Voces...
hablan primero
en susurros apenas audibles.
Y sin saber porqué me paro a oír.
Voces que alertan cuidado,
que desconfíe de esos ojos que me miran,
 de esa sonrisa que me regalan,
de esa mano que se extiende hacia mí.
Voces que aseguran que esos ojos me amenazan, que esa sonrisa falsa sólo busca distraerme de esa mano
 que quiere robarme lo que es mío, lo que me he ganado.
Ahora estoy en alerta. Desconfío no sólo de esos ojos o de esas manos
sino de todos los ojos y de todas las manos...
 Y cuánto más oscuros los veo, más fuerte son las voces que me alertan y acelero el paso tanto como puedo.
Los jardines por donde andaba se han convertido en trincheras.
Voces me dicen que me esconda, que estamos en guerra.
Trato de hacer oídos sordos a esos llantos y a esos pedidos y a esas quejas, que acompañan a esos ojos y esas manos.
Cabizbajo, arrastro los pies en el barro,
 que no es barro:
es sangre y jirones de piel de cuerpos caídos y lastimados
pero las voces me dicen que no me detengan.
Llego a mi refugio agradecido por haber sobrevivido.
El mundo ha dejado de ser un paraíso, lo hemos perdido, susurran las voces mientras la noche comienza.
Y al cerrar los ojos, deseando que no amanezca,
 las voces que se fueron convirtiendo en aullidos callan por un segundo,
hay algo en mí que suena distinto...
Y en mi pecho oprimido alcanza a susurrarme con débil aliento:
¡ no escuches esas voces! Allá afuera no hay soldados, no hay enemigos, no hay guerra,
solo hay hermanos...
Y me dejo arrullar en sus brazos bajo la luz de la luna
mientras me canto a mí mismo
una improvisada canción de cuna...