Tierno y estúpido
Cristina se sintió fuera de lugar. Era la primera pijamada de chicas a la cual asistía y a pesar de que lo intentaba no encajaba. Tenía siete años y vestía una camisola blanca con bordes rosados.
Roció, su muñeca, la acompañaba fielmente, mientras ella se resignaba peinarla como si fuera tremendamente interesante. Todas las demás chicas lo hacían y parecía divertirles, ella no podía ser menos aunque extrañaba esa amenaza brutal que significaba una guerra de almohadas sorpresa auspiciada por Antonio, o la invitación tacita de Tomás a comenzar una maratón de películas de terror, o la tradicional lectura de Melchor antes de dormir.
Quizás las chicas le hubiesen parecido divertidas en otra circunstancia, pero después de ser testigo y participe de las mejor pijamadas en la tierra, aquella se le antojaba lenta y desabrida.
Si hubiese tenido un reloj a mano habría contado los minutos para irse.
Recordó a su madre diciéndole en tono serio:
«No puedes andar con chicos todo el tiempo, ve y dales una oportunidad a las otras niñas, vas a ver que son como tus hermanas»
No eran como sus hermanas, definitivamente no. Todas le parecían aburridas y monótonas, jugando con muñecas y pintándose las uñas. Claro que le gustaba hacer ese tipo de cosas, durante unos minutos, una hora como máximo, no toda la noche. Ya carecía de importancia, resistiría lo que quedara de la velada y nunca más volvería a aceptar una invitación, simple.
—¿Y a ti Cristina?—preguntó una de las chicas—¿Quién te gusta?
No sabía a ciencia cierta en qué punto habían llegado a conversar sobre aquello y tampoco le importaba, tenía muy clara su respuesta a esa pregunta.
—Nadie—respondió firme—, pero cuando crezca me voy a casar con Melchor.
Las niñas se miraron entre si sorprendidas ¿Cómo podía ella casarse con Melchor si no le gustaba?
—Pero si te vas a casar con él tiene que gustarte.
—¡Claro que me gusta! Es mi mejor amigo, pero no me gusta de esa forma romántica—se encogió de brazos y decidió trenzarle al cabello a Roció.
—¿Igual vas a casarte con él?—la misma chica, de cabello negro y ojos almendrados, que había preguntado en un principio continuó su interrogatorio— Porque cuando uno se casa lo hace porque quiere siempre abrazar y besar a esa persona ¿Quieres tú abrazar y besar a Melchor para siempre?
—¡Claro que no!—chilló Cristina ofendida— Cuando uno se casa lo hace porque ha encontrado a la persona más impresionante sobre la tierra, una con la que nunca te aburres, una con la que puedes conversar y a la que amas incondicionalmente.
—Amar conlleva besos—terció un chica bajita y pecosa.
—Eso es lo menos importante—reclamó Titi—. Amar es... es... ¡Amar es cuando alguien te regala la cereza de su pastel solo porque la tuya cayó al suelo!—respondió recordando un breve episodio ocurrido solo dos días antes.
—Eso es estúpido—una cuarta chica salió al ataque y Cristina simplemente no pudo soportarlo.
Tomó su bolso, su saco de dormir, a roció y calzó sus zapatillas de levantarse. En un instante estuvo en la entrada, parada junto al teléfono, marcando a su casa.
Su madre contestó rápido, como augurando que la pijamada en la que se encontraba la menor de sus hijas no iría bien. Trató de sonar calmada, pero en cuanto oyó la voz de la pequeña aumentó su nerviosismo.
—Mamá ¡Ven a buscarme!—exigió la chiquilla empinada ante la mesita del teléfono.
—¿Cristina? ¿Qué sucede? ¿Te pasó algo?—su tono sonó urgido, suponiendo siempre lo peor.
—Nada en particular—explicó calmada—, pero quiero irme.
Susana respiró más tranquila. Solo se trataba de una de las pataletas de Titi, nada de lo que preocuparse.
—Titi, no puedes irte así como así, te comprometiste con Nicole a asistir a su cumpleaños, debes quedarte toda la noche, eso dictan los buenos modales.
—No sé lo que tú creas—replicó—, pero no pienso dormir en el mismo cuarto con unas niñas creen que el amor es sobre besos y abrazos.
Colgó sin esperar respuesta de su madre, salió por la puerta delantera y se sentó a esperar que vinieran por ella, con su mochila en la espalda y Rocío bajo el brazo.
Besos y abrazos, que estupidez. Ella nunca besaría a Melchor, eso era obvio, pero estaba segura que sería la única persona a la cual lograría amar.
Porque de eso se trataba amar a alguien, la sensación inequívoca de querer estar con él o ella para siempre. Como su madre y su padre, como ella y Melchor.
Miró las estrellas y juró nunca volver a asistir a una fiesta si los chicos no la acompañaban. No tenía sentido intentar divertirse sin ellos presentes.
Le soltó el cabello a Rocío y la despeinó un poco.
—Así te ves mejor—le dijo—, al natural—sonrió y apoyó su cabeza sobre sus rodillas.
Tarde o temprano alguien vendría por ella, pero ciertamente, pasase lo que pasase, no volvería a entrar.
···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···
I
No importaba lo que sucediera, no importaba la situación, el día, el año, la luna, los planetas, las energías místicas o el orden galáctico, ir a una fiesta, para Cristina, siempre sería una pésima decisión. Le sucedían las desventuras más asombrosas e increíbles, desde escuchar secretos ocultos de otras personas, hasta terminar iniciando una pelea. Las fiestas y ella no pegaban ni juntaban, prefería quedarse en casa por puro temor a lo que el futuro le deparara.
Pero esa vez no pudo negarse, aún seguía en pie el plan de consentir a Tomás en todo, y dado que se mostraba tan emocionado con asistir a la fiesta de fin de semestre en la casa de Rodrigo Guerrero, se vio en la obligación de aceptar con una sonrisa enorme adornándole la cara.
Los exámenes habían ido y venido a una velocidad asombrosa, y con todo aprobado era momento de abrazar las vacaciones de invierno con completa confianza. Aunque empezar con una fiesta no era la mejor de las decisiones.
Melchor tenía razón, Tomás había superado todas las dificultades del fin de semestre sin siquiera dudar. Sus calificaciones eran mejores que las de Antonio—lo cual de por si no era demasiado difícil—e incluso se había tomado la molestia de ayudarla con su inglés. Tomás lucía parcialmente recuperado cosa que no sabía si aplaudir o temer.
Dejó de darle vueltas al asunto y decidió enfocarse en lo importante, sobrevivir a la fiesta.
Mientras arreglaba los últimos detalles de su cabello no pudo evitar rememorar la anterior celebración a la cual se había visto arrastrada. En resumen, toda una odisea. El alcohol, la pelea, los chicos, el beso de Melchor. Cerró los ojos con fuerza y se golpeó la cabeza contra en espejo. Tenía tantas ganas de que la situación se repitiera como que no. Melchor era su amigo, siempre había sido su amigo, eran increíbles amigos, cada día mejores, parte de esas relaciones que solo se ven una vez en la vida, de esas que no todos tienen el placer de mantener pero que la mayoría envidia. Eran y serían amigos por siempre ¿Para qué arruinarlo con algo tan estúpido como sus ganas de besarlo?
Ni siquiera tenía claras las razones para besarlo. Era agradable pero callado, su sarcasmo la hacía reír al tiempo que un aire indiferente lo rodeaba, nada explícitamente llamativo. No entendía lo que estaba sucediendo, tan confuso y al mismo tiempo tan obvio.
Quería besarlo, y al mismo tiempo prefería que quedaran como amigos.
Se golpeó la cabeza nuevamente con el espejo esperando que el impacto aclarara mágicamente sus pensamientos. No sucedió
¿Qué haría ahora? ¿Continuar fingiendo distancia hasta que sus deseos indecorosos desaparecieran? En seis años no lo habían hecho ¿Debería esperar otros seis? ¿Una década? ¿El resto de su miserable vida? Golpeó su cabeza por tercera vez. Se encontraba al borde de la locura, a punto de perder el juicio, a pasos de declararse desquiciada, todo por un par de ojos azules que decidían a veces mirarla detenidamente y a veces pasar sin siquiera detectar su presencia ¿Qué tenía Melchor que la hacía sentirse como si en cualquier minuto sus sentidos fueran a desobedecerle? De solo pensar en él se le alborotaban los nervios, y ni hablar de su corazón que se aceleraba innecesariamente y se detenía de forma súbita por las cosas más mínimas.
Y el tatuaje con forma de águila ¡Ni siquiera quería ponerle un segundo de atención a aquella revelación!
Si terminaba necesitando un trasplante lo cargaría a la cuenta de Valencia, no cabía duda.
Se dio un cuarto cabezazo contra el espejo, a estas alturas estaba claro que no sacaría nada de ello, pero por lo menos la calmaba un poco concentrarse más en el dolor de su frente que en sus tripas manteniendo una feroz lucha contra las mariposas carnívoras del infierno.
—¡Cristina Raquel! ¿Podrías salir del baño? Hay personas acá que también tienen eventos—chilló Sonia desde afuera.
—¡Estoy ocupada resolviendo mis problemas!
—¡Anda a resolverlos a otra parte, el baño es para necesidades reales!—respondió su hermana mientras golpeaba la puerta.
—¡Que te arregles el cabello no resolverá los conflictos en el medio oriente!—continuó Cristina con energía.
—¡Que te rellenes el sostén con papel higiénico tampoco!
Escuchó la risa de Teresa a lo lejos. Lo había hecho solo una vez y hace tantos años que ni siquiera se acordaba, pero para sus hermanas era el arma secreta, lista y cargada para humillarla cada vez que estuviera ganando una pelea. Como apestaba cometer errores, y como apestaba que otros lo supieran.
—¡Cristina—gritó Mónica—, Melchor viene por ti!
La sensación en su estómago fue tan poderosa que solo le quedó sacar una simple pero cierta conclusión: las mariposas carnívoras habían desarrollado armas nucleares.
Revisó sus cabellos dorados y se aplicó un poco de brillo en los labios. Acomodó su vestido y se aseguró de que no estuviera arrugado, manchado o roto. Abrió la puerta y corrió hasta su habitación para rescatar su bolso, sus llaves y el teléfono.
—¿Melchor viene por ti?—dijo Teresa entrando al cuarto acompañada por Sonia—¿Desde cuándo hace eso? ¡Cristina exigimos detalles!
—¡Detalles morbosos!—agregó Sonia aún con los tubos en la cabeza y el maquillaje a medio colocar—¿Es algo serio? ¿Le gustas? ¿Ha pasado algo entre ustedes? ¿A qué huele su cabello?
Cristina rodó los ojos y continuó su búsqueda de las llaves hasta encontrarlas debajo de su libro de ciencias. Pasó por entre sus dos hermanas y contestó brevemente sus preguntas con una evasiva.
—Nos vemos.
Corrió escaleras abajo, tomó su abrigo del armario en la entrada, besó la mejilla de Mónica y salió despidiéndose generalizadamente de todos quienes aún seguían dentro.
La nieve cubría por completo la calle, los jardines, los techos de las casas y el pueblo en general. Melchor la esperaba parado en la acera junto a Tomás, ambos parecían extremadamente concentrados en armar bolas de nieve y lanzarlas por sobre la casa de en frente.
Se colocó el abrigo y se cruzó el bolso, era momento de retomar su papel de chica centrada y distante, solo por el bien de su cordura.
—¿Qué hay?—soltó casual.
Tomás y Melchor se voltearon de inmediato solo para quedar encandilados un segundo por el aspecto de la chica.
—Tu cabello está rubio—contestó de inmediato Tomás—, tu color de rubio.
—Me aburrí de ser morena ¿Algo que decir al respecto?—ambos chico negaron al mismo tiempo—perfecto, vamos que se nos hace tarde.
—Vamos a encontrarnos con Antonio en la salida norte del parque, así caminamos todos juntos—comentó Melchor con desinterés. Él tampoco estaba demasiado emocionado por asistir a la bendita fiesta, pero la insistencia de Tomás había terminado por convencerlo, aun cuando en ese preciso momento quisiera matar a Tomás a golpes.
—No será necesario—le corrigió Cristina sacando el teléfono de su bolso—, me ha enviado un mensaje, nos juntamos en la casa de Rodrigo.
—Bien—Tomás se encogió de brazos—, entonces solo queda recoger a Amanda.
El nombre sonó como una patada en la mandíbula para la chica, cualquier cosa menos tener que esperar por Amanda.
Si bien no la odiaba con todas sus letras, tampoco era santo de su devoción. Una parte eran celos, no porque supusiera que entre ella y Melchor hubiera alguna especie de relación romántica, sino más bien la facilidad con la cual Mandy se acercaba a él, sin meditarlo, sin pensar en las consecuencias, sin suponer que el encuentro terminaría irremediablemente en algo físico. Por otra parte, sus personalidades distaban tanto que era casi imposible encontrar un punto en común, se le antojaba aburrida, llorona, y siempre inocente. Cristina dudosamente congeniaba con las personas que parecían no quebrar una taza.
—Bueno—soltó desganada—, solo espero que esté lista, no me gustaría esperar media hora con la nieve cubriéndome los tobillos.
—No te preocupes, ella casi no se arregla—respondió Melchor y fue como si le abriera la boca a la fuerza y vertiera una botella repleta con salsa de ají.
—Claro que no lo hace—ella misma dio cuenta de su voz venenosa e intentó reparar el daño antes de que los chicos notaran su rabia infundada—, ella es muy bonita así al natural.
—En efecto—finalizó Tomás con una sonrisa tonta en los labios.
Melchor rodó los ojos y suspiró. Comenzaba a sentir un profundo desprecio por su amigo, principalmente porque era un boca floja con teléfono celular.
Cristina llevaba evitándolo por lo menos por una semana y recién ese día había terminado de enterarse porqué, todo culpa de su "amigo", una cámara indiscreta y muy poco tino.
En cuanto divisaron la casa de Amanda, la cual no quedaba ni a cinco minutos desde donde Cristina y Melchor vivían, dejaron que Tomás se adelantara. Ella porque no deseaba ser la que escoltara a Mandy hasta la fiesta, él porque definitivamente deseaba azotar la cabeza de Tomás contra el nevado pavimento.
Melchor miró de reojo a Cristina, lucía molesta, aunque no tenía idea si era cierto o solo se trataba de su mente jugándole malas pasadas. No tenía razones para enojarse, suponía.
Contó hasta tres, midió sus palabras, eligió algún tema de conversación ligera y se armó de valor para iniciar una charla como cualquier otra.
—Ha hecho frío.
Se aplaudió mentalmente. No por sentirse orgulloso de sí mismo, más bien porque tal grado de estupidez era tan difícil de lograr como ser superdotado ¿El clima? ¿Era en serio?
—¿Ah?—Cristina le puso algo de atención, llevaba un buen rato mirando con asco la casa de Amanda y apenas se había dado cuenta que se encontraba sola con Melchor.
—La nieve, es fría, y por eso hace frío, porque nevó—escuchó una ovación dentro de su cabeza, muchos se pusieron de pie, había roto alguna especie de record.
Cristina sonrió confundida.
—Aja... lo tendré en cuenta.
Su teléfono sonó repentinamente y decidió contestar antes de que Melchor continuara hablándole sin sentidos, lo mejor en ese momento era evitar mantener alguna especie de comunicación, suficientes metros entre ambos sería la mejor receta para matar cualquier pasión naciente.
Melchor tragó saliva y la espió mientras hablaba animadamente por teléfono ¿Si era tan inteligente cómo podía ser que Cristina le siguiera pareciendo un misterio indescifrable? Tan solo necesitaba intercambiar un par de oraciones simples, aclarar la situación, explicarle lo del tatuaje. No era como ella pensaba, o por lo menos no era como él creía que ella pensaba.
Si solo fuese capaz de contárselo, de sincerarse, de relatarle como había terminado con un águila dibujada para siempre en su pecho. No era una historia agradable, pero por lo menos le quitaría de la cabeza la probable idea de que de alguna forma retorcida aquello era personal.
Amanda se acercó a saludarlo y se colgó de su cuello, apretándolo hasta quitarle el aire por completo.
—¡Has aprobado todo con la máxima calificación! ¡Estoy tan orgullosa!—gritó la chica un segundo antes de soltarlo.
—Te has enterado—rezongó con algo de vergüenza.
—Mi padre me ha adelantado tus notas, ningún maestro entiende qué está sucediendo—ella sonrió de medio lado—. Comienzan a pensar que eres un genio.
Tomás lanzó una carcajada y se tomó el vientre.
—¿Melchor? ¿Un genio?—volvió a reír—¡Qué tontería! Se ha esforzado un montón, claro que sacará buenas notas.
Amanda miró confundida a Tomás ¿Es que acaso no sabía que Melchor era superdotado? Intentó abrir la boca y objetar, pero fue interrumpida por el mismo Melchor.
—Supongo que el esfuerzo trae sus frutos—se encogió de hombros—¿Caminamos o qué?
—Vamos—les animó Tomás, se acercó a Amanda y comenzó a conversarle de todo y nada, alejándola disimuladamente del resto del grupo.
A Tom se le daban con facilidad las chicas. Poseía el don de la palabra, una cara agradable y fingía a la perfección simpatía. Iba tras lo que quería sin dudarlo mucho y no sentía vergüenza de demostrar sus intenciones.
Melchor le envidió un poco.
Miró a Cristina nuevamente, ella seguía pegada al teléfono. Cortó de pronto y sin decir adiós. Con una expresión entre molesta y confundida.
—¿Quién era?—se aventuró Melchor.
—Antonio.
—¿Qué quería?
—Dice que viene pero que llegará tarde. Un imponderable o algo así... Y creo que está mintiendo porque no tiene idea que significa imponderable ¿Por qué usaría una palabra tan complicada? Me está mintiendo y a los amigos no se les miente—Melchor se detuvo en seco. Ella también lo hizo, unos pasos más adelante. Tomás y Amanda siguieron caminando—¿Qué pasa?
No sabía que pasaba. Quería hablarle, tratar de mantener una relación normal con ella, pero al mismo tiempo deseaba profundamente atar todos los cabos sueltos entre ambos. Partiendo con el tatuaje
—El tatuaje, no es lo que piensas.
A Cristina se le tensó hasta el último músculo de la cara ¿Por qué Melchor sacaba el tema tan repentinamente? Lo mejor, y más obvio, era ignorar el asunto para siempre. Hablar del estúpido tatuaje solo traería problemas y recuerdos que no le interesaba rememorar. De cualquier forma ¿Cómo sabía él que ella sabía? Pensó en la respuesta más fácil. Tomás.
—¿Tatuaje? ¿De qué hablas?—mintió con proeza.
—Sé que viste la foto, Tomás me lo contó.
Iba a matar a Tomás, tan pronto como se librara de Melchor con todos sus sentimientos intactos.
—¡Ah! ¡Ese! ¡Pff! Ya lo recuerdo. Era un pelicano, o un albatros ¿No? Me quedó la duda, la foto estaba borrosa.
—No, no lo era—le contradijo.
—Sí, bueno, no me gustan los tatuajes, así que si quieres una opinión no soy tu chica—se rio nerviosa.
—Cristina, sé que sabes que es un águila, y quería aclarar que no es lo que tú piensas—agregó calmado.
—¿Águila? ¿Por qué te tatuarías un águila?—hizo su mejor esfuerzo para sonar desinteresa, aun cuando se moría por saber la respuesta a aquella pregunta—O sabes, no me importa, puedes tatuarte lo que quieras. Teresa se tatuó un unicornio en el tobillo el año pasado. Se le ve horrible, pero es su cuerpo y nadie tiene derecho a decirle nada.
—No es por ti, si eso estás pensado, no de la forma en que tú crees—aclaró rápidamente—, es decir no es en relación a tú y yo así como, ya sabes, tú, yo, las águilas. Es más porque a ti te gustaban mucho y yo te llevaba a verlas. Eso.
—¿Ah?—Titi había perdido el camino en alguna parte de aquella oración sin sentido.
—Es complicado. Mira, lo importante es que no guarda relación contigo de esa forma que crees, sino de la otra forma.
—¿No esa forma, pero sí de la otra forma? No entiendo ¿Tiene esto que ver conmigo o no?—comenzó a sentirse nerviosa, no le gustaba nada el camino que tomaba aquella conversación.
—No, nada que ver contigo. Lo importante es el concepto de ti.
—¿De mí?
—Sí.
—O sea, sí tiene que ver conmigo... Melchor, no estoy entendiendo nada, mejor dejémoslo hasta acá ¿Vale?
—No, no—la detuvo antes de que emprendiera la huida—, deja que te explique. No es sobre tú y yo, sino sobre lo nuestro.
—¿Lo nuestro? Sabes, no quiero saber. Es bonito y ya, nada más que comentar al respecto. Adiós—emprendió nuevamente la caminata, procurando dar pasos amplios y no detenerse por nada del mundo. Si alcanzaba a Tomás y Amanda estaba casi segura que Melchor la dejaría en paz, solo era cosa de llegar hasta ellos.
Melchor se le cruzó de improviso, deteniéndola en seco para no colisionar.
—¡No!—exclamó firme— No puedo no explicártelo, porque me has ignorado toda la semana y de verdad creo que guarda algún tipo de relación con el hecho de que piensas que este tatuaje tiene algo que ver con aquel beso que nos dimos cuando teníamos doce— se tocó el pecho y vomitó las palabras como si estuviesen malditas. A Cristina las mariposas le revolotearon con ganas—, pero no es así. Me tatué un águila como símbolo de la amistad que teníamos ¿De acuerdo? No de la forma romántica, sino como amigos, no quería olvidarme de esos tiempos. Fue una tontería.
Cristina retrocedió un paso y alzó su mano frente a la cara de Melchor. Tragó saliva antes de hablar y entonó una voz nerviosa.
—Cinco metros, esa es nuestra distancia segura, solo mantente a cinco metros de mí.
Lo rodeó y corrió calle abajo para alcanzar a Tomás y a Amanda quienes no habían notado la ausencia del par, en cuanto estuvo suficientemente cerca se colgó del brazo de Tom y no lo dejó ir, ignorando premeditadamente la intención de Tomás de pasar algo de tiempo a solas con Mandy.
Melchor frunció el ceño, pateó la nieve y empezó a caminar en dirección contraria. Que se jodiera Cristina ¿Cinco metros? ¿Qué significaba eso? Podía hacer lo que quisiera, él le daría sus cinco metros devolviéndose a casa y pasando el resto de la noche frente al televisor. De cualquier forma ¿Para qué quería hablar con ella? ¿Para qué quería ser su amigo? Mantener una conversación superficial era suficiente, estaba bien.
—¡Melchor! ¡Oye! ¡Espera!—reconoció la voz de Amanda y sus pasos torpes acercándose. Maldijo— ¿Dónde vas?
—A mi casa.
—¡No puedes!—chilló al alcanzarlo—Vamos a ir a la casa de Rodrigo.
—No, no vamos a ir. Tú, Tomás y Cristina irán, yo volveré a mi casa. No me gustan las fiestas—continuó su camino de regreso, pero Amanda lo interceptó nuevamente.
—Por favor, no me hagas esto. Cristina me odia, Tomás no para de hablarme, si te vas voy a pasarla pésimo en esa fiesta—le dedicó sus mejores ojos de perrito herido y esperó que alguna parte del corazón de Melchor se ablandara.
—Cristina no te odia, además creí que a ti te gustaba Tomás. Disfrútalo, está empeñado en pasar tiempo contigo o algo así.
—Pero es que yo no quiero pasar tiempo con él, porque no me gusta de esa manera—lo retuvo a la fuerza—. Por favor Melchor, eres la única razón por la cual esta fiesta no me parecía tan mala idea, por favor, ven conmigo ¿Sí?
Ocupó su rostro compungido hasta el límite e hizo un puchero desesperado.
Melchor bufó. Era injusto, no quería ir, sabía que todo acabaría mal, especialmente para él. Prefería encerrarse en la seguridad de su hogar mirando el tiempo pasar sin mayores altibajos, lejos de Cristina y sus cinco metros, lejos de sus sentimientos confusos, lejos de esa amistad cuyos límites se difuminaban dolorosamente. Debía irse a casa, lo sabía, pero Amanda podía ser muy persuasiva.
—De acuerdo—gruñó de mala gana—. Solo un rato, luego nos devolvemos.
—¡Claro! Tomás puede traer a Cristina o algo así—le guiñó un ojo y caminó a su lado, con dirección a la fiesta.
II
A veces, Antonio, se sentía maricón. Esa era la palabra exacta. No en la acepción coloquial que hace referencia a la condición sexual de una persona, para nada, sino en relación a su incapacidad de negarse a peticiones de otras personas solo por temor a las consecuencias, o tomar decisiones a medias tratando de no arriesgar mucho.
Le pasaba a menudo, ponía poco en juego y solo se defendía en casos desesperados, aquellos donde no hacerlo significaba un daño claro y directo. De repente se le ocurría que simplemente no había nacido para alzar la voz, otras se le antojaba que no quería convertirse en su padre, quien exigía todo sin pedir perdón o permiso.
Por eso se sentía maricón, cobarde y blando. Y aunque de tanto en tanto se le escapara esa personalidad furiosa, siempre remitía rápidamente y sin dejar rastro.
En ese momento, por ejemplo, parado frente a la cafetería de Felipe, se sentía un completo maricón.
¿Por qué no se negó con más ahínco? Felipe no era para él y él no era para Felipe. Demasiado distintos, demasiado desconocidos. Ese sistema, de lejos e ignorándose, era la mejor forma de terminar su relación.
Lo pensó nuevamente. No tenía razones de peso para quedarse más allá que era un cobarde incapaz de decir que no, si se marchaba en ese instante, si daba la vuelta y caminaba hasta la casa de Rodrigo, se ahorraría una larga y tediosa plática sobre temas que no deseaba oír.
Quería irse y al mismo tiempo deseaba quedarse. Quizás Felipe guardaba algún tipo de as bajo la manga, una especie de discurso impresionante con el don de convencer a cualquiera que lo escuchara. O quizás solo quería jugar con él y sus estúpidos sentimientos, como siempre.
Resopló. Era un completo blando.
—¿Te hice esperar?
Le miró de reojo, entre atemorizado y furioso. Aparecía antes de que Antonio lograra decidirse a escapar, situación que empujaba un poco el temperamento del muchacho hacía el límite.
—No tanto, de cualquier manera me quedaba de camino—masculló con desinterés—. Me sorprendió tu mensaje, no sé qué podría haber quedado pendiente entre nosotros.
—Me sorprende que vinieras—respondió él, evitando como siempre el meollo del asunto—, la última vez dejaste en claro que no querías volver a verme.
—Como ya dije, me quedaba de camino.
—Sí—susurró Felipe bajito—¿Caminamos? No quisiera retrasarte ¿Para dónde vas? ¿Norte, Sur?
—Hacia el norte. Te desvía un poco ¿No?
—Tranquilo, no es mucho lo que tengo para decirte.
Sintió algo de alivió, no había pensado en la opción de que el asunto a discutir no tuviera absolutamente ninguna relación con ellos y lo que alguna vez compartieron. Aún los unían algunas personas como Melchor o Gaspar, y cabía la posibilidad de que aquel tema pendiente tratara sobre uno de esos terceros.
—Habla—le ordenó Anto mientras caminaban por la acera, a un prudente metro de distancia uno del otro.
—¿Cómo has estado?—preguntó Felipe intentando que la conversación sonara más casual.
—Bien, algo presionado por el término del semestre, pero ha ido todo bien al final.
—Eso es bueno ¿Y tu amigo Tomás?
—Ha terminado bien el semestre también, aún se está quedando con Melchor. Pero creo que eso ya lo sabes—comentó algo molesto—. Me enteré que Gaspar está trabajando contigo.
—No está trabajando conmigo, solo cubre los turnos de Melchor para que él pueda estudiar, volverá durante las vacaciones y Gaspar se buscará otro trabajo—sabía que no sucedería de esa forma, Gaspar, igual que la peste negra, era un mal que en cuanto aparecía se arraigaba con fuerza. Iba a ser más fácil para él llegar a la presidencia del país que despedir a Gaspar.
—Creí que ustedes eran amigos.
—Lo somos, pero creo que valoro su amistad más a la distancia. Por ejemplo, éramos muy amigos cuando él estaba en la cárcel—rio disimuladamente.
—Claro. Oye, realmente tengo otras cosas que hacer, así que preferiría que tocáramos el tema pendiente pronto y...—Antonio comenzaba a sentirse incómodo, la noche se helaba más a cada minuto y la idea de que Felipe solo lo había citado para verle le rondaba los sesos peligrosamente.
—Sí, la verdad solo quería que termináramos de buena manera—Felipe se rascó la nuca nervioso—. Tendremos que seguir viéndonos y no me gustaría que te limitaras en visitar a Melchor o cosas así solo porque yo estoy ahí.
—No te preocupes—se adelantó el chico—, no voy a limitarme en nada ¿Algo más?
—Eh... No, no, solo eso. Fue agradable compartir algo de tiempo juntos. Te deseo lo mejor—Felipe reconoció su faceta estúpida, era raro que se presentara, pero a veces, cuando se sentía nervioso, salía a flote, en gloria y majestad, para jugarle malas pasadas.
—Gracias— Anto se volteó rápidamente.
Felipe mentía.
Si había tenido la intención esa noche de conversar, definitivamente el tópico distaba mucho de las palabras que habían salido de su boca. Felipe le mentía respecto a sus buenos deseos, a su calma y a sus intenciones, pero en esta ocasión no sintió la necesidad imperiosa de descubrir la verdad. Se volteó sin pensarlo y le dejó con la misma decisión con la cual lo había hecho dos semanas antes. No estaba de humor para las intrigas y mentiras de Felipe, ya no más.
—¡Anto!—exclamó Felipe, obligándolo a detenerse y dedicarle una última mirada. Compartieron un momento íntimo que se esfumó tan rápido como un suspiro—. Adiós.
El chiquillo se despidió con un gesto de su mano y siguió su camino sin detenerse. Felipe le vio alejarse y se dijo que era mejor así. Gaspar tenía razón, eran distintos.
Sacó su teléfono y marcó sin mirar los números.
—A las once treinta frente al lago. No te demores—ordenó en cuanto le contestaron, y colgó antes de recibir respuesta.
Nadie nunca mencionó que tomar decisiones maduras era fácil, las responsabilidades nunca lo eran.
III
Y ahí estaba nuevamente, siendo testigo de cómo la vida le daba la razón, pero a patadas. Melchor sabía que terminaría arrepintiéndose de sus actos, que antes de que la fiesta acabara se encontraría completamente aburrido y solo, y así mismo estaba.
Miró su vaso con soda a medio tomar y luego observó al grupo de gente que bailaba al ritmo de la música en medio de la sala ¿Cómo podían encontrar emocionante algo tan ridículo como el movimiento repetitivo? Trató de reconocer a sus amigos en el gentío, pero falló. Se habían separado y ahora no volverían a encontrarse, o por lo menos eso suponía.
Tomó un nuevo sorbo y decidió que esperaría un par de minutos antes de marcharse de vuelta a su casa. Cristina y Amanda podía devolverse con Tomás, no lo necesitaban obligatoriamente como escolta.
Alguien le chocó el hombro desconcentrándolo de su bebida y la improvisada pista de baile. Era Gonzalo sosteniendo dos latas de cerveza, le acercó una y se la ofreció con un leve movimiento de su cabeza.
—No bebo—respondió Melchor seco—, no es personal, cosas de la rehabilitación.
—Ah... bien, tú te lo pierdes—dejó la lata sobre una mesa y se dedicó a mirar con tedio a sus compañeros. Detestaba bailar, y si lo hacía era solo porque alguna chica que le gustaba insistía demasiado.
—¿Cómo te fue en los exámenes?—preguntó Melchor sin mirarle.
—Aprobé, no son notas ejemplares, pero por lo menos me permite subir el promedio para el próximo semestre.
—Suena bien.
—Sí. Mi padre aún no lo cree.
—Tú madre debe estar confundida entre odiarme o invitarme a cenar—rio pensando en la revolución dentro de la casa de Gonzalo.
—Ya estás invitado, no hagas planes para este jueves—Melchor se atragantó con su bebida y miró asombrado a su acompañante. Gonzalo solo se encogió de hombros—. Mi madre es de esas mujeres que le encanta aparentar linaje y buenas costumbres, pero así mismo es muy agradecida. Puedes llevar a tu novia si quieres.
—No tengo novia.
—Creí que estabas haciendo empeño por la región Marambio. La semana pasada casi me fusilas cuando insinué que entre ella y Tomás sucedía algo—bebió un sorbo largo de su cerveza y sonrió—. Soy lento para aprender, no ciego.
—Eres un pendejo, eso es lo que eres.
Gonzalo soltó una pequeña risita y volvió a tomar un trago de cerveza. Le tenía cierto gusto a discutir con Melchor, no de forma violenta, sino que con insultos básicos y oraciones ofensivas. Era divertido y terapéutico al mismo tiempo, y en una semana completa estudiando juntos el ejercicio de insultarse y llamarse mutuamente de formas estúpidas se había vuelto una costumbre.
—Oye, solo quería decirte gracias ¿Vale?—se encogió de hombros para restarle solemnidad a sus palabras, pero Melchor no lo dejó pasar tan fácilmente.
—¿Te vas a poner mamón ahora? Dame un segundo, te voy a traer una caja de pañuelos y un tampón.
—Cállate cabeza de mierda.
—Tú primero, retrasado mental.
Bebieron al mismo tiempo, lado a lado, pero ignorándose. De cierta forma no se soportaban, pero al mismo tiempo les era muy agradable la compañía silenciosa del otro. Ninguno de los dos se estaba divirtiendo. Melchor por razones obvias, pero Gonzalo, quien siempre trataba de ser el alma de la fiesta y celebrar hasta que el sol saliera, cruzaba una etapa de redescubrimiento.
Por primera vez en mucho tiempo no se sentía estúpido y aquello debía celebrarse de un manera más tranquila, lástima que una fiesta como esa no le diera la calma necesaria para regocijarse.
—¿Vas a ir entonces tarado?
—Si tu mamá me invita, no puedo negarme—sonrió de forma provocativa.
—Vuelve a hacer algún tipo de referencia sexual con mi madre y va a ser lo último que digas—le amenazó con la mirada, nadie se metía con su madre—. Pero le diré a mi hermana que invite algunas de sus amigas.
Melchor se atragantó con la soda y comenzó a toser. La peor consecuencia de ayudar a Gonzalo era por lejos su hermana soledad. Desinhibida, impulsiva, muy poco respetuosa con el espacio personal. Era un pequeño demonio de doce años persiguiéndolo constantemente.
—No, por favor no—rogó el chico con ojos suplicantes.
—¿Y qué te preocupa?—pregunto burlándose—Tendrías tu propio harem de menores, suspirando por ti. Pero tranquilo, mi hermana te protegería, ya que ustedes son muy cercanos.
—No es verdad.
—No es lo que ella dice—Gonzalo se encogió de hombros.
—No voy a ir a la estúpida cena en tu casa.
—¿Eso es una amenaza? Porque creo que no te estás esforzando lo suficiente—resopló sabiéndose ganador de la discusión. Quizás ahí yacía la razón de porqué disfrutaba tanto aquellas pequeñas peleas con Melchor, era el único capaz de responderle algo inteligente.
—Claro que es una amenaza, porque en el fondo quieres que vaya... porque te agrado—recalcó Melchor con asco.
—¡Wow! Eso es lo más gay que has dicho en mucho tiempo ¿Quieres que te preste la caja de pañuelos y el tampón ahora?
—Púdrete.
—¿Melchor?—Antonio apareció entre la gente con su chaqueta puesta y los zapatos aún con nieve—¿Gonzalo?—les miró intercaladamente hasta que Gonzalo decidió retirarse, despidiéndose con un leve movimiento de su mano—¿Estaba provocándote o algo así?
—Algo así—Melchor se encogió de hombros—Cristina me dijo que vendrías tarde ¿Problemas en tu casa? ¿Sigues castigado?
—No, tuve que ir a comprar algo y luego devolverme.... Cosas de mi mamá—respondió molesto—¿Dónde están todos?
—No lo sé, a decir verdad. Llegamos todos juntos, pero los perdí de vista en algún momento y no los he vuelto a ver—Melchor volvió a encogerse de hombros, carecía de motivos para quedarse en la fiesta, y si Antonio no le daba alguna buena razón, se marcharía tan pronto como terminara su bebida—. Por lo menos no están bailando.
Anto resopló con el mal humor exudándole por los poros, tomó la cerveza que Gonzalo había dejado sin preguntar si tenía dueño, la abrió y bebió un enorme sorbo, lo suficiente como para tragarse todos sus problemas.
—¿Y qué estás haciendo aquí parado? ¡Hay que divertirse! Conocer chicas, destruir decoración ajena, hacer algo estúpido como saltar desnudos a la piscina.
—Antonio, está nevando.
—¡No está nevando! Hay nieve afuera, pero no está nevando—le corrigió decidido a olvidarse de Felipe y todo lo relacionado con él, aun cuando eso significara correr directamente, y desnudo, hacia una neumonía.
—¿Estás seguro que de tu mamá te mando al supermercado?
—Odio ir al supermercado, Chie. Ahora vamos, la noche es joven y...
—¡Chicos!—Amanda apareció de la nada, completamente histérica, la respiración entrecortada y la cara roja. Melchor supuso que hasta ahí llegaban sus planes de marchar— Deben venir. Es terrible ¡Terrible! Cristina se ha metido en un aprieto, uno grande.
Melchor suspiró y Antonio golpeó su cara con su palma. Ese baño a la luz de la luna tendría que esperar, indefinidamente.
IV
Cristina se vio acorralada en un círculo de gente que la rodeaba tanto a ella como a Nicole. No había escapatoria ni salidas fáciles, solo tenía una opción de ganar y esa era continuar jugando.
Como siempre se hallaba a si misma metida en un problema gordo sin ninguna razón de peso, o quizás si había una razón: era una terca, mala perdedora, altamente vengativa, estúpida. Incluso podía escuchar una vocecita muy tierna dentro de su mente gritándole a todo pulmón: ¿Qué tienes en la cabeza Cristina Raquel Marambio? ¡¿Qué?!
Miró su vaso vacío y luego miró el dado que claramente decía «Toma tres». Resopló.
Detestaba el alcohol, detestaba los juegos con alcohol, detestaba a los borrachos, detestaba las fiestas con borrachos ¿En qué minuto le había parecido que jugar contra Nicole a beber era una buena idea? Apenas si podía acercarse a una botella antes de que el piso comenzara a movérsele. Su resistencia era cercana a cero y su hígado definitivamente no trabajaba como debía, ni hablar de su estómago.
Aún recordaba la primera vez que un licor atravesó su esófago, y solo lo recordaba porque había salido por exactamente el mismo lugar.
Suspiró.
De la nada apareció un brazo y una botella. Le sirvió muy generosamente, más de lo que le hubiese gustado. Miró a la persona que le suministraba el alcohol y reconoció a Tomás.
—Te he traído vodka—señaló—, no tiene tanto sabor, es excelente para beberlo sin acompañamiento.
Nicole carcajeó estrepitosamente, sabiendo de antemano que el Vodka era mucho licor para tan poca bebedora como Cristina.
La chica lo miró suplicante, necesitaba salir de esa, preferentemente sin rendirse ante Nicole y su infinita maldad.
—Vamos Marambio, bebe—la retó su contrincante— ¿O eres una cobarde?
No era una cobarde, claro que no, y al mismo tiempo tampoco era una borracha. Por lo general ni siquiera hubiese escuchado las provocaciones de Nicole, discutir con alguien sin cerebro era una pérdida de tiempo, pero se encontraba débil y atontada, y deseaba, por sobre todas las cosas, sentirse con las riendas de su vida nuevamente entre las manos.
Mal momento y lugar para hacerlo.
Tomó el vaso y lentamente se lo llevó a la boca, iba a arrepentirse mucho de eso mañana por la mañana.
El sabor del primer sorbo fue suave e imperceptible, Tomás tenía razón, casi no notaba el alcohol. El segundo no varió mucho, y pasó por su boca casi sin notarlo. Al tercer sorbo, y sin haber despegado sus labios del vaso, comenzó a notar que algo andaba mal.
Tomás se acercó a su oído y susurró muy bajito.
—Es agua, finge—luego se alejó y comenzó a masajearle los hombros—. Vamos campeona, tú puedes, solo un sorbo más.
Cristina cambió inmediatamente a su faceta de actriz, había pedido una salida y ahí estaba, Tomás se la traía en bandeja. Hacer trampa, como ella siempre prefería.
Dejó el vaso sobre la mesa y arrugó la cara haciendo un montón de muecas de asco y hasta una arcada. Sacudió la cabeza disipando los efectos imaginarios del brebaje y miró a Nicole algo dolida.
—Eso fue mucho más terrible de lo que lo pintaste, Tomás—se quejó.
—Lo siento ¿No puede ponerle algo de soda? Con Coca cola o alguna bebida blanca sabría mucho mejor, Nicole—la defendió Tom.
—¡No! Yo estoy tomando pisco solo, y las reglas obligan a que sea puro, tal como salió de la caña.
—El pisco viene de la uva—le corrigió Tomás—, y el vodka de la papa.
Nicole le desafió con la mirada, bufó y lanzó el dado en dirección a Cristina casi como un ataque.
—Es tú turno. Tira.
Había llegado el momento deseado, la venganza, después de tanto tiempo, de tanta tortura, haría pagar a Nicole. Observó a su pequeño amigo de seis caras y sonrió, la venganza era dulce y se servía fría, la venganza era helado.
—De pistacho para mí—susurró antes de dejar caer el cubo, y todos los presentes lo miraron girar y girar hasta detenerse—. Salvado—leyó Titi—¿Qué es salvado?
—Que me he salvado, no me toca beber.
Cristina abrió los ojos furiosa mientras que Tomás se restregaba la cara con una mano ¿Podía simplemente salvarse? ¿Qué demonios sucedía con la justicia divina? ¿Y todo lo que había sufrido? ¿No era momento que alguien jugara con los hilos del destino a su favor?
Nicole sonrió con suficiencia y tomó el dado entre sus dedos. Lo lanzó a vista y paciencia de todos los presentes, cayendo este con la cara de «toma tres» mirando al cielo.
—Debe ser una broma—masculló Cristina—, una jodida broma.
—Bebe, Marambio, entre más pronto te emborraches, más pronto te rendirás—canturreó su adversaria.
Algo andaba mal ¿Cómo podía la fortuna despreciarla y ser tan amble con una persona de la calaña de Nicole? Solo quedaba pensar que la vida no era justa, solo algo azaroso y sin sentido. Melchor tenía razón ¿Por qué pensaba en él justo en ese momento? Estaba recuperando su seguridad—o por lo menos lo estaba intentando— ¿Para qué pensar en el mayor de sus desestabilizadores?
Tomó el vaso nuevamente y bebió rápidamente tres sorbos.
—Tranquila muñeca—le recordó Tomás mientras le hundía los dedos en los hombros—, eso va a emborracharte, recuérdalo.
Ella lo recordó de inmediato y repitió su breve teatro de asco y repulsión, justo a tiempo para que Melchor, Antonio y Amanda lo presenciaran.
—Maravilloso—gruñó Anto—, voy a llevarla en estado de coma a casa. Su padre va a matarme—se masajeó las sienes agobiado por lo que el futuro le deparaba y se dirigió finalmente a Amanda— ¿Se puede quedar en tu casa mientras se recupera?
Amanda negó veloz, no podía meter borrachos en su casa.
—Mi padre es profesor.
—Demonios.
—¿Melchor?
—No cuentes conmigo, un inquilino es suficiente—respondió, recordando muy detalladamente la última vez que Cristina había bebido.
—Lo que sea, hay que para esta locura—sugirió mientras trataba de cruzar el gentío para llegar a la posición que Tom y Titi ocupaban.
Cristina tomó nuevamente el dado y lo lanzó con delicadeza, intentando dar con la cantidad máxima de tragos. Solo consiguió otro «Salvado».
—¿Qué? ¡Esto es trampa!
—El dado no está cargado si a eso te refieres.
Tomás lo tomó y analizó, dejándolo caer azarosamente. Cayó en «Toma uno».
—Creo que tienes mala suerte, Titi—sentenció Tom en tono de disculpa, justo antes de entregarle el dado a Nicole.
—Jódete, y no me digas Titi—reclamó ella cruzándose de brazos. Odiaba cuando las cosas no iban a su pinta.
—Bien, bien, bien. Allá vamos.
El cubo giró un par de veces sobre la mesa, agónicamente lento, sin preocupar a Cristina, no importaba que saliera, ella podía beber toda la noche sin llegar a sentir ni el más mínimo efecto.
«Reto» leyó justo después de que se detuviera.
—¿Qué es reto?—preguntó algo desconcertada.
—¿Nunca has jugado verdad o reto?—Cristina la miró asustada—Pues yo te reto y si tu no lo haces, bebes—se relajó, tenía la posibilidad de negarse, total solo era agua—, pero debes beberte todo el vaso... y también el mío.
Nicole acercó el pisco con malicia y se mordió el labio. Paseó la mirada entre los presentes mientras maquinaba el mayor plan malévolo jamás pensado.
—Yo...—masculló Cristina.
—Tú... tú vas a besar a...—¿Besar? ¿Estaba loca? Ella no iba a besar a nadie. Dirigió la mirada en la misma dirección de Nicole y se encontró con los ojos azul intenso de Melchor tratando de moverse entre los presentes ¡No! Nicole la observó sonriendo, con ojos fríos de víbora. Cualquiera menos Melchor, cualquiera—Tú vas a besar a Tomás.
Hubo un segundo de silencio entre la multitud. Nadie se movió, ni siquiera Antonio, Amanda y Melchor. La música sonó fuerte desde la otra habitación, algo pegajoso y electrónico. Titi salió de su pasmo.
—¿Qué?
—Eso, o besas a Tomás, o te bebes esos dos vasos, o te rindes. Decide.
Bien, en ese segundo besarse apasionadamente con Melchor frente a todos no sonaba tan terrible, no tanto como hacerlo con Tomás. Estaba perdida, completamente, entre las espada y la pared... o entre el vaso y Tomás.
—¿Por qué me incluyes en tú rencilla ridícula?—se quejó Tomás.
—Porque puedo, además ustedes dos se ven muy unidos.
Ambos se miraron con repulsión, sí, eran unidos, como hermanos, de esos que se odian a simple vista pero que se quieren en el fondo. No te andas besuqueando con tu hermano, claro que no.
—Tomás tiene novia—se apresuró a contestar—. No puedo besarlo.
Un grito ahogado se escuchó entre la multitud, Tomás divisó a Amanda cubriéndose la boca.
—¡No la tengo!
—¡Si la tienes!
—¡Claro que no!
—¡Tomás, la tienes!
—¡Cristina, no la tengo!
—¡Ya!—Nicole detuvo la pelea— No me importa si cada uno de ustedes está casado. El reto es que se besen, si no lo hacen tienes que beber, Cristina.
Titi le regaló una última mirada suplicante a Tomás. Necesitaba otra idea brillante, como la del agua. Una trampa inocente, una escapatoria fácil, pero él parecía tan falto de estrategias como ella.
Se resignó a la triste realidad. No podía besar a Tomás, no podía beber un vaso completo de pisco, debía rendirse.
Lo que más la descomponía era la expresión triunfal de Nicole, tan maldita como siempre.
—Yo me...
No alcanzó a terminar la frase. De un segundo a otro los labios de Tomás estaban sobre los suyos siendo participes del beso más frío, insignificante, y desganado del que se hubiese tenido noticia en Los Robles. Se separaron tan rápido como se besaron, en medio de gritos y vitoreo del público, encendiendo en Cristina la llama más intensa de la furia. Alguien iba a pagar por ese beso. Preferentemente Nicole.
Sacudió su cabeza solo para regresar todos sus sentidos al lugar que correspondían. Tomó el dado mientras se limpiaba la boca con el brazo y lo lanzó con fuerza y determinación. El maldito destino se podía ir a la mierda, ella iba a tomar venganza contra Nicole, con las probabilidades a favor o en contra.
El dado decidió darle suerte, como suponiendo que le sucedería si sacaba nuevamente «Salvado».
—Reto—leyó Cristina, con la frialdad de un tempano milenario.
—Bien ¿Qué quieres de mi Marambio? Porque no importa lo que pidas, voy a beber.
—No, no vas a hacerlo. Sabes lo que quiero ¡Quiero paz y tranquilidad! Quiero que admitas que yo no tuve nada que ver en tu ruptura con Antonio, quiero que entiendas de una vez que denigrarme no te va a llevar ninguna parte y quiero que dejes de joder cada segundo de mi vida.
—Bien, elijo beber ambos vasos en ese caso.
—No—ordenó la chica, ofuscada como un toro frente a una capa roja—, no vas a beber nada. Te reto a una guerra de nieve la próxima semana Nicole, si yo gano me dejas en paz para siempre.
Nicole la miró con extrañeza.
—¿Una guerra de nieve? ¿Es en serio? ¿No podías elegir algo más infantil?—todos quienes las rodeaban rieron al unísono. A Cristina no se le movió ni un solo cabello— Bien ¿Y qué gano yo?
—Lo que quieras, eso no me importa. Puedes llevar a quien quieras, apoyarte por cuantos necesites, pero ten algo claro Nicole: No.Vas.A.Ganar.
V
Gaspar halló a Felipe sentado en una de las bancas del parque, había llegado mucho antes y ya tenía abierta la botella de vino con casi la mitad del contenido vaciado. Había olvidado lo bueno que era bebiendo.
Se acercó con las manos en los bolsillos y ánimo ligero, suponía que Felipe no se encontraba de buen humor, también suponía que de alguna forma era su culpa.
Se sentó a su lado y le robó un sorbo de vino antes de encender su cigarro, le gustaba fumar mientras miraba la nieve.
—Creí que lo habías dejado—comentó Felipe recibiendo la botella de regreso.
—Siempre lo dejo, pero vuelve a mí, soy irresistible.
Le dio la primera calada saboreando el tabaco en contacto con su lengua, disfrutó del toque mentolado y dejó escapar el humo en forma de anillos. Sabía que fumar lo terminaría matando algún día, pero no le temía tanto a la muerte.
—Eres un imbécil—bebió otro trago de la botella y le quitó el cigarro de los labios.
—Creí que tú si lo habías dejado.
—No se puede beber sin fumar, y viceversa—botó el humo por la nariz y sacudió la ceniza lejos de sus zapatos—. Dejé las cosas claras con Antonio, se acabó, de cualquier manera el parecía tenerlo todo muy superado.
—Bien hecho ¿Quieres que te abrace para que no te sientas tan miserable?—preguntó sonriente Gaspar, sintiendo algo parecido al orgullo.
—Abrázame y de reviento las pelotas.
—Sabes, lo único que me hacía ilusión de tener un amigo gay es que serías como tener una amiga, combinarías mi ropa, me harías comida, llegarías llorando a mis brazos porque alguien te partió el corazón, pero resulta que me tocó el activo—bufó y sacó otro cigarrillo, Felipe ya se había adueñado del primero.
—Siento no cumplir tus estereotipos.
—Ñe... ya me acostumbré. Además tienes tus minutos de homosexualidad intensa, a veces.
Felipe sonrió sabiendo de antemano a que se refería. Bebió y fumó nuevamente, la noche era joven y había mucho de lo que no hablar.
Hacía años que no hablar era una especie de tradición, si alguno tenía algún problema solo se sentaban a altas horas de la noche en esa banca y compartían un agradable silencio mientras charlaban sobre trivialidades. Su amistad se basaba en aquella agradable instancia de comodidad frente al silencio del otro.
—¿Te acuerdas de cuando veníamos a fumar al parque? ¿Qué edad teníamos? ¿Quince, dieciséis?
—No lo sé—respondió Gaspar, pero podíamos terminarnos una cajetilla completa detrás de ese árbol.
—¿Era ese? ¿No era en la parte sur?
—No, no, era ese. Me acuerdo porque a veces traía a Margarita y jugábamos a la mamá y el papá entre esos arbustos—rio después de su último comentario.
—¿Margarita Guzmán o Margarita Donoso?
—Creo que las dos.
—Eres un puerco.
—Oye, tú también saliste con dos a la vez, no vengas a darme discursos de moral.
—Salí con los únicos dos homosexuales de este pueblo separados por seis meses entre relación y relación. No me vengas con sermones, tú eres el puerco—le regaló una mirada de reproche paternal y se concentró nuevamente en su cigarro—. Además ninguno de los dos fue nada serio.
—¿Nada serio? ¿De verdad? Viviste dos años con Camilo, y todavía vivirías con él si no hubiese comenzado a pedir seriedad y unión civil—Gaspar rio. Si había alguien con vida amorosa desastrosa, ese era por lejos Felipe—. No me vengas con que no fue serio, porque si lo fue, hasta que te acobardaste.
—Primero, vivimos juntos un año y tres meses, segundo claramente no viviría con él a estas alturas, y tercero no me acobardé, simplemente no éramos compatibles.
—Tú eras activo, él era pasivo... ley del enchufe—hizo un par de gestos obscenos—¿Una relación necesita de algo más?
—¿Se puede saber por qué estamos hablando de mis fracasos emocionales? ¡Se supone que estamos aquí para apoyarme mientras asumo mi duelo! Solo cállate y fuma en silencio.
—¿Duelo? ¿De qué mierda me hablas? Solo fue algo pasajero que superaras en cuestión de horas.
—Me gustaba Antonio ¿De acuerdo? Estaba... estoy enamorado de él, o encaprichado... no lo sé. Gaspar, por favor, solo bebe y fuma en tu lado de la banca.
—Espérate ahí ¿Estás enamorado de él?
—¡Mierda Gaspar! No quiero hablar de eso ¿De acuerdo? Sea lo que sea, ya fue—se levantó y comenzó a caminar en círculos—. No es como que me vaya a casar con él. No es ese tipo de amor, simplemente... ¿Recuerdas cuándo teníamos dieciséis y nada en el mundo era importante? ¿Cuándo pensábamos que éramos inmortales y que la vida no era dura? ¿Recuerdas cuándo nuestra máxima preocupación era a quien traeríamos a los arbustos para pasar a segunda base? Eso es Antonio, un soplo de aire fresco. Es inocente y puro. Él es tierno... y estúpido—lanzó la colilla lejos entre la nieve y botó el poco de humo que aún se alojaba en sus pulmones—. Pero ya no importa porque tienes razón, yo estoy muy viejo y podrido para él y voy a hacer exactamente lo mismo que he hecho con todos quienes han pasado por mí, voy arruinarlo.
Tragó saliva, reviviendo la sensación a menta y nicotina.
—Mierda—dijo Gaspar—, de acuerdo solo voy a fumar acá.
—Gracias ¿Tienes otro cigarro? Ya sabes que no fumo de a uno.
Gasp le acercó la cajetilla y el encendedor, dejando a su criterio cuantos cigarros quisiera terminarse esa noche. Pasaron un buen rato sin decirse mucho, solo terminando un cigarro tras otro y tratando de saborear hasta la última gota de la botella de vino.
Gaspar pensó un momento en Felipe. Si le preguntaban había pocas personas a las cuales amaba de la forma en que amaba a Felipe, a su madre, a Melchor, fin. Era su hermano, su familia, una parte importante de su vida, y ese título se lo había ganado a punta de sudor, de lealtad, de incondicionalidad.
Siempre habían estado, el uno para el otro, en las malas y en las peores, y solo por eso entendía a la perfección a lo que se refería cuando hablaba sobre Antonio como tierno y estúpido, porque sabía que si la vida no se hubiese empecinado en golpearlo para formarle el carácter, Felipe hubiese sido igual de tierno y estúpido. Si su padre no le hubiese echado de casa cuando salió del closet, si no se hubiese visto en la necesidad de vivir con Camilo para tener un techo, si a su madre no he hubiese dado Alzheimer, Felipe hubiese sido el más perfecto de los tiernos estúpidos.
Comprendía entonces su amor por Antonio, por esa pequeña luz cálida en medio de tantas tinieblas. Ojalá lo hubiese entendido antes, no le hubiera presionado tanto para que lo dejara.
—Así que tierno y estúpido—finalizó cuando se terminó la cajetilla.
—Tiernísimo, ridículamente inseguro, sin ninguna idea de lo que realmente siento por él, siempre tratando de sacarme algún gesto o palabra de cariño, inexperto en todo...—hizo un silencio acaparando todos sus recuerdos dentro de la caja de los mejores momentos de su vida—... y completamente estúpido.
Sonrió diciendo adiós y guardándose esa última visión del muchacho, parado en medio de la nieve, ignorante por completo de sus sentimientos.
VI
Antonio, Amanda y Melchor entraron a la cocina siguiendo de cerca a Tomás y Cristina, quienes, en cuanto Nicole aceptó el reto, se levantaron decididos en dirección a un lugar menos infestado de curiosos.
Lo primero que vieron fue a Tom empinándose una botella de cerveza llena, que trago a trago se vaciaba, lo segundo fue a Titi con la cabeza metida en el fregadero haciendo gárgaras.
—¡Ese sí que fue un espectáculo chicos!—comentó Anto con una sonrisa juguetona.
—¡Cállate!—gritaron ambos al mismo tiempo.
—¿Se puede saber por qué me besaste?—chilló Cristina desde un lado de la cocina.
—Tú me lo pediste.
—¿Cuándo?
—Lo hiciste con esa mirada suplicante.
—Era para que hicieras algo.
—¡Hice algo!
—¡Algo que no fuera besarme!
Antonio soltó una carcajada. Ni Melchor, ni Amanda se sentían tan felices.
—La verdad me pareció una actuación bastante vergonzosa—se quejó Mandy con los brazos cruzados.
—¿Vergonzosa? ¡Vergonzosa!—Titi se encontraba al borde de la locura en ese momento—Amanda, necesito imperiosamente lavarme los dientes o besar a mi perro... o ambas, solo para olvidar lo que se siente besar a Tomás.
—¡No lo repitas!—gruñó Tomás—Cada vez que lo mencionas la sensación vuelve a mi boca. Ahora se perfectamente a qué sabe el incesto. Es como a babosa.
—Gusano de tierra—le corrigió la chica—, justo después de la lluvia. Gelatinoso.
—Y húmedo.
—Sí.
Se miraron cómplices y regresaron cada uno a su tarea, él terminar la cerveza y ella a las gárgaras. Antonio se partió de la risa, al punto de la asfixia, si había algo claro después de seis años de amistad era que la pasión entre Tomás y Cristina era capaz de apagar un volcán en erupción, si hasta él podía causarle más cosas a la chica que Tomás.
—Definitivamente si fueran los últimos sobrevivientes en la tierra, la raza humana se iría a la mierda—carcajeó con más ganas y se vio en obligado a limpiarse las lágrimas. Nadie más reía.
—Te juro que si no ganas esa maldita guerra de nieve voy a recordarte el resto de la vida este sacrificio que me obligaste a hacer—le amenazó Tomás.
—Si no gano esa guerra de nieve, yo misma me lo recordaré.
—Iré a buscar algo de comer—dijo Tomás al terminar la botella—, aún tengo el beso fresco.
Hizo una arcada y salió por la puerta en dirección a la sala, lugar donde abundaban cosas para distraer su paladar.
—Yo necesito aire—se excusó Cristina antes de huir por la puerta trasera hasta el patio.
Amanda bufó y se fue de la cocina molesta por la situación, Antonio corrió detrás de Tomás para continuar torturándolo por lo sucedido y Melchor quedó con la mirada pegada en una sola dirección, el patio trasero.
Cristina miró el cielo estrellado y sintió la calma de los astros embargarla por completo. No tenía frío a pesar de que la nieve lo cubría todo. Nadie más la acompañaba, solo estaba ella y la inmensidad del universo reflejándose en sus pupilas.
—Cristina, vas a congelarte—dijo Melchor, apareciendo desde la puerta de la cocina y cerrando tras de sí.
—Solo necesitaba un segundo de silencio—cerró la boca, pero la música de la fiesta continuó sonando con fuerza—o por lo menos un segundo para poder escuchar lo que pienso—pensó en Tomás, quizás no quería escuchar sus pensamientos tanto como creía—. Necesito un minuto de quietud, solo eso.
—Disculpa, violé tu ley de los cinco metros, volveré a dentro.
—¡No! Es decir, haz lo que quieras Melchor, si quieres quedarte, hazlo, olvida esa estupidez de los cinco metros. Hablé sin pensar.
Cristina regresó al cielo y las estrellas y dejó que Melchor decidiera que prefería hacer. Para ella daba igual, tenía tantas ganas de que se quedara como que se fuera, nada completamente decidido, tan confuso que prefería que el destino eligiera su futuro.
Melchor miró el interior de la casa y después a Cristina. Deseaba quedarse con ella, la fiesta no le resultaba en lo más mínimo interesante, por lo menos no en comparación con la chica, pero también sabía que ella se mostraba poco o nada interesada en él. Difícil decisión, sobre todo cuando más que una resolución era una búsqueda mental desesperada de argumentos que lo hicieran regresar a la fiesta. Sabía que escogería a Cristina, lo sabía desde que la vio salir por la puerta de la cocina a tomar el fresco.
Se acercó con las manos en los bolsillos y se paró a su lado, mirando también las estrellas y el vasto universo. La nariz comenzó a helársele, no le importó demasiado.
No sabía de qué conversarle, y partir con un: «¿Recuerdas cuando besaste a Tomás, hace dos minutos? Sé que no te gustó, pero igual lo envidio», no era la mejor opción.
Miró las estrellas en busca de apoyo celestial.
—Esa es Sirio—dijo finalmente, señalando hacia el cielo nocturno.
—¿Cuál?—preguntó ella tratando de seguir la dirección de su dedo, concentrarse en el universo era mucho mejor que rememorar su último encuentro carnal.
—La más brillante—se apegó lo que más pudo e incluso se agachó un poco, solo para que ella pudiera ver lo que él veía.
—¡Oh! ¿Esa?—ella la señaló también y sus dedos apuntaron el mismo astro.
—Sí—dijo Melchor y se paró erguido nuevamente, relajando su brazo. No sabía por qué la astronomía lo atacaba tan repentinamente.
—¿Y esa es la Osa mayor?—preguntó ella señalando un montón de estrellas incapaces de formar alguna figura reconocible.
—No, la Osa mayor solo se ve desde el hemisferio norte—contestó él—. Podría ser cualquier cosa, hay muchas estrellas sin nombre.
—Ya veo ¿Y esa?
—Podría ser Canophus, no estoy muy seguro—miró a Cristina mientras ella disfrutaba de los astros, esa era la única estrella que esperaba observar, la principal constelación en su cielo.
—Había olvidado lo entretenido que es conversar contigo, siempre sabes un poco sobre todo—comentó solo por decir algo—. Siento mucho lo de hoy, tú tratabas de decirme algo importante y yo solo te alejé. Soy estúpida.
—Tranquila, yo no supe explicarme, solo quería decir que guardo bonitos recuerdos de la época en que éramos niños y eso es lo que representa este tatuaje.
Cristina lo observó como hace años no lo hacía, con profunda admiración. Él lo notó de inmediato, esa era su mirada favorita, una que lo hacía sentir como el centro del universo de Cristina. No dijeron nada al respecto, solo mantuvieron una adecuada distancia.
—¿Cómo se llama esa?—preguntó la chica para llenar un poco el vacío que dejaba el silencio.
—Esa se llama Cristina—bromeó Melchor.
—¿Cómo yo?—inquirió sorprendida tratando de memorizar la ubicación de su estrella.
—Sí. Creo que deberíamos entrar.
—¿Ahora? ¿Justo cuando descubro que hay una estrella que tiene mi nombre?—Titi alzó un ceja y se cruzó de brazos. No deseaba entrar, ni que Melchor lo hiciera. Prefería quedarse a la intemperie disfrutando del cielo y esa agradable tensión que se cernía delicadamente sobre ellos.
—No hay una estrella con tu nombre, solo ha sido una broma—rodó los ojos y miró nervioso la puerta de la cocina. No quería volver, pero al mismo tiempo sabía que si se quedaba fuera la situación se le saldría de las manos.
Ella hizo un puchero y observó la luz de los astros con atención.
—Yo le pondría mi nombre a una estrella, también le podría tu nombre. Creo que todos deberíamos tener una estrella con nuestro nombre, así mirarías al cielo en un momento de apuro y pensarías: «Besé a uno de mis amigos más cercanos, pero por lo menos tengo una estrella con mi nombre».
—Eso es estúpido—respondió Melchor tratando de contener la ira que afloraba con la imagen de esos dos en un momento "íntimo".
—Lo sé—rio, arrugando la punta de su nariz—, es solo que no quiero entrar justo ahora ¿Cómo se llama esa?
Señaló cualquier parte del firmamento, sin siquiera ubicar una estrella en especial.
—¿Cuál? ¿La que brilla?
—Que gracioso—masculló la muchacha tratando de aguantarse a risa—. No sabía que habías mejorado tus habilidades de payaso.
—Lo siento, no pude resistirme—comentó mirándola, para luego desviar los ojos al cielo. Aparentemente no podría resistirse a muchas cosas esa noche—. Yo diría que es Bellatrix.
—¿Bellatrix? ¿Cómo la tía de Harry Potter?
—Estoy más que seguro que no era su tía, pero no importa ¿Ves esas que están juntas, justo sobre Bellatrix?
—¿Las tres Marías?
—¡Sí!—vociferó emocionado. Cristina tenía esa capacidad tonta de emocionarlo, de motivarlo, de hacerlo soñar con un día como cualquier otro que al mismo tiempo era el día más impresionante que se podía vivir—Pero no se llaman así, ese es el cinturón de Orión. Y si miras sobre el cinturón de Orión vas a ver Rigel, justo ahí.
Se acercaron un poco más para que ella pudiera seguir su dedo.
—La veo.
—Y mira, si te vas en línea recta por acá nos vamos a encontrar con Pollux y Castor, que son las cabezas de Géminis. Ahí están las cabezas, esos son los cuerpos, imagínatelos como si se estuvieran abrazando—le llegó el olor a flores del cabello de Cristina que siempre lo invadía en malos momentos, pero se controló. Estaban viendo las estrellas, nada más—Yo soy géminis, y tú eres sagitario, y Sagitario...
—¿Vas a besarme y confesarme que estás loco por mí o tengo que seguir preguntándote por los nombres de las estrellas hasta que despunte el alba y solo me quede el sol?—las palabras arrancaron desde lo más profundo de su estómago, de aquel campo de batalla donde las mariposas celebraban orgullosas su victoria, tan vivas y decididas que ningún filtro en su cabeza pudo detenerlas.
Se enrojeció por completo, se le secó la boca, pero no vaciló, lo hecho, hecho estaba, no retrocedería ni un paso, no volvería a dudar.
El dedo de Melchor quedó estampado en el firmamento mientras que en su cabeza las ideas y las estrellas se esfumaban más rápido de lo que lograba retenerlas. La cara se le encendió al punto de sentir carbones calientes sobre sus mejillas. Sonrió como estúpido después de entender por completo las palabras de Cristina, y a pesar de que intentó controlar los músculos de su cara, solo logró convertirla en una tierna expresión de tonto enamorado.
—¿Quieres que te bese?—dijo mirando en dirección contraria para no ponerse en evidencia, pero en vez de una respuesta compresible recibió la mano de Cristina entrelazando la suya.
La buscó con la mirada y halló a una muchacha tan colorada como él que lo hizo sentir fuera de ese planeta.
—Sí.
—Pero la otra vez dijiste que no.
—Bueno, cambié de opinión, las mujeres hacemos eso muy a menudo. Acostúmbrate—le observó de soslayo para luego empecinarse examinar la nieve del patio con detalle—. Además quiero dejar atrás el recuerdo de Tomás besándome.
—Entonces soy un sustituto para el lavado de dientes y el beso de tu perro.
—Si quieres verlo así...—Cristina se encogió de hombros. La magia se había perdido, el romanticismo de nombrar estrellas y sujetarse la mano en medio de la nieve estaba muerto—¿Qué haces?—preguntó en cuanto Melchor comenzó a acomodar sus cabellos rubios tras una de sus orejas.
—Voy a besarte.
—¿A besarme?—dio un paso hacia atrás cuando él trató de quitar los mechones del otro lado de su cara.
—Sí ¿No era eso lo que querías?
—¿Estás loco? Uno no avisa que va a besar a otra persona—le regaló un ceño fruncido y tono de sermón.
—Acabas de pedirme que te bese.
—Acabo de besar a Tomás, claramente no estoy pensando claramente hoy.
—Mira Cristina, haz una cosa, cierra los ojos—comenzó a sentir que el calor en su rostro se magnificaba.
—¿Qué? ¡No juegues!—pretendió que la atmosfera estaba muerta, que el romanticismo de las estrellas desaparecía de a poco, pero en cuanto los ojos azul profundo de Chie y los suyos se encontraron entendió que sin importar lo que sucediera más adelante ella viviría en ese momento para el resto de su vida.
—No estoy jugando. Párate ahí, quédate quieta y cierra los ojos.
—Que quede constancia que me arrepentí de mis dichos y acusé locura temporal ¿De acuerdo?
—Claro, y luego vas a decir que yo te obligué a...—pero antes de que pudiera terminar su oración, ella cerró los ojos dejándolo sin palabras por la ternura de la escena.
Melchor la observó parada frente a él, preparada para recibir cualquier cosa que quisiese darle. Miró hacia el cielo y exhaló todo el aire de sus pulmones. Era momento de ser valiente, ahora o nunca.
Se acercó lentamente, acunó el rostro de Cristina con una de sus manos, tragó saliva, acarició la nariz de la chica con la propia, las mariposas le revolotearon en el estómago, el nerviosismo le quitó el resuello, rozó sus labios y la besó.
Los talones de Cristina se despegaron del suelo automáticamente y por un instante sintió como si fuese a flotar, a florecer, a brillar. La piel se le puso de gallina, el corazón le latió con más fuerza que nunca antes y sus brazos rodearon el cuello de Melchor casi automáticamente.
Él la abrazó por la cintura y la apegó a su cuerpo. La sonrisa se le escapó por completo y se sintió ridículo y estúpido.
Pero lo más importante fue que, por todo el tiempo que duró aquel beso, y todos los que le siguieron, se sintió la persona más feliz del mundo.
Ambos lo hicieron.
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