GRAVES Y ALARMANTES SÍNTOMAS
Dos horas después de que el asesino del escocés se fuera, Lola despertó.
Se horrorizó al ver a su lado el cadáver del hombre con el que había estado hablando.
Recordaba muy poco de lo sucedido y se sentía muy mal. La cabeza la estaba matando, tenía la boca seca y le dolían las encías.
Despacio se levantó, pero un mareo repentino hizo que cayera de nuevo, esta vez arriba del cadáver, por poco, encima de la madera que atravesaba su pecho.
Cómo pudo, caminó hasta la acera, dando tumbos. La luz de los focos de la calle le molestaba y casi no podía ver. Lamentó dejar el cuerpo del tipo ahí tirado, pero no deseaba meterse en problemas legales.
EDIMBURGO
Brenda aspiró fuerte y abrió los ojos.
—¡No, no, no!
Se levantó angustiada. Sabía que si ahora estaba de nuevo despierta, eso significaba que John...
—¡John! —se ajustó el cordón de la bata y salió corriendo de la recámara — ¡¡¡John!!!
—No está, señora, salió con su maleta hace dos días —respondió un empleado.
—¿Te dijo a dónde iba?
—Dijo que no sabía, pero le dejó esta carta —sacó el sobre de su saco y se lo entregó.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos y, con dificultad, intentó leer lo que decía el papel que ahora tenía entre las manos.
«Mi amada Emily Rose
Te pido perdón si te hice perder el tiempo conmigo. Creí que podría con esta existencia ingrata que llevas, pero no soy tan fuerte. Además, mi padre me reclama. He estado soñando con él diariamente desde que se fue y sabes que no puedo dejarlo solo por mucho tiempo.
El mundo te necesita, y será un honor poner mi parte para que sea un poco más tolerable.
No pienses que no me duele dejarte, o que te estoy traicionando cuándo prometí quedarme para siempre contigo. Te amo, pero no son las condiciones que me hubieran gustado. Hay tanta historia detrás, tanta confusión, tanto dolor... Pero no estás sola. No subestimes cerrar los ojos para encontrarme cuándo necesites. Vendré desde donde esté.
Con infinito y eterno amor, John».
—Eres un idiota... —dijo entre sollozos.
P.D. «Dejaré un regalo para ti, en tu lugar favorito».
—¿Un regalo?
MÉXICO
De nuevo en casa, Lola se arrastró hasta su cama y, presa de sus malestares, gemía y se quejaba, además de que tenía mucha hambre. Parecía que llevaba semanas sin ingerir alimento.
Fue a la cocina y abrió el refrigerador. Comida había, pero nada le llamaba la atención, incluso, sintió náuseas. Estaba decidido, la siguiente mañana iría al dispensario médico. Por el momento, trataría de dormir, pero la angustia por no saber cómo ella y el extranjero habían acabado en esas circunstancias no la dejaba.
Para mitigar la sensación en su estómago, bebió una peligrosa cantidad de agua y solo se sintió peor. Ahora caminaba y sonaba como un garrafón ambulante.
Una arcada la hizo correr al baño y vómito cada litro de agua que ingirió minutos antes.
Wilson daba vueltas en el cuarto de hotel. Se tranquilizó, Brenda no tenía forma de saber que él había acabado con el maldito escocés. Era un tonto, se preocupaba por nada. Afortunadamente, se había quedado en buenos términos con ella. No tenía por qué sospechar. Sin ese estorbo y con Edward bien muerto, por fin tenía el camino libre para conquistarla.
Y es que esa hermosa asesina se había convertido en una obsesión para él desde la primera vez que la vio en sus sueños.
La mañana llegó y Lola no pudo dormir un segundo. Se levantó y se bañó. Todo parecía normal ahora, excepto por esa molesta sensación en las encías. Buscaría un remedio natural, porque sin trabajo, no había seguro y sin dinero, no podía acudir con un dentista. Le quedaba poco y lo usaría para pagarle al médico del dispensario.
Estuvo a punto de no ir, ya que no se sentía tan mal. Un tanto extraña, tal vez. Pero solo por si empeoraba luego, caminó las cinco cuadras que la separaban del lugar. Aún era temprano, por lo que alcanzó número y se sentó a esperar.
Para un oído normal, el ruido ambiental no habría sido molesto, pero al poco tiempo se dio cuenta de que estaba escuchando de más.
Tambores, gente gritando o, al menos, hablando muy fuerte. Llantos de niños, perros ladrando, motores de coches, llantas derrapando, piedras rebotando en el pavimento, vendedores ofreciendo mercancía a voces y un sin fin de estridentes sonidos que empezaban a enloquecerla.
Lola se levantó, cubriéndose los oídos con las manos y ordenó a todos los presentes.
—¡Basta! ¡Cállense ya!
La gente la miró. Unos con molestia y otros con asombro. Pero solo por unos minutos y volvieron a lo suyo.
Volvió a sentarse. Buscó entre sus cosas unos pedazos de papel para meterse en los oídos.
Eso sirvió poco, pero era mejor que ese escándalo. Un vendedor pasó por un lado a quien compró un par de golosinas que abrió con desesperación y, de igual forma, las metió en su boca. No masticó, tragó. Necesitaba sentir algo en su interior que llenará el vacío, pero no funcionó.
Al borde de un ataque de ansiedad, después de una larga espera, la ayudante del doctor de turno dijo su nombre y se apresuró a entrar.
—Tome asiento —dijo el galeno, señalando la silla que tenía enfrente. Lola se sentó con la bolsa en el regazo.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Había venido antes?
—A este no.
—Dígame su nombre y edad, entonces.
—Do... —la palpitante arteria en el cuello del joven médico parecía haber captado toda su atención.
—¿Cuál es su nombre?
—Dolores Sierra Jiménez. Cuarenta y seis años.
—¿Casada?
—Soltera.
—¿Hijos?
—No tengo.
—¿Alguna enfermedad? Diabetes, hipertensión...
—No, ninguna. Soy bastante sana. Excepto hoy. Mire, lo que pasa es que tengo mucha hambre, desde ayer tengo mucha hambre, pero como y me da asco.
Dolores se veía alterada y sus pupilas estaban notoriamente dilatadas.
—¿Consume algún narcótico? —quiso saber por su propia boca algo que sospechaba.
—¡No! ¡Solo tengo hambre, mucha hambre! ¡Y escucho cosas! ¡Muchas cosas!
—Tranquila, tranquila... —se levanta y da la vuelta para acercarse.
Aunque lo negara, sospechaba que estaba bajo el influjo de alguna droga o se le había pasado la mano con algún medicamento de venta controlada.
Colocó el estetoscopio para escuchar su corazón, estaba seguro de que tendría taquicardia.
Nada.
Checó que el aparato funcionara en su propio corazón y parecía estar bien, pero cuando lo ponía en el pecho de Lola, era como si estuviera...
Como si estuviera muerta.
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