20. Realidad difusa
"El término 'felicidad' perdería todo su significado si no fuese compensado por la tristeza."
-Carl Jung.
Mientras me dedico a comer del taper de pasta recalentado que tengo guardado en el frigorífico desde hace un par de días, sonrío. Todo se ha arreglado con el rubio.
Sigo sin tener nada claro, y mis dudas hacia todo no hacen mas que crecer, pero con él, por fin, todo ha vuelto a la normalidad. Me ha regalado un beso en la mejilla antes de ponerse el piercing. Y ahí donde descansaron sus suaves labios sigue habiendo un calor embriagador que se precipita hacía cada célula que me conforma.
No puedo quitarme la cara de boba ni los ojos brillosos. Cuando se despidió de mí pronunciando "Nos vemos mañana, friki", sólo quería correr hacía él y besarle también en la mejilla. Pero en vez de eso, chasqueé la lengua y puse los ojos en blanco, haciendo una peineta que provocó su sonrisa.
Me doy un golpe con la mano en la cara. ¿Es posible que el idiota que rompió el corazón de mi amiga me empiece a gustar? No, no puede ser posible. Es mi apuesta, mi presa, no al revés. Tengo que ganar esto. Por mi propio bien. Puedo sonar bastante egoísta, y de hecho sé que lo estoy siendo. Pero después de tres años contemplando la luna en busca de respuestas, creo que me merezco saber la verdad de una maldita vez.
Saber por qué de repente toda la vida que conocía hasta entonces había dado un vuelco tan sombrío. La terapia no me había servido, y mi propio cerebro me ponía trabas y verjas para que no me acercara a aquel momento, confinado en lo más profundo de mi cara B. Si gano esta estúpida apuesta, Leia está obligada a contármelo. Ella está muy tranquila, y después del verano a base de lágrimas y helado, no hace otra cosa que perdonarse con él.
Me saca un poco de mis casillas el hecho de que sean tan amigos y cuchicheen sobre cosas que yo no puedo saber ni entender. Pero conozco muy bien a mi amiga, y sé que todo lo hace por una buena razón. No sé las razones de Matthew, pero si ella las acepta, no me queda de otra que hacer lo mismo.
Mientras tarareo la canción que cantaba el rubio en los vestuarios, reproduciéndose como un disco rallado en mi cabeza, limpio los cacharros.
Sal de mi cabeza, joder.
Miro la hora, la una de la mañana ya. Suspiro mientras me seco las manos con el dobladillo de la sudadera, y subo lentamente las escaleras, buscando la comodidad de mi hoy si, bienvenida cama. Me dejo caer en el colchón y cierro los ojos, abrazando los brazos de Morfeo en cuestión de segundos después de arroparme hasta la nariz con el edredón rosa palo lleno de arcoíris.
La cabaña se derrumbaba encima suya. Unos tablones de madera le impedían el paso a la chica y otros cuantos caían bruscamente contra ella, aplastándola mientras todo lo embadurnaba un color rojo intenso acompañado de un fuerte olor a hierro mezclado con gasolina. Soltó un quejido ensordecedor que salió lleno de agonía y raspó sus cuerdas vocales.
El fuego empezó a propagarse, el humo, demasiado denso y sofocante no la dejaba respirar. Los gritos de desesperación retumbaban por aquel desierto lugar sin aves al que un día pudo llamar hogar. Entre tosidos su vista empezó a nublarse y se rindió ante la realidad, quedando inconsciente. Era su final, ella lo sabía y tenía que aceptarlo.
Pero el fuego no empezó a calar su cuerpo, no ardía, no quemaba. Sólo unos brazos que aunque temblaban, se sentían seguros. La niña alzó la vista cuando recobró la consciencia topándose con unos ojos azules que la contemplaban medio cristalizados pero aliviados de encontrar su mirada.
—Me gustan tus ojos —susurró el chico de melena rebelde con la voz rota, a punto del llanto.
—A mí los tuyos también —respondió ella con dificultad, ahogando una tos.
—¿Te olvidarías de ellos?
Cuando suena el despertador me despierto de golpe. No estoy abrumada, no me pesan las horas de sueño. Otra vez el chico rubio me ha rescatado de la pesadilla.
¿Cómo me voy a olvidar de ellos si apareces hasta en mis sueños, Matthew tonto?
Me doy una ducha rápida y me pongo una sudadera de Jack Skellington junto a unos vaqueros rotos y apretados, sin olvidar mis Vans bastante desgastadas. Me coloco la mochila y bajo rápidamente, agarrando por el camino un plátano, ya que no me da tiempo a desayunar, se me ha hecho tarde. Corro a toda prisa por las calles del pueblo, llegando en apenas quince minutos a la puerta del instituto. Ya ha sonado la alarma, por lo que tengo que darme prisa si no quiero que el profesor me deje fuera. Noto la mochila golpeando mi espalda y sé que la coleta que me he hecho hace unos minutos ya está deshecha porque los mechones despeinados caen por mi cara dificultándome la visión. Puedo percibir la voz de alguno de los profesores a través de las paredes.
—Ten cuidado friki —dice una chica bastante malhumorada cuando, sin querer, choco con ella al doblar una esquina.
—Lo siento. —Me disculpo rápidamente.
Me peino los mechones rebeldes hacia atrás mientras mi respiración entrecortada me hace jadear. ¿Se pueden quitar estas chicas del camino? No hay otra cosa que Parker odie más que la impuntualidad. Ya puedo imaginarme su discurso tedioso reprochándome el mal ejemplo siendo la nueva.
—¿Y esta quién es? —pregunta la morena que se encuentra al lado suya.
—La zorrita de Matt —responde esta última, pasando el piercing de su lengua por sus dientes.
Ruedo los ojos y sigo mi camino, visualizando al profesor que posiblemente ya no me deje entrar a su clase. Aprieto los puños mientras respiro lentamente. Prometí no más problemas.
—Es peligroso. —Escucho la voz de Leia antes de doblar la esquina del pasillo, por lo que me detengo.
—Está haciendo muchas preguntas, lo acabará averiguando.
Me oculto tras la pared, apoyando mi espalda contra ella y sin moverme ni un milímetro.
—No si cierras el pico y dejas de llamar la atención.
—Vamos, Lei. —Bufa —. Ese capullo se lo merecía.
—No sé que te ha dado por meterte en líos de repente, pero así no ayudas en nada —Leia, bastante molesta, da por finalizada la conversación y acompaña sus palabras con unas pisadas de botas de tacón retumbando en el suelo —. Y mira, una fisgona.
Suspira cuando me ve con los ojos bien abiertos, tirando de mi brazo de vuelta a donde ella estaba segundos antes. Matt se revuelve el pelo, nervioso.
—¿Por qué os preocupáis tanto por Paul?
Realmente estos dos se llevan demasiado bien. ¿Y me molesta? Por supuesto.
—Paul es mi ex —dice ella sin ni siquiera mirarme, quitándole importancia —. Simplemente no acepta que le dejara por... Matthew.
Asiento con la cabeza, en silencio.
—¿Qué acabas de decir? —Me sobresalto después de recapacitar sobre sus palabras.
—Una larga historia sin importancia. —Mira su reloj —. Ya te la contaré en otro momento, llego tarde a educación física.
Besa mi frente y desaparece, dejándome a solas con el rubio. Observo a la chica correr, haciendo que la chaqueta del equipo de animadoras azul con mangas blancas dance en su cintura cuando ella acelera el paso.
—¿Ahora te dedicas a escuchar conversaciones ajenas? —Sonríe de lado apoyándose en la pared.
Enarco una ceja contemplándole mientras se muerde el labio. Recorro con la vista sus labios, bajo por su cuello hasta una camiseta marrón con cuello en v y descendiendo a través de un pantalón de chándal gris con alguna mancha de grasa hasta detenerme en sus Converse de siempre. Y aunque su aspecto hoy parece hecho con prisas, sigue siendo lo más sexy y hermoso que he contemplado jamás.
—En defensa propia diré que no fue mi intención. —Lo fulmino con la mirada.
—Bueno. —Chasquea la lengua, pasándose la mano por el pelo —. Ya da igual.
Me siento cerca de él, que se deja caer en el suelo. Lleva el pelo alborotado, como siempre y aunque intenta ordenarlo en un intento de tupé, acaba con algunos cabellos sobre la frente y otros parados hacia arriba de forma desordenada.
—Pensaba que ya estarías en clase.
—Se me pegaron las sábanas —aclaro mirando sus profundos ojos azules.
—Hoy tengo entrenamiento —prosigue sujetando mi mirada —. Por si luego quieres meterte en los vestuarios conmigo.
Ahogo un grito mientras le doy un manotazo en el hombro, sonrojándome y él me guiña un ojo. mordiendo su labio con picardía procurando aguantar la risa.
—Me gusta verte así.
—¿Así como? —Frunzo el ceño antes de que pose su dedo índice en mi barbilla, acariciándola levemente.
Levanto el mentón buscando inconscientemente su tacto.
—Alegre. —Me regala una tierna sonrisa apartando su mano, antes de volver a mirar al frente, absorto en sus pensamientos.
La desilusión se apodera de mi rostro, consciente de que no puedo detener el tiempo ni inmortalizar el momento para vivirlo eternamente. Me incorporo lentamente y acerco mi boca a su cara, dejando un beso en su mejilla.
—¿Qué haces? —pregunta apartándose, buscando mis ojos.
Su expresión es seria. Contengo la respiración y trago con dificultad desviando la mirada y los pensamientos lejos de aquí. Quiero huir, pero mi cuerpo no me obedece, como si no me perteneciera.
—Te lo debía.
Idiota.
¿Por qué me mira así? Su mirada gélida me ha congelado hasta los huesos, el frío que siento ahora mismo no se puede equiparar a nada que haya experimentado antes. ¿Qué hay de malo en este chico? Solo le he dado un beso en la mejilla, nada que él no haya hecho antes. Suspiro, definitivamente este niñato es un completo imbécil.
Juro que mi corazón se va a salir del pecho. Matt, ¿tú también lo escuchas?
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