❈•≪15. Crisis≫•❈
Las situaciones como la vida misma, tenían variables. Hongjoong sabía esto. Los baches y las complicaciones eran un orden natural en la estructura que componía el funcionamiento de un sistema. No importaba el tamaño: pequeño o grande.
Entonces, cuando su rutina comenzó a sufrir de un declive "orgánico" por el que cualquiera pasaría en determinada ocasión en cualquier momento de su vida, no se lo tomó muy bien. Pero siendo sinceros, ¿quién lo hacía?
En su caso particular empezó con irregularidades mínimas, apenas visibles en una rutina ya bien establecida. Llegar tarde a uno que otro compromiso, relacionado tanto con sus mejores amigos como con actividades insignificantes del club. Atender a reuniones de asignación de tareas, por ejemplo. Olvidar alguna pertenencia en los casilleros de los vestidores y tener al mánager enfrente diciéndole que el Estadio Jamsil no les pertenecía, por lo cual debería ser más cuidadoso.
De nuevo, en el orden natural de la vida, eso era normal. Obstáculos que debían anticiparse.
Sin embargo, la manera gradual con la cual comenzaron a escalar los eventos fue desproporcionada y tomaron a Hongjoong por sorpresa. Uno tras otro, dejándolo sin muchas alternativas para solucionarlos. Aún así mantuvo la cabeza en alto, intentando no flaquear.
No obstante, reconocía que las visitas al médico para tener charlas prolongadas con su doctor personal sobre cómo llevaba el tratamiento, eran los momento más pesados para el omega. Odiaba los bloqueadores en crema, y aunque debían neutralizar sus feromonas por razones lógicas; ya que se hallaban fuera de balance y el doctor beta le aseguró que, no era cómodo para nadie percibir la intensidad del jengibre, para acto seguido y de repente, un choque de dulzura abrumadora como la vainilla, Hongjoong detestaba el que dejaran una capa sutil de amargura sobre la piel.
Era desconocido e impropio de su cuerpo.
El doctor fue paciente y le informó que no había nada que se pudiera hacer al respecto, el PH de su cuerpo era el único culpable, además de los años de negligencia y consumo de sustancias no aprobadas por la asociación médica. En pocas palabras, debía soportarlo.
Las pastillas que consumía, no eran mejores. Le provocaban acidez y la textura amarga que dejaban en la boca era igual de asquerosa. Pero si quería regular su ciclo, el hombre le recordó con una seriedad profesional que ya no le quedaban alternativas. A menos que quisiera pausar su carrera, lo que puso en duda, para someterse a tratamiento químicos vía intravenosa. Opción que. como el hombre supuso, fue rápidamente descartada.
De ese modo es cómo su vida iba últimamente. En picada y cúmulo de estrés.
—¿Ahora te llevas bien con Song?
Allí estaba otra suma en lo que era su día a día, interrogantes casuales y esporádicas de su aparente buena relación con el lanzador de los Kia Tigers, ya que era bien sabido que, a pesar de oficialmente ser rivales de los LG Twins, su aversión hacia los de rojo era superior y mucho más notoria. Dios, si él había balbuceado basura contra ellos desde el instante que sucedió el tan estúpido malentendido.
Motivo por el cual comprendía las constantes preguntas al respecto por parte de quiénes mejor se llevaban con él. No los juzgaba por andar de curiosos ni los culpaba tampoco.
Sin embargo, quería conocer la definición de Maddox sobre "llevarse bien", porque desde aquella vez en su casa, Jamsil, lo único que hacían en público era asentir en reconocimiento de la presencia del otro y ya está. Nada muy personal ni muy explícito. Informal a un punto casi indiferente pero teniendo en cuenta lo enojado que se había marchado Song aquel día luego de lo ocurrido con Yunho, entendía el distanciamiento. Aunque tampoco es como si hubiera existido un vínculo más estrecho desde el principio.
Y si continuaba ese hilo de pensamientos, acabaría redundando sobre los mismos asuntos de siempre que involucraban: paradojas, sinsentidos, complejidades y acrobacias mentales que no sabía de dónde sacaba la energía y el tiempo para tenerlos.
—¿Eso parece? —fue su respuesta para el alfa rubio a su costado derecho.
—Siempre se cabecean cuando se ven —puntualizó como era de esperar.
El "siempre" del cual Maddox hablaba era, en realidad, cuatro ocasiones y sólo para saludar y despedir. Lo que eran más de hecho. Pero todas se dieron en el contexto de entrenamientos compartidos, y el anterior fue junto a otros dos equipos aparte de ellos. Los SSG Landers y los Samsung Lions. Fue gracias a Jiyu; el receptor estrella de los Landers, que el resto notó el "sutil" intercambio.
—Cortesía profesional —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros. No era mentira, acordaron ser más cordiales con el otro y en serio lo estaba intentando. Suspirando, fue hasta su bolso con la intensión de prepararse para entrenar—. ¿Tú me dejas estos?
Era la cuarta vez en menos de un mes que Hongjoong se encontraba con un jugo de cartón junto a sus pertenencias, el sabor siendo fresa, rara vez había otro. Una vez, de hecho, fue de banana.
Maddox acabó de acomodar el guante en su mano y le miró por sobre el hombro, las cejas fruncidas hacia abajo y un par de relieves en la frente. Su confusión se desplegaba con honestidad, y supo antes de que dijera algo, que no había sido él.
—No. No soy del tipo pegajoso, por si te interesa saber.
Rodando los ojos ante la broma del hombre mayor por dos años, le golpeó el hombro con suavidad y un toque superficial que podía compararse al de un roce.
—Vete al carajo, hyung —escupió sin real veneno—. ¿Quién los deja? ¿Jongho?
—No descartaría la posibilidad.
Desde su integración completa al equipo, los tres se habían vuelto cercanos al menor al ser quienes primeros trataron con él y le dieron, básicamente, decencia y una muestra mínima de humanidad y buenos modos. Solían verse entrenando juntos o alguno con el otro si no optaban por el individualismo, o el mánager mismo les asignaba ciertos ejercicios ese día en cuestión.
«Hablando del Diablo», pensó al ver al beta pelirrojo acercarse.
—¿Dejaste esto para mí?
Sin esperar a que el chico se anuncie, la curiosidad tomó lo mejor de Hongjoong y lo hizo adelantarse. Sorprendiéndolo de regreso. Sus ojos redondos se expandieron y sus cejas desaparecieron en su flequillo desparejo.
—No —murmuró al sobreponer el asombro inicial—. ¿Por qué lo haría?
—Eres el menor —ofreció Maddox en respuesta, colgándose a su hombro—. Deberías tratarnos.
Golpeando el brazo fuera, el pelirrojo rodó los ojos—. No, de hecho no tengo que hacerlo. Pero de ser el caso, dejaría de manzana, no soy fanático de la fresa.
—Entonces, ¿no fuiste tú?
Jongho negó—. En lo absoluto —expresó con seriedad—. ¿Le preguntaste al mánager? Te ves más estresado en los últimos días, suele hacer eso por algunos. Doy testimonio —agregó con una mano en alto, en signo de credibilidad—. Me regaló dulces de limón en mis primeros meses.
Hongjoong también experimentó algo similar en su debut, pero dudaba que el hombre lo estuviera haciendo de nuevo. Desde que la tabla se dio a conocer y el nombre de los Doosan Bears se ubicó en la tercera posición, por debajo de los SSG Landers y por encima de los Samsung Lions, la presión de la crítica y los medios lo tenían tenso.
Creía que sus prioridades eran otras en ese momento.
No descartaba que alguno de los entrenadores adjuntos fuera el de los detalles. Solían tenerlos, con menor frecuencia, pero lo hacían cuando buscaban motivar a sus peloteros a cargo. No era raro.
—Quizás alguien te está cortejando, hyung.
La sugerencia de Jongho le dieron ganas de reír, porque en primer lugar, la única persona que lo cortejó en su vida, fue un novio de la universidad, desde entonces sólo tenía ligues casuales o alguna que otra buena jodida. No porque no quisiera que lo cortejaran, era la mejor de las experiencias si la persona era sincera y no lo usaba como excusa para meterse en tus pantalones, como el imbécil insensible de la universidad.
Eso por un lado, por el otro, había un sistema que se respetaba independientemente de la época. El primer paso era pedir permiso, avisar a la persona receptora las intenciones que se tenían y adónde pretendía llegar con el ritual, si a una relación como tal o a una formalidad mayor, lo que derivaría en la intromisión de los padres en la ecuación. Y nadie hizo semejante cosa. Ningún jugador ajeno ni alguno de sus compañeros, incluso los que bromearon y tuvieron algo de huevos para decirle sobre joder su estrés fuera. Para acto seguido irse con las manos en la entrepierna como respuesta.
Así que esa era una opción imposible.
—Créeme, no es nada de eso.
Luego de una respuesta firme de que era en serio improbable, cambiaron el tema, cansados de suposiciones sueltas y no estar haciendo nada. Pasando a calentar y hablar del clima. Jongho agradeciendo porque se encontrara nublado y fresco. Ideal para actividades al aire libre y para los malhumorados del equipo, refiriéndose a los veteranos. Maddox concordó con él e inclusive realizó una broma donde lo aludió, recibiendo una réplica poco agradable pero haciendo al trío reír. Hongjoong sólo comentó que esperaba que no lloviera, Gwangju a veces resultaba impredecible.
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Hongjoong al final estuvo en lo cierto, Gwangju era impredecible y de poco fiar, porque se largó a llover a mitad del entrenamiento. Justo cuando la práctica comenzó a ponerse interesante entre los participantes. Sin otra alternativa huyeron a los vestidores, no podían correr el riesgo de enfermar, menos cuando la postemporada se asomaba de entre las sombras con un peso y tensión de acero.
Pero lo peor ni siquiera fue el temporal de verano. Seguro, eso puso de malhumor a Hongjoong, pero era un acontecimiento que escapaba del control humano y que, hasta cierto punto, supo soportar.
La catástrofe de la jornada vino en forma de una llamada que contestó sin fijarse con antelación de quién carajos se trataba. Repitiendo patrones pasados que, para esas alturas, debería haber trabajado como prometió.
—Terceros en la tabla, ¿en serio?
Esas fueron las palabras que Haesuk decidió emplear mientras él se hallaba en el complejo de los Kia Tigers, contemplando si correr hasta su Ford Maverick gris oscuro, o aguardar a que el repentino temporal disminuya. No hubieron palabras agradables por su buena posición, un saludo cálido ni una simple cortesía, sólo aspereza y exigencia frívola.
Lo que le traía viejos recuerdos pero eso sí, nada dulces.
—Técnicamente el equipo lo está —respondió al recomponerse.
—No me vengas con esas correcciones inteligentes tuyas, Hongjoong, ¿qué sucedió?
Bueno, carajo, era béisbol, ¿qué podría haber pasado para que terminaran así? Muchas cosas. Tantas que no tenía tiempo ni ganas para nombrar cada una de ellas. A su vez que, Haesuk apenas comprendía de qué iba todo, sólo se dedicaba a cumplir un rol retorcido de agente deportivo cuando, no lo era, menos el suyo y en segundo lugar, fue una reconocida medallista olímpica en patinaje sobre hielo. Lo que, claramente, no la acreditaba para hacer juiciosos de nada en lo absoluto, pero necia y arrogante como sólo ella llegaba a ser en ocasiones, los emitía de igual forma. El terreno que pisara era lo de menos. Y en el proceso se aseguraba de dañar el ego y el ánimo de la persona involucrada o bajo su mira.
La mujer era tenaz, una dictadora arraigada y dominante como su propia designación dictaba en sus genes. No había manera de hacerle frente. Su padre sin ir más lejos, hacía tiempo dejó de intentar que la mujer no se entrometiera en su carrera profesional y en los logros que adquiría en base a ella. Exhausto de la situación. Su hermano mayor por otro lado, siendo beta, era más racional que el alfa de su padre. Pero ni Beomjoong lograba acallar el parloteo incesante de la omega. Una terquedad juiciosa que su hermano, insistía, heredó.
Odiaba tanto que se lo dijera. Mientras menos parecido tuviera con esa mujer, mejor.
—¿De nuevo sin nada para decir? —cuestionó en un declive decepcionado—. ¿Ninguna explicación para tu bajo rendimiento?
—Esto no es patinaje artístico, mamá —le recordó en un tono agotado, viendo de soslayo a sus compañeros marcharse bajo el grueso de las gotas—. No me van a regalar puntos extras por un par de piruetas exóticas o por un salto perfecto.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó la mujer en ese tono, bajo y profundo. Serio que hacía temblar y erizaba los vellos.
Relamiéndose los labios, el omega miró hacia el suelo y se sujetó a su bolso con fuerza, en un acto reflejo de sumisión.
—Sólo digo que es más complicado...
—¿Y crees que el patinaje no?
—No es lo que trataba de decir, me expresé mal. Lo siento, sólo que un trabajo en equipo requiere esfuerzo y nosotros hay días que...
—No me interesa el resto, sino tú. Kim Hongjoong —remarcó la omega con una firmeza fría, haciéndolo estremecer incluso si estaban a kilómetros de distancia y a través de una línea de comunicación—. Eras tan elogiado de niño, tenías el talento, Hongjoong. El Comité siempre te lo mencionó, buenas líneas y saltos. Si no hubieras sido caprichoso...
Cerrando los ojos con fuerza, Hongjoong sólo la escuchó despotricar. Todo siempre tenía que, de alguna manera, girar entorno a su época como patinador juvenil. Odiaba cuando sucedía, porque maldición, él nunca fue así de bueno. Haesuk sólo le endulzaba el oído porque odiaba la elección que había tomado. Ella lo odiaba. Los desertores eran los peores bajo sus ojos y él fue uno. No importaba que hubiera sido para ir tras sus sueños. Abandonó lo que su madre construyó para él; el ideal de vida perfecta, y sin siquiera arrepentirse.
—Tu hermano insistió en que no era buen momento para llamar, pero si no lo hacía, ¿quién te diría la realidad? Juegas mal, hijo. En los últimos enfrentamientos tuviste errores de novato. Bolas perdidas y atrapadas fallidas, ¿qué es eso?
«Estrés, el temor que llames, el ojo público».
—Los internautas dicen que ese muchacho nuevo, San creo, tiene el potencial de ocupar tu lugar. Ya sabes, Choi.
Irónico que los dos Choi que conociera ocuparan el mismo puesto y sólo uno estuviera en su equipo, mientras que el otro estaba, literalmente, en el segundo mejor equipo de la Liga. Pero de ellos Jongho era quien tenía potencial de campocorto.
—No debes leer lo que dicen, son tonterías...
—No interrumpas —exigió la mujer—. ¿Y crees que lo son?
Parpadeando repetidas veces, Hongjoong miró hacia el cielo cuando tomó la decisión de cortar la llamada y apagar el móvil el momento exacto que la pantalla volvía a iluminarse con el nombre de su progenitora. Mordiéndose el labio con fuerza, corrió escalones abajo hacia la parte delantera del complejo.
No necesitaba nada de esto ahora. Lo había hecho bien y Haesuk no se lo arruinaría.
«Inhala. Exhala. Inhala. Exhala».
Sintiendo el frío de las gotas caer sobre sus prendas nuevas, el castaño no se detuvo e ignoró las sensaciones. Repitiéndose que debía buscar la manera de estabilizar su respiración. Frente a su auto, las cosas no le salieron muy bien, la presión en su pecho aumentó y la agitación se le subió a la cabeza, haciéndole complejo el lograr encajar la llave en la puerta del conductor. Desesperado y con el ceño arrugado, tironeó de la manija varias veces y en el sesgo de su impotencia, una corriente de ardor le subió hasta el hombro derecho, provocando que se lo agarre de inmediato y suelte las llaves. Su cara se contrajo y sus dientes sisearon en dolor.
«Mierda, mierda, mierda».
La masa que se había formado en su pecho se expandió hasta que culminó explotando y, sin que se diera cuenta, Hongjoong tuvo un arranque como ningún otro. Un arrebato que le hizo olvidarse del dolor y su aparente lesión, comenzando a maldecir: a sí mismo, a su auto viejo y averiado, a las llaves estúpidas, a su padre incompetente y a su madre egoísta. Sólo para que la furia emergiera de lo profundo de las grietas de su corazón y lo hicieran arremeter contra el Ford, pateando las llantas y golpeando la puerta con el bolso. Desquitando cuánto pudiera.
Él no merecía nada de esto y menos en semejante momento. Su madre no podía seguir tratándolo de ese modo. Denigrando su esfuerzo y desmereciendo su persona como si fuera basura, o algo menor a eso.
No lo puto merecía. Y nunca se lo había merecido.
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«Qué asco de clima».
Pasando una mano por su corta cabellera oscura, Mingi finalmente pudo salir del complejo de su equipo. Su entrenador, Shim Junghwan, lo entretuvo por una buena causa, sin embargo, fue agotador ser el último en abandonar las instalaciones y con medio entrenamiento suspendido por el temporal repentino. Pero entendía que era una fuerza mayor y contra los actos de la naturaleza no había hombre o poder que consiguiera detener su ferocidad indomable.
No obstante, a medida que se integraba a la solitaria calle principal, se dio cuenta que no era el único allí, pero pronto notó lo extraño del panorama y no demoró en reconocer el Maverick gris a un costado de la acera y lo peor, es que tenía los cristales rotos.
Desconcertado por el escenario a unos metros, colocó ambas manos en el volante y manejó con cuidado en dirección de lo que parecía el omega hincado en el suelo y con el rostro cubierto. Instintivamente, su cabeza se plantó un millar de escenas en las que pudieron ocurrir las cosas: vandalismo, un intento de robo o un asalto directo que involucraba violencia. Tantas posibilidades que la infinidad de ellas no le gustaban. Y aunque la situación entre él y Hongjoong no estuvieran bien, no lo podía ignorar y continuar su viaje a casa como si no hubiera atestiguado tal panorama.
Eso y que sus principios le devorarían el alma entera, haciéndola trizas en partes desiguales de culpa.
Con la distancia cada vez más reducida se percató de un detalle que no pudo antes: Hongjoong estaba llorando y por ese motivo se cubría la cara. Aparte de que la agresividad de la lluvia cubría el sonido del llanto. Su cuerpo empapado, tembloroso y encogido al punto de que parecía diminuto, una posición incómoda y el bolso con restos de cristales a un lado.
Confundido y con la sangre bombeando con rudeza, se detuvo con cuidado a centímetros del campocorto, llamándolo por su nombre sólo para escucharlo soltar un grito desgarrador que partía corazones y llenaba el alma de una tristeza desoladora. Eran alaridos como los de un animal herido por dentro, con el corazón roto y la piel desgarrada.
Preocupado de que fuera así, Mingi se apresuró en coger un paraguas del asiento trasero y salir del auto. El sonido seco de la puerta al cerrarse sobresaltó a Hongjoong pero los repetidos llamados por respuestas, fueron ignorados. Como si nunca los hubiera escuchado o hubieran sido pronunciados. El eco de las gotas cayendo con furia alrededor de ellos.
Desesperado y sin tener idea de qué hacer, pensó en dictar un comando y hacerlo obedecer con su voz, pero el pensamiento fue más fugaz que el insulto que se dedicó. Un omega en esa situación de vulnerabilidad era susceptible a todos los estímulos posibles y habidos por haber, que le ordenara sería catastrófico. Rompería su integridad y acentuaría su aversión contra él. Aparte de crear un daño emocional.
Y aunque lo educaron para saber qué hacer en esas situaciones de riesgo tales como esa, no se le ocurría una puta cosa que fuera de utilidad. Exasperado se pasó ambas manos por el pelo, soltando el paraguas y girando en su lugar con nerviosismo. De un lado al otro. Pensando y pensando con más fuerza. Intentando comprender y, a su vez, no queriendo causar daños o agravar un estado de colapso como ese. Y para ser honesto, nunca había presenciado uno semejante. Era aterrador y quería salir corriendo.
—Ángel, por favor —suplicó como último recurso, colocándose de cuclillas a su costado—. Entra al auto conmigo. Hablemos. O está bien si no quieres hablar, sólo entra.
A pesar de intentar sonar suave y acogedor, no resultó en nada favorecedor y el omega se mantuvo en la misma posición. Llorando su corazón fuera y contra las palmas, amortiguando con pobreza sus lamentos. A esa distancia apenas pudo observar que no tenía heridas visibles.
—Está bien, respira despacio. Inhala tres segundos, ¿puedes hacer eso? —Hongjoong sacudió la cabeza con una vehemencia ciega. Reacio o en serio incapacitado de seguir una instrucción tan simple—. Inténtalo —animó con gentileza—, si no puedes piensa en otras cosas. Colores, letras, cuenta de diez hacia abajo. O en el orden que quieras —sugirió entre balbuceos, desesperado—. A mí me funciona contar árboles y cambiar los colores de las hojas cuando las cosas se ponen muy difíciles.
Con la intensidad ensordecedora del temporal sobre ellos, Mingi apenas pudo escuchar a Hongjoong comenzar a contar. En vez de ser una cuenta regresiva, lo hacía de cinco en cinco, era lento, entrecortado y falto de aire, pero comenzaba a mostrar resultados, principalmente, estabilizando su agitación. Su cuerpo temblaba por el frío pero ya no se sacudía con tanta violencia, sus palabras eran más legibles y sus manos se agitaban mucho menos.
Para cuando alcanzó la cifra de 800 su respiración era estable y parecía compuesto, dentro de lo que se podía estar, claro. Dándole tiempo a regularse a sí mismo, Mingi controló que no pasaran autos por la calle junto a ellos, pero con esa lluvia, dudaba que alguno fuera a mostrarse pronto. Diez minutos tuvieron que transcurrir para que Hongjoong se decidiera a bajar las manos y al hacerlo, la imagen le estrujó los bordes del alma. Su rostro se hallaba enrojecido y totalmente hinchado, el rastro de lágrimas y la agresividad con la cual intentó limpiarlas eran vívidas en la piel antes suave. Ojos inyectados en sangre y cargados en una tristeza profunda que no podía describirse.
—¿Quieres venir al auto conmigo? —le preguntó en un registro cómodo, suave al oído y reconfortante.
—Lo siento —dijo con voz rota, siendo una sombra lastimera de su timbre usual.
—Está bien, Ángel. Lo qué sea está bien. No te disculpes, no hiciste nada malo.
Dándole su espacio, lo dejó levantarse por su cuenta y con atención, lo observó dudar para, al final, ingresar en el asiento de pasajero. Exhalando con fuerza, se pasó una mano por el rostro empapado y miró su alrededor con detenimiento. Tomó el bolso por las correas y lo sacudió, quitando los restos de vidrio. Al terminar, se fijó en el auto impropio. Notando la llave en el interior, también se las llevó consigo. Una vez recogió su paraguas, colocó todo en el maletero. Apresurado por entrar.
No sólo por el frío o la lluvia.
Una vez en el interior, se movilizó con eficacia y sacó una toalla de su bolso y se la colocó con delicadeza al omega. Enseguida de ello, encendió la calefacción a un nivel moderado. Para cuando volvió a girar en dirección del castaño, lo encontró envuelto en la tela y sin un rastro visible de su cara. Respetando su silencio, encendió el motor, no sin antes, mandar un mensaje a Yunho, pidiendo por un remolque a la dirección del complejo, ignorando sus interrogantes y exigiendo una actuar inmediato. Al terminar, y en un mismo timbre acogedor que el anterior usado, le informó que conduciría a su casa. Seúl no era una posibilidad con ese clima. Lo que éste comprendió. O eso aparentó.
Al llegar a su zona residencial, Mingi se dirigió al área del estacionamiento una vez ingresó el código que le correspondía y manejó directo a su lugar asignado. Estacionando su Mazda CX-5 junto a un Maserati blanco con rines brillantes. El espacio cerrado y oscuro, dotado de una iluminación tenue en ese punto de la tarde y de un silencio acaparado por la tormenta.
Bendecidos con la ausencia de personas por el clima feroz, se dirigieron directo al elevador, allí el pelinegro sacó una pequeña llave del bolsillo y luego de colocarla en un apartado privado, presionó el botón con una P por inercia, todavía vigilante de la condición del castaño. Quien seguía silencioso y algo tembloroso, pero no le importó. El viaje no fue largo después de todo.
Dentro de su Penthouse, las luces cálidas en gamas naranjas y varios de los cuadros de Claude Monet repartidos por las superficies visibles, les dieron la bienvenida con afabilidad. Muebles en tonalidades marrones, sofás largos, dos de hecho, y tres individuales organizados en un espacio amplio más allá de lo concebido, adornado con lo justo y necesario. Algún que otro florero y objetos que no encajaban en la decoración como tal esparcidos en el suelo. Manteniendo un estilo minimalista y corriente hasta cierto punto.
Eso fue lo que primero que se notó al ingresar. Aparte de una gran sala, se distinguió una cocina abierta, dividida por un panel tradicional coreano. Una mezcla de lo clásico con lo moderno. Un suelo de madera bien pulido y un mueble para organizar los zapatos de los invitados, en un costado se encontraban las zapatillas de repuesto para usar en interiores y de material peludo. Algodón para ser específicos. Además de un espejo circular.
—Lamento estar ensuciando tu suelo.
Fueron las primeras palabras que Hongjoong pronunció luego de casi veinte minutos. Mingi sintió la necesidad de arrullarlo.
—También lo estoy haciendo —le recordó tras sacudir las manos con desesperación, negando su culpa y no queriendo alterarlo—. No pasa nada, se puede arreglar.
—Igual lo siento.
Descartando sus disculpas con gentileza, lo guió escaleras arriba, la habitación en la planta inferior estaba desocupada y no había nada que pudiera ofrecerle, ni siquiera una muda de ropa. Y aunque se mostró dubitativo, lo que era comprensible, el castaño accedió a seguirlo. Pasos lentos y miradas cautelosas a su entorno. Un aroma fuerte a jengibre que revelaba su amargura y estrés arrollador. A su vez, la ausencia de bloqueador.
Una vez llegaron a la puerta principal y beige de la segunda planta, la abrió sin consultar, siendo esa su habitación. El interior de paredes claras y crema los recibió junto a un techo decorado por una enorme constelación virtual, el proyector que se encargaba de plasmar las estrellas y galaxias coloridas se encontraba ubicado en un rincón estratégico y desapercibido. Ese juego de colores rojizos, azules y violetas absorbieron la atención de Hongjoong por completo. Dejándolo con la respiración atrapada en la garganta, ojos redondos, deslumbrados y labios entreabiertos.
Fascinante si el contexto fuera otro.
Suspirando, Mingi sacudió la cabeza y se apresuró a hurgar en su vestidor auxiliar por prendas que se asemejaran a la talla del hombre más bajo y con esto en mano, lo incitó a seguir andando, llevándolo al baño.
—Puedes tomarte tu tiempo. Estaré en la cocina.
Una parpadeo y un asentimiento fue todo lo que recibió por parte del omega y no presionó por más, optando por ir a la segunda habitación unos metros al fondo. Allí tuvo que darse un segundo para asimilar lo qué sea que esto fuera y hubiera pasado con el castaño. Porque ni en cien años se lo hubiera imaginado en su Penthouse. Menos en semejante estado.
Respirando hondo, se convenció de que pronto se enteraría, y con esa mentalidad se comenzó a desnudar, yendo por prendas de Yunho que sabía, le quedarían a la perfección. Con esto en mano se dio una ducha rápida. Los colores oscuros de la habitación ajena, pese a ser azules, nunca le gustaron. Al finalizar, esta vez sí se encaminó escaleras abajo hacia la cocina. Vistiendo nada más que un pantalón de algodón y una remera simplona, negra y un tanto holgada.
Pese a tener la idea de preparar algo ligero, no llegó a hurgar en sus gabinetes cuando distinguió el sonido de pasos acercándose, razón por la cual se halló asomando la cabeza por la separación de biombo blanco. Encontrándose con la vista de un confundido Hongjoong en el medio de la sala y una toalla sobre los hombros. La cabellera húmeda. Suspirando, Mingi se acercó a él con lentitud hasta que los metros se redujeron en centímetros y aquellos orbes de un claro castaño, enfocaron los suyos oscuros.
—¿Puedo...? —el campocorto dudó al inicio, pero le permitió secarle el pelo. Lo que hizo con una delicadeza excepcional. Como si no lo quisiera romper—. ¿Te hicieron algo?
Mordiéndose el labio, Hongjoong desvió la mirada al suelo antes de que, para sorpresa de Mingi, se hallara llorando de nuevo. Las lágrimas se resbalaron con una facilidad por sus mejillas hinchadas que lo enmudecieron.
—Estoy jodido —le dijo entre mocos—. Mi brazo..., yo debí revisarlo pero no lo hice, sentía una molestia hace meses, pero fui un imbécil incompetente y lo ignoré, creí que no era serio, rara vez lo es, ¿entiendes? Eres de extrema derecha, dudo que en tu vida hayas tenido una gripe siquiera, ¿cómo podrías...? ¿Podrías...?
—Respira un segundo, Ángel. Despacio, ¿sí?
Tomándolo por las mangas de la remera que le prestó, tiró de él con suavidad hasta que tomó asiento en el sofá alargado. Todo sucediendo con una expresión de incomprensión. Ocupando el espacio a su lado, le quitó la toalla de encima y le mostró una sonrisa conciliadora.
—De cero a cien. Intenta eso esta vez y de la manera que prefieras.
—Eres paciente —observó con sinceridad entre el número 30—. O estás muy aburrido. —El intento de hacer gracia fue vergonzoso y un desastre, pero el alfa tuvo la decencia de sonreír a su favor—. Lo del auto lo hice yo —confesó en una voz queda, con la mirada perdida en su regazo—. Al principio el entrenamiento estuvo bien, luego empecé a sentir esa incomodidad en el hombro de nuevo y fue a peor, se largó a llover, así que lo ignoré. De salida no recibí buenas noticias y sólo exploté, jodiendo mi brazo en el proceso. ¿Sabes lo qué significa? Si es una lesión de primer nivel...,
—No te adelantes —lo interrumpió con suavidad—. Siempre vas muy acelerado, Ángel. Y eso no es sano. Puede ser una lesión alta o baja. No lo sabes. Mañana que es lunes, vayamos al médico y confirmemos si tienes una para empezar, ¿qué tal suena eso?
—Fatal —admitió con la respiración entrecortada, sorprendiéndolo—. No quiero tener una, Mingi. Soy un jugador principal, tengo un contrato que cumplir y una posición que mantener. Si no estoy en la postemporada la prensa me destruirá...
—Te estás apresurando de nuevo.
—¡Es la verdad! —exclamó con las manos a cada lado del pelo—. Lo hicieron antes. Siempre es igual. No quiero que se repita —admitió con ojos llorosos y la voz quebrada—. No quiero ser un mártir. Sólo quiero ser Kim Hongjoong, ¿por qué es tan difícil?
—No lo sé, Ángel. No lo sé.
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Conseguir que Hongjoong se calmara le llevó casi tres horas de llanto y consuelo sordo. Sin embargo, lo acabó consiguiendo. No obstante, Mingi apenas pudo hacer que comiera un mango. De la cena, ni hablaba. Se negó a ingerir algo, diciendo que se encontraba con el estómago revuelto y él lo aceptó. Después de colapsar de esa manera, nadie tenía espacio para nada.
Y había sido tan impactante ver a alguien como Hongjoong: feroz, terco y orgulloso, hecho una bola de miseria incontrolable. Temeroso de su futuro y de cada movimiento mínimo a su alrededor. Decir que no lo preocupó, sería mentir. Fue una locura impensada. De película casi.
Quedó tan atónito al conocer la profundidad honesta de las preocupaciones de Hongjoong, que Mingi se sintió incapacitado de consuelo por un momento. Pero lo comprendía, quería que lo reconocieran por su talento, por lo que valía como campocorto, no como el omega en un gran equipo o el primer omega en lograr tal cosa. Anhelaba ser su nombre, no su designación. Y la intensidad y vehemencia con la cual se lo confesó en la tarde, le erizó por dentro y retumbó en todas sus fibras que lo componían como lo que era.
Quería ser recordado como Kim Hongjoong, el campocorto de los Doosan Bears. No el omega de ellos.
Un sueño genuino y un deseo posible. Mingi, bajo su criterio meramente profesional, lo veía probable.
Era el mejor parador en corto que se había hecho el equipo en años, tenía un buen margen de bateo, un porcentaje alto de carreras logradas y atrapadas limpias. Incluso tenía cuatro cuadrangulares en su historial. Logró más cosas de las que Eunyeong llevaba hasta el momento. Era talentoso objetivamente hablando y ágil en su área.
Lo que tenía que hacer, lo hacía. Incluso si eso dejaba heridas.
—¿No puedes dormir?
Escuchar los sonidos distintivos de un par de pies arrastrarse no fue muy complicado, estaba en la sala, supuestamente durmiendo allí ya que le dejó su habitación al omega, incluso cuando tenía otras dos aparte de la que Yunho ocupaba a su disposición. Pero su sofá le era más cómodo y suave. Las otros dormitorios sin usar eran fríos y ajenos a su cuerpo. No le gustaban.
—No es mi cama —fue la respuesta baja del castaño.
Enderezándose en el mueble, lo vio de pie en el gran ventanal que daba a su enorme terraza, la cortina apenas echas a un lado. Lo suficiente como para que se filtre la luz de la luna y los focos. Observando las gotas impactar contra el cristal. Desde la tarde el temporal no tuvo clemencia con nadie, motivo por el cual seguían juntos.
—Y a tu gato no le gusté.
Asombrado por el dato extra, se apresuró a encender una lampara de lectura que tenía a su costado, y al hacerlo, de inmediato la luz puso sombras naranjas sobre el rostro ligeramente sonriente de Hongjoong, pero en efecto, tenía unos diminutos cortes en la mejilla izquierda. Exhalando, hizo las sábanas a un lado y se dirigió a la cocina. El botiquín más cercano yacía allí.
—No te atiendes mucho —dijo al volver.
El castaño se encogió de hombros—. Se irán tarde o temprano, ¿no?
—Tú no tienes caso —admitió al presionar el algodón en las lesiones. Omitiendo hacer mención de su aparente negligencia con respecto al hombro.
—Eres bueno en esto de atender y ser paciente —observó Hongjoong con tranquilidad.
Queriendo mantener el ánimo a flote, Mingi se dispuso a bromear—. Dicen que sé tratar con gatos.
—¿Estás insinuando que soy uno? —cuestionó con una ceja enarcada, afable en lugar de crítico.
—Pienso que tienes la personalidad de uno —le corrigió con una sonrisa, sólo para llevarse la sorpresa de recibir una más discreta a cambio. Sacudiendo la cabeza con incredulidad, siguió sus atenciones con precaución—. Sarang, mi gato, es un poco desconfiado pero asumo que intentaste acariciarlo a la primera, ¿cierto?
—No fue mi decisión más inteligente, me doy cuenta ahora.
—No es mal gato.
—Se veía bastante lindo.
—Sí, es una chica linda —reconoció con afecto y una sonrisa boba que no pudo reprimir.
Hongjoong frente a él cambió la cara, su expresión se contrajo en algo abstracto y sus cejas se fruncieron hasta parecer una. Fue tan inesperado que el moreno no entendió la causa.
—¿Por qué eres así conmigo? —preguntó de verdad confundido—. Deja los chistes a un lado. Soy un idiota y un bastardo arrogante. Un hipócrita que no puede admitirlo para sí y juzga en base de castas. No merezco nada de esto: amabilidad o lo qué sea.
Mingi suspiró, apartando las manos y dejando los productos a un costado—. ¿Te molestaría que fume? Hace semanas no tengo uno —el omega negó. Aprovechando la cajetilla sobre su mesa ratona, se estiró con facilidad hasta tomarla, al ser una usada, sacó un cigarrillo sin más, quedaban tres dentro. Colocándolo entre su dedo índice y corazón. Y como siempre tenía su Zippo encima, no demoró en encenderlo, lanzando el humo en dirección contraria a quien estaba enfrente—. Te lo dije una vez —murmuró con la inyección de nicotina en su sistema, el rostro iluminado por las tonalidades rojizas del fuego, dándole sombras profundas a sus facciones filosas—. Es más probable que tú me gustes más a mí, de lo que yo te gusto a ti.
—¿Es así?
Sonriendo con fugacidad, el moreno asintió, dando una calada honda—. Te propongo algo, Ángel —le dijo de repente—. Déjame cuidarte.
—¿De qué estás hablando? —preguntó el susodicho con cautela, sin alterarse. Ojos estrechos y un brillo desconfiado.
—Seré tu pilar —le dijo sin más, en su tercera calada. Corta y largando el humo por las fosas nasales—. Mi aroma te calma —le informó con gentileza, sin verlo—. En mi habitación no fue sólo la constelación lo que te distrajo, fueron mis feromonas. Te vi como las inhalabas. De vez en cuando lo haces en las prendas —agregó con un tono bajo, un barítono comprensivo que hizo sonrojar sin saberlo al contrario—. También me di cuenta de que somos compatibles. De algún modo retorcido lo somos, y si las necesitas, las tendrás.
—¿Por qué lo harías?
—No te confundas —le advirtió al apartar el cigarrillo, viéndolo con una mirada gatuna que estremecía por la intensidad de esos orbes oscuros—. No es altruismo —declaró en un susurro grave, con el humo bordeando su rostro angular con secretismo—. Quiero cuidarte, Ángel, pero mi alfa lo desea más. Es cuestión de instinto.
El omega se hizo hacia atrás, tomando una postura reticente y un poco tensa, una buena señal. Para el alfa era positivo saber que tuviera sentido de autoconservación. Y más primordial aún, verlo dudar. Que no aceptara la propuesta de cualquiera, incluso si la necesitaba.
—¿Entonces de verdad recoges callejeros?
—Serías el primero —le informó con el cigarrillo acariciando sus labios, la punta encendida en un naranja rojizo.
—Eres extraño.
Mingi sólo sonrió y aceptó el comentario sin ofenderse, apareciendo en ese instante, Sarang. El gato gigante se paseó por sus piernas en el suelo y frotó la cabeza antes de saltar al sofá, ubicándose entremedio de ambos. Tocando su pelaje sedoso y achocolatado con ternura, el alto se estiró hacia el cenicero. Deshaciéndose de las partículas de tabaco. Las orejas puntiagudas del minino se movieron, su cola meciéndose con naturalidad mientras que sus ojos ámbar miraban a Hongjoong con intensidad analítica.
—Era de mi hermano mayor —empezó diciendo el moreno—. Ya no pudo hacerse cargo y lo tomé. Es gentil pero eres un desconocido, puedes intentar tocarlo ahora que estoy presente. Si aún quieres, claro.
Relamiéndose los labios, Hongjoong se frotó las palmas antes de colocar la derecha abajo cerca de Sarang con lentitud, el gato siendo sabio, primero lo olfateó y enseguida de ello, levantó la cabeza, viendo hacia el castaño y luego hacia Mingi. El hombre sonrió con afecto y realizó un ligero movimiento con el mentón para, sorpresa del más bajo, producir un silbido dulce y corto. Acto seguido, el enorme gato frotó su cabeza en la mano impropia. Asombrado y extasiado, Hongjoong no pudo evitar reírse. Acariciándolo con un entusiasmo juvenil que no espantó a la tierna criatura.
—¿Por qué es tan grande? —preguntó el omega luego de un rato—. Parece un perro.
—Mis padres son excéntricos —explicó de manera vaga, sin entrar a detalles—. Es de la raza Maine Coon, por cierto.
—En mi puta vida oí de ese tipo.
—Ahora sí —comentó con suavidad, apagando el cigarrillo—. Deberías ir a dormir —agregó con más gentileza, si es que eso era posible, y una vez lo vio bostezar—. Tuviste un día agotador.
—Sí, siento haber sido..., ya sabes, un problema.
—Sólo ve a descansar, Ángel. Mañana, si la lluvia aminora, nos espera un día largo.
—Buenas noches —dijo Hongjoong al levantarse, acariciando al encantador de Sarang por última vez—. Tu propuesta..., voy a pensarla con propiedad.
—Intenta descansar.
Eso fue lo último que le dijo antes de verlo partir escaleras arriba. Agradeciendo que Yunho no estuviera presente o las cosas se habrían complicado el doble. Su mejor amigo era un dolor en el culo comparado con Wooyoung.
Y como ese omega habían pocos.
Exhalando con fuerza, se echó para atrás en el sofá y dejó que Sarang se acurrucara en su cuello. Siendo cerca de las dos de la madrugada, esperaba que el sueño lo invadiera pronto o en la mañana sería una bestia malhumorada y no estaba en situación de serlo. O con el invitado apropiado para ello.
Por si alguien se lo pregunta, así luce un Maine Coon. También así es cómo imagino el gato de Mingi:
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