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❈•≪20. Complexum≫•❈

Suspirando del gusto, Hongjoong restregó su cara en la suavidad de ese material que lo acogía con ternura y lo llenaba de una aroma fragante. Era como estar en medio del prado, incluso podía escuchar una laguna sonar cerca, agua quieta que se movía por las vibraciones de la brisa primaveral, flores exóticas que se balanceaban en una danza gentil. Orquídeas alevilla por doquier, con sus pétalos en forma de mariposa abiertos al sol, uno cálido que no ardía en la piel y te trataba con una suavidad compasiva.

Era un sueño ideal. Un escenario fantástico. Dotado de belleza natural y fragancias que se grababan a fuego. Intensas pero amorosas de una manera que su inconsciente no podía explicar.

Removiéndose en el sitio que estuviera, soltó un pequeño quejido, no fue nada muy extraño. Simplemente la lucha contra la somnolencia y las ganas de permanecer en ese lugar idílico. Pero el llamado exterior fue más fuerte, su nombre en boca de una voz grave que lo pronunciaba en un tono ronco tratando de ser amable al oído. Una melodía que comenzaba a volverse un arrullo de seda.

Quejándose por segunda vez, sus parpados empezaron a ceder, revoloteando un par de veces hasta acostumbrarse a la luz que provenía de afuera. Intensa y dañina. Un sol abrasador de principios de la mañana. Para cubrirse de él, se giró sobre sí mismo, presionando su cara en una fuente rígida, distinta a su almohada. Era firme pero trasmitía un calor acogedor, casi como el de sus sueños. Encantado con el nuevo hallazgo, se presionó más profundo, queriendo obtener de esa fragancia y de ese calor inofensivo, todo, no obstante, la quietud de su mente enmarañada por el sueño, se vio perturbada ante una vibración ronca, una risa grave que resonó por lo bajo.

Confundido por la extraña intervención en lo que creía, se trataba de una fantasía, luchó con mayor fuerza a la resistencia perezosa de su cuerpo, sólo para dar con la rareza de un color gris sólido, de textura suave en su mejilla pero de incomprensible procedencia. Entrecerrando los ojos, cerró su puño en el material, notando que era fino. Pensando de inmediato, que tal vez, se trataba de una sábana. No obstante, la risa que anteriormente resonó por lo bajo, esta vez fue ruidosa pero como un aire que le acarició la cien y le revolvió alguno de sus cabellos.

—¿Qué estás haciendo, Ángel?

La pregunta vino en un tono zalamero, fue agradable pero divertido, al mismo tiempo que se dotaba de tintes burlescos. Desconcertado pero familiarizado con el origen del apodo, levantó la cabeza sólo para encontrarse unos ojos rasgados que lo miraban con suavidad. El marrón de las iris fundidos en una diversión fácil de identificar y una gentileza que no terminaba de hacer sentido.

Sin embargo, el único detalle que importó, fue notar que Hongjoong había cruzado la línea imaginaria que se habían puesto y acabado sobre Mingi, aunque en realidad, casi parecía quererse fundir en su pecho amplio. Escandalizado por sus propias acciones, se echó para atrás al instante. Empujándose a sí mismo lejos.

—Fueron tus feromonas —acusó con el índice levantado y una inflexión notoria en su voz matinal.

—Tranquilo —dijo el alfa con las manos en alto—. Sólo era una pregunta.

Avergonzado de su comportamiento, las mejillas del omega empezaron a llenarse de un elegante tono rosa, naciendo desde sus pómulos y acabando en el línea de su mandíbula. Retorciendo los dedos y temiendo realizar un comentario desacertado, el castaño se apresuró por terminar de quitarse las sábanas de encima y correr a encerrarse al baño principal en la habitación. Recostando la espalda en la pared de mármol frío, pudo escuchar lo que fue una risa al fondo. Un sonido bajo y difuminado.

Resoplando un quejido, se enfocó en prepararse y terminar de espabilar. Siendo así que, aparte de hacer sus necesidades básicas, se lavó el rostro y los dientes con el cepillo extra que se le había otorgado la primera vez hace días. Mientas ejecutaba la acción inofensiva, se olvidó por completo del estado de su hombro, y para cuando lo recordó, fue porque éste lo hizo a modo de un tirón.

Siseando entre dientes, se vio en la obligación de cambiar de mano y de soportar el ardor momentáneo. Además de obligarse a no pensar en ello o su ánimo decaería estrepitosamente. Y para ser justos con el pelinegro, despertó con la mentalidad de empezar con el pie derecho. La bandera blanca ondeando y las ofrendas en bandeja.

Borrón y cuenta nueva, diría su hermano mayor.

Pero siendo honesto, los acontecimientos del día anterior lo dejaron marcado. No se esperaba de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia que Mingi le echara en cara lo fallos que había tenido. Cada uno de ellos pero sin juzgarlo, simplemente los nombró. Como si no tuvieran ningún valor emocional o psicológico. Y por supuesto que los tenían, no era alguien obtuso como para no saberlo.

Lo que le pegó duro, fue saber que no estaba intentándolo. Pese a que existieran algunas consideraciones y consentimiento a ciertas acciones, no se encontraba entregado a la causa. Y lo peor es que era verdad. Daba igual si ponía el 15% o el 67%, si no se entregaba por completo, no funcionarían. Eran dos almas luchando por dos objetivos distintos, tirando de una misma soga en la dirección opuesta, esperando el momento en el cual los hilos se rompan. Cuando en realidad, deberían de ser dos almas luchando por una misma razón de ser. Encontrar un balance y un punto medio que les haga funcionar, porque la verdad sea dicha, Hongjoong no confiaría tan rápido ni tan fácil. Independiente a cómo sea su inconsciente.

Que al parecer resultó del tipo pegajoso.

Rodando los ojos al recordar su forma de despertar, se apresuró por volverse a echar agua en la cara, la hinchazón natural ya le daba igual a estas alturas, él sólo quería disminuir el calor de sus mejillas.

Al concluir con su aseo, se asomó por la puerta del baño con sigilo, sólo para llevarse la sorpresa de que Mingi no se hallaba en el dormitorio. La cama tendida y la falta obvia como visual de una silueta se lo indicaron con claridad. Inclinando la cabeza, le dio un vistazo rápido a su móvil antes de rechazar la idea tonta de ojearlo. Sabía lo que encontraría allí y prefería eludirlo cuánto fuera posible. Aparte de esto, sus amigos estaban enterados, más o menos, de qué hacía ahora mismo. No tenía de qué preocuparse o nada por lo que volverse loco.

O eso es lo que quería creer el día de hoy.

Saliendo de la habitación con un andar menos dubitativo, transitó por el extenso pasillo hasta llegar al inicio de las escaleras y sujetándose del barandal, las bajó con una confianza imperceptible y una comodidad sutil. Sarang que jugueteaba con una bola en un rincón, se detuvo un segundo e inesperadamente, luego de haber alzado las orejas con la atención de un águila, salió disparado en su dirección. Petrificado a un escalón de tocar el suelo, Hongjoong no supo que hacer más que abrir los ojos en grandes y observar con perplejidad cómo se paraba en sus dos patas mientras que las otras las apoyaba en sus piernas, maullando sin parar. Arañando sus prendas con impaciencia.

El pánico burbujeó en su pecho, confundido con las acciones del minino y qué esperaba de él. Preguntándose si Mingi no había salido a conseguir algo de último momento, pero el ruido en la cocina le dijo que no, que se encontraba presente. Sin embargo, ¿qué se supone que debería hacer? ¿Lo debía tocar? ¿Cargar, tal vez? ¿Siquiera tenía permitido eso? ¿Lo arañaría si lo acariciaba?

«Carajo, ¿qué se supone que yo hago ahora?».

—Dicen que los gatos se llevan bien entre sí.

Levantando la cabeza de golpe, se asombró de notar que Yunho estuviera allí, asomándose por la división con naturalidad. Viéndolo sin ninguna expresión particular más que el aburrimiento. Cejas relajadas, labios entreabiertos y ojos caídos en una sencillez plana. Los brazos cruzados pero laxos sobre el pecho, mientras que su mentón por otro lado, estaba echado hacia atrás en un gesto arrogante que siempre cargaba.

«Dios, será pesado».

—Quiere que juegues con él —informó el alfa dominante ante su falta de respuesta y la insistencia del gato, que para ser honesto, en serio actuaba como un cachorro.

—¿Y puedo hacerlo? —preguntó con una ceja enarcada.

—Si quieres, claro. Te lo está pidiendo —remarcó con una obviedad seca y una expresión plana—. Si quieres ganarte a Mingi, lo deberías hacer.

—¿Qué te hace pensar que me lo quiero ganar? —cuestionó con un indicio de sonrisa, divertido por lo ridículo que había sido lo escuchado. No obstante, procedió a colocarse en cuclillas, dándole al minino la atención que tanto exigía.

—Dejaste que fuera tú alfa —puntualizó con deliberación—. Eso dice mucho, más cuando sales de su habitación.

La insinuación en su tono erizó los vellos de Hongjoong, y no fue de una manera agradable, por el contrario, fue defensiva y el otro lo supo. Su expresión plana se transformó en una más viva, cargada de una malicia punzante.

—¿No tienes nada mejor qué hacer, Jeong?

—No, es sábado y hay un callejero en la casa, debo tener los ojos bien abiertos. No queremos que deje destrozos o se robe algo.

¿Por qué demonios se robaría algo? Ganaba más de medio millón de wones, su salario era el de una estrella pese a que lo trataran como una roca olvidada en el espacio, lejana a las más brillantes e incapacitada de su propia luz.

—Tranquilo, no necesito nada de ustedes.

El alto resopló una risa sin humor y reforzó la tensión en los brazos—. Aparte de la ayuda de mi mejor amigo. Seguro, no necesitas nada —murmuró con ironía punzante. A continuación, su voz se volvió más filosa y sus palabras cargaron un veneno particular—. En serio no entiendo porqué no puede meterte una patada en el culo y sacarte de su vida, eres una mala persona. No mereces ni que te reconozca como beisbolista.

Levantándose de golpe, dejó de brindar atención a Sarang, quien no se mostró muy contento al maullar tendido.

—¿Acaso él es mejor que yo? ¿O tú lo eres? —cuestionó con firmeza, marcando la seriedad de su voz—. Porque hasta donde sé, los tres somos unos imbéciles. Y si tengo que ponernos en un orden, encabezarías la lista.

—¿Qué tan seguro estás? —replicó con el mentón en alto.

Dispuesto a que esa confrontación no arruine sus planes del día, Hongjoong no respondió. Sabía que era un asco de persona, no necesitaba que nadie se lo restregara en la cara. Lo reconocía a la perfección y eso era lo que más le dolía.

—Buenos días para ti también —fue lo único que susurró antes de marcar rumbo hacia la cocina, a sus espaldas, dejó a un Yunho disconforme—. ¿Preparando el desayuno? —preguntó con un intento de sonrisa, esforzándose por sonar casual. No era la primera vez que estaba en un contexto como este, pero todavía se le hacía extraño y le ponía de los nervios no saber cómo comportarse.

Mingi se giró por sobre el hombro y le sonrió—. Terminando en realidad —dijo con dos platos en manos—. ¿Cómo está tu hombro?

—¿Oíste las noticias? —preguntó con una mueca descontenta. Luego de ese día en el complejo de su equipo, el mánager informó de su baja en un pequeño comunicado en su página web. Fue el festín de los medio más amarillista y de los periodistas deportivos que le tenían una tirria especial.

—Estuvo en todos lados —aclaró sin necesidad, mostrando una sonrisa compasiva—. Lo siento si te causé más estrés del que necesitabas.

—Está bien, la fractura es cosa mía. Tranquilo.

Asintiendo en calma, el moreno depositó los platos en la isla y le indicó que tomara asiento. Como todavía seguía sin enviar su plan de dieta, el hombre continuaba haciendo comidas ligeras, lo que no podía evitar apreciar. Sintiéndose a gusto con el gesto, procedió a tomar asiento donde siempre. Inmediatamente después, Mingi se sentó a su lado y para sorpresa de Hongjoong, se inclinó hasta rozarle la mejilla con la nariz. Un gesto simple y acordado de saludo que lo dejó conmocionado.

Porque allí se encontraba él, recibiendo una muestra, relativamente, de afecto de un tipo que, se suponía, odiaba. ¿Cómo es que eso tenía sentido? Porque siendo claros, no lo tenía. Por un lado lo ponía en alerta y por el otro, lo relajaba. Una contradicción que no acababa de desentrañar.

—¿Te sucede algo? —preguntó el pelinegro al verlo tan callado.

—No, no, no —mintió, sacudiendo la cabeza—. Sólo pensaba —y acto seguido, cogió los cubiertos—. ¿Eres el encargado oficial del desayuno?

—A veces —respondió el alfa con suavidad—. Solemos turnarnos las tareas con Yunho y aunque hoy era el suyo, concluí que era normal que te cocinara yo.

—¿No quieres que me envenenen? —cuestionó con humor, haciendo reír al impropio.

—En parte —respondió.

Y pese a lo pacífica que estuviera siendo su interacción, de repente, se vio interrumpida por Yunho quien, aparte de anunciar que tenían visitas murmuró en un tono inaudible, un pequeño "suerte".

Confundido, Hongjoong ladeó la cabeza y miró en la dirección que el tipo desapareció, sólo para notar, la aparición de dos siluetas desconocidas. Una pareja de adultos, alfa y omega dominantes. La intensidad de sus feromonas le hizo casi devolver lo poco que había ingerido. Fue impactante percatarse de esa esencia fresca y familiar que únicamente correspondía a una persona que conocía: Mingi. Por la edad que aparentaban y el parecido del hombre, se tenían que tratar de sus padres.

—Así que era verdad —murmuró la omega, un tono de voz dulce pero una mirada seria, similar a la del pelinegro. Ojos redondos y oscuros. Cejas tupidas y una cabellera azabache. Era esbelta y poseía un porte elegante con su vestido de dos piezas gris—. Tienes omega nuevo.

Hongjoong casi sintió la urgencia de protestar ante el calificativo, el cual lo hizo sonar como si fuera una adquisición y no una persona. Lo que para empezar, no pintaba muy bien.

—Minjae no fue muy específico. Veo porqué.

Desconcertado y muy perdido en las vagas afirmaciones, el campocorto miró al hombre esta vez, notando el increíble parecido con Mingi. Más en la apariencia que en las cuestiones físicas, ya que no era ni de cerca tan alto y su complexión era más ordinaria, común o esperada en alguien que rondaba los cuarenta, quizás en medio de éstos. Su panza no era notoria y se divisaban algunas canas en su cabellera café, de ahí en fuera, sus ojos eran parecidos a los del lanzador en forma y color, sólo que un tono más claros.

—¿Por qué vinieron?

Reparando en Mingi, Hongjoong recién ahora lo notó tenso. La mordida apretada y las líneas de la mandíbula marcadas. La mano que cogía el tenedor cerrada en un puño de acero, las venas saltaban y los nudillos se mostraban blancos. Lo que tampoco pintaba muy bien.

—Curiosidad —respondió la mujer, sentándose frente a ellos al igual que el hombre que la siguió de cerca—. ¿A qué te dedicas? —preguntó inesperadamente, viéndolo con detalle. Pupilas grandes e iris oscuras. Era intimidante.

—Soy campocorto de los Doosan Bears, Kim Hongjoong.

—Oh —exclamó el hombre, un tinte ligeramente decepcionado en la voz—. De aspiraciones bajas, ya veo.

¿Aspiraciones bajas? Los Doosan Bears eran el tercer mejor equipo de la Liga, sí, en algún momento de su vida aspiró a los Samsung Lions porque su padre era fanático del equipo y quiso intentar complacerlo, pero nunca mostraron interés en él como los primeros. No hasta que vieron qué podía hacer en un campo dos años tarde.

Siempre aspiró en grande y soñó en dimensiones exageradas, era un lunático con aspiraciones inalcanzable. Que un hombre desconocido le dijera lo contrario con semejante desdén y frivolidad, le hirvió la sangre.

—Disculpe, pero nuestras estadísticas con respecto a los primero base son las mejores.

—Sí, pero su promedio general no sobrepasa el nivel de lo considerado decente.

«Oh. Así que sabe algo de béisbol».

—Yo diría, y según los expertos, somos un promedio clase A. Lo cual es superior a decente, si me permite corregir.

Chasqueando la lengua, la mujer intervino—. ¿Pero eres campocorto, cierto?

—Así es.

—El mejor de su equipo —concedió Mingi para sorpresa de Hongjoong.

—¿Y es un omega común, verdad?

Antes de que el aludido pudiera decir algo en su defensa, el alfa tomó la palabra de inmediato, sonando irritado.

—¿Qué les dijo Minjae?

—Algo sobre arreglar las cosas con un omega —respondió la mujer, mentó elevado, viéndolo con desafío—. No creí que fuera de esa clase. Te criamos mejor.

¿Lo criaron mejor? Hongjoong no estaba comprendiendo cuál era el problema con su designación o el grado específico de la misma. No era recesivo ni era dominante, se mantenía en el medio como la mayoría de la población global. ¿Y qué con eso?

¿Por qué carajos importaba?

Ellos ni siquiera tenían una relación real o cómo ellos creía que la tenían. Era un acuerdo extremadamente limitado.

Sin embargo, no era idiota, sabía qué sucedía allí, los de extrema derecha tenían la creencia de que los del tipo dominante deberían permanecer con los de su especie. Dios, si esa basura clasista era conocida por todos. ¿La finalidad de ello? Mantener el legado. Después de todo y hasta ahora, se había comprobado que la combinación de genes superiores ganaba la batalla genética y pasaban a la siguiente fase. Por lo que, las posibilidades de tener un hijo dominante eran altas si ambos portadores tenían los genes ya mencionados.

Respirando hondo varias veces, Hongjoong no podía creer que dos personas desconocidas le estuviera diciendo, indirectamente, que no servía como omega. Al menos para su hijo. Era desagradable estar consciente de cuán fácil alguien le podía quitar valor humano sólo porque era omega, y uno simplón para rematar el chiste mal contado.

Porque él valía, era una persona que intentaba hacer lo mejor que podía día con día, luchando con los estigmas y los prejuicios constantes, el desdén a su trabajo y su posición, como si ser parador en corto fuera lo más fácil del mundo.

«Mierda, sólo respira. Dentro, fuera. Dentro, fuera. No es tan complicado».

En medio de su creciente crisis, Hongjoong no percibió palabras ni sonidos, mantuvo la cabeza gacha, esperando no hacer obvio su estrés y estado inestable. Motivo por el cual, sólo sintió a Mingi hablar, cuando sus dedos le rodearon la muñeca y le frotaron las glándulas de olor que se ubicaban allí. Estimulando sus feromonas a la vez que, grababa las suyas.

—Creo que ya fue suficiente de su visita, deberían marcharse —dijo Mingi, un tono sereno pero frío. No era la primera vez que lo escuchaba pero aún así le causó escalofríos. La gravedad de su textura siendo la mayor culpable.

—¿Disculpa? —dijo el hombre—. Creo haber escuchado mal.

—No, oíste bien, les estoy pidiendo que se retiren. Hablaremos luego. Cuando no insulten a Hongjoong, por ejemplo.

—Claro que lo hablaremos.

Fueron las últimas palabras de la mujer antes de que ambos se marcharan, no sin antes prenderlo en llamas con la dureza de sus miradas, las cuales pudo sentir por encima como dos pequeños soles incandescentes.

—Lo siento, Ángel. No sabía que vendrían —se apresuró a decir el moreno, sosteniendo sus manos con la ligereza de una pluma—. El tonto de Minjae ni siquiera debió comentar nada.

—Está bien —dijo al levantar la cabeza, sonriendo con falsedad—. No fue tu culpa. Olvídalo.

—No, no estuvo bien y...

—En serio, deja el tema —pidió en un susurro, desviando la mirada unos segundos—. Tengo que viajar a Seúl y mejor hacerlo de buen humor, ¿no crees?

Mingi quiso insistir, Hongjoong supo leer las señales, sin embargo, lo cortó en el acto y como pudo, terminó su desayuno. Dejando los trozos de durazno a un costado y un silencio pesado alrededor de ellos.

Al marcharse, lo hizo con un gusto amargo en la boca, el estómago revuelto y la mente llena de pensamientos inservibles y sin rumbo.

Lo que empezó siendo una promesa de buen augurio, acabó siendo un desastre de día que provocó en Hongjoong un sentimiento de impotencia y rechazo en todo lo que duró su corta estadía en Gwangju.



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