❈•≪08. Collābi≫•❈
Para sorpresa de muchos, la celebración de los Doosan Bears, no pareció ver un final, cuando volvió a conseguir el triunfo, esta vez contra los LG Twins. Tanto las revistas, como las radios y las redes, se llenaron de comentarios y artículos hablando sobre la buena racha que atravesaban.
Atribuyendo sus buenos resultados a distintos factores: al cambio de plantel, al nuevo reclutado, y algunas mentes maliciosas, especularon que se debió a ciertas ausencias. Un argumento predecible que derivó en discusiones más que esperadas, con respecto a qué tanta suerte tendrían en su siguiente enfrentamiento contra los oriundos de Gwangju.
Fue patético ver esos programas deportivos que se jactaban de ser serios y poseer expertos de primer nivel, enaltecer a los Kia Tigers. Peor le sentó ese segmento barato, donde comparaban promedios de bateo y carreras ganadas. En el cual, por cierto, se pasaron la mayoría del tiempo, hablando de los jugadores mismos y no de los números que estaban supuestos a ser el tema principal. O a "discutir".
Que de eso no hubo nada.
Hongjoong no permitió que el sesgo del statu quo de esos hombres y sus evidentes prejuicios, le derrumbaran el ánimo. Estaba seguro, que hace mucho, había hecho las pases con la realidad de que nunca lo considerarían digno de merecer el puesto que tenía.
Si era por él, todos podían irse al infierno y arder allí mismo.
Ese tipo de pensamiento extremista le renovó la energía, y para cuando se presentó en el estadio Jamsil, lo hizo con una sensación de ligereza en el alma.
Tenía una promesa que cumplirse, y con telarañas mentales, su determinación acabaría desapareciendo en un montón de escombros irrelevantes.
Ese sábado su prioridad debía ser una. Apartarse del objetivo, no era opción.
Y pronto notó, que aparentemente, no era el único con una resolución vigorosa. En el vestuario, donde la inquietud solía materializarse en forma de arrugas y esencias amargas, no había más que una confianza revestida en un espíritu de lucha.
En circunstancias decisivas como estas, el pesimismo no tenía cabida.
En el campo, el omega se tomó un segundo para apreciar las gradas abarrotadas de fanáticos, disfrutando del espectáculo teatral de las mascotas en un costado. La prensa, a diferencia de enfrentamientos anteriores, lucían más emocionados. Pegados a sus cámaras y atentos a lo que tenían enfrente.
Una imagen refrescante y, ciertamente, motivadora.
Y Dios, cuanto agradecía que la Liga haya pautado el encuentro en su ciudad. De ser el caso contrario, habrían tenido que usar el uniforme alternativo. Y aún si las temperaturas no eran mayores a los 20 grados, hacía calor. Y a él en serio, no le apetecía vestir unas prendas oscuras que lo harían sudar en exceso antes de la actividad misma. Es por esa simple razón, que en verano, prefería jugar en Seúl. Su uniforme simplón y blanco, con apenas unas franjas de color, lo hacían sentir a gusto, y por sobre todo, fresco.
Contento, el parador en corto, se atrapó tarareando una melodía suave, en lo que iniciaba a estirar. Entretenido con su propia actitud irrisoria, se concentró en la tensión alojada en ambos hombros. A los cuales rotó por separado y en conjunto. No mucho después, entrelazó los dedos manos y llevó las manos por encima de su cabeza, dejándolas suspendidas allí por varios segundos. Soltando aire con lentitud, procedió a trabajar sus tríceps.
Alrededor de siete minutos después, en lo que Hongjoong comenzaba a preparar sus gemelos, divisó el ingresó sincronizado de los visitantes, andares seguros y frentes en alto. Enfundados en la intensidad vibrante del rojo que los personificaba. La tribuna opuesta les dio la bienvenida con una calidez ensordecedora, e incluso la mascota de éstos, les hizo una reverencia.
Deteniendo sus ejercicios, Hongjoong se acomodó la gorra, e inconscientemente, barrió con la mirada a ese mar de rostros diversos. Sus ojos que se habían estrechados por la concentración, pasaron a expandirse, volviéndose dos orbes redondos. Grandes en sorpresa. Los vellos ubicados en su nuca, se alzaron, en una reacción instintiva.
Song Mingi, que solía distinguirse por tener una cabellera típica, prolija y abundante en volumen, con una línea que la dividía al medio, lucía ahora, un aspecto radicalmente distinto. Su frente antes cubierta, estaba despejada, dejando tanto sus ojos como sus cejas oscuras a la vista. La división también había desaparecido, dando lugar, a mechones revueltos en pequeñas capas. El nuevo corte lo exponía todo y enmarcaba los rasgos filosos de su cara con una ferocidad formidable.
Esa apariencia brutal, hizo que sus sentidos se encendieran como faros.
Ignorando esa sensación latente de inquietud en el fondo de su cabeza, el castaño restregó sus palmas entre sí, limpiando la inesperada presencia de sudor en ellas. Desde temprano en la mañana, las funciones de su cuerpo habían sido un desastre.
Y en ese preciso instante, no le interesaba descubrir las posibles causas.
Decidido a mantenerse en control, realizó unos rápidos ejercicios de respiración, antes de apurarse e ir hacia la zona de juego con el resto de sus compañeros. Allí todos se alinearon para rendir tributo al himno de la nación. Voces claras y uniformes. La ceremonia fue fugaz pero estuvo cargada de un patriotismo genuino. Y al terminar, procedieron con el saludo reglamentario de ambos equipos. Portando una actitud confiada, el campocorto, chocó las manos de quienes estuvieron dispuestos a tenderlas en primer lugar.
Acostumbrado a esa clase de desdén, se encaminó hacia el dugout con el mentó elevado. Sus niñerías no podían importarle menos.
Ocupando el espacio libre junto a Jongho en la banca, observó al primer bateador de los Kia Tigers, hacer su camino hacia la almohadilla frente al receptor. A causa de la distancia, le costó identificar al jugador en cuestión, percatándose que se trataba de Eunyeong, su parador en corto estelar. Y sin lugar a dudas, uno de los tipos más repugnantes que le había tocado la desgracia de conocer.
Chasqueando la lengua, pasó rápidamente, a fijarse en Maddox. Siempre que se paraba en el montículo de lanzador, las características afables de su expresión se perdían, portando una seriedad que no revelaba nada. En esa posición, era fundamental saber encubrir tus movimientos.
Sonriendo con anticipación, Hongjoong disfrutó el momento en el cual, la bola pasó de largo y cayó en la seguridad del guante de su receptor. Ese alfa era pésimo en todos los sentidos posibles, pero como bateador, apestaba. A lo largo de la temporada, lo había visto luchar para conseguir un hit. Era precipitado la mayoría del tiempo, y aún así, los Kia Tigers seguían eligiéndolo como abridor cada vez que jugaban de visitantes.
Algunas de sus tácticas no las comprendía.
Disfrutando del espectáculo a metros de su persona, el castaño aplaudió con una sonrisa gigantesca, cuando el campocorto rival, fue declarado eliminado. Los espectadores vestidos de blanco, celebraron con exclamaciones pasionales. Y la alegría colectiva, persistió al presenciar como el segundo bateador, corría con la misma fortuna.
No obstante, las comisuras de Hongjoong se torcieron inmediatamente, al ver quién sería el tercero en la alineación para batear. Resoplando con irritación, se deslizó en el asiento, desganado de aquello que se le mostraba. A pesar de ello, continuó viendo. La curiosidad siendo más fuerte, después de todo, nunca antes había prestado atención a Song jugando en esa posición.
Y mierda, cómo se arrepintió, porque tan pronto el árbitro dio la señal, el jugador número 20 obtuvo su primer strike.
Totalmente extasiado, se levantó de golpe, sus ojos ávidos por lo qué podría suceder. Y esa emoción flaqueó con ligereza, al ver que el hombre junto al receptor, calificaban el tiro de Maddox como bola. Lo había realizado demasiado alto, razón por la cual, era innegablemente un mal tiro. Relamiéndose los labios, cruzó los dedos en una plegaria silenciosa, pero de nuevo, el árbitro cantó bola. En esta ocasión, la ejecución había sido bastante desviada.
El sector de la tribuna representada por el oso, soltaron quejidos en conjuntos, mientras que aquellos identificados con el tigre, aplaudieron en aliento.
Conteniendo la respiración, el omega se aferró a su gorra, como el lanzador fallara dos veces más, se le daría la libertad al beisbolista de los Kia Tigers de avanzar a primera base. Sin embargo, la cantidad de tensión que acumuló en ese período, se manifestó en un grito al unísono de otros. El lanzador con el número 27 consiguió un segundo strike.
«Maldición, qué malo es».
Pasándose las manos por el rostro, de repente, el castaño se sintió golpeado por una incredulidad histérica. Era hasta absurdo que no hubiera notado algo semejante antes.
Pero esa burbuja que empezaba a construir, reventó de golpe, cuando el ruido inconfundible de la madera hizo eco por todo el estadio. Boquiabierto, observó a Song obtener un batazo doble. Lo que le permitió llegar a la segunda base sin problemas. Apretando los labios, se desplomó sobre el asiento. Al final, el tipo cerró la primera mitad de la entrada, a lo grande.
Rodando los ojos, Hongjoong se hizo el recordatorio de no sacar conclusiones adelantadas. Era bien sabido, que nada era seguro. No hasta que los resultados fueran concluyentes.
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Yendo contra todo pronóstico y expectativas, muy seguramente, los Doosan Bears llevaban la delantera. El marcador estando 3-1. La diferencia era mínima y no se les tenía que subir a la cabeza, eso sin dudas. Pero el campocorto, no podía evitar pensar, qué tramaban los Kia Tigers.
Si por algo se los conocía, es por abusar de las capacidades de su lanzador: Song. Si bien, cada vez se volvía menos usual ver que un mismo lanzador completara el juego que iniciaba, no era como si ya no sucediera. No obstante, lo ideal sería relevar al jugador, como se hacía en cualquier otra posición. Por una razón cada equipo tenía 13 lanzadores a disposición. Para evitar lesiones en aquel que destacaba por sobre el resto.
Pero como anteriormente ya mencionó, el mánager de los Kia Tigers, rara vez cambiaba a Song. Si éste comenzaba el juego, permanecía en el montículo las nueve entradas. En las únicas ocasiones que vio al veterano hacer excepciones, fueron en aquellas que el encuentro pasó de las dos horas y se extendió a doce entradas en busca de un desempate. Otro acontecimiento poco frecuente. En los semi-playoffs y en los playoffs, también se abstenía de su participación.
Entonces, no entendía porqué ahora, decidía sacarlo. Sea la razón qué sea, lo agradecía. Resultaba mucho más divertido jugar de ese modo. Ignorando lo acalorado que se encontraba por el clima, verlo en la banca, rebotando la pierna de la frustración, era una imagen gloriosa que no se había imaginado capaz de contemplar en un futuro cercano.
Era el retrato vivido de un monarca, observando con impotencia la caída inevitable de su imperio. Simplemente hermoso.
Y Hongjoong encontró adictivo mirar en dirección del dugout opuesto, sólo para deleitarse con el rostro cada vez más distorsionado de Song. Era la primera vez que veía tantas emociones allí acumuladas: enojo, frustración, intranquilidad y desesperación. Era surrealista. Y se sentía asombroso no estar en el extremo receptor. No ser quien las portaba.
Las dos victorias consecutivas que adquirieron, les renovó la voluntad de una manera impensada. Y a medida que el enfrentamiento iba avanzando, los Doosan Bears, adoptaron una actitud juguetona, propia de un cachorro, o de los ursídos a los que representaban. Nada muy exagerado, eso sí, o les valdría un llamado de atención por parte del árbitro. Lo que podría derivar en expulsiones, y era mejor medirse. Los espectadores hallaron carismáticas sus celebraciones y pequeñas bufonadas. Dotando al estadio Jamsil de una jovialidad inesperada.
Fue así que, de manera gradual y usando esa socarronería a su favor, lograron construir una ofensiva impenetrable. Tan sólida como su defensa. Piezas claves, que junto a esa serie de lanzamientos frustrados y carreras bloqueadas, fueron perfectas para la creación de un escenario propicio. Destinado a tener un único final.
Y la cúspide del éxtasis, llegó en el momento justo que el sol descendía por los cielos y se perdía por la línea infinita del horizonte. Con esa explosión de colores rojizos esparcidos por entre la oscuridad de las nubes, cargadas de una promesa desconocida, los Doosan Bears vencieron a la élite infranqueable de Gwangju.
De ahí en adelante, los eventos sucedieron en una avalancha. La adrenalina del triunfo, mezclada con el orgullo desenfrenado de los espectadores, retumbaron por las dimensiones imponentes del estadio. La naturaleza indomable de los Kia Tigers quedó sepultada bajo expresiones de permanente felicidad y un regocijo que aparentó no acabar pronto.
Y esa atmósfera caótica fue trasladada a los vestidores, donde el mánager apenas logró felicitarlos por encima del bullicio. El resto de los entrenadores, teniendo en cuenta la situación, decidieron actuar con sabiduría y guardar las palabras para la cena.
Hongjoong se sumergió a tal punto en el festejo grupal, que terminó siendo de los últimos en tomar una ducha. Y siendo sólo él quien quedaba allí, disfrutó de los diez minutos reglamentarios como jamás lo había hecho antes. Principalmente, porque sus músculos se encontraban demasiado tensos, y por algún motivo que desconocía, seguía acalorado. Como si nunca se hubiera apartado de la intensidad del sol.
Lo que por lejos, era extraño.
Aún más extraño era el hecho, de que al salir, su temperatura corporal siguiera sin regularse. No obstante, el pensamiento pasó a segundo plano, cuando notó ciertos mechones rubios que identificó, correspondían a la cabellera de Yeosang, asomarse por la puerta. Su sonrisa inicial, se transformó en una mueca de pena al comprender la razón de su "visita".
Pero antes de que pudiera formular una disculpa apropiada, Yeosang se le acercó por completo y lo rodeó con los brazos. Una acción imprevista que Hongjoong tardó segundos en devolver.
—Te dije que no tenías nada por lo que preocuparte —susurró el beta en un tono afable, una voz baja y melodiosa—. Lo hicieron genial. Felicidades, Joong.
Apartándose, el castaño mostró una sonrisa enorme, su dentadura expuesta y las comisuras entorno a sus ojos arrugadas de forma encantadora.
—Seonghwa va a morirse cuando sepa que le pateamos el culo a esos perros rabiosos y se lo perdió.
El rubio volteó los ojos con cariño—. Como lo digas de ese modo, es bastante probable.
—Oh vamos, ¿viste sus caras? Los arruinamos. ¿Y a Song? Estaba desquiciado. Maldición, ¿y lo fatal que se le da batear? ¿Lo habías notado antes?
—A diferencia de ti, veo los juegos del resto.
—Porque es tu trabajo.
—Hasta donde sé, el tuyo también.
—Nada obligatorio —replicó con un ademán de indiferencia exagerado, pasando a recostarse contra los casilleros. Inconscientemente, se empezó a frotar el pecho con una mano—. Pero en serio, ¿no se supone que un perro con tal pedigrí debería ser mejor que eso?
—A veces eres increíble —fue toda la respuesta que obtuvo del editor luego de que éste suspirara.
—¿Acaso estoy mintiendo? —preguntó con aires distraídos, abanicándose la cara—. Es un alfa dominante, tendría que ser superior en cualquier área en la que juegue. Y déjame decirte algo, su trabajo allí afuera fue una auténtica porquería.
—¿Y quién demonios te dio a ti, que apenas puedes hacer algo mejor que Eunyeong, la autoridad para juzgar mis habilidades o la falta de ellas?
Tomados con la guardia baja, tanto Yeosang como Hongjoong, brincaron de la impresión al escuchar la voz irritada del lanzador interrumpir su conversación. Se había manejado con tal sigilo, que ni siquiera escucharon pasos o el sonido de la puerta al ser abierta.
Una vez la sorpresa momentánea abandonó su cuerpo, el campocorto recompuso su expresión a una aburrida, al igual que enderezó su postura.
—¿No acabas de hacer lo mismo conmigo? —replicó con una ceja enarcada, en una actitud retadora bien conocida para ambos. Y el beta lo vio como un signo para intervenir.
—Sólo termina de guardar y vayámonos.
—Deberías hacerle caso, Kim. Parece más listo que tú.
Resoplando, el aludido metió las prendas que faltaban en su bolso con rudeza, sin embargo, su terquedad no le permitió callarse por mucho.
—Sólo admítelo, Song —le pidió en un tono de tranquilidad falso y a medida que avanzaba. Su andar confiado puso en alerta a Yeosang—. No quieres escuchar la verdad —le dijo al pelinegro cuando estuvo lo suficientemente cerca—. Pero que no puedas aceptar la realidad, es cosa tuya, ¿recuerdas?
—Joong, por favor...
—No te preocupes —murmuró el omega hacia el rubio, ofreciendo una sonrisa. Al voltearse, tuvo que parpadear varias veces, pero se esforzó porque ese detalle no lo distrajera—. Song es de esos pulgosos que por mucho que ladren, nunca atacan —y envalentonado en una emoción, que creía, era adrenalina, llevó su diestra al hombro contrario. Apretándolo—. No dejes que te intimide. Su raza es un simple adorno ostentoso.
Examinando al alfa con diligencia, Hongjoong notó la tensión en su rostro y un brillo desconocido en sus ojos, sin embargo, eso era todo. Y asumiendo que no le daría batalla, resopló una risa corta y le indicó al vacilante de Yeosang que se fueran.
Y en ese punto de la tarde, es que cometió su primer error. Ya que, de repente, hubo un agarre sólido en su brazo de tal magnitud que lo retuvo en su lugar. Lo siguiente que supo, es que lo tironearon con la fuerza suficiente para hacerlo trastabillar y perder su bolso. Lo único que registró de éste fue el ruido seco que realizó al impactar en el suelo. La voz de Yeosang se percibió distorsionada en sus oídos, al mismo tiempo que sus palabras, se vieron totalmente cubiertas por la ferocidad de un gruido que retumbó con la grandeza de un trueno.
Actuando por inercia, sus manos se movieron con rapidez, buscando poner distancia ante esa posible amenaza. Pero su desesperación y la inexperiencia, entorpecieron sus intentos. Y lo siguiente que reconoció fue el dolor que surgió alrededor de su mandíbula, la presión aguda sobre los huesos le robaron un quejido y deformaron sus facciones.
—Es curioso que alguien como tú, que dice no soportar la discriminación, sea capaz de soltar tanta mierda —pese a ser un murmullo, podía distinguirse el peso ácido de la crítica—. Eres un jodido hipócrita, Kim.
Tomando profundas respiraciones, el castaño no desvió la mirada—. Gracioso que venga de ti.
El alto lo observó desde arriba en silencio, e inesperadamente, le hundió los dedos en las mejillas, para enseguida de ello, girar su rostro de un lado al otro con brusquedad. Analizando cada perfil con una fijeza que ardió en la piel.
—Es un lástima que teniendo un rostro tan lindo, tu personalidad sea un asco. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar de un omega acomplejado?
Después de chasquear la lengua, el moreno lo soltó con la misma rudeza y se agachó un segundo a recoger su bolso. Y con esa facilidad planeaba irse. Enfurecido, Hongjoong dio un paso adelante, dispuesto a detenerlo y defender su nombre. Sin embargo, repentinamente, sus piernas perdieron toda fuerza y lo hicieron ir directo al piso. Estrellando sus rodillas contra la dura cerámica.
Hongjoong ni siquiera tuvo tiempo para comprender qué le sucedía. De la nada, se manifestó un dolor abrumador en su estómago que lo hizo doblarse en sí mismo y abrazarse a su abdomen de inmediato. Sus cejas se fruncieron, torciendo su expresión en algo desagradable. Afligido por las sensaciones que le revolvían las entrañas, apoyó la frente en el suelo. Ansiando que el frío allí conservado, disminuyera el calor en sus venas y lo distrajera del dolor.
«Inhala, exhala. Inhala, exhala. Es simple», palabras que el castaño se repetía mientras recogía su aliento inestable. Una y otra y otra vez.
Esa línea de pensamientos comenzó a debilitarse, y antes de que la desesperación lo absorbiera en su burbuja, un estímulo del exterior lo hizo reaccionar. Y en el instante que sintió una presión desconocida en uno de sus hombros, Hongjoong golpeó lo que, a duras penas pudo identificar como una mano, lejos de su cuerpo. Sólo para comprobar que se trataba de un conmocionado Yeosang. Sus ojos castaños bañados en preocupación y en una impotencia desconcertante.
El omega intentó disculparse por su actitud, pero en el segundo que separó los labios, otra oleada lo asaltó. Esta vez con mayor potencia. Apretando los párpados, se enterró los dedos en los costados. Incluso en ese estado, percibió una silueta frente a él y un aroma familiar. No obstante, la suavidad reconfortante de la lavanda no sirvió para consolarlo.
—Hongjoong, ¿puedes escucharme? Debemos pedir ayuda. Quizás todavía quede alguien de enfermería.
Mordiéndose el labio inferior, sacudió la cabeza con vehemencia. Esa era una pésima idea, y esto no era más que su pánico en crecimiento hablando por él. Sepultando cada pensamiento lógico y posible solución bajo el grosor de sus redes. Su respiración acelerada y el nerviosismo del beta, fueron un combustible directo.
Y él se encontraba al límite de comenzar a maldecir, cuando de nuevo, notó el toque indeseado de alguien. Siendo en esta ocasión más firme y consiguiendo que se levantara, como si no fuera peso muerto.
—Espera... Aguarda un momento... No creo que sea modo de tratarlo... Oye... ¿Qué estás haciendo?
Agobiado por las sensaciones en ascenso, el castaño apenas pudo distinguir la voz de Yeosang. Fue un murmullo desbordado y en extremo confuso. Lo que estimuló aún más su nivel de alerta, pero ver quién lo estaba arrastrando, lo duplicó. Y en una acción instintiva, empezó a forcejear y a pedir que lo soltara. Lo que no le funcionó de nada, sólo para endurecer el agarre. Las peticiones por respuestas de su amigo también fueron ignoradas.
Sin embargo, no tuvieron que insistir por conocer el destino, porque pronto se encontró ocupando una de las bancas metálicas en los vestidores y azotando los casilleros con su espalda. En lugar de ponerse a insultar, se sujetó la cabeza con las manos. Aparte de mareado, sentía que le destrozaban los sesos.
—¿Traes algo contigo que sea de utilidad?
—Dios, vete a la mierda y déjame en paz.
Lo siguiente que distinguió, fue un chasquido y a una voz rasposa arrastrando palabras punzantes—. Es bueno ver que en una situación como esta todavía puedes ser alguien impertinente.
—Jódete, Song.
En respuesta y con mucho esfuerzo, pudo escucharlo soltar un suspiro prolongado. E inesperadamente, el tipo se paró frente a él. Todo rastro de severidad y crítica había desaparecido, dando espacio a una gentileza irreal e incongruente con el salvajismo contenido en aquellas pupilas dilatadas. La desconfianza trepó por su columna y le erizó los vellos.
—Lo siento, no debí decir eso —murmuró el pelinegro con un tono increíblemente suave—. Sólo..., ¿podrías contestarme, por favor? Lo único que traigo conmigo es para alfas y sería imprudente de mi parte si te hiciera tomar algo.
Descolocado por el cambio de actitud, miró en diferentes direcciones, sin saber qué decir. Incluso Yeosang a su costado, lucía bastante perdido. Esta vez por una nueva razón. Y en medio de sus divagues abstractos, se percató de su bolso a unos metros. Sin darse cuenta, su respiración se volvió errática y sus dedos se cerraron en algunos mechones.
—En mi bolso... Tengo un estuche... Debe haber algo allí —dijo entre bocanadas.
—Habla con él —le ordenó el alfa al editor, haciéndolo brincar—. Mientras busco algo que nos sea de ayuda asegúrate de controlar su pulso y de medir su temperatura en cada punto importante.
Parpadeando, el beta se relamió los labios un par de veces—. ¿En cada punto? —cuestionó obviamente confundido.
—¿No tuviste clases de salud en la secundaria?
—Sí, claro que sí..., pero yo nunca estuve con un omega y Seonghwa... Seonghwa es quien suele cuidarlo y hoy tenía que entrenar. Se supone que vendría, pero su rutina se estiró y no sé qué hacer...
—Kang, sólo tranquilízate y encárgate de buscar ese estuche. Yo me ocupo de él.
Yeosang pareció renuente a dejar su lado, sin embargo, tras unos segundos de indecisión acabó cediendo. Hongjoong lo vio caminar con urgencia hasta su bolso antes de trasladar su atención a Song. Seguía en el mismo sitio, abriendo y cerrando las manos. Liberando tensión, probablemente. Era tanta la que contenía, que se observaba en forma de líneas y venas.
—¿Puedo tocarte? —preguntó el alto luego de aclarar la voz, una maniobra ineficaz que no le sirvió para eliminar la textura áspera de su barítono—. Necesito comprobar tu temperatura. Es todo.
Tragando el nudo en su garganta, el bajo se removió en la banca y se llevó las manos a las rodillas. Como medida de apoyo. No mucho después, asintió con lentitud. Mingi exhaló con profundidad de una manera poco discreta y se acercó. Moviéndose con cuidado. Y con una gentileza sorprendente, el pelinegro apoyó la diestra sobre su frente. Casi de inmediato, notó el contraste de su palma fría con su piel caliente. Y Dios, qué bien se sentía. E incluso cuando descendieron a sus mejillas o a las zonas de su cuello, continuó siendo reconfortante.
—¿Sabes qué día es hoy?
—Sábado —respondió de forma tardía, escuchándose sin aire. Una mala señal—. El fin de semana que le pateamos el culo. Terminamos tres a siete.
—Son sólo cuatro carreras —le recordó el alfa, desenfadado—. No es la gran cosa.
—Sí, a veces me digo lo mismo —comentó por lo bajo, recostando la espalda en los casilleros. Lo que provocó que perdiera esa fuente de frescor—. Aunque eso no quita el hecho de que sea mentira.
—Sigue teniendo su mérito —otorgó el pelinegro tras unos segundos. Frunciendo el ceño, el castaño lo observó colocarse en cuclillas frente a él y sujetarle la muñeca derecha con suavidad, apenas presionando los dedos sobre la piel—. Si Choi no hubiera dudado tanto en si robar o no la base, habrían obtenido una mayor diferencia.
—¿Le estás dando un consejo al enemigo? —preguntó con la cabeza ladeada.
—Es más una simple observación —replicó el lanzador con un encogimiento, y lo que no sabía definir, si era un indicio de sonrisa—. ¿Qué tanto dolor sientes, Ángel?
Y estando tan alejado de su "yo" usual, el omega no se inmutó por el apodo, y en cambio, fingió no haberlo oído.
—Deberías ser más específico —fue todo lo que contestó. La lengua le pesaba y le costaba formar oraciones largas.
—¿Qué tal tu cabeza?
Hongjoong ni siquiera tuvo que pensarlo—. Siento como si me estuvieran despedazando los nervios —dijo con aspereza debido a otra punzada. Mingi apretó los labios y lo vio hurgar en su bolso—. Creí que no tenías nada allí que fuera apto para mí.
—Sólo agua —le aclaró el moreno con sencillez, tendiéndole una botella nueva—. Comienzas a sudar.
Confundido por la información, se observó las manos. Notando el rastro discreto en las palmas. Todavía incrédulo, se tocó la frente. Dando con unos mechones pegados a la piel.
—No me di cuenta —comentó con asombro, como si no resultara obvio para ninguno. Fatigado, aceptó la botella y bebió con calma—. Antes de que preguntes, ocho en cuanto al cuerpo.
Lo qué sea que fuera a decirle el contrario, pasó a segundo plano tan pronto regresó Yeosang, trayendo consigo lo único de utilidad en su estuche: un inyectable. La expresión del rubio era seria, mientras que sus ojos estaban fijos en el detalle que mostraba el cristal transparente: el líquido a medio acabar. Mingi por otro lado, tenía el rostro arrugado en su totalidad. La desaprobación evidente, acentuaba el filo de sus rasgos.
—No deberías usar esto —señaló el pelinegro con rechazo, agarrando el medicamento—. Y menos así.
—No lo entenderías —farfulló el castaño entre dientes, arrastrando las palabras.
—Podrías tener razón.
Entrecerrando los ojos, observó al alfa subirle el dobladillo del pantalón, la amabilidad que empleó en la acción y al tocar únicamente la tela, resultó incompatible con su anterior crítica. Lo que no fue cuestionado. Una vez expuso su muslo lleno de raspones, se giró hacia Yeosang.
—¿No tenía alcohol?
El beta negó—. Aparte de eso y algunas pastillas, sólo le quedaban unas vendas.
Chasqueando la lengua, aquella mirada volvió a estar sobre él—. ¿Está bien que te toque unos segundos?
Sintiendo sus entrañas pesadas, Hongjoong no llegó a contestar cuando una nueva dosis de dolor sacudió sus nervios. Aferrado a la banca, juntó los labios en una línea tensa, a la vez que echó la cabeza hacia atrás, golpeando uno de los casilleros. Al verlo en ese estado, Mingi se limitó a actuar y procedió a frotar el área donde iría la aguja. Por algún motivo, fue reconfortante, y ni una fracción de segundo después, sintió el filo del metal atravesando su tejido con lentitud.
Y en ese preciso momento, en vez de notar el pinchazo agudo o cuán comprimidos estaban sus músculos, Hongjoong advirtió la presencia de algo mucho más intenso y fragante. Como si de repente se hubiera trasladado a un campo repleto de flores exóticas a las que no podía nombrar. Al principio fue confuso, pero no demoró en reconocer la fuente, y eso que habían pasado años. Menos rígido y con el estado de alerta adormecido, permitió que Mingi lo guiara a su gusto.
De ese modo, es que terminó con su rostro oculto y los ojos cerrados. Respirando con mayor facilidad. Unos brazos lo resguardaban con seguridad y una voz susurraba palabras ininteligibles, en una textura rasposa que se sentía agradable. Un arrullo natural y reconfortante.
Eso fue lo último que registró.
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