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❈•≪07. Iubĭlum≫•❈

Fue a comienzos de la primera semana de agosto, cuando al equipo le tocó viajar hacia Daegu para su juego contra los Samsung Lions. Y en el instante que Hongjoong puso los pies en el complejo, supo que ese viaje de casi cuatro horas, sería un verdadero infierno de incomodidad. Choi Jongho iría con ellos.

Y él entendía, de alguna manera muy rebuscada, que a muchos siguiera sin gustarle el chico, sin embargo, consideraba que habían temas más relevantes que su rechazo a un nuevo integrante y su participación en este encuentro.

Y sí, sabía que una cosa era el desempeño que un novato pudiera tener en los entrenamientos, y otra muy distinta, era la calidad de su rendimiento en el campo. En ese panorama, teniendo la mirada de miles de espectadores, combinado con los nervios y la adrenalina propia de un debut; podía resultar de dos formas: positiva o negativa. No había más.

Siendo honesto y en base a su criterio profesional, Hongjoong creía que el pelirrojo tenía las habilidades suficientes para hacerlo bien. Y esperaba que fuera el caso. No obstante, no era alguien crédulo y mucho menos ingenuo, razón por la cual, no ignoraba los posibles factores que intervendrían. Uno de éstos, sino el más grande y absurdo, serían sus propios compañeros.

A diferencia del resto de equipos, los Doosan Bears se conformaban mayoritariamente por alfas. Y un rasgo que los caracterizaba, era el orgulloso. Y el lóbulo temporal izquierdo de esos bastardos estaba tan lleno de testosterona, que les importaba poco lo ilógico o infantil de su comportamiento, si sentían el impulso de actuar como perros territoriales, lo harían. Simplemente por cumplir con ese capricho vano de imponer su casta por sobre la otra inferior.

«Pulgosos arrogantes».

Frunciendo la nariz, Hongjoong se abrió camino por entre los mayores en el momento que los entrenadores anunciaron que era hora de partir. En el autobús, las arrugas en su entrecejo se acentuaron al ver que Jongho decidió sentarse en una de las primeras filas. En opinión del campocorto, los mejores lugares eran al final. Sin embargo, él no hizo más que tomar asiento en silencio. Y como era de esperarse, no pasó desapercibido para el beta. Pero contrario a aquel nerviosismo de una primera presentación, esta vez el pelirrojo se mostró más centrado, realizando una reverencia cortés que no dudó en devolver.

Así ambos se sumieron en un silencio mutuo, ajenos al otro y al resto de beisbolistas.

A medida que arribaban al estadio de los Samsung Lions, el grito eufórico de la multitud dejaba de ser un eco distante. Desplazando los ojos al cielo, el castaño lo notó cubierto, con nubes abstractas y llenas. Un escenario desalentador e incompatible con el calor bochornoso que les dio la bienvenido.

Daegu era innegablemente hermoso, pero en verano, la ciudad se convertía en un infierno de fuego.

Resoplando con fastidio, el omega aceleró su andar. Ignorando los comentarios sueltos con respecto a su irritación.

Luego de una extendida caminata en la intemperie abrasadora y por las instalaciones acondicionadas, llegaron al vestuario que se les asignó como visitantes. Sin perder el tiempo, todos se dispusieron a guardar sus pertenencias en los casilleros. Trabajaron con eficacia y una seriedad más ideal. Para cuando terminaron, se reunieron en un círculo y escucharon a los diversos entrenadores dar sus respectivas y ya bien conocidas palabras de aliento. El discurso más elaborado, vino por parte del mánager del equipo. El alfa no fue dulce al expresarse pero tampoco grosero, manejó un realismo usual y oraciones simples que tuvieron un efecto más significativo que aquellas que fueron embellecidas con la promesa de un triunfo.

Renovados en espíritu, exclamaron el nombre que los identificaba con una fiereza que resonó en las paredes.

Revitalizados en una actitud guerrera, trazaron su rumbo hacia el campo con una seguridad de hierro y una determinación romana que supo a fuego en sus venas. La euforia con la cual los fanáticos los recibieron, avivó esa voluntad de lucha.

Tras una serie de saludos generales al público que había viajado a darles apoyo, cada uno empezó a calentar donde mejor les pareció. Algunos optaron por el trabajo en conjunto y otros por el individualismo. Hongjoong fue de éstos últimos. Sabiendo que era más funcional de ese modo.

Tomando inhalaciones profundas, el castaño comenzó haciendo ejercicios básicos. Relajando la tensión ubicada en su cuello y en su hombro derecho, principalmente. Desde hace varios días que le llevaba molestando y por lo que podía percibir, no era nada grave. Más como una sensación insistente de fatiga. De igual forma, debería hacérselo ver pronto. Luego de su próximo enfrentamiento.

Encerrado en sus cavilaciones personales, el omega no notó que alguien se le estaba acercando, hasta que le palmearon la espalda. Su reacción fue inmediata, girándose a ver de quién se trataba a una velocidad preocupante. Con lo que se topó fue un rostro familiar de rasgos amigables.

—¿Qué tal estás, hyung? ¿Emocionado por el juego?

Suspirando, el parador en corto le dio una mirada entrecerrada al primera base de los Samsung Lions, antes de proceder a acomodarse la gorra.

—En realidad, la idea de patear sus culos me emociona más —respondió con una honestidad enmascarada en travesura—. ¿Pero qué hay de ustedes? Oí que no les fue bien el juego pasado.

El peliazul asintió con lentitud—. Los SSG Landers nos tomaron con la guardia baja. Hicieron dos cuadrangulares automáticos —dijo con un matiz ligero de pesar—. Fue algo impresionante, no voy a mentir. Pero nos vino fatal.

Hongjoong silbó. La noche anterior, vio las pequeñas discusiones que se armaron en uno de los tantos foros de Naver, por la derrota de los Samsung Lions. Como acostumbraba, no indagó más allá de las cifras. Tener conocimiento de que el resultado 3-7, se debió por dos cuadrangulares, era asombroso. Desde un punto de vista externo, por supuesto. Como receptor de la jugada, era pésimo. Una forma muy humillante de perder.

—Supongo, entonces, que hoy nos lo van a poner difícil.

El beta sonrió en grande, confiado—. No esperes otra cosa —le comentó en un tono más alegre, para acto seguido, guiñarle el ojo—. ¿Quieres ayuda para estirar?

Hongjoong rió con brevedad. Choi San era, probablemente, el único beisbolista que conocía capaz de acercarse a los rivales de turno, estando a minutos de iniciar el juego, ya sea para entablar una conversación casual, o para bien, ofrecerles una mano en sus ejercicios.

Su naturaleza social, algunas veces, lo dejaban atónito.

—Estoy bien —respondió con sencillez, pasando a girar los hombros.

El beta aceptó su palabra con facilidad y tomó una postura relajada frente a él. Eso hasta que uno de los lanzadores de su equipo lo llamó a los gritos. Su actitud despistada le sacó otra sonrisa.

Y si en algo concordaba con los fanáticos, es en el carisma desbordante que poseía el chico.

✦• ───── ⸙ ───── •✧

Hongjoong erró en su pronóstico. El juego estaba siendo mucho peor de lo que pudo haber anticipado.

Se encontraban en la cuarta entrada, y hasta ahora, Jongho no había recibido ninguna jodida bola. El marcador dictaba 2-1, y claramente, ellos eran los que iban perdiendo. La diferencia no era gran cosa, pero como todos siguieran comportándose de esa manera y excluyendo al beta, se volvería un problema irremediable.

Y él no tenía las energías para lidiar con la actitud infantil de nadie. Menos con una tan absurda como la que estaba presenciando. A ver, si bien es cierto que el jardinero derecho podía decidir qué jugador le convenía más para pasarle la bola, era sumamente estúpido que su primera opción no fuera el maldito inicialista. Era allí donde más ventaja tenían para invalidar las carreras ajenas. Que la estuviera desperdiciando para contar con el segunda base, era una completa basura.

Pero eso ni siquiera era lo más grave. Oh, claro que no.

Lo peor de toda la situación, es que el equipo local había sido rápido para notar esa grieta, y desde la segunda entrada, no pararon de lanzar bolas en su dirección. Y sí, era común que la mayoría de la acción ocurriera en su zona, pero jamás con este nivel de intensidad. Era abrumador y sus músculos comenzaban a resentirse por el sobre-esfuerzo.

Estaban matándolo.

Su uniforme era un desastre, lleno de arrugas y con manchas de tierra, tanto en los pantalones como en las mangas que usaba debajo de la camiseta oscura. Le ardían las rodillas y sabía que, muy seguramente, allí tenía un par de raspones frescos.

Y como campocorto, él estaba más que familiarizado con ese tipo de dolor y lesiones, por lo que, le daban igual. Después de todo, eran los famosos gajes del oficio. O eso se repitió sin descanso, en un intento por mantener la cordura. Sin embargo, había llegado a su límite.

En el instante que la entrada concluyó y empezaron a salir del campo para ir hacia el dugout, Hongjoong se hizo con una resolución. Y con ésta en mente, pisó fuerte detrás del jardinero derecho. Sus puños apretados y tensos. De fondo pudo escuchar la voz distorsionada de Maddox llamándole, pero él no se detuvo. Continuó hasta que la distancia se convirtió en un concepto obsoleto. La conmoción estalló a su alrededor y se manifestó en forma de exclamaciones ahogadas e inquisiciones desconcertadas, tan pronto estampó al otro jugador contra la pared.

—¿Qué carajo...?

—¿Qué mierda estás hiendo tú? —farfulló entre dientes, interrumpiéndolo. Sus manos se aferraron al uniforme contrario con una vehemencia inamovible—. ¿Estás demente o quieres hacernos perder?

—Kim, suéltalo.

—¿Eres estúpido? —cuestionó, ignorando la orden del entrenador de banca. Su apellido nuevamente resonó de entre la multitud.

—¿Cuál es tu problema?

—Tú lo eres, Lim. ¿Por qué sigues excluyendo a Choi?

—Ya lo comenté con el mánager —respondió el alfa, igual de rígido—. Ahora suéltame, imbécil. Y será mejor que te preocupes por tu desempeño, estás...

—Suficiente —la voz del mánager resonó por entre la masa de cuerpos amontonados. Un tono serio que no necesitó de ser frío para que varios se tensaran—. Suéltalo, Kim —apretando la mordida, el susodicho obedeció. Retrocediendo—. Ya deberían saberlo, pero no acepo este tipo de comportamientos bajo mi mando.

—Señor, Kim fue quien me atacó de la nada. Comprendo que esté frustrado pero...

Las comisuras del hombre mayor se torcieron imperceptiblemente—. No pedí por explicaciones. Tampoco las quiero —declaró sin inflexiones. La severidad en su mirada se estrechó al pronunciar sus siguientes palabras—. De mis jugadores espero sólo una cosa, aparte de compromiso. Espero que cumplan con sus funciones de manera responsable. Y es vergonzoso tener que decir lo mal que están jugando muchos de ustedes. Y como si no fuera suficiente, dos de ellos arman un alboroto innecesario.

Tragando duro, Hongjoong no dudó en realizar una reverencia—. Lo siento mucho, señor. No se volverá a repetir.

—En el siguiente juego contra los LG Twins, permanecerás en la banca. ¿Entendido, Kim?

Manteniendo su inclinación de noventa grados, el castaño asintió. Sus párpados apretados con fuerza—. Entendido, señor.

—Lim, quedas fuera de este enfrentamiento y de los próximos cinco.

El jardinero aludido, no demoró en exteriorizar su indignación—. Lo siento, señor, pero no me parece que esté siendo justo. ¿Cómo es posible que me suspenda por cinco juegos enteros y a él sólo por uno?

El rostro del veterano se cerró en una expresión vacía—. No me importa lo qué a usted le parezca, Lim. Es mi decisión.

—Aún así, ¿no debería considerarlo mejor?

—¡Lim! —el levantamiento de voz por parte del alfa mayor, hizo que más de uno se tensara y desviara la mirada, incómodo—. ¿Quedó claro, sí o no?

—Sí, señor.

—Bien. Kwon, entras al campo. Tomen agua, iré a dar aviso del cambio.

Teniendo los sentidos en alerta, Hongjoong prestó especial atención al andar particular del mánager: de compás irregular y pausado; alejarse de ellos. Cuando estuvo seguro que ya no se encontraba allí, se enderezó. Y a la hora de hacerlo, apenas registró un par de miradas sobre su persona, cuando de repente, fue empujado.

Lim Jinseok, frente a él, lucía más que cabreado.

—Debes estar satisfecho, Kim. Hiciste que me saquen.

Resoplando, pasó por su lado para ir hacia los suministros y hacerse con una botella de agua.

—No actúes como una perra ahora, Kim. Esos privilegios de omega no son algo por lo que regodearse.

Lanzando la botella a un costado, Hongjoong se giró sobre sus talones, dispuesto a callar esa miseria de alfa de una buena vez. Ya no le importaba si los fotógrafos lo capturan agrediéndolo, tampoco el juicio que harían los internautas en los foros y redes. Sólo le interesaba hacerle tragar su porquería. Sin embargo, no llegó a avanzar demasiado cuando Maddox intervino. Colocándose en el medio.

—Tranquilos, muchachos. Todavía nos quedan cuatro segmentos por jugar. Mantengamos la mente fría.

Chasqueando la lengua, Lim le dio una mirada desdeñosa a ambos—. Mira quién llegó al rescate.

Guardando el aliento, Hongjoong se echó para atrás. No iba a escuchar esa mierda sobre él y Maddox de nuevo. Porque como éste bien dijo, debía enfriar las emociones o terminaría perdiendo la migaja de paciencia que le quedaba en el cuerpo. Lo que desencadenaría en una catástrofe y muy seguramente, con sus feromonas expuestas. Lo que estaba prohibido en el campo. Y él en serio no deseaba decepcionar a su mánager.

Frotándose las manos en el rostro, se alejó lo más que pudo del resto y se concentró en respirar hondo.

Y vamos, las diferencias entre compañeros eran bastante comunes, más aún estando en pleno juego. En este momento, era previsible que todo se intensificara. Incluso las interacciones. Y para nadie allí era extraño el que suceda alguna confrontación, ya sea verbal o física. No obstante, era exasperante para el castaño tener que recurrir a esos "métodos" para obtener una reacción coherente de alguien. O un accionar necesario, en todo caso.

«Privilegios de omega, pedazo de mierda más grande».

Quitándose la gorra, se pasó los dedos por entre las hebras, intentando disminuir su irritación. No era la primera vez que algún miembro del equipo le escupía un comentario similar. De hecho, lo había oído hasta sangrar. E igual que siempre, iba directo a sus nervios. Porque no era un secreto que varios, sino la mayoría, creían que tenía privilegios y el favor del mánager. Y nada le daba más ganas de reírse del resto y de sí mismo que eso.

Y le daba crédito al obtuso de Song por nunca haber usado esa carta.

«Semejante tontería vengo a reconocer».

—Gracias por lo de recién, sunbae.

Volteando, Hongjoong se encontró con el rostro serio de Jongho. No portaba ninguna expresión o emoción a resaltar. Se veía relajado, un poco contemplativo, quizás. Nada más allá.

—De nada —murmuró en un tono monótono, aceptando la botella tendida en su dirección.

—Pero si me permite ser honesto, no creo que haya sido muy listo de su parte. Tarde o temprano lo iban a reemplazar, por lo que fue imprudente al actuar de esa manera. Como beisbolista, debería preocuparse por no sufrir una lesión.

Parpadeando consecutivamente, el omega se tomó el tiempo de digerir las palabras ajenas, para cuando lo hizo, apartó la botella de sus labios y la cerró con tranquilidad.

—No te ofendas, Choi —fue lo primero que dijo, una voz uniforme y neutral—. Pero de la condición de mi cuerpo me preocupo yo. Prioriza el juego, tenemos mucho por delante —con la gorra de nuevo en su lugar, el parador en corto, se despegó de la pared en la que descansaba—. Aprecio el gesto —comentó con un matiz de afabilidad, sacudiendo la botella—. Buena suerte en el campo.

Lo último que vio del beta pelirrojo, fue un par de orbes bien abiertos.

✦• ───── ⸙ ───── •✧

Moviendo el cuello de un lado al otro, Hongjoong se relamió los labios. La incertidumbre era más pesada en el ambiente que la misma humedad insoportable. Era asfixiante lo tangible de su presencia, como grilletes en los tobillos que ralentizaban los movimientos y piedras en los pulmones que obstaculizaban la respiración. Volviéndola laboriosa y descompasada.

Luego de que el receso no establecido de la séptima entrada hubiera concluido, las cosas habían cobrado un tinte más sangriento. Los Samsung Lions continuaron combatiendo con una tenacidad de acero, mientras que ellos, lograron hallar un balance. Restableciendo esa línea de comunicación que los distinguía y convertía a los Doosan Bears, en rivales ágiles.

Incluso el ánimo de los espectadores había tomado fuerza con la reivindicación de los nativos de Seúl en el marcador. Que de ir abajo por tres carreras, pasaron a igualar los puntos. Desde la octava sección, el nivel de dificultad se había vuelto estrecho, al igual que las cifras. El 5-5 brillaba en las retinas de cada uno de ellos, en un anuncio silencio de que, sí o sí, un equipo debía consagrarse vencedor.

Esa inquietud persistente que los oprimía tenía que llegar a su final.

Ese momento decisivo, se presentó en la forma de Choi San, preparado para arrebatar el triunfo. Hongjoong no iba a dejarlo sin dar pelea. Sintiendo la sensación del cuero que le rodeaba la mano, respiró hondo y se alistó. Decidido a romper con esa mala fortuna que los venía persiguiendo desde los enfrentamientos anteriores.

Y en el instante que el sonido de la bola entrando en contacto con el bate, resonó por las dimensiones del estadio suspendido en un silencio sepulcral, giró hacia el jardinero central y en la milésima de segundo que sus miradas se cruzaron, le realizó una rápida indicación con los dedos. Apenas lo vio asentir con la cabeza por el rabillo del ojo, cuando sus piernas lo impulsaron a través de las extensiones que componían al diamante. Sus músculos se resintieron casi de inmediato, al mismo tiempo que, sus pulmones empezaron a quemar con cada bocanada de aire que tomaba. El sudor resbalaba por su frente y los mechones interferían en su visión. Pese a ello no se detuvo.

Si no actuaban, iban a perder.

Los fanáticos cogieron el aliento de manera colectiva en el momento que la bola cayó segura en su guante. Hongjoong no reparó en esto demasiado y se apresuró a girar el cuerpo, tras gritar indicaciones y nombres, echó el brazo hacia atrás, al extremo de percibir un tirón incómodo, no obstante, lo denegó por completo y se enfocó en lanzar la bola en el ángulo correcto.

Con las entrañas apretadas y el corazón en la garganta, observó al tercera base trastabillar un metro de su posición. Sus latidos se dispararon con salvajismo, al ver la velocidad con la cual San se dirigía a la almohadilla. La tribuna tintada de celeste, ondeaba las camisetas como una marea incontrolable, mientras pronunciaban el nombre del receptor número 45 en un fervor ensordecedor. Consumiendo el misterio en un victoreo precipitado.

La distancia se fue reduciendo a un ritmo tan lento que parecía de película, hasta que de repente, el alboroto cesó. Una conmoción mayor explotó a las espaldas de Hongjoong y consumió la anterior resignación, transformando su pesimismo, en una euforia desbordada que supo dulce.

Perplejo, la reacción del omega fue igual de tardía que varias otras. Registrar el hecho de que habían ganado, le tomó un minuto entero y gracias a Kwon, el jardinero izquierdo, espabiló a tiempo para unirse al festejo grupal. Los colores blanco y azul marino ondearon con orgullo.

En los vestidores, el placer desenfrenado, no sufrió de ningún cambio. Los cánticos desafinados y el júbilo inconmensurable, llenaron cada rincón. Hubieron gritos e incluso aullidos que rebotaron en el eco de las duchas.

Esa alegría excesiva y las dos horas que terminaron siendo de juego, fueron las explicaciones más racionales que Hongjoong encontró para su actual dolor de cabeza. Malestar al que decidió no darle mayor importancia, en cambio, rebuscó en las profundidades de su bolso hasta dar con un pequeño estuche. De allí extrajo una tableta usada. Luego de asegurarse que todavía no caducaba, se tragó una de las pastillas.

—Deberías ser más prudente con eso.

Suspirando, el castaño se echó hacia atrás en la banca metálica, para acto seguido, voltear a la derecha, encontrándose con un Maddox recién duchado.

—Son sólo para aliviar el dolor.

—No me refería a las pastillas —aclaró el rubio, apuntando a su estuche aún abierto—. Te inyectas demasiado de esa porquería.

—No te preocupes —murmuró con notable desinterés, a su vez que, cerraba el bolso—. Sé lo qué hago.

—Para ser honesto, me sorprende que en las revisiones de rutina salgas limpio.

Acomodando las correas en su hombro, el omega se puso de pie—. Lo haces sonar como si fuera un adicto.

—Lo que estoy tratando de decir —pronunció Maddox de forma deliberada—, es que no es un producto aprobado por la Liga. Y tampoco debe usarse con regularidad. Apuesto a que incluso tu médico te lo dijo.

—No te lo tomes a mal, hyung, pero ese es un asunto personal. Y prefiero que siga como tal.

—Lo entiendo, sólo considero que no es necesario que interrumpas tu biología.

Apretando los dientes, Hongjoong se preguntó por qué, de la nada, el día de hoy su condición parecía importar tanto.

Por todos los cielos, habían ganado, quería disfrutar del momento sin que su cabeza se llene de mierda irrelevante.

—Valoro su consideración, pero ese no es su asunto.

Sin ganas de escuchar una réplica, apresuró su andar y giró en un pasillo. Decidiendo tomar la ruta larga al estacionamiento con el propósito de calmarse. Para distraerse, aprovechó los minutos de soledad para revisar su celular. Las primeras notificaciones que notó fueron un par de llamadas perdidas por parte de Haesuk, lo que inmediatamente, ocasionó que su semblante se arrugara. Resoplando, ignoró los mensajes de la mujer y se fijó en los demás. Sonriendo en grande al ver las felicitaciones de su hermano. Mueca que perduró al conversar con sus amigos.

Para cuando subió al autobús del equipo, se encontraba mucho mejor y con esa sensación de vencedor de regreso. Satisfecho consigo mismo, rechazó la petición de Maddox para volver a sentarse junto a Jongho. Inclusive en el restaurante donde tuvieron su cena, continuó eligiendo al beta como su compañero de asiento.

Quitando los ratos de estrés y los baches en el camino, el día resultó siendo fantástico. Y sí, le jodía el que no podría asistir en el juego contra los LG Twins, pero aceptaba que era lo correcto por su actitud.

Sin embargo, iba a enfocarse en lo positivo, se enfrentaría a los Kia Tigers y los destrozaría.

Era una promesa.



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