❈•≪21. Revēlātiōnēs≫•❈
«¿Qué carajos hace aquí?».
Respirando hondo, Hongjoong intentó poner su mejor cara de tranquilidad, pero siendo honesto, todos sus compañeros empezaban a notar que algo no iba bien. Y era de esperarse cuando en la entrada a las gradas se encontraba la silueta distorsionada pero reconocible de nadie más que el "Halcón": Song Mingi.
Y él había sido claro al expresar que no quería que los asociaran. Bueno, en teoría no había sido explícito con respecto al tema y apenas lo habían tocado de manera superficial, pero en retrospectiva, la insinuación había sido obvia. Además de que, con conocerlo una hora, se deduciría con facilidad que no querría que algo de tal magnitud sucediera cuando muy pocas veces la gente o la prensa lo reconocían por su nombre: Kim Hongjoong, y no por su casta: omega.
Así que sí, estaba de malhumor. Aparte de extrañado por su aparición en Seúl. Si no se equivocaba, los Kia Tigers tenían entrenamiento contra los Samsung Lions, San había parloteado de ello con entusiasmo. Entonces, no entendía qué hacía allí, luciendo tan relajado y con esas estúpida gorra roja puesta si se encontraba a la sombra.
«Alfas», pensó mientras rodaba los ojos.
Desde la última vez que se vieron habían pasado tres días, en los cuales se mantuvieron comunicados a través de Kakao y por mensajes, nada más. Fueron conversaciones casuales en su mayoría, sobre qué hacían y cómo les había ido en su rutina, aparte de preguntar por el inicio de su rehabilitación. Asunto del cual no quería comentar demasiado. Simplemente por lo sensible del tema.
Para ser más exactos, no quería llorarle a una pantalla. Todavía le dolía la idea de no ser parte de la postemporada y, posiblemente, de la Serie de Asia. El evento más grande al año en el mundo del béisbol asiático, para resaltar. De igual modo, comprender el hecho de que se la pasaría en la banca del dugout, no era muy sencillo. Menos como "apoyo moral" del equipo.
No quería ser el "apoyo moral" del equipo, quería estar con ellos en el diamante y hacer el trabajo por el que fue contratado hacía cinco años. Maldita sea, apestaba todo. Más lo pensaba, peor se ponía su cara. Asimismo, había otro asunto que lo había estado incomodando pero no tenía las herramientas para solucionarlo ni quería tenerlas. Porque de alguna forma podía intuir la razón de aquella visita y si era lo que creía, terminaría explotando. Llevaba esos tres días al límite y en palabras de Yeosang, "actuaba como un león enjaulado".
Un analogía ridícula teniendo en cuenta la camiseta que representaba.
Pero en fin, ésta decía mucho de cuánto estrés se hallaba manejando, además de que ninguno, ni Yeosang ni Seonghwa sabían la causa de su más reciente malestar. Lo que lo colocaba en una posición difícil al no poder ser honesto con respecto a los acontecimientos que había atravesado en menos de dos semanas. Dos jodidas semanas. Y sus mejores amigos, aludían todo a la situación con su hombro.
Sencillamente fantástico, que se note el sarcasmo.
—¿Ahora se hacen visitas? —preguntó Maddox cuando se acercó a la banca por algo de agua. Terminando su entrenamiento de pases junto a un jardinero central.
Y maldita sea, esto era lo que quería evitar. Preguntas sobre ellos en un mismo conjunto o por separado y referentes al otro. Lo qué sea, sólo no.
¿Estaba acaso pidiendo demasiado al universo?
—No sé de qué hablas.
—Song —aclaró el rubio sin necesidad, apuntando hacia el mencionado con un movimiento vago de cabeza—. Lleva allí un rato. O viene a conversar contigo o nos está espiando.
Él quiso rodar los ojos y decir que los Kia no requerían de juego sucio a diferencia de los Kiwoon Hereos o los NC Dinos, pero se tragó las palabras en el instante que notó lo defensivas que sonarían. Y él no era abogado de nadie. Menos de Song, deseaba creer.
¿Y en qué momento de su jodida existencia, Song pasó a ser Mingi?
—Podrías ir a preguntarle.
—No me junto con idiotas soberbios —replicó el rubio en un resoplido de humor, aprovechando a darle un trago a la botella—. Y tú tampoco deberías.
En esta ocasión, Hongjoong sintió el impulso bruto de querer defender a Mingi, algo bastante contradictorio pero surgió simplemente porque Maddox no sabía cuán buen alfa había sido con él o cuánta paciencia le había tenido a diferencia de otros tipos e incluso novios. El último sin ir más lejos, fue un bastardo sin corazón. Y aunque transcurrieron cinco meses desde que rompieron, aún le quería aplastar la cabeza o patear las bolas. Lo que se diera primero o fuera más doloroso.
Porque sí, era un desgraciado rencoroso.
—No lo hago —le aseguró en un suspiro, acomodándose el bolso en el regazo—. No tienes nada por lo qué preocuparte.
—¿Seguro? —cuestionó con una mirada seria y de genuina preocupación, lo que le hizo sonreír. Maddox era un buen tipo. Desde el principio lo había sido, incluso si actuaba como un idiota con él a veces—. Porque puedes contar conmigo.
—Lo sé.
Asintiendo, el rubio dejó el tema hasta allí, lo que agradeció enormemente. Y tan pronto el mánager anunció que podían retirarse, el castaño no demoró un segundo en recoger sus cosas y ponerse de pie. Casi huyendo de esa banca. A zancadas es que recorrió el campo de juego, denotando su prisa y alertando a sus compañeros de tomar distancia. Su cara de poco amigos era un indicador confiable de que no iba a ser sociales. No obstante, a medida que la distancia se reducía, el ahínco de su determinación empezó a flaquear sin comprender el motivo.
Quizás la voz al fondo de su cabeza, susurrando que se tranquilizara y optara por un camino racional, aligeró la vehemencia exagerada que lo llevaba como alma que traía el Diablo. Ver lo relajado que el moreno se encontraba, pudo ser parte de la causa. Las feromonas intensas y dulces que provenían de él, pudieron ser la razón principal. Aún no estaba seguro, pero las orquídeas comenzaban a ser su flor favorita.
Y a él ni siquiera le gustaban las flores.
Al llegar frente al lanzador, cualquier cosa que fuera a decirle, se borró de su mente al instante. El aroma fragante y la postura serena del alfa, al final sí influenciaron su propio comportamiento.
Mingi, quien anteriormente se mantuvo de brazos cruzados y recostado contra la pared de la entrada a las gradas, procedió a modificar su postura, enderezándose. Brazos laxos al costado de su figura atlética pero sin lucir forzado, cabeza inclinada con curiosidad y orbes oscuros y rasgados que miraban con detalle. Una profundidad de obsidiana que era hipnótica.
—Hola —susurró el moreno en la comodidad de su barítono.
—Hola —devolvió él, por alguna razón sin aire—. ¿Qué haces aquí? —preguntó al espabilar, notando las miradas indiscretas de sus compañeros al pasar. Algunos al menos tenían la decencia de caminar rápido.
—Tenemos que hablar. Y sabes de qué —se apresuró a agregar, percatándose de sus intenciones por fingir incomprensión—. No puedes seguir así, Hongjoong.
Relamiéndose los labios, el omega se movió de un pie al otro, incómodo. Aquello no le gustaba. Había acertado y por primera vez en la vida, le generaba un sentimiento desagradable.
Suspirando ante la falta de respuesta, el alfa avanzó un paso que consideró inofensivo y con una naturalidad inopinada, se sacó la gorra y la depositó en la cabellera esponjada del castaño, tomándolo por sorpresa. Ojos grandes y boca abierta.
—Lo necesitamos hablar, Ángel. Inclusive si no quieres.
La respuesta del aludido se vio cortada por la interrupción inesperada de su mánager, quien de repente, dejó de lado a uno de los entrenadores de lanzadores para acercarse a ellos con tranquilidad. Tragando en seco, la primera reacción de Hongjoong fue sacarse la gorra del equipo opuesto, pero apenas tocó la visera, una presión mayor de una palma ajena la terminó de acomodar en el sitio. Al girar, se encontró con la expresión despreocupada de Mingi.
Lee Seungyeop les sonrió, carismático. Un hombre en sus cuarentas y amable fuera del campo, eran las primeras descripciones que le daría a quién sea de su mánager.
—Song —pronunció el alfa mayor con afabilidad—, es una sorpresa verte por aquí. Espero que no tengas planeado llevarte a mi mejor jugador.
Sonriendo, el pelinegro sacudió la cabeza—. Tenga cuidado, mánager, Lee. Su lanzador podría ponerse celoso.
El hombre rió de forma corta y nasal—Sólo quiero asegurarme de que no estés aquí para eso, hijo. Es todo.
—No se preocupe, señor. Sólo vengo para hablar. Lo prometo.
—De acuerdo —concedió con un asentimiento—, lo dejo en tus manos entonces. Nos vemos luego, Kim. No te olvides de descansar.
Despidiendo al hombre con una reverencia educada, le aseguró que eso pretendía hacer. Ignorando los niveles críticos de estrés que manejaba hace días, aún así intentaba descansar. Ya que el doctor, y él mismo sabía, era algo primordial para una recuperación segura.
Y ahora mismo, necesitaba que Mingi entendiera eso. El tema podía quedar para otro día o no ser tocado nunca. Le daba igual.
—¿Quieres que me vean como un traidor? —acusó el castaño hacia el alto cuando no quedó rastro del mánager Lee.
—No, sólo pensé que el rojo te quedaba bien.
Enarcando una ceja, se cruzó de brazos, en una actitud reacia—. ¿Acaso estás intentando de reclutarme?
Imitando sus acciones, el omega vio cómo los músculos del alfa se contrajeron por el movimiento, sus bíceps en cambio, se hincharon. Acentuando esa silueta trabajada y de fibras gruesas bien cinceladas. Carraspeando, el castaño desvió la mirada. Motivando indirectamente, la expresión en la naturaleza contraria. Puesto a que, en menos de un segundo, el pelinegro dio una zancada que los acercó por completo y los tuvo con sus respiraciones mezclándose. La diferencia de sus alturas y la gorra eran los únicos obstáculos que evitaban que sus frentes chocaran.
—¿Qué pensarías si digo que te estoy seduciendo?
Frunciendo el ceño, echó la cabeza hacia atrás, en busca de un contacto visual directo. Dando con una seriedad de teatro y una sonrisa de medio lado. Entendiendo las acciones contrarias como de juego, el más bajo rodó los ojos y se empujó unos centímetros lejos en un comportamiento similar. Inocuo en su accionar. Siendo de su parte, el primer inicio de contacto físico que generaba hasta ahora.
Y agradecía para sus adentros que todo hubiera transcurrido con el área despejada.
—Así que, ¿planeas sólo hablar?
—Aparte de llevarte a casa, sí. Estoy aquí para hablar. ¿Por qué?
—Me gustan las cosas claras, pero te advierto desde ya que no hablaremos de eso —afirmó con una contundencia imbatible, empezando a caminar al interior con pasos seguros—. Cuando me preguntaste si estaba bien, no mentía, ya lo olvidé. Hazlo también.
—La forma en la que respondes a los mensajes dice lo opuesto, Hongjoong...
—No es nada, en serio. Olvídalo —le pidió al mismo tiempo que casi rogó en el interior de los pasillos.
—¿Te has visto? ¿O a tus mensajes? —cuestionó el impropio con firmeza, obstinado a no soltar el tema—. Te afectó. Ambos lo sabemos.
—Por favor. ¿Qué puedes saber tú? —replicó en un resoplido sarcástico.
—Tengo ojos y te con...
—No te atrevas a decir que me conoces —le advirtió en un tono tembloroso por los nervios—. Y de nada sirve tener ojos si eres un alfa dominante.
—Hongjoong.
Volteándose, el aludido detuvo su andar de repente y arremetió contra el moreno, tomándolo con la guardia baja y evitando que se defienda de los duros empujones que estaba recibiendo de la nada. Era uno tras otro y otro y otro. La intensidad yendo en ascenso al igual que su frustración contenida.
—¡Es la jodida verdad! —exclamó a finales del pasillo, no muy lejos de los vestidores—. ¡¿Qué sabes tú sobre ser denigrado por ser un omega?! ¡¿Qué sabes tú de eso?! —farfulló con una vehemencia desconocida—. ¡¿Qué carajos puedes decirme sobre cómo mi casta no importa?!... ¿Qué...? —exclamó sin aliento, tembloroso y de repente, agobiado. Pasando las manos por el pelo, exasperado—. ¿Por qué les importa?
Y los sentimientos que había reprimido bajo capas de ignorancia bruta, culminaron en ese preciso instante, a metros de los vestidores y de sus compañeros de equipo. Mientras exclamaba injusticias y sus puños cerrados golpeaban con dureza al pobre alfa que nada tenía que ver. Olvidándose de su lesión. Sujetándolo de las muñecas, éste intentó que se detuviera. Que recuperara la compostura.
Y por esta razón en particular es que el castaño eludía el asunto. Sus heridas emocionales eran demasiado frescas para querer hurgar en ellas tan pronto.
—Mis padres son a la vieja escuela —explicó el alfa como pudo, tratando de sonar compuesto—. Muy anticuados. De hecho, no tenías que escuchar eso, lo siento, Ángel. No debí permitirlo.
Hongjoong sólo lo miró con ojos grandes y claros llenos de lágrimas no derramadas. Su mente enredándose con los pensamientos invasivos de que, para empezar, no servía como campocorto por una lesión, no era una buena persona por las continuos arranques de injusticias que tenía contra quienes no lo merecían, pecaba de hipocresía y encima, para cerrar la ecuación en redondo, era un fracaso de omega simplemente por ser del tipo normal. Ni de extrema derecha o izquierda. El punto medio que, sin él saberlo, era despreciado por los otros.
¿En qué clase de sociedad vivían que valoraban las apariencias y la genética, por encima de cuán humano se era con otros? ¿Desde cuándo las castas y el tipo pasó a ser la cúspide de su sociedad hermética, por encima de cuánto tuvieras en la billetera?
¿En qué clase de infierno se encontraba viviendo y cómo es que hasta ahora lo notaba?
—Es injusto —susurró con la voz ahogada.
—Lo sé, lo sé —arrulló el alfa, rodeando los hombros ajenos con los brazos—. Minjae, mi hermano mayor, me dijo que nos escucharon hablando por vídeo-llamada y malinterpretaron las cosas. En ese entonces le dije que estaba arreglando las cosas con un omega, fui vago y creyeron que eras mi nuevo compañero. Lo siento tanto.
Hongjoong quiso replicar, decir que era su omega de alguna manera retorcida y que por esa razón, no merecía ese trato incluso si no era ni sería su compañero nunca, pero la bola de bilis que le obstruía la garganta se lo impedía. Después de todo, ellos dos eran una versión distorsionada del concepto real y de lo que se esperaba del acople alfa-omega.
Estando consciente de eso, decidió optar por limpiarse los ojos, siendo cuidadoso a sabiendas de que al pelinegro no le gustaban sus manías brutas. La preocupación de éste era estremecedora e insostenible, por lo que tuvo que mirar hacia abajo. A los pies. Sin embargo, ese escenario comprometedor fue atestiguado por quién menos debería: Maddox. Jongho iba unos pasos por detrás.
—¿Qué carajos sucede aquí? —inquirió el rubio con una voz trémula. Sin hacerse esperar.
—No es asunto tuyo —replicó Mingi, poniéndose delante de él. Cubriéndolo. Un acto honorable de su parte si no lo hiciera ver peor ante ojos ajenos.
El lanzador de los Doosan Bears chasqueó la lengua—. Mis huevos. ¿Lo hiciste llorar? —cuestionó con los ojos entrecerrados, furioso.
—Jamás lo haría llorar deliberadamente.
—¿Me estás diciendo que fue sin querer? —inquirió con tensión en la voz, sus feromonas intensificándose. El picor de la pimienta opacando en su totalidad la dulzura del coco que le correspondían.
Hongjoong no lo pudo evitar y se tuvo que llevar una mano a la nariz, procurando de alguna forma disminuir la fuerza con la que le llegaba la fragancia abrumadora. De soslayo vio a Jongho mover las correas de su bolsa con nerviosismo, inseguro sobre qué hacer seguramente. Mingi por otro lado lucía dispuesto a irse de manos. La nuca tensa al igual que las venas de los brazos, una postura defensiva y firme.
Estaba tomando a Maddox como una amenaza y no sólo eso, Maddox mismo se encontraba incentivando la expresión alfa en Mingi. Lo que se traducía en un desastre básicamente.
—Creo que deberíamos calmarnos —razonó Jongho para sorpresa del omega, atrayendo apenas unos segundos de atención, lo que le obligó a carraspear—. Llegamos en una situación comprometedora, tal vez no sea lo que pensamos.
—Está llorando —puntualizó Maddox—. ¿Sabes cuántas veces ese tipo lo ha menospreciado? ¿O sido un imbécil por ser del tipo dominante?
El rugido que retumbó en los pasillos hizo que la piel de todos se erizara, como si una brisa los hubiera recorrido desde adentro y trepado por sus nervios desde afuera. Una experiencia indescriptible y aterradora. Furia densa en su máximo punto.
—No hables como si me conocieras —farfulló Mingi, una octava abajo, cerca de su voz de mando. Lo que hizo que los de rango inferior se sobresaltaran en su sitio. Pasmados por su vigor y densidad. Comparable al acero fundido vertido en una aspereza punzante—. Tampoco asumas que lo haces. No me gustan esa clase de personas.
—Bueno, deberías verte en el espejo más seguido y decírtelo —replicó el tipo con acidez, pasando la mirada a Hongjoong—. Vamos, te llevo a casa. Dudo que sea bueno que sigas en su presencia.
—Estoy bien —dijo con un tono gangoso que lo contradecía, teniendo así, que impostar la voz—. Es un malentendido. Mingi no me hizo daño, fui yo quien se lo...
—Sea lo qué le debas, no sientas la obligación de defenderlo —interrumpió el rubio, todavía cegado por el enojo—. No vale la pena.
Y el omega quería decir que lo valía, que Mingi era un buen alfa, no obstante, las palabras fueron robadas de su boca por el más joven entre ellos.
—Creo que no deberíamos meternos, Maddox-hyung —fue la intervención de Jongho, intentando manejar una serenidad insostenible en una circunstancia como esa.
—Pero...
—¡Estoy bien! —expresó Hongjoong de repente exasperado, sobresaltando a todos los presentes—. Joder, los alfas como ustedes son un dolor en el culo —agregó ya más compuesto. Limpiando los últimos rastros de lágrimas—. Si dije que fue un malentendido, fue un condenado malentendido. Es un asunto personal y la medicina me pone más sensible, es todo. Dejen su mierda de competencia de lado. Estoy cansado para esto y quiero ir a casa.
—Te llevo —ofreció Maddox con una voz más suave, avanzando, sin embargo un gruñido por parte del moreno bastó para que se estancara en su sitio.
—Me voy con Mingi —avisó Hongjoong con tranquilidad. Antes de acomodar las correas del bolso, su inconsciente lo incitó a golpear el hombro del susodicho sin demasiada fuerza, la justa para obtener su atención—. Deja de actuar como un perro rabioso y vayámonos de una vez.
—Lo siento —murmuró mientras se sobaba la nuca, evitando mirarlo.
—Lamento esto —pronunció el castaño, gesticulando con las manos sin saber qué decir con exactitud—. En serio no fue lo que crees.
—Si viene de ti, lo creo. Tranquilo.
Asintiendo, dirigió la mirada a Jongho y le sonrió con suavidad, agradeciendo en silencio que fuera más comprensivo y razonable. El pelirrojo le devolvió el gesto con la frescura propia de un joven.
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La caminata por las instalaciones del complejo de los Doosan Bears fue silenciosa, rozando la incomodidad y la densidad palpable, pero por suerte, nada que no pudiera soportarse. Para ese entonces las únicas personas allí eran de servicio así que el rostro hinchado y los ojos rojizos del campocorto pasaron desapercibidos por casi la mayoría, si alguno lo notó, no hizo ningún comentario. Conociendo su personalidad reservada y distante.
Al salir, es que al parecer, Mingi ya no pudo contenerse y se terminó disculpando dos veces más. La primera vino en forma de palabras genuinas y gentiles. La segunda fue un acto que, de nuevo, lo dejó con el corazón latiendo en la garganta. El sujeto le rozó la mejilla con la nariz. A diferencia de las anteriores ocasiones, esta vez el gesto perduró varios segundos que le hicieron cosquillas.
Fue tierno y una disculpa totalmente honesta que, para su asombro más sincero, le provocó un vuelco en el corazón de lo imprevisto que resultó.
Con los nervios a flor de piel y las hormonas revueltas, Hongjoong se tomó a sí mismo por sorpresa al detener a ambos y, tras sostener a Mingi por la muñeca, se colocó de puntillas para regresar el gesto. Encontrándolo apropiado por alguna razón barata de su inconsciente. Sin embargo, todavía dubitativo, se alejó y alzó la mirada con resistencia, topándose con un alfa boquiabierto y sin parpadear. Mandíbula caída y ojos rasgados abiertos como platos. Completamente enajenado.
Incrédulo por la magnitud de su acción en el contrario, el omega no pudo evitar soltar una risilla torpe. Lo que bastó para romper el hechizo del alfa y obtener de él, una mirada de absoluta incomprensión. Tan parecida a la propia. Influenciado por la sinceridad de su gesto, tironeó del alto para que continuaran con su camino, no obstante, ese momento de afabilidad burbujeante explotó en la cara de Hongjoong en el segundo que divisó un auto blanco demasiado familiar. El Gran Coupé de Seonghwa, estacionado a tres autos de distancia del Mazda negro de Mingi, ¿qué clase de suerte era esa? ¿O qué Dios lo odiaba con tanto ímpetu, como para permitir que un cruce sin comparación se diera en ese preciso instante?
De existir alguno, creía fervientemente, que todos sin lugar a dudas lo odiaban.
«¿Él no vio eso, cierto?», fue su primer pensamiento. Boca seca y sudor en las palmas. Mala señal.
A su izquierda, Mingi no demoró en leer los signos de estrés en su cuerpo: la manera en la que retorcía los dedos en las correas, la insistencia con la que se mordía el labio inferior y los relieves infinitos entre las cejas. Queriendo ser de ayuda, liberó sus feromonas, y aunque visiblemente tuvo cierto efecto, no fue suficiente.
—Supongo que no estaba enterado —conjeturó tras una serie de análisis rápidos.
—Lo está ahora.
—Ay, Ángel.
Fue lo último que escuchó de Mingi antes de que Seonghwa los terminara de alcanzar, un andar firme pero una expresión que no decía mucho. Ojos cafés que escrutaban sin parar y en distintas direcciones. Seriedad fundida y crítica implícita en un mar de preguntas.
—Al final tenía razón —fue lo primero que dijo, la censura siendo palpable en su tono—. El tigre te devoró.
—Muy gracioso —murmuró el omega con una inflexión—. No es lo que parece.
—Ni siquiera sabes qué pienso —replicó el albino con astucia, enarcando una ceja. Pasando la dureza de esa mirada al alfa superior entre ellos, sin embargo, no emitió palabra en su dirección—. ¿Vas a explicarme por qué estaban comportándose de esa manera asquerosa entre ustedes?
—Sí...yo sí..., pero sólo quiero ir a casa primero, ¿de acuerdo? —pronunció con notas de cansancio en su aroma a jengibre. Inconscientemente, una de sus manos jaló la del alfa de cabellera corta.
Sabiendo en el fondo, que ese repentino comportamiento pegajoso no podía ser buena señal, pero ignorándolo de momento.
—Tenemos que pasar por Yeosang antes, se lo prometí.
Tras asentir con prisa, el campocorto no vaciló al encaminarse hacia el deportivo oscuro, esperando con impaciencia por el alfa para que le quite la alarma y pueda meterse. Ya había sido bastante espectáculo publico para quienes lo llegaron a presenciar. Quería estar en su espacio, rodeado de sus aromas, de su seguridad. Nada más que eso.
Pese a ello, tardó en ingresar, porque Mingi que llegó a su lado, murmuró una pequeña disculpa y procedió a desbloquear la puerta por Hongjoong. Dejándolo como tonto en el sitio. Eran muchos modales para alguien que catalogó de bastardo, arrogante y sádico.
—Gracias —susurró sin aliento por segunda vez.
Viajar en esa atmósfera a su departamento, no fue necesariamente molesto ni extraño, pero tampoco diría que muy agradable. Como omega, Hongjoong se sentía bien tratado, al punto estúpido de querer pavonearse. Como ser humano racional, se encontraba en un limbo. Eran demasiadas contradicciones juntas y enfrentadas que no sabía cuál desenredar primero. Si sus prejuicios preconcebidos o si aquellas acciones que recibía con una naturalidad que no le correspondían.
Dios, se había pasado parte de su juventud odiando al hombre que hoy era Mingi, era absurdo que aceptara gestos tan inocentes sin rechistar o ponerlos en duda sólo porque su lobo no sentía la urgencia de cuestionarlo. Mientras que el humano en él, los quería desmenuzar uno a uno y examinar hasta la parte más diminuta de ellos.
¿Cuán complejo podía ser? ¿Cómo por un lado le hacía sentido y por otro lo rechazaba completamente?
¿Era esto una de esas tan famosas paradojas? ¿Y cómo demonios se suponía que funcionaban? ¿Cómo les encontraba una solución? ¿Siquiera tenían una?
—Debí haberte avisado que pasaría por ti —empezó diciendo el alfa, olfateando su estrés amargo y picoso—. Lo siento, Ángel.
Suspirando contra el asiento, giró la cabeza para observar su perfil cincelado y las líneas que marcaban su mandíbula con un ángulo de imaginaria perfección.
—No lo sientas —le replicó por lo bajo, en serio cansado. Incluso si le hubiera mandado algún mensaje, en las prácticas mantenía el celular apagado por Haesuk—. El mentiroso aquí soy yo. Descuida.
—Aún tengo la sensación de que te metí en un aprieto.
Sonriendo con ligereza, volteó hacia la ventana—. Nos metiste —le corrigió con una voz amigable—. Ellos no te dejaran respirar hasta que respondas sus preguntas. Y sé que tendrán muchas.
—Bueno, no puedo decir que esté preparado pero tampoco voy a salir corriendo, no intentes asustarme.
Hongjoong permitió que la incertidumbre se suspendiera entre ellos al no corregir o aclarar nada, la curvatura en sus labios duró incluso después de que recogieron a Yeosang, no obstante, se debilitó hasta desaparecer al llegar a su piso. Mingi siendo el primer en notarlo.
Al ingresar, la avalancha de interrogantes y preguntas invasivas llenaron las dimensiones de su departamento, ligeramente desarreglado. Bombardeando al par con lo que tenían y más. Sin siquiera darles tiempo a sentarse. Lo que exasperó, de manera comprensible, al omega del grupo.
Estaba fatigado por la rehabilitación, por los cielos, un poco de paciencia y suavidad no le vendrían mal.
—Joder, que no estamos saliendo —repitió el castaño por enésima vez, ya harto de la incesante pregunta—. Mingi, por favor —rogó de repente, sorprendiendo a todos. Más aún el hecho de que lo tomara del brazo en una plegaria exigente.
—Estaría necesitando fumar, ¿sabes? —le dijo en complicidad antes de suspirar, igual de cansado. Había entrenado duro el día de hoy y esto lo estaba acabando de matar —. Me ofrecí a ser su alfa porque está claro, al menos para mí, que necesita de uno.
—¿Y a qué te refieres con eso? —preguntó Seonghwa de brazos cruzados y mentón elevado—. Porque permitan que les recuerde un pequeño detalle, se odian.
—No lo odio —aseguró Mingi, jugueteando con su Zippo. Girándolo en la mano—. Su personalidad apesta y es demasiado prejuicioso, sí, no lo voy a negar. Pero yo no soy mejor tampoco, soy un idiota conflictivo y orgulloso, eso no lo duden. A pesar de ello, a mi alfa le gusta Hongjoong —confesó con naturalidad, sentado en el sofá con las piernas despatarradas y la espalda relajada contra el respaldo. Como si no hubiera soltado una bomba—. Le agrada al punto de querer cuidar de él, pero ojo, no piensen cosas erróneas. Sólo quiero ocuparme de aquello que él me diga que necesita, asumir no va conmigo y decidir por otras personas menos. Seré su pilar cuando quiera que lo sea, es tan simple como eso.
—¿Y no tienes intenciones ocultas? —preguntó Yeosang de repente—. ¿Expectativas de meterte en sus pantalones, por ejemplo?
—No soy esa clase de imbécil, si es lo que están pensando.
Y Hongjoong podía dar fe de ello, en las primeras interacciones pacíficas o cercanas a serlo que tuvieron, el sujeto siempre buscó la forma de que el contacto se diera a través de un material secundario. Jamás, nunca, intentó o se esmeró porque existiera algo similar a piel con piel. De hecho, la eludió como si gestara la peste.
Pero comprendía la desconfianza de sus amigos, si ellos que estaban metidos en ese vínculo no conocían a profundidad los límites, y en teoría todo recaía en qué necesitara él como omega, era normal que dudaran y cuestionaran cuanto pudieran y más. No los culpaba. Y menos cuando su anterior pareja fue un insensible egoísta. Tenían sus razones para actuar con tanta minuciosidad.
—Si eso es cierto, ¿qué pasara cuando llegue su celo? —esta vez el inquisitivo fue Seonghwa.
—Puedes ocuparte —respondió el moreno con sencillez—. Si Hongjoong así lo desea, así será. No es una decisión que recaiga en ninguno de nosotros más que en él.
—¿Y podrías soportarlo? —preguntó Yeosang con una saña deliberada.
—En teoría, es mi omega. Pero la realidad es que no. Mi única preocupación es su estabilidad, la cual no sé si notaron, pero es un desastre hormonal. Va de un humor al otro, pierde el control de sus feromonas, actúa como no se supone que debería y tiene crisis de manera frecuente —puntualizó cada suceso con voz seria, dejando de jugar con su Zippo al instante—. El uso de los inyectables lo dejó tan jodido que si su doctor no se lo dijo ya, lo que dudo, lo haré yo. No todo puede ser estabilizado con químicos y pastillas.
—¿Específicamente de qué hablas?
—De las feromonas —explicó como si no fuera obvio—. Dependiendo del grado de compatibilidad, son una fuente orgánica para regular la inestabilidad química del cerebro, ya que se almacenan allí. A una frecuencia adecuada y con la persona indicada, volvería a la normalidad sin complicaciones. Teniendo sus ciclos cuando debería y no al alzar en unos vestidores sucios.
—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Yeosang, más curioso que otra cosa—. ¿Tienes un grado en medicina?
—No, en realidad tengo un posgrado en física.
—¡¿Física?! —exclamó un sorprendido Hongjoong. Él también era bueno en matemáticas pero no al nivel de conseguir un posgrado. Dios, ni siquiera le interesó cuando era adolescente teniendo en cuenta su rubro.
—Nada muy extravagante —respondió el moreno tras rodar los ojos—. Tengo una licenciatura en física que me habilita como profesor. Podría ejercer, de querer, claro.
«¿Profesor? Y lo dice como si no fuera la gran cosa».
Hongjoong se graduó con buenas notas, siendo el segundo mejor de la clase en la universidad, pero en consideración del rubro que seguiría, no halló motivación ni interés en estudiar más allá de los créditos requeridos para ser un estudiante modelo que satisfaga las necesidades obsesivas de su preciada madre.
Por lo que no tenía título alguno a diferencia de los demás. Yeosang se especializó en periodismo, pese a no ejercer la carrera, y también tenía un grado en comunicación. Seonghwa en cambio, se graduó en letras. Según el albino, porque era fácil y le daba el tiempo que necesitaba para enfocarse en el patinaje. Y en cuanto a Mingi, se venía a enterar que era una especie de genio que podría ser un atractivo profesor universitario si lo deseaba.
Comparado con ellos, Hongjoong era un fracaso de persona.
Y las interrogante continuaron, sin embargo, el omega se desentendió de ellas por completo. Permaneciendo en silencio por el resto del interrogatorio, porque es lo que era. Se encontraba exhausto y repentinamente desanimado con su realidad. Mientras más buscaba, más fallas hallaba en su vida.
Odiaba esa sensación de inferioridad. De hecho, la odiaba a morir. Era desagradable, una bola pesada en el estómago que le dejaba un regusto amargo en la boca.
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A diferencia de la tarde, el humor de Hongjoong cambió de manera drástica para la hora de la cena, notándose más animado y considerablemente alegre mientras cocinaba junto a Seonghwa. No perdiendo la oportunidad para bromear con respecto a que no sabría decir en un tono jocoso, quién de los alfas cocinaba mejor. En un intento por hacer chocar sus egos, sólo para obtener un insulto del albino y una sonrisa engreída del moreno. Insinuando la respuesta sin usar palabras.
Al final, fue una atmósfera amena pese a lo inesperada que resultó siendo la cuarta combinación en ella.
Para al momento de irse a dormir, Seonghwa sacó a relucir ese lado alfa suyo, negando la sugerencia irrevocable de Hongjoong con respecto a que compartiría habitación con Mingi, diciendo el patinador que podía cambiar lugar con Yeosang y ellos estar en el dormitorio que sobraba. Lo que es obvio, no pasó.
La justificación del omega para que no sucediera, fue simple: se trataba de su departamento, daba igual si sus amigos tenían la contraseña de la entrada, era suyo y él lo pagaba. Razón por la cual, se hacía lo que él decidía. Siempre y cuando involucrara a su persona, que era el caso. Y dicha decisión fue una. El segundo motivo por el cual no cedió, fue igual de sencillo, ya habían compartido cama antes y no salió tan mal. Aunque el par alfa-beta no estuviera enterado. Por lo cual, su excusa radicó en que ellos; Mingi y Hongjoong, necesitaban acostumbrarse a la falta de distancia y a una cercanía más íntima.
Eran alfa y omega después de todo. O un prototipo distorsionado.
El punto quedaba claro.
Y para cuando llegó el momento, increíblemente, Hongjoong no se hallaba nervioso o inquieto por la situación, ver a Mingi entrar por la puerta entreabierta, cargando su bolso y con la cara totalmente desfigurada por el cansancio, le divirtió. Fue un poco retorcido, lo admitía, pero destacaba el efecto positivo de verlo con las cejas caídas, las comisuras fruncidas y el mohín casi infantil en la boca.
Pero entendía de dónde surgía, si a él Jeong lo sentaba en un sofá para interrogarlo por dos horas continuas, enloquecería en lugar de tener esa apariencia desecha.
Y optando por una actitud más comprensiva, Hongjoong se arrastró del sitio que ocupaba en la cama hasta llegar cerca del borde, donde Mingi se encontraba hurgando en su bolso con el ceño lleno de relieves. Relamiéndose los labios, el castaño tironeó de su manga con suavidad al notarlo tan concentrado.
—Me disculpo un poco por eso —comenzó diciendo, vacilante de su discurso—. Mis amigos no tenían malas intenciones.
—Lo sé —dijo el alfa con simpleza, enderezándose para verlo apropiadamente—. Estaban preocupados —agregó con obviedad, pasando a sonreírle de medio lado—. Nos tirábamos mierda, Ángel, considero normal que tengan tantas preguntas.
—Bueno, sólo decía —replicó en un murmullo, echándose hacia atrás, rebotando en el colchón—. Para que no te lo tomes a mal, con los alfas como tú nunca se sabe... —cubriéndose los labios con una mano, el castaño dejó de mirar su aburrido techo para fijarse en el moreno de cejas enarcadas—. Lo siento —susurró con pena sincera, las mejillas adornadas de un tinte rosa—. No fue deliberado. Lo juro.
—Lo dejaré pasar sólo por hoy —advirtió en un intento de humor, apuntándole con el dedo para intensificar su teatralidad, no obstante, su aroma fragante lo delató, ya que la dulzura característica de las orquídeas se amargó.
Arrollado por una culpa devastadora y ácida, Hongjoong se apresuró por enderezarse, poniéndose sobre sus rodillas con una cara de arrepentimiento lamentable. Se suponía que debía buscar la forma de hacer que lo qué sea que tuvieran, funcionara. Sin embargo, seguía replicando sus actitudes juiciosas y de carácter crítico. Dañando indirectamente a Mingi.
«Es que soy un inútil para relacionarme», pensó con el estómago revuelto.
—Por cierto —habló Mingi con una voz compuesta, y casi podía decirse que serena—. Si en algún momento o por alguna razón te encuentras en Gwangju, puedes ir a mi casa, ya sabes, si te sientes mal o sólo quieres estar allí —ofreció con la cabeza gacha, volviendo a hurgar en el interior de su bolso—. La contraseña de la puerta no es difícil de recordar, 241018, ¿sencilla, cierto? —le preguntó sin esperar respuesta, mostrando una sonrisa amistosa—. Puedo darte una copia de mi llave para poder ingresar al ascensor.
Las palabras fueron legibles, simples y no hubieron oraciones rimbombantes, fácil a la compresión de cualquiera, sin embargo, Hongjoong se le quedó mirando a Mingi como si le hubiera dado un mensaje críptico que debía desmenuzar con fórmulas complejas de las que carecía.
¿Porque quién carajos le daba la contraseña de su casa a alguien que apenas conocía?
Y mientras profundizaba en lo desquiciado del comportamiento ajeno, entendió el significado: era una muestra de confianza. Una muestra de seguridad.
Asombrado por la facilidad con la cual Mingi podía proveer, y más aún algo tan importante como la comodidad de su casa, donde vivía junto al receptor de su equipo y Sarang, Hongjoong se sintió en la necesidad de corresponder. De cumplir con su rol en ese arreglo de condiciones difuminadas. Porque siendo honesto, es lo que era. Nada muy claro pero tampoco nada muy borroso como para que las líneas que los separan desaparezcan en su totalidad. O el asunto entre ellos llegue a confundirse.
No estaban en una relación como tal y no eran compañeros. Puntos claves que no debían olvidarse.
—Como verás vivo en un complejo modesto —empezó diciendo, un tono claro y una timidez perceptible que lo hacía retorcer los dedos—. No necesitas más que la clave para entrar.
—No tienes que dármela.
—Lo sé —dijo en un tono, que por primera vez, fue suave—. Pero quiero hacerlo —le aseguró con un asomo de sonrisa—. También es simple, así que no la olvides porque no la repetiré de nuevo.
—De acuerdo —aceptó el moreno con sencillez, dejando una remera a un costado y sacando el móvil—. Mi memoria suele tener algunas fallas para las fechas y estas cosas —explicó en un tono bajo, como si estuviera apenado y mientras se rascaba la mejilla—. Por lo general tomó algunas notas.
—Ya veo —murmuró más para así que para el otro hombre, sorprendido por el dato. Lo tenía en un concepto tan elevado que una muestra de imperfección lo dejaba anonadado—. La contraseña es 062119. Simple.
Mostrándole la pantalla con los números, el pelinegro le sonrió—. Anotado.
—¿Cómo lograste un profesorado en física con esa memoria? —preguntó entre risas, más liviano de conciencia.
—Nunca dije que hubiera sido fácil, pero los números siempre fueron mi fuerte.
Teniendo en cuenta que el béisbol era en su totalidad números, ya que en segundos o mitades de uno debían calcular trayectorias, ángulos, impulso de lanzamientos y fuerza de golpe, no dudaba que aquello fuera cierto.
Suspirando con pesadez, Hongjoong volvió a echarse hacia atrás en la cama, en lo que el moreno se cambiaba de prendas por unas más cómodas en el baño. Percatarse de que podían conversar sin atacarse o pullas de por medio, era extraño. Le dejaba una sensación nerviosa en el estómago. Como si estuviera descompuesto o con si tuviera parásitos.
—¿Quieres hacer una muralla? —preguntó Mingi de repente. Girando la cabeza de forma vaga, el omega vio al alfa recostado en el marco de la puerta— Para dormir —aclaró sin necesidad.
Recordando aquel acontecimiento vergonzoso en el Penthouse del moreno, Hongjoong fue rápido para girar sobre su eje y ahogar la cara en la suavidad de sus sábanas. El calor del bochorno trepando por sus mejillas y esparciéndose por su nuca con una gentileza de fuego. Inadvertida por el largo de su pelo.
—¿Tenías que mencionarlo? —farfulló con la voz estrangulada.
—Lo siento —dijo el pelinegro, sentándose cerca—. Puedo marcar algo para ti, si lo prefieres. La almohada o una prenda.
Luchando contra el fuego en las mejillas, Hongjoong tomó asiento con negación, y mayor fue su resistencia a la hora de encontrarse con los ojos ajenos. Obsidianas oscuras que brillaban en una diversión gentil. Cohibido y cabizbajo, el omega simplemente extendió las muñecas hacia Mingi, quien tuvo el descaro de reír antes de sostenerlas con una suavidad de terciopelo. Los pulgares que le frotaron la piel, lo hicieron con una ternura inmensa e incomparable. Tan abrumadora que tuvieron al corazón de castaño golpeando contra sus costillas en una emoción apabullante.
Había pasado un tiempo desde que un alfa lo trató con semejante delicadeza y cuidado.
—Ahí tienes —pronunció el alto en un susurro, soltándolo—. Para que no sientas la necesidad de buscar mi aroma. Será como un perfume, cuando te bañes desaparecerá.
—Gracias.
—A tus servicios, Ángel.
Sonriendo en grande, Mingi le deseó buenas noches antes de proceder a ocupar el espacio vacío en la cama. Al principio fue incómodo el que estuvieran cara a cara, pero pronto, con la intromisión sigilosa de la somnolencia y las artimañas desapercibidas de Morfeo, fueron arrastrados con éxito a las profundidades de sus redes. Sumergiéndolos en la quietud del arrullo y las fantasías interminables.
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