39. Problemas a la vuelta de la esquina
"Cuando dos buenas personas se pelean por principios, ambas tienen razón."
-Marie von Ebner-Eschenbach
El domingo, un día perfecto para avanzar en las tareas escolares (o leer), se convierte en mi santuario para adentrarme en el trabajo de lengua. Adopto la postura más cómoda que puedo, con las piernas entrelazadas y el portátil reposando sobre ellas. Una vez que plasmo el título en la pantalla, permito que mi mente se desate, explorando las profundidades de mi ser y mis emociones.
Consciente de que el resto de mis compañeros van a escuchar mis palabras y a los que probablemente no les importe lo que tengo que decir, procuro desplazar todo sentimiento profundo, tratando de ser imparcial o neutra en cada palabra. No deseo exponer frente a una clase de treinta personas la fractura emocional que me embarga en este instante.
La maestra, de las mejores del condado, es un referente indiscutible en las calificaciones de cada estudiante. A diferencia de otros, no nos impone la lectura de libros tediosos; al contrario, nos otorga la libertad de escoger nuestras lecturas y, en base a ellas, diseña exámenes y comentarios de texto personalizados.
A menudo resulta complicado distinguir si estamos inmersos en una clase de lengua o de filosofía, dado que sus enfoques se centran por lo general en reflexiones sobre sentimientos profundos y la percepción individual de la vida.
Cati posee un esmero particular; su puerta siempre está abierta para resolver problemas, por lo que antes de recurrir a un orientador o incluso al director, la gente prefiere hablar con ella. Es una mente brillante en su campo, apasionada por su labor y dotada de un instinto vocacional que el transcurso de los años y la convivencia con alumnos en plena adolescencia no han menguado en su realización personal.
Suspiro al recordar las palabras de Matthew.
—¿Cuál es tu sueño? —preguntó él.
Consciente de que aún me aguarda un largo trecho por recorrer, comprendo que en este momento no es imprescindible definir mi futuro. No obstante, a los dieciocho, la mayoría de los jóvenes parecen tener una meta concreta por alcanzar.
Aunque la escritura es una posibilidad, reconozco que no me aproximo ni de lejos a las figuras destacadas de la literatura contemporánea. En medio de mi deseo por relajarme, la incertidumbre de carecer de un sueño me inquieta más de lo que me gustaría admitir. No logro vislumbrar qué quiero hacer con mi existencia más allá de rememorar un pasado angustioso y sobrevivir a él.
Esbozo una sonrisa ladina mientras la imagen de unos ojos azules se forma en mi mente y, sin titubear, marco el número del rubio.
—¿Estás ocupado? —inquiero al percibir su respiración al otro lado de la línea.
—De hecho, estaba por ir a merendar con mi madre a un lugar que prepara unos batidos espectaculares. —Una pausa prolongada se extiende por varios minutos —. ¿Te gustaría acompañarnos?
Intento declinar la invitación amablemente, evitando interrumpir el momento entre madre e hijo, pero su insistencia y la voz femenina al fondo anunciándome que me prepare para ser recogida fueron incontestables. No me dan la oportunidad de agregar más, ya que Matthew corta la llamada y yo suspiro, incapaz de borrar la sonrisa radiante que se dibuja en mi rostro.
Pasados diez minutos, el timbre suena y me encuentro con Matt, quien me recibe con un abrazo al abrir la puerta y toma mi mano con delicadeza mientras me guía hacia el coche, donde su madre espera con una sonrisa cálida.
—¡Alyson, estás preciosa! —comenta ella, observando mi atuendo compuesto por un top estampado a base de dragones de manga larga, con dos orificios al final para los pulgares, una chupa de cuero negra, pantalones vaqueros del mismo tono y botas altas.
—Gracias, usted también.
—Deja de tratarme de usted, me haces sentir mayor. —Ríe antes de arrancar el coche y cambia completamente de tema —. ¿Ya tienes pareja para el baile de invierno?
—Eh... No —respondo, mirando a Matthew, quien se remueve incómodo en su asiento.
—A tu edad, yo esperaba ansiosa que el padre de Matt me invitara al baile. Era bastante tímido, así que al final tuve que pedírselo yo.
A través del espejo retrovisor, me guiña un ojo, haciéndome ruborizar.
¿Está sugiriendo que, si su hijo no me invita a ser su pareja de baile, debería tomar la iniciativa yo?
¿Querrás ir conmigo Hemmings?
Abro mis ojos de par en par, sorprendida al observar el interior del local. Aunque no es particularmente espacioso, consigue transportarte a una escena costera. La sensación de estar en una playa se intensifica gracias a la utilización de elementos decorativos. Las paredes pintadas con una mezcla de tonos azules y blancos, recrean un cielo despejado que se funde con el horizonte marino. El lugar está adornado también con mesas dispuestas estratégicamente y sombrillas de vivos colores que proyectan sombras danzantes sobre el suelo arenoso, dando la sensación de realmente, estar en una playa.
Nos acomodamos en una de las mesas libres y pedimos unos caipirinhas. Annie, la madre de Matt, me explica que es similar al mojito pero que se elabora con cachaça en lugar de hierbabuena.
—¿Qué es eso? —pregunto, haciendo una mueca que divierte a la mujer de cabello oscuro, quien sonríe dulcemente mientras aparta un mechón de mi rostro y lo coloca detrás de mi oreja.
—Es un aguardiente obtenido a partir de la destilación de caña de azúcar fermentada —responde suavemente.
—Eres muy guapa —añade Annie cuando nos sirven los cócteles, llevándose la pajita a la boca.
—Mamá. —Gruñe Matt, sonrojándose por la vergüenza.
—Perdona a mi hijo —susurra Annie, guiñándome el ojo—. Suele ser un gruñón.
Al probar el líquido comienzo a toser, sorprendida. Una sensación de familiaridad me embarga; he escuchado esas palabras antes. Pero, ¿dónde?
—¿Y qué haces en Navidad?
Annie parece ignorar la mirada asesina que le clava su hijo y me sonríe con ternura.
—No lo tengo muy claro.
—¡Entonces genial! —exclama la joven mujer, tomando mi mano —. Vente con nosotros.
—Yo...
—Mamá, te he dicho mil veces que no hagas eso. —Se frota la sien, desesperado.
Annie suelta mi mano y se rasca la nuca, mirando a su hijo con curiosidad mientras el niega con la cabeza. Después vuelve a posar toda su atención sobre mí.
—Puedes pasarte a cenar alguna noche. ¿Quieres?
Asiento felizmente mientras Matt aprieta mi muslo bajo la mesa. Noto mis mejillas sonrojarse, pero aún no tengo claro de si es por la calidez del roce de la piel de Matt sobre la mía o por el alcohol al que ya no estoy acostumbrada.
—Así conocerás a Robert, el amor de mi vida.
Matthew empieza a reírse, llevándose las manos al abdomen y cerrando los ojos, que brillan con complicidad. Lo observo con simpatía y añoranza, deleitándome con el sonido de su risa y su expresión facial.
El sonido de tú risa... es uno de los sonidos más bonitos que he escuchado. Y luego está el sonido de tú voz al cantar.
Cuando llego a casa me dejo caer en la cama, tapándome la cabeza con la almohada mientras la abrazo, soltando un pequeño suspiro porque mis tardes no sean siempre así. Adoro a Matt y adoro a su madre. Adoro todo lo que tenga que ver con él. Con una sonrisa resplandeciente en la cara y unos ojos azules recorriendo mi mente, cierro los ojos, dejándome vencer por el sueño y deseando que mañana llegue rápidamente para poder seguir disfrutando de la compañía del rubio en clase.
La escuela bulle con la llegada de los estudiantes. Me acomodo con un libro en mano, siendo la primera en llegar. Observo a las personas entrar: cada una con su propio paso, llevando cargas más pesadas o ligeras en sus mochilas. Todos con vidas diferentes, pero coincidiendo en el largo trayecto que es la educación.
Cuando veo a Paul, mi corazón se encoge. Tiene enormes ojeras, el labio partido y su ojo derecho hinchado y morado. Me levanto rápidamente y me acerco a él.
—¿Quién te...?
—¡No te acerques! —grita, dando un paso hacia atrás y levantando ambas manos antes de mirar al suelo —. Solo... déjame en paz.
Asiento lentamente con la cabeza sin moverme y tragando con dificultad. Da media vuelta y se dirige hacia su clase, dejándome en medio del pasillo, abrazada a mi libro.
La voz de Matt me saca de mis pensamientos.
Sin decirle nada, ingreso a la clase seguida por él. Cuando se sienta a mi lado y saca el libro de la asignatura, observo sus nudillos enrojecidos mientras ahogo un grito.
¿Has sido tú? Y si es así, ¿por qué?
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