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45. El baile

"A veces, una sola mirada puede cambiarlo todo; puede encender el fuego del amor y mantenerlo ardiendo eternamente."

-Anónimo


Las semanas de instituto se me hicieron amenas gracias a la mano grande y suave de Matt, que venía todas las mañanas a buscarme, desayunando conmigo e inundando mi solitario y frío hogar con su sonrisa cálida.

Algunos días iba a su casa a comer, saboreando cada plato delicioso que me servía Annie, a la cual había empezado a coger un cariño excesivo, puesto que me recordaba mucho a mi madre, con su amabilidad nada fingida que se colaba entre mis costillas llenando el vacío de la ausencia de un sentimiento imposible de explicar.

Nos tirábamos las tardes hablando como dos marujas, chismorreando sobre sus clientes o sobre la aburrida vida estudiantil que tenía enfrascada en mis libros mientras preparábamos bizcochos, galletas o tortitas que después compartíamos con Matthew entre carcajadas mientras él se quejaba por su porción nada proporcional a las nuestras, a lo que su madre le atacaba diciendo que hubiera ayudado, y que bastante tenía con que le quedara algo. Acto seguido me guiñaba el ojo y empezaba a reírse, cogiendo con fuerza el moflete de su hijo y dejando un pequeño y sonoro beso en él.

Eres una niña muy buena Alyson —decía cuando se despedía de mí con un fuerte abrazo —. Gracias por aguantar a mi hijo y que sepas que eres una más aquí. Siempre vas a ser bienvenida.

Cada tarde volvía a casa acompañada del rubio, y aunque algunas veces se quedaba a dormir, nuestras noches consistían en verle tocar la guitarra y escucharle embelesada mientras cantaba, en acariciar su cabello mientras dormía plácidamente con la cabeza apoyada sobre mi pecho y en escuchar sus gruñidos cuando lo despertaba para bajar a desayunar. Hacía un par de semanas que sus ojos ya no estaban surcados de unas ojeras profundas y que en mis sueños ya no había cabida para Andrew.

Por fin, ninguno de los dos sufría.

No necesito nada más, tampoco tengo prisa en hacerlo con él, todo es mágico desde que lo hemos intentado, deseosa de poder seguir arañando al tiempo para que siempre sea así, sin ningún cambio o problema que pueda hacer que me despierte de esta realidad que considero perfecta.

Espero ansiosa a Matt en la entrada del instituto, dando pequeñas patadas a una piedra de la acera. Tenía que entregar un trabajo atrasado al profesor de historia y hoy era el último día para que lo aceptara, por lo que ahora le estaba buscando sin descanso por todo el recinto.

Cuando lo veo salir sonrío mientras me levanta el dedo pulgar en señal de éxito, acelerando el paso hasta llegar a mi altura. Deja un pico en las comisuras de mis labios y enreda su mano en la mía.

—Tengo un regalo para ti. —Chasquea la lengua mientras empieza a caminar, manteniendo el ritmo lento que mis cortas piernas consiguen dar.

—¿El qué? —inquiero.

—Una sorpresa, ya lo verás cuando lleguemos a casa. Estoy seguro de que te va a gustar.

Me paso todo el camino intentando averiguar qué es, pero él solo ríe sin soltar prenda, ni siquiera me da algún tipo de pista que me haga imaginar qué puede ser.

Cuando llegamos a su casa deja de la mochila en la entrada junto a sus converse y se dirige a la cocina, abriendo el frigorífico.

—Mi madre no está, por lo que tendremos que comer sobras. —Suspira echándose el pelo hacía atrás.

—Lo que sea está bien. —Me siento en un taburete, dando vueltas mientras observo al rubio.

—Después de comer te doy la sorpresa.

Me regala una tierna sonrisa antes de morderse el labio.

—¿Puedes prepararme un bol con frutas varias? —Hago un puchero —. No tengo gran apetito hoy.

—Pues que sean dos.

Cierra la nevera  apelotonando varias frutas en un costado de la encimera, para lavarlas y cortarlas a continuación.

Se sienta delante de mí después de dejarme el bol y un tenedor.

—Que aproveche, princesita.

Devoro la fruta a toda prisa, sin poder quitarme el regalo de la cabeza.

Me hace tanta ilusión que me haya hecho un detalle así que me da igual lo que sea, solo lo necesito ya.

Pone los ojos en blanco cuando me acabo el recipiente, demorándose más de la cuenta en acabarlo, simple y llanamente para molestarme.

Salto detrás de el mientras friega los cacharros, nerviosa y con el corazón acelerado.

—Venga, vamos a por tú regalo. —Agarra mi mano, llevándome a través de los pasillos hasta su habitación —. Cierra los ojos.

Hago lo que me pide, escuchando como se mueve a mi al rededor.

—Ya puedes abrirlos —susurra dejando algo muy grande sobre mis manos.

Abro primero un ojo, lentamente. La caja se encuentra envuelta elegantemente, con un papel gris brillante y un lazo de igual color.

Al abrir la caja saco el interior de esta, levantándome para poder admirar la tela en su plenitud. Se trata de un vestido largo de color azul zafiro, con un escote halter, el cual deja la espalda al descubierto, adornado con pedrería plateada que se extiende hasta la altura de la cintura. La falda fluida cae en pliegues suaves, lo que me hace recordar a las olas del mar.

—¡Dios mío! Es hermoso. —Paso mis ojos del vestido a Matt reiteradamente.

—Quería asegurarme que fueras deslumbrante al baile. Así podremos ir a juego.

—No sé que decir. —Gimoteo —. Es.... Es precioso...

El rubio expira mientras se pasa la mano por el pelo, aliviado.

—La verdad me ayudó mi madre a elegirlo, estas cosas no se me dan nada bien.

Me acerco y me pongo de puntillas para llenarle la cara de besos.

—Sois magníficos Matty, gracias por todo, de verdad.

¿Habré sido buena en otra vida? Porque si no no me explico la suerte que tengo de tenerte.

La semana se me ha hecho bastante lenta, deseosa de que llegue esta noche de sábado para estrenar el vestido. Aunque si soy sincera, me había pasado cada maldita hora que estaba sola probándomelo frente al espejo. Con él puesto me sentía una princesa y me imaginaba agarrada al brazo de Matt mientras circulábamos entre toda el gentío, dirigiéndonos a la pista para bailar una canción lenta mientras no apartábamos la vista el uno del otro. 

Pero por fin es el día, e impaciente espero que llegue Leia para prepararnos juntas. Ella va a ir con Paul. Y aunque no quiso darme más explicaciones, sé que el día de la fiesta hablaron durante largo rato, arreglando las cosas. No le di más vueltas, mi cabeza solo pensaba en una mirada azul y en el rubio que la poseía.

—Tampoco me voy a ilusionar Alys —me dijo —. Pero me gustaría que esta vez si fueran bien las cosas.

Cuando tocan al timbre corro a la puerta, abrazando y gritando a mi amiga, la cual me imita.

—Soy como una madre orgullosa. —Carcajea —. Vais a ser los putos dioses del baile, así te lo digo.

—Estoy nerviosa Lei —susurro mientras abro la boca, dejando que me aplique un gloss brillante que me empieza a arder en los labios —. ¿Qué coño es esto?

Aireo mi boca con la mano mientras ella ríe.

—Es un plumper. —Sonríe con malicia —. Un voluminizador de labio de toda la vida, es para que se vean más grandes durante unas horas.

—Pues vaya sufrimiento de vida . Por algo se dice que para presumir hay que sufrir.

Leia rueda los ojos mientras se pone detrás de mi, empezando a peinarme.

—Yo también estoy nerviosa —confiesa mientras me pasa el peine por el cabello —. Pero todo va a ir bien, estamos juntas.

—Paul te quiere.

—Y yo a él.

—¿Entonces? —Me cruzo de piernas, esperando.

—Es difícil cariño. Ya lo entenderás, no quiero hablar de ello. Al menos, no hoy.

Dejo escapar un suspiro sin añadir nada más. Lo único que invade nuestro silencio es la música que sale a través del pequeño altavoz.

—Lista. —Me mira orgullosa —. Ya puedes ver mi obra maestra.

Me levanto y camino lentamente, acercándome al espejo y abriendo la boca de par en par.

Leia me ha peinado con un moño alto y bastante complejo  del que caen pequeños mechones ondulados, dejando parte de mi flequillo suelto para que caiga de forma rebelde sobre mi rostro. Al mirar mas detenidamente el peinado, me doy cuenta que las horquillas llevan decoraciones en forma de pequeñas estrellas celestes. El maquillaje es sutil, el cual consta de unas sombras en tonos nudes y una máscara de pestañas azul, haciendo que mis pestañas se vean excesivamente largas. Un poco de rubor en las mejillas y listo. Junto al vestido que me ha regalado Matt y unos tacones grises con brillos, no me reconozco. Realmente parezco una princesa.

Mientras Lei se prepara la miro embobada. Su vestido en tono pastel rosa y mangas transparentes con corte en a abraza delicadamente su pecho y cintura, y se ensancha de manera gradual hasta sus pies, adornados con unos tacones simples blancos. Se hace varias ondas en el pelo, adornándolo luego con una diadema de pequeñas rosas blancas sintéticas.

—Pensé que no podrías verte más despampanante —susurro cuando gira para mirarme —. Pero estaba equivocada.

Ella camina de forma cómica hasta mí, abrazándome.

—Tenemos que hacernos muchas fotos, cuando vengan los caballeros les obligaré a tomarse en serio el trabajo de fotógrafos.

Carcajeo ante su ocurrencia, dejando un beso en su mejilla y ella me observa perpleja.

—Sé que hace mucho que no te doy muestras de afecto, y perdona por ello. —Acomodo su pelo —. Pero no significa que no te tenga cariño, solo tengo muchas cosas en la cabeza.

—No hace falta que hablemos de eso ahora —pronuncia suavemente —. Hoy es una noche para brillar como una estrella.

Pasada media hora, en la que me he dedicado a brindar con varios chupitos con Leia vuelven a tocar el timbre. Cuando la pelinegra abre se me para el corazón.

Primero entra Paul, el cuál se ha teñido el pelo de rosa, con unos pantalones vaqueros negros llenos de letras y caricaturas pintorescas y una camisa lisa negra. Sostiene a Leia de la cintura mientras le da un ramo de flores, a lo cuál ella le corresponde con un beso en la mejilla, abrazándolo. Pese a la distancia de varios metros que nos separan su olor a One Million me embriaga, fundiéndose con la imagen que contemplo ante mi. El rubio, con el pelo alborotado y su barba de varios días impoluta, viste una americana negra abierta junto a una camisa del mismo color transparente, por lo que puedo admirar su torso desnudo junto a la cicatriz que yace en él.  Sus chinos azules, del mismo color que sus ojos (y mi vestido) le quedan como guante al dedo, igual que los mocasines negros que calza, reemplazando a sus viejas y destrozadas Converse habituales.

—¡Pero qué guapo! —exclama Leia antes de que las palabras puedan salir de mi garganta y él ríe, incapaz de apartar su mirada de mi.

—Estás jodidamente preciosa, friki. —Cuando se acerca a mí deja un beso en mi frente, pero no consigo reaccionar.

No deja que le toquen y nunca se quita la camiseta.

Cierro los ojos, procurando no llorar. Verle tan natural y seguro de si mismo me llena de felicidad.

—Venga, las fotos. —Leia le tiende el móvil a Matt y me arrastra hacia la esquina, donde me obliga a posar con ella.

Vamos por turnos, de uno en uno y de dos en dos. Las últimas foto la hacemos con la cuenta atrás, poniendo muecas extrañas y cómicas mientras reímos y aliviamos tensiones.

Al salir me agarro al brazo de Matt y me enciendo un cigarro.

—Hacéis buena pareja. —Carraspea Paul, llevándose un codazo por parte de Leia y un gruñido por parte del alto.

—Vosotros también —bromeo mientras mi amiga me fulmina con la mirada, soltando el humo del cigarro y observando como se evapora en el exterior.

—Te queda muy bien el azul, friki. —Se acerca a mi oreja para que le escuche por encima del sonido de la música, lo que provoca que se me erice la piel.

—Hace juego con tus ojos. —Paso mis brazos por su cuello.

—En verdad hoy todo es azul.

—Todo es azul desde hace mucho tiempo —susurro atrapada en la profundidad del mar que posee por mirada.

—¿Sabes? —Aprieta el agarre de sus manos en mi cintura —. Eres una jodida obra de arte.

—Eso es porque me ves con buenos ojos.

—No. —Niega con la cabeza —. ¿Ves todas estas personas que nos rodean? —Asiento ligeramente —. Pues dejan de existir cuando te miro, opacadas por tu presencia. —Me coloca un mechón detrás de la oreja, aprovechando para acariciar mi mejilla —. Eres preciosa, Alyson.

Dejo un pequeño pico en sus labios, pero él se pega más a mí, profundizando el beso, el cuál se acaba minutos después por falta de respiración.

—Gírate. —Me ordena y le hago caso.

Aparta mi cabello hacía un lado, poniéndome una pequeña cadena plateada al rededor del cuello. Observo detenidamente el objeto que cuelga: una púa azul con un pequeño agujero en la parte superior, en la que se lee "Alyson" en una pequeña y bonita cursiva negra.

—Eres mi musa. —Sonríe el chico mientras sujeto la púa entre mis dedos temblorosos —. Si canto es por y para ti.

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