❈•≪19. Reconciliātiō≫•❈
Al final Hongjoong se dio cuenta que Mingi no lo planeaba contactar, fue bastante evidente. Los mensajes seguían sin leer, y en un punto indefinido de sus conjeturas se preguntó si no había sido bloqueado de Kakao, pero pronto descartó la suposición. Demasiado floja e impropia del moreno.
Es así que, sus conflictos internos no llegaron a terminar, por el contrario, se potenciaron. Quedando en la encrucijada de si hacer algo al respecto o dejarlo pasar. Tenía el hombro fracturado, eso le dijo el experto que le hizo los estudios pertinentes. Una prioridad a considerar, sin embargo, su mente transitaba por lagunas superficiales y desembocaban en un lanzador que, tan pronto como se ofreció a ser su "pilar", desapareció de su vida. Dejándolo confundido y perdido. Y era un jodido adulto, o algo cercano a uno, debería saber cómo actuar.
Pero para su desgracia, ese no era el caso. Dudaba y volvía a dudar sobre qué hacer. Una y otra vez. Una cosa era segura, tendría que tomar la iniciativa si quería sacarse esa incertidumbre del pecho.
Fue a esa causa, que tomó el asunto entre sus manos y se dignó a ser activo en cuestiones que involucraban su vida. O la afectaban, mejor dicho.
Esa mentalidad lo llevó a tomar un tren a Gwangju, teniendo el horario del pelinegro a su favor, le sirvió de mucho. Principalmente para saber dónde estaría y qué estaría haciendo a cierta hora del día. Ese viernes en particular, le tocaba entrenar en terreno de los Kia Tigers por dos horas, por lo que, sí o sí, se vería rodeado por un montón de imbéciles. Con su Ford sin reparar y encerrado en el taller de un conocido, a Hongjoong no le quedó otra opción que llevarse unos auriculares y escuchar música de ese modo. Que al instante de abrir la aplicación le apareciera five4three2one, no era un buen presagio para su humor.
No quería sentirse conectado con nadie, mucho menos con una canción y aún menos con una de ese tipo: Layto; recordaba a Mingi poner su música en aquel único viaje en auto "pacífico" que tuvieron. Y admitía que la disfrutó, el hombre poseía una voz rasposa, que era su estilo en cualquier ámbito, una resonancia potente y una profundidad emocional en su tono que impresionaba. Magnífico como cantante, sin dudas, pero teniendo en cuenta su contexto y hacia dónde viajaba, no le interesaba demasiado.
Aún así la mantuvo por el ritmo pegadizo.
Y el viaje de casi tres horas transcurrió sin grandes acontecimientos, con él aislado del mundo y las personas a su alrededor igual de ocupadas en lo suyo. Un par de lo que a simple vista parecían estudiantes, dormitaban en lo asientos. Empresarios con documentos en mano y mujeres que o, iban conversando entre sus acompañantes, o leían libros. Otros estaban en sus móviles con una cara plana de aburrimiento.
Un viaje típico en tren.
Tampoco iba negar que no se le escaparon un par de que otro bostezo. Fatigado por los días anteriores y emocionalmente drenado por su condición actual. En la que, se supone, no debería sumar estrés extra. Pero ahí estaba él, haciéndolo involuntariamente.
Al llegar a su destino con nada más que su celular y billetera, el omega se puso en marcha para buscar un taxi o un transporte que lo dejara lo más cerca posible del estadio local y fuera, a su vez, económico. Dejando así, claro que no había planificado muy bien la situación y la confrontación per se. Las excusas que había puesto a sus amigos para viajar, al menos, habían sido un poco más elaboradas y contenido mayor sustancia. La justa como para que fueran creíbles.
Respirando hondo, se tragó esa bola de culpa que siempre salía a flote en situaciones como esa donde optaba por una falsedad inofensiva.
Llenándose los pulmones de aire por segunda vez, ingresó al estadio de los Kia Tigers al segundo que arribó al lugar. Una estructura circular monumental con espacio para casi 21 mil personas, que ahora mismo, lucía vacío, un estacionamiento delantero ocupado por un par de autos y algunas motos también. Motos grandes a las que nunca se subiría. Por el rabillo del ojo pudo reconocer uno de los autos, un deportivo negro, con rines brillantes y un negro reluciente que lo hacía destacar del resto en gamas coloridas. Mazda CX-5 dictaba la placa delantera. Precioso ahora que lo observaba de una perspectiva apreciativa y no acusadora.
Ingresar al campo como tal, resultó siendo un poco más complejo de lo que Hongjoong anticipó. La seguridad no sólo le pidió su documentación personal, sino que también, una que comprobara que era beisbolista de los Doosan Bears. Lo que fue complicado, porque tardó en encontrar su estúpida tarjeta de membresía en el interior de su billetera que, de repente y en esa situación seria, parecía una galera sin fondo.
La última petición lo dejó boquiabierto, necesitaba que alguien del interior concediera su ingreso y asegurara que no se encontraba allí como espía. Conociendo al entrenador Shim, sabía de antemano que esa ridiculez no la había decretado él. Era un buen sujeto y bastante abierto de mente. Aquello salió de la nada por parte de los guardias, eran dos alfas y lo estaban discriminando por ser omega. Lo apostaba. Lo aseguraba incluso. Ya que en los demás estadio, lo dejaban pasar luego de que se realizaran las primeras dos revisiones reglamentarias.
Incrédulo y algo enfadado, se corrió a un costado y sacó el celular del bolsillo. Esperaba que Mingi lo tuviera consigo o esto se pondría feo. Pero principalmente, rezaba para que le atendiera.
Lo que no pasó. Los tres tonos transcurrieron y fue mandado a buzón de voz. Pero no se rindió y lo intentó una segunda vez, obteniendo lo que buscaba. No obstante, la línea al otro lado se mantuvo en silencio. Generándole una sensación incómoda de inquietud.
—¿Mingi? —llamó dubitativo, sintiéndose inseguro y moviéndose de un pie al otro.
—Estoy en medio del entrenamiento —le dijo en un tono seco, el barítono de su voz resonando una nota baja. En una gravedad seria.
Carraspeando, Hongjoong odió el sentimiento de sentirse cohibido—. Lo sé, terminan en diez minutos, si no me equivoco —respondió con la voz baja, queda. Había calculado el tiempo de tal manera que lograra llegar, o al final del entrenamiento, o a mediados de ello.
—No lo haces —aseguró con una neutralidad seca—. ¿Qué necesitas?
—Tu ayuda —murmuró—. Estoy en la entrada y, al parecer, ahora necesito la confirmación interna de alguien de que no soy un espía.
—¿Y no lo eres? —preguntó con una ceja enarcada de la que sólo él fue consciente.
—Muy gracioso.
—Pon el altavoz —ordenó el pelinegro en una voz más suave, familiar. Obedeciendo al instante, colocó el móvil en dirección de los impacientes hombres de brazos cruzados. Dos gorilas de grande que lo miraban con crítica—. Habla Song Mingi, lanzador de los Kia Tigers, número de jugador 20. Membresía número 102418. Con respecto a Kim Hongjoong, dejen que pase o avisaré a los directivos de sus mañas.
—Gracias —susurró al quitar el altavoz, girándose para un poco de privacidad.
—Sólo entra ya.
Y con eso es que la línea murió, palabras exasperadas y un suspiro cansado. Imitando su última acción, el castaño se puso en marcha una vez recogió sus pertenencias. Al ingresar por los anchos corredores y llegar al campo, lo primero que vio fue cómo Song Mingi, quien hace tiempo no pudo batear una bola simple, ahora mismo realizaba un espectacular cuadrangular. Conmocionado, su boca cayó de la sorpresa y sus ojos se expandieron como dos lunas de grande. Impresionado.
No obstante, esa distracción de su parte lo hizo vulnerable a la intervención indeseada de Eunyeong. Quien con sigilo, se aproximó a su persona por un costado, y antes de que lo supiera, se encontró con el rostro del tipo y la punta de un bate presionando su esternón. Por instinto, golpeó la madera fuera, no obstante, insistente como él sólo, el alfa de cabellera café, lo colocó sobre su hombro derecho, haciéndolo retroceder por la fuerza. Quiera o no, aún si eran de estaturas similares y el campocorto opuesto fuera menudo, seguía siendo una alfa. Por lo cual su acción le causó dolor.
Donde no debía que era lo peor.
«Hijo de puta».
—¿Qué trae a un intruso como tú por aquí? —preguntó con diversión y una sonrisa cínica.
—Nada que sea de tú interés —le aseguró al retroceder otro paso, esta vez por cuenta propia al notar sus intenciones.
—¿Es así? —cuestionó con un desconocimiento falso—. Pero estás en mi territorio.
El castaño no pudo evitar resoplar al escucharlo—. Lo dices como si fuera tu equipo y hasta dónde sé, la estrella es Song.
—Ahora que lo mencionas, ¿qué asuntos se traen entre ustedes? ¿Acaso eres su nueva perra?
Por este motivo no quería que se los relacionara, por las mierdas que la gente, no sólo sus compañeros, porque sabía que lo harían, sino que también los internautas y los medios. Los rumores y las tonterías que especularían serían tantas que podía imaginar todas a la perfección, y lo desastroso, es que harían de eso su nueva identidad. Ya no sería el omega de los Doosan Bears, no, pasaría a ser la perra de la más grande de las estrellas que tuvieron los Kia Tigers.
—Deberías cuidar tu vocabulario —pronunció Mingi de repente, sorprendiéndolos. Su voz rasposa, sonó grave. Un tono bajo y amenazador que no había escuchado antes—. Sería lamentable saber que con esa boca saludas a tu madre.
Hongjoong apenas suspiró de alivio ante la interrupción de Mingi, su lobo relajado con su presencia pero su persona en conflicto de que sea malentendida. No quería armar un escándalo en terreno ajeno pero tampoco atraer demasiada atención. No obstante, esos pensamientos contradictorios no evitaron que lo mirara con avidez. Llevaba el atuendo rojo de verano puesto, prendas ajustadas por todos sitios con un pantalón blanco que rompía ese bloque intenso de color. La gorra inamovible en su cabeza y un bate al hombro. La expresión seria en un disgusto ligeramente distinguible y las comisuras fruncidas con sutileza. Músculos hinchados por el esfuerzo y la actividad constante, al igual que una capa ligera de sudor adornaba su frente apenas visible.
—No lo tomes así —dijo Eunyeong aún sonriente—. Una perra como él debe...
«Jodida mierda».
Para sorpresa de quienes curioseaban la interacción discreta, los movimientos rápidos de Mingi los dejaron boquiabiertos y sin palabras. Atónitos sería la expresión adecuada para lo que hizo. Ya que sin que nadie lo previera, se quitó el bate del hombro y lo blandió como si se tratara de una espada en dirección de Eunyeong. Hongjoong se cubrió la boca con ambas manos al observar cómo lo presionaba en la garganta del campocorto mayor, haciendo saltar un par de sus venas por la agresión repentina y sofocante.
—Dije que cuidarás tu vocabulario —expresó con una serenidad incompatible con el ardor furioso que le brillaba en los ojos—. Un compañero debería ser tratado como lo que es, independientemente de su casta. Y hasta dónde sé, Kim es un hombre. Eso de perra piénsalo mejor la siguiente ocasión, no me gustó mucho. ¿Entendido?
—Entendido —dijo el alfa mayor al retroceder, sobando el área agredida con el ceño arrugado—. No sabía que fueran amigos, lo siento, hermano. No era mi intención...
—Le debo dinero, es todo. Lárgate.
La intimidación agresiva era el método más efectivo que se usaba en la actualidad para doblegar la impertinencia de otro alfa. Algunos lo hacían por querer, sin un trasfondo compasivo u heroico detrás.
Pero que funcionaba, funcionaba.
—Vaya —comentó el omega al salir de su estupefacción—. Un alfa dominante haciendo gala de toda su gloria, ¿eh?
Exhalando hasta dejar caer los hombros, el pelinegro lo miró con cansancio—. ¿A qué viniste, Hongjoong?
—Me estás ignorando —acusó sin tener la intención inicial de hacerlo.
—Me pediste que te dejara en paz y eso hice, ¿recuerdas?
Hongjoong no podía creer lo que oía, incluso boqueó un par de veces—. Hiciste un juramento y tan fácil lo rompes. ¿Qué clase de alfa eres?
—Uno que cumple con su palabra —respondió con seques, volviendo a descansar el bate en su hombro y viendo alrededor—. Necesitabas pensar y tiempo a solas. Tú mismo lo pediste y eso te di.
—No tenías porqué ignorarme.
El alfa sopesó sus palabras con deliberación, tomándose su tiempo—. Quizás no debí, pero estaba enojado. Y si quieres hablar de esto, lo haremos en mi casa. Creo que ya fue suficiente espectáculo para el resto.
Concordando con el alto y harto de la cantidad de ojos sobre ellos, marchó primero. Haciendo su mejor intento por transformar su expresión en algo sin forma y difícil de leer. Pero la incredulidad y la extraña pero latente decepción, pusieron una mueca en su cara que no se podía borrar con tanta sencillez.
De regreso al estacionamiento, Hongjoong tuvo que esperar alrededor de 15 minutos para que Mingi apareciera, y cuando lo hizo, fue con bolso en mano y prendas sueltas. Una remera blanca con un estampado negro de caracteres japoneses que, para ser honesto, no tenía idea qué decía. Y unos pantalones igual de holgados. Muy diferente a su ropa de entrenamiento.
Cruzando miradas, ambos ingresaron al interior del vehículo contrario. En total silencio. El campocorto no tenía idea de cuánto duraba el viaje hasta su casa desde ese punto, pero lo descubriría pronto y esperaba que no fuera tan malo como tenía pintas de ser.
✦• ───── ⸙ ───── •✧
Al llegar al Penthouse de Mingi, quien los recibió fue Sarang, la pequeña criatura se hallaba en la puerta, sentada en la entrada con su gran cola tupida moviéndose de un lado al otro con expectativa. Y Mingi, enamorado como estaba del minino, no demoró en dejar sus cosas a un costado y quitarse el calzado para ir a su encuentro. Siendo recibido con una avalancha de ronroneos y cariño.
Hongjoong se llevó una mano al pecho sin notarlo y sonrió con una suavidad que le hizo cosquillas en los labios. Fue un escenario tan inusual que le salió de adentro. Una reacción genuina y cero controlada.
—Siempre espera en el mismo lugar —murmuró el alfa con tranquilidad—. Dicen que su especie es comparable a un cachorro.
Comprendiendo la causalidad ajena, el castaño no demoró en responder con algo honesto—. Pienso que tal vez sea cierto. Actúa como uno —agregó al ver a Sarang inclinar la cabeza al oír su voz, observándolo con grandes ojos ámbar—. En serio eres hermosa.
El gato o entendió el cumplido o simplemente se ahogó en las caricias en su barbilla, de cualquier modo, soltó un maullido dulce que se vio acompañado por la caída momentánea de sus orejas puntiagudas.
—¿Comiste algo? —preguntó el moreno al, finalmente, ponerse de pie y girarse a verlo.
—No tenía hambre.
Mingi no tembló a la hora de juzgarlo con la mirada, ojos marrones casi negros que perforaron los suyos castaños con una intensidad abrasadora. Siendo casi las seis de la tarde, por supuesto que debería de haber comido algo. Aunque sea una fruta. Si embargo no lo hizo y adrede. La conclusión de pensamientos era obvia en aquel mar de obsidianas diversas.
—Te haré algo entonces —afirmó en un suspiro. Inmediatamente, el castaño quiso negar, pero el alfa no aceptó nada de eso—. Será ligero. Anda.
—Que no contenga mucha verdura, por favor.
Pasmado, el alfa no llegó ni a realizar un comentario. Optando por sacudir la cabeza en una muestra de su desapruebo. El gesto fue leve pero evidente en su propósito. Mostrando una sonrisa tenue, el castaño intentó aligerar la tensión en el ceño contrario.
—No quieras hacerte el lindo, conmigo no funciona de esa manera.
El omega se encogió de hombros con discreción y no emitió palabra alguna, prefiriendo el silencio y saber que al menos lo había intentado. Aunque en ningún momento pretendió ser lindo ni nada parecido, pero que el alfa creyera lo que quisiera.
Al seguirlo a la cocina, Sarang vino con ellos. Observándolo con atención, no pudo obviar la comparación con un león miniatura. Era grande para ser un gato común, un perfil cóncavo y orejas alargadas que terminan en punta. Ojos ámbar, separados, enormes y ligeramente ovalados. Preciosos. Hipnóticos incluso. Su cola era larga, afelpada, tupida como la copa de un árbol y afinada en la punta como un pincel. Su manto era amarronado, sedoso y denso pese a ser de pelo fino. Una belleza al tacto. No sabía cuánto medía pero era largo, quizás unos 20 centímetros de alto y de largo, podría rondar los 100. No estaba seguro. Menos de su peso. Pero teniendo en cuenta las características físicas, debería andar cerca de los 3 o 4 kilos. No podía ser mayor a eso.
Internet le había dicho que las hembras no pesaban más de 6 kilogramos. Porque sí, estuvo tan curioso de la raza que la investigó. La variedad de colores y tipos que existían eran impresionantes. Aunque los achocolatados no ingresaran en la categoría del pedigrí de Maine Coon pese a cumplir con lucir como uno y demás rasgos físicos. Un dato interesante en realidad. Aunque no eran los únicos en ser excluidos.
Tan ensimismado se halló pensando en Sarang, quien se paseaba entre las piernas de Mingi por su atención que no se percató de varios detalles; primero, no acabó de ingresar a la cocina abierta. Segundo, el alfa ya había colocado un plato para él en la isla. Y por último, éste se encontraba viéndolo con confusión. Extrañado por su comportamiento ido.
Avergonzado por su falta de ubicación espacial, o terrenal mejor dicho, se apresuró a ocupar el mismo asiento que tuvo la primera vez allí hace unos días. Mirando el plato, notó que su comida no era nada extravagante ni de restaurante. Unos simples huevos revueltos en un costado, carne en otro y arroz salteada de acompañamiento. Un pequeño recipiente con lo que parecían duraznos pelados y cortados en cubos, permanecía adyacente a lo anterior.
Una presentación organizada e impoluta que incitaba a comer.
Un signo más de perfección por parte de un alfa.
Suspirando, el omega agradeció por la comida y se dispuso a disgustar de ella. Porque la primera vez allí, comprobó que el tipo sabía cocinar. En cuanto al alfa, éste no dudó en ocupar el espacio vacío a su lado. Dejando un vaso con jugo de naranja cerca de su plato.
De ese modo, transcurrieron en silencio, hasta que el código en la puerta principal fue puesto y el ruido de alguien cansado exhalando con exasperación, irrumpió dicha quietud. Hongjoong supo que se trató de Jeong Yunho de inmediato, y al ver a Mingi rodar los ojos, lo confirmó.
—Olí carne, ¿qué estás...? ¡Oh Dios! —se cortó el segundo alfa dominante para pronunciar con exageración—. El gato callejero volvió por comida.
—No es gracioso —murmuró el aludido al removerse en su asiento, casi terminando el plato.
—Lo siento, no quería hacerte reír —masculló de regreso, con una hostilidad que no le sorprendía—. ¿Por qué te haces esto? —cuestionó, esta vez, en dirección del moreno—. Te arañará devuelta y saldrá corriendo por la ventana, ¿lo sabes, no?
—Deja de referirte a mí de ese modo —pidió el castaño ya algo incómodo, bajando el cubierto—. Puedo escucharte.
—Oh, lo siento. Mi intenciones eran ofenderte —aseguró con una expresión de falsa pena y una mano en el pecho.
—Ya basta —dijo Mingi, una seriedad que resonó por los rincones del espacio amplio—. Tenemos que hablar, hay comida en el refrigerador para ti. No interrumpas.
Asintiendo de acuerdo, el más alto entre ellos dejó su bolso en un costado y se dispuso a preparar su comida, entendiendo así, que no conversarían allí. Imitando a Mingi, Hongjoong se puso de pie y lo siguió en silencio. Viendo a su alrededor con la misma avidez inicial, todavía incrédulo de estar en un Penthouse y que no luzca tan presuntuoso en su decoración.
—¿A dónde vamos? —preguntó luego de que subieran las escaleras.
—Pensé en salir al balcón, pero está muy frío a esta altura y no sería bueno para ninguno de nosotros —explicó en un tono considerado, rozando lo gentil—. Tengo un estudio que es más una habitación de descanso, Yunho no espiara allí, ¿te parece correcto?
—Correcto —respondió a falta de mejores palabras.
El estudio en sí, era grande como las demás habitaciones. Decorado en tonos tierra que le daban un toque, extrañamente relajante y con muebles de apariencia suave. Habían estantes con trofeos y libros, al igual que fotos en las paredes. Siendo ese espacio más cálido que los restantes de la casa. O del Penthouse en realidad.
Era agradable.
—Así que, ¿por dónde quieres comenzar? —preguntó el alfa luego de tomar asiento en un sofá que venía a juego con otro de color blanco. En una pequeña mesa ratona ubicada al medio, depositó el recipiente con los trozos de durazno.
—El día de la consulta, fui un idiota —admitió por lo bajo, desviando la mirada a los pies—. No debí ser violento contigo ni desquitar mi frustración de manera agresiva, lo siento —Mingi asintió en aceptación, pero no dijo nada. Indicando a Hongjoong que debía seguir—. Sé que tratabas ser empático conmigo y yo reaccioné realmente mal, me disculpo por eso también.
—¿Es todo? —preguntó el pelinegro con amabilidad, como si estuviera olvidándose de algo más—. Te perdono y acepto tus disculpas, en serio, pero Hongjoong aún si hice mi promesa, necesitas colaborar. Darme una mano.
—¿Acaso piensas que no lo estoy haciendo? —replicó con un dejo de indignación.
—Piénsalo, Hongjoong, ¿lo estás intentando?
El susodicho jadeó de repente, ofendido por dos motivos distintos. Uno que no admitiría en voz alta y el otro por la falta de confianza. Por el hecho de que se pusiera en duda su participación en ese acuerdo cerrado.
¿No lo estaba intentando? Dejaba que el tipo lo tocara, permitía que lo marcara con su olor e incluso que le siguiera llamando por ese estúpido apodo. Desde su perspectiva se estaba esmerando demasiado. Quizás no se encontraba entregado a la situación y al asunto de ser el "omega" o "receptor" de Mingi, pero Hongjoong no se había opuesto.
Aprendiendo la lección de que tener arrebatos y sacar conclusiones no era una buena actitud para tener con alguien empático y compasivo, el castaño decidió tomar el camino de la lógica y preguntar. En lugar de inquerir con saña o conjeturar tontamente.
—¿A qué te refieres?
—Sigues viéndome desde la lupa de un alfa dominante, para ti, no soy más que eso —declaró con una vehemencia que traspasó la piel y erizó los vellos—. Soporto tus comentarios y desaciertos porque en serio me agradas, de alguna manera que no comprendo pero es así, y a mi alfa también le gustas. Sea la compatibilidad o esa cara linda que tienes, pero no lo sé bien, ¿de acuerdo? —confesó al pasarse ambas manos por el rostro, frustrado—. Soy bastante débil cuando se trata de ti, supongo. Y no lo confundas, es desde una perspectiva biológica. Ya sabes, instintiva.
—Lo siento, no lo había notado es que...., no lo sé, eres Song Mingi, estrella de los Kia Tigers, el Halcón que nació con cuchara de oro. Tienes tantos títulos que...., simplemente no lo sé.
—¿Y cómo crees que los conseguí? —preguntó con una seriedad mortal, una octava abajo y una mirada predadora. Las obsidianas se consumieron en un negro completo. Estaba enojado—. No elegí ser un alfa de extrema derecha, nací de ese modo. Lo siento. Siento que te hayan dañado y traicionado antes, pero eso no te da el derecho de convertirme en tu saco de boxeo. Sé que me disculpé tarde por lo de hace cinco años, pero de verdad me arrepiento de mi tontería y mi actitud infantil. En serio lo hago.
Hongjoong abrió la boca, dispuesto a denegar tan cruel acusación pero pronto se halló cerrándola. Porque en la superficie de su conciencia sabía que era verdad, juzgaba en base a la designación de la persona. Una que no se le concedió el albedrío de elegir. Al igual que él no prefirió nacer omega, Mingi no tuvo la posibilidad ni el deseo de elegir ser alfa. Y aún si lo sabía, tenía el descaro y la desfachatez de juzgarlo como de criticarlo por ello.
—Lo siento —murmuró en un tono quedo, deslizándose en el sofá y cubriéndose la cara. Ahora entendía a qué se había referido con si lo estaba intentando o no—. Lo siento mucho.
—Y te creo —aseguró el pelinegro, un tono meloso que arrullo el apodo que vino a continuación:—. Pero Ángel, tienes que cambiar esa hipocresía. No puedes defender los derechos de los omegas y gritar por igualdad cuando tienes esas actitudes.
—Lo sé.
—Ten esto presente, no soy quién para darte clases de moral. Estoy consciente de mis privilegios aunque no lo parezca, pero Ángel, dime ¿qué es la fuerza sin técnica? Nada. ¿El talento sin práctica? Ineficiente —respondió con la misma voz serena, no queriendo abrumarlo, sin saber que el castaño ya lo estaba—. Ser de extrema derecha no significa nada sin esas cosas: práctica y técnica; dedicación y compromiso. No nací con el boleto dorado en esas áreas, ¿lo entiendes?
Para ese punto, Hongjoong se encontraba desbordado por las verdades que no había querido escuchar por mucho tiempo, por lo que sólo asintió varias veces. El rostro todavía cubierto y el labio inferior atrapado entre los dientes con fuerza. Se sentía asqueado de saber cuán mala persona e hipócrita había sido. Lo odiaba de hecho.
«Dios, qué imbécil. Haesuk es una santa a mi lado. Soy un bastardo inservible, un desvergonzado sin conciencia. Doy asco. En serio, soy un horror».
Sin preverlo en lo absoluto, Hongjoong se sobresaltó cuando sintió un par de dedos rodearle las muñecas con gentileza, y más inesperado aún, fue ver a Mingi de cuclillas frente a él. Una expresión afable y una sonrisa compasiva en el rostro.
—Está bien, Ángel, no tienes que llorar —le dijo con una barítono dulce, frotando la cara interna de sus muñecas. Marcando su aroma en él—. Tampoco he sido una buena persona y lo sabes mejor que nadie.
—Pero yo he sido fatal.
El moreno de cabellera corta, se rió. Una risa ronca que resonó en su pecho, fue una delicia al oído. Algo que no había escuchado antes. No que viniera de él al menos.
—No se trata de competir, Ángel.
—Lo sé, es sólo que... Odio esto —admitió en un murmullo—, equivocarse sobre alguien es una mierda.
—¿Crees que soy una buena persona? —le preguntó con la cabeza inclinada y una ceja en alto. Las orquídeas fragantes y exóticas, ayudando a regular su respiración inestable.
—Eres un buen alfa. Hasta ahora es lo único que puedo asegurar.
—Mhm —farfulló, pensativo—. De acuerdo, es alentador de algún modo.
Riendo, se soltó para limpiar las lágrimas sin derramar—. Sólo tú lo verías como un cumplido.
—Lo dudo —replicó sin un tono particular, apartándose. Al levantarse, le alcanzó el recipiente con los duraznos—. Come algunos. Te hará bien, anda.
Accediendo sin dar pelea, el hombre más bajo tomó el recipiente y comenzó a comer en silencio. Esperaba que la noche fuera más tranquila y menos emocional o acabaría perdiendo algunos pelos.
✦• ───── ⸙ ───── •✧
Mingi no podía creer que alguien estuviera tocando la puerta de su habitación a las dos de la mañana, y Dios, esperaba que no fuera Yunho de nuevo preguntando por algo que perdió o cometería homicidio.
Exasperado, hizo las sábanas a un costado y se arrastró fuera de la cama. Viendo la cara relajada de Sarang mientras se dirigía a la puerta, totalmente desinteresado de su inconveniente. Y en ese acto de desesperación, abrió con mayor rudeza de la que pretendía, sobresaltando a la figura al otro lado. Dos luceros castaños que lo miraban en grande, impresionados por su arrebato.
Se trataba de Hongjoong. Apenado, Mingi se sobó la nuca y desvió la mirada un segundo.
—¿Sucede algo? ¿O tal vez necesitas una manta extra? —indagó tras carraspear. La noche tendía a ser fría en su edificio y estando a esas alturas, incluso en el verano la brisa corría con entusiasmo al igual que la humedad.
El castaño negó con suavidad, jugando con la manta que traía encima y el contrario no había notado—. No puedo dormir.
—¿La cama? —preguntó al comprender, haciendo referencia a aquel comentario pasado.
—Tu receptor. Las habitaciones están muy cerca.
A pesar de que los aromas de Yunho fueran comunes: café y frutilla, su mejor amigo no se iba a largas y cuando alguien le disgustaba o, directamente, cuando odiaba una persona en particular, liberaba sus feromonas sin medir las consecuencias. Como suponía que había estado haciendo desde que todos se fueron a dormir.
Y es cierto también, que la habitación que le asignó a Hongjoong estaba a un metro y medio de la que ocupaba Yunho hace un año, pero es que la otra quedaba en el primer piso y no contenía nada de lo esencial. Siendo más un depósito abandonado que un dormitorio apropiado. Además de que se encontraba demasiado lejos de la habitación principal de Mingi, y si ocurría algo, lo qué fuera, no tendría cómo saberlo. Era un alfa dominante, sí, pero no una deidad. Menos vidente.
—¿Quieres tomar unas de mis mantas prestadas? Quizás ayude con el aroma.
Inseguro, el más bajo sacudió la cabeza—. Estoy acostumbrado, ya sabes, a tu cama.
—Adelante entonces —murmuró al hacerse a un lado, dándole espacio para ingresar. No tuvo nada que analizar, ya que dormir junto favorecería a su vinculación. Era un ganar y ganar, desde su perspectiva—. Podemos hacer una barrera de almohadas.
Riendo, el omega negó por tercera vez. El sonido fue melodioso y dulce en algún punto, tanto o más que las notas de vainilla que soltaba inconscientemente. La comodidad sabía bien en él.
—No es necesario —dijo al subirse al espacio que, claramente, no era ocupado en la cama—. No me muevo al dormir y sé que respetaras las distancia.
—¿Lo sabes? —replicó con curiosidad, siguiéndolo.
—Hiciste una promesa —respondió el omega con sencillez, mostrando la palma. El recuerdo puso una expresión amarga en el alfa, quien se colocó bajo las sábanas—. ¿Qué te sucede?
—Nunca me disculpé por ignorarte, lo siento. Estuvo mal, incluso sin la promesa. Fui un imbécil.
—Tú lo dijiste, estabas enfadado.
—No es excusa —le recordó con seriedad—. Un pilar es más atento con su receptor, no un idiota impulsivo que lo ignora como si fueran críos.
—Bueno, apenas cumplimos 25 años —defendió el castaño en una actitud racional—. Somos jóvenes todavía. Al menos yo, no hables por los dos —acusó en un tono juguetón, golpeando su hombro al estar ambos de lado. Enfrentados—. Y sobre eso de pilar y receptor, dejemos de usarlo.
Bajo la luz naranja de su lámpara de mesa, Mingi observó las facciones relajadas de Hongjoong tornarse en algo más delicado, dando presencia a ese lado que rara vez mostraba. Ojos redondos que caían por la somnolencia, una perfil menos marcado y unas mejillas hinchadas que resaltaban en la suavidad de su almohada. Una cabellera miel revuelta y pestañas tupidas que revoloteaban en ciertos intervalos, cansadas.
Era simplemente...
—Alfa y omega, es lo que somos —continuó el impropio ante su silencio—. Es lo que soy ahora para ti, ¿no?
Algo en el pecho del moreno vibró ante el concepto, aunque sabía que era mucho más distorsionado que el literal, pero aún así se halló gustándole la idea. Fue una basura instintiva, o así decidió catalogarlo por primera vez.
—De acuerdo, Ángel. Aunque te seguiré llamando de este modo, ¿lo sabes, cierto?
Parpadeando varias veces para alejar el sueño que trepaba por su cuerpo, el aludido asintió con pereza.
—Dijiste que no se iría pronto.
Mingi sonrió ante la inocencia ajena, ese apodo no desaparecería nunca de sus labios, sin importar lo qué pase o cómo las cosas terminen entre ellos, Hongjoong siempre será "Ángel" para él. Al igual que el tatuaje que éste poseía en el brazo derecho, no existe persona que sea remotamente similar a Kim Hongjoong.
No había nadie como él y eso le gustaba por alguna razón.
—Descuida, no lo hará —le confirmó con una sonrisa perezosa, también somnoliento—. Buenas noches, Ángel.
—Buenas noches, Mingi.
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