23. De mal en peor
"El alma resiste mucho mejor los dolores agudos que la tristeza prolongada".
-Rousseau
Siempre que me cruzo con la mirada del rubio tiene los ojos rojos. Algo le inquieta, le duele y conforme pasan los días más perdido se le ve. En los siguientes partidos chupa banquillo, pero todavía no han quedado eliminados de la liga, pues aunque muy reñido, consiguen ganar los siguientes enfrentamientos de forma muy ajustada.
Matthew llega con la ropa del día anterior, con el pelo sucio y los ojos ocultos bajo unas gafas de sol. Intenta evitarme, o eso parece, y cuando está una semana entera sin venir a clases, no pudo hacer otra cosa que preocuparme.
Por eso estoy aquí. Llevo quince minutos parada en la puerta de su casa, dudando en si tocar al timbre o no. Quizá no me abre y si lo hace, ¿qué puedo decirle?
Cuando me decido a llamar, la puerta se abre lentamente. El chico alto, con el pelo un poco más largo y una barba de varios días se apoya en el marco, mirando hacia abajo, en busca de mis ojos. Levanto la vista y se me hace un nudo en la garganta. Tiene las ojeras húmedas y los ojos vidriosos. Ha estado llorando.
—Hola —sonrío de lado con la voz rota. Él no responde, solo se aparta para dejarme entrar.
El ambiente huele a nicotina y se siente cargado, como si no se hubieran abierto las ventanas para ventilar en varios días. Matthew, ataviado con una camiseta de manga larga blanca y unos pantalones de chándal rojo, camina arrastrando los pies hasta el salón, por lo que le sigo.
—¿Por qué no vienes a clase? —pregunto.
Matt se sienta en el sofá, encendiendo la televisión y subiendo ligeramente el volumen.
—No me apetecía.
—Te echaba de menos. —Me siento a su lado —. No tengo a nadie que me de por culo.
Suelta una risa fingida, pero sonríe mientras se revuelve el pelo, pasando la lengua por su piercing.
—Y yo a ti friki —susurra de manera suave mientras se muerde el labio —. Todo esto es una mierda.
En cuestión de segundos se le rompe la voz y se tapa la cara con las manos, sollozando. Varias lágrimas recorren mis mejillas cuando me acerco a él y en silencio le abrazo.
¿Qué te está rompiendo Matt?
—¿Qué pasa rubio? —Acaricio su cabello en un intento fallido de tranquilizarle.
—Duele mucho. —Gime, ocultando su mirada bajo los mechones rubios que caen sobre su frente.
—¿El qué? —Sigo hablando de forma suave y pausada, quitando los cabellos rebeldes de su cara.
—Tú.
Pasa el dobladillo de su camiseta por su cara, secando las lágrimas que ahí yacen. Su respuesta me deja anonadada, no sé qué decir ni qué hacer para que cese su dolor. Pero sobretodo no entiendo por qué la respuesta soy yo. Miro mis manos mientras hago círculos con el dedo en el pequeño roto que tengo en el pantalón, volviéndolo más grande.
—¿Por qué? —Su voz suave y algo más calmada me hace removerme incómoda en el sitio.
—No entiendo nada Matt.
—Entonces, ¿por qué olvidas mi mirada?
Me aparto ligeramente de él, frunciendo el ceño. ¿De qué habla el rubio si desde que lo conozco solo pienso y sueño con su mirada? Si supiera la de noches que me ha rescatado de mis pesadillas y mi necesidad de ese azul intenso que solo el desprende. Mi necesidad de que me mire, de que me hable, de que bese mi mejilla, una y otra vez. La paz que me otorga cuando me canta o me llama friki son cosas de las que nunca podría olvidarme.
Ninguno de los dos vuelve a pronunciar palabra alguna. Él lentamente se va relajando. Me abraza con fuerza y deja un beso en mi cabeza, sonriendo como si minutos antes no se hubiera desecho en mis brazos.
—Gracias, friki —susurra a centímetros de mi cara —. Por ser tan pesada y no dejarme solo.
Le sonrío de vuelta, mordiendo mi labio inferior mientras bajo mi mirada hacía su boca, adornada con ese piercing que cada día me vuelve más loca.
—Gracias a ti por salvarme.
Cuando me doy cuenta de lo que he dicho me sonrojo.
Ahoga un grito, pero no me pregunta, de hecho abre los ojos de par en par, sorprendido mientras me analiza.
—¿A qué te refieres? —Está nervioso, me provoca ternura.
—Con los zumos, ya sabes...
—Para eso estamos, friki. —Revuelve mi pelo antes de besar mi mejilla.
Y esta vez, cuando yo le devuelvo el beso, él simplemente pasa su brazo por mis hombros. No me mira de forma seria, de hecho parece cómodo ante mi acto.
Nos pasamos toda la tarde en el salón; él tocando la guitarra y enseñándome a tocar "Nothing else matters" de Metallica, según Matt, algo sencillo para empezar. Mis dedos son bastante finos y pequeños, por lo que me cuesta llegar a las cuerdas. Acaricia mis manos cuando va posando mis dedos en las cuerdas correctas y cuando tengo el principio ya medio aprendido, él canta, siguiendo mi ritmo con su otra guitarra.
Todo el lugar queda inundado por nuestras risas, que se fusionan como si fueran solo una. Y estos pequeños momentos con él, son los que me hacen sentir viva. Se me olvida el pasado y se me olvida el dolor.
Cuando anochece nos damos cuenta de lo tarde que se nos ha hecho por hacer el idiota y me invita a quedarme allí a dormir. Yo acepto de buena gana mientras pide un par de pizzas y me deja una camiseta de Nirvana que me queda de vestido.
Cuando me cambio inhalo profundamente, la camiseta huele a él y se me eriza la piel, me estremezco abrazando la prenda, deseosa de que el olor quede impregnado en mi piel para siempre. Al volver al salón sonríe, quizá sonrojado, quizá solo un efecto óptico de la luz sobre su piel pálida. Y cuando llega la pizza, junto a dos vasos de Coca-Cola, vemos "La novia cadáver". Él canta las canciones de principio a fin y solo puedo morirme de amor mientras las acompaño, soltando alguna que otra carcajada.
Matt tiene gustos muy peculiares y diversos.
—Puedes dormir aquí. —Me indica llevándome a su habitación y me dejo caer en la cama.
—Quédate conmigo. —Le pido cuando se para en la puerta, dispuesto a cerrarla.
Él asiente y se tumba a mi lado en silencio, a una distancia prudente, tapándonos a ambos con la manta.
Matthew respira profundamente pasados los minutos, lo que me indica que se ha quedado dormido y yo sonrío cerrando los ojos.
Gracias Matty por salvarme otra vez.
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