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» Capítulo I

Amaya Sanjo

El verano estaba próximo a terminar, sin embargo, el sol resplandecía como si fuera su mejor día, así que la brisa que se coló mientras observaba el paisaje a través del ventanal, perdida en sus pensamientos, le sentó de maravilla.

En eso, un automóvil apareció en el panorama y se detuvo justo frente a su mansión, bajando de este su hermana menor junto a Abu, su nana.

La sola idea de pensar que, alguien como Kanako, a sus catorce años y aun con nana, ya viviera comprometida a alguien que no quería, la repudiaba.

¿Por qué tenía que ser así?

¿Por qué no podían darle el derecho de elegir lo que ella quería?

¿Por qué no podía, simplemente, negarse?

¿Por qué la habían elegido a ella, en primer lugar?

Ahora no sabía la respuesta a ninguna de esas preguntas, pero ansiaba el día en el que las descubriera. Mientras tanto, aun tenían un mes para encontrar la manera de frenar esta locura.

Tenía un mes para que, juntas, encontraran una solución que no terminara en un matrimonio forzado.

Podían hacerlo.

O eso esperaba.

La puerta se abrió de pronto y, cuando Maya dio media vuelta para ver de quien se trataba, se encontró con Kanako bajo el umbral y con una innegable sonrisa en los labios.

—Has vuelto—Murmuró ella, contagiándose de la alegría que desprendía su hermana menor—. ¿Qué tal te fue en Shizuoka? ¿La liaste en el viaje?

Kanako negó mientras reía, cruzando la habitación hasta dejarse caer en la inmensa cama.

—Yo no—Confesó—. La liaron unos chicos que conocí en el tren de regreso aquí, a Tokio, incluso Abu se enojó por cómo se comportaron y casi no permite que les compartamos el vagón de la familia para que viajaran.

Maya hizo una mueca, rodando los ojos y resoplando con fastidio al mismo tiempo.

—Me regañó horrible por tomar una manzana del frutero y no es nada grave, me imagino como se debió de comportar con ellos—Masculló—. Dime que, al menos, le contestaron y no permitieron que los rebajara.

—La chica le respondió. Su nombre era Kiku y me agradó, al igual que su hermanito. Él se llama Ryuuji—Reveló, y Maya no pudo pasar por alto el rubor que sus mejillas adquirieron cuando dijo lo último—. Los invité a venir algún día a la mansión.

— ¿A la mansión? —Cuestionó, nada asombrada.

Sabía que Kanako, al menos la mayoría del tiempo, tenía gestos como este.

— Así es.

—¿Y les diste la tarjeta de papá?

Una de sus cejas castañas se elevó, sugerente, ocasionando que Kanako abriera mucho los ojos.

—Sí—Afirmó— ¿Por qué?

Maya solo atinó a reírse, antes de, también, dejarse caer en la inmensa cama junto a Kanako, mirando sus ojos acaramelados cuando se volvió hacia ella.

—Entonces sí que la liaste.

Y su hermanita la lio aun más cuando hablaron de la policía de Sukiyabashi para informar que unos chicos tenían la tarjeta de presentación de su padre entre sus pertenecías.

Esos chicos eran los que Kanako había conocido en el tren, lo supo cuando los llevaron hasta la mansión y los vio.

—Me parece una falta de respeto a la familia que unos críos como esos se queden aquí, viviendo con nosotros—Bramó su madre, mientras estaban de pie, esperándolos a la entrada de la propiedad— ¿Por qué te prestas a los juegos de Amaya?

Maya quiso responderle, sin embargo, su papá se le adelantó.

Kanako había permanecido en silencio desde la llamada de la policía, incapaz de decir lo que realmente estaba pensando.

—No son juegos de mi hija—Enfatizó, sin siquiera dirigirle una mirada a su madre—. Ella solo dio su opinión y dijo lo que pensaba, cosa que, desgraciadamente, nadie hace en estos tiempos.

—Esto no se quedará así, Takehito—Aseguró su madre, dándose la vuelta mientras le dedicaba una mirada gélida a Maya que logró hacerla estremecer—. Te lo aseguro.

No sabía si alguna vez le había hecho algo como para merecer ese tipo de tratos de su parte.

Se suponía que era su madre.

—Tú sabes si quieres hacer algo contra mí, Akira—Espetó Takehito, sonriendo ampliamente al mirar los ojos castaños de Maya—. Que tengas un buen día.

Por un momento, creyó ver a su madre estremecerse como ella lo hizo minutos antes, sin embargo, desechó la idea de inmediato cuando la vio marcharse a paso firme a los adentros de la mansión, sin siquiera dirigirles la más mínima de las miradas.

—La he liado ¿No es así?

—Para nada, Kana—Respondió Maya cuando su papá se demoró unos momentos en hacerlo—. Querías hacer una buena obra, nada más. No es así ¿Papá?

Él asintió ligeramente con la cabeza, con la vista al frente en la unidad de policía que estaba aparcando en la calle delante de ellos.

—Solo espero que esto no se nos vaya de las manos, Amaya—Fue lo único que respondió.

Ella también esperaba lo mismo, no obstante, casi lo hace pues Kiku no parecía estar contenta con la idea de que les brindaran todo sin pedir nada a cambio.

Maya en su lugar estaría igual, o peor, que ella.

Después de todo, siempre había un lobo disfrazado de oveja y nunca sabías que tan cerca de ti podía estar. Así que no debías de descuidarte.

Nunca.

Y Maya no quería descuidarse, al menos, hasta que vio llegar a Kenzaki cuando las fue a recoger al día siguiente para ir al Instituto.

En ese momento supo que, quien cediera primero, iba a ser el que cayera en esta guerra que les habían impuesto.

Y estaba segura de que la primera no iba a ser ella.


***

Pero bueno, ¿Qué ya ha iniciado su guerra, dices?;)

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¡Hasta el siguiente gong!

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