El zorro y la flor
—Yo soy como el zorro—sentenció Cristina mientras jugueteaba con uno de los mechones de su cabello.
Tanto Melchor como ella se encontraban recostados sobre la cama del chico y mientras Titi se trenzaba desordenadamente el pelo, él leía por millonésima vez El principito.
Chie detuvo la lectura y giró su cabeza hacia la izquierda para mirarle desconcertado. Cristina siempre prefería recostarse en el lado libre de la cama, él por su parte disfrutaba más del lado de la muralla.
El verano había caído con toda su fuerza y antes de las cuatro de la tarde era un suplicio salir. Tanto Antonio como Tomás se encontraban cada uno en su casa, contando los minutos antes de poder ir a juguetear a la laguna del parque, mientras que Cristina y Melchor se encontraban en la casa del chico matando el rato hasta que la temperatura menguara un poco.
—No, tú eres la flor—le corrigió. Se lo había repetido hasta el cansancio—. Mentirosa, vanidosa y orgullosa—le aclaró enumerando paralelamente con sus dedos.
Titi arrugó la frente y la nariz sin dejar de observar las puntas de su cabello. Una briza fresca entró por la ventana y le acarició los dedos de los pies.
—Soy el zorro. Lee la parte del zorro.
—¡No! Leeré la parte de la flor—adelantó un par de páginas hasta dar con el párrafo correcto—.«¡No supe comprender nada entonces!»—Leyó— «Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡Ella perfumaba e iluminaba mi vida! ¡No debí haber huido! ¡No supe reconocer la ternura detrás de sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Y... yo era demasiado joven para saber amarla». Ves, eres la flor.
—La flor es una tonta que solo sabe herir al principito y que está más preocupada de ella misma que de quienes la quieren. No quiero ser la flor—le regaló una mirada de soslayo con algo de rencor contenido, y volvió a la tarea de trenzar su cabello.
Melchor cambió nuevamente la página, realmente no necesitaba leer los párrafos para recitarlos, pero considerando lo importante que era que Cristina entendiera que era la flor y no el zorro decidió buscar la hoja exacta para leerlo directamente y no cometer errores.
—«La flor tosió aunque no estaba resfriada y al fin dijo: 'He sido una tonta, perdóname y procura ser feliz'. Le desconcertó la ausencia de reproches y quedó con el biombo en la mano sin comprender esa tranquila mansedumbre. 'Sí, yo te quiero' le dijo la flor»—Melchor hizo una pausa y miró el perfil delicado de Cristina quien se mantenía concentrada en sus cabellos. Continuó con su lectura—«Sí no te has dado cuenta la culpa ha sido mía, pero eso ahora no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz... Y deja el biombo. No lo necesito» ¡Ves! Ella ha aceptado sus errores y se ha guardado su orgullo, aun cuando la principal característica de la flor es ser orgullosa.
—Ha dejado que el principito se vaya, aún mantiene su orgullo—estiró su mano, dejando de lado sus cabellos rubios, y le arrebató el libro para leer un par de páginas más adelante—, además mira: « 'Y no prolongues más tu despedida. Has decidido irte, hazlo de una vez' La flor, que era orgullosa, no quería que él la viese llorar». ¿Te das cuenta? La flor no merecía que el principito la quisiera tanto, fue su culpa que él tuviese que marchar.
—¡Claro que no! El principito decidió marcharse, porque creyó que era la mejor respuesta, pero finalmente se da cuenta que no debió hacerlo.
—¡Aun así prefiero ser el zorro!—cambió de página hasta casi el final del libro, buscando superficialmente su parte favorita. Se detuvo y leyó—«Cuando llegó el día de la partida, el zorro dijo: '¡Voy a llorar!'» ¿Notas la diferencia? El zorro es auténtico, le confiesa de inmediato sus sentimientos—antes de que Melchor pudiese replicar, continuó su lectura—« 'Yo no quería causarte daño, pero tú quisiste que te domesticara...' 'Así es' dijo el zorro. 'Pero vas a llorar' dijo el principito. '¡Sí!' volvió a decir el zorro. 'Al final, no ganaste nada'. '¡Gané!' dijo el zorro 'He ganado a causa del color del trigo. Ahora es mucho más agradable'»—Cristina le miró seria—. Al zorro no le importa que el principito tenga que irse, porque sabe que lo más importante es aquello que han pasado juntos, eso nunca desaparecerá. El zorro no se arrepiente que lo domesticaran porque ha ganado algo invaluable gracias al principito. Que noble es el zorro, no como la insulsa flor.
Melchor le arrebató el libro nuevamente y continuó la lectura en la misma página.
—«Son realmente bellas pero están vacías. Nadie dará la vida por ustedes. Cualquiera puede creer que mi rosa es igual. ¡No es así! Ella es más importante que todas ustedes juntas porque a ella he regado, a ella cuidé y protegí con el biombo, porque la libré de los gusanos, dejando solo los que serían mariposas. Porque es a ella a la que oí quejarse, vanagloriarse y, a veces, hasta callarse. Porque, finalmente, ella es mi rosa»—cerró el libro de sopetón y bufó—. Eres la flor y punto. La flor es mucho más importante para el principito de lo que nunca será el zorro. El zorro le explicó conceptos que no conocía y le enseñó algunas cosas que no olvidará, pero la flor, ella, ella le hizo vivir intensamente. No quiero discutir más al respecto.
Se le había escapado un tono extraño en la última frase, estaba cambiando la voz a un mucho más varonil, y eso le disgustaba, le restaba autoridad que la voz le temblara de tanto en tanto.
—¡El zorro le mostró lo que era en verdad la amistad, la rosa lo obligó a marchar!
—Al principito no le importó dejar al zorro, pero muere para volver con su rosa. Con su vanidosa, efímera, imperfecta y orgullosa, flor.
—¡No quiero que me compares con la flor!—chilló—¡Fin de la discusión! Si quieres pensarlo así, bien, pero no me vuelvas a leer jamás ese libro.
¿Cómo podía ser que Cristina no viera su parecido con la rosa? Se preguntó Melchor. Era tal como ella, con sus cuatro espinas para defenderse de los tigres y su resfriado falso.
Y a él no le importaba en lo absoluto. Era feliz de solo mirarla vanagloriarse, escucharla quejarse y observarla mientras callaba. Cristina no entendía lo importante que era la rosa. Podía parecer que el zorro era muy sabio y amaba profundamente al principito, quien le había domesticado, pero la flor era quien provocaba sensaciones en el principito, a pesar de ser ignorante, imperfecta y orgullosa. La flor era la única razón que tenía el principito para volver.
—Bien, te pareces más al zorro—masculló Chie, dando su mano a torcer, como siempre frente a Cristina.
La chiquilla sonrió con suficiencia y se estiró en la cama para luego voltearse y quedar mirando directamente el perfil de Melchor.
—Ahora que ya lo has comprendido, puedes continuar leyendo desde la parte del zorro—sonrió y se acurró en el hombro del chico, para disfrutar de los dibujos que traía el libro.
Melchor se acomodó para dejarle buena visión y abrió el texto justo donde hablaba el zorro.
—« 'Los hombres han olvidado la gran verdad' dijo el zorro '¡Tú no debes olvidarla! Eres responsable, por siempre, de lo que hayas domesticado ¡Eres responsable de tu rosa!'»—Melchor hizo una pausa al notar la respiración tranquila de Cristina. Dormía profundamente. Sonrió—«'Soy responsable de mi rosa' repitió el principito para recordarlo».
···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···
I
Antes de que el minutero tocara el número doce e irremediablemente fueran las diez de la mañana Cristina abrió los ojos de par en par. Fue como si se despertara de un larguísimo sueño de miles de años, aun cuando solo había dormido un par de horas.
Sonrió de manera automática, soltando incluso una pequeña risa, como si el cosquilleo de sus propios cabellos le causara gracia.
Había besado a Melchor.
Se tocó los labios, tratando de revivir como se sentía tan impresionante experiencia, era real e increíble. Se saboreó y ahogó un grito tapándose la cara con la almohada. Podía explotar de felicidad, casi rozando la literalidad.
¿Qué se hacía desde ese punto? Además, claro, de ser tremendamente feliz.
Después de besarse, repetidamente y en el más misterioso silencio, se habían devuelto en grupo a sus respectivos hogares, regalándose miradas furtivas y sonrisas tontas. Ya se enterarían los demás más tarde, era difícil guardar un secreto como ese, pero por el momento mantenerlo como algo propio y oculto se le antojaba a Cristina como un detalle personal y precioso.
¿Y si iba verlo? Tampoco era como si Melchor fuese a desaparecer de la noche a la mañana. Probablemente estaba en su casa, desayunando con su madre, su hermano y Tomás, aparecerse tan temprano podía interpretarse un poco desesperado. Aguardaría hasta el almuerzo, o quizás hasta la tarde, sacaría a Mozart, invitaría a Melchor a dar una vuelta, miraría a Tomás con ojos amenazantes para que entendiera que no estaba invitado y que no podía hacer ninguna especie de broma al respecto, y pasaría el resto de la tarde junto a Melchor.
Sí, eso haría. Era prudente y con clase.
Saltó de la cama como un resorte, con el corazón escapándosele por la boca. A la mierda la prudencia, a la mierda la clase. Corrió al baño y se mojó la cara con agua fría para calmar sus sentidos antes de ir a acosar a Melchor ¿Se podía considerar acoso? ¿No podía ser simplemente una visita inocente como cualquier otra? ¿Qué iba a decirle?
«¡Oh, Melchor! Qué bueno encontrarte, solo quería asegurarme que seguías en el pueblo. Sabes, desperté hace un par de minutos y me moría de ganas de verte. Ya te vi. Maravilloso. Que te aproveche el desayuno»
Debía trabajar un poco en su discurso, y solo contaba con los breves minutos que separaban su cuarto del de Melchor.
¿Y si cruzaba por el balcón? No, mala idea, eso sí que era acoso. Debía ir con calma, bajar las escaleras, respirar, meditar un poco, controlar sus hormonas, practicar su saludo y luego verlo. El paseó le daría tiempo de relajo.
Salió del baño y caminó hasta su cuarto para colocarse lo primero que encontrara en su armario sin siquiera quitarse el pijama. Una chaqueta de nieve y un par de botas gruesas.
No se tomó la molestia de revisar que su cabello luciera presentable o tomar un baño breve, solo se lavó los dientes y se echó desodorante.
Bajó los escalones en silencio para no alertar a su familia, suponía que Teresa y Sonia aún dormían, Gloria debía de estar desayunando y Mónica por lo general salía con su padre a hacer las compras. La única que realmente podía descubrirla era su madre, quien justo en ese minuto se encontraba muy concentrada revisando unas cuentas en la cocina.
Sintió el alivio recorrerle al salir sin alertar a nadie, un pequeño logró para ella. Preparada y dispuesta caminó los escasos pasos que separaban su casa de la de Melchor, hundiéndose en la nieve caída durante la noche, y solo cuando ya había tocado la puerta lo suficientemente fuerte como para que todo el barrio se enterara la atacó el pánico.
¿Qué demonios iba a decirle? No era normal que viniera tan temprano, menos sin una razón de peso. Empezó rápidamente a inventarse una mentira: Mi madre necesita azúcar. Perdí mi collar ayer ¿Lo tendrás tú? Vine a hablar con Tomás. Me moría de ganas de verte.
Se restregó la cara con las manos, estaba completamente perdida.
Al cabo de unos minutos Tom abrió la puerta, aún vestía su pijama y en su pelo se podía definir perfectamente la almohada.
—Hola Cristina.
—Hola—gruñó molesta, hubiese sido todo más fácil si Melchor fuese quien la recibiera. Repentinamente recordó el beso entre ellos la noche anterior y decidió deliberadamente ignorarlo, su ánimo estaba demasiado exaltado como para destruirlo. Suspiró—Vengo a hablar con Melchor un asunto.
—Lo sé—respondió dubitativo. Cristina tuvo un mal presentimiento que suprimió de inmediato—. Dijo que no quería hablar contigo por ahora. Anda muy raro ¿Pelearon?
Cristina sonrió. No porque se sintiera dichosa, sino porque los trozos de su corazón al caer elevaban las comisuras de sus labios como poleas. Quedó muda y congelada frente al rostro confundido de Tomás, sonriendo porque la otra opción que tenía era romper en llanto.
—¿Dijo que no quería hablar conmigo?—preguntó con una sonrisa tremenda en los labios.
—Sí. Estábamos desayunando, tocaste la puerta y de alguna manera supo que eras tú. Dijo que no quería hablar contigo y se fue a su habitación—Tomás se encogió de hombros, y se rascó la cabeza—. Anda muy extraño.
Cristina cerró los ojos porque sabía que iba a llorar, lo presentía por como sus mejillas empezaban a dolerle y en como mentón temblaba levemente.
¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía hacerlo nuevamente? ¿Qué había hecho esa vez? ¿Qué había dicho? ¿Era que se arrepentía? ¿Era que en el fondo la odiaba y esa era su venganza?
—Vendré más tarde—se excusó ella sin quitar la perfecta sonrisa de su rostro.
—Bueno—dijo Tomás, y la vio regresar a su casa por el mismo camino por el cual había venido.
Escuchó la puerta de la casa de Melchor cerrarse y súbitamente le faltó el aire. Continuaba sonriendo, pero la visión se le volvía borrosa. Solo debía llegar a su cuarto, solo eso.
En cuanto sintió la primera lágrima caer la limpió con su manga, requería simplemente de un mínimo de fortaleza, un minuto de gallardía, lo suficiente para atravesar la puerta de su casa, subir las escaleras y encerrarse en su pieza. Un par de pasos, nada más.
Abrió la puerta de la entrada como si esta pesara una tonelada y subió los peldaños en completo silencio, tristemente para ella, no le era posible ser invisible.
—¿Cristina de dónde vienes?—preguntó su madre con una carga de ropa para echar a lavar.
Se compuso de inmediato y continuó con su sonrisa en los labios.
—Fui a buscar mi teléfono—contestó sin pensar demasiado—, se lo pasé a Tomás ayer para que lo cuidara y luego olvidé pedírselo.
—¿Y dónde está?—la intención de su madre no era molestarla, pero por algún motivo, cada palabra que se veía obligada a intercambiar con ella se sentía como una tortura.
—En mi—respiró profundo, iba a llorar en cualquier segundo—bolsillo.
—Maravilloso. Ven a desayunar.
—Sí, solo iré a dejar mi abrigo arriba—trató de escapar, casi desesperadamente, pero Susana tenía otros planes.
—No, no, nada de eso. Ya logré que todas tus hermanas bajaran. A desayunar ahora.
La escrutó con la mirada, esperando que su hija menor entendiera que las órdenes son órdenes. Cristina sonrió con más fuerza, como si la pena que sentía fuera inversamente proporcional a lo que demostraba, y por un segundo se creyó capaz de salir airosa de esa batalla. Melchor no significaba tanto para ella ¿La había rechazado? Él se lo perdía, no le preocupaban imbéciles de esa calaña, quizás era mejor de esa forma, Melchor significaba demasiados problemas con los que en ese minuto no deseaba lidiar. Iba a estar bien, podía resistir un desayuno.
Entró a la cocina y vio a sus hermanas sentadas alrededor de la mesa, sin peinar, sin arreglar, con moños casuales y maquillaje corrido. Ni rastro de Mónica o su padre, probablemente seguían en el mercado comprando víveres.
Se sentó en su lugar habitual y le solicitó a Teresa que le acercara el pan tostado y la mantequilla. No tenía hambre, pero podía hacerla aparecer.
—Y entonces el amigo del novio de mi amiga dice: no sabía que vender ropa fuera una profesión—explicó Sonia con la boca llena de pan.
—¿Y que hiciste?—preguntó Gloria animada.
—Le dije que si te podían dar un título por ser tarado, también podía considerarse vender ropa como profesión—contestó ella limpiándose los restos de mermelada de las comisuras—. Al principio no entendió y solo atinó a decirme que no existe tal cosa como título de tarado, a lo que le respondí: Entonces lo tuyo ha sido auto aprendizaje. Me levanté y me fui, no estoy en edad para soportar a cualquier idiota arrogante.
Todas las mujeres en la cocina rieron, incluso Cristina.
—¿Y tu fiesta, Titi? No te oímos llegar.
—Ha durado hasta tarde, me he devuelto con los chicos.
—¿Y? ¿Te la has pasado bien?—ignoró en tono insinuador de Teresa y decidió que llevaría su actuación hasta el extremo que fuera necesario para conservar su dignidad.
—¡Estupenda! La casa de Rodrigo es impresionante. Enorme. Con piscina incluida. No nos bañamos por razones obvias, pero Antonio no dejó de proponer la idea durante toda la noche. Tomás casi pica el anzuelo, pero finalmente decidieron que la salud es más importante que tener buenas historias para contarles a los nietos. Amanda fue quien les hizo volver en sí, incluso por un momento creí que...
—Cristina ¿Por qué estás llorando?—Gloria la detuvo en medio de su parloteo.
Ella se irguió y las observó asustada. Debía salir de esa rápido.
—No lloré, es que cuando trasnocho amanezco con los ojos muy rojos, se me pasará en un par de horas.
Gloria se levantó de su asiento y se acercó para pasarle la mano por la mejilla, Cristina se tocó también, su cara estaba húmeda.
Las miró intercaladamente buscando algo para comentar. Tenía que existir alguna mentira que explicara por qué caía agua de sus ojos sin que ella lo quisiera. A pesar de su sonrisa, a pesar de sus palabras de ánimo, a pesar de encontrarse completamente desconectada de sus sentimientos, lloraba. No quería llorar frente a sus hermanas, no quería tener que confesarles que había sido rechazada dos veces, por el mismo chico, de la misma maldita manera. No quería tener que admitir que era una tonta. Quería sentirse feliz, feliz de haber tenido la razón todo ese tiempo, feliz porque siempre supo que Melchor terminaría haciéndole daño.
Nada en el mundo le gustaba más que tener la razón y justo ahora podía regocijarse de ello.
—Yo tenía razón—dijo un instante antes de romper a llorar desconsoladamente—, siempre tuve la razón.
II
Tomás despertó con un extraño ánimo esa mañana. La cabeza le dolía un poco, el estómago le daba vueltas y después de un breve análisis se diagnosticó resaca en su etapa menos letal. Estiró su cuerpo en la cama y bostezó, esperando que nadie viniese a despertarlo.
—¿Terminó ya tu espectáculo?
Tom solo abrió un ojo, esperando de todo corazón que esa voz no perteneciera a Melchor, sino que formara parte parte de las voces de la resaca, pero la figura de su amigo se le antojó demasiado material como para que fuese una treta de su cabeza. Se restregó la cara y maldijo por lo bajo.
—¿Qué hora es?—preguntó notando lo seca que tenía la boca.
—Casi las diez.
—¿Puedo...?
—No, no puedes, este es el quinto intento de sacarte de la cama y no pienso bajar sin ti esta vez—Melchor se cruzó de brazos y le miró con recelo, la única forma de asegurarse de que Tomás bajara a desayunar era caminando detrás de él hasta la cocina.
—Ya voy.
Se incorporó de un solo movimiento, haciendo un esfuerzo por recordar los otros cuatro intentos a los que se refería Melchor, sin lograr resultados.
Recordaba, eso sí, toda la noche anterior. La casa, la fiesta, la música, el beso con Cristina, la náusea, la desesperada búsqueda de algo que lo hiciera olvidar aquel percance, la bebida, la comida.
—Besé a Cristina—indicó, decepcionado de sí mismo.
—Yo también—agregó Melchor rápido y bajo.
—¿Ah?
—A desayunar, ahora.
No se quedó para presenciar el lastimero intento de Tom por salir del embrujo de las sábanas, el agobio que le producían los últimos hechos era suficiente como para marearlo. Necesitaba calma, paz y silencio por un par de horas. No pensar en Cristina, no pensar en ese beso, no pensar en todas las consecuencias que traía consigo aquel arranque de estupidez.
Deseaba sentirse feliz, pero no lo estaba, más bien su estado emocional se parecía a la idea de encontrarse en una habitación muy pequeña cuyas paredes se acercaban lentamente, al borde de la claustrofobia.
Tomás lo alcanzó en la escalera y comenzó a hablar de asuntos banales. De cierta manera y solo en su mente, se lo agradeció.
En al mensa los esperaba Magdalena y Gaspar, ambos con mala cara, aunque por razones completamente dispares.
—¿Y crees que este es un buen ejemplo para tu hermano?
—Ya, mamá, solo me pasé un poco con las copas, tampoco es como si hubiese cometido un crimen.
—¡Pero si lo hiciese!—exclamó—¿Quieres que te lo recuerde? No me gusta que andes metido en cosas extrañas. Le ha costado mucho a esta familia levantarse como para que algo tan tonto como una par de copas la tiren de nuevo a la basura—Magdalena sonaba tocada por la situación. Gaspar, como siempre, no se lo tomó en serio.
—Mamá, de verdad, cuando te enojas prefiero que me grites a que me sermonees con moralidades. Ya estoy viejo para esto— a leguas se notaba el mal rato que estaba pasando. A pesar de traer puesto el pijama no lucía como alguien que hubiese dormido las ocho horas mínimas, el cabello se le desordenaba violentamente en la coronilla, las ojeras le ensombrecían la mirada y un leve hedor a vino le acompañaba. Se tocó la frente y suspiró, ya no tenía el aguante de antes.
—¡Claro que estás viejo! ¡Deberías estar avergonzado!
—Y lo estaré, en cuanto deje de sentirme como mierda aplastada.
—¡Gaspar!
—Perdón... estiércol molido—se corrigió sonriéndole a su madre con gracia.
Melchor y Tomás tomaron asiento procurando no dar muestras de que su situación no distaba mayormente de la de Gaspar, Tom con resaca y Melchor sintiéndose como estiércol molido.
—No les escuché llegar ayer ¿Cómo estuvo el festejo?—preguntó Magdalena sonriendo amablemente, hasta el momento no había razones para reprenderlos.
—Bien—se apuró en responder Tomás, su situación no era tan deplorable como la de Gaspar y aún podía mantener una conversación decente—, creo que volvimos más tarde de lo prometido.
—No se preocupen, se nota que ustedes pueden manejar su tiempo de manera responsable—miró severa a Gaspar, quien hizo un puchero y se escondió detrás de una tostada. Tanto Melchor como Tomás sintieron algo de cargo de conciencia.
—No lo haré de nuevo hasta la próxima vez, lo juro, palabra de niño Scout.
—Tú nunca fuiste niño Scout—reclamó Melchor.
—Vamos a tener que practicar la primera ley de Newton, Chie—gruñó Gaspar acariciándose una sien—. Nunca se contradice a tu hermano mayor.
Tomás rio, de a poco estaba acostumbrándose a esa extraña mecánica familiar. Melchor era callado y sombrío, Magdalena lo agobiaba con comida exquisita y Gaspar no paraba de hablar nunca. Recordaba que antaño cenar en la casa de Melchor significaba más bien un largo silencio incómodo. Magdalena no hacía muchos comentarios, Gaspar estudiaba en un internado lejos de Los Robles y Baltazar, el padre de Melchor, era un hombre callado con el ceño eternamente fruncido que siempre exigía a su hijo un comportamiento ejemplar, no le gustaban los ruidos molestos ni las actividades enérgicas, lamentablemente había sido bendecido con el más ruidoso y revoltoso de los niños, Melchor. Cenar constaba de múltiples regaños y advertencias al pequeño y su interminable energía, sazonados con largos lapsos del más tétrico silencio.
Las cosas ahora eran distintas y Tomás debía aceptar que le gustaba mucho más ese sistema.
Tocaron a la puerta, fuerte y claro, desconcertando a todos dentro de la casa ¿Quién molestaba a esas horas de la mañana?
—Qué extraño, iré a ver quién...—Magdalena no alcanzó a levantarse cuando Melchor hablaba para detenerla.
—Es Cristina—su cara estaba pálida y sentía la lengua seca y pastosa.
—¡Oh! En ese caso ve tú a abrirle.
—No puedo, que vaya Tomás—si no había quedado claro que algo fuera de lo normal estaba sucediendo, la sospechosa forma en que el chico comenzó a sudar frio dejó a todos intrigados en la mesa.
—Ya... ¿Qué pasa?
—Nada. Pero si pregunta por mi dile que estoy en el baño, o que estoy durmiendo aún, o que salí... lo que sea—bebió algo de leche tratando de desarmar el nudo en su garanta, pero sus entrañas estaban tan duras que no podía siquiera dejar pasar líquidos.
—No voy a mentirle a Cristina, Melchor—se quejó Tomás.
—¡Wow! ¿Me he perdido un buen episodio de Cirilo y María Joaquina? No, espera, creo que ya están muy grandes para que los llame así ¿Qué tal Pasión de gavilanes?—Gaspar rio solo, el resto miraba a Melchor detenidamente.
—Dile lo que quieras entonces— le retó.
—Le diré que no quieres hablar con ella ¿Pelearon?
—No es tu problema—gruñó bajo y se levantó de inmediato para escapar escaleras arriba y refugiarse en su cuarto.
Tomás mantuvo la mirada en la puerta de la cocina un rato, sopesando los múltiples escenarios donde Cristina y Melchor en menos de veinticuatro horas se volvieran enemigos jurados. Ayer todo parecía normal, incluso se quedaron conversando por horas en el patio, y durante el viaje de regreso no dieron ni la más mínima señal de estar en guerra o en vías de estarlo. Algo no calzaba y las caras desconcertadas de Magdalena y Gaspar le indicaban que no era solo impresión suya.
Decidió finalmente evitar pensar más y atender la puerta, quizás ni siquiera se trataba de Titi y aquella pequeña confrontación carecía de motivos.
Llegó a la puerta con la mente completamente acaparada por la extraña reacción de Melchor. Gran parte del tiempo se comportaba de manera inusual, pero por lo general había una razón del fondo con lógica suficiente. Por el momento lo mejor era esperar y observar, la relación entre Cristina y Melchor los últimos meses era tan inexplicable como impredecible.
Abrió aún con la duda rondándole los sesos y al divisar la imagen de Titi parada en la puerta un montón de dudas se agolparon en su cabeza.
—Hola Cristina—saludó intentando seleccionar las palabras correctas para tratar con ella.
—Hola—respondió ella con clara molestia. Aparentemente la suposición de que habían discutido era correcta—. Vengo a hablar con Melchor un asunto.
—Lo sé—reflexionó un instante antes de contestar. Quizás darle alguna de las escusas propuestas por Melchor era un mejor plan que salir de inmediato con la verdad, pero no era capaz de mentirle a Cristina—. Dijo que no quería hablar contigo por ahora. Anda muy raro ¿Pelearon?
Cristina sonrió de forma extraña, como si sus dichos fueran la mejor broma del año. Se relajó por completo, al final decir la verdad no había resultado tan mal.
—¿Dijo que no quería hablar conmigo?—la muchacha lucía escéptica.
—Sí. Estábamos desayunando, tocaste la puerta y de alguna manera supo que eras tú. Dijo que no quería hablar contigo y se fue a su habitación—se encogió de hombros, y rascó su nuca. La calma de Titi lo tranquilizaba un poco, aunque aún persistía la duda—. Anda muy extraño.
—Vendré más tarde—se excusó ella y antes de que Tomás pudiese contestarle se volteó de regreso a su casa.
—Bueno.
La observó unos segundos antes de cerrar, sintiéndose bastante aliviado por el fantástico desarrollo de la situación. Fuera cual fuera el problema no parecía ser la gran cosa.
Regresó sobre sus pasos hasta la cocina, pero antes de entrar la curiosidad le picó irresistiblemente. Todo sucedía tan utópico que de pronto se vio a si mismo subiendo la escalera para interrogar largo y tendido a Melchor ¿Desde cuándo Cristina se tomaba las negativas con una sonrisa en la cara? Si había un conflicto ella era capaz de entrar a la fuerza para hacerse escuchar. Titi no se guardaba sus opiniones y comentarios, era una mujer de carácter. Y de pronto el hecho de que Melchor se negara a recibirla estaba bien, podía «volver más tarde» para conversar. Algo no encajaba y la persona idónea para resolver el misterio era Melchor.
No lo encontró en su cuarto, ni en el de Gaspar, por lo que supuso estaría en el baño.
Tocó a la puerta y Melchor le respondió con un «pase» tranquilo y melódico. Lo encontró afeitándose.
Vivir con la familia Valencia poco a poco le revelaba las rutinas que se desarrollaban puertas adentro. Por ejemplo, Melchor se afeitaba sagradamente día por medio, nunca se había dado cuenta antes, pero el vello facial no era una característica de Melchor a pesar de que tanto su hermano como su padre se habían dejado crecer en algún momento tupidas barbas. Otro ejemplo también era que Magdalena lavaba la ropa los miércoles y los sábados, o que Gaspar siempre les obligaba a decir gracias por la comida antes de probar bocado, o que los domingos se comía sin falta pescado y los lunes eran de legumbres.
Esas pequeñas cosas que cualquiera hubiese descrito como insignificantes, a Tomás le resultaban profundamente importantes, como si la constitución de una familia se basara en esos simples ritos.
Si hacía un esfuerzo y trataba de buscar los de su propia familia todos convergían en lo mismo, Emilia. Emilia siempre hacía dulces los sábados, Emilia obligaba a Lorena a rociar las sábanas con colonia inglesa, Emilia decoraba la casa en navidad de color dorado, Emilia dejaba una vela aromática en los baños. Al final, todas esas cosas que caracterizaban a su familia eran obra de Emilia, un legado que perduraba incluso muchos años después de que dejara de vivir con él, incluso después de su muerte.
—¿Qué pasó con Cristina? Ayer se veían de lo más bien—Melchor colocó la máquina de afeitar bajo su barbilla y recorrió su piel en círculos una y otra y otra vez, si emitir el más mínimo sonido, casi como si Tomás no existiera—¿Vas a ignorarme? Eso solo lo hacer parecer más sospechoso de lo que ya es ¿Te dijo algo?—silencio—¿Metió su nariz dónde nadie la llamaba?
—No te metas, Tomás—masculló cambiando de posición para afeitar una de sus mejillas.
—Evasivas, aún más sospechoso ¿Tienes claro que si no me meto yo se va a meter Gaspar? No creo que quieras eso.
—No te metas, Tomás—comenzó a pasar la máquina por la otra mejilla.
A Tom le sorprendía que Melchor pudiera afectarse perfectamente sin la necesidad de un espejo, siempre en el mismo orden, sin olvidar ningún espacio.
—Podría ser de ayuda.
—No te metas, Tomás.
Y esa fue la gota que rebalsó un vaso que Tom no sabía que estaba casi lleno. Se cruzó de brazos en el umbral y le fulminó con la mirada.
—Sigue así, apartando a todo el mundo de «tus problemas». Eso te ha funcionado de maravilla tantas veces que quién soy yo para cuestionarlo.
Se retiró, con intenciones de volver al desayuno, fingiendo calma. No sentía hambre, pero no le parecía que dejar a Magdalena plantada fuera agradecido.
Melchor por su lado se quedó en el baño terminando su tarea. Afeitarse se había convertido hacía muchos años en un plan relajante. Primero el cuello, después bajo la barbilla, una mejilla, la otra, el bigote, el mentón y luego repasar. Lo hacía sin la necesidad del espejo, porque la rutina estaba tan clara en sus sesos que podía imaginar la forma en que el vello caía de su cara.
Se detuvo antes de dar la última ronda, le temblaba la mano y repentinamente se sentía sin fuerza y con nausea.
¿Por qué no podía experimentar felicidad de que su vida estuviera tomando un rumbo normal? ¿Por qué nadie le daba tiempo y espacio para pensar y meditar sobre lo sucedido? Solo necesitaba un par de horas, medio día, quizás una tarde o dos. No iba a desaparecer de la faz de la tierra, estaría justo ahí, analizando lo que significaba besar a Cristina, lo que conllevaba.
Se apoyó en el lavamanos y respiró profundo.
Necesitaba estar solo, nada más que eso.
III
Antonio salió radiante de su casa. Había bebido más de la cuenta, apenas si pudo oler el desayuno antes de que la náusea lo dominara, y la conversación con Felipe no paraba de proyectarse en su cabeza, pero la idea de una guerra de nieve le formaba una sonrisa tan gratificante en la cara que no podía evitar sentirse feliz.
A primera hora, justo después de forzarse a desayunar y terminar en el baño devolviendo todo lo ingerido, tomó el teléfono y buscó entre sus contactos a Nicole, solo para recordarle que lo de la guerra de nieve no era una broma y que lo mejor que podía hacer era buscarse un buen equipo porque Cristina era de temer. Habían acordado un equipo de máximo diez personas, sin importar sexo ni edad, pero cuidando de que todos los miembros asistieran a la escuela.
Luego se bañó y vistió construyendo tácticas de batalla infalibles. No era la guerra en si lo que lo emocionaba tanto, más bien se trataba de la idea de formar un equipo con los chicos nuevamente.
Ser cuatro no era una buena estrategia, necesitaban más gente, y a pesar de que el nombre de Amanda resonaba en su cabeza casi como si ya fuera un miembro más, esos brazos enclenques y su personalidad reservada no constituían madera de guerrera.
Tampoco se le ocurría a quien más reclutar, probablemente todo el equipo de futbol estaría del lado de Nicole, por el simple hecho de complacerla, o quizás por el morbo de ver a su capitán caer en picada, humillado físicamente. Gran sorpresa se llevarían al ver como Titi podía dejar ciego por un par de minutos a su contrincante con una sola bola, suponiendo que aún sabía cómo llevar a cabo tal hazaña.
Pasase lo que pasase, ganara quien ganara, lo importante era volver a sentir la emoción de armar una estrategia, de correr por entre los árboles del parque confiado de que alguien cubriría tu espalda, de recibir una bola en la cara por el bien del equipo y luego ver con vengaban tu caída con valentía.
Sonrió mientras corría a toda velocidad en dirección a la casa de Cristina, no es como si algo de lo que debía decirle fuera urgente, pero correr lo ayudaba a contener la turbación. La guerra de nieve les caía como una ayuda del cielo, para unirse, para distraerse, para darse cuenta de que nunca debieron separarse.
No le tomó más de media hora desde su casa hasta la de la chica, había roto su marca de la última vez. Tocó a la puerta y esperó con la sonrisa adornándole el rostro, no recordaba la última vez que se sintió tan alegre por una tontería como esa.
Teresa abrió nerviosa y en cuanto reconoció a Antonio parado en la entrada su cara se tensó, juntando las cejas como cada vez que alguna situación la incomodaba.
—Hola Tere ¿Está Titi?
—Este...—se lo pensó un segundo recordando las órdenes estrictas de sus hermanas. Decidió que podía ser que, por una vez en la vida, ella tuviera razón y las otras chicas no— Está, pero Sonia me obligó a ocultarla del mundo hasta que volviera con un tarro de aceitunas. Ni mi mamá puede verla ¿Captas?
—¿Qué le ha pasado? ¿Se ha teñido el pelo rosa y le ha quedado verde?—se deleitó con la imagen pero a Teresa no se le movió un músculo.
—Melchor la rechazó.
—¿Ah?—al parecer se había perdido una parte de la conversación, porque no tenía idea de cómo se llegaba desde un pelo rosa hasta Melchor.
—No me preguntes qué la motivó a hablar tan a voluntad, pero se ha pasado la última hora llorando como un bebé y entre mocos nos contó una historia casi de fantasía de como Melchor Valencia la rechazó cuando tenían doce años para luego rechazarla de nuevo hoy en la mañana, de la misma maldita forma. Cristina acaba de vomitarnos seis años de su vida por iniciativa propia, así de grave es la situación.
Antonio siguió sin entender nada ¿De qué historia hablaba Teresa? ¿Melchor rechazándola hoy? Pero si la vida en el pueblo había empezado hace menos de tres horas ¿Qué tanto podía pasar en tres horas?
—¿Puedo pasar?
—Claro, claro. Pero finge normalidad ante mi madre ¿De acuerdo?
Le dejó pasar y lo arrastró hasta el cuarto de Mónica de la forma más incriminatoria posible, Teresa no destacaba especialmente en las maniobras evasivas, y si se trataba de simular inocencia muy probablemente terminaría confesando un crimen que no había cometido.
Cuando entró se encontró a Cristina sentada sobre la cama, abrazando sus rodillas y sorteándose la nariz como una niña pequeña. Se acercó lento y pausado, como tratando de acariciar un animal salvaje.
—¿Qué te ha pasado?—preguntó en cuanto Teresa los dejó solos. Se sentó a su lado.
—Soy una estúpida.
—No, no lo eres, eres inteligente y muy fuerte, es solo que a veces las cosas no nos resultan como queremos ¿Qué te ha hecho Melchor?
—¿Cómo sabes que ha sido Melchor?
—Teresa me adelantó algunos detalles de la historia ¿Quieres contarme que ha sucedido?
—Supongo, es estúpido de todas maneras.
—Tranquila, nada de lo que digas me parece estúpido.
Le pasó el brazo por sobre los hombros, dispuesto a escuchar a su amiga con suma atención.
IV
Antonio golpeo la puerta de la casa de Melchor como si quisiera derribarla, y en el fondo quería hacerlo. Deseaba echar abajo toda la construcción con Melchor adentro. Tomás fue quien lo recibió, y se sintió aliviado, necesitaba aliados para enfrentar a Melchor, entre más, mejor.
—Melchor es un imbécil.
—Supongo que ya sabes lo que ha pasado entre ellos, Melchor se ha puesto en plan de silencio rotundo y no he podido sacarle ni media oración.
—No te preocupes, se lo sacaré a golpes—sentenció intentando entrar en la casa, pero Tomás lo detuvo.
—A ver, calmado, nadie va a golpear a nadie ¿Por qué supones que Melchor tiene la culpa?
—Porque la tiene.
—¿Y Cristina?
—Cristina no ha hecho nada, ha sido el poco hombre de Melchor que ha...
—¡Shh!—exclamó Tomás, llevándose un dedo a los labios—No quiero saberlo.
—¿Qué dices? No es momento para ponerse misterioso, Melchor ha metido la pata.
—Está bien, pero no es como para que te sulfures.
—¿No es para que me sulfure? ¿Te estás poniendo de su lado?
—Eso es justamente lo que estoy haciendo.
Antonio pestañeo rápidamente ¿Cómo podía Tomás apoyar a Melchor sin escuchar toda la historia? Cristina era la víctima y necesitaba que la defendieran, Melchor era el victimario, y su sentido de la justicia lo obligaba a castigar a los victimarios.
—Tomás, te estás equivocando—explicó con calma. Tom había perdido los estribos, pero en cuanto le relatara lo sucedido los recuperaría.
—No, no lo estoy haciendo. Lo amigos somos incondicionales, en las buenas y en las malas. No voy a increpar a Melchor y darle la espalda solo por un mal entendido que ha tenido con Cristina. Tú deberías hacer lo mismo.
—¿Mal entendido? ¿Me estás jodiendo? No voy a darle la espalda a Cristina solo porque Melchor es un pobrecito, se merece un escarmiento.
—¿Has notado la facilidad con la que te molestas con otras personas siempre que Cristina sale al ruedo? Ella tampoco es perfecta.
—Ella es mi amiga—gruñó Antonio, resaltando lo obvio.
—Melchor también lo es—contraatacó Tomás. No iba a perder esa batalla.
—¡No es lo mismo!—gritó exasperado.
—¿Por qué?
—Porque si me haces elegir siempre voy a elegir a Cristina.
—¿Y si Cristina se equivoca? ¿Y si Cristina es la mala de la historia?
—La escogeré igual.
—¿Por qué?
—Porque ella es la única que no me abandonó.
Se arrepintió de inmediato de sus palabras, entendiendo que la pelea se estaba escapando de los límites permitidos.
—¿Cómo yo?—inquirió Tomás.
—Como Melchor.
—Como Melchor y yo—afirmó sin dudarlo.
—Tú eres otra historia, no te lo tomes personal.
—Pero sí es personal—sentencio serio—, y está bien, porque es verdad. Creo que es bueno que escojas a Cristina, porque yo escogeré a Melchor.
—Pero...
—No, no me importa lo que haya hecho. A veces necesitamos un amigo que esté a nuestro lado por quienes somos, no por lo que hayamos hecho, alguien incondicional. Melchor arriesgó su vida por mí, me dio techo, creo saber quién es, no voy a abandonarlo.
—Tomás, yo...
—Está solo, Antonio, tú siempre tuviste a Cristina, y Cristina ahora te tiene a ti, pero él se quedó solo.
—Él decidió quedarse solo.
—¿Y qué? La soledad es igual para todos. No sabes lo que se siente no tener a nadie, yo sí y Melchor también. Por eso lo elijo a él. Lo siento por ti y por Cristina.
Antonio relajó sus hombros y dejó de respirar como un toro. No quería creer que se estaban despidiendo, pero así lucía. De pronto parecía como si decidir entre uno u otro significara formar parte de un país distinto, uno y otro lado de una enorme muralla.
—No puede ser que esto nos esté separando.
—Tranquilo. Esos dos algún día estarán juntos, luego pelearan, nosotros quedaremos en medio y estaremos obligados a tomar un bando. Creo que es bueno tenerlo decidido desde ya—sonrió para relajar la situación.
Antonio le devolvió una sonrisa melancólica. No era el fin de los Aprendices, no como antaño, era solo una pausa temporal, eso quería creer.
—¿Y qué vamos a hacer?—preguntó Anto acongojado por la situación.
—Primero, esperar, después forzarlos a entenderse. No te preocupes por Melchor, no puede dejar de hablarme si vivimos bajo el mismo techo.
—Cierto. Queda en tus manos entonces.
—Confía en mí.
Antonio se fue con las manos en los bolsillos y sin la sonrisa con la que había llegado. Le resulto irónico, cualquier momento de felicidad podía ser destruido con la más mínima briza.
V
Gaspar se pasó el resto del día durmiendo, sin darse por enterado de todo el drama que se gestaba en su propio hogar. Hacía tanto que no tomaba un par de copas que parecía como si hubiese querido ponerse al día con Felipe. La primera botella de vino estuvo bien, la segunda tampoco era una locura, pero de la tercera para arriba solo se trató de decisión estúpida tras decisión estúpida, sobre todo después de la quinta.
Como a las cuatro y media entendió que ya estaba bien de recuperación y que a pesar de que la cabeza le dolía y el estómago no cooperaba, un poco más de sueño y cama no iban a lograr más mejoría de la ya alcanzada.
Se vistió con algo informal y abrigado, abrió las ventanas para ventilar y bajó hasta la cocina por su segunda dosis de aspirina y café.
Encontró a Gloria leyendo un libro de recetas con la cara arrugada como una anciana de cien años. La observó un par de minutos y luego cerró la puerta con fuerza para que ella notara su presencia. Gloria salió de su lectura y le fulminó con la mirada.
—¿Qué te hice para que me mires así?—preguntó, elevando las manos por sobre la cabeza para que ella entendiera que estaba desarmado.
—Nada—gruñó y luego regresó su concentración al libro.
—¿Nada de verdad? Es decir, nada nada, o es acaso una especie de juego y en realidad hice algo y debería estar enterado de qué... porque te aviso desde ahora, no tengo idea de lo que pasó anoche.
Gloria rodó los ojos furiosa con todos los hombres sobre la faz de la tierra. Odiaba generalizar y caer el en cliché de que todos los miembros del sexo masculino son iguales, pero en momentos como ese de verdad estaba tan enojada que lograba perder hasta los principios.
—Realmente no me has hecho nada, pero te pareces tanto a Melchor que por un instante creí que eras él.
—¿Y qué te ha hecho mi hermano?
—¿No te has enterado? Es un imbécil.
—¿Tiene esto algo que ver con Cristina.
—Te has enterado entonces.
—No tengo la más mínima idea, pero es la única cosa que tú y mi hermano podrían tener en común—esperó algún tipo de respuesta por parte de Gloria, pero ella se mantuvo inmersa en su libro como si repentinamente el dueño de casa hubiese tomado un lindo color transparente.
Este se encogió de hombros y continuó con su travesía en busca de algún medicamento que aplacara la sensación de tener un grupo de bailarines de tap practicando en su cabeza, si quería enterarse de la historia debía ir a preguntar directo a la fuente.
Halló las Aspirinas en la gaveta al lado del refrigerador y se tomó dos de un solo golpe y sin requerir agua.
—¿Quién es María?
Gloria había detenido su lectura y le miraba solemne. Gaspar dudó hasta de su nombre. Gloria siempre le había causado algo de atracción. La más seria de las Marambio, estudiosa, centrada, un cuerpo grande y curvilíneo, muy alejado de la línea delgada de sus hermanas, siempre al mando, dando a conocer sus opiniones sin que nadie se lo preguntara. Pero era solo eso, atracción que jamás había ido más allá, de cualquier manera Gloria no se fijaría en un tipo como él. Por eso la pregunta con nombre de mujer le caía tan de sorpresa ¿Desde cuándo tenía ella la confianza para preguntarle sobre una mujer? Y más importante aún ¿A qué María se refería?
—¿María? No lo sé, no me suena—conocía muchas Marías, pero no tenía cabeza para comenzar a nombrarlas una a una.
—Tu madre me ha dicho que le dé el chocolate a María o algo así, no he preguntado detalles. Llevo un par de semanas y es un poco vergonzoso que todavía no alcance el ritmo.
Gaspar hizo una pausa calculada, intentando contener una carcajada culpable.
—¿A baño María?—se mordió la lengua, no debía sonreír, eso sería demasiado cruel con la pobre de Gloria.
Ella pensó por un instante. Recordaba esa frase, «a baño María», saliendo de la boca de Mónica. Tenía algo que ver con huevos, o quizás merengue.
—Sí—respondió escueta.
Gaspar estalló en risas, sin poder contener la burla ni un segundo más, y siguió así hasta que el dolor de cabeza fue mayor que sus ganas de reír.
—Lo siento, es que...—continuó sonriendo aun ante la mirada podrida de Gloria.
—¿Terminaste?
—Ya casi, solo un poquito...—Gloria se dispuso a salir de la cocina, completamente molesta. Gaspar no había madurado absolutamente nada desde que iban juntos a la escuela—No, no, espera, no te vayas, yo te enseño, no es difícil.
—No te preocupes—lanzó altiva—. No es que me sorprenda tampoco tu actitud, es compresible que Melchor sea un idiota con un hermano como tú. No necesito de tu ayuda, puedo Googlearlo ¿Puedes irte de la cocina por favor?
Gaspar volvió a alzar las manos para que Gloria recordara que no estaba armado, y tomó el camino más largo y alejado de la chica para poder salir. Definitivamente le gustaba esa actitud amenazante, no importaba lo que le dijeras, eras incapaz de quebrarla.
Una vez fuera se rio por última vez y decidió que era una buen momento para jugar al hermano mayor. Antes de llegar a la escalera sonó el teléfono, contestó solo porque se encontraba de buen humor.
—Aló, residencia de la familia Valencia—recitó en tono tétrico.
—¿Aló? ¿Gaspar?—la voz le sonó de algo, sin lograr distinguirla.
—El mismo ¿Quién habla?
—Guillermo.
—¿Director?
—Sí ¿Cómo estás muchacho? Supe que saliste de la cárcel.
—Es efectivo, han cambiado las cosas en un par de meses, pero bien ¿Cómo estás tú?
—Bastante bien, mucho trabajo en la escuela eso sí.
—Me lo imagino...
—Pero gracias por preguntar. Oye ¿Podrías pasarme con tu madre?
—No.
Y colgó.
Siguió su camino sin detenerse a analizar lo sucedido. Guillermo y la obsesión con su madre no lo traían preocupado, podía manejarlo mientras tomaba una siesta si se lo proponía. Guillermo no era un problema, ni siquiera formaba parte de una «situación». Guillermo no era nada ni nadie.
Llegó al segundo piso y antes de entrometerse como siempre en la vida de su hermanito se dio una vuelta por el cuarto de Tomás.
—Oye ¿Sabes que pasó entre la oruga y la reina de las mariposas?—preguntó desde el marco de la puerta.
—NI idea—contestó Tomás, quien mataba el tiempo practicando con su guitarra.
—¿Crees que es prudente que le pregunte?
Tomás se encogió de hombros.
—No lo sé, creo que no me importa lo que haya hecho, pero me preocupa que esté ignorando a Cristina.
—¿Está ignorando a Cristina?—frunció el ceño—¿Pero no era que se estaban llevando de maravilla?
—Así era hasta ayer.
—Cielos, Cirilo y María Joaquina—rio—. María... ja. No importa, es momento que haga mi magia.
—Suerte con eso, está en modo silencioso—Tomás cerró su boca con una cremallera imaginaria y continuó tocando su guitarra.
Gasp se acercó al cuarto de Melchor y entró sin tocar, como siempre.
Lo pilló acostado en la cama, leyendo El principito, sin inmutarse por su repentina intromisión. Se acercó haciendo ruido, incapaz de llamar su atención a pesar de los intentos, y se sentó en los pies de la cama pegando un par de saltos sobre el colchón.
Peinó su cabello hacia atrás y comenzó a preparar uno de sus discursos.
—No sé lo que está sucediendo Chie, y tú sabes que no puedo ayudar si no tengo todos los antecedentes—le observó de reojo, pero Melchor no bajó su libro ni un milímetro, aun así supo de inmediato que el chico le escuchaba—. Pero mira, así improvisando y sin el más mínimo conocimiento de lo que pasa por tu cabeza, voy a decirte una verdad completamente irrefutable. Ya viviste esto, hace seis años tomaste la misma elección que estás tomando ahora, dejaste de hablarle a Cristina y te alejaste de ella. Supongo que tuviste tus razones y lo respeto, pero no valió la pena. Sea lo que sea que esté pasando ahora, no vale la pena que te hagas esto nuevamente.
Melchor suspiró. Primero Cristina, después Tomás y ahora Gaspar ¿Era que nadie iba a darle un par de minutos para pensar?
—No lo entiendes.
—Hace seis años tampoco lo entendí, pero hace seis años estaba a varios kilómetros del pueblo. Ahora estoy acá y pretendo evitar que trunques a mis futuros sobrinos nuevamente, más ahora que estoy a una disculpa de ser tío—Gaspar esperó a que Melchor despegara los ojos del libro, no lo hizo—. Anda, dile que lo sientes, pon ojos de perrito, regálale un enorme ramo de flores, y si te funciona al primero de tus niños tendrás que ponerle Gaspar—sonrió— ¿Te lo imaginas? Le compraré una de esas poleras que dicen «si crees que soy lindo deberías conocer a mi tío», y seamos honestos, si el pendejo saca la mitad de la genética de Cristina va a ser precioso.
—Cállate por favor Gaspar—Melchor comenzaba a impacientarse. Necesitaba un par de minutos para leer y pensar en cualquier cosa que no estuviera relacionada con Cristina—. Estoy leyendo.
—Te sabes ese libro de memoria—replicó—hasta yo me lo sé de memoria. Mi favorita era la parte del bebedor, que bebía para olvidar que sentía vergüenza... Vergüenza de ser bebedor ¿No te parece ridículo? Es como si te alejaras de una persona que claramente necesitas porque crees que vas a estar mejor sin ella. Pasa bastante, pierdes el contacto con la realidad y eres incapaz de ver el cuadro completo. A veces es importante alejarse de la situación y mirar el problema en perspectiva.
—¿Y qué demonios crees que trato de hacer?—gruñó haciendo por fin contacto visual. Gaspar lo hacía otra vez, hablaba sin para hasta sacarlo de quicio—Solo quiero poder pensar en Cristina y lo que hay entre nosotros sin que nadie más se meta ¿Es mucho pedir un poco de respeto?
Gaspar se levantó de la cama sabiéndose ganador de esa partida. Le quitó el libro y lo tiró por los aires sin importarle lo preciado que era para su hermano.
—¿Cuando dices que no quieres que nadie más se meta te refieres también a Cristina? Si es así, creo que le estas faltando el respeto a esa chica—juntó las cejas para relajarlas casi de inmediato— Y pensar que nos leíste a todos millones de veces ese libro y parece que eras el único que no estaba escuchando—bromeó mientras Melchor corría a levantar el texto del suelo antes de que se le doblara una página—. Al final tú eres la rosa, alejaste al principito una vez, y él tuvo que recorrer infinidades de planetas para poder entenderte, y ahora le haces lo mismo. Es muy solitario esperar que el principito vuelva ¿No lo crees?
—No tengo idea de que estás hablando—se quejó Melchor sosteniendo su libro con cariño.
—Lo sabes. Lo tienes muy claro.
Abandonó el cuarto con prestancia, con la intención de que sus palabras hiciesen eco en la cabeza de su hermano pequeño.
Melchor por su parte maldijo en voz baja ¿Cómo podían todos opinar cuando no tenían la más mínima idea de lo que pasaba por su mente? Lo de Cristina y él era una historia tan larga que no podía simplemente resumirse en un par de frases chulas. Pero no podía negar que Gaspar tenía razón en algunos puntos. Se alejaba de Cristina para no perderse, pero se perdía sin Cristina.
Era inútil, estaba en problemas y no importaba el tiempo que se tomara no los solucionaría fácilmente ¿Dónde buscar las respuestas? ¿Dónde hallar algo de sabiduría?
Sintió la puerta de los vecinos cerrarse y se acercó a la ventana, justo a tiempo para distinguir la figura de Cristina acompañada de Mozart.
A lo mejor no era necesario pensar en silencio, quizás solo necesitaba pensar con Cristina.
Dejó el libro sobre el escritorio y se vistió con lo primero que encontró sobre la silla. Salió de la casa sin guantes, gorro o bufanda, corrió calle abajo, sintiendo como sus músculos dejaban atrás esa etapa triste y debilucha para entrar en la fase de la fuerza y la resistencia. Sus pies enterrándose en la nieve, el aire entrando gélido por su nariz. Gritó el nombre de Cristina a todo pulmón para detenerla, ella recibió el mensaje y paró su caminata sorprendida.
Le alcanzó en un segundo, cesó su carrera a unos centímetros de la chica e intentó calmar su respiración. No sabía que decirle, pero partir por una disculpa, tal como le había dicho Gaspar, no estaba mal.
—Lo siento.
—¡¿Cómo te atreves?!—chilló ella apretando la correa de Mozart con fuerza. Aguantó las ganas de partirle la cara de una bofetada y siguió su camino.
—Cristina espera—rogó Melchor cogiéndola de un brazo.
—¡No me toques!—ordenó y se zafó de su agarre—No tengo idea de quien crees que soy, pero te voy a decir quien no soy: no soy la niña esa a la cual besaste un día y le hiciste la ley del hielo por seis años. Se acabó Melchor, hace tiempo que dejé de sufrir por ti y no pienso volver a mis viejas costumbres.
Melchor notó sus ojos rojos e hinchados, noto su nariz sonrosada en la punta, sus manos temblorosas y su postura defensiva.
—Cristina, por favor...
—¿Por favor qué?—preguntó mientras el perro se enroscaba entre sus piernas—Lo entiendo ¿Sabes? La noche estaba maravillosa, la vibra era correcta, la fiesta, el frio, lo que sea. Me besaste y ya, nada más, no soy una loca que cree que eso significa felices para siempre. Fue algo casual, no me preocupa. ¿Sabes que es lo que realmente me duele?—Melchor quiso contestar, pero ella fue más rápida—Que hayas sido tan desgraciado como para hacer dos veces la misma escena ¿Qué esperas? ¿Qué espere otros seis años a ver si te decides a jugar conmigo un poco más y luego desaparecer? Vete a la mierda, Melchor.
Tironeó a Mozart quien se entretenía olisqueando las manos de Chie, y siguió su camino.
—Titi, solo...
—¡No quiero saberlo!—se volteó una última vez para dejar en claro su punto—Estoy aburrida de esperar a que vuelvas Melchor, estoy cansada de verte marchar como si mi mundo girara en torno al tuyo. Ya no me importa, destruiste esa última fibra de mí que te quería...
—¡Nunca voy a decírtelo, Cristina!—rugió Chie, sabiendo que si no lo decía ahora no lo haría nunca—No importa lo que suceda, nunca te voy a contar por qué dejé de hablarles hace seis años—ella frunció el ceño, sin entender lo que estaba sucediendo—. Me atormenta saber que te lo preguntas, porque sé que me moriré con ese secreto. Siento que te lo debo, te debo una disculpa, una explicación, pero nunca seré capaz de dártela. No puedo decirte porque te abandoné, sin importar que tan cerca estemos, sin importar cuanto te quiera. Y sé que dejar de hablarte no es una solución ¿Pero qué más quieres que haga? Te va a sonar estúpido, pero no puedo contártelo y al mismo tiempo no quiero tener secretos contigo. No se puede vivir de mentiras, no podemos estar juntos si yo no puedo ser sincero.
Cristina sintió como si el mundo se desmantelara de a poco, creía que el silencio de Melchor era una tortura, pero sus palabras eran aún peores.
—No me debes nada—mascullo ella—. ¿Y sabes qué? Si crees que dejar de hablarme es la única opción que tienes, quizás tengas razón, no podemos estar juntos. Si crees que no puedo vivir con un pequeño secreto entre ambos es porque no me conoces. Soy la emperatriz de las mentiras Melchor ¡La emperatriz! Si no me lo puedes decir ya me inventaré algo, o lo olvidaré ¡Sea lo que sea, pasó hace seis años! Yo ya no soy esa Cristina y me hubiese gustado creer que tú ya no eras ese Melchor, pero tienes razón, no se puede vivir de mentiras.
Cristina se marchó, tironeando a su perro y aguantándose las lágrimas. No iba a llorar por Melchor, no más.
El chico la vio alejarse como si cada metro que ella avanzara fuera un abismo abriéndose entre ambos. La quería, de verdad la quería, la había querido siempre, pero hasta ahora notaba que la había subestimado. Creía estar protegiéndola de él, pero Cristina no necesitaba protección, Cristina solo necesitaba que el la quisiera, solo eso, lo demás se podía solucionar sobre la marcha.
Metió las manos en los bolsillos y regreso a su casa. Antes de entrar se secó las lágrimas y sorbió su nariz. Era el final de una era, podía perdonarse un pequeño momento de debilidad.
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