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Química

—Y esta es la cafetería—dijo Tomás con calma y relajo. No le fascinaba ser el guía de los nuevos, pero Amanda era a excepción.  Apenas se la habían presentado hacía diez minutos, pero habían sido los mejores diez minutos en los últimos meses.

Desde que Emilia muriera todo era muy negro. Las investigaciones, los testigos, las teorías, las intrigas. La mayor parte del tiempo se sentía sobrepasado, y sobre todo muy solo. Deseaba mandarlo todo al demonio, tomar su bolso y largarse de aquel pueblo condenado. Sabía que no tenía ningún lugar donde ir, pero sin Emilia daba lo mismo donde estuviera.

Desde que se mudaran de Los robles, años atrás, su vida se había vuelto un infierno. Primero su hermana se quedó en el pueblo, abandonándolo. No se había quejado, ella tenía derecho de hacer su propia vida, pero vivir con sus padres era como vivir con nadie, solo tenía Lorena, a quien quería como si fuera su madre, pero no era lo mismo. Sin Emilia todo se veía muy solitario.

Luego Emilia dejó de llamar. Sintió que lo olvidaba, que su nueva vida era mucho más estimulante que él. Nuevamente no dijo nada, simplemente aceptó que a todos les llegaba el momento de dejar el nido, también a su hermana.

Finalmente dejó de saber de ella, se perdió en el mapa, se disolvió en los recuerdos.

Años después, cuando regresaron a Los robles, volvió a verla, pero ya no era su hermana.

Recordaba la emoción del momento, la alegría apabullante que lo invadía y que apenas le dejaba respirar, esas ganas de salir corriendo de lo fuerte que le palpitaba el pecho y la energía que recorría cada uno de sus músculos. Vería a su hermana después de tanto tiempo, no podía esperar.

Pero ella no estaba tan emocionada con su regreso.

Se encontró con una mujer maltratada por el tiempo, flaca y demacrada. Piel sucia, cabello pajizo, mirada perdida y ropa destruida. Ni siquiera se molestó en hablarle, solo le reventó la puerta en la cara y cerró con pestillo.

Fue mucho más de lo que Tomás pudo soportar.

Se enteró luego que Melchor había caído en las drogas, Antonio se había convertido en una estrella del deporte y Cristina se había adquirido una superficialidad deleznable.

Todo para Tomás era desilusión tras desilusión. Con lo emocionado que estaba por volver al lugar donde se acumulaban la mayoría de sus buenos recuerdos. No le quedaba más que resignarse a que la vida, en su mayoría, era un túnel oscuro con pequeñas ventanas que, muy de vez en cuando, dejaban entrar algo de luz. Y a él hace demasiado tiempo que lo tenían en la oscuridad.

Hubo un tiempo en que las cosas parecieron mejorar. Su hermana empezó a buscarlo, a rehabilitarse, pero todo se fue a la mierda nuevamente.

Murió de una sobredosis, encontraron su cuerpo frio y pálido la madrugada del nueve de septiembre. Él no volvió a ser el mismo, nada volvió a ser lo mismo.

Una cosa era saber que su hermana estaba por ahí ignorándolo y otra muy distinta que su hermana no estuviese más, nunca más.

Pero ese día, por obra y gracia de alguna deidad en la cual Tomás no creía, había aparecido en la puerta de la oficina del director un chica bajita y morena, tan adorable que Tomás se quedó un minuto completo observándola como si fuese un ángel recién caído del cielo.

Miraba asustada todo a su alrededor, y cruzaba furtivas y cortas miradas con él.

A Tomás le pareció lo más encantador que jamás vería, y decidió que estaba cansado de que todo en su vida estuviera oscuro. Se acercó a la ventana y corrió la cortina con extrema furia, iba a entrar luz a su túnel, haría que entrara luz a su oscuro, frío y solitario túnel.

Se ofreció para enseñarle la escuela y para guiarla el primer día, o la primera semana, o el tiempo que ella quisiera. Amanda se sonrojó y creyó que Tomás solo estaba bromeando, pero él iba en serio, muy en serio. 

—Esa es la cancha, y ese nuestro equipo de futbol. Somos los mejores de la región.

—Sí, algo escuché—esgrimió ella—¿Juegas?

—Sí, pero no compito, no soy así de bueno.

Ella sonrió tímida y Tomás volvió a caer rendido a sus pies. Era simplemente la chica más perfecta en el universo. Agradable, tranquila, educada, bonita, risueña. No estaba seguro de que lo que veía fuese verdad, quizás se despertaba en cualquier segundo, pero no podía evitar disfrutar hasta el último instante de su compañía.

—Me gustaría participar en algo, algún club, no soy muy buena en deportes.

—¿Ya pensaste en algo?—preguntó él.

—No, bueno, sí, en mi antigua escuela era parte del centro de alumnos. Siempre fui tesorera y secretaria.

—Increíble, creo que hoy es tu día de suerte.

—¿Por qué lo dices?—preguntó Amanda con ojos grandes y sorprendidos.

—Porque justo hoy pensaba postularme para presidente.

  ···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···

Melchor se miró pero muchísimo tiempo los pies ese día. Sentado en su cama, no podía quitar la vista del suelo. Aun no lograba asimilar la información obtenida el día anterior, no sabía cómo hacerlo, era demasiado doloroso para soportarlo y tenía claro lo que pasaba cuando algo doloroso lo aquejaba, se drogaba. Esa era su mejor solución para el dolor, su mejor solución para todo en la vida.

Tembló de solo pensarlo.

Hasta el momento había resistido las emociones que lo agobiaban, la ira, la desesperación, el miedo, la amistad, el cariño y la preocupación, pero en todo este tiempo la pena y el dolor no se habían aparecido para atormentarle, y a fin de cuentas lo que lo condujo hasta las drogas fue siempre el dolor, siempre.

Otra eternidad pasó observándose los pies, apenas había dormido la noche anterior y le sorprendía no sentirse cansado. El corazón se le apretaba dentro del pecho quitándole las ganas de respirar nuevamente y revolviéndole el estómago.

¿Por qué la vida tenía que ser tan cruda?

Todo significaba dolor a su alrededor, más del que quería aceptar. Extrañaba muchísimo a Gaspar, no tenía idea de cuanto lo necesitaba en casa para aconsejarlo. Luego estaba su madre, con esa cara que tanto odiaba, lánguida, triste y vacía, el recuerdo de los estigmas de una historia torcida. Después venía Baltazar. Apretó el colchón con sus manos y se mordió la lengua hasta sentir el sabor de la sangre en la boca. Finalmente estaban los papeles, los malditos papeles de Felipe, pruebas de aquel secreto escabroso.

Tomó todo el aire que pudo y botó.

Nunca antes se había sentido tan solo, lo cual le resultaba irónico de cierta manera. Incluso estando es las calles podía contar con Gaspar, pero ya no más. Eran él y el secreto. Nadie más.

La puerta se abrió dejando ver la silueta delgada de Magdalena. Melchor la miró con rabia por un instante y regresó a analizar sus pies.

—Melchor ¿Estás despierto?

—¿Qué no me ves?—ella suavizó su expresión al máximo y se aventuró a entrar.

—Es que por lo general a esta hora ya estás en la ducha.

—Ya voy.

Se quedaron el silencio. Ella dudó un instante y se acercó lo suficiente para quedar frente a él. Temió estar presionando demasiado pero no pudo evitar posar la mano en el hombro de su hijo. No supo que fue exactamente lo que la emocionó, podía ser el hecho que dejara que lo tocara o quizás que no la rechazara, no lo sabía.

—¿Pasa algo?—preguntó con tono dulce.

—Nada. Déjame en paz Magdalena.

—Sabes que puedes decirme si algo sucede. No voy a juzgarte.

Él alzó la mirada nuevamente y sus ojos azules le parecieron muy tristes a su madre. Era increíble cómo Gaspar y Melchor se parecían a Baltazar, y al mismo tiempo no se asemejaban en nada. Los ojos por ejemplo, los tres poseían esa mirada azul intenso, pero mientras que la de Baltazar expresaba frio y distancia, las de sus hijos estaban dotadas de cierta melancolía, de una sensación de anhelo que la sobrecogía. Quizás por eso los había abrazado tanto de pequeños, ellos se lo rogaban con los ojos, se lo imploraban.

Melchor se levantó  para quedar más alto que ella, pero ella no se movió ni un ápice, no dudó, no se estremeció, lo único que hizo fue entregarle la mirada que cualquier madre le entregaría a un hijo en problemas.

—Tengo miedo—dijo finalmente, casi como si no lo hubiese dicho—pero creo que puedo seguir a pesar del miedo. Siento que dudo, pero no es como antes, es más débil, más lejano.

Magdalena sonrió muy grande, con esa sonrisa que le cerraba los ojos y que le formaba una margarita a cada lado, esa que su hijo menor había heredado.

—Claro que puedes seguir. Tú siempre fuiste capaz de lo imposible—acarició su mejilla tentando a la suerte pero pareció que a Melchor no le desagradaba—te prepararé desayuno. Apúrate y entra a la ducha.

Justamente eso hizo, pero después de desayunar no se fue a la escuela, se colocó la mochila al hombro y se largó con sus decisiones claras.

Había una constante en su vida y también una verdad irrefutable.

Entre su casa y la calle Esperanza, había solo treinta minutos.

Cristina no estaba segura de que era. Podía ser que fuese ella, pero se negaba a creerlo, prefería pensar que eran los demás, que era el entorno, la situación, las circunstancias, pero, desde que la atacaran Nicole y sus arpías, algo había cambiado.

Las cosas no le parecían lo mismo de antes, y no era solo su reflejo al mirarse en el espejo por las mañanas, era algo más abstracto, más intangible, como si la forma en que viese el mundo se hubiera torcido por completo.

Le gustaba pensar que lo había desencadenado el hecho de haber sido humillada y expuesta por la estúpida de Nicole, esa idea la dejaba tranquila, puesto que era muy lógico ¿Quién no miraría el mundo con otros ojos después de semejante experiencia?

Pero de tanto en tanto, cuando bajaba la guardia de las mentiras que se decía a sí misma, recordaba que dentro el acto, el único segundo en el que realmente se sintió humillada fue cuando le confesó todos sus sentimientos a Melchor y que el único momento en el que estuvo completamente expuesta fue el instante en que los brazos de él rodearon su cuerpo.

Lo dejaba ir rápido, olvidaba que aquella idea se había siquiera asomado a sus pensamientos, y seguía con su vida. Aceptar que Melchor aun podía atravesar su caparazón de mentiras era una realidad demasiado dura como para aceptarla, tan extremadamente cruda que prefería suponer que nunca sucedió a enfrentarla con gallardía.

Ella no era gallarda, ella era una simple chica tratando de pasar la adolescencia sin morir en el intento.

Por eso prefería pensar que no era algo de ella, sino algo de todos los demás. Quería creer que eran ellos quienes la trataban distinto, quienes la miraban de manera diferente. Ese pensamiento era suficiente como para calmar sus inquietudes y esconder sus temores.

Suficiente para sobrevivir, aunque sobrevivir nunca es suficiente.  

El cambio que más le preocupaba era la lejanía de Pati, hablaban por el teléfono, pero cuando llegaba el momento de encontrarse ella siempre tenía alguna excusa. Aun durante el periodo de clases Patricia encontraba una que otra razón que les impedía juntarse y, a pesar que solo habían pasado dos días desde que volviese a la escuela, Cristina suponía que algo tenía que ver Nicole en el asunto.

Decidió que no podía dejar las cosas al azar, Pati era su única amiga, y en tiempos de hostilidad como aquellos era primordial tener una amiga en quien apoyarse.

El recreo estaba por acabar y si quería hablar con ella debía apurarse, pero primero debía pasar a su propio salón para buscar su teléfono. Por lo general no lo llevaba al baño, había demasiadas formas de que se estropeara ahí.

Antes de llegar se encontró a dos chicos de su salón saliendo sospechosamente. Gonzalo y Rogelio. Ninguno le caía del todo bien, y por lo general los evitaba a toda costa, pero fueron ellos los que repararon en ella y de inmediato se quedaron inmóviles.

—¿Se te perdió algo Marambio?—preguntó Rogelio con tono autoritario y amenazante.

—No lo sé ¿Se les perdió algo a ustedes?—respondió ella tan brava como pudo. Nadie iba a tratarla mal, nunca más.

—Mejor métete en tus propios asuntos ¿Entendiste?—las palabras de Gonzalo no fueron del todo de su agrado.

Era una lástima que Gonzalo fuera el hijo de su profesor favorito, solo lograba manchar el perfecto nombre de la química.

—No creo que al capitán del tu equipo le guste saber que te portas mal con su novia.

—Creo que al capitán tampoco le gusta saber que el equipo entero tiene una foto de su novia en el teléfono, pero no veo que esté haciendo algo para evitarlo.

Cristina le entregó una expresión de desdén y pasó a su lado chocándole el hombro. Aun no veía la dichosa foto, y no tenía ninguna prisa, prefería pensar que no existía, al igual que la sensación de cambio y sus sentimientos por Melchor.

No había nadie dentro del salón, y eso la tranquilizó. Necesitaba un minuto de paz antes de enfrentar a Pati, necesitaba pensar sus palabras y meditar su accionar.

Pero la calma no duró demasiado y mientras ella cavilaba los problemas del mundo desde su pupitre, Melchor apareció en gloria y majestad en el umbral de la sala.

—Hola—dijo él, con actitud casual y las manos en los bolcillos.

—Hola. Vienes tarde, ya pasó la primera hora—apuntó a lo obvio solo porque no se le ocurría nada más que decir.

—Sí, tenía hora al médico—mintió tan rápido como pudo.

—¿Bien?

—Sí

—Eso es bueno.

—Lo es.

El silencio se volvió incómodo y cada uno regresó a su tarea diaria de ignorarse. En el fondo ninguno de los dos quería hacerlo, pero ambos concordaban tácitamente que era lo mejor. No era posible recuperar los años perdidos y los corazones destrozados, simplemente debían seguir adelante, como iban a hacerlo antes de que Tomás los reuniera.

Melchor depositó el bolso sobre su mesa y se lanzó a la silla exhausto. Sentía la camisa del uniforme pegada al cuerpo y el pelo pegajoso. Sudó toda su visita a la calle Esperanza, los recuerdos lo atormentaron y los fantasmas del pasado lo visitaron vívidamente, pero ahí estaba, completo y limpio.

No sabía si era merito suficiente para estar orgulloso o algo por el estilo. Él no se sentía especialmente emocionado por su hazaña, más bien tenía asco, el estómago revuelto y la sensación cotidiana de estar sucio.

Había sido horrible volver a ese lugar. Sin los efectos de la droga todo era muchísimo más decadente, más triste, más patético.

Nadie le había ofrecido una dosis, quizás por eso seguía limpio, no podía saberlo con seguridad. Se sentía en paz con la vida que llevaba hasta ahora, podría decirse que le gustaba, pero la droga siempre estaba ahí, como una opción simple a grandes problemas.     

No quería pensar en ella, no quería recordar la sensación de tenerla en las venas y olvidar hasta el nombre, la magia de perder la noción de lo que es real y lo que no, de lo que es importante y de lo que vale un carajo.

De verdad no quería pensar en ello, pero ahí estaba, en su cabeza, la sensación de flotar en las nubes aun mientras vivía un infierno.

Había sido una pésima idea ir a la calle Esperanza, principalmente porque la información que tanto buscaba nadie la conocía. Las únicas personas que se relacionaban con Emilia y aún seguían libres estaban en esa calle, pero aparentemente ninguno la conocía lo suficiente.

La carpeta naranja seguía siendo un golpe duro a su cordura y al mismo tiempo un misterio que no estaba seguro de querer resolver.

La heroína sonaba muy bien en ese momento.

Pero había otra cosa que también sonaba muy bien, el nombre de Cristina en sus labios.

—Cristina—dijo notando que si no pensaba en otra cosa regresaría a la calle Esperanza antes de que alguien más notara que estaba en el establecimiento.

Ella se volteó curiosa y notó el tono pálido en la cara de Melchor. Lucía enfermo, sudoroso y débil.

—¿Estás seguro que el doctor dijo que estaba todo bien? No te ves bien ¿Quieres que llame a alguien?—Cristina se levantó de la silla dispuesta a correr de la sala a toda costa. Si hablar con Melchor estaba mal, preocuparse por él estaba fuera de todos los límites que se había autoimpuesto.

—No—la mano temblorosa de Chie encontró la muñeca de Titi y la aprisionó con seguridad—, no te vayas, no me dejes solo.

Dos fuerzas se pelearon a muerte en el cuerpo de Cristina. Una le rogaba que se soltara del agarre, que se arrancara la muñeca si era necesario, para no tener que tocarlo, para no tener que aceptar que Melchor era real y se sentaba justo detrás de ella, pero la otra no hacía mucho esfuerzo y solo dejaba claro un punto: Cristina quería que Melchor la tocara y había esperado seis años para volver a saber que él era más real que un montón de recuerdos de infancia.

No supo al final quien de las dos voces ganó, pero lo que sí hizo fue soltar su mano de la de Melchor y sentarse frente a él para hacerle compañía.

—Gracias—dijo, y solo ahí Cristina supo con plena certeza que era lo que había cambiado.

Melchor.

La puerta volvió a abrirse y esta vez quien entró fue el director. Su cara no auguraba buenas noticias y el hecho que lo acompañara el maestro de química no le daba  muy buena espina a Cristina ¿No se suponía que hoy entregaban las notas de la prueba a la que ella había faltado?

—Melchor, que bueno que te encuentro, necesito conversar un tema contigo.

Chie alzó su rostro pálido y Titi sintió que sobraba en ese cuadro, pero no se fue.

—¿Qué pasa?—trató no sonar pedante, pero no podía evitar usar ese tono con el hombre que pretendía a su madre.

—Debo pedirte que me dejes revisar tu pupitre y mochila.

—¿Para qué?

—Por favor—pidió amable el mayor, y se paró justo al lado de ellos con postura intransigente.

Melchor se encogió de hombros y se recostó en la silla para que pudiesen revisar la parte inferior de su mesa, que solo contenía guías a medio hacer y hojas arrancadas de algún cuaderno.

Cristina miró a su tío con el ceño fruncido, él no era un hombre serio, ni siquiera estaba segura de que fuese capaz de enojarse. Algo andaba mal, muy mal.

Guillermo suspiró cansado y sacó un montón de hojas de debajo de la mesa de Melchor, miró reprobatoriamente al muchacho y luego le pasó el material al maestro.

—¿Es lo que había perdido?

—Lo es—respondió el hombre con tono podrido.

—¿De qué hablan?—preguntó Chie con inocencia.

—Melchor creo que es momento de que nos des una explicación.

—¿Explicación de qué?

—De por qué está la pauta de la prueba de química que diste la semana pasada en tu pupitre.

Cuando terminó la primera hora de clases, a Amanda se le hizo un nudo tan grande en el estómago que creyó que se desmayaría. Sintió su cuerpo desfallecer, sus miembros lánguidos y sus tripas anudadas como una trenza alemana. Algo malo, muy malo, le había pasado a Melchor. Lo intuía, no, lo sabía, podía asegurarlo.

Tragó un poco de agua en el baño para poder calmar la creciente sensación del desayuno en la boca y salió en dirección a la bodega. Había cosas pendientes que hacer para el centro de alumnos, y siendo ella la vicepresidenta debía encargarse.

Hubiese preferido no hacerlo, no tenía ánimo ni concentración para dedicarse a otra cosa que no fuera pensar en Melchor.

Si tan solo pudiese llamar a su casa, quizás su ausencia fuese a causa de un resfrío y Melchor ahora se encontrase en cama, sonándose los mocos y tomando sopa de pollo.

Amanda sabía que no era así, lo tenía muy claro, por eso no llamaba, no quería asustar a Magdalena, no quería tener que declararle que su hijo no estaba en la escuela sino en otra parte, una que a Amanda no le gustaba para nada.

No tenía pruebas, no tenía indicios, no tenía ningún dato objetivo del paradero de Melchor, aun así era capaz de afirmar con toda confianza de que estaba en la calle Esperanza.

Tembló imaginando lo peor, y sintió ganas de correr tras él, pero ¿cómo ir a la calle Esperanza sola y de día? Nunca había hecho algo como eso, nunca había hecho nada que pudiese considerarse osado. Pero la imagen de Melchor la perseguía a cada instante, la acechaba, le hacía tiritar sin sentir frio y sudar sin sentir calor.

Debía hacer algo, debía ir en su busca.

Abrió la puerta de la bodega con la incertidumbre en la boca del estómago. La duda estaba entre si fugarse o no de la escuela en busca de Melchor y, aunque su crianza chillaba a todo pulmón que eso era una falta de respeto hacia todo lo que sus padres le habían enseñado, su corazón susurraba suavemente en su oído que debía hacer caso a su instinto.

—¿Estás bien Amanda?—salió rápidamente de su ensoñación en cuanto la voz de Tomás resonó en la habitación.

No había notado que él estaba también en la bodega, ni siquiera sabía cómo era que había llegado hasta ahí.

Batió la cabeza con la idea que eso reorganizaría sus pensamientos, y rebuscó entre los objetos olvidados del lugar alguno que le recordará la razón por la cual se encontraba allí ¿Venía por algún objeto? Eso debía ser, solo que no lo recordaba, tenía otras prioridades en ese momento, Melchor por ejemplo.

—Sí, sí, estoy bien—respondió rápidamente al notar que Tomás aún le miraba extrañado—. Yo venía a…

—¿Revisar que estuvieran todos los armazones para la feria?

Una luz le iluminó los sesos, exactamente a eso venía. Solo a contar un montón de fierros chuecos.

—Sí.

—Yo venía a lo mismo—continuó él—hay suficientes como para veinte o veintiún puestos, el resto tendrá que ponerse en el suelo.

—Sí—contentó ella por inercia, pero su mente no estaba en lo que Tomás le decía, su mente estaba en lo que Melchor estuviera o no haciendo.

—¿De verdad estás bien? ¿Si hay algo en lo que pueda ayudarte?—Tomás se acercó y puso su mano en el hombro de la chica. Ella olvidó por un instante que Tomás no le agradaba tanto últimamente y bajó su guardia.

—Es solo que estoy algo preocupada por Melchor.

—¡Uf!—la bilis se le revolvió a Tomás y repentinamente recordó la horrible imagen de su querida Amanda abrazando al idiota de Valencia—No gastes energías, hay demasiado para preocuparse en Melchor.

—Por favor Tomás, lo digo en serio, no ha venido a clases. Él nunca falta.

—Melchor rara vez viene a clases ¡El año pasado asistió como tres semanas, nada más!—estaba descubriendo algo interesante, detestaba que Amanda hablara de Melchor, era como veneno para sus oídos, le hacía sacar esa parte de él que detestaba, la parte envidiosa y maquiavélica—Tú recién lo vienes conociendo Amanda, en cambio yo…

—¿En cambio tú qué?—preguntó retadora—¿Lo conoces de toda la vida acaso?

—En cambio yo lo he observado de cerca por tiempo suficiente. Melchor no vale tu preocupación.

—¡Claro que la vale!—chilló ella—eres tú quien está equivocado, no conoces al Melchor que yo conozco.

—¡NO! Tú no conoces al Melchor que yo conozco, el que te da la espalda sin razón alguna. Lo hará contigo, estoy seguro—sentía como levantaba la voz sin quererlo, era inevitable, la sangre se le subía a la cara y el corazón le palpitaba con fuerza.

—Melchor no es la persona que tú o todo el resto de la escuela piensa ¡Es un buen chico!—Amanda apretó los labios y arrugó la frente a más no poder. Tomás se estaba pasando más de lo que podía soportar.

—¡Melchor es un mentiroso, un drogadicto y un asesino!—rugió con furia.

El cuarto se quedó en silencio.

Tomás sabía que lo que había dicho era verdad, todo el mundo lo sabía. No estaba equivocado en sus palabras, pero por alguna razón las palabras, en ese orden y en esa entonación, le sabían amargas como las mentiras. Se arrepintió casi de inmediato y sintió muchas ganas de salir corriendo.

La imagen vieja y algo borrosa de Melchor, Antonio y él sentados en la guarida acarició los lugares más recientes de su memoria, y no pudo menos que sentir nostalgia.

—Ustedes se merecen—dijo Amanda con los ojos enjugados en lágrimas—tú y Marambio, son el uno para el otro.

—Amanda…

—No quiero escucharte.

Ella abandonó ofuscada la bodega antes de que él pudiese detenerla, no iba a soportar un minuto más en la misma habitación que ese imbécil ¿Dónde había ido ese chico amable que le había enseñado la escuela el primer día, ese del que se había enamorado?

Tomás supo que la había cagado, no solo con Amanda, sino con Melchor. No es que Melchor le cayera bien, para nada, pero tampoco lo odiaba.

Había estado estudiando química con él y lo único malo que podía decir era que su caligrafía era como la de una persona con Parkinson en la mitad de un terremoto.

Su comportamiento rayaba en lo impecable, le obedecía en todo y aprendía muy rápido. Melchor no era eso que la gente decía y creía, podía sonar a verdad, pero no lo era.

¿Qué le estaba sucediendo? ¿Qué estaba pasando con su comportamiento envidiable y su templanza? Actuaba como un niño mimado, actuaba como él mismo.

—Hasta que te encuentro.

Miró la puerta y se encontró con el rostro enrojecido de Cristina. Traía el cabello castaño desordenado, la blusa fuera de la falda y respiraba entrecortadamente.

—Ahora no Cristina, no estoy de ánimo—relajó los músculos y decidió regresar a su salón antes de que hiciese o dijese otra estupidez.

—Cuanto lo siento, pero todo esto es tu culpa.

—¿Mi culpa? ¿Se puede saber qué exactamente es mi culpa ahora?

—Melchor está metido en un lio.

—¡Tú también me vienes con cuentos de Melchor? Mira, que te quede claro que en este minuto es la última persona de la que quiero escuchar hablar.

Rodeo a la chica con el fin de salir de la bodega pero ella le impidió el paso. Hacía tiempo que no le veía esa cara decidida a Cristina, demasiado tiempo.

—Escúchame bien Tomás Ignacio, si no se te hubiese ocurrido la brillante idea de volver a juntarnos yo no estaría preocupada por Melchor, y si yo no estuviera preocupada por Melchor no te estaría molestando en este minuto. Todo es tu culpa, así que ahora te haces cargo. Melchor está en un lio grande.

—¿Se ha drogado en la escuela?

—Ha sacado el cien por ciento de la prueba de química.

—Hijo de… ¿Cómo puede ser eso un problema?

—Porque encontraron la pauta de la prueba en su mesa…

—Y un demonio ¿¡Si va a robarse la pauta cómo se le ocurre dejarla en su mesa!?—gruñó Tomás cansado.

—No era la respuesta que esperaba del presidente del centro de alumnos, pero da lo mismo, la cosa es que él no la robó—explicó Cristina apresuradamente.

—¿Cómo lo sabes?

—Eso dice él.

—¿Eso dice él? ¿Y vas a creerle?

—Tú has estado estudiando química con él, tú dime ¿Debo creerle?

Tomás se cruzó de brazos y suspiró profundamente, botando todo el aire de sus pulmones y reflexionando que hacer.

—Él dejó que esas chicas te…

—Y yo soy quien debería estar enojada, pero no lo estoy.

—¿Y qué quieres qué haga?

—Nada, solo te venía con el chisme, allá tú que haces—Cristina se encogió de brazos y dio media vuelta como si todos los problemas del mundo estuviesen ya resueltos.

—¿Qué significa eso? ¡No tengo ganas de ayudar a ese imbécil que ni siquiera sabe hacer trampa correctamente!

—De acuerdo, no lo hagas, aun cuando eres el único que podría respaldar la idea de que Melchor si sabe química. No voy a obligarte a ayudarlo, eso queda para tu conciencia.

—Serás bruja.

—Aprendí del mejor… solo recuerda quién era el que te ayudaba en las materias que te costaban cuando éramos pequeños.

Se marchó con calculada tranquilidad, aun cuando hacía solo unos segundos corría por los pasillos como si la vida se le fuese en ello. Tomás vio su silueta desaparecer en el pasillo y la maldijo internamente.

De pronto recordó al viejo Chie, ese de cabello revoltoso y ojos azul brillante. Lo vio sentado junto a él en el recreo, dibujando algún mapa mientras esperaba que terminara la tarea extra que le habían dado en matemáticas solo porque le costaban más.

«La dos está mal» le susurró en su recuerdo «es nueve». Luego sonrió y continuó en su mapa.

Cerró los ojos con fuerza, maldijo una última vez y cerró la puerta de la bodega.

Guillermo sintió como si golpearan la ventana un segundo antes de que Magdalena contestara el teléfono. Olvidó de inmediato que el mundo a su alrededor existía y se concentró por completo en la dulce voz de la mujer al otro lado de la línea.

—Ho-hola Magdalena.

—¿Guillermo? ¡Hola! ¿Cómo estás?

—Excelente, de maravilla, todo bien ¿Cómo estás tú?

—Bien también, gracias por preguntar ¿Pasa algo? ¿Melchor está bien?

Guillermo cayó de repente en la cruda realidad, está no era una llamada de placer, sobre sus hombros caía la responsabilidad de informarle a Magdalena que su hijo había sido expulsado para siempre de la escuela.

Como le hubiese gustado no tener nunca que comunicar aquello, como le hubiese gustado que Melchor hubiese recapacitado.

Se armó de valor y decidió hablar con la verdad, lo más serio que pudiera.

—Lo que pasa Magdalena es que Melchor ha… robado una prueba de Química y lo he expulsado—respondió rápido y frío. No quería tener que hacerlo, pero era su deber—. Sé que esto es una gran impresión y que parece que todo va mal, pero tengo un amigo en el pueblo vecino que podría aceptar a Melchor… lo siento mucho Magdalena.

Esperó el llanto, esperó que ella dijese algo, pero no sucedió. Todo lo que recibió fue cruel y desgarrador silencio ¿La había impresionado al punto de paralizarla? ¿Había terminado de destruir a esa pobre mujer?

Iba a odiarlo, ahora sí que no tendría ni la más mínima posibilidad con ella.

—Magdalena, por favor di algo—pero nadie le respondió—por favor Magdalena, no es tan terrible, encontraremos una solución en conjunto—silencio—Magda, solo dime que estás ahí.

—No está ahí.

Guillermo miró hacía su costado, Cristina lo miraba con expresión sería mientras presionaba firmemente el botón para colgar. Le quitó el auricular de la mano a su perplejo tío y lo colocó en su lugar.

—¿Cómo entraste?—logró articular Guillermo después de superar, a medias, su asombro.

—Por la ventana. Deberías poner barrotes o algo así, cualquiera podría meterse.

—Cristina Raquel esto es…

—Necesario—le interrumpió ella—muy necesario.

Se sentó frente al escritorio y se cruzó de brazos. Guillermo siempre la había encontrado muy parecida a su padre, pero cuando se cruzaba de brazos y ponía su cara de berrinche era como evocar a su propia hermana años atrás cuando quería algo y Guillermo se lo negaba.

—Acabas de cortarle a Magdalena.

—Deberías agradecérmelo, nada de lo que iba a decir iba a hacerte lucir mejor—se encogió de hombros y posó la mirada en un pequeño elefante de cristal que su madre le había regalado a su tío hacía tres navidades.

—Cristina…

—Melchor no lo hizo y lo sabes.

—Cristina…

—Lo inculparon ¿Para qué robaría la pauta si es suficientemente inteligente?

—Titi, entiendo que estés preocupada por tu amigo pero…

—Primero, no es mi amigo—le interrumpió—, segundo, no me digas Titi, tercero, no estoy preocupada, creo que no es justo que le culpen de algo que no hizo. Tú sabes lo mucho que me gusta hacer justicia…

—Tú odias hacer justicia.

—En fin, creo que no puedes expulsarlo sin un juicio justo. Hay que presentar las pruebas, testimonios, investigación de campo, derecho apelación.

—Por favor Titi ¿Quién querría incriminar a Melchor?

—¡Todo el mundo!—chilló ella levantando los brazos—Deberías preguntarte quien no querría hacerlo. Lo odian tío, creen que no merece estar aquí, no les gusta compartir siquiera oxigeno con él, de verdad ¿Cómo supiste que él la tenía?

—Una denuncia anónima.

—¿Quién?

—Anónima.

—Podría jurar que fue la estúpida de Rocío Retamal, ella haría cualquier cosa por Gonzalo—Guillermo abrió un poco más los ojos y Cristina supo entonces que estaba en lo correcto, si había sido Rocío, lo que significaba que si había sido Gonzalo quien se había robado la pauta—¿No te parece raro que sepa quién te vino con el cuento?

—Eso no prueba nada.

—Tomás estudió con el química, él puede asegurar que Melchor si sabe química…

—Eso tampoco prueba nada.

—Por favor—rogó juntando las manos—yo sé que él no lo hizo.

—¿Lo sabes?—preguntó su tío con la ceja alzada.

—Lo supongo… además sé quién pudo haberlo hecho, pero no tengo pruebas.

—Mira Titi, mientras no me traigas la confesión de alguien lo único que tengo es que la pauta estaba entre las cosas de Melchor. Lo siento.

—¡Pero nunca voy a lograr que confiesen!

Guillermo la miró con compasión, se dispuso a tomar el teléfono nuevamente y llamar a Magdalena para darle las malas nuevas.

—¡Suelta eso! No hemos terminado.

—Sí lo hemos hecho.

—¡No! ¿Quieres una confesión? Pues te daré una confesión. Yo lo hice tío, yo incriminé a Melchor.

Misteriosamente, y como si hubiesen coordinado sus acciones en la vida, tanto Antonio como Tomás y Amanda llegaron frente a la puerta de la dirección al mismo tiempo.

Como siempre la más perdida era Amanda que no lograba imaginar por qué los otros dos estarían ahí. A Tomás no quería verlo y Antonio le generaba respeto después de la paliza que le había dado a Melchor en el café.

Podía ser que no vinieran por las mismas razones que ella, quizás tenían otros motivos, motivos que distaban años luz de los suyos. Antonio se aclaró la garganta y disipó de inmediato las dudas.

—Escucha—dijo apuntando a Tomás—esta es la historia, seguimos enojados por lo que le hizo a Cristina, pero no se merece lo que está pasando, así que vamos a echarle una mano porque eso hacen los amigos.

—Yo no soy su amigo—rezongó Tomás.

—Claro, y estás acá porque hay una reunión de emergencia del centro de alumnos.

—Podría ser…—soltó casual.

—¿De qué van ustedes? ¿Qué hacen acá?—Amanda se sentía más beligerante que de costumbre, las cosas comenzaban a sobrepasarla, entre Melchor, Tomás y la calle Esperanza estaba a punto de explotar.

—Venimos a salvar el día Amanda ¿Has visto a Cristina?

—Creí que estaría acá—admitió Tomás—me vino con todo un discurso moralista y luego se marchó la muy sabelotodo.

Antonio rodó los ojos y puso las manos en las caderas.

—Es una orgullosa, primero ruega que lo ayudemos y después se hace la interesante. Uno de estos días va a matarme.

—No sé cómo puedes ser su novio—Antonio frunció el ceño y carraspeó. Si tan solo supiera que todo era una farsa.

—En fin, te recuerdo que aún estamos enojados pero solo porque somos almas caritativas haremos una excepción y le ayudaremos ¿De acuerdo?

—Me parece justo.

—No lo arruines Amanda—masculló Anto en dirección a la chica.

Ella lo miró sin entender nada y se cruzó de brazos ¿Quién demonios se creían? ¿Ella arruinarlo? Era la única que venía de buena fe a ayudar a un amigo en apuros.

Pasó entre ellos sin pedir permiso y entró a la dirección con actitud decidida.

Melchor estaba sentado en las sillas junto a la puerta de la oficina del director. La secretaria la miró pero no le puso demasiada atención, mientras que Melchor solo arrugó el entrecejo y bufó.

—¿Qué ha sucedido?—inquirió ella, al tiempo que se acercaba a toda velocidad hasta él.

—Me han expulsado, el director está hablando con mi madre en este momento.

—¿Qué?

—La pauta de la prueba estaba…

—Eso ya lo sé—exclamó Mandy perdiendo los estribos—, la pregunta es ¿Cómo llegó ahí?

—Si lo supiera no me hubieran expulsado ¿No crees?

—¡Oye! Baja el tono, solo está preocupada—la defendió Tomás. Amanda le miró altiva y le regaló un pequeño desprecio.

—Si no te molesta esta es una conversación privada entre él y yo.

A Melchor le sorprendió la violencia en las palabras de Amanda y supuso que tarde o temprano, y aunque él no lo quisiera para nada, iba a terminar escuchando un largo monólogo sobre todo lo que estaba mal con Tomás. Suspiró al ver su futuro tan negro. Lo estaba intentando, de verdad lo estaba haciendo, estudiaba, asistía a clases, mantenía la compostura, ignoraba lo que decían de él y sacaba buenas notas ¿Qué recibía a cambio? La expulsión.

No podía ser de otra forma, él era y siempre sería un marginado, quizás era momento de aceptar su lugar en la vida y dejar de fingir que su situación era diferente.

—Mira Melchor, aún estoy tremendamente enojado por lo que le hiciste a Cristina…—comenzó Antonio.

—Yo también—sentenció Tomás, solo para no sentirse tan al margen de la conversación.

—Pero somos amigos y los amigos se apoyan en momentos como estos—posó su mano en el hombro de Chie y sonrió—vamos a sacarte de esta, de verdad vamos a hacerlo, te lo prometo.

—No deberías prometer cosas que no puedes solucionar—zanjó con voz gélida—¿Qué piensas hacer? Necesitarías un milagro para sacarme de esta.

La puerta de la oficina del director se abrió de par en par dejando ver la cara más que furiosa de Guillermo. Melchor supo entonces que estaba condenado, que aunque su madre fuese sor Teresa no saldría airoso, nunca había visto al director enojado y era una pésima señal que la primera vez fuese su culpa.

—Antes que diga cualquier cosa director—empezó Tomás—creo que tiene que escuchar lo que tenemos que decir. Melchor es increíblemente bueno en Química, yo le he enseñado, en unas cuantas semanas ha aprendido más de lo que yo he logrado en cuatro años.

—Es un jodido genio—Antonio se arrepintió de inmediato de haber dicho «Jodido» frente al director, pero se sobrepuso. Momentos desesperados requerían medidas desesperadas.

—Siempre ha sido más inteligente que el resto, tuvo un episodio de estupidez que le duró como seis años, pero este no es el caso.

—¿Cómo se supone que eso va ayudarme?—preguntó Melchor con una ceja alzada.

—Silencio, estoy tratando de salvar tu pellejo inmundo. La cosa es, director Letelier, que Melchor no es tan idiota para robar una pauta y dejarla bajo su mesa, es mucho más brillante que eso, tan brillante que no necesita pauta alguna. Pregúntele lo que quiera, aquí y ahora, lo sabe todo, eso se lo aseguro.

—No va a ser necesario Tomás—sentenció Guillermo, con la expresión de enfado aun adornándole la cara—Melchor, hay alguien que te debe una disculpa.

Cristina salió casi automáticamente de la oficina y se paró junto a su tío. Sonrió de medio lado con altanería y miró a Melchor de pies a cabeza.

—Siento haber puesto la pauta en tu mesa. Solo quería jugarte una pequeña broma—se encogió de hombros—pero se me salió de las manos.

Amanda desencajó la mandíbula por completo y sintió como las ganas de arrancarle los ojos a Cristina se apoderaban de sus manos ¿Había sido ella? ¿¡Ella!?

—Pero...—logró articular Tomás incrédulo.

—Creo que era imperioso que alguien te pusiera en tu lugar Valencia—continuó ella, extendiendo, con cada palabra, una sonrisa más amplia—. No eres el nuevo Einstein, eres un pobre y triste drogadicto, acepta tu lugar en la cadena alimenticia ¿De acuerdo? En fin, creo que ahora estamos a mano, solo no te vuelvas a meter conmigo.

Ella bufó cansada y rodó los ojos. A veces se sorprendía de lo buena mentirosa que era ¿Podía dedicarse a eso profesionalmente? Quizás ser actriz era lo suyo… o una carrera política, ellos también mentían mucho.

Guillermo botó el pesado aire de sus pulmones, convencer a su sobrina de no hacer algo era como pedirle a las montañas que se movieran. Puso su mano en la espalda de la chica y le pidió que lo acompañara con el profesor de Química, Cristina estaba perdida, su única opción era convencer lo de que todo era parte de una broma y no de un malévolo plan.

Quedaría calvo pronto, eso lo podía dar por sentado.

Amanda, Tomás, Melchor y Antonio se quedaron perplejos mirando en dirección a  la puerta ¿Qué demonios acababa de suceder?

Cristina supo que estaba en problemas en cuanto escucho los pasos pesados de su padre subir la escalera de dos en dos. Decidió esconder su teléfono para que no se lo quitaran y se quedó mirando el techo con supremo interés. Era muy probable que nunca jamás volviera a salir de su cuarto, lo bueno de eso es que podría posponer su enfrentamiento con Melchor para siempre.

La puerta se abrió con violencia, soltando un poco de la pintura del techo, y Cristina aguardó.

—¿Qué hiciste qué?—ella se incorporó rápidamente y fingió estar adormilada.

—¿Mamá ya te fue con el cuento?

—¿Qué tienes en la cabeza Cristina? ¿Cómo pudiste hacerle algo así a Melchor?

—Solo fue una broma, además, al final confesé. Déjalo ya, mamá ya me dio el sermón moralista, con uno me basta.

A René se le fueron los colores del rostro y comenzó a dudar de sus capacidades parentales ¿Era la persona frente a él realmente su hija?

—Cristina, estoy sumamente decepcionado de ti, no eres la mujer que yo crie.

—Papá por favor no exageres.

—Levántate ahora mismo, le debes una disculpa a ese muchacho.

—Ya se la di en la escuela—rezongó ella con ninguna gana de enfrentarse a Melchor.

—Pues se la darás frente a mis ojos también. Me cansé de tus niñerías, levántate ahora.

—Papá no…

—¡Arriba dije! ¡Y cuando digo algo en esta casa se hace!

Todas las hermanas de Cristina fingieron que pasaban casualmente por ahí en cuanto René salió del cuarto seguido por su hija menor. La vieron arrastrar los pies como si caminara hasta la guillotina, y ni de la mirada reprobatoria de Susana se salvó.

Esto iba a costarle mucho tiempo repáralo, lo sabía, aun así el daño ya estaba hecho y no le quedaba más que  seguir fingiendo hasta que se calmaran las aguas. Más allá de una rabia de aquellas, su padre no haría nada más, era cosa de tener paciencia y esperar, solo eso.

Salió al trote de la casa y caminó de malos modos hasta la puerta del vecino. Su padre ya la aguardaba ahí, con su desaprobatoria mirada.

Llamó a la puerta en cuanto Cristina tocó el pórtico y trató de mantener la compostura para que Magdalena no lo viera tan descompuesto.

La mujer acudió a la puerta con el paño de cocina en una mano y la cuchara de palo en la otra. Se sorprendió de verlos a ambos en la entrada de su casa y los invitó a pasar.

—No te preocupes Magdalena—respondió René—y disculpa que te moleste tan tarde pero necesitamos hablar con Melchor.

—¿Ha hecho algo malo?—preguntó Magdalena preocupada. Según su hijo había habido un mal entendido ese día en la escuela, pero todo se habría resuelto sin mayores altercados.

—No, todo lo contrario, es mi hija la que ha hecho algo muy malo y queremos hablar con él para que se disculpe.

—Bien—dijo ella sin entender lo que sucedía y gritó de inmediato a su chico para que bajara—¡Melchor! ¡Te buscan en la puerta!

Tres minutos más tarde apareció Chie en buzo y sudadera. Su madre lo reprendió por lucir tan sucio y desalineado, pero él no le prestó demasiada atención, demasiadas cosas se barajaban en su cabeza como para además tener que prestarle atención a su apariencia después de la escuela.

Aunque su apacible estado de ánimo se fue tan rápido como divisó la figura delgada de Cristina en su puerta. Actuó con normalidad, y al llegar a la entrada apoyó su cuerpo contra el marco y se cruzó de brazos.

—Hola—saludó cortés en dirección a René.

—Hola Melchor, supe lo que pasó hoy creo que Cristina tiene algo para decirte

La castaña puso los ojos en blanco y juntó energías para poder mantener un poco más la mentira, solo debía disculparse y en cosa de minutos estaría de vuelta en su pieza, muy probablemente para el resto de la eternidad.

—Lo siento por lo de hoy.

—¿Por qué lo hiciste?—preguntó él, más cansado de lo habitual.

—Ya te lo dije, era una pequeña broma para…

—No, me refiero a por qué te echaste la culpa. Insultas mi intelecto si crees que me tragué toda esa mierda.

El resto del mundo desapareció repentinamente. De un segundo al otro eran solo él y ella conversando un martes por la noche.

Titi tragó saliva y buscó en el piso algo para decir. No era que deseara que Melchor la aborreciera, pero hacía las cosas más fáciles para ella.   

—Mira…

—Y se sincera, mi dotación de mentiras tuyas se llenó hace años.

La chica frunció el ceño y se cruzó también de brazos. Melchor lucía inmutable y ella poco a poco perdía su fachada de chica dura e impenetrable.

—Lo que pasa es que eres un desconsiderado.

—¿Yo?—soltó con sorna.

—Sí, vas por ahí como: Hola soy Melchor, soy super inteligente y salí de las drogas yo solito—imitó el modo en que Chie se movía y enronqueció su voz.

—¿De qué mierda estás hablando?

—Todo el mundo te odia en la escuela. Piensan que se te dan demasiadas oportunidades y que no deberías seguir estudiando.

—¿Y qué me importa a mí lo que todo el mundo piense? Allá ellos, que crean lo que quieran.

—¡Debería importarte! Esta vez yo paré la bala porque sabía que a mí no me expulsarían, tengo excelentes notas, todos los profesores me adoran, soy la sobrina del director, mientras que tú… tú con suerte te bañas todas las mañanas.

—¡Oye!—gruñó Melchor. Sabía que esta misma conversación, manejada por seres civilizados, podía ser mucho más cálida, pero no era un ser civilizado con el que hablaba, era su monstruosa e impetuosa vecina.     

—Mira, en vez de dejar que Antonio, Tomás y la tonta de Amanda se preocupen constantemente por tu vulnerabilidad, deberías defenderte solo, hacer algo para comenzar a caerle bien a la gente, o por último cuidar tu espalda.

—Mi espalda está perfectamente bien protegida.

—¿De veras? Porque lo último que supe fue que mi trasero fue suspendido por una semana por culpa de tu extremadamente bien cuidada espalda.

—No te lo pedí que yo recuerde.

—¡Oh, claro que no! Por lo que vi no hiciste absolutamente nada. Oh que pena, soy Melchor, mi vida es una asco y las cosas se pusieron más difíciles, creo que voy a llorar—imitó nuevamente la voz de Melchor e hizo un puchero—. Para la próxima, Valencia, deberías dar un poco más la pelea. No se trata de sobrevivir en la escuela como un ente inanimado, se trata de vivir. Si la siguiente ocasión te echas a morir así de fácil no pienso ayudarte.

—¿La próxima vez? No habrá una próxima vez.

—Te tomó la palabra—finalizó Cristina. Bufó como un toro y se dio media vuelta para regresar a su casa.

«No ha salido del todo mal» se dijo.

—¡Cristina!—gritó Melchor desde la puerta—Gracias.

—No hay de qué.

Y como llegó se fue.

René se quedó congelado en la puerta, y al final Melchor optó por cerrar, se notaba que no reaccionaría en ningún instante pronto.

Su madre lo miró con complicidad y rio leve.

—Tú y Cristina aún tienen mucha química—comentó inocente.

—Magdalena creo que algo se quema.

La mujer pegó un respingo y salió volando hasta la cocina mientras que su hijo la miraba sombrío. Caviló un momento antes de subir al segundo piso.

Era momento de tomar el toro por las astas, y para eso necesitaba un candado.

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