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9. Conociendo al sujeto

"Me gusta que las melodías bonitas me cuenten cosas terribles."

-Tom Waits


Miro la espalda de mi amiga mientras cocina, vestida aún con mi pijama de felpa morado y empeñada en hacer tortitas. Mi única tarea ha sido hacer el café y servirlo en aquellas tazas con tetas que me ha traído Leia, así ya no bebíamos del mismo y único vaso que tengo en la cocina. El café ya se está enfriando cuando la pelinegra deja los dos platos encima de la mesa, con una ladina sonrisa y colocándose los mechones de pelo detrás de las orejas.

—Haríamos una espléndida pareja. —Esparce un montón de Nutella por las tortitas, haciendo que ponga cara de asco, a lo que ríe y mete el dedo en el bote, llevándoselo luego a la boca.

—No aguantaría salir con un amante de esa monstruosidad —bromeo señalándola.

Me fulmina con la mirada, ofendida, pero enseguida cambia el semblante cuando me ve pelando un plátano y cortándolo en pequeñas rodajas con el cuchillo que voy dejando en las tortitas, disfrutando del desayuno en su compañía.

—Háblame de él.

—Sobre eso —responde con la boca llena —. No hay mucho que decir.

—Habrá algo que no sepa. Cuánto más lo conozca más fácil será ganar la apuesta.

Cavila durante varios minutos que me parecen una eternidad. No sé cuantas veces la he visto limpiarse las comisuras de los labios ya limpias con la servilleta mientras yo me dedico a pinchar las rodajas de plátano y llenarme el plato de nata que voy agarrando con el dedo.

—Es el capitán del equipo de fútbol del instituto. —Asiento, eso ya lo sé —. Y uno de los mejores jugadores a nivel nacional, por no decir el mejor. Desde que el juega no han perdido ni un solo partido —sus palabras me sorprenden, si que es bueno el rubio —. Algún lío de una noche... No se le conocía novia hasta... Hasta mí, ya sabes...

»Ha ganado varios certámenes de música y todos los años se apunta al concurso de talentos del instituto, como no, quedando el primero. Casi todas las chicas babean por él, amable, todo un galán, a veces se ríe cuando sus amigos hacen bromas de bullyies con la gente, pero nunca participa —masculla dando un sorbo al café —. Y nunca ha sacado en ninguna asignatura menos de un diez alto, todo matrícula de honor.

Carcajeo, ¿por qué parece lo más importante? Aunque viendo a Matthew no parece ser de los típicos que se toman en serio las clases, de hecho diría todo lo contrario, como si aprobar fuera lo último en una lista llena de fiestas, chicas y fútbol.

—¿Y sobre sus gustos? —Me paso las manos por el cuello, haciendo que cruja.

—No puedo decirte gran cosa. No deja que se acerquen mucho a él.

Abro ligeramente los ojos. El chico popular, atractivo y deportista, que tiene a todo el mundo comiendo de su mano o bailándole el agua, podría ser quizá solo fachada. Al igual que pasa conmigo, un cascarón de piedra para una persona de cristal. Pienso rápidamente en esos ojos que la mayor parte del tiempo serios y sin pizca de brillo o emoción y me revuelvo incómoda en la silla, metiéndome un trozo de tortita demasiado grande en la boca.

—¿A qué te refieres? —Termino el café sin desviar mi mirada de ella.

—Le gusta el rock y el punk, el fútbol, el color negro, quiere ir a una gran universidad y estudiar algo. — Enrolla uno de sus mechones entre los dedos y juega con él —. No sé gran cosa, ni siquiera en seis meses conseguí averiguar más de lo que sabe el resto o incluso tú.

>>También tiene esa manía de ducharse después que los demás, aunque eso le haga perder tiempo. Sé que no le gusta mucho salir de fiesta, aunque parece que eso ha cambiado últimamente. Que no tolera bien el alcohol porque no suele beber y odia el humo del tabaco, por lo que procura no fumar delante de él.

—¿Y cómo la tiene? —Leia se sonroja, lo que me hace estallar a carcajadas.

Mentiría si dijera que nunca me he fijado en el bulto que esconden sus pantalones apretados, haciéndome una idea de cómo podría ser. Imagino mis dedos rozando la tela ajustada y a él clavando sus ojos en los míos mientras se muerde el aro del labio, disfrutando. Un suspiro se escapa de mi boca cuando vuelvo a la realidad, lejos de mis fantasías, sabiendo que la chica popular y atractiva que tengo delante ya lo ha hecho el alguna que otra ocasión, y no puedo evitar sentirme culpable de unos pensamientos que tengo más presentes de lo que me gustaría admitir, nublando mi juicio y la razón de por qué me he acercado a él.

—Tendrás que averiguarlo tú —responde frotándose las manos y me guiña un ojo —. Aunque tiene manías.

Niego con la cabeza, más cosas extrañas no, por favor.

—¿Cómo?

—No deja que le toquen y nunca se quita la camiseta —susurra de manera suave.

—Quizá le asustan las chicas —digo de forma burlona mientras en mi mente se dibujan los ojos profundos de Matthew, un mar que nunca está en calma.

No sé que puede ocultar bajo la camiseta, a parte de una tableta perfectamente definida. Quizá un tatuaje del que se arrepiente o una mancha de nacimiento que le causa demasiado complejo. Tengo curiosidad por averiguarlo, pero a la vez el temor de acercarme más a él se hace presente. Sé que si me acerco mucho me acabaré quemando, como una polilla atraída por la luz de una farola. Sé que tengo que mantener las distancias con el rubio si no quiero salir herida como le pasó a Leia, pero también tengo claro que cuanto más se de él más quiero saber. Llegar a entender el por qué de su comportamiento.

—Sus padres siempre viajan por negocios, por lo que suele estar solo. —Recuerda —. En eso podríais pareceros.

—Sí. Si no fuera porque...

—Calla. —Me reprocha —. Dijimos que hoy nada de problemas, ¿no? —Muestra los dientes en una dulce sonrisa sincera resplandeciente.

Leia parece saber cuando necesito su compañía, sin decírselo ha llegado bien temprano. Ha puesto corrector en mis ojeras y ha escuchado (una vez más) la pesadilla recurrente. Leia siempre está ahí cuando la necesito, desde hace tanto tiempo, que no concibo mi mundo sin ella. La conozco desde que íbamos al colegio, coincidiendo año tras año en la misma clase. Después de lo ocurrido movió cielo y tierra para poder seguir hablando conmigo y para mandarme cada mes un libro que yo pudiera leer junto a sus cartas rosas llenas de besos de carmín rojo. Su presencia y constancia fue uno de los motivos para que no me sumergiera en una pena absoluta que me acompaña durante años y a la que a penas puedo poner nombre. Una luz que me ha guiado por el buen camino y una mano que me ha recogido en cada metedura de pata que he cometido, sin juzgarme ni abandonarme nunca por mucho que yo la intentara apartar.

Caminamos juntas en dirección al instituto, hablando y riendo. ¿Por qué no se fija en ningún chico? Seguramente habrá alguno decente entre tanto idiota junto. Alguien que la trate como sí lo merece. Alguien que no sea Matthew Hemmings.

Las clases pasan de manera amena y aburrida. A última hora mis párpados no pueden más, me pesan demasiado como para mantenerlos abiertos, por lo que me acabo quedando dormida sin poder oponer resistencia. Las noches de insomnio y pesadillas son difíciles de llevar la mayor parte del tiempo, arrastrando un cansancio profundo y falta de horas de sueño que jamás recuperaría durante todo el día.

—Friki. —Escucho una voz muy cerca de mi oído —. Ya puedes irte a casa.

Abro los ojos, limpiando la baba que cuelga de mi boca y ríe, sentándose en la mesa que tengo al lado.

—¿Vas a la fiesta de esta noche?

—¿Otra fiesta? —farfullo, a lo que el asiente —. Que odiosos sóis los jóvenes.

—De repente tienes ochenta años y vives en un geriátrico.

Gimo mientras me levanto. Tengo la marca de la libreta incrustada en la mejilla y me duele el cuello por la postura tan incómoda en la que he decidido descansar.

—No hace falta que bebas. —Insiste —Yo voy a ir, ¿no quieres verme?

—Una cosa... —Pongo los ojos en blanco —. Ya te veo suficiente aquí como para aguantarte fuera, y encima borracho.

Me mira de forma seria y posa sus manos en mis hombros, como si algo le agitara.

—¿Te dije algo raro? —Chasquea la lengua con preocupación a lo que niego, haciendo que suelte un suspiro de alivio —. A veces soy un poco idiota cuando bebo.

—¿Solo?

—Eres irritante.

—Por fin nos parecemos en algo. —Zanjo terminando de guardar las cosas en la mochila y empiezo a caminar, sintiendo sus ojos clavados en mi espalda.

—¡Te espero allí entonces! —grita yendo en dirección contraria, hoy también tiene entrenamiento.

Sonrío recogiendo mis cosas lentamente.

Quizá si tenga ganas de fiesta. Matthew Hemmings, me has convencido. Si quiero conocerte, tendré que soportarte.

Me empiezo a arreglar. Por una noche Leia no me obligaría a ponerme esos vestidos fruncidos ni esas faldas apretadas y cortas, podría estar cómoda.

Me pongo unos vaqueros negros y apretados, rasgados casi en su totalidad y una sudadera holgada del mismo color, bastante sencilla. Decido cambiar mis Vans por unas botas altas con algo de plataforma, culminando mi vestuario. Me aplico algo de labial y de rubor en las mejillas y miro la hora. Todavía queda tiempo, pero no aguanto más tiempo sola en casa, por lo que me pongo los cascos y subo la música, encendiéndome un cigarro y caminando por las calles de aquel no tan maravilloso pueblo.

Hace tiempo que no lo recorro sola. No me he dado cuenta de lo cambiado que está y lo mucho que me recuerda a la vez. Paso por la rotonda donde tuvimos el pequeño accidente, haciéndonos derrapar durante escasos metros, ocasionando una herida bastante fea en mi brazo derecho. Paso por el parque en el que me drogaba y bebía con ellos, creyéndome más madura de lo que era, y por la ermita en la que nos metimos para grafitear y romper cada una de las ventanas. Y por primera vez en mucho tiempo, paseo por los recuerdos sin que me duelan lo suficiente como para amargarme. Lo que antaño era un descampado está repleto de pequeñas edificaciones que se extienden en la lejanía, dando paso a posibles nuevos vecinos. Personas que no se estremecerían al escuchar el nombre de Andrew, del que parece que está prohibido hablar. Un fantasma del pasado que se niega a irse completamente y que seguramente me acompañaría por el resto de mis días, recordándome cada mala elección y las consecuencias de enamorarme de alguien como él. Y aunque una parte de mí quiere aprender de los errores y forjar un nuevo presente y futuro, sé que con una memoria fracturada como la mía nunca encontraré la redención que tanto ansío, no si no soy de aceptarme completamente.

Suelto el humo lentamente del nuevo cigarrillo que me he encendido cuando llego a la dirección y me siento en un banco que hay cerca, subiendo la música todavía más. El viento mece de forma lenta las ramas de los árboles y varios gatos maúllan en la distancia, manteniendo un dialogo que parece bastante entretenido. Las luces de las farolas encienden las calles cuando el color de la noche las tiñen y muevo mi cabeza de un lado al otro al ritmo de la música mientras tarareo en voz baja, dejando que el humo salga de mis pulmones y se pierda en el aire. El humo sale pero la tristeza persiste.

Alguien me quita uno de los cascos inalámbricos, pero no me hace falta mirarle para saber de quién se trata, ya que el olor a One Million parece llevar su nombre.

—¿Qué escuchas friki?—pregunta sentándose a mi lado y poniéndose el casco.

No le respondo, tampoco lo necesita, ya que empieza a mover los dedos tocando una guitarra imaginaria.

Lo contemplo durante un segundo. Viste completamente de negro, con algunos collares colgando de su cuello y unos pantalones demasiado ajustados que hacen que mi mente vuelva a divagar imaginando cosas que no pueden pasar. Tiene el pelo alborotado y mira al frente, pasando delicadamente la lengua por sus labios. ¿Lo hace porque se ve sexy o solo es otra manía más suya?

—No me gusta estar solo en esa casa tan grande.

Ríe sin darle importancia, cerrando los ojos y susurrando "Welcome to my life" de Simple Plan, la canción que inunda nuestros oídos, llevándonos a un lugar donde no existe el dolor.

Dime Matt, ¿tú también sufres cuando cae la noche?

https://youtu.be/AO8MAoQbdWw

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