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Rome


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Sacó su teléfono del bolsillo y tomó una foto a la fuente frente a él. El agua era cristalina y limpia, y el espacio lo suficiente amplio como para abarcar a unas tantas personas. Las luces en el lugar hacían que todo se viese más esplendoroso.

Más mágico.

Viró su rostro a un costado, viendo a sus amigos tomarse fotografías cómicas con sus propios teléfonos y una cámara digital que Jungkook cargaba. Con unos cuantos pasos, llegó hasta ellos y se aventuró a sonreír de igual manera al aparato, haciendo muecas improvisadas.

Lo espontáneo hacía que todo saliera mucho mejor y era más divertido.

Tae Hyung empezó a hacer morisquetas graciosas, que quebraron al peligris en un sinnúmero de carcajadas.

ㅡDeja de hacer eso. Voy a morir... Me estás haciendo doler el estómagoㅡ expresó entre risas, acuclillado en el suelo, sosteniéndose la panza con su mano izquierda y con una mano sobre su cara.

ㅡEs que no podemos estar tan serios en las fotos. Estamos aquí para disfrutar. No para andar como agentes del FBI con cara de bravuconesㅡ indicó el castaño. Seok Jin le reprendió por estar casi matando a JiMin, pero estaba colorado por aguantar su propia risa.

Ese chico era un caso muy serio.

Ho Seok encendió la música en su teléfono, bailando al ritmo de la misma, incitó a sus demás compañeros. JiMin se quedaba viéndolos con una sonrisa ladina y negando ante el llamado. No podía moverse o terminaría devolviendo la comida.

Estaba feliz. ¡Muy feliz!
Antes había pensado que su vida seguiría igual. Tomar pastillas, consulta con el doctor, de la casa a la universidad y viceversa. Parecía estar en un sueño.

¿Debería pellizcarse para comprobarlo?

Sacudió su cabeza, continuando con la observación a sus amigos y su alrededor. El cielo, las estrellas... Todo parecía sacado de un libro de mitología e historia. Sin embargo, ers real y él estaba allí, viviéndolo.

Los chicos se encontraban en su propia burbuja, mientras algunas personas a su alrededor solo les miraban extrañados y otras sonrientes.

JiMin quería grabar esa noche en su memoria de por vida.

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Estaba enojado, más que eso, aburrido.

Desde su posición, recostado al poste, observaba su entorno; buscando una pista de alguna víctima posible. El lugar era concurrido. Cada día visitaban aquella fuente un sin número de turistas, que a veces, para sus ojos era una sobre carga de visualizaciones, aromas y deseos. Cuando observaba los semblantes, ubicaba en su mente la posibilidad que ellos tenían de ocupar un lugar en su alimentación.

Deslizó sus ojos.

En aquel lugar habían personas de todas lenguas y naciones. A veces dudaba de su elección, pues meditaba detenidamente en cómo sería el sabor de la esencia de cada una de aquellas personas en su boca. Se relamió los labios ansioso y continuó la inspección con brazos cruzados.

Quizá una persona morena no estaría mal. En alguna ocasión había probado sangre latina y africana. A decir verdad, era bastante exótica y satisfactoria, pero en esos momentos no estaba de humor para esa.

¿Tal vez una inglesa?

Realmente estaba debatiéndose internamente. No podía creer que tenía allí en bandeja de plata tanto de donde elegir y no poder tomar una decisión concreta.

ㅡ¿Ya te decidiste?ㅡ preguntó su amigo. Quien se acercaba desde un extremo.

ㅡHay demasiado por donde tomar. No estoy completamente convencido respondió el pelinegro, volviendo su rostro al de cabello púrpura.

ㅡEstamos en la misma situación, pero creo que mataré dos pájaros de un tiroㅡ dijo este, señalando con su barbilla a un grupo de chicas a unos metros. El moreno caminó con seguridad entre la gente y se acercó a las mujeres con una sonrisa coqueta de perfectos hoyuelos.

Él continuaba analizando su entorno, fastidiado por su indecisión.

El gruñido de su estómago le comprobó su alta dimensión en necesidad. Se sentía debilitado.

A un costado, un grupo de jóvenes reía a carcajadas. Parecian ser de su propia nacionalidad, o más bien, la que una vez tuvo; y admitía que en cierto modo sentía alivio al ver personas asiáticas allí. Eso le hacía recordar bastante su vida antes de ser lo que ahora era.

Vida que le dolía.

Donde estuvieron las personas que una vez amó y a las que tuvo que dejar dolorosamente.

Las que había matado.

Bajó sus manos al tiempo que apretaba los puños.

Aquellos jóvenes le recordaban mucho a él y sus sueños, a las veces que había compartido junto a su familia en una vida como humano.

Pero ya nada de eso existía.

Solo el deseo de supervivencia y supremacía contra los de su propia naturaleza, y la licántropa.

Reprimió un gruñido de frustración y decidió que aquella noche no comería. Estaba atormentado por el bullicio, el olor y más que nada, las cosas que enfrentaba.

Que no eran precisamente cosas buenas.

Se giró, viendo cómo uno de sus sirvientes le hacía una reverencia. Emitió algunos pasos para que este lo siguiera y se perdieran entre las sombras de la noche.

ㅡSeñor, se que no le gustará escuchar esto...ㅡ inició el joven.

ㅡSolo diloㅡ soltó seco, adentrándose en lo que era su casa y la estancia de sus subordinados. Necesitaba algo para saciar el hambre incontrolable.  Así que, se condujo al área donde muchos de sus hombres guardaban animales cómo provisión.

ㅡLos Benedicto quieren una reunión con usted lo antes posible. Al parecer la horda de recién nacidos a vuelto y estaba vez por él área de Nápoles. Ya hay unos cuantos desaparecidos.

El pelinegro asintió. Eso era de esperarse. No sabía desde donde habían viajado aquellos renacidos y necesitaba saberlo lo antes posible.

Normalmente él era que ayudaba a controlar la realización de caza desmedida. Si los ataques continuaban de esa manera, las cosas terminarían mal y entonces se verían obligados a emigrar nuevamente.

Y aquello no era una buena elección con tantos licántropos en todos lados.

Esa bola de peludos solo se dignaban en hacer la vida de los muertos vivientes más devastada, siendo tan territoriales y tratando de buscar pelea.

Peleaban por la comida y por el territorio. Por sus omegas, por el sol, por la lluvia. Por todo.

Desde algunos años para acá todo estaba surgiendo de lo mejor. Eran protegidos por una de las ciudades más seguras del mundo. Nadie los molestaba, porque muchos le temían a las cruces y las oraciones que dictaban los humanos.

Realmente pensaba que era una cosa sumamente absurda el hecho de creer que esos símbolos les hacían algo, pero les había servido de mucho.

Y ahora, todo se estaba complicando como si de un big bang se tratase. Su vida tranquila estaba siendo sumida en el caos. En el caos que unos inútiles estaban creando por no poder controlar sus deseos primitivos.

El joven sirviente se retiró, viendo como el hombre se adentraba a la habitación y cerraba la puerta tras de sí.

El peligro analizó los animales disponibles, meditando en cuál de ellos haría que al menos un poco de su ansiedad se detuviese. Necesitaba arreglar las cosas, porque si no lo hacía, moriría de hambre.

Ya estaba harto de estar estancado y no poder probar un humano.

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Estaba despierto, pero no quería abandonar aquella cama tan cálida y suave bajo su cuerpo. Todas las mañanas era un fastidio abandonar, porque acostumbraba a quedarse despierto altas horas de la noche y dormir hasta muy tarde. Pero esos días no debían ser así. Las vacaciones eran para aprovecharlas al máximo, no para quedarse encerrado en un cuarto de hotel.

Después de haber dado durante aquellos tres días viajes por Roma con ayuda de un guía. Estaban más que preparados para pisar suelo Santo como catalogaban algunos a la Ciudad del Vaticano. Era un lugar que sin duda deseaba recorrer, pues allí, se encontraban las más hermosas creaciones de los grandes artistas de la época del renacimiento.

Hoy era el día.

Se estiró en la cama, con un gemido sordo y abrió los ojos. Seok Jin salió del baño regalandole una mirada cariñosa.

ㅡBuenos días, Hyeongㅡ saludó el menor, saliendo de la cama y rascándose un ojo con los nudillos. Seok Jin lo contempló. Llevaba el cabello desordenado, sus labios y rostro estaban un tanto hinchados por el reciente despertar, cosa que lo hacía verse muy tierno.

ㅡBuenos días, Jiminie. Tienes que prepararte rápidamente porque estamos tarde. El guía nos comunicó que debemos estar en la entrada de la ciudad a las diez y estamos un poco retirados de allíㅡ indicó el mayor, secándose el cabello con una toalla. JiMin asintió obediente y se adentró al baño. Tomó una ducha rápida y salió para colocarse ropa cómoda.

ㅡTae Hyung, te dije que no podemos entrar al museo con pantalones cortos así que cámbiatelos ahora. Y solo debemos llevar las cosas que quepan en nuestros bolsillos, porque no están permitidas las mochilas, a menos que queramos guardarlas en un lockerㅡ murmuró Seok Jin irritado.

Tae Hyung obedeció a regañadientes y le soltó una mirada malévola a sus espaldas. JiMin ya sabía lo que se proponía el castaño. Era un molestoso en proporciones épicas y no dejaría en paz a Seok Jin durante todo el día.

Media hora más tarde, los cinco chicos estaban en la entrada de la ciudad. Seok Jin saludó al guía con un apretón de manos y empezaron a caminar al tiempo en que este narraba la historia de cómo fue fabricada.

Aquel lugar era inmenso.

Tenía sus propias oficinas públicas dirigidas por el papa, un banco, farmacias, hospital, tiendas, casas donde vivían personas del gobierno papal, entre otras cosas.

JiMin observaba todo ensimismado. Él nunca había sido un chico religioso, aunque si creía en la existencia de Dios y las criaturas espirituales. Sin embargo, a veces pensaba que los humanos usaban ciertas cosas solo para hacer que la propia especie estuviese bajo su domino. En ese caso, para él, aquel lugar lo era.

Hechó a un lado esos pensamientos, para concentrarse más en la descripción que daba el sujeto de sombrero beige, escuchando las historias que contaba con respecto a la cantidad de papas que estuvieron allí. Las grandes masas que iban a la Catedral de San Pedro cada día y cada año, entre otros detalles más sobre la iglesia católica en general.

Se condujeron a ese gran edificio entre murmullos y expresiones de asombro. Era un lugar increíble. Todo sobre él adornado con estatuas en color sólido gris y personas uniformadas en cada punto clave, denotaban seguridad.

ㅡVamos a la Capilla Sixtina, Hyeongㅡ suplicó JiMin, empujando levemente al mayor para que tomara el rumbo.

ㅡPero aún no he comprado los boletos.

ㅡ¿Cómo que no? ¿Sabes que posiblemente tengamos que esperar mucho para poder entrar? Debe haber una fila interminableㅡ se quejó el peligris, dejando ver un adorable puchero.

ㅡNo te preocupes. Entraremos aunque sea lo último que hagaㅡ indicó el mayor con una sonrisa dulce. JiMin sonrió con gracia, haciendo que sus ojos se volvieran dos finas líneas. Seok Jin no podía resistirse a tanta ternura. Ese niño lo tenía en la palma de la mano.

ㅡGraciasㅡ mantuvo su sonrisa, Jimin. El mayor caminó hasta la fila y se adentró en ella.

Una horas más tarde, el grupo ya entraba al edificio. Aunque algunos de ellos se sentían decepcionados por la espera y el aburrimiento, su ánimo se recobró cuando vieron tanta belleza en un solo lugar. Los ojos del más joven se concentraban en absorber al máximo cada detalle. Era demasiado para él, pero bastante satisfactorio.

Al fin estaba cumpliendo uno de sus sueños. La sonrisa no se iba de sus labios y los demás solo lo miraban con aprecio. Su amigo se veía tan bien. No parecía aquel chico enfermo que habían conocido algún tiempo atrás. Él se veía diferente. Un brillo especial le regodeaba. Sus ojos estaban iluminados por la emoción. Sentía que colapsaría allí mismo.

ㅡEstá es la piedadㅡ explicó el guía. ㅡCreada por Miguel Angel entre los años mil cuatrocuentos noventa y ocho y milcuatrocientos noventa y nueve a petición del Cardenal de San Denis JiMin se quedó viendo la escultura embelesado.

ㅡSiento unos escalofríos. ¿Podemos irnos ya?ㅡ pregunto un Tae Hyung algo asustado que apartaba la vista de las estatuas que rodeaban el lugar.

ㅡ¿Qué te pasa?ㅡ cuestionó, Jungkook susurrando.

ㅡSiento como si alguien me estuviese observandoㅡ dijo el castaño con timidez a su compañero.

ㅡPues claro que te están observando, ¿no ves toda esta gente aquí? Alguien tiene que pasar sus ojos por nosotros. No somos invisiblesㅡ contestó el menor fastidiado. ¿Cuándo Tae Hyung aprendería a ser menos cobarde? Quizá con una broma pesada le quitaría lo miedoso.

ㅡNo de esa manera, kookieㅡ respondió. ㅡ¿Es que no lo sientes?ㅡ el castaño miró a todos lados con desconcierto y se aferró al brazo del menor. No quería seguir por más tiempo en ese lugar. Era asombrosamente tenebroso. Admitía que todo era bonito y ostentoso, pero algo allí no le hacía sentir bien.

ㅡTae, deja la paranoia y continúa caminandoㅡ dijo el pelinegro siguiendo a los demás delante suyo.

Dieron varias vueltas en el lugar, apreciando todo lo que les ofrecía. Al final el guía les mostró la escalera de caracol y les indicó que este era todo del recorrido, pues había mucho más por observar, pero el tiempo no sería suficiente para hacerlo por completo, a parte de que debían estar cansados y hambrientos.

El mayor de todos asintió. Se despidió del hombre agradeció por su arduo trabajo. Salieron de allí rumbo a algún lugar para tomar el almuerzo.

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ㅡSeñor, todo está listoㅡ expresó la mujer de cabello rubio en una posición erguida.

ㅡRecuerden que debemos hacer esto rápido. El primero que llegue ese es el que elegirán. No podemos detenernos a analizar nada, ¿entendido?ㅡ expresó el líder con la vista fija en sus subordinados. Ya no podía aguantar más. Su cuerpo le suplicaba, le rogaba que encontrara una forma para alimentarse y la única estrategia que podía emplear era la que su amigo le había planteado. Las alertas habían aumentado notoriamente durante esos días y se estaba prohibiendo el consumo de humanos hasta nuevo aviso, por los incidentes en Nápoles, que surgían.

Esa era la única oportunidad que estaba en sus manos. Aunque le parecía un tanto fuera de lo común. Nam Joon había dicho que esta sería la adecuada. ¿Quién sospecharía de ello? Bastaba con deshacerse de los cadaveres y listo.

Se incorporó del sillón y salió del edificio. El sol estaba en su apogeo, pero los edificios hacían que este se ocultase estratégicamente, dejándole sombra. Sentía un poco de calor, así que desabrocho los primeros botones de la camisa y sacó su chaqueta de sobre sus hombros.

La gente siempre creaba mitos sobre ellos. Que los vampiros no podían estar en el sol, que solo una estaca en el corazón los mataba, que brillaban con la luz natural... Él había pasado por diversas circunstancias que no habían comprobado los hechos mencionados. La humanidad a veces era demasiado ignorante y lo había descubierto por su propio pie. Eran curiosos e investigaban hasta lo que no era permitido, pero eran negados a la realidad. A su al rededor vivían criaturas de todo tipo, y ellos solo trataban de vivir una vida cargada de avaricia y ambiciones para no aceptar la verdad existente.

Soltó un suspiro y continuó su camino hasta llegar al lugar especificado. La gente empezaba a salir del Vaticano. Las tiendas, restaurantes y pequeños puestos de mercado, estaban a disposición para brindar sus servicios.

ㅡEs por aquíㅡ indicó la mujer, extendiendo su brazo a un callejón en medio de dos casetas. Caminó por allí y atravesó la puerta que estaba al final. Subieron las escaleras hasta quedar en un ventanal que dejaba ver toda la calle concurrida.

Subió las mangas de su camisa a los codos, preparándose para el instante en el que pudiese bajar y capturar a su presa.

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