17. Océanos en la mirada y cicatrices en el pecho
"La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas la preguntas."
-Wallace Stevens
Allí estaba de nuevo, en aquella cabaña que consideraba hogar. La niña puberta observaba maravillada por la ventana, donde pequeños copos se iban posando en una danza hipnótica. El lago se había congelado y el aletear de los pájaros, más nerviosos de lo habitual, ensordecía aquel páramo que un día llegó a ser tranquilo.
En cuestión de segundos el cielo se tiñó de rojo, y un líquido de igual color empezó a golpear violentamente el vidrio, ocasionando que la niña, ya aterrada, se alejara de la ventana. Todo se nubló ante su vista, todo lo empañó la oscuridad que asolaba su interior, impidiendo que sus ojos grises y bien abiertos atisbaran algo. El sabor a hierro impregnó su boca cosida.
En ese instante algo la inundó de una calidez casi sobrecogedora y cuando recobró la consciencia lo único que pudo divisar fueron unos ojos azules como el mar. Aquel muchacho la cargaba en brazos mientras daba pequeños pasos sobre la blanca nieve, intentando no tropezar.
—Me gustan tus ojos —dijo el niño.
—A mí los tuyos también —contestó ella con la voz más rota jamás escuchada.
—¿Te olvidarías de ellos? —preguntó en un tono serio mientras clavaba sus océanos en ella.
"Nunca" quiso responder, pero no pudo. Antes de que la oscuridad lo absorbiera todo de nuevo, lo último que pudo ver fue una herida y unos ojos azabaches.
Cuando despierto algo ha cambiado. No estoy nerviosa ni mi pecho está desbocado. Por primera vez, siento calma. Niego con la cabeza. Matthew está tan presente siempre, que se ha colado en mis más oscuras pesadillas para, ¿rescatarme?
Recuerdo que yace abajo, seguramente aún dormido. ¿Ha conseguido pegar ojo? ¿Ronca mientras su baba va mojando el cojín rojo sobre el que reposa su alborotado pelo? Sonrío. Hemmings, ha calado tanto en mí que hasta mi subconsciente lo busca.
Chico con océanos en la mirada y cicatrices en el pecho, gracias por salvarme del monstruo del lago.
Cuando bajo, con sorpresa veo al rubio, que de pie, ya vestido con la ropa de ayer, sirve en las tazas de tetas el café.
—Es la primera vez que preparo esta cosa —dice girando hacía mi mientras sirve las tazas en la mesa—. Tuve que buscar en internet como iba el cacharro ese.
Señala la cafetera y le lanzo una sonrisa dulce.
—Habrá que probarlo para saberlo. —Me siento delante de él, dando un pequeño sorbo y toso—. Te ha salido aguado, pero es algo que requiere práctica. Tampoco sabe mal solo.... Raro.
Chasquea la lengua, bebiendo también de su taza con desilusión.
Le analizo. Sus ojeras son menos profundas y su piel tiene algo de color. Ha conseguido descansar.
Cuando termino de ducharme (intentando que Hemmings no entre conmigo al baño) y de vestirme, caminamos hacia el instituto, compartiendo cascos y cantando a pleno pulmón mientras el resto de la gente nos mira como si estuviéramos locos. Él no ha querido pasar por su casa primero, por lo que cualquiera que le vea sabrá que no ha dormido en su casa. Entonces cuchichearán sobre mí, otra vez. Pongo los ojos en blanco, imaginando escenarios ficticios que para nada son buenos.
Matt, si supieras que soy fuego, ¿te dejarías quemar por las llamas? ¿Vendrías a salvarme chico de mirada triste?
Hace tres días que le vi sin camiseta en mi salón. Hace tres días que contemplé aquella cicatriz que viajaba desde su pecho hasta su abdomen. Una cicatriz bastante grande y profunda que el paso de los años no ha borrado. Matt, al igual que yo, está marcado por el pasado. ¿Quién podría haberle hecho eso al chico de mirada profunda? A juzgar por el aspecto de la cicatriz, debe tener varios años, por lo que entonces, en el momento de aquel suceso, solo debía ser un chiquillo asustado. Matthew me contempló como si no hubiera nada de lo que hablar y yo simplemente lo acepté aunque las ganas de llorar latieran dentro de mí.
—Nunca se quita la camiseta y no dejan que le toquen.
Ahora entiendo muchas cosas, pero no comprendo por qué aquel chico de ojos azules como el mar confía en mí.
Me encuentro bastante confusa. Después de aquello, ¿tiene sentido la apuesta? La simple idea de que me entregue su corazón y yo aplastarlo entre mis manos como si no valiera nada me hace sentir una auténtica imbécil sin escrúpulos. No me imagino ocasionando un dolor mayor en su pecho que en su piel a aquel muchacho con rayos de sol como cabello. Si llego a romperlo seré tan despreciable como la persona que había marcado su cuerpo para siempre.
Tranquilo Hemmings, tú secreto está a salvo conmigo.
Observo al chico que está tumbado junto a mí. Ríe mientras habla con Ian y Zack, dos de sus amigos que también están en el corrillo improvisado que hemos hecho en el césped del patio. Hablan de fútbol y de cosas que no entiendo, por lo que intento prestar atención a la lectura que deja de tener sentido cuando Matthew está cerca.
—Podemos hacer 4:3:3.
—¿Qué es eso? —pregunto inocentemente, levantando la vista de nuevo hacía donde se encuentra su mirada.
—Es una formación —explica y cuando sigo mirándolo como si hablara en otro idioma prosigue —. Una alineación de fútbol.
Asiento con la cabeza viendo como se le iluminan los ojos.
—¿Y en qué consiste? —Sinceramente me da igual, pero el parece deseoso de poder contármelo.
—La formación utiliza una línea de cuatro defensas, compuesta por dos centrales y dos laterales, detrás de una línea de mediocampo de tres —dice Ian con una ladina sonrisa.
—La configuración más frecuente en el mediocampo incluye un jugador más retrasado, al que se le llama pivote, que juega de forma defensiva , y dos interiores un poco más avanzados a cada lado. La línea atacante está compuesta de dos extremos, habitualmente a pierna cambiada, que juegan a cada lado de un solo delantero centro, dos extremos bien abiertos que hacen de falsos carriles. —Concluye Matt, orgulloso de sus palabras.
Mi expresión sigue siendo la misma, no he entendido absolutamente nada, pero agradezco que me lo intenten explicar de manera sencilla y que disfruten de hacerlo.
—Ya lo verás el sábado —afirma Zack —. Así que tendrás que venir. Es más sencillo entenderlo cuando puedes verlo.
Yo asiento nuevamente, pero esta vez contenta. Quiero ver al chico rubio corriendo nuevamente con el balón entre los pies. Quiero verle marcar y celebrarlo con aquella enorme sonrisa que ilumina el campo cada vez que lo hace, rodeado de vitoreos de alegría. Sentir la adrenalina, celebrar con el público y gritar hasta quedarme afónica mientras maldigo a cualquier jugador del otro equipo.
Dime Matty, ¿tú también tienes un monstruo del que huyes todas las noches?
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