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40. Sueños inmersivos

"Dales placer, el mismo que consiguen cuando despiertan de una pesadilla."

-Nicanor Parra


Las luces parpadeantes y el espíritu navideño se mezclaban en el ambiente, mientras me encontraba compartiendo la Navidad con Matt, el chico con la mirada de un azul tan profundo que parece reflejar el océano en ella.

Fue como si el tiempo se detuviera mientras paseábamos por los senderos nevados del pequeño pueblo, riendo y charlando como solíamos hacer antaño. Las risas se mezclaban con los copos de nieve que congelaban nuestras narices y el aire frío se sentía reconfortante, como si el invierno quisiera abrazarnos.

Decorábamos un árbol juntos, y la sonrisa en su rostro mientras colocábamos los adornos era contagiosa. Nada dolía, nada quejaba, solo había un sentimiento pleno de felicidad. Bailábamos al ritmo de los villancicos y yo me embelesaba mientras su voz, fundida con la música, fluía alrededor. En ese lugar sólo existíamos nosotros dos y el espíritu navideño que tanto añoraba.

Después de preparar la cena juntos, intercambiando historias, llegó el momento de los regalos. Lo más hermoso fue ver cómo se iluminaba su rostro con amor y ternura que me hizo sentir realmente especial.

Cuando despierto mi pecho no pesa, ni mi respiración está acelerada. Sonrío pensando en el sueño tan reconfortante y lejos de todas las pesadillas que me atenazan a diario cada noche. Y aunque me doy cuenta de que aunque solo ha sido eso, un sueño, sigo sintiendo la calidez y la felicidad que me invadieron en el mundo ficticio.

A veces, los sueños pueden ser una ventana a lo que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser. Y el hecho de que Annie, su madre, me haya invitado a compartir estas fechas con ellos, me llena de emoción. Sé que mi nerviosismo y ansias porque el momento se acerque han provocado que mi subconsciente se imagine un día idílico, por lo que no puedo evitar pensar en Matt, el cuál se dibuja en mi cabeza como si de un lienzo en blanco se tratase.

Le mando un mensaje, deseando que venga a perder las horas conmigo, con la esperanza de que traiga su guitarra y así acariciar mi alma mientras rasga las cuerdas entonando cualquier canción triste mientras mis ojos se resisten a llorar.

Cuando le abro y alzo la cabeza, sonriente, lo observo detalladamente, desde sus Converse desgastadas hasta sus pantalones rotos y apretados y su sudadera a cuadros blancos y negros que se amoldan perfectamente a su cuerpo. No puedo evitar quedarme con cada detalle que conforman su ser. Me sonríe mientras me acaricia el pelo, revolviéndolo para luego pasar por mi lado y entrar en casa. Permanezco allí parada durante varios minutos, admirándolo desde la entrada.

Matthew, como siempre, desprende esa belleza que acelera mis latidos y enrojece mis mejillas. Sus ojos azules, como dos trozos del cielo capturados en su mirada, junto a sus ojeras, transmite el dolor le ha tocado vivir, más allá de sus años, los cuales, bajo sus párpados, parecen pesar. Su melena dorada y esculpida por los rayos del sol, ondulante y perfectamente desordenada, añade una pizca de rebeldía a su atractivo irreal. Sus rasgos masculinos, tallados con delicadeza, se ensanchan en una sonrisa llena de sinceridad coronada por un aro negro situado en su labio inferior, y un hoyuelo que asoma al mínimo gesto amable.

Su voz lleva consigo el don de acariciar la razón y los sentidos, proporcionando calma y emoción a partes iguales. Cada palabra que pronuncia, cada nota que entona, es como un fragmento de poesía que narra historias de amor, alegría y dolor, capaces de cautivar a cualquier ser mortal.

Matt Hemmings, un chico común y con una mirada magnética que convierte en belleza todo lo que proviene de él, admirándolo como si fuera una puta obra de arte. Ante tal monumento, es imposible no cederle el alma, sabiendo, que, pase lo que pase, es capaz de cuidarlo y acariciarlo como un bien preciado.

—¿Alys?

La voz burlona del rubio me hacen volver a la realidad y me ruborizo cuando me doy cuenta de que llevo contemplándole durante bastante tiempo, perdida en lo más profundo de mi mente mientras me contengo, aguantando las ganas de abalanzarme sobre sus fuertes brazos y sus labios en forma de corazón para que me haga suya.

—¿Has empezado el trabajo de lengua? —Intento disipar los pensamientos que encienden mis mejillas y sonrío cómplice cuando asiente con la cabeza.

Desenfunda la guitarra mientras me señala que me siente a su lado, ayudándome a posar los dedos en la guitarra, la cuál se siente demasiado grande en mis pequeñas y temblorosas manos.

Y así, durante toda la tarde, reímos dando por imposible su nulo intento de enseñarme a tocar. Sentirlo tan cerca me vuelve torpe e incapaz de hacer algo con coherencia, dejando que su olor a One Million nuble cualquier pensamiento racional.

Cuando por fin se rinde, procede a tocar "Never be alone" de Shawn Mendes, acompañando los acordes con su dulce voz y como es costumbre ya, lo observo maravillada.

—Entonces... —Deja de tocar y me mira —. ¿Vas a venir en navidades?

Yo asiento con la cabeza y él grita emocionado, abrazándome de manera efusiva, para después mirar el reloj, guardar la guitarra e irse por la puerta, prometiéndome vernos al día siguiente mientras deja un pequeño beso en mi frente.

Tú mera presencia en mi mundo me llena de una dicha indescriptible.

Pongo el último punto en mi redacción de lengua antes de apagar el portátil, dejándolo con delicadeza sobre la mesilla de noche y mirando mi techo adornado con estrellas fluorescentes mientras me arropo hasta la altura de la nariz, dejando visible sólo mis ojos, los cuales cierro, rindiéndome lentamente a los brazos acogedores de Morfeo, mientras la noche me envuelve en su suave oscuridad.

La cabaña se encontraba rodeada por altos robles. Las paredes de madera envejecida y llenas de moho estaban acariciadas por el paso del tiempo. El aroma a tierra húmeda y la frescura del aire eran la mejor escapatoria para las preocupaciones que pesaban en el alma, y eso lo sabían los dos.

El balancear de los árboles por el viento se fusionaba con el ruido a penas audible del movimiento del agua del lago, creando una melodía que envolvía a la cabaña escondida en el corazón del bosque.

Aquel paisaje la ayudaba a olvidar el horror del día a día en el que había quedado estancada, encerrada dentro de la prisión y admirando la libertad desde los barrotes que la mantenían prisionera.

Los primeros días fueron estupendos. Andrew y ella exploraban los alrededores, adentrándose en el bosque y deleitándose con la paz que solo aquel páramo podía ofrecer.

Pero con el paso del tiempo, pudo notar cambios sutiles en él.

El antes risueño y cariñoso Andrew se volvió distante y reservado, clavando muy de vez en cuando, sus pupilas dilatadas sobre ella. Esos ojos azabaches que una vez estuvieron llenos de brillo y radiantes, parecían ocultar secretos que ella no lograba descifrar. Sus pequeños comentarios sarcásticos y gestos cargados de desdén se acentuaron en su comportamiento, trasformando la cabaña en un lugar tenso y demasiado oscuro.

Aquella cabaña, que inicialmente representaba el amor y la libertad, se convirtió en una jaula emocional donde Andrew la culpaba de cualquier pequeño inconveniente, descargando su ira con pequeños golpes que marcaban su rostro ya magullado. Se sentía acorralada, como si cada paso que daba estuviera siendo juzgado por un tribunal invisible, silenciándola cada vez más y convirtiéndola en una mera espectadora.

Intentó hablar con él, entender el por qué de su cambio, pero sus intentos fueron recibidos con evasivas y reacciones desmesuradas.

Aquel hermoso entorno se volvió opresivo y cada vez que observaba el lago situado al otro lado del cristal, lo veía como un espejo que reflejaba su propia angustia.

La chica se encontraba atrapada entre el amor que una vez sintió y el miedo al desconocido que tenía en frente.

Mientras las sombras del bosque inundaban el lugar, también lo hacían las dudas en su mente. Sabía que algo estaba mal, pero enfrentarse a la cruda realidad era más aterrador que continuar en aquella jaula que había elegido como hogar.

Todo se volvió de un rojo carmesí mientras golpeaban la puerta de la cabaña. El sonido de la madera crujiendo se fundieron con los gritos de desesperación de una mujer angustiada. Pero de nuevo, todo se tornó negro.

En medio de esa oscuridad que la envolvía, una luz inesperada emergió en forma de mirada azul, llena de compasión y calidez. Atravesando el miedo atroz y el silencio que la rodeaba, aquellos ojos se convirtieron en su esperanza. El extraño con ojos azules como el cielo despejado, rompió las cadenas invisibles que la aprisionaban, ajeno a las llamas que titilaban no muy lejos de ellos, consumiendo la madera y todo lo que encontraba a su paso. En cada parpadeo, transmitía la promesa de un mundo sin Andrew, un lugar donde la angustia no reinara.

Cuando abro los ojos, la primera sensación es la urgencia por recuperar el aliento, como si hubiera estado atrapada en la cabaña nuevamente. El corazón martillea en mi pecho, aún bajo el miedo que se desvanece lentamente, dejando un olor a hollín y queroseno que persisten en el aire que respiro.

La desconexión y desorientación embargan mi ser. Aunque me encuentro en mi habitación, lejos de aquella cabaña, algo dentro de mí se siente desplazado, como si una pieza crucial del rompecabezas de mi historia estuviera extraviada, atrapada en medio de tablones de madera, como si nunca hubiera conseguido escapar de allí.

Y mientras me preparo el café, recostándome en la encimera, la pesadilla continua dejando un regusto amargo de recuerdos que se niegan a materializarse por completo. Como quién despierta de un sueño en el que recuerda algo muy importante, pero al abrir los ojos, los detalles se escabullen entre los espacios de su memoria, incapaz de discernir entre lo real y lo ficticio.

La ansiedad, fundida con el deseo abrasador de reconectar esos fragmentos me revuelven.

Me siento perdida en la búsqueda de respuestas que a ciencia cierta sé que no quiero conocer, generando una inquietud cada vez más grande dentro de mí. Cada mañana me siento más vacía que la anterior, dejando trizas en mi mente como una historia a medio contar, intentando comprender aquello que ha sido relegado al olvido e intentando escribir en las hojas en blanco de mi libro maltrecho.

La mañana en el instituto comienza habitual mientras los estudiantes llenan los pasillos, intercambiando risas y algún que otro bostezo.

—¡Hola Alys! —Me abraza Leia, observando mi cara pálida —. ¿Cómo estás hoy?

—Estoy agotada, ayer tuve una pesadilla horrible.

—¿En serio? —pregunta acariciando mi cabellera con preocupación —. ¿De qué trataba?

—No lo recuerdo con claridad —miento, y por su cara sé que sabe de sobra que es el mismo sueño de siempre, por lo que dejo escapar un suspiro —. Pero es extraño, hay muchas piezas que no consigo juntar.

—Tienes que tener paciencia cariño. Todo volverá a ti a pequeñas dosis, no te fuerces más de lo estrictamente necesario.

Se despide de mí antes de separarnos e irnos a nuestras respectivas aulas, viendo como pasan lentamente las horas.

En clase de historia, el profesor discute sobre la Revolución Francesa mientras todos tomamos notas y participamos ya que nos hace preguntas directamente.

Cuando suena la campana, indicando el final de la clase, salgo seguida por Matt hacía el patio, dejándome caer sobre el césped recién cortado.

—Hoy no ha venido Paul al insti —susurro, repasando a la multitud sin encontrar su atuendo colorido por ningún sitio.

—Quizá es mejor así. —Sonríe de lado Matt mientras da un mordisco a su bocadillo.

—¿Por qué dices eso? —Frunzo el ceño, recordando el moratón visible en la cara del peliverde.

Arranco varios hierbajos con las manos, haciendo pequeños nudos para unir unos con otros.

—Bueno , Paul puede ser... complicado.

—¿Complicado por qué?

—Digamos que a veces no tiene muy claro cómo tratar a la gente —suspira.

Asiento con la cabeza, desconcertada.

—¿Lo conoces bien?

—Lo suficiente para saber que es mejor mantener distancia.

—¿Por qué vuelves con eso otra vez? —Bufo —. Si todos somos amigos aquí y no parece incomodar a nadie.

Matthew hace una pausa prolongada, mirándome seriamente y sopesando sus palabras.

—Solo creo que hay cosas que es mejor dejar que sigan su curso, evitando presionar a nadie.

—¿Que quieres decir?

Él no responde. La tensión entre nosotros aumenta, al igual que la incomodidad del rubio, que se nota más tenso y apagado desde que he intentado profundizar en el tema, cargando siempre todo de respuestas enigmáticas que solo me llenan de más dudas.

—Vale, lo entiendo.

Matt gruñe, terminando su almuerzo y tamborilea con sus dedos sobre sus rodillas, nervioso.

—¿Quieres dar un paseo? —Pregunta atropelladamente, como si las palabras se hubiesen atascado en su garganta en su intento nada disimulado por cambiar de tema.

Acepto su propuesta antes de incorporarme, colocando la mochila sobre mis hombros.

Caminamos hacía el borde del patio y el silencio entre nosotros se hace pesado, como si la conversación previa hubiera creado un muro entre nosotros imposible de saltar, aunque a estas alturas, ya no me sorprendía esta sensación que siempre me provoca Matthew, aunque si me gustaría que fuera más ligera de llevar.

—¿Qué estáis tramando? —pregunta Leia con una sonrisa brillante.

—Hablando de Paul y el por qué no ha venido a clases.

—Sí... Quizá es mejor así —su tono es similar al de Matt, y la exactitud de sus palabras con las del rubio hacen que un escalofrío recorra mi espina dorsal.

—Pero... —Matthew me mira, al igual que mi amiga.

—A veces las cosas son como son —zanja la pelinegra, evitando profundizar.

La conversación termina abruptamente cuando Leia le pregunta a Matthew sobre banalidades del baile de invierno y me deja al margen. La actitud evasiva de ella refleja la del rubio, creando la misma sensación que tuve en el césped con Matt.

Suspiro mientras me acomodo la mochila y los observo antes de ir a clase. Aprieto ligeramente los puños al rededor de las asas de la mochila, mordiéndome la lengua para no soltar ninguna tontería. Tengo que ser más lista, y por mucho que esté ya un poco harta de la actitud de estos dos idiotas, puedo llegar a descubrir por mi cuenta lo que sea que pasa.

—He pensado en organizar una quedada para ir al karaoke de la otra vez. ¿Queréis venir?

—Claro, suena genial. —La voz dulce del rubio me eriza la piel.

—Definitivamente... ¡Sí! —exclama Leia entusiasmada.

Logro disipar la incomodidad anterior y camino triunfante hacia la clase de lengua, con un plan en mente.

Tarde o temprano acabaré descubriendo lo que me ocultas, Matthew.

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