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Su pantalón holgado negro se engancha con una de las espinas de las numerosas hierbas que dificultan su camino hacia la libertad. Quiere huir, necesita escapar de las garras del hombre que corre tras él entre la vegetación del solitario bosque.

Escucha las ramas romperse bajo sus pies, su respiración acelerada por el ejercicio continuo. Si quiere vivir debe escapar, es su única posibilidad en ese maldito mundo que parece querer acabar con él a cada paso que da.

¿Cómo se podía haber dejado engañar por Shōji para ir hasta ese oscuro bosque? Tenía que haber supuesto que era una trampa, todo un plan organizado por el celoso Aoyama para sacarlo de enmedio; aún no entiende bien el por qué de su odio, pero debió haber imaginado que ese mismo acabaría con su vida en algún momento.

—¡Eijirō! —Escucha gritar a Shōji a lo lejos, haciéndolo detener con temor y buscar con la mirada un lugar donde resguardarse-. No debes temerme, no te haré daño.

¿Ah no? El cuchillo que había levantado segundos antes en su dirección no decía lo mismo.

Asustado, se cuela con rapidez entre unos filosos matorrales que desgarran con fuerza su ropa. Las heridas queman, su corazón parece querer escapar de su pecho y se siente mareado cuando ve la sangre salir de uno de los enormes cortes que su pantalón ya desgastado deja entrever. ¿Enserio iba a morir entre espinas y bajo los brazos de Shōji? De lo último no se queja, las espinas lo molestan algo más.

Se burla de sus propios pensamientos, en serio no puede estar pensando en que, de entre todos los secuaces de Aoyama, Shōji sería su favorito para acabar con esa angustia de vida que no lo deja ni levantar cabeza. Imagina sus brazos musculados tomándolo con fuerza, paseando el cuchillo por su cuello, y debe admitir que el hecho de que ese hombre atractivo sea el último ser humano al que vea es algo reconfortante; aún así, preferiría no morir con tan solo 17 años, ¡Aún ni siquiera ha besado a un chico, por el amor de All Might!

Su mente trabaja a una velocidad vertiginosa, tratando de idear algo que le permita salir de ahí con vida. ¿Podría sobornarlo? Aunque sus únicas pertenencias actualmente son su ropa rasgada y su cuerpo herido. ¿Suplicar, tal vez? No, Shōji no parece el tipo de persona que vaya a dejar de lado sus obligaciones por unas lágrimas falsas y palabras susurradas con tono meloso para poder sobrevivir. Debe pensar algo mejor, algo mucho más inteligente.

Retrocede ligeramente entre los matorrales cuando escucha los pasos del hombre acercarse, sin tener en cuenta que se encuentra en el borde de una caída de unos dos metros aproximadamente. Con la cabeza en las nubes como siempre, y el pulso latiendo a gran velocidad, sigue retrocediendo hasta que el suelo desaparece bajo sus pies.

Siente el aire golpear su cara durante unos segundos de caída, pensando irremediablemente que ese va a ser su triste final. Tanto huir de Shōji para morir cayendo desde ahí, ¿de verdad? No puede tener peor suerte, desde luego.

El golpe no tarda en llegar, arrancándole la respiración pero no llegando a matarlo; había esperado caer desde más alto, una suerte para él. Aunque no es tanta suerte cuando se da cuenta de que su caída ha generado un gran estruendo, y que los pasos acelerados de Shōji se dirigen hacia el borde del lugar.

Sus ojos rojos topan con el único visible de Shōji, y lo sabe. Es su final, ahora sí, tanto correr para nada. Siente que el miedo se instala con mayor fuerza en su corazón cuando ve al chico saltar con delicadeza y caer frente a él. Nota la culpa en sus ojos, el arrepentimiento en su mirada, pero aún así sabe que tiene la obligación de hacerlo.

—No me culpes, Eijirō —pide el chico del rostro tapado levantando el cuchillo con una lágrima casi cayendo de su ojo—. Debo hacerlo, es mi labor como sirviente leal al Rey.

Le entiende, o al menos lo intenta, pero aún así no puede evitar tener ganas de escapar y suplicar por su vida. No quiere morir, no tan pronto, pero parece inevitable en tan desafortunado momento.

Sonríe al pobre guardia con cariño, sabe que no desea hacerlo y por eso mismo siente que debe darle su apoyo. No se resistirá, no ahora, dejará que Shōji por fin acabe con tan desdichada vida. No puede ser la vida peor en el más allá, ¿verdad? Al menos nadie estará maltratándolo ni tratando de matarlo en todo momento.

El ruido de un arco al tensarse lo saca de su tormenta de miedos y, presagiando un futuro peor que el ser atravesado por el cuchillo de Shōji, decide que es mejor no mirar hacia el lugar de donde proviene el sonido.

—¡Deja eso en el suelo! —grita una voz en un tono neutral para estar apuntando con un arco a otra persona—. No me hagas disparar.

El joven de cabello gris deja caer el cuchillo de manera descuidada, levantando sus brazos justo después. ¿Puede huir? Ahora sí que no puede creerse su suerte, debe ser una broma.

Apresurado, se levanta del suelo dejando escapar un gemido de dolor por el movimiento brusco. Siente que le falta el aire, pero el regocijo por haber sobrevivido es mayor al dolor ocasionado por semejante golpe.

—Vete de aquí —ordena de nuevo la voz en un tono relajado que consigue calmar un poco su alma—, no quiero volver a verte por esta zona.

Shōji obedece sin rechistar al pedido del joven arquero, comenzando a caminar lejos de él con la cabeza gacha y susurrando un suave "lo siento" que a duras penas llega a escuchar.

No puede odiarlo, así que la disculpa jamás ha sido necesaria. Todo su odio debe enfocarse al loco de Aoyama, no a un pobre guardia al servicio de la tiranía de alguien obsesionado con la belleza y el poder. Shōji es un buen hombre, y el intento de asesinato no va a cambiar su perspectiva de él.

—¿Estás bien? —pregunta con algo de preocupación la voz neutra que lo salvó hace tan solo unos momentos, la cual no está muy seguro de dónde procede.

—Sí, me encuentro bien —contesta desplazando su mirada entre las copas de los numerosos árboles que envuelven el claro en el que se encuentra—. Muchas gracias por salvarme, amable desconocido.

El sonido de unas botas al impactar contra el suelo hacen presencia en el silencioso e imperturbable ambiente. Sus pasos resuenan sobre las ramas y hojas secas que decoran el suelo y, en poco tiempo, no tarda en aparecer frente a él un agraciado joven de más o menos su edad.

El corazón se le para durante el instante en el que los ojos de su salvador, uno celeste y el otro gris, chocan contra sus incendiados ojos rojos que arden un poco por las lágrimas acumuladas. Si sentía que morir en brazos de Shōji estaría bien, entonces entre los de ese desconocido debería ser la gloria.

Su cabello de dos colores —el lado derecho de este blanco y el izquierdo rojo— se encuentra recogido en una pequeña coleta que no alcanza a recogerlo completamente, dejando que unos revoltosos mechones caigan despreocupados por delante de sus centelleantes ojos heterocromáticos. El joven parece tener un cuerpo bien formado, cubierto por unas ropas de tonos azules y con aspecto caro pero cómodo que le facilitan el movimiento para hacer tiro con arco. Ese joven es un Dios, tanto él como su desesperado corazón están seguros de ello.

—Gracias por salvarme... —repite confuso, todavía maravillado por la persona que ha salvado su vida.

—Creo que eso ya lo has dicho —contesta sin cambiar de expresión el joven desconocido, acercándose dudoso hasta él. Siente sus mejillas arder ante su torpeza, y los ojos confusos del chico observándole solo aumentan el calor instalado en sus rojas mejillas—. ¿Cómo te llamas?

Duda antes de responder. No está seguro de que sea buena idea decirle su nombre real, pero por algún motivo tampoco quiere mentir a la persona que le ha salvado de su inevitable muerte. Una verdad a medias estaría bien, supone.

—Soy Eiji —se presenta sin desvelar su nombre completo ni su apellido—, ¿Y tú?

—Soy Shōto —contesta el ahora ya no desconocido, analizándolo exhaustivamente mientras él no puede hacer otra cosa que seguir avergonzándose por haber repetido la misma frase dos veces—. ¿Vives por aquí cerca? ¿Te acompaño a casa?

Obviamente no puede decir que vive en palacio, ni que no puede volver porque el loco de su padrastro desea matarlo por algún motivo que todavía no ha terminado de comprender. Se siente en una situación demasiado arriesgada, y sin embargo no puede evitar que su corazón se enternezca ante la amabilidad de ese chico, el cual está ofreciéndole su ayuda sin conocerlo de absolutamente nada, tendiéndole una mano cuando sentía que iba a desfallecer en cualquier momento.

Busca con su mirada alguna solución a su problema, como si esta fuera a caer del cielo. Y, como si sin quererlo hubiera invocado una solución, ve una casita a tan solo unos metros de ellos que parece la solución perfecta. Todavía algo inseguro, señala la choza con una sonrisa afilada que trata de verse segura.

—Ese es mi hogar —afirma tan seguro que por un segundo él mismo se lo cree, aunque no puede evitar el temor al ser descubierto en su mentira—, así que no debes preocuparte por acompañarme.

—En ese caso —El tono de voz del tal Shōto parece decaer un poco aunque vuelve a la normalidad con un ligero carraspeo—, te dejo ir tranquilo a casa. Ten cuidado, Eiji.

"Ten cuidado, Eiji" hacía años que nadie se preocupaba por él, que nadie le pedía que tuviera cuidado en ninguna de sus acciones o decisiones; pero ahí está él, un completo desconocido que le ha salvado la vida y que ahora hace palpitar su corazón solo por su atractivo y una frase posiblemente dicha por compromiso que altera todos sus esquemas.

No quiere sonrojarse, no delante de su salvador, pero no puede evitar que el calor se instale en sus mejillas al sentirse realmente emocionado por su preocupación. Tiene que irse cuanto antes, ese chico en un segundo ha trastocado su mente y eso le asusta demasiado.

Con una sonrisa y un guiño de ojo realizado en el calor del momento, corre hacia la maltrecha casa para esconderse en su interior. No se siente seguro hasta que su espalda se posa contra la puerta cerrada, tomando aire y relajando su acelerado corazón. ¿De verdad se ha sentido tan conmovido por unas solas palabras? Debe haber algo realmente mal con él, no puede ser posible.

El lugar en el que ha entrado es oscuro y huele a pan recién horneado que hace rugir sus tripas con fuerza. No se ha dado cuenta del hambre que viene acompañándolo desde la huida hasta ese momento, notando como su estómago prácticamente llora por un manjar.

Busca con la mirada el lugar del que procede el olor, descubriendo una mesa con siete platos llenos de comida y bebida. Se ven tan apetitosos que no se detiene a pensar en que eso debe pertenecer a alguien, que puede que esté envenenado o inclusive lo meta en el mayor problema de su vida. Le da igual, solo quiere comer.

Se aproxima hasta la mesa y, con las manos todavía sucias de la tierra y las hierbas, toma de los platos toda la comida que cabe en ellas. No tiene tiempo ni de pensar, solo quiere comer hasta estar saciado y caer desmayado del placer de poder ingerir algo.

Escucha como la puerta de entrada cruje al ser abierta y, con la boca repleta de comida y los ojos abiertos de sorpresa, se encuentra con siete jóvenes observándolo con sorpresa. Uno a uno, los siete entran en la casa y apuntan sus picos hacia él, quién no puede hacer más que levantar las manos con temor a ser golpeado.

—¿Quién eres? —pregunta un chico de cabello negro mientras deja escapar un bostezo que le hace parecer adorable.

—¿Y por qué te comes mi comida? No es justo, coge la de Midoriya —lloriquea un rubio con tristeza pasando su mano de manera brusca bajo su nariz, observando a su vez el plato que unos segundos atrás se encontraba devorando.

El tal Midoriya se sonroja fuertemente al ser nombrado y no tarda en correr a esconderse tras una alegre chica de cabello rosa que le dedica una brillante sonrisa tranquilizadora.

—Soy Eiji —Vuelve a emplear ese nombre que tan bien le resultó momentos atrás—, venía huyendo de un cazador y necesitaba comer algo. Lamento haber entrado a vuestra casa y comerme tu comida amigo, no quería ser una molestia. ¿Cómo puedo pagaros?

Uno de ellos, el que parece el líder por sus gafas y su posición recta, parece sopesar sus palabras durante un momento. Sus manos se ponen rígidas y, tras colocar sus gafas correctamente, comienza a hablar: —No tienes que pagarnos nada, Eiji —Lo tranquiliza el extraño chico—, pero tampoco podemos dejar que salgas con un cazador ahí fuera. Lo mejor será que te quedes aquí, aunque por supuesto no será gratis.

«¿No será gratis? ¿Qué puedo ofrecer yo?» piensa algo confuso ante la situación.

—¿Sabes cocinar? —Asiente algo desconfiado todavía, analizando detalladamente al que se dirige a él—. Está bien, si limpias y cocinas podrás vivir aquí.

¿Acaso ese es el día de los milagros? Ya hasta le parece imposible su buena suerte, no puede ser verdad que vayan a darle cobijo a cambio de realizar unas actividades tan fáciles, pero el rostro serio y los ojos penetrantes del joven le indican que no miente y que, si quiere vivir ahí, puede compartir hogar con ellos.

—¡Por supuesto, ayudaré en todo lo necesario! —exclama con la mejor de sus sonrisas—. Gracias por dejar que me quede aquí.

—Llevas un mes viniendo todos los días a verme —comenta en alto mientras recoge unas manzanas verdes que se ven perfectas para realizar una riquísima tarta de manzana—. Obviamente no me molesta, sabes que disfruto mucho tu compañía, ¿pero se debe a algo?

El habitualmente callado joven gira su rostro en su dirección, posando su brillante y algo cariñosa mirada en su cuerpo mientras continúa introduciendo las frutas en la cesta de mimbre que sostiene bajo su brazo derecho. Siente unos ligeros nervios que le hacen estremecer cuando nota como éste lo recorre de arriba a abajo y, con su típica calma, continúa afilando la punta de la flecha.

—Me aseguro de que estés a salvo —contesta simplemente el joven, como si hablara del tiempo.

Shōto ha estado visitándolo en su nuevo hogar desde el día en el que le salvó la vida, como si de una extraña rutina se tratara comenzaron a pasar todas sus tardes en compañía del otro. En un principio todo había sido bastante silencioso e incómodo, aunque con el paso de los días Eijirō fue capaz de ir descubriendo más cosas del dulce chico frente a él. Ha descubierto, por ejemplo, que el joven practica tiro con arco desde pequeño y que su hermano mayor Touya abandonó la familia hace algunos años con el pretexto de querer buscar trabajo en la ciudad, jamás volvió y al cargo de la familia quedó su hermano Natsuo con el que tiene una agradable relación.

Shōto es peculiar, algo extraño si le preguntan, pero tiene cierto aire enigmático que lo vuelve loco. Esos ojos de dos colores parecen encerrar el mayor misterio del universo, y no puede evitar pensar que le encantaría desentrañar cada uno de los secretos que se camuflan bajo la capa de la indiferencia en el joven.

—Oh Shōto, ¡te preocupas por mí! —exclama dejando caer el cesto de manzanas que rebota contra el suelo mientras corre a los brazos ajenos.

El sonido de las manzanas rodando suena lejano una vez que se encuentra entre los brazos del arquero, el cual tira instintivamente los elementos en sus manos para evitar que se haga daño; llevaba mucho tiempo deseando eso y por fin ha encontrado alguna disculpa chorra para juntar sus cuerpos en un tierno abrazo. El cuerpo de Shōto se tensa momentáneamente al sentir el agarre ejercido por Kirishima, aunque rápidamente se recompone y envuelve su cuerpo con sus fuertes brazos.

Siente su corazón acelerarse tanto que acabará por escaparse de su pecho, todo por culpa del acercamiento con ese chico que le salvó la vida sin motivo alguno. Quiere creer que los sentimientos que alberga por ese joven tan solo son por el agradecimiento que siente al haberle salvado la vida y no que tienen que ver con algo mucho más complejo; no quiere eso, tiene demasiado miedo para pensar en esa posibilidad.

Nota los dedos algo heridos por afilar la flecha de Shōto contra su espalda, acariciando la tela de la camiseta con gestos forzados que denotan su falta de experiencia en muestras de afecto. Es consciente de que el chico jamás ha tenido una familia realmente cariñosa, una que lo apoyara y le cuidara, pero no esperaba que la indiferencia entre ellos llegara a tal punto; eso le hace desear pegarse más, apretarlo con más fuerza y hacerle sentir que sus corazones laten al compás, que él le...

Que él le quiere.

Sus mejillas arden con el simple y desvergonzado pensamiento, no puede creer que haya admitido en su mente que lo quiere. Bueno, tampoco es para tanto, también quiere a los siete chicos que le han dado cobijo durante un mes y no se avergüenza al admitirlo. Pero admitir eso mismo en Shōto es muy distinto; no puede evitar darse cuenta de ello, de cómo su corazón late de manera diferente y como espera ansioso al día siguiente para verlo. Quiere que sus manos se rocen, que le dedique esas sonrisas que tanto cuesta arrancarle, que le cuente muchas cosas más sobre su pasado...

Se aleja de él avergonzado todavía, recibiendo una graciosa reacción confusa por parte del arquero. Lo entiende, seguramente este ha sido su mayor acercamiento con una persona externa y no entiende el por qué del inminente sonrojo en sus mejillas. No quiere pensarlo pero se le hace tan tierno que desea tomar sus mejillas entre sus manos y besar sus labios hasta que la confusión inicial se vuelva aún mayor, hasta arrancarle una sonrisa que pueda detener incluso al mismo sol para observarle.

—¿Te encuentras mal, Eiji? Tienes que tener cuidado, podría darte un golpe de calor —dice preocupado el chico frente a él, asociando de manera instintiva un sonrojo con el calor.

«Que adorable» piensa con cariño cuando Shōto busca con la mirada la cantimplora que se encuentra en el suelo, apoyada contra un árbol. Es realmente enternecedora la manera apresurada en que el chico recoge esta misma y, algo apresuradamente, la abre para tendérsela.

—Bebe por favor, necesitas hidratarte —pide Shōto con un poco de nerviosismo en su voz, como si temiera que en cualquier momento fuera a desmayarse.

No lo hará. Lo que le pasa no es un golpe de calor, es simple y llanamente que su amigo es demasiado adorable como para poder evitar que el rojo desee decorar sus mejillas.

Kirishima jamás ha conocido a nadie como él, una persona con claras dificultades para expresar sus sentimientos pero que aún así exprese una sincera preocupación hacia todo lo que le rodea; le parece asombrosa su manera de ser, tan diferente a la suya. Él es todo alegría, gritos y emociones mientras que Shōto es hielo, silencio y tranquilidad. No se parecen en nada, y aún así Kirishima encuentra fascinante cada aspecto del otro.

Toma entre sus manos la cantimplora que le es ofrecida y, con una sonrisa, toma un trago de agua fresca que parece relajar un poco el incansable calor en sus regordetas mejillas. Menos mal, si llega a tener que estar un segundo más así siente que su cara terminaría por estallar.

—¿Te encuentras mejor? —pregunta curioso Shōto mientras vuelve a tomar la cantimplora y cerrarla, atento a todos sus movimientos por si presenta algún signo de malestar.

—¡No tienes que preocuparte por mí, Sho-chan! Estoy perfectamente —contesta en tono alegre, ganándose una ceja alzada y una clara sorpresa en el rostro ajeno. Esto le encanta.

—¿Sho-chan? No me llamo así... —El chico parece extremadamente confuso, su cerebro parece trabajar a altas velocidades para comprender lo que está pasando— ¿Por qué me llamarías por un nombre diferente al mío?

Una risita escapa de sus labios casi sin darse cuenta, no puede creer que enserio sea tan tierno e inexperto. Desliza su mano hasta atrapar el brazo ajeno en una muestra de cariño.

—Los amigos se ponen motes como ese —explica ignorando el pequeño pinchazo en su pecho, fruto de sus tontas palabras-. Además, creo que te queda muy varonil, ¿no crees?

—¿Amigos? —pregunta Shōto sorprendido, observándolo con un poco de emoción en su mirada—. ¿Tú y yo somos amigos?

—¡Pues claro, hombre! Llevas viniendo a verme todos los días desde hace un mes, ¿Y aún lo dudas? —contesta con cariño, asumiendo que es la primera persona que llama "amigo" a ese chico.

Los ojos de Shōto parecen llenarse de lágrimas tras sus palabras y, antes de que se de cuenta, vuelve a estar apresado entre esos brazos a los que ya se ha hecho adicto. Lo siente temblar un poco, apretando el agarre a su alrededor, y se siente enternecido por ello; seguramente nadie había querido ser su amigo antes debido a su falta de capacidades para relacionarse, él mejor que nadie sabe lo crueles que pueden ser las personas solo por ser un poco diferente.

Acaricia su espalda con cariño durante todo el abrazo, casi como si le estuviera diciendo "aquí estoy, no voy a irme" y eso parece reconfortar al chico de cabello dispar que comienza a aflojar el agarre.

Sus ojos se topan cuando Shōto al fin se aparta, sintiéndose perdido de nuevo en ese par de brillantes que lo observan con agradecimiento y cariño. No evita acariciar la mejilla derecha del chico con su mano, deslizándola con cariño y dedicándole una enorme sonrisa filosa que es rápidamente correspondida por otra avergonzada y un poco confusa.

Definitivamente, el querer que siente por ese chico es muy diferente.

Camina emocionado por el sendero de todos los días, ese mismo que lo lleva hasta el hogar del chico que salvó. Después de los sucesos del día anterior, Shōto se siente más deseoso que nunca de poder pasar el día con su amigo Eiji, de descubrir más acerca de los lazos que unen a aquellos con la categoría de amigos.

"Sho-chan" es lo que se repite una y otra vez en su cabeza, ese apodo cariñoso que el pelirrojo decidió darle le ha hecho la persona más feliz del reino. Nada podría destrozar su felicidad en ese día, hasta si el mundo se acabara ese día al menos se iría con el hermoso recuerdo de los labios de Eiji pronunciando con cariño ese apodo.

Su corazón parece saltarse un latido por el pensamiento, y por un segundo se asusta al pensar que puede estar a punto de sufrir un infarto; no hay ningún curandero cerca, si ese es el caso va a morir. Pero este mismo parece volver a la normalidad un segundo después, aunque deja en él una sensación cálida y vibrante que no lo abandona en todo el camino.

La casa en la que vive Eiji se encuentra ahora rodeada de pequeñas vallas de madera para evitar que nadie pise la zona de plantación de flores; esas que Shōto le regaló a los pocos días de salvarlo, las cuales Eiji recibió con una enorme sonrisa que en aquel momento aceleró su corazón. Desde que lo conoce ha estado teniendo ciertos problemas de salud, debe ser momento de hacer una visita al curandero familiar.

Siente una emoción embriagante que lo envuelve al situarse frente a la puerta de madera que reformaron Eiji y él unos días antes debido a que la anterior ya comenzaba a tener demasiados agujeros y el frío de la noche se colaba entre ellos. Le había gustado ver al chico con esa camiseta de tirantes, con su cabello cayendo despeinado sobre su rostro y esbozando enormes sonrisas cada vez que aprendía algo nuevo de carpintería; no parece un chico de campo, aunque eso no podría importarle menos, él es perfecto tal como es.

Golpea la puerta con seguridad e ilusión, deseoso de ver la brillante sonrisa de Eiji al abrirle la puerta como cada día. Ya puede imaginar volver a abrazarlo como el día anterior, escuchar su nuevo apodo volver a escapar de sus preciosos labios y verlo cocinar algún plato mientras él prueba cómo va quedando. Está deseando pasar tiempo con él, más de lo que ha deseado pasarlo con nadie.

Sin embargo, cuando la puerta se abre el que le recibe no es Eiji, sino un chico de cabello rubio que no deja de llorar; por lo que le dijo el pelirrojo, ese debe de ser Kaminari. Sus ojos ámbar sueltan lágrimas como si de una catarata se trataran y, sonándose la nariz con fuerza, le dedica una mirada triste.

—Eres Shōto, ¿verdad? —Él solo asiente a la pregunta del chico, el cual ahora lo mira con aún más pena—. Eiji nos ha hablado mucho de ti.

Siente cierta calidez al descubrir esa información y aunque no entiende bien el por qué no se queja, al fin y al cabo eso se siente muy bien. Le agrada la manera en la que Eiji le hace sentir siempre, como si mereciera todo el cariño del mundo y él estuviera dispuesto a dárselo.

—Buenas tardes —saluda cortésmente al chico frente a él—, ¿podría ver a Eiji, por favor?

El chico vuelve a comenzar a llorar, recibiendo un golpecito en la espalda de un joven de cabello negro que parece sinceramente preocupado por él; ese debe de ser Sero, Eiji le ha contado que se huele que esos dos chicos tienen algún tipo de cariño especial.

El recién llegado lo examina con la mirada y, secando una lágrima que corre peligrosa por su rostro, lo invita a pasar. No es la primera vez que se encuentra ahí, dentro del lugar en el que Eiji pasa el tiempo cuando no están juntos, pero sí es la primera vez que lo hace mientras hay alguien más en él; eso lo perturba ligeramente, aunque la ansiedad por saber dónde está el pelirrojo es mucho mayor.

—Sígueme —pide el pelinegro mientras lo guía por la pequeña casa, la cual es fácil de memorizar.

Solo son unos segundos de camino hasta que llegan al tan conocido salón, ese en el que ha pasado tantas horas con Eiji. Recuerda el día en el que el pelirrojo cocinó un montón de postres extremadamente deliciosos y, como buen anfitrión, lo hizo probar cada uno de ellos hasta que quedó totalmente satisfecho; recuerda las ganas que tuvo de retirar con su dedo pulgar una pequeña mancha de crema en la mejilla del chico, aunque no tuvo el valor suficiente para hacerlo y tan solo le avisó de esta.

Todo en el salón parece normal, cada mueble en su lugar y todo limpio como siempre, sin embargo es inevitable darse cuenta de que algo va mal cuando presencia un enorme cajón de madera abierto y a cinco personas llorando a su alrededor. No entiende bien lo que pasa pero siente que no le va a gustar.

—Acércate, por favor —pide Sero empujándole con suavidad hacia ese enorme cajón que desentona con el resto de decoración.

Cuando sus ojos topan con lo que se encuentra en el interior de este, siente que su mundo acaba de derrumbarse. Casi puede escuchar la manera en que su corazón se rompe, casi nota como las astillas de este mismo se clavan por todo su cuerpo y le dificultan el respirar; nunca ha sido de mostrar emociones pero ahora solo siente que quiere dejarse romper ahí mismo. Siente el tacto cálido de las lágrimas al chocar con sus mejillas, nota como su respiración se vuelve errática y sus manos tiemblan de manera nerviosa. No puede ser cierto, no quiere creerlo.

Frente a él, un pálido Eiji reposa tranquilamente en el mullido interior. Su cabello se encuentra totalmente peinado, cayendo con gracia por sus hombros, y sus labios todavía mantienen el fantasma de una sonrisa en ellos; va vestido todavía con la ropa del día anterior y mantiene en su oreja el pequeño pendiente en forma de flor que le regaló cuando se enteró de su amor a estas mismas. Está tan precioso como siempre, parece que simplemente yace dormido en ese lugar, como un perrito que se acurruca y duerme en el primer lugar que encuentra.

Desliza su mano por la blanca mejilla del chico, sintiendo el tacto frío de su piel totalmente diferente al calor abrasante del día anterior. Quiere que en ese preciso instante vuelva a reírse, que le diga que todo ha sido una broma de mal gusto, y que mientras susurra su nuevo apodo vuelva a abrazarle; quiere volver a sentir su calor a su alrededor, volver a notar ese cosquilleo que se encendía en su interior en vez de ese doloroso pinchazo que ahora lo acompaña. Solo quiere volver a ver esos brillantes ojos mirándole con cariño, dedicándole esa sonrisa que podría parar las guerras con tal de evitar que algún día esta se perdiera.

Pero no lo hace; Eiji no abre los ojos, ni le sonríe, ni le abraza. Solo se deja tocar, paseando su mano todavía por la helada piel que ha perdido todo el brillo anterior.

—¿Qué le ha pasado? —pregunta entrecortadamente, tratando de evitar que más lágrimas rebasen sus ojos de una manera tan cruel.

—Cuando llegamos ayer lo encontramos así, tirado en el suelo y con una manzana mordida a su lado —informa un chico alto y con pose recta, se nota dolido pero aún así no se deja romper frente a nadie—. Como ya sabes, había alguien que intentaba matarlo... Y parece que lo ha conseguido.

Unos fuertes llantos resuenan de golpe en la habitación tras la dureza de las palabras. Desea gritar por ello, encontrar a esa persona y hacerla pagar por eliminar lo más bonito de su vida...

Pero no lo hace, solo continúa acariciando su piel mientras las gotas saladas no dejan de caer mojando así la ropa del chico acostado bajo él. Durante horas eso es lo único que hace, llorar y continuar buscando una señal que le diga que todo es mentira, que en realidad está vivo.

Acaricia una última vez su mejilla, roto de dolor. No quiere irse, no quiere dejarlo ahí, pero quedándose solo se herirá más.

Aproxima su rostro hasta la altura de su frente y con una lágrima cayendo sobre la frente pálida de Eiji, susurra: —Siento no haberte protegido, Eiji...

Sus labios se posan al fin sobre la helada piel, congelando su sangre al instante. Se siente tan destrozado, tan culpable... El pensar en que fue atacado después de que él se fuera solo lo empeora, golpeando con más fuerza su corazón herido por su pérdida. No separa sus labios todavía, necesita demostrarle todo lo que le hizo sentir una última vez; amistad, dolor, ternura... Amor.

Le duele haber tardado en darse cuenta de que esa extraña sensación en su corazón cuando veía a Eiji era amor, cuando lo salvó por puro instinto al ver a un chico tan hermoso y brillante tan asustado... Era amor cuando le regaló las flores, cuando probaba su comida, cuando deseaba más contacto con él. Fue amor desde el principio, y sin embargo no fue hasta el final cuando se dio cuenta.

Al fin se separa del cuerpo ajeno con su corazón latiendo dolorosamente contra su pecho, sintiendo que este mismo va a escaparse en cualquier momento. Lo observa una última vez, tan dolorosamente hermoso y tranquilo que siente ganas de volver a acercarse, de no dejarlo ahí; pero debe ser fuerte, seguir adelante aún si él no lo acompaña en el trayecto.

Está dispuesto a irse cuando nota un ligero movimiento en los párpados ajenos, tan sutil que de no estar tan cerca de él no se habría dado cuenta. Ve su boca entreabriéndose con lentitud, tratando de pasar la lengua por sus labios al seguramente sentirlos secos. Lo ve moverse, y su corazón parece querer escapar de su lugar para lanzarse a abrazar al hermoso chico.

Sus ojos se entreabren y lo miran con sorpresa, tan brillantes como el día anterior. No lo entiende, ni le hace falta hacerlo, solo necesita saber que enserio Eiji está ahí.

El chico le dedica una sonrisa cansada y con algunas dificultades todavía para moverse, susurra: —Ey, Sho-chan —Su voz parece música para sus oídos-— ¿Qué ha pasado?

—Estás bien... —Es lo único que parece querer salir de su boca, ya puede sentir como sus lágrimas vuelven a la antigua danza. Sin embargo, esta vez son de alegría.

El pelirrojo parece reaccionar ante sus lágrimas, levantándose asustado de su lugar para observarlo. Sus brillantes ojos lo miran con preocupación y de nuevo, solo puede sentir como su corazón vuelve a variar su velocidad; ahora le da igual, si es por él entonces aceptaría todas las variantes posibles.

—Pensé que estabas muerto —confiesa con la voz rota, todavía con el miedo instalado en su cuerpo—. No quería perderte.

—Ey, estoy bien —Trata de tranquilizarlo Eiji posando su ahora algo más cálida mano sobre su mejilla, justo como él hizo unos instantes atrás—. Soy difícil de matar.

No puede resistirse más y, movido por un impulso, se lanza a besar los labios del dulce chico frente a él. Lo suyo es amor, por fin lo ha descubierto, y al no ser capaz de expresarse con palabras cree que lo mejor es pasar a la acción; no quiere volver a tenerlo al borde de la muerte para tomar la determinación de hacer algo.

Siente sus labios mullidos y un poco secos contra los suyos, los cuales no se mueven seguramente por la sorpresa. ¿Y si no le ha gustado? ¿Y si no quiere ese beso? Pero toda duda desaparece cuando nota las manos de Eiji en su nuca y sus labios moviéndose con lentitud contra los suyos. Se siente embriagado por el sabor de estos, tan dulces como los había imaginado y tan maravillosos que se siente en el paraíso. El temblor de las manos de Eiji, el sabor de sus labios, sus ojos cerrados con fuerza mientras continúa el contacto... Todo es perfecto, y no quiere olvidarlo jamás.

Se separan delicadamente tras ese beso, tan dulce y esperado por parte de ambos que se siente como el mejor suceso del mundo. Sus corazones laten al compás, por fin ambos en la misma sintonía.

—Te quiero, Eiji —confiesa con cariño, posando su frente contra la ajena y casi escuchando la sonrisa que pone el pelirrojo tras sus palabras.

Brilla con luz propia, tan puro y dulce como el día que lo conoció. Se siente tan afortunado de poder tenerlo entre sus brazos después de ese enorme susto que cree que jamás volverá a ser capaz de soltarlo.

—Te quiero, Shōto —contesta con un tono cariñoso que enternece su alma.

Vuelven a juntar sus labios tras ello, embelesados todavía por el sabor de los ajenos contra los suyos; a lo mejor ese podría convertirse en su nuevo sabor favorito, el de Eiji en estado puro. Se sonroja ligeramente durante el beso ante la idea, aún así no se despega de él; no quiere perder ese contacto, no más.

Y al final, tras todo el miedo inicial, a lo mejor ambos han conseguido su final feliz; uno junto al otro, unidos siempre por ese cariño que surgió entre ellos desde el primer momento.

5993 palabras.
✨Publicado el: 24/03/2021.

💫N.A.: ¡Hola a todos! Jamás había escrito un Todokiri completo hasta ahora, había tenido mis intentos en otro fic pero no tan claro como aquí. La verdad es que estoy muy contenta con el resultado, y me ha encantado muchísimo escribir este OS. Espero que todos hayáis disfrutado este pequeño escrito, de verdad❤️

🧡OS dedicado a mi linda Ali_Anxnima

🧡Portada y separadores realizados por Himiko Toga de editorialashi_

🧡Créditos de los Fanarts: 1. R/Fireemblem (Reddit) 2. Staryns-archive (Tumblr)

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