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» Capítulo XVII

Jun Kenzaki

Kenzaki nunca se había sentido tan inquieto como lo estaba ahora.

Los últimos cuarenta minutos había estado dando vueltas sin parar por toda su habitación. Sus cejas estaban hundidas y sus labios apretados en una línea recta, al igual que sus puños, ocasionando que sus nudillos comenzaran a tornarse blancos.

Tenía un muy mal presentimiento.

Sentía que no debió de dejar sola a Amaya.

Regresó a su mansión hace dos horas y, en todo este tiempo, no había podido dejar de pensar en ella. Comenzó a recordar la expresión de la señora Sanjo cuando la obligó a meterse a su mansión, y eso no lo calmó en absoluto.

En ese momento sintió algo que nunca imaginó que sentiría: Arrepentimiento.

Siempre hacía todo cuanto quería y nunca miraba atrás. Solo sobre su hombro para después sonreír al darse cuenta de que de nuevo había obtenido lo que quería.

Y justo eso le ocurrió con Amaya.

Después de casi dos años al fin estaban juntos. Y, ahora que la tenía en sus manos, no quería soltarla jamás.

Por eso mismo, en estos instantes, se arrepentía de no habérsela llevado de allí... quizá de traerla consigo.

Amaya se había vuelto eso que él siempre necesitó y nunca supo. Siempre estuvo en sus narices y no lo notó hasta mucho después.

Ella, con sus ojos castaños chispeantes de picardía, esa sonrisa torcida con malicia y aún con su mal genio, lo había cautivado por completo.

Jun sabía que nadie podría ocupar el lugar que ella tenía en su vida. Porqué, además del boxeo, Amaya era lo que más quería.

Ella era su primer amor, su primera novia, su primer todo.

Había un recuerdo en especial que—Aunque lo más seguro era que ella no lo recordara—, él sí que lo hacía. Y era de sus favoritos.

Amaya y Jun tenían tan solo ocho y siete años, respectivamente. Kenzaki había llegado a la mansión Sanjo pues su padre tenía negocios que tratar con el señor Takehito.

Estaba sentado en la fuente frente a la mansión, aburrido, no quería entrar ya que no quería tener que convivir con ese par de niñas radioactivas—Según pensó en ese momento— que solo querrían hacer todo por impresionarlo.

Sabía que siempre esa era la situación si se trataba de él.

Comenzó a observar cómo las hojas secas de los árboles caían y se le ocurrió la magnífica idea de intentar golpear las hojas sin fallar ni una sola vez. Y así lo hizo. No dejó escapar ninguna hoja. Les atinó a todas.

Era un prodigio, en todo momento de su corta vida se lo habían hecho saber.

—¿Qué haces? —Había escuchado decir a sus espaldas.

En ese momento se volteó y fue donde vio por primera vez esos ojos castaños que justo ahora lo hipnotizaban. Se había encontrado con una niña de cabello castaño tan claro que quizá en algún otro momento podría pasar por rubio, que tenía los brazos llenos de moretones y las rodillas llenas de raspaduras.

Casi por instinto le había fruncido el ceño, a lo que la niña lo había imitado.

—No te importa—Le espetó y trató de seguir concentrado en lo suyo, golpeando las hojas que caían.

Pero le fue difícil porque, sin siquiera pensarlo, esa niña lo había desconcentrado y había fallado varias veces al intentar acertar a las hojas.

La castaña soltó una risita y él se giró a ella, molesto.

—¿Qué es tan gracioso? —Farfulló.

Ella había sacudido la cabeza en negación y se había acercado a su lado sin siquiera dudarlo.

Nunca habían hecho eso, siempre lo tenían a cierta distancia y se alejaban de su camino como si fuera una deidad. Así que el que lo hubiese hecho esa niña que se veía jodidamente mal—A comparación de él, quien tenía su costoso uniforme estilizado y bien portado— lo extrañó y, sin embargo, no le replicó nada.

Simplemente la dejó acercarse como si se conocieran de toda la vida y tuviesen toda la confianza del mundo.

—Yo igual hago eso cuando mi hermanita no quiere acompañarme a entrenar—Le confesó y empezó a golpear las hojas incluso más rápido de lo que él lo hizo anteriormente.

Ahora entendía porque tenía tantas marcas y cicatrices en el cuerpo.

—¿También quieres ser boxeador? —Le preguntó cuando vio que él no hacía ademan de querer contestarle.

Kenzaki había enarcado una ceja, como si lo que acabara de decir no fuese enserio.

«Claro que lo era.» Pensó en estos momentos al recordar.

—Yo seré un boxeador—Le había corregido—. El mejor que existirá jamás.

—Sí, claro—Bromeó ella con una sonrisita—. De ser así...— Titubeó un poco y Jun iba a comenzar a exasperarse, la vio sacudir la cabeza y finalmente decir—: ¿Me invitarías ver tus combates? Es que creo que a mí no me dejarán boxear jamás. Mi madre es muy estricta respecto a eso y, aunque mi padre me apoya, estoy segura de que eso no bastará para que me deje subirme a un ring.

En ese instante Kenzaki deseó verla luchar por lograrlo, no supo porque, solo lo hizo.

Así que con una sonrisita de suficiencia y una de sus cejas elevadas, dijo:

—Siempre estarás en primera fila...

Quiso decir su nombre, pero al no saberlo dejó la frase al aire para que ella lo completara. En ese momento se dio cuenta de lo despistada que podía ser al no percatarse de este pequeño detalle.

Lo que ella había hecho después de que Jun dejó de hablar lo tomó completamente desprevenido. Era algo que nunca se imaginó que la castaña haría con tan solo minutos de conocerlo.

Ella se había lanzado a sus brazos y le había dado un pequeño y rápido beso en una de sus mejillas. Las orejas de Kenzaki se habían tornado rojas de la pena al igual que sus carrillos, pero no la apartó, simplemente dejó que se quedara allí, con sus brazos rodeando su cuello.

Ese día juró que lo hizo más por instinto que por realmente quererla cerca, sin embargo, eso no quitaba el hecho de que él había rodeado con sus brazos el cuerpecito de la niña de cabellos castaños y se habían mantenido así durante más tiempo del que deberían.

—Gracias...—Le susurró ella antes de separarse y comenzar a caminar hasta la parte trasera de la mansión.

Al día siguiente supo que su nombre era Amaya Sanjo.

El golpe que produjo la pila de libros sobre su escritorio al caer al suelo de losas color hueso fue la muestra de que estaba furioso consigo mismo. Él mismo había empujado esos libros para que cayeran.

Cuando estaba molesto podía hacer cosas sin pensar.

Aunque, y siendo sinceros, ¿Cuándo Jun Kenzaki había pensado alguna de sus acciones antes de realizarlas?

Furioso, tomó una de sus chaquetas negras y se la puso. Estaba dispuesto a ir por Amaya y no volvería a dejarla sola en ningún momento.

Aun sabiendo que ella era muy capaz de defenderse por su propia cuenta.

Justo cuando quiso salir de su habitación, alguien se le adelantó y entró.

—¿Se puede saber porque demonios haces tanto escándalo? —Le reprendió su hermana mayor, señalándolo con un dedo acusador.

—No te importa—Espetó Jun e intentó escabullirse de allí.

Rin no tardó más que dos segundos en adentrarse también a la habitación, obstruyendo así juntas la única salida.

—Has pasado mucho rato dando vueltas, hermanito—Le dijo la de cabellera castaña—, incluso puedo escucharte desde mi habitación. ¿Qué sucede contigo, Jun?

—No lo sé— Sinceró. Por primera vez en su vida sus hermanas lo vieron angustiado—. Solo tengo el presentimiento de que debo de sacarla de esa jodida casa.

Con eso ellas supieron de quién hablaba.

Nunca lo verían de esa forma por nadie más que no fuera Amaya Sanjo.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? —Cuestionó rápidamente Sayuri.

—¡Que no lo sé! —Explotó—. Solo tengo que ir a por ella.

Rin lo señaló con un dedo y lo tocó, empujándolo un poco para atrás y deteniéndolo a la vez.

—Tranquilízate, hermanito—Pidió, pero Jun estaba reacio a hacerlo—. Es Maya, ella no necesita de alguien para que libre sus batallas.

—Rin tiene razón—Concedió Sayuri. Kenzaki apretó los labios. No quería escucharlas, solo quería salir de allí—. ¿Por qué no le llamas? —Inquirió—. Así puedes cerciorarte de que está bien.

Jun comenzó a pensarlo y realmente no era una mala idea.

Además, él podría descubrir fácilmente si Amaya le mentía, la conocía demasiado bien.

—Bien—Mustió y caminó hasta su cama.

Allí había aventado el móvil apenas entró a su habitación.

Les dio una mirada fría a sus hermanas para que salieran de allí, cosa que ellas no comprendieron de inmediato y por lo que tuvo que carraspear la garganta.

—¡Oh, sí! —Chilló la pobre Rin— ¡Ya nos vamos!

Y comenzó a arrastrar a Sayuri lejos de allí para que Jun pudiera hablar sin que anduvieran escuchándolo.

Aunque, para ser sinceros, eso no serviría de mucho ya que Amaya se lo terminaría comentando a sus hermanas.

Las ventajas de que tu novia sea mejor amiga de tus hermanas, como no.

Jun tecleó con rapidez los dígitos en su móvil y esperó impacientemente a que ella le respondiera. Justo cuando parecía que no iba a hacerlo y que ese era el motivo ideal para que Jun fuera a buscarla, al fin le contestó.

—¿Amaya, estás bien? —Preguntó inmediatamente.

—¿Por qué no lo estaría? —Le respondió a cambio.

Jun intentaba descifrar el más mínimo comportamiento fuera de lugar que tuviera, estaba muy atento a todo.

Solo necesitaba saber que ella estaba bien.

Y si no lo estaba... él iría por ella y trataría de que lo estuviese.

Creo que la jareta de narcisista arrogante se le había caído por completo y, para como estaban las cosas, quizá nunca se la volviera a poner.

¿O sí?

—Amaya—Sentenció—. Iré a sacarte de allí ahora.

—¡No! —Chilló apresurada—. No es necesario que vengas por mí, Jun. De verdad. Todo está bien. Solo era una rabieta de mí... madre. Le molestó que llegara tarde. Es todo.

Jun no estaba del todo convencido, pero las primeras tres palabras que Amaya diría a continuación desviarían toda su atención y lo desconcentraría como aquel día en que la conoció:

—Te quiero, Jun. No te preocupes por mí, estoy bien. Nos vemos mañana.

En los segundos en los que él permaneció desconcertado, la llamada había terminado. Y se maldijo por no haberle contestado lo mismo.

Aunque ahora sabía que estaba bien, así que no tenía nada de qué preocuparse. La vería mañana y quizá le respondería lo que no pudo ahora.

-

Se había despertado temprano y salió a correr como era su costumbre. No dejó de pensar en Amaya ni un solo segundo. Sobre todo, cuando estaban a poco de llegar a su mansión.

—Espérame aquí, no tardo—Le dijo al chófer, éste le asintió con la cabeza.

—Sí, señor Kenzaki.

Se bajó del automóvil por su cuenta y comenzó a caminar a paso apresurado, pero firme, a la puerta principal para tocar el timbre.

Se impacientó cuando no le abrieron enseguida; y aún más cuando habían pasado quince minutos y Amaya no bajaba.

¿Qué estaba pasando? Ella le había dicho que estaba bien.

Por la mente de Jun comenzaron a maquinar miles de cosas, aunque su rostro se mostraba imperturbable cuando abrieron la puerta.

—¿Dónde está Amaya? —Espetó, gélido.

Kanako le había abierto la puerta y justo ahora tenía los ojos hinchados y rojos.

Eso en definitiva no era una buena señal.

—¿Qué no lo sabes? —Inquirió retóricamente y con angustia antes de sorber su nariz—. Amaya se fue de aquí a la mansión de Yahiko. Dijo que nunca iba a regresar...

Kenzaki sintió miles de cosas en ese instante: Rabia, furia, celos, decepción...

Sobre todo, eso último.

Ella le había dicho que estaba bien.

Y que lo... quería.

¿Acaso le mintió?

No le respondió a Kanako, se limitó a dejarla con la palabra en la boca al alejarse de allí directo a su automóvil.

—Llévame a la mansión de los Inoue—Ordenó.

—Pero señor, su entrenam...—Intentó decirle su chófer, pero Jun hizo caso omiso.

—A la mansión de los Inoue—Repitió, furioso.

El chófer suspiró, pero no intentó disuadirlo.

—Sí, señor Kenzaki.

En ese momento su móvil sonó, notificando un nuevo mensaje.

Amaya: Jun, ya estoy en el Centro, no pases por mí. Te veo aquí, ¿Sí?

Jun solo la dejó en visto.

La rabia y sobre todo los celos se estaban apoderando de él.

No quería especular nada, ¡Pero Amaya una vez le dijo en su cara que ella e Inoue eran novios!

¿Cómo debía de tomarse eso ahora?

Sí, estaba molesto.

—Tatsuki, llévame al Centro Olímpico.

—Sí, señor.

Tatsuki, su chófer, no tardó tanto en llegar al Centro.

Jun ni siquiera esperó a que le abrieran la puerta para que pudiera bajar. Lo único que quería era llegar rápido con Amaya y que ella le dijera si lo que Kanako le había dicho era cierto.

Desde la puerta en la que se encontraba parado, la vio sentada en las gradas junto a sus hermanas y amigas, se notaba que estaban platicando. Y a su lado estaba Yahiko. Eso fue como si su oponente le hubiese logrado asestar un golpe en un round final.

Y hubiese caído al frío suelo de lona.

La castaña debió de sentir su mirada sobre ella, pues se levantó de inmediato y avanzó hasta donde él estaba de pie.

Jun estaba cruzado de brazos y sus cejas estaban completamente hundidas. Estaba muy molesto y perdido en sus pensamientos que no sintió cuando Amaya lo rodeó con los brazos nada más al llegar con él.

—Jun, ¿Estás b...? —Intentó decir la chica, cuando se separó de él al ver que no le había devuelto el abrazo.

Kenzaki trató de reunir todo su autocontrol posible, sin embargo, no pudo, por lo que le espetó:

—Me parece maravilloso que me mintieras, cuando yo estaba preocupado por ti, mientras tú estabas en la jodida mansión de Inoue.

Quizá, solo quizá, por la expresión dolida de Amaya supo que la había cagado.



***

¡Holaaa de nuevo! Lo siento, después de dejar el capítulo anterior hasta dónde estaba me vi tentada de seguir escribiendo el siguiente. Aún más porque está centrado en el punto de visa de Kenzaki.

¿A que no se esperaban ese suceso con ellos de niños?:D

¿Qué opinan de Kanako?

Yo sinceramente siento que ella no sabe que quiere, además de que es muy fácil de manipular.

¿Qué opinan de Maya?

¿Qué piensan de Jun? ¿Les gustaría leer más capítulos centrados en su perspectiva? ¿Lo conocieron un poquito más?:3

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Les gustó? ¿Qué creen que pasará en el siguiente?

Me gustaría saber sus teorías ahora que les dije que—Quizá— haya segundo libro... y con mucho más drama:3

¡Nos vemos hasta el siguiente gong!

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