro hasta la cintura. Enormes aros con piedras y plumas colgaban de sus orejas y sus manos estaban llenas de anillos. Tenía un vestido de seda blanco que dejaba sus hombros descubiertos y un collar con una amatista en el medio de su pecho.

—Tomen asiento por favor.

Así lo hicieron. Uno al lado del otro, se sentaron a la pequeña mesa redonda sobre la cual descansaba una bola con luz en su interior, y varios mazos de cartas. Unos cuantos sahumerios estaban encendidos, pero ninguno de ellos era fuerte, por lo que podían respirar a pesar del olor a incienso.

Ninguno dijo nada mientras ella fijó los ojos en ambos. Parecía estar evaluándolos con la mirada.

—Tiene miedo —dijo de pronto mirándola con intensidad—. Vino en búsqueda de una respuesta. Quiere saber si esta vez está con la persona correcta.

Estaba lista para replicar. Había ido preparada para ponerla a prueba, pero su afirmación, la dejó sin palabras. No había forma de que hubiese adivinado eso. Podía sentir la mirada de su primo a su lado, intrigado, a la espera de su respuesta.

—Puede ser.

Se negaba a hacérselo fácil.

Ella debió haberse dado cuenta de su reticencia porque sonrió y asintió.

—Muy bien, empecemos entonces.

Procedió a mezclar las cartas con suma concentración mientras recitaba una especie de mantra por lo bajo. El movimiento de sus manos era hipnótico y de pronto, se encontró a sí misma inclinándose hacia adelante. Luego, la hizo cortar tres veces y comenzó la lectura.

La decepcionó un poco al principio. El mensaje era confuso, nada específico y para ser honestos, podía aplicarse a todos por igual. Una desilusión del pasado, sentimientos de soledad, la búsqueda de la autosuperación, personas a su alrededor que la cuidaban. Nada especial, nada fuera de lo común. Pero entonces, dijo algo que acaparó por completo su atención.

—Tiene algo que ver con la justicia, con la ley. ¿Abogado tal vez? ¿Policía?

Quiso patear a su primo cuando este jadeó en respuesta. Le dedicó una mirada que le indicaba que más le valía quedarse callado y asintió hacia la señora.

—Continúe por favor —se limitó a decir.

—Tiene un sentido de responsabilidad y justicia muy firme, arraigado. Sí, sí, es alguien muy honesto —siguió dando golpecitos sobre una de las cartas—. Veo muchos sentimientos, amor... llamas gemelas.

Una vez más, nada que no pudiese aplicarse a cualquiera. Después de todo, ¿quién no quiere escuchar que está con su alma gemela?

—Tienen suerte de haberse encontrado. Muchos no lo hacen. Las relaciones de almas gemelas no suelen ser fáciles. Hay mucho karma entre medio. Pero ustedes saben lo que quieren, sí, mucho, mucho sentimiento. —De pronto frunció el ceño y tomó varias cartas más como si estuviese buscando algún tipo de aclaración o confirmación de lo que fuese que estuviese viendo en la lectura—. El tres de copas invertido me habla de la presencia de una tercera persona.

Lucila se tensó nada más oírla y su primo cubrió su mano con la suya como si intentara transmitirle valor.

—Es alguien del pasado. Una persona que no quiere que ustedes estén juntos, que quiere separarlos. Mmm, es una energía oscura, dañina. Está oculta, no es lo que parece. —Sacó una carta más—. Ah, acá tenemos la muerte.

—¿Y eso qué significa? —preguntó con voz temblorosa.

—No es la muerte en el plano físico, no tenga miedo —le aclaró con una sonrisa compasiva—. Cuando esta carta sale nos habla de un cambio importante, radical, de una transformación completa, el fin de un ciclo y el comienzo del otro. Creo que esta persona podría llegar a lograr su cometido si la pareja no está unida fuertemente. En este momento está al acecho, a la espera.

Aunque la tarotista continuó hablando, nada de lo que dijo después, hizo demasiada diferencia. Más alarmada que cómo había llegado, le pagó y salió de aquel diminuto puesto que sentía cada vez más pequeño.

—¡Señorita! —le gritó la mujer mientras se acercaba a ellos de forma apresurada.

No se apartó cuando esta la tomó de las manos.

—Veo muchas dudas en usted, mucho temor, pero no le haga caso. El miedo puede ser muy poderoso si uno lo deja correr y entonces lo arruina todo. No se deje llevar por este. Preste atención a su intuición. Ella nunca falla.

Lucila asintió de nuevo, incapaz de emitir palabra y a continuación, se soltó para seguir a su primo quien la esperaba unos pasos más adelante. Ambos avanzaron en silencio entre los puestos hasta salir por fin de la feria.

—Eso fue un poco intenso —reconoció Agustín.

—Un poco bastante —concordó, aún impresionada.

Luego de largas y tortuosas horas de trabajo ininterrumpido, Lucas encontró lo que tanto temía. Durante una cena del intendente con varias personas que suponía tenían algún tipo de interés político en común, Mauro Padilla abandonó su puesto por unos minutos para salir al exterior, al área más oscura de la piscina y allí se encontró con otro hombre quien le entregó un sobre con lo que estaba seguro que era dinero.

No tardó en encontrar más filmaciones iguales. En todas, sucedía lo mismo y en la misma secuencia. Definitivamente, el guardaespaldas andaba en algo raro. Lo que no podía afirmar aún era si el intendente también estaba involucrado. Suspiró. ¡Mierda, ni de vacaciones podía irse sin que una cucaracha inmunda saliera de la alcantarilla delante de sus ojos!

Se apresuró a hacer las copias correspondientes para luego enviar a Pablo y salió de la oficina. Estaba tenso y agotado y para peor, no había visto a Lucila en todo el puto día. Con un humor atípicamente hosco en él, fue hacia el restaurante donde sabía que la encontraría trabajando. Sin embargo, no estaba. En su lugar, una de las camareras del bar despedía con amabilidad a una familia que acababa de terminar de cenar.

Frunció el ceño. ¿Dónde carajo había ido? Revisó el celular para ver si tenía algún mensaje, pero no había nada. Miró alrededor y tampoco podía ver a Bruno. "Linda forma de cuidarla", pensó con impaciencia mientras buscaba su contacto para llamarla. Pero entonces, la vio entrar junto a Agustín. Contrario a lo que había pensado que sentiría al verla, se tensó. Algo no anda bien. Podía notarlo en la expresión en su rostro.

Se apresuró a ir a su encuentro. Vio cómo el menor de sus primos la besaba en la mejilla al verlo acercarse y se marchaba dejándolos solos.

—¿Está todo bien? —le preguntó sin poder evitar la urgencia en su voz.

—Sí, todo bien. Hoy era mi día libre, así que Agus me acompañó a la feria.

Maldijo en su interior.

—Lo siento, bonita. No tenía idea. Tenía que encargarme de algo urgente y recién termino.

—¿Algo con Bruno? —preguntó con desconfianza. Había estado tan raro desde la noche anterior.

—Sí.

Ella asintió y él se sintió una mierda. No le había mentido, tenía que ver con su primo, pero no de la manera en la que ella creía. No obstante, no quería decirle todavía lo de las cámaras. Sabía que se asustaría y no le veía sentido alguno siendo que no volvería a perderla de vista. Era evidente que no podía confiar en nadie más que en él mismo para el trabajo.

Sabía que algo le estaba ocultando y de nuevo la sensación de impotencia la invadió. ¿Por qué no confiaba en ella?

—Está bien —se limitó a decir.

—¿Ya comiste? Si querés podemos...

—No tengo hambre —lo interrumpió, sorprendiéndolo. Había algo raro en su tono de voz, pero no llegaba a darse cuenta de qué se trataba—. Creo que me voy a ir a dormir ahora. Nos vemos mañana, Lucas, que descanses —aseveró justo antes de alejarse en dirección a su departamento.

Sí, definitivamente algo andaba mal.

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