❈•≪18. Cōnflīctum≫•❈
Hongjoong estaba en conflicto, porque para empezar, y a pesar de que el doctor todavía no confirmaba su peor temor, él lo sabía; en el fondo lo presentía: su lesión era de primer grado. Una lesión mayor en un momento crucial del año no era algo que alguien deseara. Y es que esa incomodidad que se manifestaba cada vez que realizaba tareas simples, se lo indicaban. Y aunque no quería, apostaba que lo suyo en el hombro era una fractura.
Lo que le aterrorizaba, para ser honesto.
Eso por un lado, por el otro, estaba el detalle de que llevaba dos días en su cama sin hacer mucho, lo básico en realidad. Ya sea comer o asearse. Dejando de lado su rutina establecida y salir a correr, lo que le causaba estrés al ser impropio de su comportamiento.
También estaba el asunto con Song Mingi, desde la consulta hacía cuatro días, no le respondía los pocos mensajes que le mandaba. Y en verdad eran mínimos, casuales en su mayoría. Lo peor es que ni siquiera se molestaba en abrirlos, en Kakao sólo se mostraba el 1, señal de que no le interesaba nada que lo relacionara con él. O así lo interpretaba. No obstante, el meollo de todo, era que a una parte de su persona le daba igual. Tampoco quería saber nada del otro. Si quería enojarse por una nimiedad, que lo hiciera. Era su problema.
No entendía entonces, porqué motivo se ofreció a ser su alfa si iba a terminar ignorándolo. Él no pidió nada de eso, accedió, tal vez. Y era todo lo que reconocería respecto a ese tema. Porque una versión diminuta suya, más compasiva y racional, consideraba que se hallaba siendo un ingrato. El pelinegro, en retrospectiva, no hizo nada malo. Fue paciente y lo intentó reconfortar, el castaño y su reacción desmedida fueron los del problema. Pero admitir su fallo, por consecuencia, lo llevaría a tener que disculparse. Y he allí otro conflicto, en su lógica, no creía que hubiera una acción por la cual debiera sentirse arrepentido, aparte de su arrebato y la agresión impulsiva.
Pero ni siquiera eso, por más obvio que fuera, se atrevía a reconocer en voz alta.
Frustrado, soltó un quejido y se cubrió la cara con una almohada. Si había una situación que odiara, era tener que usar la cabeza y pensar las mismas cosas una y otra y otra vez. Infinitamente. Le causaban estrés y emociones que no quería analizar o poner nombre.
Comprendía que ese lado irracional en su cerebro o que su lobo, esa parte de su alma que parecía tener vida propia y dictaba sentires como acciones, se encontrara seguro o reconfortado por el alfa. Pero él, la persona, no lo hacía. No desconfiaba de las intenciones del moreno, pero tampoco le gustaba. Y no tenía que ver con el atractivo o lo sexual, más bien con la personalidad. Excluyendo los años de aversión y malos tratos mutuos grabados en su memoria a fuego, su carácter no le terminaba de cerrar. No entendía porqué. Tal vez que pareciera demasiado perfecto o compuesto, cuando no discutían, claro, le generaba esas dudas. De ahí en fuera, no existía otra razón.
Era una línea de pensamiento extensa como para desmenuzarla en tal estado, pero quería comprender si, sencillamente, se trataba de una negación terca o de un odio arraigado que no podía ser arrancado.
Por la gloria de la luna, lo único que quería era entenderse a sí mismo.
Sobresaltándose por el ruido seco de la puerta al ser abierta, Hongjoong se enderezó de golpe en su cama sólo para dar con la mirada estrecha y crítica de Seonghwa, en los brazos cargaba con una pila de ropa recién lavada, el aroma exótico lo evidenciaba. Contrario al aroma cítrico del alfa con tintes amargos que representaban al disgusto. Sin decir una palabra, caminó hasta su cama donde lo soltó todo y en la misma quietud expresiva, comenzó a doblar las prendas.
Hongjoong no pudo evitar hacer dos cosas; la primera: desviar la mirada y volver a su posición inicial; la segunda: comparar.
Al mantenerse en un estado estúpido y casi infantil de inactividad por sus disputas internas, Seonghwa se había encargado de las tareas de casa. No sólo de lavar y doblar sus prendas, sino que también de su espacio, ordenando lo que requería de ello y limpiando cada rincón con una diligencia extremista. En cambio Mingi, no se mostraba por ningún sitio. No daba señales de que lo haría pronto ni interés de contradecir sus conclusiones. Actuando como lo que era, un simple conocido y compañero casual del béisbol. Mientras que el "pilar" real allí, daba la sensación de que lo fuera el patinador.
Algo bastante absurdo.
Por supuesto, sus mejores amigos como su hermano mayo, eran sostenes importantes en su vida. Y desde siempre lo habían sido, unos por más tiempo que otros pero con el mismo valor inmenso. Sin embargo, no como él lo necesitaba en ese punto de su vida. Y Seonghwa que tenía mayor potencial para cumplir con el rol, era un no en mayúsculas. Una posibilidad que no consideraría jamás.
¿La razón? Simple: eran mejores amigos. Nada más.
Las ocasiones en las que Seonghwa cuidó de él en algunos de sus pre-celo, fueron escasas para empezar, cuando no tenía quién lo hiciera y él realmente necesitara de una presencia extra. Asimismo, no requirió de actos trascendentales. Se basó en regular su temperatura, vigilar que se mantuviera alimentado e hidratado, como también se encargó de ofrecer algún que otro abrazo o caricia platónica. Ya que tendía a ser cariñoso en esos momentos. Pero esa había sido la línea invisible que nunca cruzaron. Y jamás cruzarían. A ninguno le interesaba mezclar su amistad ni confundir las cosas, no luego de cuánto les costó construirla.
Motivo por el cual estuvo presente en sus pre-celos y nunca en éstos per se.
En el caso de Mingi, llegó a presenciar el inicio falso de un celo, y al final del día lo ayudó. No obstante, aunque fuera su actual "alfa", no significaba ni por lejos, que lo acompañaría en uno de ellos. En las etapas principales, quizás y si es que la confianza surgía para entonces, de lo contrario no sucedería. Pero se suponía que ese era su trabajo, proveer lo que necesitara en cuestión de salud.
«Por la luna, que mierda más enredada».
Resoplando con ganas, se pasó una mano por la cabellera. Volteando hacia la izquierda, donde el albino aún estaba ocupando doblando ropa.
—¿Pensando en él? —preguntó Seonghwa de repente, sin verlo y una voz seria.
—¿Qué hace Yeosang? —repreguntó en su lugar, enderezándose.
—Trabajando. Son las once de la mañana, Joong —le recordó sin una intención especial. Él asintió, mirando alrededor. El beta también había pasado esos cuatro días a su lado, haciéndole compañía en una actitud compasiva propia de su persona—. ¿Entonces, sí o no?
Al segundo día de la consulta, como era ya un ritual para ellos, sus amigos se infiltraron en su departamento sin dar explicaciones y al verlo en un estado tan deplorable, exigieron respuestas. Hongjoong las ofreció...., a medias. Explicó porqué había llorado, que fue la situación incierta de su hombro y su posición como jugador de los Doosan Bears. Habló de cómo fueron los eventos con el señor Cho pero nunca, jamás, incluyó en su relato a parches, la participación de Mingi o que de hecho estuvo allí de algún modo. Lo excluyó por completo. Ni siquiera se atrevió a pecar y decir que tenía un "alfa". En un sentido muy abstracto e indefinido.
No había manera en el mundo de que su nombre comenzara a ser relacionado con el del lanzador. No a menos que fuera en artículos hablando de su enemistad, a un nivel personal, nunca pasaría.
Lo que Seonghwa creía, es que se encontraba pensando en Mingi por su situación de paz y el resultado, hasta ahora, poco alentador.
—Bueno, siempre digo que nos podría ir peor. No es como que nos vaya fatal, ¿sabes? Ni siquiera nos vemos.
—No se supone que funcione así.
—¿Ah no? —preguntó de una deliberada forma boba, ganándose una mirada crítica—. Lo siento —murmuró con los labios apretados, una falsa pena adornando sus facciones—. Intercambiamos números y usuarios —admitió tras una larga consideración de qué debería compartir.
—¿En serio? —cuestionó el albino con una ceja enarcada, el asombro filtrándose en su voz neutral—. ¿Cómo va eso?
Pregunta ideal para ser honesto y decir que no muy bien, horrible incluso, pero no, el omega decidió que, de nuevo, era bueno ser parcialmente sincero al respecto.
—Nada fantástico, sólo mensajes casuales. Ya sabes —susurró con un ademán desinteresado—. Cosas aburridas. Yeosang piensa igual.
En ese preciso momento y teniendo el celular en mano, de forma instintiva, el castaño se puso a navegar a través de los mensajes en la aplicación ya abierta. Viéndolos con seriedad, ningún rastro de afecto en sus ojos o en las facciones que le componían la cara, pese al modo en el cual guardó al jugador de los Kia Tigers: Mingi (ーー;). Una característica que cruzaba la indiferencia. Y las únicas apariciones fugaces de sonrisas que tuvo, fueron al ver las tres solitarias fotos de Sarang que le enviaron sin un texto adjunto y de manera aleatoria.
Lindas cada una de ellas, al igual que la modelo.
Pero se abstendría de mostrarla a Seonghwa, conociéndolo, buscaría la forma de llevar la causalidad perezosa de ellos a terrenos íntimos que, siendo sincero, no estaba de humor para soportar.
Y para no continuar con esa actitud lamentable y de vegetal en putrefacción, Hongjoong rodó sobre sí y se acercó a Seonghwa, sorprendiéndolo por su hazaña repentina y, ciertamente infantil. Devolviendo en respuesta, una sonrisa enorme de dientes expuestos. Ignorando sus tonterías, el alfa sacudió la cabeza de manera teatral. No comentando su inesperada urgencia por ayudarlo con las tareas.
Fue una mañana tranquila de ese modo.
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—Qué putada.
Fue la expresión más pura que escapó de los labios de Maddox al enterarse la situación que se encontraba atravesando. Jongho que se hallaba bebiendo agua en silencio junto al conversador alfa, se enteró sin quererlo. Aunque para ser honesto, Hongjoong planeaba decirle también. Era uno de los mejores dongsaeng que tuvo. Porque sí, habían alcanzado ese punto en su relación. Dejando atrás el tan pronunciado sunbae.
Pero concordaba fuertemente con el rubio, era una putada tremenda su estado. Y el estúpido dolor se había intensificado con el pasar de las horas. Un simple movimiento que requiriera del uso de algún músculo en particular, y se encontraría sintiendo un tirón. Más que doloroso, ardía. Quemaba de una manera que no podía describir con facilidad.
—¿Pero no está seguro de que sea una fractura, cierto? —preguntó el educado beta pelirrojo, mirándolo con simpatía.
Y no lo estaba, su cita para la prueba de rayos equis era recién en tres días. Fue la fecha más cercana que pudo conseguirle el doctor Cho, y decir que no estaba cagado por los posibles resultados, sería una mentira. Odiaba todo lo relacionado con la idea de estar pasando por una segunda lesión.
Era estresante, la incertidumbre te devoraba por dentro con una parsimonia trémula mientras que la inquietud por querer saber los resultados, destrozaba tu cerebro en una ansiedad demoledora que te dejaba en pedazos de interrogantes interminables.
Apestaba, vaya.
—No, pero no hay forma de que sea un esguince.
—No puede saberlo, hyung.
De hecho, sí podía saberlo. O lo podía intuir en todo caso.
Su primera lesión fue un esguince en el tobillo, se dio cuando cumplió 21 años y a finales de la Serie de Asia. Por lo cual no le afectó tanto el no poder participar de un evento tan esencial y que lo significaba todo, ya que fue parte del recorrido y a esa edad, tendía a valorar los pequeños logros que adquiría sin excederse o ansiar demasiado en grande. En fin, el esguince lo dejó fuera casi dos semanas, dolía y era un dolor en el culo poco agradable usar muletas para trasladarse, pero la cosa, es que era manejable. La terapia y falta de actividad. Incluso permanecer en su precario departamento de aquella época.
Esto que se hallaba sintiendo ahora, era más intenso, incómodo e insoportable. Un recuerdo constante de que algo en su cuerpo no iba bien y necesitaba con urgencia ser atendido. Le quitaba el sueño y hacía de su día a día una complejidad que no debería siquiera estar allí, pero el hecho de que lo estuviera decía suficiente y más.
Era una fractura, y como Mingi le dijo días atrás, empezaba a hacerse a la idea.
«Bendita manía con traerlo a colación siempre últimamente».
—Cuando te acostumbres a esto, lo entenderás.
Jongho era joven, apenas tenía 23 años y según les contó hace no mucho, en la secundaria solía formar parte del equipo de fútbol oficial. Su interés por el béisbol surgió en la universidad, viendo uno de los partidos locales. Fue entonces que se decidió por un cambio de rubro. Fascinado con la dificultad y la dinámica diversa que se observaba en el diamante rodeado de admiradores y fanáticos enardecidos en un vigor positivo y un entusiasmo cegador.
Quería ser parte de eso, por lo que realizó su solicitud de ingresó. Tenía las aptitudes pero la falta de técnica y conocimiento, aún así, escaseando miembros, fue aceptado en contra de todo pronóstico.
Para suerte de esos chicos, Jongho era inteligente y dedicado, por lo que aprendió rápido. Las reglas que uno debía grabarse como su identidad propia, a él le tomó una semana conocer las básicas y cinco días extras saberlas todas. Una habilidad que, según admitió con las mejillas rojas y la mirada caída, usaba para los exámenes importantes. En lugar de estudiar, memorizaba lo que se requería.
Fue algo encantador conocer ese lado del primera base.
Pero volviendo al punto, aún tenía un tramo largo que recorrer como beisbolista. Apenas llevaba en ello dos años en la Liga, y siendo joven y talentoso, le veía un futuro prospero. Y en ese transcurso aprendería a conocer el cuerpo que le pertenecía y, principalmente, descubriría a diferenciar las distintas dolencias que le acongojarían más adelante.
—Tiene razón —comentó Maddox, abriendo un emparedado—. Pronto sabrás notar los pequeños detalles de tu cuerpo. Y las lesiones, créeme, son algo que con el tiempo te acostumbras a notar. Intuyes por la manera en la que te hacen sentir cuáles son las que toleras y las que te dejan fuera de la banca —al acabar de hablar, se apresuró a mirarlo, mostrando una expresión arrepentida típica del rubio—. No era mi intención decirlo....
—Está bien —interrumpió Hongjoong con un gesto vago—. No es mentira, estaré fuera quién sabe cuánto tiempo. Tranquilo.
—Así que, ¿todavía no te hacen pruebas?
—No. Pero sólo tengo que esperar unos días más. Nada que no pueda hacer.
—Este tipo —murmuró Maddox, señalándolo—. Solía trepar las paredes de los nervios. No creerías cuánto ha cambiado desde entonces. Es casi un milagro.
Riendo, las anécdotas con respecto al pasado del segundo mayor llenaron aquel corredor de las instalaciones del club. Las sonrisas y los relatos exagerados no hicieron falta, cuando se trataba de Maddox, él sabía cómo darle color a la monotonía de una historia simplona y sin gracia.
Era una de las cualidades que más le habían atraído del lanzador en el pasado. Tenía un tono de voz agradable que al hablar, es como si endulzara tu oído con magia. De esa que te seduce a prestar atención, incluso si los detalles y los acontecimientos son ridículos. Que fuera un buen tipo y genuino en su manera de relacionarse con los demás, era un extra que aportaba de encanto a su personalidad naturalmente simpática.
Sonriendo de forma sincera, Hongjoong no se arrepintió de asistir al club y hablar su situación con Jongho y Maddox, ambos hicieron de su tarde una más agradable. Apacible.
Y eso, sin darse cuenta, era lo que había estado deseando por días. Tranquilidad.
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