No sabe de libros, de ideas
ni de claustros,
ni de cuadros caros...
No sabe de tecnología
ni de avances de vanguardia.
No sabe del mundo macro,
ni de globalización, ni de bancos.
No sabe de teorías,
nuevas o viejas, propias o ajenas,
ni de meritocracia, ni de derrame,
ni de falacias, ni de recetas.
No sabe cuánto le deben,
o cuánto podría hacer
si sus Derechos se le concedieren,
o si no le cortaran las alas
con cada sacra palabra, con cercas,
con robos, con leyes a medida de los fuertes.
No sabe si es por azar, o por Divino decreto,
por karma
o porque su adn no es suficiente
desde el nacimiento.
No sabe absolutamente nada de eso,
pero no le hace falta, no tiene tiempo,
y se atraganta y tose
con el aire rancio de siempre.
Más sí sabe que vivir es eso:
una guerra desequilibrada y poco complaciente,
desde  feto hasta la muerte.
Y también sabe cómo sacar las garras
aunque ya ni dedos le queden.
Sí sabe que es y será siempre,
porque nació así
o así lo hicieron
a puro golpe de rebenque,
siempre un luchador,
siempre un superviviente.