20 | La séptima trompeta
Ese manto opaco no me gusta nada. Me da mala espina. Aunque estoy seguro de que me daría mucha más si fuera capaz de prestarle la debida atención. Sin embargo, no puedo. Mi cabeza ha empezado a batallar otra vez con los dichosos gérmenes y no me permite preocuparme por lo que verdaderamente me tendría que preocupar.
Estoy sucio. Me he arrastrado por un parking asqueroso. He sufrido el ataque de varios zombies que casi me muerden la cara. He escarbado entre sus cuerpos caídos. Y, por si no fuera suficiente, después he abrazado a Yoon Gi, que está aún más mugriento que yo. Me he impregnado de sus diminutos bichos letales.
El pecho se me tapona. No puedo bajarme del coche pero quiero bajarme. No debo estar sentado en un sitio que no sé cómo ni con qué se ha limpiado. De ninguna manera. Pero, por otro lado, tampoco deseo que Tae Hyung se entere de lo que me pasa. No.
Bajo la ventanilla. No me entra el aire. Cuento hasta diez. No me sirve. Veinte más. Treinta. Me digo que es estúpido que me ponga así cuando Seúl se ha sumido en el inframundo. Nada. Solo soy capaz de pensar en que necesito jabón. Agua y jabón.
—Ten.
Observo el papel mojado con una botella y el gel desinfectante destapado en el regazo.
—Lo guardé en la mochila de Tae Hyung. —La explicación de Yoon Gi me llega en un murmullo—. Trata de usarlo con disimulo.
Asiento pero la discreción y la ansiedad no son buenas compañeras. Pese a que entiendo lo que dice, me resulta imposible no frotarme como un desquiciado y vaciarme casi todo el producto encima, con el subsiguiente olor a alcohol. Un olor que para mí es una bendición pero que hace que Tae Hyung nos eche una mirada inquisidora a través del espejo retrovisor.
—¿Qué estáis haciendo? —se interesa—. Huele a hospital. ¿Estáis desperdiciando mis suministros? Por vuestro propio bien, espero que no.
Me muerdo el labio. Ya la he liado. ¿Por qué siempre la tengo que liar?
—Nada de eso. —Yoon Gi se inclina sobre mí y, en un abrir y cerrar de ojos, me ha anudado un par de pañuelos desinfectados en la mano donde tengo el corte que me hizo Tae Moo—. A Jimin se le ha abierto la herida de la mano.
—Pues guarda algo de lo que le estás poniendo. —El líder regresa la vista al camino—. Capaz y aniquilas a los muertos si se lo vacías encima. Qué peste.
Observo la improvisada venda. Es increíble lo bien que la ha hecho. Bueno, más bien es increíble lo bien que lo hace todo.
—¿Ya estás mejor? —susurra—. ¿Se te ha pasado?
—No del todo pero sí ha bajado —admito—. No puedo creer que te hayas acordado de guardar el gel. Yo ni siquiera lo pensé.
—En condiciones normales yo tampoco lo habría pensado. —Se aproxima más. Su expresión me deja embobado—. Lo que ocurre es que la persona que amo suele necesitarlo.
Escucharle hablar así me desboca el corazón. No me ha dado tiempo a procesar que realmente alguien como él desee estar con un tarado como yo mas, sin embargo, la forma en la que me mira no da margen a dudar que lo dice en serio. Sus pupilas me gritan que me quiere pero también veo que desearía besar las mías.
Algo tengo que hacer, ¿no? Yo también le amo. Y diría que mucho ya que jamás antes me había atrevido a exponerle mis sentimientos a nadie. ¿Le intento tocar? No, están los malditos gérmenes. No puedo. No estoy del todo sereno; me va dar el ataque otra vez. Pero, por otro lado, deseo tanto hacerlo...
—Se está poniendo más oscuro.
La observación de Nam Joon nos obliga a dejar de mirarnos y atender a la ventana. El polvo está descendiendo.
—Parece humo —continúa—. ¿Creéis que haya un incendio grande por aquí cerca?
—No —La negación de Yoon Gi resulta rotunda—. No creo que sea eso.
—¿Qué podría ser entonces? —Me uno a la conversación—. Se percibe denso.
—"Y llegará el día de oscuridad y de tiniebla, un día de niebla espesa como jamás ha existido y como no habrá más en años lejanos" —recita—. "Si antes de su llegada el país era un jardín del Edén, después que pase será un desierto desolado pues nada escapará a su furor" —y finaliza—: Es una de las profecías de Joel.
Los nervios se apoderan de mi estómago.
—¿Ese Joel era colega de San Juan? —Nam Joon se encoje—. Porque suena a apocalipsis en estado puro.
—No suena, lo es. —Tae Hyung frena ante una colisión múltiple de coches que nos impide seguir antes de echarnos un vistazo a todos, uno por uno—. Lo que Yoon Gi ha relatado con tanta exactitud es el aviso que anuncia la llegada de la séptima trompeta.
—Es... —Miedo me da preguntar—. ¿La última?
Asiente. Ay; me va a dar algo.
—¡Ahora sí que estamos muertos! —La exclamación de Nam Joon, frenética, refleja a la perfección mi estado interior—. Joder... El último aviso... Joder... Ya no debe quedarnos mucho... Joder... Esa masa de aire precede el fin del mundo... Jo...
—Para ya. —Tae Hyung no duda en meterle un codazo—. Así no contribuyes a la estabilidad del grupo. Asustarse a estas alturas no es una opción.
—¡Pues yo creo que tengo todo el derecho a estar jodidamente asustado!
—En realidad no se sabe mucho sobre lo que implica la niebla. —Yoon Gi se mete en medio, con la intención de aplacar los ánimos—. No hay escrituras que especifiquen el suceso de modo que lo mejor que podemos hacer es no anticiparnos. Ahora estamos vivos. Eso es lo único que debe importarnos.
Nadie replica. Es cierto, claro. No es fácil adoptar esa mentalidad pero no por ello deja de ser la más apropiada. De hecho, gracias a ello, Nam Joon recupera la compostura y consigue bajar del coche detrás de Tae Hyung que, para variar, se ha largado el primero, con un mapa en la mano y la mochila a la espalda.
—¡Esos traseros no van a venir solos! —nos arenga a Yoon Gi y a mí—. ¡Es para hoy!
—Yoon Gi... —Trago saliva—. Esto es... Siniestro...
—Lo sé —admite—. Pero estamos juntos.
—Hasta el fin del mundo y después también —repito sus propias palabras.
—Así es. —Asiente—. Después también.
Callejeamos hasta dar con un centro de salud. Recogemos el material médico que encontramos tirado por los despachos. Volvemos sobre nuestros pasos, a la carrera. Regresamos al coche, dejamos los suministros y, a continuación, registramos los supermercados cercanos y tiendas de alimentación.
Es difícil encontrar víveres en buen estado. Los locales están destrozados, con los cristales de los escaparates explotados, las estanterías volcadas y los productos pisoteados y embarrados en un suelo plagado de restos de sangre, mugre y moscas. Solo se salvan de la hecatombe las latas, algunos sobres de precocinados deshidratados y los paquetes de frijol.
—¡Eh, Jimin! —Yoon Gi agita un envase, con un renovado entusiasmo—. ¡Mira! ¿Te acuerdas?
Observo las letras rojas. ¿Sashimi? Repaso el título. ¡Sashimi! ¡No sabía que existía algo así!
—Prometí que te lo prepararía si detectabas un hueco para escapar de los muertos.
Sí, lo recuerdo. Fue en ese momento cuando apareció Tae Hyung.
—No estará tan bueno como el casero pero yo siempre cumplo mis promesas. —Esboza una amplia sonrisa—. Además, lo mejoraré.
Me quedo con cara de bobo viendo cómo mete todos los botes del producto en una bolsa y rebusca por entre el caos. Siempre me ha parecido atractivo pero ahora, pese a la suciedad y sangre que lleva encima, me lo parece aún más.
—Quizás encuentre algo interesante con lo que... —Se interrumpe—. ¡Mira qué suerte! —Saca un paquete de rábanos—. ¿Que te parece esto? ¿Te gustan?
—¡Me encantan! ¡Son lo mejor!
No puedo evitar emocionarme. Antes del Apocalipsis solía cortarlos en rodajas y metérmelos entre pecho y espalda con salsa picante mientras veía series en la televisión. Podía llegar a tragarme cuatro o cinco bolsas en una tarde.
—¿Verdad que sí? ¡Tengo muy buen ojo! —bromea—. ¡Dame tres minutos más! ¡Ya verás cómo consigo huevos y carne para hacerte un caldo de cerdo también!
Me echo a reír mientras me muestra el signo de la victoria. Me parece increíble que tenga tan presente esa conversación aunque, después de lo del desinfectante, empiezo a darme cuenta de que no pierde detalle de nada de lo que tenga que ver con mi bienestar. Y, por supuesto, tampoco me pasa desapercibido mi entusiasmo al respecto.
Es de locos. Ahora me puede más la sensación de felicidad y el alboroto que siento en el pecho que el TOC y las profecías sobre el fin del mundo.
—¿Qué mierdas haces ahí parado? —La reprimenda de Tae Hyung me tensa como un acordeón—. Mueve el culo, muchachote, y haz algo útil.
Observo las latas de kimchi desperdigadas a mis pies. ¿Las intento coger? Es necesario que me exponga a objetos. Quiero estar con Yoon Gi como una persona normal. Deseo tocarle, abrazarle, besarle. ¿Podré? Me agacho. Estiro la mano. Se trata de un simple un movimiento. Nada más. El envase está sucio pero no me voy a enfermar. La piel no absorbe virus. Es así, ¿verdad? Rayos; no. No es así. ¿Cómo va a ser así? ¡Si entro en contacto con patógenos me puedo morir! ¡Me voy a morir!
—Por "algo útil" me refería a que dejaras de mirar a Yoon Gi con cara de corderito y vigilaras el entorno, no a que recogieras provisiones. —La indicación me frena antes de que roce el envase de metal, al borde de la hiperventilación—. Por cierto, Jimin, cuando volvamos al refugio tenemos que hablar.
Me encojo como una tortuga. Me parece que la excusa del desinfectante no ha salido tan bien como pensaba.
—Ya, me imagino que tendrás que hablarnos más del plan para resistir hasta que vengan a buscarnos los tipos que dijiste. —Me hago el tonto—. ¿No?
Sus pupilas me observan como si quisieran sacarme una radiografía.
—¿No va de eso? —Esbozo una sonrisa de fallo—. Lo que quieres tratar conmigo, digo.
—Vigila y ya.
Lo sabe. Sabe que me falta una tuerca mental. Ay; madre mía.
¿Y ahora qué hago? El aire se me atasca en los pulmones. Me va a echar del refugio. Claro que lo hará. Y más después de haberme visto guiar a los demás por la zona más peligrosa del estacionamiento. Ya comentó que lo de trazar rutas seguras era una patraña delirante.
—STOP. —La instrucción de Yoon Gi me llega por la espalda—. Repítelo las veces que sea necesarias. No pasará nada; confía en mí.
Lo hago. Y ciegamente además. Quizás por eso logro respirar, darme instrucciones tranquilizadoras y atender de nuevo al basurero que nos rodea.
No hay señales de vivos ni tampoco de muertos. Los rastros de sangre indican que han estado allí, al igual que las vísceras de las que emana un hedor insoportable, pero el barrio sigue dormido, sumido en un abandono inundado por la presencia de esa peculiar bruma que ya amenaza con rozar nuestras cabezas. Menos mal que Tae Hyung es un tipo resolutivo y conseguimos volver al refugio antes de respirarla. No quiero saber qué efectos produce.
Dejamos el auto en el mismo sótano. El estacionamiento, que hasta hace tan solo un rato estaba plagado de cadáveres andantes, ahora luce desierto. En la escalera sigue la colección de cabezas, los miembros cortados y el reguero de tripas pero no hay nada que se mueva.
Absolutamente nada.
Es tan raro...
La niebla. El silencio. La ausencia. Es como la calma que precede a la tempestad.
"Sigues sin entenderlo". La voz de la sombra se me viene a la cabeza. "La parte que se preservará de esta humanidad no lo hará sin sacrificio. Asume el estandarte del cambio".
La niebla de Joel se extiende sobre Seúl.
Ha llegado el aviso de la séptima trompeta.
No te pierdas la próxima actualización.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro