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Rumores y visiones

Melchor suspiró solo para evitar aquel molesto silencio que se había cernido sobre él y sus padres. El pasillo de la escuela solía ser un lugar ruidoso durante el día pero a esas horas de la tarde se parecía más a un cementerio. Suspiró nuevamente esperando que esta vez el silencio no regresara, pero en cuanto se le acabó el aire volvieron a la absurda dinámica del silencio.

Balanceó los pies preguntándose que podría ser tan grave como para que la maestra llamara a sus padres después de clase.

Sería acaso que descubrieron que se escapó de la escuela la semana pasada, o acaso sabían que Titi mintió por él nuevamente, quizás se debía a aquella pequeña broma al profesor de matemáticas, quien sabía. Se le ocurrían cientos de razones para que la maestra se cabreara con él, pero podían solucionarlo perfectamente entre los dos, llamar a sus padres era exagerado y por lo demás lo único que lograría ella con aquella medida sería una buena paliza para él.

Miró de soslayo a su madre quien buscaba concentrada algo en su bolso. Para ella eran comunes esas visitas a la escuela, por lo general no se molestaba con él, lo reprendía claramente, pero cuando él aseguraba haber entendido ella suavizaba la mirada, le acariciaba la mejilla y lo abraza con fuerza para luego invitarle un helado. Magdalena era la mejor mamá del mundo.

Dirigió la mirada esta vez a su padre. Él le observaba rígido, la frente arrugada y los labios apretados. Los ojos azules que compartían se cruzaron un segundo y la frialdad con la que su padre le vio congeló hasta el último cabello de Melchor. Regresó la mirada veloz al suelo, definitivamente sería una fea paliza. Trató imaginarse lo que le esperaba en casa y trazó una especie de plan para evadir el retorno al hogar. Si tenía suerte podría correr a algún teléfono mientras sus padres se veían con la maestra, llamar a Antonio y pedirle asilo, o quizás Titi podría ir a buscarlo por alguna tontería, si calculaba bien sus movimientos lograría mantenerse fuera de su casa el tiempo suficiente como para que a su padre se le pasara el coraje.

La maestra abrió la puerta con una sonrisa amable como siempre. Les hizo pasar a los tres y Melchor maldijo. Ahí se iban su plan maestro y todas sus esperanzas. Le dedicó una mirada iracunda a la profesora y entró de mal humor solo para sentarse entre sus padres.

—Que bueno que han venido ambos.

— ¿Qué hizo esta vez?—preguntó de inmediato Baltazar Valencia.

—Nada en verdad.

—No es necesario que sea misericordiosa, sabemos que Melchor es un desastre no nos esta contando nada nuevo.

—Cariño—susurró Magdalena—no seas tan duro con él.

—Bueno, alguien tiene que serlo, él hace lo que quiere y luego nosotros tenemos que dar la cara.

Marcia, la profesora, quedó asombrada. Por lo general la única que asistía a las reuniones escolares y citaciones era Magdalena, esta era la primera vez que Baltazar Valencia aparecía por allí y por lo visto no estaba muy contento con su pequeño.

Si bien era cierto Melchor no era ni por si acaso el mejor portado de la escuela. En los tres años que llevaba ahí—contando el preescolar—solo había logrado dar vueltas el lugar, sin mencionar que cada vez que se juntaba con Tomás, Antonio y Cristina—lo que era casi todo el tiempo— sus maldades se potenciaban de manera astronómica. Aun con eso en contra Melchor era por lejos uno de los muchachos más tiernos en la escuela primaria, odiaba las peleas con los puños y por lo general ignoraba a los matones más grandes que le molestaban, si veía una injusticia no dudaba en denunciarlo y cuando alguien solicitaba su ayuda, aun con todos esos aires soberbios y orgullosos, corrían en auxilio del más débil. A su parecer Baltazar no tenía razones para avergonzarse de Melchor, todo lo contrario, debía estar orgulloso, había criado a un gran muchacho.

—Señor Valencia, esto no tiene nada que ver con el comportamiento de Chie, en realidad esto se trata de sus calificaciones.

—¿Reprobaste Melchor?—Baltazar inquirió molesto.

—Por favor señor Valencia, cálmese un momento y déjeme terminar—el hombre se ajustó la corbata y cruzó sus brazos algo alterado—. Melchor tiene notas excelentes, es el mejor de mi clase, aun más que Cristina y Tomás, es raro que no saque un sobresaliente, hay veces que incluso corrige a los profesores…

—¿Qué trata de decir señorita?—la impaciencia del hombre la puso nerviosa. Era un caballero imponente, de ojos penetrantes y azules como el océano, vestía de negro, con corbata y camisa, y su semblante era severo como una tormenta.

—En mi opinión Melchor podría ser superdotado.

El cuarto se quedo en silencio por un momento eterno, ambos padres se miraron entre si encajando la información ¿Su hijo superdotado? Sí, Melchor aprendió a leer antes, sí, Melchor a los cinco años ya sumaba, restaba, multiplicaba y dividía, sí, Melchor hacía mapas más precisos que un cartografista experto, pero ¿Superdotado? Imposible.

— ¿Está usted segura?

—Bueno, aun debo hacerle un par de test pero podría casi asegurarlo.

Melchor encogido sobre si mismo levantó la mano con timidez para poder hablar. Ella le cedió la palabra con amabilidad.

—¿Qué significa eso?

—Bueno Chie, eso significa que tus capacidades de aprender y realizar tareas son más avanzadas que los otros niños de tu edad y por eso aprendes más rápido que tus compañeros.

—Entonces ¿Va a dejar de darme tarea?—la mujer rió de buena gana al igual que Magdalena y Baltazar. El muchacho siempre salía con cosas increíbles.

—Si ese es el caso, no solo dejaré de darte tareas, también te transferiré a un curso superior.

El tiempo se detuvo. La pequeña cabecita de Chie comenzó a trabajar tan rápido como la luz se prende o un plomo cae. Si lo transferían a un curso superior significaba dos cosas, primero, sería compañero de los desagradables chicos mayores, no solo tendría que soportar sus tonterías durante el recreo, sino que también durante las clases; segundo, ya no vería a sus amigos todos los días, quizás a Cristina, ella era su vecina después de todo, pero Antonio y Tomás no estarían más con él. No estaba dispuesto a eso, le era tremendamente difícil hacer amigos como para andar abandonando a los que ya tenía. Analizó a todos a su alrededor, tanto su padre como su madre reían felices, la maestra sonreía encantada y el sol brillaba afuera ¿Cómo decirles que no quería ser superdotado? Que simplemente quería seguir siendo amigo de los chicos.

Arrugó la frente molesto, hubiera preferido mil veces una paliza física a la paliza emocional que estaba sufriendo en ese mismo instante.

Se mermo su ánimo no así su espíritu, algo iba a ocurrírsele, lo que fuese, él no cambiaría de curso ni muerto.

—¡Uf!—dijo la maestra una tarde soleada tres semanas después de aquel fatídico encuentro con los padres de Melchor—por fin veremos tus resultados Chie y le contaremos a tus padres luego ¿Emocionado?

Él sonrió con malicia, claro que estaba emocionado… por ver la cara de su maestra cuando los resultados arrojaran que no era más que un muchacho común y corriente. No era su plan más brillante pero sería suficiente para disuadir a la profesora. Decepcionaría un poco a sus padres pero por lo menos se mantendría junto a sus amigos.

La maestra abrió el sobre con expectación mirando fijamente a Chie quien canturreaba alguna tonada con extrema calma.

Melchor era muy inteligente pero aun muy joven para enfrentarse a ella. Marcia llevaba años enseñando como para caer en las jugarretas de un muchacho de siete años. Al mirar el papel abrió los ojos sorprendida a lo que Melchor solo pudo sonreír de lado a lado.

—¿Qué pasa maestra? ¿No soy más que un muchacho común?

—Melchor… has sacado puntaje máximo ¡Tienes un CI de ciento sesenta! Eres el niño más inteligente que he conocido, podríamos mandarte directo a la universidad con esto…

—¿Qué?—casi se cayó con la noticia—. Eso es imposible, contesté mal ¡Mal! ¡Es imposible!—se delató conmocionado. Su plan falló dramáticamente y ahora debería sufrir las consecuencias.

—Lo sabía pequeño pilluelo ¿Quién crees que soy? Cuando tú vienes, yo ya fui y volví mil veces.

Melchor hizo un mohín y cruzo los brazos molesto. Marcia lo había engañado de manera cruel igual que Cristina unos años antes y que su madre todas las noches para meterlo a la ducha. Las mujeres eran todas unas mentirosas.

—Vamos a repetirlo pero esta vez quiero que…

—No quiero ser superdotado—masculló el menor entre dientes—. Yo quiero a Antonio, a Tomás y a Cristina.

—Así que eso era, no quieres separarte de ellos. Melchor no vas a perder a tus amigos, esta será una oportunidad para conocer más amigos.

—Pero yo no quiero más amigos yo los quiero a ellos… ¿Sabia que Cristina miente a la perfección?

—Bueno, sí, había notado esa característica en ella…

— ¿Y que Anto sabe cuando mientes? ¡Y Tomás! Él siempre sabe mis planes antes de que los realice, es tan inteligente como yo, sigue intentando ganarme con el tema de las frutillas y las manzanas pero eso es solo porque es tonto, es obvio que las manzanas son mejores ¡La manzana es la fruta de la sabiduría! ¿Qué puede decir él de las frutillas? ¿Que tienen tanta azúcar que me provocarán diabetes algún día?

—Creo que estás desviando del tema Chie—le interrumpió ella con una enorme sonrisa en la cara.

—Perdón—respondió él avergonzado—por favor, por favor maestra, por lo que más quiera no me cambie de curso ni me envíe a la universidad.

Juntó las manos en forma de súplica y cerró los ojos con fuerza como si pidiera un deseo a una estrella fugaz. Marcia lo observó con detenimiento. Melchor no necesitaba profesores más capacitados ni cursos avanzados, él podía estudiar solo, lo hacía con regularidad y demostraba saber mucho más que los otros chicos. Lo que a Melchor le faltaba era inteligencia emocional y eso solo lo desarrollaría compartiendo con otros muchachos, jugando con sus amigos y viviendo cosas junto a ellos. Suspiró contenta, en momentos que olvidaba porque adoraba su profesión aparecían chiquillos como Chie a recordárselo.

—Haremos un trato. Esto quedará entre nosotros pero tendrás que entregarme un informe extra cada semana del tema que tú quieras ¿De acuerdo?

Ella le extendió la mano y él la tomó sin siquiera dudarlo. La sonrisa se le extendió tan grande que Marcia no pudo menos que maravillarse.

—No la decepcionaré.

—Eso espero.

···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···

Mariana, la maestra de lenguas, tomó entre sus dedos el informe de Melchor creyendo ver un espejismo. En los tres años que se había hecho cargo de aquel curso esta era la primera vez que Melchor Valencia le entregaba un trabajo, y cuando le nombro—solo por cumplir—de verdad esperaba que el chico ni siquiera se levantara. Es más, luego de ausentarse tres días ella realmente creyó que Valencia había recaído.

Lo miró por ambos lados sin saber a ciencia cierta que hacer con aquel trozo de papel. Revisarlo era una buena opción, mandarlo a enmarcar una aun mejor.

Hojeo superficialmente las páginas en busca de algún truco pero todo parecía en orden,  las figuras literarias estaban subrayadas y la cantidad de planas coincidía aparentemente con la cantidad mínima de palabras.

¿Quién dijo que los milagros no existían?

—Perfecto Melchor, tendrás tu calificación para el viernes.

—Bien, debo acotar que no es un texto de lectura agradable—murmuró entre dientes, a lo que Mariana entendió de inmediato. Todos sabían la historia de Melchor, nada entre esos párrafos iba a sorprenderla.

—La realidad rara vez es agradable. No te preocupes no hay problema.

Dio media vuelta pero antes de poder escapar la mujer lo detuvo con sus palabras.

— ¿Lo hiciste solo o alguien te ayudó?—Mariana se descubrió curioseando en la vida de su alumno. No había ningún afán pedagógico, solo le asombraba que el muchacho supiera que era una figura literaria, los últimos tres años con suerte lo vio un par de decenas de veces y si alguien le preguntaba no estaba segura de que Melchor pudiera leer de corrido.

—Antonio Gonzáles de la clase A me ayudó—ella asintió sorprendida, definitivamente Antonio tendría puntos extra solo por obrar esa clase de milagros.

—¿Y que tal con las otras materias? ¿Matemáticas? ¿Inglés? ¿Ciencias?—Melchor hizo una mueca de desgano ¿De que iba todo esto? Ambos sabían que su nivel académico era comparable con un chico de doce años y que por más superdotado que fuera no aprendería las materias solo por sentarse en un salón de último año. La mujer lo estaba sacando de quicio y le robaba la poca concentración que tras kilos de esfuerzo había logrado adquirir. La droga se hacía presente en una parte de su mente y con cada pregunta se acercaba un paso más.

—¿Qué cree usted?—contestó a su pregunta con otra, frío y cortante.

—Creo que estás bastante atrasado con tus materias.

—Bingo.

—Puedes pedirle ayuda a Cristina, se de buena fuente que eran amigos de pequeños, o a Amanda, ella siempre tiene la mejor de las disposiciones. Son las mejores de la clase definitivamente te será útil su ayuda.

Él solo gruñó incómodo y regresó a su asiento con las manos en los bolsillos.

Al pasar por el lado de Cristina un olor agradable—mezcla entre manzanilla y jabón—llegó hasta la nariz de la chica. Primero se sorprendió pero luego se burló de si misma ¿Valencia oliendo a flores? Sí, claro.

Giró casi imperceptible la cabeza para olisquear nuevamente pero se encontró inmediatamente con los ojos azul brillante de su compañero, regresó a su posición original temblando de miedo y abrió su cuaderno en cualquier página con tal de quitar su atención del olor a flores que ahora la ahogaba.

Melchor por su parte trató de desviar su mente del fracaso. Cada vez que se daba cuenta lo patético que era más ganas sentía de drogarse, y que la profesora le recordara lo atrasado que estaba en comparación con sus compañeros no ayudaba demasiado a la causa. Tamborileo con los dedos tratando de calmarse, tener que escuchar a Antonio durante horas hablando de todas las figuras literarias había sido suficiente humillación para toda la vida, el solo hecho de pensar en pasar de nuevo por lo mismo pero esta vez con Cristina le producía urticaria. La otra chica, Amanda, ni siquiera sabía quien era, por lo tanto Cristina era su mejor opción, hecho que no lo alentó en demasía.

Salivó nuevamente y entre más lo pensaba más salivaba, necesitaba salir de ahí, necesitaba escapar. Se levantó raudo y en menos de tres pasos ya estaba fuera del salón, sudando como un caballo de carreras, con la respiración entrecortada y los músculos tensos.

Corrió en dirección al baño, iba a vomitar todo en su estomago más temprano que tarde. No se molestó en cerrar la puerta tras de sí y solo curvó el cuerpo al tiempo que el desayuno le salía por la boca y se estrellaba en el fondo del retrete ¿Qué tenía en la cabeza cuando decidió que desayunar era una buen idea? Una segunda oleada de arcadas terminó por desocupar su estomago y finalmente una tercera sensación nauseosa dejó sus tripas con saldo negativo. No volvería a probar bocado jamás.

—¿Te sientes bien?—una voz suave y apagada lo interrumpió con una pregunta tremendamente tonta.

—Vomité hasta el hígado ¿Qué crees tú?—tosió un par de veces con el abdomen resentido y la boca amarga.

Tiró la carena al notar el vacío en su vientre y se volteó para encontrarse con una muchacha pequeña y menuda mirarlo asustada. Tenía el cabello castaño oscuro amarrado en una pequeña coleta y los ojos le brillaban detrás de largas pestañas ocultando un par de almendras color caoba.

Ella tembló al notar la verdadera identidad del chico en el baño. Valencia estaba frente a ella. Se apartó para no entorpecerle el camino al lavamanos e incluso le ofreció su pañuelo. Él lo miró con desden pero se lo aceptó finalmente.

—¿Que haces en el baño de hombres?

—Melchor—dijo ella suave—Estás en el baño de chicas.

Registró el lugar. La falta de urinales y la extrema limpieza—sin mencionar la falta de papel higiénico—le indicaron que la muchacha estaba en lo cierto. Chasqueó la lengua molesto y salió del lugar dispuesto a terminar con el suplicio de la abstinencia de una vez por todas, era una tontería, no iba a seguir luchando contra la corriente.

Le dio una última mirada a la muchacha quien tiritaba como una gelatina y solo para que no tuviera pesadillas con él esa noche le agradeció por el pañuelo.

—¿Estás mejor? ¿Quieres que te acompañe en el regreso?

—No es necesario—siseó aturdido. Lo único que le faltaba era una niña que se preocupara por extraños.

—Pe-pero vomitaste todo, y estás pálido como el papel.

—Es mi tono natural—bromeó, a lo que la muchacha solo puedo sonreír ladina, más que una sonrisa fue una mueca de pseudo agrado.

Tras el comentario Melchor desapareció del campo visual de la muchacha, y esta respiró con normalidad nuevamente. Pero la paz no le duró lo suficiente, la conciencia comenzó a remorderle y ese mal presentimiento que siempre antecedía a las malas noticias la azotó como un tifón. Algo muy malo iba a sucederle a Valencia, algo realmente muy malo y ella lo sabía.

Tenía ese extraño don, no podía llamarlo una capacidad “psíquica” ya que técnicamente no podía ver el futuro, pero cada vez que algo malo estaba por suceder se le retorcía el estomago y no podía sacarse la imagen de la persona afectada de la cabeza. Valencia estaba en peligro y ella tenía que evitarlo.

Salió del baño recordándose a si misma lo peligroso que era Melchor, lo terrible de las historias que contaban de él y lo dramático que era solo pararse a su lado. Pero nada de eso la disuadió de correr con más ganas hasta encontrarlo.

Se lo topó por fin en uno de los pasillos alejados del salón y sin pensarlo mucho lo cogió de una manga.

—La sala está del otro lado Melchor.

Melchor se preguntó si acaso eso era una broma ¿Enserio una completa desconocida lo estaba tratando de guiar de vuelta al salón?

—Lo se—dijo usando todo el poder de intimidación heredado del lado Valencia de la familia.

Ella lo soltó de inmediato y por pura inercia retrocedió un par de pasos, el calificativo terrorífico se quedaba chico, él era simplemente la reencarnación misma de la muerte.

Melchor retomó su camino y la puntada en el estomago de la muchacha empeoró un millón de veces. No se había sentido así desde que sus tripas le vaticinaron la muerte de su propia mamá, y por mucho que Melchor le causara miedo no iba a dejar que la tragedia se repitiera.

—Pues en ese caso—pronunció sacando valor de un lugar desconocido para ella—te mostraré el camino correcto.

Endureció el cuerpo para no salir arrancando y con toda la personalidad que no tenía se plantó justo entre Melchor y su ruta de destino.

Definitivamente era enserio. Aquella muchachita que apenas si le llegaba a los hombros y con brazos del diámetro de un fósforo estaba tratando de detenerlo en su fuga. Ridículo ¿A caso nadie le enseñaba a estos chicos lo peligroso que eran los adictos en abstinencia? Durante su estadía en el hospital golpeo severamente a tres auxiliares y más de una vez tuvo que ser amarrado a la camilla ¿Por qué una chiquilla como esa podría llegar a pensar en siquiera entretenerlo durante un segundo de sus planes?

Se acercó sin piedad cazando cual serpiente, la apabulló con la mirada intensa de color azul e hizo uso de todo el cuerpo que tenía para atormentarla.

La muchacha solo cerró los ojos temiendo lo peor, Valencia iba a golpearla ¿Qué le diría a su padre cuando la viera llegar con un ojo morado? ¿Qué intentaba detener una tragedia? ¿Qué pensarían los demás chicos? No era muy bonito pasearse por la escuela con el ojo rodeado por cardenales. Quizás Valencia sería blando con ella y le propinaría solo un puñetazo en el estomago o una patada en la pierna, algo no tan notorio.

Conjeturó varios segundos pero el golpe no llegaba, comenzó a impacientarse y a dolerle los ojos y solo para asegurarse de su situación abrió microscópicamente un solo ojo. Él seguía ahí pero no la observaba a ella sino que mantenía fija la vista en algo más detrás de ella.

— ¿No deberían estar en clases chicos?—la voz del director alivió los nervios de la chica y la obligó a voltear. El hombre ahí parado de cabello oscuro entre cano, ojos verde agua y semblante serio era una ayuda increíble en estos momentos tensos.

—¡Director! Le decía a Melchor que el salón estaba por…—pero al voltear para señalar a Melchor él ya no estaba ahí. Tampoco estaba ese mal presentimiento en sus interiores ni la imagen mental de Valencia haciéndose presente en sus sesos—que extraño, estaba hace un momento acá. Usted lo vio ¿No direct…?

Y al voltearse nuevamente el director tampoco estaba. Ella se hallaba sola en el pasillo, completamente sola.

—Creo que estás viendo visiones Amanda—se dijo y retomó el camino hasta el salón justo cuando tocaba la campana.

Cristina se vio acorralada entre la pared y Nicole con su sequito de brujas. No sabía como la situación se volvió tan límite pero tratando esta vez de evitar la confrontación durante el almuerzo terminó siendo rodeada por el enemigo en el lugar más inhóspito de la escuela, el pasillo de los laboratorios.

Mantuvo su porte altivo a pesar de que eran más que ella en número, debía mostrarse segura y decidida, cualquier muestra de debilidad solo sería una manera más fácil de atacarla.

—¿Qué quieres Nicole?

—¿No recibiste mi mensaje Marambio? Hoy es el día del baño con leche, las princesas con una piel tan bonita como la tuya solo se bañan con leche ¿O no chicas?—dijo al tiempo que jugueteaba con uno de sus pelirrojos mechones. Las otras tres muchachas asintieron con sendas sonrisas malévolas mientras sacaban cartones con leche de sus bolsos.

—No te tengo miedo Nicole. No eres más que una chiquilla tonta que no pudo superar que la botaran. Eres simplemente patética.

A la pelirroja no le sentó muy bien el comentario. Detestaba que Marambio la desafiara, quería verla rogar y suplicar, quería quebrarle esa actitud de reina y señora de todo. Deseaba ante todo superarla, hacerla llorar. Ni siquiera recordaba como comenzó la batalla entre ambas, lo único que importaba ahora era golpearla tan fuerte que por una vez que fuera se quedara callada y agachara la cabeza ante ella.

—¿Así que no me temes? Daniela, la tijera—una de sus secuaces le pasó el instrumento en las manos—sujétenla.

—¿Qué piensas hacerme loca? ¡Suéltenme!

Gritó Cristina a todo pulmón pero que la escucharan era tan imposible que solo gastaba sus energías en vano, forcejeó con las tres chicas e incluso pudo soltarse de una, pero las otras dos la tiraron al suelo y se sentaron sobre ella para que no escapara. Maldijo, amenazó y pateó, pero estaba en clara desventaja, con las manos atrapadas y de boca en el suelo cualquier esfuerzo era solo una perdida de energía.

—Veamos que tal te ves con el cabello corto.

El primer tijeretazo desprendió el más largo de sus rizos que cayó justo frente a sus ojos aterrándola. Nicole había perdido definitivamente el juicio, nunca llegó tan lejos y nunca antes le había agredido. Gritó con todas sus fuerzas pero solo recibió respuesta de su propia voz al chocar en las paredes.

—Parece que ricitos de oro le tiene cariño a su cabello.

Las cuatro rieron socarronas y tiraron de los mechones uno a uno cortándolos lentamente y dejándolos frente a Cristina para que ella pudiera verlos.

La rubia estaba desesperada, no hallaba que hacer para salir de esta, no le importaba el cabello o la ropa, ni siquiera le molestaba el tener que volver cubierta de leche a casa. Temía por su integridad, si Nicole era capaz de cortarle el cabello hoy quizás que cosas haría mañana.

Un quinto mechón se desprendió de su cabeza y al observarlo puedo vislumbrar un par de piernas acercarse, sintió como el peso sobre su espalda cedía y escuchó cuatro pares de pasos arrancar corriendo por el pasillo.

Con los puños apretados y roja de la vergüenza se levantó del suelo y logró arrodillarse. Elevó su cabeza para descubrir a su salvador, era Valencia. Menuda suerte, ser salvada por el adicto a la escuela.

Se puso de pie a duras penas y trató de sacudir su blusa blanca ahora llena de tierra y polvo. Vio los mechones de cabello a los pies de Melchor y los recogió en silencio, no era tanto cabello pero quizás para la próxima no saldría tan bien parada. Se volteó adolorida y humillada, dispuesta a desaparecer, pero la voz de Valencia la detuvo.

—Cristina ¿Podrías ayudarme con matemáticas?

La cara de sorpresa de Titi fue tan notoria que Melchor incluso se cohibió ¿Qué demonios tenía que ver eso? ¿Acaso Valencia también trataba de burlarse de ella? No quería tener nada que ver con él. Suficiente tragedia era soportar los maltratos por ser la novia de Antonio como para ahora tener también que aguantarse las burlas por juntarse con Valencia.

 —No creas que solo por que me ayudaste voy a hacerlo también—dijo con odio en la voz, estaba cabreada con todo y con todos, le dolía el cuerpo y de su orgullo ya no quedaba nada. Necesitaba con urgencia descargarse—mi vida es bastante ajetreada como para estar ayudando a un minusválido mental como tú. Tengo exámenes que rendir, ramos que aprobar y debo estudiar para la prueba de ingreso a la universidad ¡No me jodas!

Retomó su camino a clases pero antes de irse completamente lanzó unas últimas palabras venenosas.

—Y ni se te ocurra decirle lo que viste a alguien Valencia, porque te juro que te vas a arrepentir.

Melchor se quedó un largo rato parado y estático en el pasillo. Nunca tuvo la intención de ayudarla, simplemente pasaba por ahí, lo que intentaba no era sacar a Titi del problema, solo quería abstraer su mente de la heroína. Que esas chicas hubieran salido corriendo al verlo era solo un efecto colateral.

Le había supuesto un gran esfuerzo quedarse dentro del recinto y uno más grande aun pedirle un favor a Cristina ¿Qué había recibido a cambio? Nada. Insultos, desprecios, desaires y amenazas.

Pero, pese a eso, no sentía la desesperada necesidad de pincharse para olvidar, no quería olvidar, quería mantenerse en sus cabales y destruir a la estúpida de Cristina ¿Quién demonios se creía doña perfecta? ¿Creía acaso que todos giraban en torno a ella?

Lo que sentía Melchor eran celos, ella acababa de ser cruelmente humillada pero aun así tenía la desfachatez de mantener la frente en alto como si su uniforme lleno de tierra fueran prendas de alta costura y su cabello atacado por tijeretazos azarosos la última moda en Milán, mientras que él a duras penas podía salir de su casa antes que las miradas de los vecinos le crisparan los nervios. Envidiaba su fortaleza, su capacidad para levantarse y la manera en que hasta en las peores situaciones se veía fresca como lechuga.

Cristina siempre fue la fuerte del grupo, independiente a las pataletas y a los reclamos, si un problema de verdad se acercaba ella siempre se llevaba la peor carga. Ya fuese mintiendo u ocultando hallaba la mejor manera de fingir que todo iba de maravilla. Melchor lo sabía, lo recordaba. Podía verla sollozar en el balcón cuando creía que estaba sola y vislumbraba esa sonrisa forzada que se obligaba a poner frente a su madre para no preocuparla. Cristina siempre resistió mejor que él los tragos amargos y eso lo descomponía.

Si cambiaba de lugar con ella. Si imaginaba que a ella le hubiese tocado su vida y a él la de ella, probablemente Titi nunca hubiese caído en las drogas, la chica hubiera salido adelante sin mucho drama y sin pedir ayuda. Cristina siempre fue increíble a sus ojos. Y solo por eso no podía menos que odiarla y aborrecerla en estos minutos. Cristina pagaría caro sus desaires, se dijo apretando con fuerza los puños, muy caro.

La chica, temerosa de su destino, solo entró a clases después de esconderse en el baño durante todo el almuerzo. No sentía ganas de hablar con Pati, eso significaría darle explicaciones por su uniforme sucio y su nuevo corte de cabello, pero la situación le resultaba tan humillante que solo al recordarlo la ira volvía a ella. Antes de entrar al salón decidió detenerse un momento frente al kiosco de la escuela para comprar algún alimento, no tenía hambre, pero sabía que debía comer.

Pidió un emparedado de quesillo y mermelada con un zumo de naranja y se sentó en una de las bancas cerca  de la cancha a comerlo sola en los últimos cinco minutos del almuerzo.

—Mírala, va toda sucia ¿No se que le ven?—escuchó murmurar a una chicas a unos cuantos metros.

—Sí, y come como un hombre, te apuesto que lo vomita todo y por eso es tan flaca.

Ambas rieron agudo al tiempo que le sacaban una foto para subirla a las redes sociales. Ella solo intentó esconder la cara detrás de los mechones de su maltratado cabello, de esta manera por lo menos tendría un poco mas de anonimato.

—Cuando Antonio vea esto definitivamente recapacitara.

Se alejaron chismoseando mientras etiquetaban la foto. Titi quiso llorar, aun le tiritaban las manos por la impresión vivida con Nicole hacía un rato, pero no lo hizo, no le daría esa satisfacción a nadie. Llorar era para los débiles y ella no era débil, claro que no, ella era altiva y orgullosa y no importaba que le hicieran no la rebajarían ni un poco. Masticó enérgicamente para pasar el mal trago, y llenó su boca de jugo para evitar las lágrimas que la amenazaban. No señor, no la verían llorar.

Terminada la comida se dispuso a regresar al salón pero la figura menuda de su compañera Amanda la detuvo. Justo frente a ella el cuerpo pequeño de la chica parecía irradiar odio. Entre ellas no hablaban mucho por lo tanto a Cristina le sorprendió la aparición sorpresiva de aquella chica tímida y siempre callada.

—¿Pasa algo Amanda?

—Pasa que eres de lo peor—murmuró con entre dientes conteniendo la rabia.

—¿Amanda?

—¡Ya los tienes a todos! ¿Para que uno más?—gritó furiosa con los ojos cristalinos, a lo que todos quienes aun se mantenían fuera de sus salas giraron para enterarse del escándalo.

—No se de que me…

—De Tomás, te hablo de Tomás, todos los chicos te quieren ¿Por qué Tomás?

—Amanda estás equivocada, Tomás y yo, no hay nada…

—¡No mientas! Los vieron, a ti y a él, abrazados en el parque…—la castaña soltó un par de lágrimas, roja por las emociones que albergaba en su pecho. Hacía solo minutos que se enteró del chisme, no solía ponerle atención a esas necedades pero al oír el nombre de Tomás le fue imposible ignorarles. Todo encajaba, Tomás perseguía a Cristina, obvio, era millones de veces más linda que ella, mucho más simpática e interesante que una come libros que lo único que sabía hacer era sacar buenas notas y usar ropa holgada, la chica por la cual Tomás la había rechazado era claramente Marambio.

Se secó las gotas que resbalaban por sus mejillas para luego fruncir el seño molesta.

—Eres todo lo que dicen Cristina. Una roba hombres, una creída ¡Una zorra!

Desapareció entre la multitud de cuchicheos dejando atrás a una Titi incomoda y observada, quien no bajó la cabeza un segundo y salió de escena tan altiva como había entrado pero con el orgullo y el animo hecho polvo.

Al terminar la escuela Antonio se sintió aliviado. La maestra no se quejó por su ensayo, aun con lo incompleto y poco logrado, probablemente no obtendría la mejor calificación pero por lo menos sería una nota decente. Se paró frente al gran portón de la entrada a esperar que Cristina saliera pero al cabo de un rato de esperarla decidió llamarla al móvil. Se había ido, casi fugado, Titi ya estaba en su casa o por lo menos eso le dijo.

Él suspiró cansado luego de colgar, Titi solía sufrir todos sus problemas en un silencio hermético que nadie nunca podía romper y si intentabas insistir lo más probable es que te llevaras una mala cara y un par de insultos. Lo mejor siempre era dejarla sola rumiar sus problemas y esperar que pidiera ayuda o se las arreglara a su manera, siendo la segunda opción siempre más probable.

Se dispuso a dejar el recinto, cuando divisó entre la multitud la figura delgada y alicaída de Melchor. No fue una agradable experiencia enseñarle las figuras literarias, entre el desinterés del muchacho, las amenazas de retirada y el constante morder de sus uñas, terminó por agotarle la paciencia. Pero eso era pasado, este era un nuevo día y su paciencia estaba al cien nuevamente.

Se acercó amigablemente y notó de inmediato que su pelo estaba limpio y que olía a jabón. No dijo nada al respecto pero el hecho lo hizo mínimamente feliz. Lo saludó con un golpe amistoso en el brazo a lo que Melchor se alejó con violencia mirándole entre asustado y confundido. Ok, no más saludos casuales.

—¿Y que tal quedo el informe?—dijo con el fin de calmar las aguas tras la extraña reacción de su compañero.

—No lo se, solo lo entregué ¿Qué quieres?—respondió arisco, detestaba el contacto físico de cualquier tipo fuese cariñoso o no.

—Nada en especial, estaba esperando a Cristina pero parece que ella no me esperó a mí…—la sola mención de aquel nombre le revolvió las tripas a Melchor, seguía muy molesto por lo sucedido en el pasillo y lo último que quería era pensar en ella. Así mismo recordó sus temas pendientes, temas que no le hacían ni una pizca de gracia.

—¿Sabes quien es Amanda?—Antonio paro de hablar algo confundido.

—¿Amanda? ¿Amanda Zúñiga? Pero si ella está en tu clase.

—Lo se ¿Sabes quien es o no?—agregó de malas maneras.

—Claro, es la vicepresidenta del centro de alumnos, todos la conocen.

—Todos menos yo Antonio ¿Podrías mostrare quien es? Debo pedirle algo.

Sumido en una nebulosa de misterios, que no se molestó en responder de inmediato, Antonio guió a Melchor por la escuela en busca de la chica. No era difícil dar con ella, siempre se encontraba rodeada de gente pidiendo su ayuda, se caracterizaba por ser muy hacendosa y nunca negarle una mano a nadie, y por si fuera poco siempre abandonaba a escuela casi de las últimas junto con Tomás, el presidente del centro de alumnos.

Se la toparon en la biblioteca, revisaba un par de tomos en el apartado de ciencias, y se acercaron para solucionar el “problema” de Melchor.

—Mandy ¿Qué tal?

La chica se volteó al tiempo que escuchó la voz de Antonio Gonzáles llamarla. Lo primero que notaron ambos muchachos fue sus ojos rojos e hinchados que intentaba disimular mirando al suelo y cubriéndoselos con el flequillo. Melchor la reconoció de inmediato como la niña que trató de retenerlo en los baños y de pronto le pareció una mala idea pedirle cualquier cosa. Siempre creyó que pedir ayuda era una mala idea y esto solo terminaba de demostrárselo.

—Ho-hola Antonio—dijo ella sin verlo ni reconocer a su acompañante.

—¿Pasó algo?—preguntó preocupado por la mala cara de la muchacha.

—La tonta de tu novia—soltó ella sin remordimientos mientras volvía a su tarea de revisar libros—es una pena que te lo tenga que decir yo, pero te engaña… con Tomás.

—Tomás… ¿Te refieres a Tomás Riquelme?

—Sí—ella asintió leve con cara desecha.

La carcajada que se escapó de Antonio hizo girar la cabeza a todos los presentes en ese momento en la biblioteca. Fue tanto el escándalo que la bibliotecaria se vio obligada a callarlo por la tranquilidad del lugar. Amanda por su parte lo miró con odio.

—¿Qué te parece tan gracioso?—masculló ella entre dientes.

—Nada, es solo que…—logró vocalizar a duras penas con la risa a flor de labios—eso es tan imposible que me da tentación de risa el solo pensarlo.

—¡No le veo el chiste! Los vieron juntos en el parque ¡Abrasados!—susurró enérgicamente la muchacha intentando contener los sentimientos que la nacían cada vez que pensaba en Tomás y Cristina juntos.

—Ha de haber una buena explicación para eso Amanda… de cualquier manera ¿Por qué te afecta tanto?—preguntó con tono de burla. Todos sabían que la chica estaba perdidamente encantada con Tomás pero nadie se atrevía a hacerlo público, en parte porque Tomás era amigo de todos y en parte porque Amanda era muy agradable.

Ella se sonrojó completamente y maldijo mentalmente haber sido tan obvia. Todo lo sucedido con el chico de sus sueños la traía muy confundida y desconcentrada. Debía calmarse y respirar.

—No me afecta ¿Me necesitas para algo?—cortó Mandy siempre con su tono cordial y educado.

—Yo no, él.

Amanda cruzó miradas con Melchor y sintió un frío recorrerle la espalda. En alguna parte de su cuerpo una chispa de alivio al verlo bien se hizo presente, pero de inmediato los ojos amenazantes y semblante oscuro la motivaron a correr a esconderse entre los libros lo más rápido posible.

—Me-Melchor ¿Te sientes mejor?

—Sí

Se quedaron en silencio escrutándose de pies a cabeza, Amanda no le parecía una chica desagradable como Cristina, pero dudaba que quisiera ayudarlo, más después de que trató de ahuyentarla en el pasillo esa misma mañana. Lo pensó dos, tres, cuatro veces antes de abrir la boca nuevamente, no quería ser rechazado de nuevo pero al mismo tiempo deseaba salir de la duda lo más pronto posible.

—Dile lo que querías Melchor—sugirió Antonio intrigado por la petición de su compañero.

—¿Podrías ayudarme con matemáticas?—soltó el sin más, como si sus palabras fueran tan comunes como respirar.

Si una manada de elefantes blancos hubiera irrumpido en la mitad de la biblioteca siendo montados por Ali Baba y los cuarenta ladrones para Amanda hubiera sido completamente normal en comparación a lo que realmente acababa de pasar. Antonio también estaba profundamente sorprendido pero no lo demostró, solo intentó actuar despreocupado y casual para no incomodar a Melchor en este nuevo paso que daba camino a la reintegración.

—¿Yo?

—Sí

Lo meditó un largo minuto, le asustaba Melchor, pero si algo importante le habían ensañado sus padres es que nunca se le da la espalda a alguien que necesita ayuda fuese quien fuese, actuase como actuase.

—Claro ¿Cuándo tienes tiempo?—respondió sonriente para la sorpresa del chico, definitivamente eso no se lo esperaba.

—Estoy libre todas las tardes.

—¿Te parece que empecemos este viernes? ¿O tienes compromisos? Los viernes siempre son de fiestas y…—ambos se miraron en silencio, las fiestas no era lo de Melchor, tampoco lo de Amanda y eso estaba más que claro—entonces el viernes nos vemos en mi casa, mi dirección es calle Coral número tres tres diez. ¿Sabes donde queda?

—Vivo a seis cuadas de ahí, en la calle Anémona.

—Bien, a las seis—sonrió conciliadora pero verdaderamente alegre. La acción no pasó inadvertida para los presentes y el pelinegro no pudo evitar sentirse incomodo con la muestra de amabilidad. Se volteó sin despedirse y salió del lugar como alma que lleva el diablo.

Antonio se despidito amablemente para luego salir disparado detrás del otro chico. Mandy solo se quedó ahí estática. Definitivamente veía visiones.

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