19. Lejos
"Unidos por un hilo invisible que solo podía existir entre dos personas como ellos: dos soledades que se reconocían."
-Paolo Giordano
Desde la noche en la que Matt se había peleado con Paul no se acerca a mí, ni siquiera me dirige la palabra. Y todos los días que me lo encuentro en el instituto o en clase y él, simplemente huye, no dejo de preguntarme qué he hecho mal. ¿Por qué sus ojos azules ya no me miran? ¿Por qué su dulce voz ya no me susurra "friki"?
Tengo muchas preguntas y ninguna respuesta, como de costumbre. El único que las puede resolver (al menos una parte de ellas), tampoco lo va a hacer. Leia me ve mustia como una rosa marchita, según ella, y siempre me repite:
—Ya se le pasará.
Me dice lo mismo una y otra vez, con esa sonrisa que siempre me da, por lo que yo la creo. Pero siguen pasando las horas y yo solo atisbo a ver la melena rubia y no el océano. Tengo un nudo en el estómago, por lo que la comida también es escasa en mi casi inerte cuerpo, las pesadillas se han hecho más frecuentes y mis horas de sueño son casi nulas. ¿Qué me pasa?
—¿Cómo que amor? Tú estás loca. —Le respondía a Leia.
Todas mis maneras para acercarme a Matt han fracasado, todas menos una. Y aquí estoy, sentada en las gradas, esperando a que acabe el entrenamiento para acorralar al rubio en los vestuarios. Me va a escuchar, por las buenas o por las malas.
Sé que no está bien, pero es la única alternativa que me queda después de, literalmente, probar todo. Necesito saber cuál es el problema, y si he hecho mal, disculparme.
Si el objetivo no me habla no puedo cumplir la apuesta. Intento concienciarme de ello mientras veo al alto caminar hacia las duchas después de que todos sus compañeros de equipo se hayan despedido de él. Recojo mis cosas y me cuelgo la mochila, respirando hondo mientras me levanto. Me sudan las manos, por alguna extraña razón estoy nerviosa. Mis pasos son lentos cuando empiezo a andar, creando escenarios ficticios en mi cabeza, planeando palabra por palabra lo que le voy a decir al chico con el océano como mirada.
Entro dubitativa al lugar, se escucha el ruido del grifo correr, acompañado de una voz melodiosa. Estoy temblando cuando me siento en uno de los banquillos, dejando que su tenue voz me invada por completo. Canta "Please don't go" de Mike Posner con la voz rasgada y triste con la que acostumbra a entonar, como si sintiera en sus entrañas cada palabra de la canción. No puedo decir nada, aunque mi plan era aprovechar cuando se estuviera duchando para que me escuchara sí o sí, mi boca no quiere romper este momento. Echaba tanto de menos su voz...
Cuando sale, con la toalla enrollada en la cintura me mira, enarcando una ceja.
—¿Qué haces aquí friki? —Su tono es suave, para nada molesto.
—Yo... —Me miro las manos, jugando con los dedos.
¿Qué hago aquí? Buena pregunta.Intento no mirarle directamente, porque si lo hago me olvidaré de los motivos que me han conducido hasta aquí.
—Si quieres verme desnudo solo me lo tienes que pedir.
—Solo... —Carraspeo nerviosa, en otro momento ya le habría soltado un guantazo —. ¿Estás enfadado conmigo?
Él me mira y suspira, sin dejar de acercarse en ningún momento. Cuando levanto la vista tengo su torso a un palmo. Las gotas resbalan por su abdomen lentamente, recelosas, como si no quisieran disiparse del lugar en el que se encuentran.
—¿Por qué dices eso? —Agarra la camiseta que se encuentra justo a mi lado.
—Porque me rehuyes, ni siquiera me hablas desde la noche esa.
Se muerde el labio y me sonríe.
—No estoy enfadado contigo, no tengo por qué.
—¿Entonces...? —Él pone su dedo índice sobre mis labios.
Estoy completamente roja. Está casi desnudo solo a unos centímetros y no puedo dejar de imaginarme lo que se oculta debajo de aquella toalla azul.
—Es mejor así. —Se limita a responder antes de darme la espalda y alejarse un poco.
—¿Mejor para quién? —Frunzo el ceño.
Observo los azulejos blancos de las paredes y las pequeñas taquillas azules numeradas del fondo. Matthew ha dejado caer la toalla a sus pies y ahogo un grito. Sé que si me miro en el espejo estaré completamente roja. No voy a mirarle, no voy a mirarle.
—Mejor para ti.
—¿Para mí por qué? —Gruño mirando a un punto fijo en el lado contrario al que se encuentra.
—¿Te he dicho ya que haces muchas preguntas?
—Estoy hasta las narices de que todos decidan que es lo mejor o lo peor para mí. —Suspiro con sinceridad, apoyando mi barbilla sobre mis manos —. Por una vez quiero decidir yo.
—¿Y qué decides? —Su pregunta parece cargada de sentimiento y cuando poso mis ojos en él, me mira fijamente. Lleva unos calzoncillos de Batman puestos.
—No quiero que, simplemente, pases de mí.
Él se acerca de nuevo, sentándose esta vez a mi lado. Pongo las manos sobre mis mejillas ardientes.
—¿Y por qué no? —Ladea la cabeza.
—No lo sé, solo... —Antes de que pueda terminar besa mi mejilla con calidez y ya no puedo recordar de qué estábamos hablando.
Todo deja de tener sentido en este preciso momento. Quiero que se detenga el tiempo. Aquí y ahora, para siempre.
—Gracias. — Sonríe cuando se separa.
—¿Por qué? —Me sonrojo de nuevo, confusa.
—Por no dejar que me vaya.
Hace un rato que me he despedido de Matthew, pero todavía no me saco de la cabeza la cicatriz del pecho, casi se me había olvidado. Supongo que para él es mejor así, nada de preguntas, hacer como si no tuviera aquello cruzándole todo el torso.
Algún día me atrevería a preguntarle, y quizá a él no le dolería recordar. Algún día podría saber lo ocurrido. Ese día quizás le podría contar mi pasado, y quizá no me dolería. Ese día quizás nuestros corazones no se sentirían tan solos.
Quizá en un mundo roto, podemos reconstruirnos, Hemmings.
Estas semanas ha pasado de todo si me pongo a recapitular. Primero lo de la foto, que aún no ha aparecido, pero como todo sigue igual y nadie me ha chantajeado ni hablado de ello ya he perdido gran parte del miedo a que descubran la verdad. Luego lo de Paul, ¿quién es ese chico? y lo más importante, ¿qué es lo que Matthew no quiere que sepa? Justo antes de que el rubio apareciera, él me iba a contar algo, ¿el qué?
Suspiro. No voy a acercarme a Paul, el chico de pelo negro me da muy mala espina y la forma en la que me mira siempre desde la distancia no me hace sentir segura, me incomoda más bien. No quiero preguntarle, pero tampoco puedo hablar con Matt de lo sucedido, ya antes en los vestuarios se había cerrado en banda diciéndome esas tres palabras de las que ya me empezaba a cansar un poco.
Todo el mundo cree saber qué es lo mejor para mí. Primero Leia, que me trata como a una niña herida la mayor parte del tiempo, sobreprotegiéndome de todo como si no quisiera que recordase nada. Luego Matt, que pese a no conocerme en absoluto, ahí está. No me deja beber porque yo le he dicho que no quiero hacerlo. Está continuamente encima de mí, y le ha partido la cara al pelinegro por.... La verdad es que no tengo ni idea de por qué. Pero me da la sensación de que todo el mundo me deja al margen aunque tenga que ver conmigo, y estoy cansándome. No soy de cerámica, no me voy a romper por algo de cruda realidad. Mi verdad es mucho más complicada que cualquier cosa que me pudiera decir Paul.
No te voy a juzgar por tú pasado, Matt. No me juzgues tú por el mío.
El camino a casa con los cascos puestos me ha venido bastante bien. He podido ponerme al orden de los acontecimientos. Tanto de los recientes como de los pasados.
Sé que a los dieciséis años pasé mi etapa rebelde. Yo, ingenua, me había enamorado de un chico de entre dieciocho y diecinueve años. Él era alto, pelo negro y ojos oscuros, tatuado. Tenía una moto que me encantaba. Él estaba enamorado de mí, o eso creía yo.
Empecé a faltar a clases, a suspender. Empecé con el alcohol y luego la maría. Mis padres se dieron cuenta de que algo no iba bien y me castigaron. Simplemente empecé a odiarlos, y me limité a no hacerles caso. De noche me escapaba por la ventana, Andrew me esperaba abajo con la hyper naked, me tendía su casco y ahí, agarrada a su espalda, me llevaba hasta lo que el llamaba el picadero, para hacer... Ya sabéis el qué. Una noche todo cambió. Probé el polvo blanco que tanto odiaba, y creo que no me sentó muy bien. Solo recuerdo un líquido rojo proveniente de mi nariz recorriendo mi barbilla. Luego recuerdo gritos, de mi padre y de mi madre y todo se nubla hasta que aparezco en una cabaña en medio de un bosque. Por la ventana veía un lago del que bebían varios pájaros. Mi libertad, pensaba yo, pero nunca, bajo ningún concepto podía salir de aquella casa.
¿Mi hogar? Una cárcel. Empecé a consumir más drogas, al igual que hacía mi, para aquel entonces, novio. Más gritos, algún que otro golpe, mucha culpa y resentimiento. Él me quería, por eso hacía eso. Yo me lo merecía, porque yo no le quería lo suficiente. Eso pensaba cada día mientras me decía que mi familia me odiaba y que él era lo único que me quedaba, pero que yo estaba empeñada en perderlo también. Andrew quería lo mejor para mí. Já. Solía quedarme sola en la casa, pues acostumbraba a irse, dejándome allí con todo cerrado bajo llave. Nunca supe a dónde iba, pero no podía preguntarle. Se enfadaba y decía que no confiaba en él.
Sé que una noche todo cambió, pero sólo soy capaz de visualizar unos ojos azabaches a través del retrovisor de un coche y una voz más parecida a un aullido:
—Te mataré hija de puta.
Todo antes y después de eso parece no existir. Eso es lo que tengo que recordar para poder continuar con mi existencia. Pero da igual en lo que piense, la mirada azul de Matt lo empaña todo, dando luz a mis oscuros pensamientos.
—¿Te olvidarías de ellos? —Me preguntaste.
—Nunca —respondo en voz alta a la soledad mientras abro la puerta de casa.
Nunca podré olvidarme del océano de tú mirada, Matthew Hemmings.
https://youtu.be/ueZhWUGF-fA
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