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❈•≪10. Iterum incipi≫•❈

Blue Bird era un sitio de consuelo, un lugar al que recurrir para olvidarse de las frustraciones y de los problemas cotidianos que atañan la vida de manera constante. Un bar elegante con un servicio de alto nivel. Bebidas sofisticadas y aperitivos variados. Dividido en dos áreas, una que prometía a cualquiera un desenfreno infinito, mientras que la otra, ofrecía de un ambiente calmo y una atmósfera íntima. Decorado en satín y con murales bordó. Una zona que facilitaba la comunicación y las interacciones personales.

A Mingi le gustaba pasar su tiempo allí, luego de un juego o cuando sólo buscaba distraerse. Siempre que quería conocer a alguien o tener un compañero, era el sitio ideal al que prefería recurrir.

No obstante, ese domingo seguía empeorando, y ese momento en el que se suponía, debería estarse relajando, la sensación de inconformidad no hacía más que aumentar en su pecho. Y teniendo en cuenta lo agitada que fue su semana, era lógico. Incluso algo que debió anticipar. Esto, sin embargo, lo irritaba el doble.

Exhalando con fuerza, el moreno recogió sus pertenencias y se despidió del hombre detrás de la barra. En las ocasiones en las que no tuvo a quién servir, fue un gran conversador. Un poco anticuado en sus chistes, pero agradable al fin y al cabo.

Y a medida que descendía por las escaleras aterciopeladas, se cuestionaba por haber rechazado a la pequeña beta que le hizo compañía al principio de la noche. De las tres personas que se le acercaron, había sido por lejos, la más interesante y carismática. A pesar de ello, no sintió esa motivación usual de querer llevar las cosas a un siguiente nivel. Del tipo que sea: una cita o sexo.

Lo que le jodía bastante.

Resoplando de manera ruidosa, se desordenó el pelo con una mano. Todavía no se acostumbraba a la sensación de una cabellera corta, malditamente corta, debía mencionar. Y aunque resultó con ella para realizar una campaña, tampoco es como si le desagradara. Era más cómodo así, y por algún motivo, también ligero. Un cambio drástico pero no se quejaba, sabía que se veía bien.

Una vez salió del bar, observó las calles silenciosas de Gwangju. Aún si no pasaban de las doce, las calles ya lucían solitarias. Iluminadas por las luces artificiales y los letreros neones de los restaurantes adyacentes.

Un escenario típico y saturado a lo ciencia ficción que no le asombró en lo más mínimo.

Cogiendo una profunda respiración, se colgó el abrigo en un hombro y se dirigió a la zona habilitada para fumadores. Sin ánimos de irse a casa pronto, se recostó contra la pared y hurgó en los bolsillos de sus pantalones hasta dar con la cajetilla que buscaba. Luego de hacerse con un cigarrillo, la lanzó sobre la mesa y se dispuso a extraer su mechero. El chasquido metálico del Zippo lo serenó de inmediato. La llama que se produjo fue efímera, apenas llegando a colocar sombras cálidas en la extensión dorada de su piel. Cerrando los ojos, advirtió el aroma distinguido del tabaco haciéndole cosquillas en la nariz. Habituado a su peculiaridad, exhaló con lentitud y movió los ojos al cielo cubierto. La luna atestiguando su vicio por entre un par de nubes. Un brillo acusador que pasó de largo.

Para su segunda calada, los músculos de su espalda perdieron tensión y se percibieron flojos. Asintiendo para sí del gusto, continuó contemplando el horizonte vacío. Pero no fue hasta que el celular le vibró en el bolsillo, que apartó la mirada. Sosteniendo el cigarrillo entre los dedos índice y medio, se permitió leer la notificación con propiedad. Las cejas alzadas en sorpresa.

Yun
¿Todavía estás en el bar?

Recibido, 00:37.

Su mejor amigo no había sido dotado con el hábito de irse a la cama temprano, motivo por el cual no le asombraba que le escribiera. Siempre que estuviera aburrido, lo haría. O cuando quería sacarle algo, que en palabras del alto de cabellera café; sería un "préstamo". Nunca se trataba de urgencias relevantes.

Mingi
¿Por qué? ¿Te decidiste por unirte?

Enviado, 00:39.

Yun
Nah. Quería comprobar que tu culo siguiera allí.
Ya sabes, revisión de rutina.

Recibido, 00:40.

«¿Revisión de rutina?», pensó a las risas. Encontraba honestamente gracioso el ingenio contrario.

Mingi
Vete al carajo.

Enviado, 00:42.

Yun
Ten cuidado o la siguiente vez el pedido podría desviarse.

Recibido, 00:44.

Mingi
¿Qué estás diciendo ahora?

Enviado, 00:47.

Yun
Nada. Suerte.
(>‿◠)✌

Recibido, 00:50.

Mingi
¿Con qué se supone que debería tenerla? (☉̃ₒ☉)

Enviado, 00:53.

Yun
Tu entrega. Una ardilla salvaje.
Ten cuidado de que no te muerda, te podría pasar rabia.

Recibido, 00:56.

Mingi
¿Qué te fumaste?

Enviado, 01:00.

Yun
Nada, idiota. El adicto a la nicotina es otro.
Aunque ahora que lo dices, creo que la advertencia debería dártela a ti. No intentes morderla.

Recibido, 01:02.

Mingi
En serio me preocupas, amigo.

Enviado, 01:03.

Yun
A veces pienso igual.
Suerte "Halcón", no te la quieras comer.

Recibido, 01:05.

Rodando los ojos, le envió una última respuesta antes de volver a guardar el móvil en su pantalón. Su mejor amigo a veces era tan absurdo que desistía de comprender sus payasadas. Para esta altura de su vida era la menor de sus prioridades. Aunque se permitía sentir curiosidad por todo ese juego de palabras peculiar.

Y fue a mitad de la aceptación de ese hecho, que su tranquilidad se vio perturbada por un llamado familiar, pronunciado en un tono dubitativo que le extrañó. Frunciendo el ceño, giró la cabeza hacia la izquierda, encontrándose con nadie más que Kim Hongjoong. Parado a unos centímetros, evidentemente incómodo en su propia piel pero con la frente en alto. Era un gesto tan representativo de él que no pudo evitar chasquear la lengua.

No obstante, las piezas rápidamente encajaron en su lugar e hicieron click en su cabeza. Lo que le provocó una serie de emociones en cadena: primero; quería matar a Yunho. Segundo, sentía la urgencia de explicarse pero a sí mismo un par de cosas. Por último, quería matar a Yunho otra vez.

«Labrador descerebrado», pensó con disgusto, frotándose la repentina tensión en su cuello.

—Vaya —murmuró después de que transcurrieran unos segundos, todavía sorprendido—. ¿Qué te trae por aquí, Ángel?

Su apodo tuvo una reacción instantánea en el omega, aparte del disgusto que destelló en sus ojos, las comisuras de sus labios se arrugaron con sutileza. Sonriendo con engreimiento, le dio otra calada al cigarrillo. Permitiendo que el otro hombre se tomara su tiempo para responder, porque era claro, que le estaba costando formular una respuesta. Incluso si su pregunta fue simple.

—¿Podemos hablar? —la petición ajena tuvo la proyección suficiente como para ser notada, aún si careció de seguridad y el recelo logró filtrarse en sus palabras.

—¿Hablar? —cuestionó sin pensarlo, empleando un sarcasmo que no pasó desapercibido.

—¿Es tan difícil de creer que yo lo esté pidiendo?

—Bueno, no sé si no lo habías notado, pero tú y yo nunca habíamos dialogado antes.

—¿Podrías no comportarte así? —preguntó el omega entre dientes, de repente irritado—. No tienes que ser un imbécil, ¿de acuerdo?

Resoplando una risa sin humor, el alfa sepultó esa necesidad por contestarle del mismo modo agresivo, procurando entonces, respirar hondo. La rigidez volviendo a colarse en su cuerpo y a tensar sus músculos.

Se suponía que tenía un buen control sobre sus emociones. Que era algo mejor que una bestia impulsiva, pero si era así, frente a él estaba la prueba de lo que cualquiera consideraría un desafío real al temperamento.

—Acabas de probar mi punto —murmuró con seques, viendo al frente, a una pastelería cerrada—. Simplemente señalé una realidad y tu primera reacción fue atacarme. ¿Quieres que te diga qué va a ocurrir entre nosotros después?

—Si dejaras de ser un bastardo arrogante un segundo creo que no sería tan complicado.

—Si estás aquí por lo que pasó el sábado, olvídalo. No fue nada.

Y supo que agarró al castaño de imprevisto, cuando se mantuvo callado por un rato largo. Tal vez no se esperaba que dedujera el motivo de su "visita" con tanta facilidad, quizás, hasta cabía la posibilidad de que creyera que no tenía idea, pero siendo honestos, era demasiado obvio. ¿Por qué otra cosa podría ser?

Y pensando que Hongjoong terminaría por marcharse, aprovechó a dar otra calada. No obstante, Mingi se sobresaltó cuando un objeto impactó contra su brazo, y la fuerza fue tal, que lo hizo tambalear. Desorientado, notó una bolsa a centímetros de sus pies.

—Tú en serio eres un idiota. ¿Y sabes? Ni siquiera sé porqué me molesté en intentar conversar contigo, cuando está claro que no tiene caso.

Atónito por el exabrupto del campocorto, lo miró darse la vuelta y caminar calle arriba. Pisando con fuerza y mascullando insultos por lo bajo.

Gruñendo de la frustración, el moreno acabó por desechar lo que quedaba de su cigarrillo en el tacho de residuos a su costado y consiguiente a esto, se agachó para recoger la bolsa. Percatándose de su prenda en el interior. El aroma a jabón le indicó que había sido lavada. Aparte de la fragancia débil a notas de mar.

Pasándose una mano por el pelo, tomó la cajetilla y se quitó el abrigo del hombro. Luego de comprobar que no se dejaba nada, dio zancadas en la misma dirección del omega. En esos minutos de vacilación, logró poner varios metros entre ellos, pero al moreno tener piernas largas consiguió reducir la distancia sin mucho esfuerzo.

—Está bien, de acuerdo —dijo una vez lo alcanzó—. Detente y hablemos.

El más bajo resopló—. No te preocupes, me quedó claro que es inútil.

—Oye no seas así, sé que estuve mal.

—Sólo lárgate —replicó el parador en corto, girando en una esquina.

Maldiciendo para sus adentros, el alfa se vio obligado a acelerar su andar hasta que logró bloquear el camino del castaño. Casi de inmediato, sus ojos redondos centellaron en una furia que le erizaría la piel a cualquiera. A él, en cambio, sirvió para advertirle de que fuera cuidadoso.

—Lo lamento, Ángel. En serio lo siento. Pero paremos un momento, ¿okay?

Hongjoong se cruzó de brazos y retrocedió, por un instante fugaz, Mingi creyó que se iría en el sentido contrario, no obstante, eso no sucedió. Simplemente agregó unos centímetros pero eso fue todo. Comprendiendo su disconformidad, él se echó un paso atrás también. La reacción en el más bajo fue imperceptible, apenas un movimiento de cejas. Sorprendido o confundido. No lo sabía con certeza.

Tomando aquello a su favor, el pelinegro frunció la nariz con discreción. Obviando el enojo y la tensión que agudizaban las características picantes de las feromonas del contrario, notó los residuos de una fragancia más dulce. Pronto las identificó como el aroma secundario del omega: vainilla. Inclinando la cabeza, lo evaluó con rapidez. Iba de zapatillas, unos tejanos azules y una remera gris suelta de mangas cortas. Asimismo, no parecía tener su celular a la vista.

Pese a ser lo importante de la cuestión; que tuviera un medio de comunicación y mejor abrigado, sus prioridades se desviaron al notar las posibles semejanzas con el pequeño roedor que mencionó su mejor amigo por mensajes en Kakao. Y había dichas similitudes, que era lo impresionante.

—¿Viniste en auto? —le preguntó al recomponerse.

Carraspeando, el castaño desvió la mirada unos segundos—. En tren.

Un nervio del moreno vibró al escuchar la respuesta, si bien fue meramente instintivo, él todavía tuvo que respirar hondo y presionar el puente de su nariz para evitar criticar el acto de imprudencia ajeno. Para empezar, no era nadie para tomarse tales atribuciones. Y en segundo lugar, causaría un conflicto innecesario. Fue entonces así, que enfocó esa energía en su modo de dirigirse, procurando que la textura de su voz fuera suave.

—Pensé que ustedes tenían un juego en Daejeon.

Relamiéndose los labios, el hombre más bajo comenzó a mirar en diferentes direcciones—. Yo no participé. El mánager me dio la semana libre.

Viendo que los síntomas de su estado no se habían mitigado por completo, le aplaudía al alfa por tomar una decisión sensata. Y cuando se trataba del mánager de los Doosan Bears, Lee Seungyeop, no esperaba menos.

—Entonces, ¿viajaste desde Seúl? —la respuesta del impropio fue un asentimiento vago, evasivo. Y Dios, no estaba ayudando—. Ya veo. ¿Cómo sabías dónde encontrarme? —pese a que los labios ajenos se movieron, él no distinguió el sonido de sus palabras—. Disculpa, ¿qué dijiste?

—Tu receptor. Jeong.

«En serio, ese perro....», pensó.

—¿Qué te pidió por la información?

Asombrado, el omega lo miró con rapidez— ¿Cómo...? —no obstante, su pregunta murió igual de rápido—. Una figura de colección.

Mingi tuvo que sonreír al escucharlo, aquello era tan característico y algo que su amigo le pediría a cualquiera sin dudarlo. Sin embargo, le sorprendía que hubiera accedido a la petición de Hongjoong. Yunho lo detestaba y no se molestaría en tenderle la mano bajo ninguna circunstancia. Que hoy lo hiciera, significaba que ese domingo en serio estaba siendo una locura.

—Entonces, ¿querías hablar, cierto?

Y de nuevo, aunque el omega frente a él asintió, no mostró signos de que abriría la boca pronto. Inseguro de abordar el tema o de sus palabras. Quién sabe realmente. Las causas podían ser miles.

Suspirando, el pelinegro terminó extrayendo otro cigarrillo de su cajetilla. Quedaban cinco en el interior. Y antes de que se diera cuenta, lo encendió allí mismo. Pero la incertidumbre y el silencio repetitivo, tenían sus nervios sensibles. Incluso, poco a poco, también empezaba a sentirse incómodo.

Jesús, él sabía que era una estupidez, pero comenzaba a desear que alguno insultara al otro. Porque esa puesta en escena de adultos civilizados les estaba costando una vida.

—No deberías consumir eso.

—Así que, ¿vamos a hablar de mis malos hábitos?

—Bueno, todo el mundo te trata como si fueras el último lanzador de la historia que me sorprende verte fumar.

En lugar de tomarse el comentario a mal, el moreno lo encontró divertido. No pudiendo creer que el parador en corto, quien tendía a ser bastante directo, tuviera una actitud evasiva. Aunque seguía habiendo algo de franqueza en ella.

Inclinando la cabeza hacia la izquierda, Mingi se deslizó la mano libre por el pelo mientras le dio una calada profunda al cigarrillo. Aunque Hongjoong continuaba con los brazos cruzados en una postura recelosa, se notaba que lucía menos tenso. Sus ojos grandes lo miraban de regreso, serios y sin ningún tipo de animosidad. Levantando el mentón, el alfa finalmente soltó el humo con lentitud. Viéndolo desaparecer en el entorno.

—Sólo fumo cuando estoy estresado —le explicó en un tono calmo, esperando que la trivialidad del asunto lo ayudara con su vacilación—. ¿Acaso tú no tienes algún vicio?

—No —respondió tras un momento de consideración.

—Mientes fatal —afirmó con un indicio de sonrisa, obteniendo de regreso, una mirada entrecerrada. Sacudiendo la cabeza con ligereza, le dio un vistazo a su reloj. Las pulseras en su muñeca sonaron con el movimiento—. ¿Quieres hablar en algún lugar cerca de dónde te estás hospedando?

—No es necesario.

—¿Por qué? —preguntó con una ceja enarcada. Curioso.

—Sólo quería devolverte eso, ¿de acuerdo? Y darte las gracias por lo del sábado. Es todo.

—Es lo mínimo que debería hacer cualquiera. Ya te lo dije, no fue nada.

—Nos vemos entonces.

Esta vez Mingi no permitió que Hongjoong se alejara, y siendo extremadamente cuidadoso, se aseguró de agarrarlo por la manga de su remera. Al ser holgada, evitó que le tocara la piel.

—¿No te registraste en ningún hotel? —inquirió al soltarlo. Descifrando la implicación en su mensaje.

—No pensé que me llevaría mucho tiempo.

—¿Y adónde estabas yendo?

El castaño arrugó las cejas—. A la estación.

Llevándose el cigarrillo a la boca, le sirvió para contener el comentario sardónico que estuvo a punto de soltar. De nuevo, percibió como ese nervio palpitó, sin embargo, él fue más rápido y se apresuró por enterrar el impulso.

Mingi no estaba comportándose de una manera similar con ese omega.

—Te llevo —le dijo luego de su quinta calada.

—Estoy bien...

—Ángel —llamó en un tono mucho más serio de lo que pretendía, sobresaltando al omega. Frotándose la frente, intentó que el registro de su voz fuera más agradable. La idea era conciliar, no iniciar otro desacuerdo—. Piénsalo, no tiene sentido que vayas a la estación a esta hora. Ya no hay trenes en servicio. Puedo llevarte a una agencia de autobuses, es más probable que consigas un boleto de regreso a Seúl con ellos. De hecho, lo conseguirás.

Afortunadamente, el castaño no fue obstinado y colaboró, accediendo sin mayor resistencia. Siguiendo su indicación silenciosa, tomó la delantera y guió el camino. A mitad del trayecto se detuvo para apagar el cigarrillo y botarlo. De ese modo, continuaron sin cruzar una palabra. El bullicio de otros recintos adyacentes, siendo el ruido de fondo que los acompañaba.

Para cuando se hallaron frente a su auto, un Mazda CX-5 negro y de cuatro puertas, la reacción de Hongjoong no tuvo desperdicio. Sus cejas se curvaron hacia arriba y sus labios se entreabrieron con sutileza.

—¿Sucede algo? —le preguntó luego de quitar la alarma.

—No, sólo creí que tendrías algo más..., ostentoso.

Él quiso preguntarle las bases de su criterio, porque en el suyo al menos, poseer un auto japonés, clasificado en la categoría de lujo, era bastante llamativo.

—¿Como un Mercedes? — especuló sin una emoción definida. El omega apenas tuvo el coraje para asentir. Mingi suspiró, preguntándose si de verdad no se daba cuenta de lo qué decía o asumía tan libremente—. Aunque no lo parezca, lo es. Entra ya.

Una vez en la comodidad de los asientos de cuero, el interior se iluminó de una manera que no dañaba la vista y resultaba agradable. Las pantallas LED se encendieron en simultáneo, y luego de asegurar la bolsa en la parte trasera, se estiró para encender la calefacción. Al terminar de comprobar que todo se encontraba en orden, salió del estacionamiento con facilidad. Las calles vacías siendo de ayuda.

Los primeros tres bloques que recorrieron fueron en el mismo estado de inactividad. Y Mingi creyó que seguirían en esa burbuja absorbente, pero Hongjoong le mostró que estaba equivocado cuando habló. Al parecer, finalmente teniendo el valor para enfrentar la causa real que lo llevó a Gwangju.

—¿Por qué tomarte tantas molestias cuando nos odiamos?

Dándole un vistazo de soslayo, notó la confusión jugando con su expresión, tirando de sus labios y dejando rastros en su entrecejo.

«Así que de eso se trataba».

—No hay mucho que un alfa pueda hacer en ciertas situaciones, ¿entiendes?

—¿Estás diciendo que actuaste por instinto? —cuestionó en un tono burlesco—. No son absolutos. Puedes elegir.

—Necesitas ajustar tus parámetros —le recordó al detenerse en un semáforo. Y el pelinegro no podía creer que estuvieran conversando por primera vez en años, y para el colmo, en semejante circunstancia—. Soy de extrema derecha, para mí es difícil ignorar una situación en la que podría intervenir para bien. Y seguro, pienso que tu personalidad apesta pero no te odio.

—¿Y en base a qué criterio tú te atreves a juzgar mi personalidad?

Aunque ya conociera cómo el otro hombre funcionaba y la tendencia que poseía a reaccionar de manera negativa, aún así, le sorprendió que pudiera torcer sus palabras de ese modo. Incrédulo se frotó la cara con una mano.

—Esa capacidad que tienes para tergiversar a los demás siempre fue uno de tus peores problemas —le confesó con seriedad, luego de que la luz roja pasara a verde—. Entiendo porqué actúas a la defensiva, pero no intentaba decir que yo era mejor que tú. Sé a la perfección que mi carácter tampoco resulta encantador.

—Tú me despreciaste —insistió Hongjoong en un murmullo renuente. Aferrado al cinturón de seguridad—. Hace cinco años, en el juego de las estrellas, te burlaste de mí.

—Joder, no puedo creer que seas así de obtuso. El cumplido fue real. ¿Pensaste que estaba siendo sarcástico y por eso empezaste a decir mierda sobre los alfas?

—Nunca te corregiste —defendió el castaño en un tono pobre, claramente atónito.

—¡Cuando lo quise intentar empezaste a atacarme! —replicó en un exabrupto. Respirando hondo, sus dedos se hundieron en el cuero del volante—. Cometí muchos errores, y me doy cuenta que alimentar este circo fue uno de ellos. Sé que debí aclarar el malentendido, pero el orgullo fue más fuerte. Usé mal mis palabras y no me rectifiqué, lo siento. Fue gran parte mi culpa.

Hongjoong no respondió y por lo que restó del camino, se mantuvo en su asiento. Sus labios sellados como si los hubieran cosido. Por la tensión visible en sus hombros y lo amargo de su aroma, era evidente lo agobiado que estaba. Sus dedos no dejaban de retorcerse y su respiración se encontraba un poco acelerada.

Comprendiendo el malestar ajeno, Mingi se concentró en llevarlo a su destino como había prometido. Y para cuando llegaron, se relajó al divisar un par de personas en los asientos interiores. Esperando por partir, probablemente.

El ruido del cinturón lo obligó a voltear, haciéndolo a tiempo para ver al castaño abrir la puerta. Desesperado por irse. Sin embargo, él no dejó que lo hiciera con tanta facilidad.

—Enterremos el hacha.

Hongjoong no dijo nada ni le miró, simplemente cerró la puerta y se apresuró al interior de la agencia. Sólo porque tendría en cuenta el contexto y el estado del omega, Mingi no se tomaría aquella acción como una definitiva. En su lugar, aguardaría a que algo indiscutible sucediera.

Faltaban menos de 30 juegos para que la temporada finalice, y hasta el momento, los Doosan Bears y los Kia Tigers se habían enfrentado unas 14 veces. Aún le quedaban dos partidos por delante, si para entonces no mostraba señales de querer una paz entre ellos, haría como si nunca la hubiera sugerido. Asimismo, como si no se conocieran de nada.

Porque la realidad es que estaba cansado.

Y admitía que cinco años atrás no fue la persona más madura, permitió que su orgullo dañado le nublara el juicio y por algo tan insustancial, se comportó como un bastardo arrogante. Había sido suficiente. Necesitaba cortarlo.

Ambos lo necesitaban para ser justos.



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