» Capítulo IV
Amaya Sanjo
Un mes pasaba con suma rapidez, el tiempo se iba volando en un abrir y cerrar de ojos, la monotonía siempre estando presente en su día a día.
Hoy era un día importante.
Hoy era el día en el que Ryuu cumplía su sanción por claudicar y, para así, salir del club. Lastimosamente—O afortunadamente, tal vez—, él ya no quería hacerlo.
Quería permanecer allí, entrenando boxeo.
Además, hoy era el día del baile en la mansión Kenzaki y la llegada de Rin y Sayuri no sería lo único que se celebrara, sino también el anuncio del trato egoísta que ambos magnates hombres llevaron a cabo hace un par de meses, en una cálida noche de verano.
Hoy daban el anuncio.
Hoy Kanako y Jun se comprometían.
Amaya cada vez estaba más segura de que no quería que Jun formara parte de su familia, o ella la de él; día a día, sol a sol se convencía de las malas cualidades que tenía y que lo volvían un ser insoportable.
¿Y qué pasaba con las buenas?
Lo odiaba con todo su ser, y se lo había dejado en claro cada vez que podía. Así como él le había dejado en claro que no le apetecía en absoluto formar parte de su familia.
Entonces ¿Por qué seguían con la farsa?
El automóvil de Kenzaki aparcó frente a la mansión Sanjo, las puertas se abrieron y de ellas bajó él, con los negros cabellos revoloteando por el viento de otoño y los ojos grises brillando con suficiencia y malicia, las manos las tenía en los bolsillos delanteros de sus pantalones y una tonta sonrisa ladina adornaba su joven rostro.
—Y volvemos a comenzar— Recitó Amaya, llevándose la manzana a la boca mientras rodaba los ojos al chico que tenía enfrente.
—Y, de nuevo, mí futura esposa no está lista— Recriminó él, sabiendo que esas tres palabras podían poner inmediatamente de mal humor a Amaya—. Ve a buscarla y dile que tenemos que irnos, por favor.
—Y tú siempre con lo mismo— Espetó, de muy mal humor—. Te lo he dicho miles de veces, la puerta es demasiado grande como para que tu ego cruce por ella, así que si quieres algo puedes ir y decirle tú.
—Y yo te he dicho miles de veces que no eres buena boxeando, pero nunca me escuchas— Mintió con una sonrisa en su rostro—, entonces creo que estamos uno a uno.
—¿Ya te he dicho lo mucho qué te odio?
—Sí, quisiera decir lo mismo.
Eso desconcertó a la chica y como respuesta solo alcanzó a soltar un bufido exasperado.
Kanako cruzó la puerta principal y se les quedó mirando, como su hermana estaba frente a frente con Kenzaki, casi tenían la misma altura y sus narices estaban a unos cuantos centímetros de rozarse.
—¿Maya? — Preguntó, hundiendo ligeramente las cejas.
Sabía que su hermana detestaba a su prometido, así que no se explicaba el porqué de su cercanía. Amaya carraspeó la garganta, dándose cuenta de la situación y separándose de Jun, que la veía con una estúpida y enorme sonrisa satisfactoria en su rostro.
—Deben irse— Mencionó ella— o se les hará tarde. Venga, Kana.
Su hermana hundió las cejas, y estaba segura de que Kenzaki también había imitado su gesto, sin embargo, decidió ni siquiera voltearlo a ver.
—¿No irás con nosotros? —Murmuró Kanako.
Maya negó.
—Iré con Ryuu y Kiku.
Cuando Maya comenzó a caminar en dirección contraria a ellos, pudo escuchar como alguien chasqueó la lengua con fastidio. Y, aunque había algo que le había afectado, no lo iba a demostrar.
Mucho menos a Kenzaki.
-
Sus puños se estrellaban con fuerza en el cuero del saco, las vendas que cubrían la piel de sus nudillos comenzaban a teñirse de finas marcas rojas, el pecho le subía y le bajaba agitado, debido al esfuerzo que estaba ejerciendo mientras una capa de sudor cubría su cuerpo y mojaba su melena castaña.
Necesitaba parar.
El bullicio en la puerta del club captó su atención, la misma adulación y el griterío de todos los días y de las mismas chicas, solo significaba una cosa: Kenzaki estaba llegando al aula.
Rodó los ojos cuando lo vio llegar y trató de concentrarse en entrenar como antes de que él apareciera.
—¿Por qué no estás limpiando? — Preguntó Jun, entrando con la bolsa de gimnasio colgada en un hombro y dirigiéndose a Ryuu quién estaba dando puñetazos al aire.
—Ya... ya había acabado— Respondió el castaño, tartamudeando solo un poco.
Maya dirigió toda su atención a esos dos, sus ganas de entrenar habían pasado a segundo plano.
—¿En serio, enano? — Jun enarcó una ceja, desviando su mirada unos escasos segundos a donde ella se encontraba.
—¿Y cómo es que huele a peste? —Exclamó uno de los chicos de la otra vez.
El del incidente con la bragueta, para ser exactos.
—Hey, Aiko—Llamó Maya, mientras caminaba hasta ellos y se quitaba las vendas manchadas—. Sube tu jodida cremallera, carajo.
Los lame-botas que estaban a su alrededor, idolatrándolo, comenzaron a reír como tontos cuando vieron que volvió a caer en la trampa.
—Basta ya—Masculló Kenzaki, parando el alboroto—. Vamos a entrenar.
Kenzaki comenzó a caminar, alejándose de donde ellos estaban, con todos los miembros del club alardeando a sus espaldas sobre el que habían callado a Amaya Sanjo.
Lo que ellos no sabían era que ella no quiso seguir esa inútil conversación, nada haría cambiar a Kenzaki y eso ella, más que nadie, lo sabía.
Y quizá no quería que cambie, pero jamás lo iba a admitir, así como nunca admitiría que ese aire de idiota arrogante que tenía le daba un toque especial y único.
Pero mientras pudiera lo iba a seguir desafiando, sobre todo hoy, que tenía que impedir que el anuncio fuera dado en la fiesta para así, quizá, evitar que sucediera y Kanako no se casara con él.
—Kenzaki— Llamó Ryuu, captando la atención del mencionado, que lo miró con incredulidad y una mueca de desagrado en el rostro.
— No quiero que vuelvas a pronunciar ni siquiera mi apellido, ¿Entiendes?
— Idiota— Mustió Maya entre dientes, los ojos grises fueron a parar inmediatamente sobre ella.
— K-Kenzaki... dijiste que solo se podría salir o entrar de aquí si durante un mes limpiaba el gimnasio, hoy es mi último día...
—Nunca dije eso—Le interrumpió el pelinegro.
Sin embargo, Ryuu ni siquiera le dio importancia y continuó hablando.
—Pero he estado entrenando y he cambiado de opinión, ahora quiero formarme como boxeador. ¿Me dejas entrar como aprendiz?
Los ojos de Maya se iluminaron cuando escuchó las palabras de Ryuu con seguridad, Kenzaki reaccionó y quitó la mirada de Sanjo para posarla en Takane, sus negras y rectas cejas se hundieron y sus labios formaron un mohín.
—¿Cómo aprendiz? — Escupió, dándole la espalda y enfocándose en la venda en sus manos—. Nadie entra aquí como aprendiz.
—¡Me... me lo prometiste! — Takane, furioso, llevó una mano al hombro del pelinegro, quién se terminaba de vendar las manos.
—No me toques— Siseó, sin mirarlo.
Takane bajó la mano luego de unos segundos.
—Kenzaki...
—Yo solo te prometí dejarte salir del club en un mes. No hablamos de nada más.
—Ken...
—¡Te he dicho que no pronuncies ni mi apellido! — Estalló con una estúpida furia, lanzando un uppercut al mentón de Takane que lo derribó de inmediato—. Y encima exiges cosas que no mereces, solo mírate: No. Eres. Como. Nosotros.
Pronunció la última frase, palabra por palabra, mientras miraba como Ryuu yacía en el suelo. Amaya quiso ir en su auxilio, pero los neandertales formaron una barrera alrededor de ambos y eso solo logró enfurecerla.
¿Cómo podía ser así? No lo entendía.
Ryuu no parecía ni respirar, estaba quieto, no se movía ni un milímetro de donde estaba mientras que Maya pudo ver un deje de un sentimiento que no pudo descifrar en los ojos de Jun, que fue inmediatamente reemplazado por una sonrisa cargada de arrogancia cuando comenzó a alejarse de allí.
—Ken... Kenzaki. ¡Kenzaki! — Gritó Ryuu, levantándose de su lugar y poniéndose rápidamente en posición de ataque.
—¿Qué le pasa?
—¡Se ha levantado de pronto!
—¡Y encima te levanta la voz!
Exclamaron todos los miembros, horrorizados.
— Y ese, señores, sí es un boxeador— Habló Maya con una de sus comisuras hacía arriba, quien se había abierto camino entre los lame-botas de Kenzaki a empujones y puñetazos, aunque detestara golpear a las personas sin razón alguna.
—¡Yo quiero y voy a boxear! — Exclamó el castaño, con los brazos cubriendo su rostro y pecho, y las piernas semi dobladas y también en posición.
—¡Vaya, ¿Y esa postura de alfeñique?! ¿Qué diablos tratas de hacer? — Preguntó Kenzaki, con las cejas enarcadas y tratando de buscar defectos en la postura de Ryuu— ¡¿No me digan qué este enano quiere pegarme?!
Los miembros del club comenzaron a reír sonoramente ante la pregunta.
Amaya observó cómo Ryuu tenía ligeramente el puño izquierdo ligeramente más elevado que el derecho.
—«Aquellos que controlen su puño izquierdo dominaran al mundo» — Recitó, justo cuando Ryuu le lanzó un fuerte jab de izquierda a Kenzaki, que impactó de lleno en su rostro, mandándolo a volar.
Kenzaki estaba tendido en el suelo, todos estaban asombrados, excepto Amaya, quien se alegraba de que alguien, además de ella, pudiera golpear a Jun.
Porque, aunque el recuerdo no era muy lucido, estaba segura de que ya lo había hecho antes.
—¡No puedo creerlo! ¡Nadie nunca había logrado tocarle el rostro a Kenzaki, hasta ahora...! — Exclamaron— ¡El pueblerino ha tumbado al genio!
—Sube al ring— Ordenó el pelinegro, levantándose y señalando con un dedo el cuadrilátero—. Si me vences te dejaré entrar en el club.
—¡Ah, claro! ¡Ya sé lo que estaba pensando Kenzaki! ¡Se ha dejado golpear para enfrentarse al pueblerino en el ring! — Chilló un tipo bajito y de cabello rojizo.
—Serán imbéciles— Espetó Amaya—. Tanto a Kenzaki como a ustedes el golpe de Ryuu les tomó por sorpresa.
Los había dejado sin palabras.
Tanto Ryuu como Jun se estaban enfundando los guantes, justo cuando Kanako entró apresuradamente a la instalación.
—¡Deténganse! — Chilló, su hermana se acercó a ella.
—Kanako, ¿Qué sucede? — Preguntó Amaya, preocupada.
—No quiero que Ryuu pelee con Jun—Reveló con tenue desesperación—. Por favor Ryuu, desiste. Es una tontería.
Pero Ryuu estaba decidido y había sujetado una de las cuerdas, para ya meterse en ese desierto de cuatro esquinas.
—Déjalo Ryuu, blablablá—Dijeron los demás con burla—. Ja, ja, ja no lo hagas, Ryuu, por favor.
—Tengo que hacerlo, Kana—Respondió Ryuu, mirándola por última vez antes de subir al ring.
—Kanako, basta—Pidió su hermana—, no lo harás cambiar de opinión.
Pero la castaña menor no escuchaba nada más, ahora se dirigió a Kenzaki:
—J-Jun, por favor, sabes bien que Ryuu no tiene nada que hacer contra ti.
—¡No te metas en esto, Kanako! —Espetó Kenzaki, ignorándola y subiendo al ring.
Maya notó como esa frase la hizo decaer.
—¿Sabes, Kanako? Yo creo que Ryuu puede ganar—Habló Ama, con seguridad.
—¿D-De verdad? —Preguntó Kanako, con una ligera esperanza.
—Solo tiene que buscar la debilidad de Kenzaki—Zanjó.
«Y es más obvia de lo que creen.» Pensó la castaña, cruzando los brazos y disponiéndose a observar el combate.
El gong sonó y esa fue la señal, de que una lucha estaba a punto de comenzar.
🥊🥊🥊
Kath Ishimatsu
—Mierda, Ishi— Mustió Kath cuando vio los cortes en sus nudillos y ceja— ¿Qué pasó contigo?
En un mes podían suceder muchas cosas, por ejemplo, que Ishimatsu reanudara su pasión por las peleas callejeras.
Aunque había que admitir que nadie podía ganarle, o los niños eran muy débiles o él era muy fuerte.
Kath aun no descubría cual era la respuesta acertada.
—No pasa nada, Kath.
En eso un chico, regordete y de cabellos azulados, pasó y se detuvo cuando vio a Ishimatsu con la pelirroja.
—¡Buena pelea, Ishimatsu! — Chilló el chico, antes de seguir su camino en su bicicleta.
—Una pelea, ¿no? — Preguntó ella, poniendo las manos en puños sobre sus caderas. Ishi ni siquiera tuvo que hablar, el que calla otorga— ¿Al menos le ganaste? — Preguntó con ligero orgullo.
—¿Esperabas algo menos de tu hermano mayor? — Respondió él, sonriendo de lado y llevando ambos brazos detrás de su cabeza.
—Claro que no— Dijo ella—. Venga, hay que curar tus heridas, mamá no puede verte así.
Kath se lo llevó de allí a un sitio en el que pudiera asearlo y curarlo.
Al menos ambos tenían la satisfacción de saber que había ganado.
1/2
***
¡Hola, hola! Solo diré que disfruten del siguiente capítulo y cómo Amaya molesta a Jun xD
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