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32. Dientes de león

"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo."

-François Mauriac


Los dos días de fin de semana que prosiguieron a la discusión del rubio y Paul antes de la marcha del peliverde han sido un quebradero de cabeza. Me siento entumecida intentando pensar, analizando los hechos e inventando conjeturas que nunca se acercarían a la verdad. Estoy exhausta, como de costumbre.

Pienso en Matt, en sus rizos hechos con rayos de sol y en su mirada azul en un intento de nadar hasta lo profundo del océano para conseguir tocar su alma y entender algo. Inhalo profundamente, pero su olor a One Million no me acompaña ni en mis sueños en estas frías noches de noviembre.

Luego pienso en Paul. En su mirada ausente y llena de dolor mezclada con rencor. Sigue teniendo el móvil apagado, pero estoy segura de que aunque así no fuera, nunca me diría más de lo que me ha dicho hasta ahora, provocando un sin fin de interrogantes y dolores de cabeza para mi ya de por si, nublada mente.

Leia lo había negado, y yo no puedo imaginarme el sufrimiento que está soportando sobre sus hombros mientras todo el mundo le cose la boca cada vez que la intenta abrir.

Observo desde el alféizar de la ventana mientras tenues copos de nieven caen, desapareciendo poco antes de tocar el suelo, dejando un pequeño y tenue rastro de que allí yacieron antes. La nieve siempre me transporta a otro lugar, pero por mucho que no quiera viajar hasta allí, tengo que hacerlo, más bien, necesito hacerlo.


Hace dos años

Observaba desde los barrotes de la cárcel en la que se hallaba el cielo nocturno y el lago congelado, imaginándose que estaba allí fuera y no encerrada. Se imaginaba a ella tumbada en la espesa nieve blanca, moviendo brazos y piernas en un intento fallido de ángel, para después proseguir con su muñeco de nieve, el cual finalizaba poniendo dos botones a modo de ojos, anudando una bufanda en la conexión de las dos bolas perfectas que simulaba su cuello.

Una lágrima resbaló por su mejilla. No podía limpiársela, el simple roce de sus dedos le causarían demasiado dolor. Tenía el rostro hinchado y magullado con algún rastro de sangre seca proveniente de su nariz ligeramente torcida. En aquel momento no echaba de menos al chico de ojos azabaches si no a....

¿A quién?


Suspiro yendo al baño y me observo en el espejo. Acaricio mi rostro pálido sin heridas, odiándome por mis elecciones del pasado. ¿Por qué me había permitido acabar así? ¿Por qué dejé que Andrew me arrebatara la vida?

Sigo viva, ¿pero a qué precio? ¿Qué sentí durante los meses prisionera en la cabaña? ¿Qué recuerdo de mi vida anterior me mantenía cuerda?

Tantas preguntas siempre y tan pocas respuestas. A eso se unen mi extraña relación con Leia en este último tiempo, y en las palabras de Paul que Matt intentaba callar a toda costa.

Necesito música. Pero no cualquiera, necesito su música para olvidar este mes. Uno de los mas difíciles desde que no están conmigo. Necesito que rasgue mi corazón con cuerdas de guitarra en acompañamiento mientras su dulce y rota voz me canta cualquier canción, haciendo que los sienta cerca.

Pronto será el cumpleaños de mi madre y por primera vez en dos años estoy preparada para ir a verla. Le llevaré sus flores favoritas, cogida de la mano fuerte y decidida de Leia.  Le explicaré  como ha sido todo desde que me dijeron adiós. Le contaría todo lo bueno y todos mis avances, esperando que pueda sentirse orgullosa de mí. Desear que allá donde estén, sigue bailando con papá mientras la rodea por la cintura y llenan el lugar de la magia que rebosan sus suaves y frágiles pasos mientras lo único que hacen es sostenerse la mirada, enamorados igual que el primer día. A pesar del tiempo y del dolor de tener una hija como yo.

¿Papá y tú seguís conmigo?

Os hecho de menos. No sabéis cuanto.

¿Me habéis perdonado o es mucho pedir?

Si yo lo recuerdo, ¿seré capaz de perdonarme?

—¡Por fin das señales de vida, maldita perra! —grita mi amiga desde el otro lado de la línea, por lo que tengo que apartar ligeramente el móvil de mi oreja.

—Exagerada, no ha sido para tanto. —Sonrío mientras riego los cactus que adornan el poyete de la ventana de la cocina.

—Ha pasado una semana desde que apagaste el móvil, y al ir a tu casa no me has abierto. —Suspira pesadamente —. Dios, Alyson, estaba preocupada. Sobre todo teniendo en cuenta que me has estado evitando este último mes.

—Sobre eso... —Chasqueo la lengua —. Da igual, ya lo hablaremos. Quería preguntarte si te apetecería venir a casa a comer.

Río cuando no responde, imaginándome sus ojos abiertos con sorpresa, brillando de la emoción.

—Por favor, echo en falta tus macarrones a la boloñesa.

—Y yo que te acabes el queso.

Quedamos en que venga directa a mi casa después de las clases, por lo que me dedico durante gran parte de la mañana a recoger la casa y limpiarla. Dejo hirviendo el agua en una olla con un poco de aceite antes de dirigirme al baño para darme una ducha rápida.

—Siempre que me invitas a comer es porque algo quieres —miente con la boca llena de tomate, pero sé que en mi cara se dibuja la incomprensión.

—Yo... —Suelto el tenedor y miro mis manos, las cuales muevo nerviosamente —. Había pensado en ir a visitar a mi madre por su cumpleaños y... —La miro —. N-No puedo hacerlo sola.

—Claro que iré —susurra con los ojos cristalinos mientras sonríe, intentando no llorar.


Camino agarrada de la mano de Leia, la cual sostengo con demasiada fuerza, pero ella no se queja. Andamos a través de las lápidas llenas de flores marchitas y ramas secas. Todas ellas impolutas bajo un mantenimiento bastante riguroso. Algunas se notan más nuevas, otras apenas son legibles.

Durante la mañana Leia ha organizado una pequeña fiesta en su honor. Hemos estado cocinando albóndigas, que aunque no se equiparan a las de mi madre, si me trajo una bonita sensación de estar en casa con ellos. También hemos hecho su bizcocho de yogur que tanto me gustaba, pero que hemos reservado para la vuelta del cementerio mientras nos servíamos una taza de chocolate llena de malvaviscos, retomando las costumbres de cuando éramos pequeñas.

Me ha preguntado si podía invitar a los chicos y no me he negado. Para ellos una tarde sin más, para mí una escapada de la cruda realidad.

Es su cumpleaños y no está conmigo.

—Es aquí —susurra deteniéndose al lado de dos lápidas totalmente blancas en las que leo sus nombres.

Me da un vuelco el corazón y me tengo que llevar la mano al estómago, soltando el agarre tranquilizador de mi amiga.

Se agacha para recoger las flores secas que allí descansan, a pesar de yo no haber venido alguien si lo sigue haciendo.

Pasa su brazo por mis hombros y así permanecemos durante largos minutos que me parecen una eternidad.

—Me voy a alejar un poco, ¿vale? —Besa mi frente cuando empieza a atardecer, regalándome una sonrisa sincera —. Necesitarás hablar con ella a solas.

La observo mientras se aleja, dejándome caer en el suelo y haciéndome daño en las rodillas.

¿Qué puedo decir?

Pasa otro largo rato más antes de que pueda pronunciar algo en voz alta y conforme voy uniendo mis palabras mi voz se vuelve más rota e inaudible. Las lágrimas caen sin cesar mientras me limpio sucesivamente los ojos que ya me escuecen y sorbo la nariz:

—Hola mamá, soy yo, Alyson. He crecido mucho desde la última vez que nos vimos. Como habrás visto te he traído tus flores favoritas, aunque las he envuelto con cuidado para que no se disiparan antes de llegar y que pudiéramos ver el espectáculo juntas. ¿Por dónde podría empezar?

»Estos años han sido complicados, primero aceptar que tú y papá no ibais a estar más y después comprender que necesito recordar. Al principio fue difícil aunque todavía lo sigue siendo, pero no duele tanto como antaño.

»Leia me ha ayudado a preparar tú bizcocho y me ha convencido para invitar a unos cuantos amigos. Lei está bien mamá, ha cuidado mucho de mi durante estos años, nunca me ha exiliado en el olvido incluso en lo tortuoso que debe haber supuesto el camino para ella. Al final conseguí no olvidarla también. Es la capitana del club de animadoras, y se le da tan bien que seguramente la ofrezcan una beca en una universidad grande donde pueda dedicarse a ello de forma profesional.

»Aún no he encontrado mi vocación, pero sigo teniendo la manía de enfrascarme en cualquier libro para olvidarme de la realidad. También he conocido a un chico, se llama Matthew.

»Algún día podría invitarle para que os cantase a ti y a papá vuestra canción favorita, pero me da miedo que sepa quién soy. Matt es un gran misterio, pero su mirada azul me da calma, al igual que su voz. Ojalá algún día podáis escucharle mientras toca la guitarra, estoy segura de que al menos tú, mami, te pondrías a llorar.

»Yo.... Siento no haber venido antes, si te soy sincera la mayor parte del tiempo mi cerebro ha estado obviando el hecho de que no volvería a veros y no me he esforzado en recordaros. Me duele tanto... Muchas noches me acompaña el miedo y pesadillas sin sentido que no me dejan avanzar.

»Perdóname, perdonadme por todo el daño que os he causado y por provocaros esto. Solo era una niñata ingenua que no entendía lo peligroso de la situación. Sentirlo no os va a traer de vuelta, y aunque quiera volver a aquellos tiempos no existe nada que me haga volver a abrazaros.

»Echo de menos ir a un centro comercial contigo y pasar el día entre compras y cotilleos. Echo de menos el pollo asado con patatas que hacías y echo de menos la manera dulce con la que regañabas a papá cada vez que gritaba viendo el fútbol. Echo de menos que cantéis a dúo mientras yo intentaba seguiros en susurros para no manchar la pureza de vuestras voces. Echo de menos los jueves de película, manta y helado. Y echo de menos los besos que me dabais en la frente cuando me iba a dormir. En los últimos años los había aborrecido y me llenaban de vergüenza, pero a día de hoy los encuentro muy necesarios. 

»Solo quiero deciros que os quiero, y que nunca, bajo ningún concepto voy a ser capaz de olvidaros. Sois lo mejor que me ha pasado nunca. Y como siempre me decías cuando recordabas a la abuela: "Uno siempre vive en los recuerdos de los que le querían".

»Por eso estoy aquí, para preguntaros si podéis seguir conmigo aunque no os vea. Y que os sintáis orgullosos de la chica que ahora soy. Habéis sido los mejores padres del mundo y el mayor refugio que tendré nunca. Papá, mamá, os quiero. Ah, y mami, se me olvidaba, feliz cumpleaños.

Cuando termino de hablar, con la voz temblorosa, arrodillada frente a la tumba y con los ojos encharcados, destapo las flores con suma delicadeza.

Alzo el ramo cuando la primera brisa golpea mi rostro, haciendo que cada una de las semillas en forma de paraguas de las flores aún no formadas, alcen el vuelo. Los observo con ternura, recordando los años en los que acompañaba a mi madre a visitar a la abuela. Ella hacía exactamente lo mismo.

—Cada uno de ellos es un besito que os mando al cielo —repito sus palabras mientras alzo la cabeza, haciendo que un tenue rayo de sol roce mi cara.

Siento mi corazón encogerse, imaginando que es ella intentando abrazarme mientras me levanto con dificultad, dejando las flores sobre su tumba.

Paso la mano por la lápida, sabiendo que debajo solo quedan huesos y gusanos, intentando no volver a derrumbarme.

Busco a Leia con la mirada mientras mi cabeza dibuja un océano en forma de mirada.

Corro hacia mi amiga y la abrazo con flaqueza, sintiendo reconfortante que ella me apriete con fuerza, acariciando dulcemente mi cabello.

—Eres la chica más fuerte que conozco —susurra —. Y por eso te quiero. Eres mi todo, Alyson. No lo olvides nunca.

Le regalo una sonrisa mientras me separo, volviendo a coger su mano después de secar mis mejillas y tirando de ella en dirección a casa.

Hoy me siento menos rota, más completa.

Sea donde sea, estoy segura de que mis besos te han llegado.

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