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HASTA LA ÚLTIMA GOTA

Segundo a segundo, la ansiedad crecía, pero ya no solo en Lola, sino también en el doctor. 

La paciente respiraba, sin duda, pero de una forma casi imperceptible, tan imperceptible como su presión arterial. 

—Será mejor que vaya a algún servicio de emergencia, señora, yo… Yo no puedo hacer nada por usted. Tampoco puedo recetarle nada porque no tengo idea de lo que le pasa —confesó, sintiéndose confundido. O asustado más bien. 

Como médico, él no creía en fenómenos sobrenaturales, pero el caso de Dolores rebasaba su lógica por mucho. 

En las redes se hablaba desde hacía mucho sobre seres fantásticos como nahuales, skinwalkers y zombis. Dolores parecía encajar en la tercera categoría y le interesaba mucho que se fuera cuánto antes. 

Decepcionada y aún hambrienta, caminó de vuelta a casa, pensando con tristeza en que la echarían pronto por falta de pago.

El incesable macheteo sobre una tabla de picar la distrajo. Estaba frente a una taquería, pero el que cortaba la verdura ni siquiera estaba a la vista. Tenía mucha hambre todavía, pero el olor de la carne cocinada no le llamaba la atención. 

¿Qué le estaba pasando? ¡Eran tacos al pastor! Nunca se le decía que no a unos ricos tacos al pastor, con su cebollita y su cilantro, con harto guacamole, limón y salsita. Pero aunque se veían apetitosos, la sangre que empezó a brotar del dedo del que partía la verdura le resultó cien veces más provocadora. 

Cómo un animal, guiado solo por el olor, encontró al desafortunado muchacho que se había rebanado la piel. Todos se extrañaron de que la mujer estuviera ahí y la invitaron a salir de no muy buena manera, pero no parecía importarle nada más que el líquido que brotaba de ese dedo. 

Todo empeoró cuando las venas debajo de sus ojos, cuyas pupilas no podían distinguirse ahora, resaltaron tanto que aterraron a todos a su al redor. 

Algunos empleados, casi todos, salieron corriendo del lugar para salvar su vida, dejando solo al herido. Dolores se aferró a ese dedo sangrante con tal placer que, aunque el aterrado chico gritaba, sentía cómo la vida se le escapaba, pues la succión era implacable. 

—¡Señora no, señora, por favor!  

Suplicaba el infeliz, hasta que perdió el sentido y, poco después, cayó muerto. Lo peor, fue que seguía teniendo hambre. 

Dolores no estaba consciente de lo que acababa de hacer, no pensaba en nada más que en seguir hasta saciarse. 

Salió del local de prisa, tan deprisa que no la vio nadie, aun cuando pasó entre las mesas de plástico y estas, ya vacías, se movieron. 

Pasaron horas antes de que se atrevieran a volver y encontraran el cadáver del chico ya sin sangre, tirado en el piso, con en un rictus de terror en el rostro. 

EDIMBURGO

Para Brenda era muy importante tener a la familia reunida, así estuviera muerta, es decir, bien muerta. No podía ser menos con el caballero que la hizo tan feliz. Porque la nobleza y la bondad de John eran enternecedoras. Incluso con quienes, en opinión de ella, no merecían piedad alguna. 

Parecía alguna clase de religioso dialogando con aquellos infelices. Era como el juego de policía bueno y el policía malo, dónde «el malo» siempre era ella.

Cómo la vez que estuvieron en medio oriente, cuando aquellos colonos bastardos estaban impidiendo que la ayuda humanitaria llegara a los necesitados y nadie hacía nada. Lo gracioso fue que el mismo John le informó del suceso y se notaba tan indignado, que creyó que por primera vez olvidaría su característica amabilidad, pero no lo hizo. 

Cuando llegaron, consiguió un megáfono y les habló. Les advirtió que se retiraran voluntariamente. 

Brenda sabía que no lo harían, era gente malvada y lo notó desde que se acercó. El mal podía respirarse entre esa gentuza. 

Decidió esperar, sabía que no tardaría en salir a flote su paciencia escocesa, mientras esos pendejos bailaban y se burlaban del dolor que estaban provocando.

¿Dónde había estado ella? ¿Por qué no supo eso antes? Habrían acabado con ese conflicto desde hacía mucho. 

Como lo predijo, acabaron con su paciencia casi de inmediato. No la esperó y cuerpos decapitados volaron por los aires. Solo respetó la vida de los más pequeños, pues también había niños ahí, recibiendo el pésimo ejemplo que esos xenófobos ladrones de tierras y vidas, les daban desde temprana edad. Pero no los envío a casa, sino a repartir la ayuda de los camiones. Después de todo, ella ya se había encargado de los demás con anticipación. 

Los infelices corrían aterrados, pero las sombras, o los fantasmas, como les llamaban, acabaron con todos. 

Satisfacción, satisfacción en su máxima expresión. Al finalizar la carnicería y posterior levantamiento de basura, ambos ayudaron a repartir la ayuda hasta que todos los camiones se vaciaron. 

Sin duda, ella y John hacían una pareja perfecta en todos los ámbitos. Le enseñó a ser un poco más piadosa, pero cuando a ese hombre se le acaba la piedad, podía ser, incluso, peor que ella y eso lo volvía tan sexi…

Incluso, le recordó un plan en el que venía pensando desde hace mucho, aunque por las variantes, dudaba de su viabilidad. Un escuadrón de vampiros en cada ciudad. Incorruptibles, con sentido de la justicia, la humanidad suficiente para actuar con criterio en diferentes situaciones. 

«Los Intocables Vampíricos: combatiendo el crimen hasta la última gota». Ese título tan ridículo la hizo reír, pero la idea era tentadora. 

Tomó su maleta, suspiró y partió de regreso a su tierra. Ya nada la retenía ahí. 






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