❈•≪22. Hilarāns≫•❈
—¿Por qué demonios haces tanto alboroto?
Deteniendo sus acciones en seco, Mingi se giró por encima del hombro a causa de la sorpresa y sólo para encontrarse con la imagen inesperada de Hongjoong recién despierto. O en todo caso, perturbado de su sueño. Su cabellera castaña casi miel, era una maraña de hebras revueltas en todas las direcciones posibles que resultaba cómico, mientras que la cara la traía hinchada y las mejillas regordetas por un mohín ligero, ojos entrecerrados con fastidio y aires de somnolencia.
Era un nueva faceta que jamás creyó contemplar del serio y testarudo omega. Que hasta casi le hizo sentir culpable por despertarlo.
—No encuentro algo.
Resoplando, el campocorto se llevó las manos al rostro y se lo frotó, en un intento vano por espabilar.
—¿Qué horas son? —preguntó al final, la voz ronca por el sueño pero aún así mantenía esa cadencia dulce y algo aguda que lo representaba.
—Están por dar las seis.
Descubriéndose la cara, Hongjoong le dio una mirada fulminante que lo decía todo. Una mezcla entre la exasperación y la incredulidad que penetraba en la piel, incluso si tenía las líneas marcadas de la almohada a un lado. Sintiéndose arrepentido de hacer tanto escándalo, el alfa sintió la necesidad de justificar el motivo de su alboroto.
—Es un estuche —respondió con la voz baja, no sabiendo si el par de amigos aún dormía—, de unas gafas que utilizo para descansar la vista. No estoy seguro de haberlas traído. Lo siento.
Resoplando por segunda vez, el castaño se echó hacia atrás—. No sabía que usaras lentes —fue el comentario que decidió apropiado realizar.
—Bueno, no estoy muy bien de la vista. De vez en cuando son necesarias —argumentó con tranquilidad, continuando con su búsqueda—, pero no te preocupes —le dijo con un tinte humorístico—, seguiré viéndome atractivo.
—Eres un idiota engreído —replicó sin un enfado real alguno.
Su respuesta le hizo reír, y procurando mantener el volumen lo hizo entre dientes, sin embargo logró distinguir el sonido casi desapercibido de las sábanas y el movimiento, al girar se encontró con Hongjoong levantándose. La noche anterior había vestido unos pantalones cortos para dormir junto a una remera desgastada y algo holgada, lo que ahora quedaba en evidencia al tener la clavícula izquierda expuesta. El material liso se había deslizado por su hombro y dejado la piel ligeramente más blanquecina que la suya expuesta.
Volviendo los ojos a su bolso, agradeció la intensidad de la luz que lo abordó de repente, cuando el castaño encendió la luz general de la habitación. Asaltándolos con una potencia cegadora que hizo al pobre omega cerrar los ojos con fuerza y colocar una mano frente a su rostro. Farfullando un quejido por esto mismo, lo vio dirigirse hacia el baño sin decir otra palabra.
En el medio de lo que Hongjoong se preparaba y termina de espabilar, Mingi finalmente halló sus lentes de descanso. Al momento que se los colocó, el dueño de la habitación salió del baño con una expresión más viva y color en la piel. No obstante, por alguna razón considerable permaneció más segundos sujetado al marco de la puerta, sólo mirándolo con una atención minuciosa. Como si lo estuviera estudiando. Desconcertado por su comportamiento mañanero nunca antes experimentado, lo único que el alfa hizo fue ladear la cabeza y regresar la mirada con una interrogante en ella. No perdiendo el detalle de que el otro hombre se había cambiado las prendas por unas deportivas y ligeras.
—¿Saldrás a correr? —le preguntó ante el silencio prolongado, un matiz perceptible de curiosidad escapándose en su voz grave. Sobresaltando al omega por alguna razón.
—No —respondió de forma vaga, para acto seguido, mostrar una sonrisa totalmente incompatible con su comportamiento anterior—. Algo mucho mejor. Y tú vienes.
Claramente no fue una pregunta, por el contrario, quedó claro que se trataba de una demanda, una exigencia disimulada en un tono que intentaba ser zalamero pero fallaba estrepitosamente. Sonriendo con diversión por su falta de habilidades, Mingi dejó su bolso a un lado y se puso de pie, saliendo de aquel espacio que ocupaba de la cama, y alzándose por encima de la silueta menuda de Hongjoong. Notando por primera vez la diferencia que los separaba y lo bajo que el otro hombre aparentaba ser cuando, en realidad, era de estatura promedio. Esa distinción antes desapercibida, hizo cosas en la parte más primitiva de su cerebro.
Fue instintivo.
Hongjoong era bajo, objetivamente hablando y si lo comparaba consigo mismo, tenía facciones mixtas. Ángulos filosos en una mandíbula redonda y mejillas mullidas, piel suave y grasa de bebé en algunas áreas de sus pómulos. Una cara no muy grande acompañada de ojos redondos como dos soles y brillantes. Adornados por pestañas largas, tupidas y oscuras como sus cejas. Las cuales le acariciaban la piel en cada nuevo parpadeo, junto con el puente pronunciado de su nariz respingada. Un contraste a la suavidad que evocaba su boca, teniendo un labio superior delgado pero uno inferior mucho más grueso. Su piel en cambio, aparentaba ser de porcelana; sin imperfecciones a la vista más allá de aquellas adquiridas por la actividad en el campo, siendo pequeñas manchas imperceptibles por las quemaduras del sol a la ausencia de protector. A su vez, había algo en su expresión que transmitía una melancolía que no podía describir y sombras que añadían texturas indefinidas al atractivo que enmascaraba bajo arrugas y muecas apáticas.
Algo en su persona, tenía el efecto cautivador que pocas poseían, al mismo tiempo que, era deslumbrante observarlo bajo una lupa menos hostil.
Porque el omega era atractivo, fuese un idiota o no, lo era.
—¿Y a dónde vamos exactamente? —preguntó al final, consumido por la falta de explicación.
—A un lugar divertido.
Y la forma en la que lo dijo, lo hizo parecer como si en verdad sería así. Su expresión había cambiado por completo a una mucho más positiva, cargada de un brillo que no podía nombrar. Lo que le hizo difícil decir no. Le costó un huevo en realidad negarse y explicar que en unas horas debía volver a casa. Pero bajo la promesa de que sólo sería un rato que apenas notaría, terminó cediendo.
Fue más su alfa queriendo complacer al entusiasmado omega que él mismo.
Convencido de que no podía ser tan malo.
Y mientras se dirigían por un pequeño pasillo hacia la sala, notó que no eran los únicos despiertos a un horario ta inusual, sino que el medallista olímpico y e editor, se hallaban en la sala, conversando de un tema entre murmullos. De ellos, el patinador cargaba con un gran bolso, mientras que el otro apenas y llevaba una cámara colgada al cuello. Sosteniéndola con una delicadeza evidente.
El escenario le hizo cuestionarse a dónde es que estaban yendo, porque era claro para él, que no serían sólo dos en ese viaje a quién sabe dónde. Y el desconocimiento le inquietaba. No obstante, se reservó las preguntas con el afán de no arruinar la repentina euforia que atravesaba a Hongjoong como una flecha.
—¿Tu auto sigue sin ser reparado? —preguntó Mingi cuando salieron del departamento. Recibiendo un asentimiento por parte del contrario—. ¿Vas a mantenerlo de ese modo más tiempo?
—Bueno, acabas de usar una palabra clave allí; "tiempo", no estaría teniendo mucho de eso. Además —dijo con un tono bajo, parpadeando en su dirección con un esbozo de sonrisa altanera—, tengo un alfa a disposición, ¿no? —y antes de que pudiera responder, se volteó hacia el "Príncipe"—. ¿Cierto que no te molesta ser mi chófer, Seonghwa?
—Siempre y cuando no interfiera en mi agenda, no. En lo absoluto —respondió el albino con indiferencia, sacudiendo los hombros. Procediendo a llamar al ascensor.
Una vez dentro, Mingi se mantuvo en un rincón cercano a Hongjoong simplemente, para cuando las puertas se volviera a abrir en el piso correspondiente, Yeosang y Seonghwa que iban por delante, los pudiera pasar y él, sujetar al castaño por su prenda, haciéndolo detenerse en su lugar.
—Eso fue juego sucio —le dijo por detrás.
Volteando por sobre el hombro, el omega ensanchó los labios hacia arriba. Fue un gesto grande y austero, una sonrisa conocedora—. No es mi culpa que tu ego te hiciera asumir que hablaba de ti.
—Mhm —emitió por lo bajo, en consideración, para enseguida de ello, agacharse y frotar su nariz en la mejilla opuesta—. Te doy la razón, Ángel —concedió con un tinte divertido—. Buenos días, por cierto.
Con eso hecho, inmediatamente después, el alfa pasó por al lado del conmocionado omega y siguió al resto de hombres que parecían ajenos a la situación. Riéndose entre dientes, el pelinegro sacudió la cabeza con suavidad, era interesante ver que el castaño tenía un lado humorístico. Incluso si quiso poner a prueba su alfa.
Subiéndose a su auto, Mingi aguardó con paciencia a que Hongjoong apareciera, y si bien le llevó unos cuantos minutos hacerlo, terminó ocupando el asiento de acompañante con los labios fruncidos en un sutil disgusto que se le hizo gracioso. Sin embargo, se abstuvo de comentarlo. Y ante la única indicación de que siguiera al precioso auto blanco de Seonghwa, él obedeció sin rechistar.
Todavía desconcertado por la falta de información, pero curioso al mismo tiempo de qué tramaba ese trío de amigos.
Grande fue su sorpresa cuando ingresaron a una Universidad después de casi dos horas de viaje en completo silencio.
—¿Qué hacemos aquí? —inquirió ya desecho por las dudas. El ceño fruncido hacia abajo y las arrugas interminables en la frente.
Hongjoong se limitó a sonreír, notando que se hallaba de un peculiar humor el día de hoy—. Ya lo verás —fue todo lo que dijo.
Desde que era pequeño a Mingi nunca le gustaron las repuestas ambiguas, las sentía demasiado sosas de parte de quién venía, además de una muestra de irreverencia explícita. Creía justo saber qué estaban por hacer o a dónde iban en su totalidad, aunque comprendía que el omega sólo se encontraba de un excepcional buen humor como para bromear y tomar las cosas a la ligera, aún así se consideraba en el derecho de tener algo de información que fuera más esclarecedora que un simple: siéntate y espera. Básicamente lo que le estaban ofreciendo.
Suspirando con pesadez, el pelinegro detuvo el auto donde le fue indicado y se encontró próximo a bajar cuando, repentinamente, hubo unos dedos rodeando su muñeca. Un gesto rápido y al mismo tiempo suave que lo desconcertó. Al girar, se topó con el rostro todavía sonriente del castaño. Quien muy para su sorpresa, le comenzó a frotar el pulgar.
—Prometo que será divertido.
Mingi quiso discutir seriamente con Hongjoong a qué se refería con "divertido", porque en el instante que se encontró dentro de un gimnasio cerrado y una enorme pista de patinaje al frente, su vaga pero inicial predisposición a lo desconocido se escapó por la ventana.
Aquello no iba a pasar. Pese a ello, se encontró siendo arrastrado por el omega a un área lejana a sus amigos. Quizás por privacidad o tal vez por una cuestión de comodidad. No estaba seguro. Ni siquiera sabía si quería averiguar la razón de porqué el castaño sostenía dos pares de patines en la mano.
—¿Te acuerdas aquella vez que me preguntaste si tenía una adicción?
Muy a su pesar, Mingi asintió. La pregunta había sido vacía en aquel entonces, hecha más con la intención de aligerar el ambiente y crear una conversación casual, que con la intención real de conocer al otro hombre.
—Sí, te dije que la mía era fumar.
Aunque no era del todo cierto, a Yunho le gustaba llamar su hábito; que era la palabra apropiada para calificarlo, como "una adicción en desarrollo", ya que si bien fumaba cuando se encontraba estresado o inquieto por alguna causa en particular o la sumatoria de ellas, no era frecuente. Una o dos veces al mes. O cada ciertos meses también.
—En mi caso es patinar —respondió Hongjoong con una sonrisa de tintes amargos, comisuras caídas y ojos carentes de brillos y evasivos—. Cuando estoy muy estresado y no quiero pensar en nada, patino. Una vueltas a la pista y es como si esas preocupaciones nunca hubieran existido.
Lo mismo sucedía con Mingi, hacía ya dos años descubrió que la manera más efectiva para silenciar sus inquietudes era a través de la nicotina y con un encendedor en mano. Viendo el fuego consumir el cigarrillo y sus inquietudes. Olvidaba sus existencias por completo.
—Es genial, Ángel, pero yo no puedo patinar.
—¿Por qué no? —cuestionó el contrario de inmediato.
Y Dios, le estaba dando esa mirada de ojos grandes, cejas alzadas y expectativas a rebosar en aquellas iris castañas a la que no quería negarse. Sin embargo, estaba cagado. La única vez que intentó algo relacionado al patinaje fue cuando niño, cerca de los 10 años que su padre lo metió a clases de Hockey y su primer acción, fue lanzarlo como una cría de ave al vacío, esperando que sus instintos de supervivencia lo guíen. Pero vaya sorpresa fue cuando eso no sucedió y se terminó reventando el culo contra el frío del hielo.
Porque para asombro de nadie quería creer, las habilidades o el talento en todo caso, no eran inherentes a la designación en la cual nacías: alfa, beta u omega; no eran intrínseco a nada. Se desarrollaban en base de las herramientas que tenías. No había más. Nacer como alfa dominante no lo hacía un deportista hábil ni mucho menos innato a cualquier rama.
—Una vez caí de culo —respondió con honestidad, cediendo al brillo insistente en la profundidad de aquellas pupilas.
—Entonces lo hiciste bien.
Totalmente confundido, el alfa ladeó la cabeza—. ¿Estás hablando en serio?
—Primera regla y la más esencial —dijo el impropio con el índice en alto—, aunque duela como el infierno, siempre tienes que caer de culo. Amortigua el dolor con mayor eficacia y con el tiempo te acostumbras a no sentir nada.
—Lo siento por romper tus ilusiones, pero no quiero acostumbrarme a nada.
—Cobarde —resopló el omega sin un veneno real, más en una risa corta. Pasando a tomar asiento en una banca y quitarse las zapatillas, las medias amarillas y azules que traía puestas le llamaron la atención con fuerza. Eran una mezcla de color curiosa, más no lo comentó—. Eres un matemático...
—Físico en realidad —corrigió de inmediato.
—Da igual —farfulló Hongjoong al rodar los ojos, con los patines ya puestos—. Lo importante es que sabes hacer cálculos, y te doy una sorpresa, el patinaje es física.
—Sé eso —replicó con un dejo ofendido.
—¿Entonces? —inquirió el contrario con las cejas fruncidas—. Inténtalo, si no te gusta lo puedes dejar para siempre. Pero al menos lo volviste a probar.
Mingi estuvo tan dispuesto a continuar su negativa, en esta ocasión usando argumentos más convincentes y dando ejemplos de porqué saldría mal. No obstante, renunció pronto a la idea. Increíblemente, Hongjoong de verdad quería patinar con él. Aunque no podía oler el estrés a causa de los bloqueadores en crema que debió ponerse en el baño, sí podía distinguir los pliegues que se formaban alrededor de la comisura de sus ojos. La urgencia comprimiendo su nariz y dejando rastros imperceptibles en la zona central de su cara.
Era obvio ahora que miraba a detalle. El entusiasmo repentino, la insistencia y las plegarias mudas en el brillo incandescente de sus iris.
—De acuerdo —dijo en un suspiro de rendición. Frente a él, la expresión del omega cobró un color diferente y más vivo—. Pero para que sepas, estoy cagado hasta las patas.
—Puedes aprovechar esta oportunidad y sostener mi mano.
—Qué fantasía —repicó en un tono irónico, ganando un golpe inofensivo en el brazo.
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—¿Qué piensas de esos dos?
A varios metros de distancia, Seonghwa junto con Yeosang se mantenían sentados en las gradas. Al alfa no le tocaba entrenamiento hoy, pero sí le apetecía practicar lo que llevaba hasta el momento y por su cuenta. Para eso el beta y su cámara, no sólo para tener un par de sesiones gratis de fotos, sino que también para grabar el ensayo como tal. Teniendo el propósito de analizar posibles fallas y cambios personales en la rutina. No obstante, el rubio no había parado de notar lo inquieto que se encontraba su amigo con respecto a la situación Hongjoong-Mingi.
Y lo entendía bien, tampoco estaba muy entusiasmado con esa deformidad de amor apache entre ellos. Porque para ser honestos, dudaba que lo pudieran mantener dentro de lo platónico. Su anterior y notoria tensión ya era un indicio claro de ello.
—No me preocupa Song —respondió con total sinceridad, configurando su cámara—. Parece algo confiable, y sí, sé que eso no significa que lo sea —se adelantó a comentar, conociendo al albino—, pero luce confiado en qué hace y en qué pretende. Hongjoong es el agujero negro allí.
—¿Cómo podrías saberlo? —cuestionó Seonghwa con indignación—. ¿Cómo podrías darlo por sentado? Es nuestro amigo.
—Por eso mismo —murmuró con simpleza, levantando la vista—. Lo conocemos. Ahora está bien, pero es muy probable que más pronto que tarde, realice un comentario desacertado y vuelvan a discutir. ¿A dónde crees que los llevara eso?
—A un ciclo de auto-destrucción —dijo con una sensación de realización desagradable.
—Pensaba en un círculo vicioso —comentó el beta con suavidad, percatándose de su disconformidad—, pero sí, es probable que terminen haciéndose daño por consecuencia.
—¿Y no crees que debamos intervenir?
Yeosang miró hacia el otro extremo del gimnasio, encontrándose con la imagen inesperada de Hongjoong sonriendo en grande, siendo todo dientes y ojos en forma de medialunas, mientras que Mingi apenas demostraba un ápice de la misma felicidad. Sin embargo, al beta no se le escapó el detalle de la forma suave en la cual el moreno le sostenía la mano a su amigo. Era tan sutil que a la distancia no parecía nada.
Y lo supo.
Ese tipo no iba de broma, estaba entregado a la causa y como tal dudaba seriamente que los dejara interferir a menos de que fuera necesario. Después de todo, daba igual la nobleza de una persona, si un alfa te veía como su omega en caso de ellos, se tomaban la situación a pecho y cualquier cosa que involucrara dicho "receptor". Y pese a la frivolidad, Song se veía como alguien centrado y mucho más compuesto que su mejor amigo.
—A menos que en serio lo requieran, creo que debemos mantenernos al margen de su relación —murmuró dubitativo, frunciendo las cejas con ligereza—, si lo puedes llamar de ese modo —susurró para sí, no pasando desapercibido para el alfa—. Sólo tengamos un ojo en Joong, es quien más me preocupa de los dos.
—Es el único que debería de preocuparles.
Volteando rápidamente, ambos hombres se llevaron el susto de sus vidas al oír una tercera e inopinada voz participando de su conversación, pero a la hora de girar, no esperaban encontrarse con un hombre alto, altísimo en realidad, de cabellera corta como lacia, y de color un café oscuro. Ojos redondos y marrones como los de un cachorro pero fríos en arrogancia. Jeong Yunho nada más ni nada menos.
Yeosang lo conocía poco, las únicas ocasiones en las que estuvo en su presencia fue para corregir datos e información tergiversada, y ya. Eso era todo. El trato nunca fue más allá de la cordialidad profesional y bromas innecesarias, pero por boca de Hongjoong, sabía que no era el mejor alfa de su categoría. Según el omega, era lo que esperarías de un alfa dominante.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Seonghwa con una ceja en alto, inquisitivo.
—Mi amigo —dijo tras apuntar con el mentón hacia la pista—, que en lugar de estar en Gwangju, se halla aquí por el suyo. ¿No es ridículo?
«Arrogante», destacó el beta para sus adentros. Confirmando su anterior pensamiento.
—¿No crees que tu amigo ya es un adulto para saber qué hace? —preguntó él de regreso, un tono afable y cercano a la cordialidad.
—Un alfa sigue siendo un alfa cuando se trata de omegas necesitados de atención —replicó sin un poco de tacto, cruzado de brazos en una actitud altiva y evidentemente prepotente.
Yeosang asintió, meditando sus palabras, mientras que Seonghwa apretó los puños. Dejando que el enojo tenga lo mejor de su control.
—En dado caso —comenzó diciendo el rubio allí, un tono sereno y palabras legibles—, ¿en qué te conviertes tú?
Tomado con la guardia baja, el alfa de cabellera café se echó para atrás un paso, sorprendido e incrédulo por la devolución del golpe. En una manera elocuente además.
Carraspeando, Jeong desvió la mirada un segundo antes de mostrar la bolsa que cargaba consigo—. Conduje hasta aquí para traerle prendas de repuesto a Mingi. Él me las pidió —aclaró sin necesidad, la punta de la orejas rojas—. Me quedaría pero tengo cosas que hacer, ¿se las harías llegar, por favor?
Poco asombrado por la muestra de modales, Yeosang asintió, levantándose del asiento a pesar de las quejas de Seonghwa y tomando la bolsa en su poder. Un imbécil bien puesto en su lugar, podía comportarse como un perro bien entrenado. Sólo había que usar palabras más apropiadas y saber cómo usarlas. Dañar un ego y avergonzar a alguien era tan simple como cualquier otro juego mental, no requería de mucho esfuerzo.
—Gracias.
Él sólo despidió al hombre con otro asentimiento antes de regresar a su lugar, para alguien que tenía una fragancia tan dulce como la frutilla, era sin dudas bastante grosero y prejuicioso, pero de nuevo, las personas eran tan variadas como las flores. Un capullo se encontraba en todas partes.
—¿Deberíamos juzgar quién es su mejor amigo? —cuestionó Seonghwa con sincera preocupación, haciéndole reír.
—¿Qué dirían las personas si supieran que te tomó años hacerte amigo de Hongjoong, mientras que a mí, tan sólo un semestre?
—Touché.
Sonriendo para su adentros, el beta le dio un apretón cariñoso al alfa. A veces tendía a dejar que su amor por Hongjoong o por él lo cegaran, y a causa de esto, emitía juicios precipitados. No era mal tipo, por el contrario, era un sol, no obstante, habían ocasiones en la que le faltaba objetividad.
Y es ahí donde lo complementaba.
✦• ───── ⸙ ───── •✧
«Hermoso», fue el primer pensamiento que tuvo Mingi al observar a Hongjoong deslizarse por la pista de hielo. Fue tan grácil en sus movimientos que lo dejó boquiabierto la facilidad con la cual dio sus primeros pasos. Mientras que por su parte, seguía donde había quedado: en la entrada, sostenido a las barandas. Temeroso con la idea de avanzar.
Riéndose, el omega se colocó justo enfrente de él. Deteniéndose a tiempo para evitar que colisionen.
—Sólo inténtalo.
Él quería hacerlo, de verdad, pero el problema es que se sentía tan fuera de su elemento que no era una imagen que quisiera proyectar, no sólo para con el castaño, sino que también para los otros dos. Era absurdo, sin embargo, válido como cualquier emoción.
Estaba tan asustado y avergonzado de su incapacidad que, no podía concentrarse en las instrucciones básicas que le habían pronunciado con anterioridad. No sabía dónde se encontraba su mente ni su eje, cómo equilibrarlo ni cómo mantener el balance sin irse de culo. Odiaba la sensación de impotencia que le generaba en el pecho, era como revivir sus años en el hockey.
—Haré una excepción sólo por hoy —le informó el omega, atrayendo su atención a los ojos y no al hielo que miraba con tanto temor y pupilas dilatadas—. Dame las manos.
—¿Quieres que me caiga? —preguntó con una inflexión notoria y aguda que no le correspondía.
—¿Confías en mí?
—¿Qué mierda de comedia romántica consumiste ayer? —musitó en un resoplido. Ganando una sonrisa por alguna extraña razón.
—Sólo agarra mis manos.
Relamiendo ambos labios, el moreno miró al suelo un instante. Pese a ser sólo hielo, esa mierda dolía una vez impactabas con ella. Después de todo, era una capa gruesa y sólida como una roca. Apretando su agarre en la baranda de seguridad, el moreno tomó una profunda inhalación y en el momento que intentó soltarse, sintió que las piernas le temblaban y el balance se le escapaba de las manos. Temeroso, volvió a cerrar los dedos con fuerza.
Se sentía peor que un borrego queriendo dar sus primeros pasos. Era lamentable y sumamente deplorable lo mal que se le daba lo básico: intentar.
Pero mostrando por primera vez un acto de compasión y paciencia, Hongjoong estiró las manos en su dirección y lo miró a los ojos con una determinación férrea, fue demoledor ver lo comprometido que estaba con su misión de hacerlo probar el hielo de nuevo. Y teniendo un acto de fe verdadero, Mingi se apresuró por soltarse y sujetar las manos más pequeñas.
«Dios, es que no pueden ser tan diminutas», pensó en un momento de fugacidad. Admirando un detalle irrelevante.
—Lo único que tienes que hacer ahora, es mantener las piernas firmes y yo me encargaré de movernos, ¿de acuerdo?
—Te estoy confiando mi vida, Ángel. Haz que valga la pena.
—¿No es irónico? —preguntó Hongjoong con el primer movimiento, haciéndolo temblar por dentro—. ¿El cómo me llamas y la situación en la que estamos? —agregó con una sonrisa torcida—. De vida o muerte.
Soltando una pequeña risa, el alfa sintió el impulso de decirle al omega que no se engriera tanto, sin embargo, recordando lo estresado que se había visto antes y lo juguetón que se encontraba ahora, le permitió actuar del modo en el que quisiera si lo hacía feliz.
—Me gusta esta situación —dijo de repente, sorprendiendo al castaño que seguía impulsándolos a través de la pista con lentitud. Era hasta relajante y la brisa que acariciaba las mejillas un consuelo silencioso—. Verte sonreír de manera genuina —le aclaró ante la confusión—. Luces más lindo así, Ángel.
Y para colmo de la ocasión, cuando Mingi empezaba a acostumbrar a la sensación de ser trasladado sin mover las piernas, Hongjoong que era el experto de ambos, frenó de repente haciendo que por inercia, colisionaran. Yendo a parar al hielo.
—Joder, joder, joder —masculló el omega casi enseguida y mientras se sostenía el hombro.
—Mierda, ¡te dije que no era una buena idea! —exclamó el Príncipe a la distancia, el ruido de las cuchillas resonando por el lugar como un eco distorsionado.
—No lo toques —advirtió Mingi en el momento que el albino se acercó a ellos, obteniendo una mirada crítica que ignoró—. Cualquier movimiento brusco de tu parte causaría más inconvenientes de lo que ayudaría.
—¿Y tú vienes a decírmelo cuando chocaste con él? —replicó en un tono de enfado y un dedo acusatorio.
Chasqueando la lengua, el lanzador no dejó que la culpa trepara por su cuerpo y se instalara en su corazón, por el contrario e ignorando el dolor en la rodilla que comenzaba a palpitar con insistencia, optó mejor por gatear hacia el campocorto. Notando la mueca dolorida y las comisuras humedecidas. Las esquinas de su corazón se estrujaron con arrepentimiento.
—Dime, ¿qué tan grave crees que es? ¿Necesitas una ambulancia?
—Es obvio que necesita una —intervino Park con irritación.
—¿Ángel? —intentó en un susurro de gentileza.
—Como te detesto ahora mismo —masculló el aludido, volteando unos segundos a ver la expresión estupefacta de su amigo. Tragando en seco, el moreno lo observó tantear la zona lesionada y mover el hombro con lentitud, probando su franja de dolor y comprobando el estado por su cuenta—. El malestar va disminuyendo —anunció finalmente, la voz áspera y obstruida por la bilis—. Pienso que voy a estar bien pero necesito asegurarme, ya sabes, sería negligente si no viera al doctor Cho.
—De acuerdo, ¿puedes levantarte por tu cuenta? —preguntó en la misma cadencia suave y amable.
—Estaría bien una mano —contestó el omega, extendiendo la suya en su dirección. En una muestra de confianza.
Sintiéndose avergonzado, el moreno le mostró una sonrisa de disculpa y presionó su nariz en la mejilla del castaño cuando estuvo lo suficientemente cerca para hacerlo. Fue una milésima de segundo y, aún así, la sensación de cosquilleo perduró de una manera indescriptible.
—Creo que sería más apropiado si tu amigo se ocupa en esta ocasión.
Hongjoong sacudió la cabeza y rechazó la mano de Seonghwa, sorprendiéndolo—. Mantén las piernas paralelas y firmes. Flexiona las rodillas y usa las manos para impulsarte hacia arriba.
—Lo haces sonar fácil —comentó en un resoplido, mojándose el labio inferior con nerviosismo—. Siento que chocáramos —agregó con sinceridad, sintiendo el frío del hielo penetrando sus manos descubiertas y filtrándose en sus nervios—. La siguiente vez lo haré mejor.
Con eso dicho, Mingi logró colocarse sobre sus pies, tambaleándose un poco como un venado recién nacido, pero lo consiguió con relativa sencillez. Alentando su progreso, Hongjoong encontró energía para aplaudir. Recibiendo un regaño crítico de Seonghwa porque todavía seguía allí tirado y con su ropa comenzando a mojarse. Para ese instante, el pelinegro encontró el coraje de ayudarlo, extendiendo las manos.
—El que se distrajo fui yo —pronunció Hongjoong por lo bajo y al ya estar de pie, desviando la mirada—. No fue tu culpa —dijo entre carraspeos, para acto seguido, mirarlo—. Lograste pararte.
Sonriendo en grande, el alfa terminó optando por sacudir la cabeza, incrédulo de que ese detalle decidiera ser el más relevante para el omega, pero no juzgando su evidente intento por reconocerle un logro. Aún si le parecía insignificante teniendo en cuenta el contexto.
Salir del hielo no fue tan complejo como entrar en él, teniendo la ayuda de dos patinadores reales, habilitó a que la situación se desarrollara con mayor facilidad para el moreno entre ellos. Quien no pudo evitar sentirse avergonzado ni tampoco pudo prohibir que el rojo decorara sus orejas en una manifestación de vergüenza. Un vista que al parecer fue motivo de risas para el castaño únicamente, el par contrario por otro lado, se esmeró en ser discretos con sus burlas cómplices.
Lo que no estaba seguro de agradecer en su totalidad.
En el departamento sofisticado pero todavía de lujo que poseía Hongjoong, Mingi aprovechó para tener un momento de privacidad consigo mismo y cambiarse de prendas, recordando de agradecer a Yunho por ellas en el proceso.
Pero incomparable sorpresa se llevó cuando al terminar de ducharse, el omega dueño de la habitación principal, se encontraba de hecho allí. Recostado contra las almohadas y con una revista en la mano. Por lo colorida de las páginas supo que se trataba de aquellas de índole amarillista. Y al acercarse un poco, notó que, aparte de tener razón, el campocorto se hallaba leyendo una página sobre su condición.
Nada muy agradable teniendo en cuenta el atisbo de palabras empleadas en dichas secciones.
—No deberías consumir esa mierda.
—¿Acaso tú no lees lo que dicen de ti? —repreguntó el castaño sin verlo. Un tono monótono.
—Lo menor posible.
Enarcando una ceja, el castaño levantó la cabeza—. Eso significa que las lees.
—¿Puedes evitarlo?— preguntó de regreso con una ironía vacía—. Internet, la televisión, la radio, las revistas —dijo tras hacer un ademán hacia la que todavía sostenía el más bajo—, están por todos lados, sin embargo, procuro no obsesionarme. Sé lo que la gente piensa de mí y sé a causa de qué. No me interesa ahondar en basura amarillista y elogios repetitivos. Agradezco el apoyo y el aprecio, pero no voy más allá.
—Suerte que tienes mucho de eso último —replicó el omega en un bufido sarcástico, lanzando la edición del mes a la papelera junto a su cama.
—¿Sabes que tienes fanáticos, cierto? —por la mirada que le dio el castaño, supo que no. Era una mezcla entre la incredulidad y la burla cruda que le caló hondo—. Ángel, hay personas que te admiran.
—¿Por qué? —preguntó en un tono calmo—. ¿Por ser yo, por mi posición como campocorto o por ser omega?
—¿Es tan malo que sea por todas esas razones? —Hongjoong no respondió, y en el acto per se, Mingi encontró su contestación. Una que le supo amarga por alguna razón incomprendida. Sin querer matar el ánimo ajeno, o lo que le quedaba, decidió no profundizar. Sin embargo, no pudo evitar soltar—. Muchos de ellos te llaman el Capitán de tu equipo.
Para Mingi fue impresionante ver cómo los ojos impropios cobraban brillo producto de la curiosidad, cómo aquellas iris titilaban con afán por conocimiento y él no se pudo negar.
—Eres de los mejores en ese equipo, Ángel. Incluso si crees lo opuesto.
—¿Cómo sabes esas cosas? —preguntó con una intriga genuina, e inclusive pasó a enderezar su postura producto del deseo por adquirir información. La tenacidad pintó sus facciones de una seriedad innegable—. ¿Estás obsesionado conmigo?
Riendo, el alfa procedió a ocupar el espacio vacío a la derecha del omega—. En realidad no, es un hábito —ante la mirada escéptica del hombre más bajo, el alto se forzó en agregar:—. Desde mis inicio cogí la manía de leer artículos y novedades de las personas en mí área: lanzadores. Pero con el paso del tiempo, se extendió a los mejores en el béisbol de mi generación.
—Creí que Eunyeong era mejor que yo.
—Dios, Ángel, él no es ni la mitad de bueno que Choi Jongho. Y es un novato.
—En mi opinión Choi es de clase A.
—Con potencial de ser de la élite en su rama —concordó el moreno con facilidad.
—Míranos —dijo Hongjoong de repente, una sonrisa cansada estirando las comisura de sus labios—, conversando como personas normales. Al final no es tan desagradable— bromeó—. Y descubrir que le temías al hielo resultó más interesante de lo que pensé. Tienes más capas de las que creí.
—Ahora que lo mencionas —murmuró Mingi con aires pensativos, viéndolo desde arriba con una sonrisa torcida—. Fue refrescante saber lo fácil que es avergonzarte. Sólo tengo que darte un cumplido y esa linda cara tuya puede hacer muecas curiosas.
—Púdrete —escupió el omega entre dientes, las mejillas encendidas en un matiz delicado de rosa.
—Oh vamos —dijo entre medio de una carcajada—. ¿Dónde vas?
—¡Lejos de ti!
Fue lo último que Hongjoong exclamó antes de encerrarse en el baño, desapareciendo de su vista por completo con un portazo de impacto, no obstante, las feromonas sutiles de vergüenza fueron el rastro que dejó al marcharse. Flotando en el aire en una frecuencia dulce.
Mingi no pudo contener la necesidad primitiva de respirar hondo, el perfume de la vainilla era tan ligero que apenas bastó para satisfacer su deseo por querer adquirir más de esas notas fragantes. Eran deliciosas y podía imaginarse en una casa grande y con decoración rustica a la perfección, sentado en una mesa con un mantel de flores mientras aguardaba a que unas galletas de jengibre se terminaran de hornear.
Un escenario idílico y sublime en el que quería quedarse. Un sueño al que anhelaba pertenecer.
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