❈•≪11. Negātiō≫•❈
—¿Tan mal salieron las cosas?
Girando sobre sí mismo en el sofá, Hongjoong finalmente se decidió por mirar a Yeosang directo a los ojos. Su amigo ocupaba el mueble individual. Dándole espacio. Desde que regresó de Gwangju mantuvo esa actitud cuidadosa, como si caminara por entre un montón de cáscaras de huevo.
Lo que no era un aspecto muy positivo a destacar. Con él nunca lo era.
Suspirando, se restregó la cara con ambas manos. En retrospectiva, había manejado la situación mejor de lo que esperó. Y no había sido muy alentador, cabía resaltar. Eso, claro, si ignoraba su hostilidad constante y algunos desaciertos que al final tuvo. Y es que también debían reconocer, que las cosas podrían haber terminado siendo un desastre, pero no fue el caso. Y rescataba eso por sobre todo lo demás.
Muchos solían decir que una mentalidad positiva marcaba la diferencia. De si era cierto o no, ya era un caso para otro día.
—Quiere que enterremos el hacha de guerra.
Dubitativo, el rubio frunció las cejas—. ¿Y por qué tengo la sensación de que no te emociona la idea?
Y debería emocionarle, porque él estaba muy consciente de lo favorable que era la propuesta. Se quitaría un peso de los hombros y una de las cargas de estrés más grande de su vida profesional. Joder, viéndolo de ese modo debería de estar saltando sobre los muebles o trepando las paredes. Sin embargo, se rehusaba a creer que esa enemistad comenzó por su culpa. O que en teoría, había sido el mayor promotor.
Lo hallaba inconcebible.
Ese 17 de julio hace cinco años, Hongjoong tuvo su primera actividad como integrante oficial de los Doosan Bears, y asimismo, experimentó por primera vez qué era ser parte de una minoría en un espacio tan exclusivo como el deporte. La crudeza con la cual reventaron sus ilusiones fue monumental. Cada persona que conformó el plantel ese año lo trató como un forastero, indigno de cualquier muestra de humanidad o decencia. Como a un intruso que debían eliminar.
Y lo grave de la situación, es que lo intentaron.
Los veteranos recurrieron al árbitro principal, alegando que su participación afectaba a la concentración general y creaba tensiones nocivas para el ambiente. El hombre encargado fue concluyente al decir que, mientras sus papeles estuvieran en orden y cumplieran con los requisitos obligatorios, podía ser admitido en el campo. Incluso si las protestas cesaron después de eso, fue evidente que nadie se lo tomó de buena manera.
Y la forma que encontraron de vengarse fue bastante predecible, excluyéndolo de las jugadas y evitando lanzar en su dirección. No les importaba perjudicarse, después de todo, era una competencia vacía. Fue con esa excusa, que pusieron su enfoque completo en ofrecer un espectáculo donde la atracción principal fue ridiculizarlo.
Esa indiferencia ruda combinada con las quejas sueltas que hacían en los pequeños descansos para hidratarse, golpearon fuertemente su ánimo. Lo peor fue ver que ninguno tenía las agallas para decir su nombre, prefiriendo llamarlo por apodos denigrantes que no valían la pena recordar. Pero al haber estado bajo el mando estricto de una omega dominante como Haesuk, no permitió que esas dificultades lo consumieran y siguió adelante como si nada.
No obstante, ese concepto de falsa seguridad, se derrumbó en el segundo que ocupó el puesto de bateador. Y en sus veinte años de vida, Hongjoong nunca había experimentado nada tan aterrador como ser el receptor del desprecio injustificado de otra persona. Quien no dudó al momento de querer hacerle daño, porque de no ser por sus reflejos y la descarga de adrenalina, esa bola habría terminado impactando en su cara. Inclusive el árbitro se asombró por la agresión directa. El pelotero en cuestión se ganó una expulsión.
Su reemplazo tampoco fue mejor. Un poco más discreto, tal vez, pero igual hizo un lanzamiento prohibido. Esta vez, apuntando a la zona baja de su cuerpo. El receptor detrás suyo, apenas llegó a actuar con la velocidad suficiente como para atrapar la bola a tiempo. Y ante las faltas claras, el lanzador fue mandado a la banca.
A Hongjoong no le sorprendió que hombres conservadores y de mentalidades anticuadas le tuvieran tanta saña, de hecho, había anticipado cierto nivel de hostilidad. Sabía de primera mano lo competitivo que podía ser el mundo del deporte y se creía con las herramientas para enfrentarlo. Sin embargo, sus expectativas se vieron rebosadas, y notar que ese rechazo no se reducía únicamente a los veteranos, lo hizo sudar frío. Nadie lo quería allí. Y la rivalidad que experimentó en el patinaje sobre hielo, no era nada comparada con la ferocidad despiadada del béisbol.
Y de esa manera brutal, la realidad le explotó en la cara. Sin ningún tipo de anestesia o de instrumentos que lo ayudaran a superar la conmoción. La cual fue tan intensa que le revolvió las entrañas de una forma asquerosa. Y hasta el día de hoy no entiende cómo logró contener las nauseas. Porque aún si las sintió, permaneció en su posición.
El siguiente lanzador en la línea fue Mingi. En ese entonces no tenía la tendencias de ocultar la mitad de su cara con la gorra del equipo, por lo que era más fácil observar su expresión plana e intentar leer signos en ella. Y a diferencia de los otros, cumplió con su trabajo sin intentar causarle algún daño. A pesar de ello, Hongjoong no pudo mover los brazos. Sus nervios a flor de piel lo paralizaron. Ganando la inmediata reacción negativa de los espectadores.
Pero de nuevo, fue obstinado y no renunció. Negando la posibilidad de ver a un médico, ya que según el árbitro, declaró observarlo con una palidez inquietante.
Para la segunda oportunidad, las manos le temblaban y su respiración era caótica, aún así, acomodó su postura con una naturalidad establecida y blandió el bate en su primera exhalación. El ruido seco del impacto, acalló las disconformidades que retumbaban en el estadio de Incheon. En contra de todo pronóstico, esa tarde ocupó la segunda base.
Su hazaña no le hizo el resto de la jornada más sencilla, en cambio, alentó a que varios la desacreditaran y la tacharan como un golpe de suerte. Para cuando el día concluyó y se encontró en los vestidores, el omega era un cúmulo de estrés y frustraciones contenidas. Cada murmullo o pequeño sonido lo hacían brincar en su sitio. Y su estado de alerta era tan grande que se vio en la obligación de esperar a que todos se ducharan para él hacerlo. Desconfiando incluso de su propia sombra.
Y el punto de inflexión se dio en el estacionamiento, mientras aguardaba para ocupar el autobús de regreso a Seúl. Para ese momento, el sol se había perdido en el horizonte y dejado un par de franjas rojizas en el cielo como prueba de su existencia. Un escenario hermoso que la apatía tiñó con desinterés. Que esa fuera la oportunidad que Song Mingi eligió para acercarse y decirle, con una serenidad incomprensible, que lo había hecho bien para ser un omega, acabó por quebrar a Hongjoong. Todas las emociones que reprimió, se desbordaron sin control, y en ese sesgo, arremetió contra el joven lanzador. No importándole los espectadores.
Desde ese día, gestó una aversión desmesurada contra el tipo, y por consecuencia, desarrollaron una enemistad sangrienta que siempre terminaba con cruces acalorados. Y jamás le contó nada de eso a sus amigos por lo desagradable que había sido la vivencia. Prefirió así, enterrarla bajo capas de ignorancia absurda.
¿Y al final, para qué le sirvió tanto esfuerzo? ¿Para años más tarde enterarse de que todo fue un malentendido, producto de un uso equivocado de palabras y una actitud necia de su parte?
¿Qué clase de tontería sin gracia era esa? ¿O qué daño infligió en su vida pasada, como para que el universo volteara las fichas de esa manera tan retorcida?
—Hey, ¿Joong...?
—No sé qué hacer —confesó finalmente. El murmullo siendo apenas audible—. No sé cómo carajos afrontar esto —admitió con un temblor particular. Frenético en su incomprensión, se enderezó de golpe y se llevó las manos a la cabeza—. Cinco años, Yeosang. Cinco años pensando que es un arrogante bastardo sádico, intercambiando insultos y estando sobre el nervio del otro. ¿Y me estás diciendo que tuve que experimentar una de mis estúpidas crisis delante suyo para que se disculpe y me confiese que todo fue un jodido malentendido?
—Al principio puede ser un poco confuso darte cuenta que tus creencias fueron erróneas, pero...
—¡¿Confuso?! —repitió en un tono agudo y la cara desfigurada—. Esta mierda es aterradora, porque, ¿dónde se supone que estoy parado? ¿Qué espera con eso de "enterrar el hacha"?
Yeosang se rascó la mejilla y desvió la mirada, inseguro y casi tan abrumado como Hongjoong. Como beta las personas anticipaban que supiera manejar ese tipo de situaciones, ya que los consideraban centrados y elocuentes, sólo por pertenecer al escalón medio de la pirámide, pero la realidad no podía ser otra. Al menos para el rubio. No siempre era capaz de brindar confort o de ofrecer palabras acertadas. Ni que hablar de soluciones inmediatas. A veces era un proceso complejo que requería de introspección, y ciertamente, no había lugar para eso ahora.
—Esto te sonará muy obvio, pero tienes que hablar con él.
—¿Estás demente? —le preguntó en un jadeo, como si de repente le hubieran quitado el aire de los pulmones—. De pura casualidad es que la noche anterior tuvimos algo cercano a una "conversación".
Y hasta ahora dudaba de que hubiera sido una.
—¿Y realmente fuiste con la predisposición de conversar?
Sorprendidos por la interrupción inadvertida, el par se giró en dirección de la puerta, encontrándose con la figura de Seonghwa a medio entrar y cargando unas bolsas de plástico. A diferencia de la última vez que lo vieron, hoy lucía como solía hacerlo, afable en su expresión y relajado en su manera de andar.
—¿Cómo sabes...?
—Están en la sala —empezó diciendo al ingresar por completo y sacarse las zapatillas—. Cada vez que pierdes la cabeza por algo, se te olvida controlar el volumen de la voz. Además, Yeosang me llamó ayer. No estaba seguro de que tu idea fuera a salir bien —el castaño asintió con suavidad, comprensivo ante la preocupación ajena. A su vez, aliviado de que esos dos se hubieran arreglado—. Entonces —murmuró el alfa—, ¿fuiste con la intención de hablar o con la idea de exigir respuestas?
—¿Les parezco tan poco confiable?
—Por lo general, no. Pero en el estado que estabas, sí. Eres más emocional.
Resoplando del agotamiento, Hongjoong se hizo hacia atrás en el respaldo del sofá y se cubrió la cara con un brazo. A su costado, percibió el hundimiento del material y un aroma fresco que lo transportaba al prado. Deliberadamente, respiró hondo. Llenándose con la fragancia cítrica.
—¿Qué podrías perder si lo intentaras? —preguntó el albino con gentileza.
—Mi dignidad. ¿Qué tal si resulta siendo un verdadero imbécil? ¿O alguien peor de lo que ya mostró?
—¿Qué tal si no lo es? —razonó el alfa—. Admítelo Joong, estás en negación.
¿Y quién no lo estaría?
En todos esos años, había moldeado su comportamiento de una manera determinada, teniendo el conocimiento adelantado, de que entre él y Song, no podía existir ningún tipo de cordialidad. No se soportaban y siempre que estaban en un mismo espacio, las chispas saltaban, creando fricciones entre ellos. Desde el inicio comprobaron que sus interacciones nunca llegaban a buen puerto, ¿por qué ahora sería diferente?
Y era ese detalle, que para otros podría ser insignificante, el que no acababa de comprender.
A su vez, ¿cómo hacía alguien para modificar años de patrones estrictos y conductas repetitivas? ¿Cómo una persona lograba corregir sus reacciones, los tonos que empleaba, las palabras que usaba al expresarse o aquellos conceptos preestablecidos?
Ni siquiera había sopesado las posibilidades a profundidad, y ya lo encontraba engorroso.
—Mira, seamos realistas con esto —pidió Seonghwa al verlo tan pensativo—. Dudo que quiera algún vínculo contigo. En teoría, te ofreció hacer las paces. Nada más.
Concordando con su razonamiento, Yeosang no demoró en apoyarlo—. No tienen que ser amigos, sólo respetar al otro, o a su trabajo en todo caso. Ya sabes, dejando las confrontaciones de lado.
—Si tampoco estás dispuesto a que exista el mínimo de relación entre ustedes, díselo. Pero el punto clave aquí, Joong, es la comunicación.
El omega se rió con brevedad, un sonido carente de chispa o de una emoción real, pensando cuánto apestaban en esa área. Exhalando, echó la cabeza hacia atrás y se fijó en su techo por varios segundos. Sin parpadear.
Jamás en la vida creyó que estaría en una situación similar, considerando entablar algún tipo de acuerdo positivo con Song.
«Qué cosa más surrealista».
Sintiéndose aplastado por la avalancha de pensamientos, el castaño se dijo que ya habían sido bastantes reflexiones y auto-análisis por el día.
—¿Qué hay en las bolsas?
Comprendiendo su petición silenciosa por un cambio de tema, ninguno de sus amigos presionó más allá.
—Ingredientes para la cena.
Al compartir que sería el encargado de prepararla, Seonghwa pasó a levantarse, yéndose de la modesta sala. Hongjoong cruzó una mirada fugaz con Yeosang, y tras verlo asentir, imitó las acciones del patinador. Siguiéndolo a la cocina.
Allí lo vio de espaldas, unas verduras a su alcance y un cuchillo en mano. Familiarizado con el espacio y los instrumentos a disposición. Notoriamente más indeciso que antes, el beisbolista se acercó a paso lento, al mismo tiempo que carraspeó para anunciarse. El alfa apenas volteó por sobre el hombro.
—¿Cómo supiste dónde encontrarlo?
—Jeong Yunho.
Al reconocer el nombre, la diversión del albino no se hizo esperar y se reflejó en forma de arrugas alrededor de los ojos—. ¿Y él accedió a decirte?
Para ser franco, en su plan original, Hongjoong ni siquiera esperaba tener que recurrir al receptor de los Kia Tigers por ayuda. En un inicio, no pensó que sería tan difícil dar con el lanzador. Pero después de varios minutos en el estacionamiento, viendo salir al equipo y que entre ellos no estuviera a quién buscaba, le indicó lo obvio: había sido de los primeros en irse.
Obtener el dato de su ubicación, fue lo más complicado, ya que el otro alfa dominante no estaba dispuesto a compartirla con él. Y eso se notó desde el principio, redirigiendo sus intentos a caminos sin salidas o invirtiéndolas en cuestionamientos de por qué le interesaba, por qué ahora y qué ganaba con decirle. Argumentos válidos. Sin embargo, nunca se creyó que eso lo llevaría a negociar el comprar una figura del Hombre Araña.
La cual todavía no adquiría, y encima, resultaba ser más costosa de lo que alguna vez pensó.
Ese domingo había sido una montaña rusa, y las secuelas de haberse subido, aún perduraban.
—No fue tan fácil.
—Apuesto a que no lo fue —replicó con un indicio de sonrisa—. Así que, ¿le devolviste la sudadera?
—Sí, también quería la información para eso.
—Es una pena. Si no hubiera estado tan enojado ese día, te habría tomado una foto. Era buen material para burlarme.
—Al menos lo presenciaste —murmuró por lo bajo, en un intento penoso por aligerar el ambiente. Al recordar su comportamiento, el castaño no pudo evitar avergonzarse. Y por ello, decidió que era más interesante observar la prolijidad del albino al cortar que mantener algún tipo de contacto visual—. Lamento haber sido un imbécil. Debí ser más considerado con tu preocupación, pero en cambio, actúe como un crío insolente.
—Tampoco tuve la mejor reacción. Esa no era manera de hablarte y me doy cuenta que ese no era el momento indicado para tratar semejante tema. No te encontrabas bien y fui un imbécil. Lo siento.
—Pero tenías razón, no les debí ocultar lo que hacía. Al final, fui el único perjudicado.
—Y entiendo la razón que te orilló a hacerlo, eso no significa que mi pensamiento vaya a cambiar, tienes que dejar esos inyectables —la afirmación de Seonghwa vino en un suspiro, no obstante, la seriedad pesaba con una densidad tangible—. Aunque también estoy muy consciente de que te debo otra disculpa. Ese día emití un juicio desde mi perspectiva como alfa, olvidando por completo mis privilegios y siendo insensible al sugerir que renunciaras a tu posición como si no valiera nada. Lo peor fue pedir que te conformaras con menos. En serio lo siento mucho.
—Realmente quería golpearte —comentó entre risas, sintiéndose más liviano.
—Bueno, creo que me lo merecía.
—En cierta medida. Entonces, ¿qué hay para el menú de hoy?
—Lo descubrirás en el proceso.
Sonriendo, Hongjoong no se opuso a la petición implícita de Seonghwa como normalmente haría, en cambio, aceptó el cuchillo y la tabla que éste le pasó. Procediendo a cortar la carne como se le indicó. Aunque intentó ser igual de preciso que el mayor, se pudo notar su falta de técnica. Lo que fue motivo de burlas. Yeosang no se apareció hasta que fue hora de organizar la mesa. Siendo ese su aporte. Sin embargo, el par se encargó de que el beta limpiara cada utensilio y vaso usado.
Sus quejas exageradas prevalecieron por el resto de la noche, acaparando sus risas.
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