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Capítulo 6

―¿¡Qué Roxana qué!? ―exclamaron mis padres impactados.

―Ay por favor, no es para tanto ―dijo Jack sin importancia.

―¿¡No es para tanto!? ¡Esta con un tipo extraño del otro lado del océano! ¡Claro que es para tanto! ―regañó mi papá molesto.

―Sinceramente, tú para ser hombre no sirves. ¿Cómo pudiste ser tan idiota de permitir una estupidez como esa? Ah ―reclamó mi mamá.

―Roxi ha demostrado ser una mujer independiente, sabe cuidarse sola.

―Claro, porque tú nunca has demostrador ser un hombre de verdad. Cada día me das más la razón de porqué mi hija nunca debió casarse contigo ―confesó mi papá.

―Como si no fuera poco el simple hecho que la traigas a vivir lejos de nosotros.

―No es mi culpa que vivan en los límites llegando a la otra ciudad. Aquí Roxana estudió su universidad, era lógico que también montara su negocio y viviera.

―¿Pero de todas las opciones de viviendas más cercanas y cómodas que les recomendamos, tuviste que escoger la más alejada de nosotros? ―cuestionó mi mamá.

―Claro que no, mi familia vive a diez minutos y ellos insistieron, no fue por nada más. ¿Ustedes creen que de verdad no pienso en mis suegros favoritos?

―Somos los únicos.

―Sí, eso dije.

―Tú nunca no has demostrado el más mínimo agrado hacia nosotros. Ya hasta nos tuviste media hora tocando y gritando a la puerta.

―En mi defensa suegrita, creí que eran los testigos de Jehová.

―Mira Jack ―intervino mi padre acercándose―, sé un hombre por primera vez en la vida y asume las consecuencias de tus actos, porque si algo malo le llega a pasar a MI HIJA, voy hacer rodar tu cabeza yo mismo.

―A ver, repito ―Se alejó de su espacio evitando el desafío―. Roxana solo está de vacaciones. Con todo pagado por mi jefe. Gracias al sorteo que gané en la empresa. Todo está en orden.

―Aun así, era tu responsabilidad ir con ella o no ir ninguno ―opinó mi madre.

―¿Qué no tienen otra hija por cual preocuparse? ―cuestionó intentando saltarse el tema―. Rosangela aún está en la etapa de la adolescencia y sus hormonas siguen inestables. Más en la universidad yo que se los digo.

―Mira, mejor cállate y no te metas en lo que no es tu asunto ―regañó mi papá.

―Bueno, pero no se enoje. Ya aclarado esto... ¿Ya se van o...?

―¿Nos estás corriendo? ―preguntó mi mamá ofendida.

―¡No! Bueno... ―Iba a decir la verdad, pero cambió de opinión―. Es para hacerles la cena y... acomodar su habitación.

―Pues vinimos a pasar la noche aquí y ya es muy tarde para volver siendo domingo.

―Bueno, en ese caso... Están en su casa, póngase cómodos y ahí está la Nintendo si quieren jugar ―dijo en modo de bromas, pero mis padres lo seguían viendo en seriedad― Sí, lo sé, son viejos ―susurro para sí mismo camino a la cocina.

Luego de escuchar los sucesos de Jack, para después saludar a mis padres por la misma llamada; escuchando sus versiones para reforzar lo que Jack les dijo y ocultando ciertas cosas por el bien de todos; me cambié de ropa para dormir tranquila.

Al día siguiente se veía un día espectacular, el sol estaba radiante en el alumbrar del cielo azulado, que desprendía la calidez de... ¿A quién engaño? Solo les estoy contando el chisme de mi vida. Ya no sigan esperando descripciones en prosa y palabras de culto literario, se quedan con mí narración ordinaria.

―Lo estás agarrando mal ―señaló Edgar.

―No es mi primera vez, sé lo que hago. Que sea más grande no significa que no sepa que hacer ―respondí poniendo me cómoda

―Tu postura y como lo agarras me da una clara señal de que eres inexperta.

―Oye, es mi estilo ¿No te gusta como lo hago? ―me quejé entre cerrando los ojos y cruzando los brazos.

―Primero, ese es un palo de tiro corto. Segundo, ni tú sabes dónde colocar los pies. Tercero, pareces beisbolista. Cuarto, tus pies están tan cerca de la pelota que, en lugar de hacerla volar, lo que va a volar es tu tobillo.

―Eres un exagerado. Ya he jugado golf en el Wii y era bastante buena.

―¿Vas a comparar un juego virtual en una consola con la vida real? ―preguntó irónico presionando sus sienes con sus dedos y los ojos cerrados.

En fin, fuimos a jugar golf en el inmenso campo del club. Eso si era una experiencia nueva, estar en ese gran campo verde, ir en un carrito de golf, usar el cómodo y sofisticado uniforme de deporte para ricos. Es una imagen que no se me borrará de la memoria y menos después de todo lo que sucedió.

―Bueno, entonces explícame ―accedí con fastidio dejando caer el peso de mi pecho en el palo.

―Bárbara, pásame un palo de madera ―Extendió su mano a ella mientras me observaba serio hasta recibir el palo―. Mira, la distancia debe ser prudente para darle a la pelota y no por muy encima ni al suelo, aproximadamente a cuarenta grados. Pies separados a la altura de los hombros, espalda recta, rodillas levemente flexionadas; y a la hora de golpear no solo es alzar los brazos como si te fueran a lanzar la pelota para batear. Debes incluso girar tu torso, para que a la hora de golpear...

Mira adelante para volver la vista a la pelota y ejecutar el tiro. Seguimos la trayectoria de la pelota y vemos como esta se detiene por el área donde se encuentra el hoyo a lo lejos.

>>Sea más cómodo, también ayuda con la fuerza del disparo y que puedas tener el alcance necesario para quedar lo más cerca posible.

―Perfecto, ¿Ya lo puedo intentar?

―Adelante ―Me da el paso para darle yo.

Me coloca una nueva bola en el palito ese rojo y cuando me disponía a hacer mi tiro...

―El palo ―me interrumpió haciéndome soltar un suspiro pesado, intercambiando el suyo con el mío.

Seguí sus instrucciones, y en el proceso me fue recordando sus acotaciones. Ya al estar preparada adecuadamente me dio el permiso de intentarlo. Me sentía confiada. Miré al hoyo e hice mi tiro. Por desgracia, fallé el tiro por mirar al hoyo y no a la pelota, pero si le di a otra cosa. El palo se me fue de las manos hacia atrás y voló directo al carrito de golf.

Como cereza de pastel y para darme más vergüenza, dos hombres iban caminando y se detuvieron al ver como el palo rebotó del suelo hasta impactar al carro y volver al suelo. Un poco más y hasta les doy a alguno de los dos.

Yo me disculpé super apenada, pero al ver el susto y la molestia en sus caras Edgar les habló quién sabe qué. Seguro para decirles lo estúpida que soy, pero no fue para menos, les juro que sí tenía el control del juego, o eso creí.

―Okey, el lado bueno es que el carro solo tuvo un rayón que no es la gran cosa ―informó luego de checar el carrito.

―¿Y cuál es el lado malo? ―cuestioné entrelazando mis dedos esperando un reclamo severo.

―Que no sabes jugar y vas a matar a alguien si seguimos con esto ―soltó serio.

Escuché la risa de Bárbara y cuando volteé a mirarla completamente seria, se calló de golpe sorprendida, apartando su mirada a otro lado apenada.

―¡No es mi culpa! El sol me pegaba en la cara y me dejaste el palo lleno de sudor.

―Sí, ajá.

―Otra vez. Lo haré bien ―Le arrebaté el palo de las manos y me encaminé para al siguiente tiro. Al alistarme sentí los brazos de Edgar rodeando me desde atrás para tomar mis manos poniendo me tensa.

―Espera, déjame ayudarte para que entiendas.

―¡No Edgar, yo puedo sola! ―exclamé agitándome para que me soltara.

―Tranquila, solo me quiero asegurar de...

―¡No, en serio! ¡No te pases!

Yo gritaba, Edgar insistía, y Bárbara supongo que quería desaparecer en ese momento.

―EDGAR. POR FIN, MALDITO INFELIZ ―gritó una chica a lo lejos haciendo nos detener en seco para observar lo cabreada que venía hacia nosotros.

―Ay no, no ¡No! Todo menos ella ―suplicó al cielo luego de soltarme.

―¡María Laura! ¡No puedes alterar te así! ―exclamó una señora que venía más atrás de la joven mujer intentando alcanzarla.

Aquella chica rubia que se acercaba con la mirada asesina era muy linda, y obvio de la misma clase de Edgar por como vestía. La cosa que más llamaba mi atención era su estado de embarazo. Lo mejor que pude hacer fue alejarme de él poco a poco y colocarme al lado de Bárbara sin despejar los ojos de la escena.

―Haces bien en alejarte, esto ya se armó ―comentó Bárbara lamentándose por lo que venía.

―María, que sorpresa verte por aquí―saludó Edgar con una sonrisa forzada.

―¿Cómo se te ocurre ignorarme y desaparecer? ¡Te he intentado contactar por todos los medios posibles! Y cada que llamo, tú asistente siempre me dice "ay, está ocupado, no te puede atender" ―imita con una voz aguda exagerando la dulzura―. Siempre siendo inservible, no sé para qué sigues con esa estúpida.

―A ver, primero calma te. Tú no tienes el derecho de decidir qué hago con ella. Si le mando a decir que estoy ocupado, estoy ocupado.

―Hija, por amor a Dios. Calma te eso le hace mal al bebé. Edgar, mi hija necesita hablar contigo urgente, te pido que la escuche.

―Ya va señora, a usted ni la conozco para que venga a pedirme eso. Yo con ella no tengo nada que hablar. Terminamos hace tiempo, fue bonito mientras duró, pero ya...

―¡Ya va! ―interrumpió al notar mi divina presencia―. ¿Quién es esa? ―la mujer joven me miraba señalando me como si le diera asco.

―¿Disculpa? Más respeto ¿No? ―respondí a la defensiva.

―¿Enserio fuiste capaz de reemplazarme por una cualquiera?

Y sí, esa mujer estaba buscando problemas y vaya que se la estaba ganando conmigo.

―A ver si controlas tu temperamento, y no estes hablando cosas que no sabes mamita ―dije tajante.

―Como si no supiera que eres una de esas para puro ratico. Ubícate, igualada.

―¿Yo? Si la que veo que tiene una barriga por despecho es otra ¿O me equivoco? ―respondí descaradamente.

―¡Mira hija de...! ―Venía con todo a hacerme quién sabe qué, cuando Edgar intervino deteniéndola.

―¡Ya basta con tus dramas, María! Ya dime que es lo que quieres para que te vayas y dejes de perturbar la paz de todo el mundo que se atraviese.

Se soltó bufando haciendo se la ofendida para luego mirar hacia nosotras de nuevo.

―Bárbara, llévate a esta mujercita de aquí.

―¿Por qué no te vas tú si tanto afán tienes de no verme?

―¡Barbara, te lo estoy ordenando! ¡Capta de una vez, buena para nada!

―Deja de mandar, que tú no tienes autorización sobre ella ―dijo Edgar molesto sujetando el puente de su nariz buscando calma.

―Pues entonces diles que se vayan, ¿Es mucho pedir?

―¿Para complacerte a ti? Pues si es mucho porque no te lo mereces ―volví a intervenir.

―¡Bueno, pero deja de meterte en lo que no te importa! ―Una vez más pretendía querer hacerme algo antes de ser detenida.

Parecía una niña pequeña brincando y haciendo berrinche mientras que yo solo estaba en mi lugar de brazos cruzados y mirada sarcástica.

―Roxana, ya no te molestes. Bárbara, por favor. Vayan a la cafetería y coman algo mientras.

―Sí, señor ―Asiente para él―. Vamos ―me indica al mirarme, y pues, preferí ir con ella.

No tenía mejores opciones que fueran de mi agrado. Esa mujer se lo notaba lo consentida que ha sido en su vida. La mamá que parecía estar ya acostumbrada a los impulsos de su hija era un gran ejemplo.

Pero bueno, mientras más nunca me la encontrara en la vida todo iba a estar bien.

―¡Hasta que por fin! ―escuché decir a la niñita haciendo que volteara los ojos mientras seguía caminando sin mirar atrás.

Ya estando en una distancia coherente rumbo a la cafetería, decidí romper el silencio.

―Ay no, esa mujer cae de lo peor. Pobre de Edgar que se la tiene que aguantar.

―Ni me lo digas ―comentó Barbara en un suspiro.

―¿Por qué te dejas tratar así de feo con ella?

―Porque no tengo opción. Cuando el señor Edgar tenía una relación con ella, me trataba así cada que tenía la oportunidad.

―Pero ya no trabajas para ella, y aun así siempre has tenido derecho para decirle todas sus verdades.

―Sí, pero no puedo meter mis impulsos personales mientras trabajo. En tal caso, Edgar es el que me debe defender.

―No lo vi muy interesado en querer hacerte respetar como mereces. Tu trabajo con él es asistirle, no soportar insultos desagradables y dejarte denigrar por gente que se cree superior a ti.

―Tienes razón, pero no todo el mundo me trata mal. Ella es la única que se ha creído mi jefa solo por el hecho de tener una relación con Edgar. Y voy hacerte sincera, eran tantos los malos tratos que, si me enteraba que se iban a casar, iba a renunciar. Ya era la peor como novia, no quería saber cómo era de esposa de mi jefe.

―¿Por qué supones que Edgar se casaría con una mujer como ella? Él tan serio y calmado y ella... pues todos los sinónimos de insoportable.

―Eso es lo que ella pretendía. Está tan obsesionada con él que es muy seguro qué... ―Se detuvo de caminar mirando el suelo con un gesto de desagrado.

―¿Muy seguro qué? ―cuestioné dejándome llevar por su silencio y la intriga que generaba.

―Perdón, pero no debo hablar sobre la vida privada de mi jefe.

―No estamos hablando de él, hablamos mal de ella ―comenté en broma.

Sí, sé que me metía en lo que no me importaba. Pero por Dios, trabajo en una peluquería. ¡El chisme es lo mío!

―Sí, pero es casi lo mismo porque lo vincula a él.

―¿Acaso tiene algo que ver con la barriga? ―pregunté haciendo lo parecer obvio, porque lo era.

Aparta su mirada de mí dudando si decirme o no.

―Solo lo afirmo porque es muy evidente ―aseguró señalando me con el dedo índice.

―Oh... ―expresé como si la revelación no fuera gran cosa y Bárbara siguió caminado y le seguía―. Bueno, supongo que tarde o temprano algún paquete debía salirle en una barriga.

―Es más temprano de lo que crees.

―¿A qué te refieres?

―Nada.

El silencio volvió a nosotras justo entrando a la cafetería haciendo sonar una campana. Nos recibió un aire frio y fresco con varios olores agradables bastante suaves y apetitosos. Nos acercamos a una mesa y antes de sentarnos volví a hablar.

―Lo siento ―dije apenada.

―¿Lo siento por qué? ―Me miró incrédula.

―Porque te he tratado feo. Mira, no ha sido mi intención incomodarte...

―No, pero no te preocupes... ―me interrumpió sentándose en la mesa.

―Claro que me preocupo ―continué sentándome también―. Estoy muy estresada y nerviosa con lo que pueda pasar en la apuesta. Estoy en un país desconocido con un idioma diferente por lo que me siento muy insegura. Bárbara, eres demasiado amable y servicial, nadie tiene el derecho a pagar sus frustraciones contigo como lo he hecho contigo.

―No es nada, yo también me estreso como no tienes ni idea. Aunque parezca que siempre ando molesta, es mi manera de llevar las cosas. Así para que cuando esté molesta de verdad, nadie se dé cuenta.

―Te entiendo ―respondí en risas―. ¿Podemos empezar de nuevo entre tú y yo, y ser amigas?

―¿Quieres ser mi amiga? ―intentó confirmar arrugando la cara.

―¿No quieres? ―cuestioné arrepintiendo me.

―No, si quiero... ―respondió sorprendida―. Es solo que nunca me habían pedido eso. En este trabajo siempre me consigo a personas muy clasistas, y los hombres que parecen que no lo son, lo único que buscan es acostarse conmigo como si fuera un juguete desechable.

―Ya no más, ahora nosotras somos amigas y nos trataremos con confianza ―extendí mi mano hacia ella para estrecharlas―. ¿Trato?

―Trato hecho ―afirmó con una sonrisa en sus labios dándome la mano.

―Buenos días señoritas ¿Puedo tomar su orden? ―dijo una mesera con una sonrisa amigable que vino a nuestra mesa dejando los menús.

―Pediré lo mismo que mi amiga ―indiqué para mirarla sonriente.

―¿Estás segura? ―preguntó como si eso fuera una tarea que no pudiera hacer.

―Claro, te la pasas siguiendo órdenes todo el tiempo, conmigo puedes hacer lo que quieras. Confío en ti, sé que tienes buenos gustos.

―Bueno en ese caso... ―Tomó un menú con alegría y revisa con atención― Pediremos dos cafés y dos biscochos.

―Espera ―Detuve a la mesera antes de que anotara― ¿Por qué pides lo más simple? Sube la apuesta. Recuerda que Edgar es el que paga.

―Oh... pues. Reemplaza los cafés por dos malteadas de fresa.

―Pide más, vamos ―Alenté.

―Y... En lugar de biscochos, dos trozos grandes de tarta de durazno.

―Perfecto. Queremos eso.

―Esta bien ya se los traigo enseguida ―informó la mesara anotando todo y fue por nuestro pedido.

―¿Ya ves? Debes aprovechar los momentos para hacer las cosas que quieras. O es hoy o es nunca, así toque arrepentirse luego.

―Tienes razón, lo voy a tener en mente más seguido.

―Estoy segura que sí.

El ruido de la campana de entrada llamó mi curiosidad. Veo a Edgar llegar con su postura recta de siempre buscado con la mirada dónde nos encontramos. Hice un ademan con mi quijada señalando a Bárbara para que volteara y cuando esta lo hizo, nos ubicó en la mesa para acercarse.

―Perdona me por lo que acaba de pasar, Roxana. Estoy muy apenado contigo.

―¿Tan rápido solucionó todo? ―pregunté intrigada, prácticamente venia detrás de nosotras.

―No me gusta perder mi tiempo, así que fui al grano.

Después de eso hubo un silencio. Edgar y Bárbara se miraban fijamente compartiendo mensajes por telepatía y no entendía. Yo tenia ganas de preguntar por el embarazo de esa chica, pero me daba pena con Edgar. De igual forma, si ese hubiera sido el tema, la conversación le hubiera ido para más rato.

―Aquí tienen su pedido ―anunció la mesera cortando el silencio de la mesa.

―A ustedes dos como que los antojos se le fueron a otro nivel.

―Solo provocó y ya ―respondí compartiendo sonrisas con Bárbara al ver la cara de asombrado en Edgar.

―Muchas gracias ―le dijo Bárbara a la mesera.

―De nada. ¿Usted va a querer lo mismo?

―No gracias, mucha azúcar me altera los nervios. Quisiera un café con poca azúcar y un biscocho.

―Enseguida se lo traigo ―respondió amablemente anotando rápido al marcharse.

―Eso explica muchas cosas ―mencioné en confidencia con Bárbara.

―¿De qué hablan ustedes dos? ―La única respuesta que le dimos fue unas risas que intentamos disimulamos tomando cada una de su malteada― Ay no. Voy a llegar a viejo y seguiré sin entender a las mujeres.

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